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Había una vez una familia de potros salvajes. Poseían pelajes preciosos y corrían
por toda la comarca. Eran muy salvajes: pateaban, relinchaban y corrían
desbocadamente. Así lo habían aprendido, pero en su interior sabían que había
mejores formas para galopar.
Papá potro se burlaba e ignoraba a los demás; mamá yegua pateaba e insultaba; y
los potrillos empezaban a aprender toda clase de suertes salvajes.
El que llevaba la mayor carga era el potrillo mayor, quien siempre estaba cargado de
furia y trataba de reprender a sus hermanos potrillos. Era tarea ardua… no había
descanso. El potrillo mayor dejaba de hacer las cosas de potrillos por estar
pendiente de sus hermanos… era cansado y nunca estaba a gusto, nada le parecía
bien y cada vez más la intolerancia lo acechaba. Los potrillos menores se apoyaban
y ayudaban entre sí; comenzaban a relinchar y a correr desbocadamente, pero
estaban ávidos de aprender nuevas formas de galopar.
Los potros salvajes vivían a la defensiva; siempre cuidando que el otro no les fuera
a dar una patada y alertas de poder responder a los actos violentos de los demás.
Era cansado vivir así, alertas para poder defenderse.
Querían pedir ayuda, pero no sabían cómo. La gran máquina de la cara cuadrada
les sugirió ir a ver a la lechuza que vivía del otro lado de la comarca.
Era una lechuza sabia. Ya antes había ayudado a otros animales en sus problemas
cotidianos. Ella los miró y los vio correr, una y otra vez. Posteriormente, dio un
diagnóstico: era necesario aprender a trotar elegantemente. No era tarea fácil.
Hicieron muchos ejercicios para aprender a trotar: no había que subir la pata más
allá de lo permitido; había que intentar entrar en ritmo; había que respirar y aprender
a sentir las señales de su cuerpo; había que calmar la necesidad de correr
desbocadamente (cada uno aprendería la forma personal de hacerlo); había que
ensayar diferentes formas de trotar calmadamente… con clase y con ritmo.
Y para beberla había que aprender a no mirar la paja en el ojo ajeno, ser
responsables de nuestros actos, ser tolerantes, aprender a controlarse; no
descalificar, no golpear, no burlarse, aceptarse, ayudarse mutuamente, trabajar
como equipo, llegar a acuerdos, respetarse, …
EL PEZ ZMINJA
Por Diana Rico
ZMINJA yacía en el fondo del mar. Estaba herido. El cangrejo le había arrancado
una aleta. ZMINJA temblaba, pero todavía respiraba.
ZMINJA era un pez dorado y brillante como el sol. Era el pez más sonriente. Los
demás peces lo amaban, especialmente su mamá, su papá y su hermanos. ZMINJA
reía y nadaba y parecía volar en el mar.
En las lejanías, pero en los confines del mismo, vivía el cangrejo REJO. Se sabía
poco de él. Algunos ni siquiera habían escuchado jamás hablar de él. Se decía que
podía ser muy malo, pero sus poderes eran un enigma. Se creía que estaban
relacionadas con bolas malignas.
El primer acercamiento que tuvo el cangrejo con ZMINJA fue a través de sus
poderes. ZMINJA se sintió muy mal… muy cansado… Acudió con el viejo pulpo y él
le dio unas hierbas para que se restableciera.
Al ver a ZMINJA tan feliz y tan cerca no pudo resistir la tentación y acercó una
tenaza y mordió al pequeño pez. ZMINJA se sintió muy adolorido… no sabía que
había pasado….
ZMINJA yacía en el fondo del mar… Estaba herido… El cangrejo le había arrancado
una aleta. ZMINJA temblaba, pero todavía respiraba…
Los peces fueron a avisar a sus papás y ellos vinieron lo más pronto que pudieron
para salvar a su pequeño y querido pez. De nuevo lo llevaron con el viejo pulpo,
porque confiaron en que él podía hacer algo por ZMINJA.
Fue difícil restablecer la salud del pequeño ZMINJA. Requirió de muchos cuidados y
de mucha fortaleza y valentía por parte de ZMNJA. Por supuesto que los cuidados
de su madre fueron esenciales, así como los de su padre y hermanos.
ZMINJA no pudo recuperar su aleta, pero pronto nadaba por todo el mar y volvió a
hacer piruetas. Los peces reían y jugaban con él… como siempre.
El cangrejo REJO acechaba… se asomaba… observaba…
En un país lejano… hace mucho mucho tiempo vivía una familia de osos muy
“normal”. Parecía feliz, pero no lo era tanto. Los osos se preocupaban por los demás
miembros de su familia, pero les costaba trabajo compartir sus emociones, sus
miedos y ansiedades.
