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Diario

Jueves, 12 de octubre [12.10.1492]

Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera
navegación y descubrimiento de estas Indias: "Yo (dice él), porque nos tuviesen
mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a
Nuestra Santa Fe con Amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos
bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras
cosas muchas de poco valor, con que tuvieron mucho placer y quedaron tanto
nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos
a donde nos estábamos, nadando. Y nos traían papagayos y hilo de algodón en
ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que
nos les dábamos, como cuenticillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y
daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente
muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y
también las mujeres, aunque no vide más de una harto moza. Y todos los que yo
vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de 30 años. Muy bien
hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras. Los cabellos gruesos
casi como sedas de cola de caballos, y cortos. Los cabellos traen por encima de
las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se
pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y
dellos se pintan de blanco, y dellos de colorado, y dellos de lo que fallan. Y dellos
se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos solos los ojos, y de ellos solo
la nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las
tomaban por el filo, y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro. Sus
azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de
pece, y otras de otras cosas. Ellos todos, a una mano son de buena estatura de
grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de
heridas en sus cuerpos, y les hize señas que era aquello, y ellos me mostraron
como allí venían gente de otras islas que estaban cerca y los querían tomar y se
defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos.
Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto
dicen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me
pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí
al tiempo de mi partida seis a Vuestra Alteza para que aprendan a hablar. Ninguna
bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta Isla." Todas son palabras
del Almirante.

Fray Bartolomé de las Casas, Diario de


BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS INDIAS

Los nativos de estas tierras son gentes sencillas, sin maldades ni dobleces,
obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos a quien
sirven: más humildes, más pacientes, más pacíficas y quietas, sin rencillas ni
bollicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas,
que hay en el mundo.

Son así mesmo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión y que
menos pueden sufrir trabajos, y que más fácilmente mueren de cualquiera en-
fermedad, que ni hijos de príncipes y señores entre nosotros, criados en regalos y
delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos
son de linaje de labradores. Son también gentes paupérrimas y que menos
poseen ni quieren poseer de bienes temporales, y por esto no soberbias, no
ambiciosas, no codiciosas.

En estas ovejas mansas y de las calidades susodichas por su hacedor y criador


así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos y
tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han
hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino
despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormetallás y destruillas por las
estrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de
crueldad.

De la gran Tierra Firme somos ciertos que nuestros españoles, por sus crueldades
y nefandas obras, han despoblado y asolado y que están hoy desiertas.

La causa porque han muerto y destruido tantas y tan infinito número de ánimas
los cristianos, ha sido solamente por tener su fin último el oro y henchirse de
riquezas en muy breves días.

Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias,


FCE, México, 1972

De la Isla Española

La isla Española fue la primera que los cristianos ocuparon en América. Bien
pronto se siguió la despoblación. Los españoles comenzaron robando los hijos de
los Indios para esclavos suyos, y las mugeres para abusar de ellas. Les robaban
así mismo la comida que los Indios habían preparado con el sudor de su rostro; y
un solo español consumía en un día más que tres familias indianas de diez
personas. Les hacían en fin tantas tan atroces injurias que los Indios dixeron ser
incierto que los españoles fuesen hombres venidos del cielo. Unos Indios
escondían su mujer y sus hijos: otros huían a los montes por no sufrir tan grandes
injusticias.

Al ver esto los españoles maltratáron cruelmente a los Indios señores de los
pueblos, dándoles bofetadas, palos y otros golpes á mano y con instrumentos.
Hubo capitán cristiano que robó á un Indio rey de toda la isla su muger propia, y
abusó de ella por fuerza.

Esto fue origen de las guerras de resistencia en defensa de la libertad de los


naturales para expeler á los cristianos. Pusiéron á los Indios en armas; pero estas
son débiles, tanto que las guerras entre Indios son menos fuertes que los juegos
de cañas en Europa. Los cristianos tenían caballos, espadas y lanzas, y fácilmente
mataban haciendo una cruel carnicería.

