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Deterioro letal
Abusos por las fuerzas de seguridad y crisis
democrática en el Perú

Resumen

“Mi esposo amaba la vida. Estaba lleno de vida. No merecía morir así. Le quitaron a mi hija el
derecho de tener un padre” – Ruth Bárcena Loayza

A las 2:50 p.m. del 15 de diciembre de 2022, Ruth Bárcena Loayza vio en las redes sociales que su
esposo había recibido un disparo. Leonardo David Hancco Chacca, operador de maquinaria
pesada de 32 años, había salido de casa esa mañana para unirse a una ola de protestas en el
empobrecido y mayoritariamente indígena sur del Perú. La pareja vivía en Ayacucho, una ciudad
en los Andes peruanos donde, en la década de 1980, la población sufrió tanto la violencia
extrema del grupo insurgente maoísta Sendero Luminoso como la respuesta brutal e
indiscriminada de las fuerzas del Estado.

La protesta de esa tarde tuvo lugar cerca del aeropuerto, a unos dos kilómetros del cuartel militar
Los Cabitos, donde las fuerzas de seguridad torturaron y asesinaron a personas durante su
campaña contra Sendero Luminoso en los años ochenta y noventa, y a unos tres kilómetros de la
zona donde enterraron más de un centenar de cadáveres.

Bárcena Loayza, que entonces estaba embarazada, corrió al hospital y luego al aeropuerto en
busca de su esposo. “Las balas volaban sobre mí, a mi lado”, recuerda. Los que disparaban eran
militares, dijo. En un momento dado, vio a un militar que agarraba por el pelo a un joven que huía,
cerca de una gasolinera Primax, 430 metros al sur de la entrada del aeropuerto. Dijo que vio al
militar golpearlo con la culata de su arma y pisarle la espalda después de que cayera al suelo. “El
militar le dijo: ‘Terrorista, vas a morir. ¿Qué vienes a hacer aquí?”. A continuación, el militar le
disparó en la pierna, relató Bárcena Loayza.
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Bárcena Loayza encontró a su marido en el Hospital Regional de Ayacucho con graves heridas de
bala. Al día siguiente, una ambulancia lo llevó a él y a otros dos heridos al aeropuerto, donde el
personal médico pidió a los militares que los trasladaran en una avioneta militar a un hospital de
Lima. “Que se joda”, dice Bárcena Loayza que respondió un militar, “los terroristas merecen morir
así”. La ambulancia llevó a los heridos de vuelta al hospital. Hancco Chacca murió en la
madrugada del 17 de diciembre.

El 15 de diciembre de 2022, las fuerzas militares mataron a 10 personas e hirieron a decenas en


Ayacucho. Estas 10 personas forman parte de los 49 manifestantes y transeúntes—entre ellos 8
menores de 18 años—que murieron tras resultar heridos durante las protestas ocurridas en el Perú
entre el 7 de diciembre de 2022 y febrero de 2023. Más de 1.000 personas resultaron heridas,
entre ellas cientos de policías.

Este informe documenta estos homicidios y lesiones en un contexto de deterioro de las


instituciones democráticas, corrupción, impunidad por abusos cometidos en el pasado y
persistente marginación de la población rural e indígena peruana.

La evidencia muestra que las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del Perú hicieron un uso
desproporcionado e indiscriminado de la fuerza contra manifestantes y transeúntes, en clara
violación del derecho internacional. La gran mayoría de las víctimas mortales falleció por heridas
de bala causadas por fusiles de asalto y pistolas. El informe también concluye que, en algunos
lugares, la policía disparó perdigones de plomo contra los manifestantes, prohibidos por las
normas internas de la policía.

Es probable que estas muertes constituyan ejecuciones extrajudiciales o arbitrarias en virtud del
derecho internacional de los derechos humanos, por las cuales el Estado es responsable. Los
fiscales deben investigar a los agentes que dispararon contra manifestantes pacíficos o que de
alguna otra forma hicieron un uso desproporcionado de la fuerza, así como a sus superiores y a
las autoridades civiles.

