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Crónicas de Indias - Fragmentos

Miguel de Cúneo, navegante italiano que viajaba con Colón en su segundo viaje, escribe en
octubre de 1495 una carta en la que relata su experiencia en esta travesía y describe con amplio
detalle la naturaleza americana:
“Uno de esos días en que habíamos echado anclas vimos venir desde un cabo una canoa – es
decir, una barca, pues así la llaman en su lengua – dándole a los remos que parecía un bergantín
bien armado, y en ella venían tres o cuatro caníbales, dos mujeres caníbales y dos indios que
venían cautivos (…) Como teníamos en tierra el bajel del capitán, al ver venir esa canoa
prestamente saltamos al bajel y dimos caza a la canoa. Al acercarnos, los caníbales nos flecharon
tan reciamente con su arco, que si no hubiera sido por los paveses, nos hubiesen malherido, os
diré que a un compañero que sostenía una adarga, le tiraron una flecha que atravesó el escudo
y le entró tres dedos en el pecho, de tal modo que murió a los pocos días. Apresamos la canoa
con todos los hombres y un caníbal fue herido de un lanzazo en forma que pensamos que había
sido muerto y lo tiramos al mar dándolo por tal; pero vimos que súbitamente se echaba a nadar,
de modo que lo pescamos con un bichero, lo acercamos al borde de la barca y allí le cortamos la
cabeza con una segur. Los otros caníbales, junto con los esclavos, fueron enviados a España.
Como yo estaba en el bajel, apresé una caníbal bellísima y el señor Almirante me la regaló. Yo la
tenía en mi camarote y como según su costumbre estaba desnuda, me vinieron deseos de
solazarme con ella. Cuando quise poner en ejecución mi deseo ella se opuso y me atacó en tal
forma con las uñas, que no hubiera querido haber empezado. Pero así las cosas, para contaros
todo de una vez, tomé una soga y la azoté tan bien que lanzó gritos tan inauditos como no
podríais creerlo. Finalmente nos pusimos en tal forma de acuerdo que baste con deciros que
realmente parecía amaestrada en una escuela de rameras (…) Al dicho cabo de esa isla el señor
Almirante le puso el nombre de Cabo de la Flecha, por aquel que había sido muerto por una
flecha.”

Bartolomé de las Casas, fraile dominicano, presenta a la corte española en el año 1542 su
Brevísima relación de la Destrucción de las Indias, con el propósito de persuadirla de decretar la
abolición del sistema de encomiendas:
“Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando comúnmente
los mancebos y mujeres y niñas, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a
otro cien y doscientos según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían
gobernados, y así repartidos a cada cristiano, dábanselos con esta razón que los enseñase las
cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos y
viciosos (…) y la cura o cuidado que ellos tuvieron fue enviar a los hombres a las minas a sacar
oro, que es trabajo intolerable; y las mujeres ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las
labranzas y cultivar la tierra, trabajo para los hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos
ni a las otras de comer sino hierbas y cosas que no tenían substancia, secábaseles la leche (…) a
las mujeres paridas, y así murieron en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados,
que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos la generación, murieron ellos en las minas de
trabajos y hambre y ellas en las estancias o granjas de lo mismo; y así se acabaron tantas y tales
multitudes de gentes de aquella isla (…) Decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñadas,
maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les daban en verdad, que en
mucho tiempo ni papel no se pudiese decir y que fuese para espantar a los hombres.”

El Padre Marcos García transcribió el testimonio del Inca Titucusi Yupanqui (…) vemos cómo
describe a los conquistadores:
Decían que habían visto llegar a su tierra ciertas personas muy diferentes de nuestro hábito y
traje, que parecían viracochas, que es el nombre con el cual nosotros nombramos antiguamente
al Creador de todas las cosas (…), principio y hacedor de todos; y nombraron de esta manera a
aquellas personas que había visto lo uno porque diferenciaba mucho nuestro traje y semblante
y lo otro porque veían que andaban en unas animalías muy grandes, las cuales tenían los pies de
plata; y esto decían por el relumbrar de las herraduras.
Y también los llamaban así, porque les habían visto hablar a solas en unos paños blancos como
una persona hablaba con otra, y esto por leer en libros y cartas; y aun les llamaban Viracochas
por la excelencia y parecer de sus personas y mucha diferencia entre unos y otros, porque unos
eran de barbas negras y otras bermejas, y porque los veían comer en plata; y también porque
tenían yllapas, nombre que nosotros tenemos para los trueno, y esto decían por los arcabuces,
porque pensaban que eran truenos del cielo.
Desde que aquella plaza estuvo cercada y los indios todos dentro como ovejas, los cuales eran
muchos (…) tampoco tenían armas, porque nos les habían traído, por el poco caso que hicieron
de los españoles (…) Los españoles con gran furia arremetieron al medio de la plaza (…)
Y quitado todo lo dicho, le prendieron (a Atahualpa); y porque los indios daban gritos, los
mataron a todos con los caballos, con espadas, con arcabuces, como quien mata a ovejas, sin
hacerles nadie resistencia, que no se escaparon, de más de diez mil, doscientos. Y desde que
fueron todos muertos, llevaron a (…) Atahualpa a una cárcel, donde le tuvieron toda una noche,
en cueros, atada una cadena al pescuezo.”

Rui Díaz de Guzmán, primer cronista nativo de América, narra en su crónica el descubrimiento,
población y conquista de las provincias del Río de la Plata:
En este tiempo padecían en Buenos Aires cruel hambre, porque faltándoles totalmente la ración,
comían sapos, culebras y las carnes podridas que hallaban en los campos (…) viniendo a tanto
extremo de hambre como en tiempo que Tito y Vespasiano tuvieron cercada a Jerusalén:
comieron carne humana; así le sucedió a esta mísera gente, porque los vivos se sustentaban de
la carne de los que morían, y aun de los ahorcados por justicia, sin dejarles más que los huesos;
y tal vez hubo hermano que sacó la asadura y entrañas a otro que estaba muerto para sustentarse
con ella. Finalmente murió casi toda la gente, donde sucedió que una mujer española, no
pudiendo sobrellevar tan grande necesidad, fue constreñida a salirse del real e irse a los indios
para poder sustentar la vida; tomando la costa arriba, llegó cerca de la Punta Gorda en el Monte
Grande, y por ser ya tarde buscó adonde albergarse y topando con una cueva (…) entró en ella;
repentinamente topó con una fiera leona que estaba en doloroso parto, que vista por la afligida
mujer quedó esta muerta y desmayada, y volviendo en sí, se tendía a sus pies con humildad. La
leona que vio la presa, acometió a hacerla pedazos,; pero usando de su real naturaleza, se apiadó
de ella, y desechando la ferocidad y furia con que la había acometido (…) llegó así a la que ya
hacía poco caso de su vida, y ella, cobrando el aliento, la ayudó en el parto (…) y parió dos
leoncillos; en cuya compañía estuvo sustentada de la leona con la carne que traía de los animales;
con que quedó bien agradecida del hospedaje (…) y acaeció que un día corriendo los indios
aquella costa, toparon con ella una mañana al tiempo que salía a la plata a satisfacer la sed en el
río, donde la sorprendieron y llevaron a su pueblo, tomándola uno de ellos por mujer (…)

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