Entrando en los pueblos sacrificaban á su furor los viejos, los niños y las mugeres
: no respetaban á las que se hallaban preñadas ni á las que habían acabado de
parir : á todas desbarrigaban con la espada ó con la lanza, y degollaban personas
como á corderos cerrados en un aprisco. Apostaban inhumanamente sobre quien
partía mejor á un hombre en dos trozos con una sola cuchillada, ó sobre quien le
sacaba mejor las entrañas. Quitaban á las madres los niños pendientes de sus
pechos; los tomaban por una pierna y los tiraban sobre una piedra de manera que
la cabeza fuera estrellada. Otros arrojaban dichos niños al río próximo para que
pereciesen ahogados diciendo con risa inhumana: Refrescate ahora bien, cuerpo
de tal. Otros atravesaban con sus espadas al niño, á su madre, y á las otras
personas que á la sazon allí se hallasen. Hicieron ciertas horcas mui largas, no
mui altas, ataban á ellas trece hombres, les aplicaban fuego por debajo y los
quemaban vivos diciendo con horrible sacrilegio que los ofrecían á Dios en
sacrificio para honor de Jesu-Cristo y de sus doce apóstoles. Otros cubrían al
hombre con paja, lo ataban, y después aplicaban el fuego para que muriese aquel
infeliz indio entre las llamas. Cortaban las manos á los que no mataban , y luego
les insultaban diciendoles, "Llebad ahora cartas d los que han huido á los
bosques.

Todavía eran más crueles para con los Indios señores de pueblos; pues los
ataban y tendían sobre parrillas de madera hechas de intento", y los quemaban
por debajo para que muriesen abrasados á fuego lento entre los mas insufribles
tormentos.

Yo mismo vi una vez que quemando en dos o tres pares de parrillas á cinco
señores de pueblos y á otras personas se dió por ofendido el capitán español de
que aquellos infelices le quitaban el sueño con sus gritos de dolor. Mandó que los
ahogasen al instante para que no gritasen más. El alguacil (á quien yo conocía
como también á sus parientes por ser todos naturales de Sevilla) mas cruel que su
jefe, no quiso ahogarlos ; les metió en sus bocas un palo para que no pudiesen
gritar, y atizó el fuego para que muriesen quemados con mayor tormento. Vi
también otros muchos casos de los otros modos atroces de martirizar que antes
he referido.

Habiendo notado los españoles que muchos Indios abandonaban al pueblo, y se


retiraban á los montes y los bosques, amaestráron perros lebreles sanguinarios
para perseguir á los Indios, y los animales llegáron á ser tan diestros y tan feroces
que apenas veían un Indio lo destrozaban en dos momentos, y se lo comían como
si fuera cadáver de un Puerco.

No hay cálculo de los Indios despedazados por los lebreles. Si los Indios mataban
á un cristiano aunque fuera en caso de justa defensa, los cristianos manifestáron
tan inhumana venganza que promulgáron ley mandando matar cien Indios por
cada cristiano.

Tomado de Brevísima relación de la destrucción de los Indios. Artículo primero,


pp. 106-109. Fray Bartolomé de las Casas (español).

Carta de Colón, anunciando el descubrimiento

Señor, porque sé que habreis placer de la grand


victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viage,
vos escribo esta, por la cual sabreis como en 33 días
pasé a las Indias, con la armada que los Ilustrísimos
Rey e Reina nuestros señores me dieron donde yo
fallé muy muchas Islas pobladas con gente sin
número, y dellas todas he tomado posesión por sus
altezas con pregón y bandera real extendida, y no me
fué contradicho. A la primera que yo fallé puse nombre
San Salvador, a conmemoración de su Alta Magestal,
el cual maravillosamente todo esto ha dado: los Indios la llaman Guanahani. A la
segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción: a la tercera
Fernandina: a la cuarta la Isabela: a la quinta la isla Juana, é os¡ a cada una
nombre nuevo.