El informe se basa en entrevistas a más de 140 personas, incluidos testigos, manifestantes y


transeúntes heridos, familiares de fallecidos, agentes de policía, fiscales, autoridades
gubernamentales y otros, realizadas durante un viaje al Perú entre enero y febrero de 2023, y de
forma remota desde febrero hasta abril de 2023. Human Rights Watch también verificó más de 37
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horas de video y 663 fotografías de las protestas y revisó autopsias, informes balísticos, registros
médicos y otra documentación.

Inestabilidad política, corrupción y marginación


El Perú ha soportado años de inestabilidad política y creciente polarización. El país tuvo seis
presidentes en seis años. La corrupción es un factor importante en el deterioro de las
instituciones públicas. Salpicó a sucesivos gobiernos, independientemente de la ideología
política, así como a muchos miembros del Congreso y de los gobiernos regionales.

La parálisis política y la negligencia han resultado en una falta de políticas eficaces para abordar
las manifiestas e históricas desigualdades en el ejercicio de los derechos económicos, sociales y
culturales. Los niveles de pobreza se dispararon con el inicio de la pandemia de Covid-19,
afectando al 30 % de la población en 2020. Hasta la fecha, el Perú ha registrado la tasa más alta
de muertes por Covid-19 en el mundo, en parte debido a la debilidad de su sistema público de
salud.

Las poblaciones rurales del interior del país, muchas de las cuales se identifican como miembros
de los pueblos indígenas quechua y aimara, carecen de un acceso adecuado a la atención
sanitaria, a la educación y a otros servicios, lo que se traduce en tasas mucho más elevadas de
pobreza, desnutrición infantil, analfabetismo y falta de acceso a Internet en comparación con el
resto del Perú.

Para muchas personas en las comunidades marginadas, la elección en 2021 de Pedro Castillo,
antiguo maestro de primaria de una comunidad rural, fue un momento de esperanza. Pero su
gobierno no implementó medidas efectivas para abordar estos y otros problemas sociales y
rápidamente se vio envuelto en escándalos de corrupción.

El Congreso tenía previsto votar, en la tarde del 7 de diciembre de 2022, la destitución de Castillo
sobre la base de las acusaciones de corrupción. En la mañana de la votación, Castillo intentó
disolver el Congreso, gobernar por decreto e intervenir el poder judicial. Estas acciones, que en la
práctica constituyeron un golpe de Estado fallido, desencadenaron una crisis que, al momento de
redactar este informe, continuaba.
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Las instituciones democráticas, las Fuerzas Armadas y miembros del gabinete de Castillo
rechazaron rápidamente las medidas del entonces presidente. El Congreso destituyó a Castillo y
la vicepresidenta Dina Boluarte asumió la presidencia, de conformidad con la Constitución
peruana. Ese mismo día, Boluarte anunció que gobernaría hasta el final del mandato de Castillo,
en 2026, a pesar de que las encuestas de entonces mostraban que más del 80 % de los peruanos
querían elecciones anticipadas.

Miles de manifestantes salieron a las calles pidiendo elecciones anticipadas, entre otras
demandas y, aunque la presidenta Boluarte finalmente cambió de postura y apoyó la celebración
de elecciones anticipadas, el Congreso ha votado repetidamente en contra. Muchos peruanos
creen que muchos congresistas se niegan a adelantar las elecciones porque quieren conservar
sus puestos, ya que una enmienda constitucional prohíbe su reelección inmediata.

El rechazo al Congreso, una institución que genera una abrumadora desaprobación pública, se
convirtió en un denominador común de las protestas, así como los pedidos para que Boluarte
renunciara, lo que desencadenaría nuevas elecciones presidenciales. Algunos manifestantes
dijeron a Human Rights Watch que también les impulsó a salir a las calles su indignación ante la
respuesta represiva del gobierno a las protestas, incluidas las muertes de manifestantes a partir
de diciembre. Asimismo, miembros de comunidades indígenas y rurales dijeron a Human Rights
Watch que la frustración por no poder ofrecer una vida mejor a sus hijos, junto con la falta de
acceso a una educación y a una atención sanitaria de calidad, los motivó a viajar a las ciudades
para protestar. La clase trabajadora de algunas de esas ciudades se unió a ellos.

Muchos de los que salieron a las calles en las semanas y meses siguientes resultaron gravemente
heridos o muertos.

