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5:50PM. Una madre ansiosa y una sala que pronto se vio sumida en llanto mientras abría los ojos.

Inhalando el aire colmada con una atmósfera de bienvenida pestañeé haciendo gala de mis largas
pestañas, las cuales reclamaba mi mamá, me diferenciaban de todos los demás recién llegados en
el Hospital Central Universitario “Dr. Antonio María Pineda” de Barquisimeto, estado Lara; ese fue
el momento de mi nacimiento, un 03 de agosto de 1999.

Viví el primer año de mi vida en casa de mi abuela paterna, Belky Asuaje, madre de en ese
entonces el muchacho de 22 años que me heredó su apellido, Manuel Castañeda, el cual estaba
próximo a graduarse como técnico superior en relaciones industriales en la universidad Antonio
José de Sucre, donde conoció a mi mamá, Lenny Velásquez, quien era su esposa hace un año y
esperaba también conseguir su título como técnico superior en administración.

Conforme mis papás tuvieron la oportunidad, a mi año y medio de vida, nos mudamos a “ “ donde
viví hasta los “ “,

Comencé el preescolar a los dos años de edad, en el Colegio Armando Reverón, donde conocí a
una buena parte de los compañeros que me acompañarían hasta la finalización de ese lapso de mi
vida y de la primaria además; eso claro, sin contar a mis dos primeros mejores amigos. Visto que
para ese entonces existía una ley que prohibía que alguien menor a siete años pudiera cursar
primer grado, se me hizo repetir otro año haciendo uso de la chemise amarilla, sin embargo, la
primera vez que lo hice no cala en mis recuerdos, por lo cual las amistades nombradas
anteriormente iniciaron en este año, 2002 para ser exacta.

De lo que recuerdo, siempre fui una estudiante tranquila e independiente, acompañaba a mi


mamá a la universidad donde en silencio realizaba las tareas en un pupitre a su lado mientras ella
oía las clases. A pesar de que no tenía problemas en casa para demandar tiempo, atención y
desenvolverme de forma fluida verbalmente; por el contrario, con personas ajenas a mi familia era
incapaz de entablar una conversación, solía esconderme detrás de las piernas de mi mamá cuando
alguien intentaba saludarme y hablar conmigo, como si eso fuese una especie de escudo, aún
recuerdo lo frustrante que era no tener la respuesta a una pregunta tan simple como “¿Qué le
pediste al niño Jesús?” tan sólo porque mis padres desde un principio me inculcaron que eran ellos
quienes me hacían los regalos y yo no podía simplemente expresarlo porque me sentía extraña,
admito que eso me ahorró muchas lágrimas a futuro, pero el meollo del asunto es que siempre
eran ellos quienes debían responder por mí, y de hecho, aún siguen dando la cara en mi lugar en
ciertas situaciones, algo vergonzoso, sin embargo está bien.

En mi último año de educación inicial creo que fue cuando comencé a destacarme en clase ¡Leer y
escribir era tan sencillo! No entendía por qué mis compañeros me pedían ayuda con algo que yo
veía tan simple, mas yo siempre estaba muy feliz y gustosa de ayudarlos, me hacía sentir
importante de alguna forma y quizá gracias a mi facilidad en esa área es que me tocó el privilegio
de ser la oradora de grado frente a todos los espectadores cuando se nos promovió con los de
camisa blanca… digamos eso, que eran mis dotes sobresalientes y no el hecho de que era la única
candidata visto que nadie más sabía leer.
Siguiente a eso di comienzo a una de las épocas más divertidas y memorables de mi niñez a la
tierna edad de siete años. Definitivamente ese primer año fue interesante, no cualquiera tiene el
privilegio de decir que le dieron su primer beso a los siete años, yo lo llamaría un récord entre mis
allegados. Por otra parte, no todo es tan dulce y rosa como saborear la confusión mezclada con
descubrimiento de ese instante, agradezco que muchos no se dieran cuenta para entonces, pero
en serio he de mencionar que no fue una grata sorpresa descubrir lo cruel que pueden ser los
niños, bueno, una niña en específico. Jamás podré olvidar lo horrible que se sentía ser llamada
“Dumbo”… sí, así mismo como lo leyeron, sé que seguramente no se lo imaginaban, pero para ese
brillante individuo mis orejas pese a ser pequeñas, por el hecho de estar despegadas de mi cráneo
le recordaban a esa película y sí, sentí en carne propia el rechazo que sufrió el elefantito a lo largo
del filme también.

Aún si no la apoyaban como tal en sus vagos intentos por hacerme sentir mal, los inexistentes
esfuerzos por defenderme (a menos de que provinieran de mi mejor amiga para ese entonces, la
cual conocí en la ceremonia de graduación pasada), mezclado con las tenues risas eran suficiente
para hacerme sentir fea en comparación a las otras niñas.