Yo entendía harto de otros Indios, que ya tenía tomados, como continuamente


esta tierra era Isla: é así seguí la costa della al oriente ciento siete leguas fasta
donde facia fin; del cual cabo vi otra Isla al oriente distante desta diez é ocho
leguas, á la cual luego puse nombre La Española: y fuí allí: y seguí la parte del
setentrion, así como de la Juana, al oriente ciento é ochenta y ocho grandes
leguas, por linea recta, la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado
grado, y ésta en extremo: en ella hay muchos puertos en la costa de la mar sin
comparación de otros que yo sepa en cristianos, y farto rios y buenos y grandes
que es maravilla: las tierras della son altas y en ella muy buenas sierras y
montañas altísimas, sin comparación de la isla de Teneryfe, todas fermosísimas,
de mil fechuras, y todas andables y llenos de árboles de mil maneras y altas, y
parecen que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás pierden la foja, segun lo
pude comprender, que los vi tan verdes y tan hermosos como son por mayo en
España.

Y dellos estaban floridos, dellos con fruto, y dellos en otro término, segun es su
calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pajaritos de mil maneras en el mes de
noviembre por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis o de ocho maneras, que
es admiración verlas, por la diformidad fermosa dellas, mas así como los otros
árboles y frutos é yerbas: en ella hay pinares á maravilla, é hay campiñas
grandísimas, é hay miel, y de muchas maneras de aves y frutas muy diversas. En
las tierras hay muchas minas de metales é hay gente in estimable número.

En conclusión, a fablar desto solamente que se ha fecho este viage que fué así de
corrida, que pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hobieren
menester, con muy poquita ayuda que sus altezas me darán: agora especería y
algodón cuanto Sus Altezas mandaran cargar, y almastiga cuanto mandaran
cargar; é de la cual fasta hoy no se ha fallado salvo en Grecia y en la isla de Xio, y
el Señorio la vendo como quiere, y lignaloe cuanto mandaran cargar, y esclavos
cuantos mandaran cargar, é serán de los idólatras; y creo haber fallado ruibarbo y
canela, e otras mil cosas de sustancia fallaré, que habrán fallado la gente que allá
dejo; [...] Cristóbal Colón, Libro de la primera
navegación.

Diario de Colón

Domingo 21 de octubre. "A las diez horas llegué aquí a este cabo del Isleo y surgí,
y asimismo las carabelas. Y después de haber comido fui en tierra, adonde aquí
no había otra población que una casa, en la cual no fallé a nadie, que creo con
temor se habían fugido, porque en ella estaban todos sus aderezos de Qasa. Yo
no les dejé tocar nada, salvo que me salí con estos capitanes y gente a ver la isla;
que si las otras ya vistas son muy fermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más
y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre
ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí en toda la isla son todos
verdes y las hierbas como en abril en Andalucía; y el cantar de los pajaritos que
parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los
papagayos que ascurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan
diversas de las nuestras que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo
de no los cognoscer porque soy bien cierto que todos son cosa de valía, y de ellos
traigo la demuestra y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de
estas lagunas vide una sierpe, la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras
Altezas. Ella como nos vidb se echó en la laguna y nos la seguimos dentro, porque
no era muy fonda, hasta que con lanzas la matamos. Es de siete palmos en largo;
creo que de estas semejantes hay aquí en esta laguna muchas. Aquí cognoscí del
liñaloe* y mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque
me dicen que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua fuimos
a una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente de ella,
como nos sintieron, dieron todos a fugir y dejáronlas casas y escondieron su ropa
y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada ni la valía de un alfiler.
Después se llegaron a nos unos hombres de ellos y uno se llegó del todo aquí. Yo
di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy contento y muy
alegre, y porque la amistad creciese más y los requeriesé algo, le hice pedir agua,
y ellos, después que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas
llenas y folgaron mucho dámosla. Y yo les mandé dar otro remalejo de cuentecillas
de vidrio y dijeron que de mañana vemían hacia acá. Yo quería hinchir aquí toda
vasija de los navíos de agua; por ende, si el tiempo me da lugar, luego me partiré
a rodear esta isla fasta que yo haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él
oro que oyó que trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que
deber ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a lo
cual ellos llaman Colba**, en la cual dicen que ha naos y mareantes mucho y muy
grande, y de esta isla otra que llaman Bosto, que también dicen que es muy
grande. Y a las otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo fallare
recaudo de oro o especería determinaré lo que he de facer. Mas todavía, tengo
determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Guisay"** y dar las cartas de
Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella".

Tomado de Loa cuatro del almirante y su testamento. Edit. Espasa-Calpe.

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