Violencia de manifestantes
La Defensoría del Pueblo del Perú registró 1.327 protestas entre el 7 de diciembre de 2022 y el 20
de febrero de 2023, en las que miles de personas participaron pacíficamente. Sin embargo,
también informó de 153 incidentes de violencia en las protestas. Algunos manifestantes lanzaron
piedras contra las fuerzas de seguridad y, en algunos lugares, artefactos caseros que, según la
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policía, combinaban explosivos con fuegos artificiales. Cientos de policías resultaron heridos, la
mayoría con contusiones por piedras, y unos pocos resultaron con lesiones graves, como daños
en órganos. Un policía murió en la ciudad de Juliaca, aunque las motivaciones y circunstancias
que rodearon su muerte continúan sin esclarecerse.

Manifestantes causaron daños a cientos de edificios públicos y privados, según la policía,


derribaron vallas y entraron en las pistas de aeropuertos, interrumpiendo las operaciones aéreas
en cinco ciudades.

Según la Defensoría del Pueblo, bloqueos de carreteras realizados por manifestantes provocaron,
al 16 de marzo de 2023, 11 muertes de personas que no pudieron llegar a los hospitales o que
sufrieron accidentes de tráfico. Los bloqueos provocaron escasez de combustible y alimentos en
algunas zonas, y contribuyeron a la muerte por afecciones respiratorias de siete migrantes
haitianos, entre ellos un niño, que se vieron obligados a permanecer en una ciudad fronteriza a
gran altitud y con bajas temperaturas por la noche.

Los gobiernos tienen la responsabilidad de proteger a la población de los actos violentos, incluso
de aquellos llevados a cabo por manifestantes, y de esclarecer responsabilidades de acuerdo con
las normas internacionales sobre garantías del debido proceso. Pero el gobierno, incluidas las
fuerzas de seguridad, también tiene la obligación, en virtud del derecho internacional de los
derechos humanos, de proteger la libertad de expresión y de reunión pacífica. Las autoridades
deben distinguir siempre entre los responsables de actos violentos y quienes se manifiestan
pacíficamente, y atenerse a los principios de necesidad, legalidad y proporcionalidad. El
incumplimiento de estos principios por parte de las Fuerzas Armadas y la policía dio lugar a
graves violaciones de derechos humanos.

Brutal respuesta estatal a las protestas


Testigos y la defensora del pueblo informaron a Human Rights Watch de casos en los que la
policía utilizó armas menos letales, como gases lacrimógenos y escopetas antidisturbios, para
dispersar reuniones pacíficas, en violación de las normas internacionales de derechos humanos.
En otros casos en los que algunos manifestantes se volvieron violentos, la respuesta policial y
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militar fue excesiva e indiscriminada, y existen pruebas fehacientes del uso prohibido de armas
de fuego en respuesta a las protestas.

En al menos 39 de las 49 muertes de civiles registradas por la Defensoría del Pueblo y vinculadas
con la respuesta de las fuerzas de seguridad a las protestas, la causa de la muerte fue heridas de
bala, según las autopsias, los informes de balística y los registros médicos revisados por Human
Rights Watch. En otro caso, un registro médico indica que la persona murió “por probable arma de
fuego”. Cinco personas murieron por perdigones disparados con escopetas y un manifestante
aparentemente murió por un cartucho de gas lacrimógeno disparado a corta distancia, según los
documentos y videos verificados por Human Rights Watch. Human Rights Watch no pudo
determinar la causa de la muerte en los tres casos restantes que hacen a las 49 muertes.

Al menos otras 125 personas resultaron heridas de bala, según una base de datos del Ministerio
de Salud, aunque es probable que la cifra real sea mayor. Human Rights Watch revisó historiales
médicos proporcionados por familiares de víctimas que hacían referencia a heridas de bala en
varios casos que no estaban incluidos en la lista del ministerio.

El uso de fuerza letal con armas de fuego, incluidos fusiles de asalto y pistolas, por parte de
militares y policías para disparar contra manifestantes y transeúntes, y el uso de escopetas para
disparar perdigones potencialmente letales a corta distancia, en algunos casos perdigones de
plomo, explican el elevadísimo número de víctimas mortales.

