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7 DE JUNIO DE 2022
OTERO M. ANTONELA
Hace un tiempo atrás, en mi época de adolescente, sentía todo el tiempo una presión
sobre mis hombros, y unas ganas inmensas de escapar.
Convivía con las burlas de mis compañeros, por mi sobrepeso, era “la heladera” del
grupo, o para las chicas más lindas, era redonda como “un globo”. Y lejos de poder
ponerle un freno a la situación, yo trataba de no escucharlas, sin que ellos se dieran
cuenta, que sí, los escuchaba, y que sus palabras eran como golpes de puño contra
mi cuerpo. Mi intención no era contarle a mi familia, porque sentía que podía ser peor
y decidí tratar de aguantar.
Recuerdo ese martes como se abre la puerta del salón, era el preceptor, yo sentada
en el último banco a la izquierda, por supuesto me sentaba sola, nadie me hablaba en
los recreos, o bien, solo era para cargarme. Detrás del preceptor se asomaba una
cabellera de rulos, preciosos, oscuros, recuerdo que el da un paso a la derecha y nos
comenta que Júlia iba a ser compañera nuestra.
Júlia era alta, con ojos marrones oscuros casi que no los podía distinguir porque su
mirada estaba fija en el piso y automáticamente cuando la docente la saludo y le dijo
que se sentara, el salón se volvió un bullicio y se oían risas, definitivamente sentí que
podía pasarle lo que me estaban haciendo a mí durante todos estos años. Fue justo
en ese momento que percibí su cara desorbitada y la invite a sentarse conmigo; así
fue se sentó.
Durante el resto de la hora no quise sacarle ningún tema de conversación solo le dije
soy Antonela, y sonrío, pero seguía sintiendo su incomodidad, por eso espere el
recreo.
Cuando salimos al patio, le pregunte a Júlia si era de nuestra ciudad, nunca la había
visto, a pesar de vivir en un pueblo. Ella me comentó que sí, pero que vivía en un
campo y no era mucho de venir a la ciudad, hasta que se tuvo que cambiar de colegio.
A los días siguientes, nuestro vínculo se iba fortaleciendo aún más, ella pasó a ser mi
bocanada de aire cada vez que mis compañeros me cargaban, ella me agarraba fuerte
de la mano, me hacía sentir que era una aliada.
Seguí viviendo situaciones como: salir al patio e ir al kiosco y que me griten vas a
quedar como una piñata, o entrar al aula y que griten guarda que se rompe el piso, o
también que me llueven bolas hechas de papel, solamente a mí. En esos momentos
mi globo se inflaba, y volvía esa presión, esa vergüenza, mis ganas de huir.
A mí siempre me gustaba llegar temprano, porque sabía que si era la última toda el
aula se iba a reír. Ese viernes camino a la escuela, mamá pincho el auto y no solo que
iba a llegar tarde sino que iba a llegar en una grúa, sí, no teníamos la rueda de auxilio.
Cuando me bajaba de la grúa, lo hice casi corriendo. Era tarde, Germán estaba
fijamente mirando la situación, me apure para entrar antes que él. No bastó.
Si bien todo el aula me vio llegar, apurada casi sin aire, todos riéndose, peor fue
cuando entro Germán al grito de “la tuvieron que traer en una grúa exploto la rueda del
auto” y ahí sentí la vergüenza más grande que había pasado hasta el momento, la risa
de todos, los dedos señalándome, y mi globo era ya como una piñata, esa sensación
de que iba a estallar. Así fue, llore, llore tanto, que el salón se calló por completo.
Recuerdo que la docente le pidió a Júlia que me acompañe al baño para
tranquilizarme, así fue. Ella tan tímida no me decía ni una palabra solo me abrazaba,
no hacía falta quizás que me diga algo, porque su expresión valía mucho más.
Logre calmarme y volver al aula, que seguía estando con un silencio de entierro, sí
ese entierro sentía que era el mío. La docente empieza a hablarnos con los ojos
llorosos, pero los de ella parecían de rabia, recuerdo que empezó a preguntar si
alguna vez los habían cargado y que vayan levantando la mano, por ser rubios,
morochos, pecosos, nariz grande, nariz chica, flacos, altos, bajos, gordo, anteojos,
rulos. La docente no dejaba de decir características de las personas hasta que el aula
por completo tenía la mano levantada, y les pidió que entonces revean porque me
hacían esto a mí si ellos también habían pasado por una situación desafortunada,
seguramente ellos también habían sentido el globo inflándose como lo sentía yo.
A medida que la docente hablaba sentí que mi vergüenza se iba diluyendo, pero ahora
la sentían mis compañeros por cargarme, al finalizar la hora me pidieron disculpas, fue
la primera vez que comprendí que eran sinceras, era como sentir que me estén
poniendo una curita.
Al otro día del conflicto, miércoles, no me anime a ir a clase, le dije a mamá que
estaba descompuesta. Sabía que el jueves teníamos con la docente que me había
rescatado, por eso quería que ella este presente para ver como seguía la situación.
Era un día muy ventoso y decidí ir caminando al colegio. Para mi sorpresa cuando
entre al aula, me saludaron como si fuera una más, aunque siempre lo había sido pero
ellos nunca lo habían aceptado. La docente nos saluda y comienza a repartir globos, sí
globos, como si supieran que me cargaban con eso, como si supiera que mi vida se
había convertido en un globo que se inflaba y desinflaba cada tanto. Nos propone
inflar los globos y atarle un cartelito con aquellas características con las cuales nos
habían cargado alguna vez y nos lastimaron.
Una vez que ya estábamos todos listos, con los globos inflados, con los cartelitos
colgados, nos propone salir al patio y soltar el globo, pero no solo era una suelta de
globos normales, era liberar la situación, era por primera vez sentir y comprender con
el grupo, que todos somos distintos, y que debíamos aceptarnos tal cual como somos.
Otero M. Antonela.