Un día que me marcó sin lugar a dudas sería cuando en una fiesta de segundo grado, la muy diabla
me empujó a la papelera del salón causando que mi ropa interior quedara al descubierto para
todos gracias al hecho de que mi vestido quedó subido hasta la altura de mi estómago, fue
horrible, y eso sin mencionar que de paso había llamado a mi querida prenda “pijama”. Yo que
había ido con toda la ilusión de destacar y terminé deslumbrando con el trasero atascado en la
basura, cundida en lágrimas… pero tranquilos, que como bien dicen los malos nunca se salen con
la suya y gracias a Dios, tanto niños como niñas fueron a consolarme, excluyendo a la señorita que
se reía a carcajadas por completo. Ese quedó tachado como un momento donde el dinamismo y
las emociones estuvieron a flor de piel, al igual que cuando me encerraron en el baño de niñas ya
que cerraron por fuera y grité como loca sin ser escuchada hasta que se me ocurrió deslizarme
bajo el separador al baño de chicos para escapar… claramente las situaciones se desarrollaron un
pelín diferente, pero el sentimiento es el mismo.

A eso de cuando tenía nueve años, una de mis primas mayores, Paola, llevó a mi casa un libro
donde explicaban como dibujar manga y así descubrí uno de mis hobbies y quizá ¿Talento? cuando
intenté copiar la imagen de una chica al final del mismo, en lugar de ver alguno de los tutoriales
propuestos en todas las páginas anteriores a esa como una persona normal. Quizás fue porque
creí que tan sólo con mi propio ingenio lo podría hacer bien y… sorpresa, sorpresa, así fue; a día de
hoy sigo muy orgullosa del esfuerzo que imprimí en ello.

Contrario a ese genial descubrimiento, estaba por otro lado la decepcionante realidad de que por
más que lo intentara, me costaba cantar una nota bien, era frustrante que mi expectativa de estar
en un concierto rodeada de todos mis seguidores fuera tan adversa a la realidad. Sin embargo, no
importa, ahí aprendí otra gran lección “No desesperar”, porque más adelante me aguardaban los
frutos de mis arduos esfuerzos.
En ese mismo año, me sometieron a una operación que me obligó a mantenerme en cama todas
las vacaciones de julio y agosto, viendo como mis amigos jugaban a la luz del sol que yo no podía
disfrutar a causa de todos los problemas que tenía anteriormente en mi vía respiratoria, fueron
cuatro intervenciones en una.

Acabé graduándome en ese mismo colegio llamado “Los Símbolos” y unos meses más tarde, volví
al quirófano para mi segunda operación, ya que no estaba dispuesta a soportar las mismas burlas
en mis años de bachillerato y así fue como obtuve mis preciadas orejas dignas de lucirse, por otro
lado, me alegra el hecho de que nadie en el salón se diera cuenta del cambio, ya que me hizo
sentir que nunca hubo algo malo en mí. Además, también empecé a utilizar brackets para corregir
mi sonrisa, antes de eso me era sumamente penoso mostrar más que una simple curva en los
labios.

Continué siendo una alumna destacada, no tanto como lo deseaba debido una mínima diferencia
de promedio entre mis amigas y yo, pero estaba entre los primeros al fin y al cabo. Durante esos
años pude descubrir que también tenía una cierta habilidad para la actuación y fui partícipe de
tres obras, de las cuales actué en dos y en ambas recibí un reconocimiento de primer lugar.
Finalmente, en mi último año pude darme cuenta de cuanto había crecido como persona, me
deshice de muchos prejuicios y tomé la decisión de trabajar en ser más abierta con las personas
sin importar lo que se piense de mí, ser mi verdadero yo.

Obtuve mi título como bachiller en ciencias tras un algo tedioso quinto año en la Unidad Educativa
Colegio Americano, mi familia estuvo allí para verlo, felicitarme y apoyarme, sentí mucha felicidad
ese día al abrazarlos a todos.

Y hablando de alegría, no hay una niña que me demuestre más como serlo sin importar las
adversidades que mi hermanita menor de actualmente doce años, a la cual se le diagnosticó con
esclerosis tuberosa desde bebé, de hecho, se decía que de llegar siquiera a nacer sería una
persona que no podría vivir plenamente su vida como cualquier otra, sin embargo, aquí está
brincando con la mayor energía que se pueda imaginar día a día y como bien lo indica el
significado de su nombre Valentina, es probablemente la más valiente que conozco, sin mencionar
vivaz y libre de maldad, una niña completamente normal.

Mi nombre es Gabriela Stefania Castañeda Velásquez , actualmente tengo diecinueve y estudio


para convertirme en Comunicadora social, esperando poder dejar mi huella a futuro y marcar una
diferencia como persona, viviendo con la filosofía de “Sé siempre quien quieras, en tanto no
lastimes a nadie en el proceso” porque el camino se trata de eso, redescubrirse diariamente,
evolucionar y cambiar de opinión sobre quien quieres ser y en que deseas creer quizá mil veces, en
tanto sea para mejor, no importa cuantas vueltas des y cuantas veces has de caer siempre que
estés construyendo una mejor versión de ti, buscando la plenitud en todo su esplendor.

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