Las 34 autopsias que Human Rights Watch obtuvo de personas que murieron por heridas de bala
muestran que 14 víctimas recibieron impactos de bala en el torso, 11 en la cabeza y 9 en la
espalda. Un experto forense dijo a Human Rights Watch que las heridas de bala en la parte
superior del cuerpo, incluida la cabeza, son consistentes con ataques direccionados.

El entonces comandante general de la Policía Nacional del Perú afirmó que, hasta el 7 de febrero
de 2023, la policía no había confiscado armas de fuego a manifestantes en ningún lugar del país.
En las más de 37 horas de video y 663 fotografías de protestas que Human Rights Watch revisó no
se identificó a ningún manifestante portando armas de fuego.

Seis registros militares revisados por Human Rights Watch mostraron que personal militar en
Ayacucho estaba equipado con fusiles de asalto Galil el 15 de diciembre de 2022. Un informe de
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balística elaborado por expertos forenses de la policía indicó que en el cuerpo de una de las
víctimas fatales se encontró un proyectil de 5,56 mm “para fusil Galil”. En los casos de otras ocho
víctimas, los informes de balística establecieron que las heridas de entrada fueron causadas por
proyectiles de calibre similar (una medida de tamaño que se refiere al diámetro de la bala).

En el caso de la ciudad de Juliaca, los informes de balística realizados por expertos forenses de la
fiscalía muestran que las balas y los fragmentos de bala recuperados de tres víctimas tienen el
mismo calibre que las balas disparadas por los fusiles de asalto que se vio que portaban los
policías y militares ese día. Dos fotografías del día de los disparos en Juliaca verificadas por
Human Rights Watch muestran un casquillo usado de este calibre de bala rotulado PNP, por
Policía Nacional del Perú.

En varios casos, las fuerzas de seguridad parecen haber matado a personas a distancia, a veces a
más de 100 metros, lo que cuestiona la explicación de que dispararon en defensa propia.

De los cuerpos de otras tres víctimas de Juliaca se recuperaron balas de 9 mm o fragmentos de


bala de ese calibre. El mismo tipo de munición se utiliza en las pistolas estándar de la policía
peruana.

Al menos 15 de los muertos eran transeúntes, otros tres estaban observando las protestas y tres
intentaban ayudar a los heridos, según entrevistas y videos recogidos por Human Rights Watch.
Sus muertes son indicios del carácter indiscriminado de la respuesta de la policía y de las Fuerzas
Armadas.

El uso de armas letales por parte de las fuerzas policiales y militares para responder a las
protestas hizo que fuera muy probable y previsible la pérdida de vidas o las lesiones graves. Esto
fue manifiestamente desproporcionado en relación con la amenaza a la que se enfrentaban.

El uso inapropiado de armas menos letales también causó lesiones graves y muertes. Ocho
videos y cinco fotografías que Human Rights Watch verificó muestran a miembros de las fuerzas
de seguridad disparando cartuchos de gas lacrimógeno de forma horizontal hacia los
manifestantes, contraviniendo las normas internas de la policía peruana y las mejores prácticas
internacionales sobre el uso de este tipo de proyectiles para reducir el riesgo de lesiones graves o
muerte. En Juliaca, los agentes dispararon gases lacrimógenos en una zona donde el personal
médico estaba atendiendo a los heridos y desde un helicóptero del ejército. En Lima, tres videos
de cámaras de seguridad parecen mostrar a un policía disparando un cartucho de gas
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lacrimógeno con un arma antidisturbios, directamente y a corta distancia, contra manifestantes,


uno de los cuales murió.

Los informes de balística y otras pruebas apuntan a que la policía utilizó perdigones de plomo en
algunos lugares, lo que está prohibido por las normas internas de la policía del Perú. Human
Rights Watch documentó que la policía ya los había utilizado en Lima en noviembre de 2020.

En enero de 2023, la policía disparó perdigones que causaron heridas que resultaron en la muerte
de al menos cinco personas en Juliaca, Arequipa y Cusco. Las víctimas fueron impactadas por
múltiples perdigones, lo cual indica que fueron disparados a corta distancia, ya que este tipo de
proyectiles se dispersa con la distancia. En un caso, las imágenes de cámaras de seguridad
verificadas por Human Rights Watch muestran a un agente de policía disparando a
aproximadamente unos siete metros de distancia contra un joven que huía. Una radiografía
mostró unos 30 perdigones en su cuerpo. Murió en marzo de 2023. Al menos 71 personas
resultaron heridas por perdigones, según datos del Ministerio de Salud.

En total, unas 1.300 personas—entre ellas al menos 39 niños—fueron atendidas en centros de


salud públicos y privados por lesiones recibidas durante las protestas entre el 7 de diciembre de
2022 y el 2 de marzo de 2023, según datos del Ministerio de Salud. De ellas, unas 380 eran
policías.

Alrededor del 70 % de los heridos eran hombres de entre 18 y 40 años. Al 2 de marzo de 2023, 22
personas seguían hospitalizadas; entre ellas, 2 por heridas graves que recibieron en diciembre.

Algunos periodistas sufrieron agresiones tanto por parte de manifestantes como de las fuerzas de
seguridad. La Asociación Nacional de Periodistas del Perú (ANP) documentó 155 casos de
hostigamiento, amenazas, golpes y detenciones arbitrarias desde el 7 de diciembre de 2022
hasta enero de 2023. De acuerdo con la ANP, en diciembre la mayoría de los agresores fueron
manifestantes, mientras que, en enero, las fuerzas de seguridad fueron los principales agresores.

Abusos contra detenidos


Human Rights Watch también documentó violaciones del debido proceso y abusos contra
detenidos. La policía parece haber hecho un uso indebido de una disposición legal demasiado
amplia que le permite detener a personas para verificar su identidad, en un intento de intimidar a
los manifestantes y mantenerlos temporalmente bajo custodia.
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El 21 de enero de 2023, la policía incurrió en numerosos abusos al llevar a cabo una detención
masiva de estudiantes y de personas de otras regiones que habían viajado hasta Lima para
manifestarse y que pernoctaban en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Al 5 de abril, la
fiscalía decidió continuar una investigación preliminar de 192 detenidos en la universidad por
usurpación, un tipo penal que castiga el tomar posesión de un inmueble, que conlleva una pena
de hasta cinco años de prisión.

La Defensoría del Pueblo también documentó casos de golpes y otros malos tratos, tanto físicos
como psicológicos, a manifestantes bajo custodia policial en todo el país. En Lima, la policía
separó por género a algunos grupos de detenidos y luego los obligó a desnudarse para
registrarlos, según dijo una testigo.

La policía no proporciona alimentos, productos para la menstruación ni medicinas a las personas


que detiene en las comisarías, a pesar de que la ley le permite retener a los sospechosos hasta
por 48 horas antes de que un fiscal decida si la persona debe ser puesta en libertad o llevada
ante un juez. Hay una expectativa de que los familiares lleven esos artículos de primera necesidad
a los detenidos.

Investigación de abusos y actos de violencia


El sistema disciplinario de la policía carece de transparencia e independencia. No responsabilizó
a quienes cometieron abusos contra manifestantes en 2020. El director de investigaciones de la
Inspectoría General de la policía—la oficina de asuntos internos de la policía—dijo a Human
Rights Watch que habían abierto investigaciones en relación con las muertes en el contexto de las
actuales protestas, pero se negó a proporcionar más detalles. Afirmó que ningún agente de la
policía había sido sancionado ni apartado del servicio.

La fiscal de la Nación Patricia Benavides informó a Human Rights Watch que, al 8 de febrero de
2023, su oficina había abierto 189 investigaciones sobre muertes y lesiones de manifestantes y
transeúntes, y sobre actos de violencia por parte de manifestantes.

Fiscales especializados en derechos humanos dirigían algunas de esas investigaciones en ese


momento, pero tienen muy poca presencia en el sur del país, donde se produjeron la mayoría de
los abusos. Human Rights Watch detectó graves deficiencias en algunas de las investigaciones
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sobre abusos, incluyendo la omisión de recoger pruebas iniciales clave, que pueden comprometer
la investigación. Por ejemplo, en algunos casos, las autoridades no preservaron el lugar de los
hechos ni recogieron casquillos de bala y otras evidencias. Los fiscales no ordenaron que se
hicieran a militares y policías pruebas de absorción atómica, que detectan si una persona usó un
arma de fuego y deben realizarse en las horas siguientes a disparar.

En dos casos de Andahuaylas, los fiscales no organizaron autopsias antes de que los cuerpos
fueran enterrados, por lo que estas sólo se hicieron meses después. Más de seis semanas tras las
muertes de manifestantes y transeúntes en Ayacucho, Andahuaylas y Juliaca, los fiscales aún no
habían decomisado ningún arma para realizar análisis balísticos, según los abogados de las
víctimas y una fiscal. En Cusco y Arequipa, los fiscales no solicitaron las grabaciones de las
cámaras de seguridad de los lugares en los que hubo personas heridas o muertas, según
abogados que representan a las víctimas.

Los fiscales de derechos humanos en el Perú no tienen peritos forenses asignados a sus casos,
sino que solicitan los peritajes a cualquier experto que trabaje para la fiscalía en todo tipo de
casos. Ello impide que se puedan especializar en investigaciones sobre abusos por las fuerzas de
seguridad. En lugar de tratar de mejorar el análisis forense a nivel nacional, el 27 de febrero de
2023 el gerente de la oficina de peritajes de la fiscalía ordenó la suspensión inmediata de los
servicios periciales realizados en la capital. Afirmó que la suspensión se debía a “un proceso de
reorganización” determinado por sus superiores. La jefa de una fiscalía provincial dijo a Human
Rights Watch que, “en la práctica”, la orden suspende los peritajes en las provincias porque no
cuentan con un presupuesto suficiente para pagarlos.

El 31 de marzo de 2023, la fiscal de la Nación creó un equipo especial con once fiscales y una
coordinadora para investigar las violaciones de derechos humanos y los actos de violencia
durante las protestas desde diciembre de 2022 hasta marzo de 2023.

Las asociaciones de víctimas criticaron esta medida, afirmando que no se les había consultado
sobre la creación del grupo y que sus miembros tenían poca o ninguna experiencia en la
investigación de abusos de derechos humanos. Además, a las organizaciones no
gubernamentales locales les preocupa que, al nombrar fiscales solo hasta junio de 2023, la fiscal
de la Nación pueda influir en el curso de la investigación, ya que podría decidir no renovar el
nombramiento de algunos fiscales.
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El equipo de fiscales debe aprovechar la centralización de todos los casos para rastrear la cadena
de mando e investigar la responsabilidad de los mandos policiales y militares y de las
autoridades civiles en los abusos cometidos en todo el país.

Responsabilidad de altos funcionarios en los abusos


En enero de 2023, la fiscal de la Nación abrió una investigación preliminar contra la presidenta
Boluarte; el presidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola; el ministro de Defensa, Jorge
Chávez; los exministros del Interior Víctor Rojas y César Cervantes; y el exjefe del Estado Mayor
Pedro Angulo, por homicidio y lesiones graves cometidos durante las protestas, entre otros
delitos.

Los fiscales tienen la obligación de investigar no sólo a los militares y policías que cometieron
delitos, sino también a sus superiores y a las autoridades civiles que pueden haber ordenado los
abusos, no haberlos detenido pese a tener la responsabilidad de hacerlo, o no haber respondido
adecuadamente para impedir nuevos abusos y garantizar la rendición de cuentas.

A mediados de diciembre de 2022 ya habían surgido pruebas de que la policía y las Fuerzas
Armadas estaban haciendo un uso excesivo de la fuerza. Entre el 11 y el 14 de diciembre de 2022,
ocho personas murieron durante las protestas, al menos seis de ellas tras sufrir heridas de bala,
según las autopsias y los registros médicos revisados por Human Rights Watch. Los testigos
afirmaron que la policía utilizó armas letales contra los manifestantes. El 15 de diciembre,
personal militar disparó fusiles de asalto contra manifestantes y transeúntes en Ayacucho,
causando 10 muertos y decenas de heridos.

El 17 de diciembre, Otárola, que entonces era ministro de Defensa, dijo en una rueda de prensa
conjunta con la presidenta Boluarte que los hechos de Ayacucho eran “una lamentable secuela de
actos fallidos” por gente violenta, que las Fuerzas Armadas habían “escrupulosamente
respetado” las normas para el uso de la fuerza y prometió “la protección legal” del Estado a los
agentes. Cuatro días después, la presidenta Boluarte nombró a Otárola presidente del Consejo de
Ministros.

Las protestas cesaron durante las fiestas de Navidad, pero se reanudaron en enero, al igual que
las muertes.
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El primer ministro Otárola, según versiones periodísticas, ha declarado ante la Fiscalía que la
presidenta Boluarte afirmó en un mensaje de WhatsApp que el uso de la fuerza debía ajustarse a
la ley y que la vida de los ciudadanos era la prioridad. Las notas de prensa no informan de la
fecha del mensaje. Otárola dijo que él transmitió el mensaje a la cúpula de las Fuerzas Armadas.

Los fiscales deberían verificar esta afirmación del primer ministro Otárola. Sin embargo, incluso
tomándola por cierta, Human Rights Watch no ha visto ninguna prueba de acciones por parte de la
presidenta Boluarte o de sus ministros para garantizar el cumplimiento de esa directiva, a pesar
de los repetidos casos en los que estaba claro que las fuerzas de seguridad estaban violando la
ley y poniendo en peligro la vida de la población.

Tampoco hemos visto pruebas de que el gobierno tomara medidas para que los responsables
rindieran cuentas. Al contrario, las autoridades desestimaron los abusos. A menudo negaron que
se hubieran producido, al tiempo que expresaban repetidamente opiniones ofensivas sobre los
manifestantes y los menospreciaban insinuando que eran “terroristas”. La retórica del gobierno,
que parecía excusar o minimizar los abusos, combinada con la aparente inacción de las más altas
autoridades civiles que tenían la responsabilidad sobre las fuerzas de seguridad ante las sólidas
pruebas de los abusos, plantea interrogantes sobre la posible negligencia o incluso complicidad
en los abusos.

A principios de febrero, el Ministerio del Interior no había abierto ninguna investigación sobre la
conducta policial y ningún agente de policía había sido sancionado ni apartado del servicio.

Intensificación de las amenazas a las instituciones democráticas


Desde Lima, las autoridades de los distintos ámbitos de gobierno no han abordado, ni siquiera
debatido, las raíces de las protestas, incluida la marginación de las poblaciones rurales e
indígenas, así como el rechazo de la población a altas autoridades del país, quienes muchos
peruanos creen que gobiernan en beneficio propio y que aprovechan el cambio en la presidencia
para atrincherarse aún más en el poder.

En los meses transcurridos desde que Boluarte asumió la presidencia y comenzaron las protestas,
se produjeron nuevos escándalos de corrupción que salpican a miembros del Congreso y a la
propia presidenta.
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Sectores del Congreso parecen moverse rápidamente para debilitar las instituciones democráticas
que podrían servir de control a su poder. En 2022, el Congreso sustituyó a seis de los siete
miembros del Tribunal Constitucional en un proceso que fue ampliamente criticado por su falta de
transparencia y por no garantizar que los candidatos fueran seleccionados con base en el mérito.
En febrero de 2023, ese tribunal emitió una resolución de gran alcance que parece otorgar al
Congreso una amplia autoridad con supervisión mínima por parte de los tribunales. Basándose en
ese fallo, el Congreso ahora está en condiciones de seguir adelante con el proceso de selección
de un nuevo defensor del pueblo—una figura crucial para que el gobierno rinda cuentas en
materia de derechos humanos—a pesar de las preocupaciones de que los intentos legislativos
anteriores para designarlo amenazaban la independencia de esa oficina. Además, el fallo abre la
puerta para que el Congreso investigue y destituya a las autoridades electorales del Perú. Algunos
sectores del Congreso que denunciaron falsamente fraude electoral tras la elección de Castillo
están particularmente interesados en adoptar esa medida.

La respuesta internacional a la crisis


En general, los gobiernos extranjeros no se han pronunciado de forma enérgica y coherente ni han
tomado medidas para defender los derechos humanos durante la actual crisis en el Perú. Durante
meses, Estados Unidos y Canadá no denunciaron las muertes y otros abusos graves cometidos
por las fuerzas del Estado.

Mientras tanto, Argentina, Bolivia, Colombia, Honduras y México han defendido a Castillo y hecho
caso omiso de su intento de disolver el Congreso y hacerse con el poder judicial.

Pocos gobiernos parecen haber prestado atención a las nuevas amenazas a las instituciones
democráticas, incluidas las autoridades electorales, que se originan en el Congreso.

Principales recomendaciones al gobierno peruano


Garantizar investigaciones y rendición de cuentas adecuadas
El gobierno peruano debe garantizar investigaciones rápidas, independientes y exhaustivas de
todos los abusos cometidos por la policía y las Fuerzas Armadas, así como de los actos de
violencia, enjuiciando a los responsables según corresponda. Los fiscales deben investigar y
presentar cargos, según proceda, no sólo contra los militares y policías que cometieron los
Bajo embargo estricto.
Prohibida su publicación y divulgación hasta:
00:01 a.m. hora de Lima, del miércoles 26 de abril de 2023
01:01 a.m. hora de Washington D.C., del miércoles 26 de abril de 2023

abusos, sino también contra sus superiores y las autoridades gubernamentales que pueden
haberlos ordenado, no haber tomado medidas efectivas para impedirlos o no haber respondido
adecuadamente para impedir nuevos abusos, así como garantizar la rendición de cuentas.

Promover el diálogo nacional


El gobierno peruano debe tomar medidas concretas para recuperar la confianza de la población y
allanar el camino para el diálogo con los manifestantes y las comunidades afectadas:

• Poner fin a la estigmatización de los manifestantes a través de un lenguaje que los vincula
falsamente con el terrorismo o que los denigra de cualquier otra forma.
• Condenar inequívocamente las muertes y otros abusos.
• Tomar medidas claras para promover la rendición de cuentas por los abusos.
• Ordenar que las fuerzas de seguridad protejan el derecho a la protesta pacífica.
• Adoptar medidas, incluyendo mediante acciones con el Congreso, para abordar las
profundas desigualdades que afectan el ejercicio de los derechos económicos, sociales y
culturales y la marginación de las poblaciones indígenas y rurales, en particular a través
de la protección social universal y el acceso a servicios públicos de calidad.

Dada la desconfianza existente entre las diferentes partes, un eventual diálogo que aborde las
preocupaciones legítimas de la población sobre temas políticos, económicos, sociales y
culturales debería ser facilitado por mediadores independientes y creíbles con el apoyo de las
agencias regionales o de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional.

Invitar a una comisión de expertos internacionales


El gobierno peruano debería invitar a una comisión independiente de expertos internacionales y
concederle acceso a la información gubernamental y a los expedientes de los casos para apoyar
las investigaciones en curso y elaborar un informe sobre la crisis actual y las violaciones de los
derechos humanos, de forma complementaria a las investigaciones penales existentes. La
comisión debería investigar los factores que condujeron a la crisis, las causas de las protestas,
los actos de violencia cometidos en el contexto de las protestas y los abusos de las fuerzas de
seguridad. La comisión podría respaldar las investigaciones penales en curso mediante
investigaciones sobre los hechos, la coordinación de peritajes y el asesoramiento sobre
estrategias de investigación o la apertura de nuevas investigaciones. También debería formular
Bajo embargo estricto.
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recomendaciones para reforzar la rendición de cuentas, el Estado de derecho, los procesos


democráticos y la protección de los derechos humanos.

Los ejemplos más recientes de este tipo de comisiones en la región son los grupos
interdisciplinarios de expertos independientes creados mediante acuerdos entre la Organización
de Estados Americanos (OEA), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y los
gobiernos de México, Nicaragua y Bolivia. Estos grupos llevaron a cabo una importante labor de
investigación de graves abusos contra los derechos humanos en esos países.

Reformar la policía
El gobierno peruano debe trabajar con el Congreso para garantizar una reforma policial que
implique la mejora de los equipos y la formación para el control de multitudes y el uso de la
fuerza. También debería incluirla revisión de los protocolos y de la facultad de realizar controles
de identidad y la reforma del sistema disciplinario para garantizar su independencia y
transparencia, entre otras medidas.

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