Los hijos Ñoto y Tobe eran osos sanos y guapos. Peleaban como hermanos, pero
se querían bien. Eran muy diferentes. A Ñoto le encantaba el orden y le gustaba la
perfección, mientras que a Tobe era tierno y cariñoso, aunque le costaba mucho
trabajo mantener ordenada su guarida.
Un día, les llegó el rumor que en un lugar en la montaña vivía una lechuza, que
gustaba de convivir con las familias. Había sido entrenada para inventar pócimas y
remedios milenarios.
Cuando la familia oso llegó a visitarla, ella conversó con ellos y les mandó a buscar
el elixir del amor. Los osos al principio estaban muy desconcertados; pidieron claves
para lograr tan misteriosa misión, pero la lechuza dijo que deberían descubrirlo ellos
mismos.
Finalmente, los osos tomaron fuerza, se abrazaron y juntos, como equipo y como
familia, decidieron seguir su camino. Después de haber sorteado algunos otros
obstáculos, la familia logró encontrar el elixir del amor.
Los osos descubrieron que en su interior tenían la fuerza que necesitaban para ser
felices. Pero la mayor fuerza que tenían era su familia… una familia que había
sabido mantenerse unida a pesar de haber enfrentado muchas dificultades… una
familia que estaba dispuesta a ayudarse y apoyarse…una familia a la que podían
recurrir cuando tuvieran problemas.
Los animales que allí vivían estaban cansados de estar tristes, estaban muy
preocupados, no entendían porque todos estaban tristes, enfadados, tenían miedo y
no eran felices. Hicieron llamar a un conocido sabio para que les ayudara.
-Este bosque es el bosque de la pena y todos sentís tristeza, enfado, ira y miedo.
¿Sabéis por qué ocurre esto?
-Este bosque tiene los árboles equivocados-les dijo el sabio- En él se han plantado
las semillas de la tristeza, del miedo, de la pena, de la ira y del enfado. Esas
semillas han hecho que crezcan los arboles de la tristeza, del miedo, de la pena, de
la ira y del enfado. Los frutos que se recogen de estos árboles, son las lágrimas, la
violencia, las malas palabras, las peleas, el odio, y sobre todo la pena y la tristeza.
-Tenéis que sembrar otras semillas y regarlas para dejar crecer otro tipo de árboles.
Y dejar de cuidar los árboles equivocados-les dijo el sabio- Plantaremos primero las
semillas de la alegría, ¿sabéis que árbol crecerá?, crecerá el árbol de las sonrisas.
Este árbol florecerá lleno de sonrisas y risas que invadirán el bosque y hará que se
mueran poco a poco los demás árboles. Después cuando estos árboles hayan
muerto, plantaremos las semillas del amor, de la tolerancia, el respeto y la
comunicación y crecerán los árboles adecuados que nos darán como frutos, la
alegría, las risas, el afecto y el cariño, las buenas palabras, el respeto, etc.
Así pudieron plantar las semillas del amor, del respeto, la tolerancia y la
comunicación. Estos árboles crecieron rápidamente y el bosque se inundó con sus
frutos.
EL CAMINO DE LA MARIPOSA
Había una vez una pequeña oruga llamada Luna. Luna vivía en un hermoso jardín
rodeado de flores de todos los colores. Aunque Luna disfrutaba de su vida como
oruga, soñaba con volar como las mariposas que veía pasar.
Un día, Luna decidió que era hora de emprender su propio viaje de transformación.
Se despidió de sus amigos y se adentró en un capullo de seda. Allí, en su pequeño
refugio, comenzó a cambiar. Pasaron días y noches, y Luna sintió que algo especial
estaba sucediendo dentro de ella.
Durante su vuelo, Luna se encontró con otros animales que admiraban su belleza y
gracia. Algunos le preguntaron cómo había logrado convertirse en una mariposa tan
hermosa. Luna les contó sobre su valiente transformación y les inspiró a creer en su
propio potencial.
A medida que Luna exploraba el mundo volando de flor en flor, descubrió nuevos
paisajes y vivió muchas aventuras. A veces, se encontraba con vientos fuertes que
intentaban derribarla, pero ella no se dejaba vencer. Recordaba que era una
mariposa valiente y perseverante.
Y así, Luna continuó volando, llevando consigo el mensaje de que, al igual que ella,
todos podemos transformarnos y superar nuestros propios obstáculos en la vida. El
camino de la mariposa nos enseña que el cambio es posible y que la belleza y la
fortaleza están dentro de nosotros, esperando a ser descubiertas.
EL COFRE DE LOS SUEÑOS
Había una vez un pequeño pueblo llamado Esperanza, donde vivía un niño llamado
Lucas. Lucas era un soñador empedernido y siempre imaginaba aventuras
emocionantes en su mente.
Intrigado, Lucas abrió lentamente el cofre y, para su sorpresa, encontró que estaba
lleno de sueños. Eran sueños de todas las formas y tamaños: sueños de viajar por
el mundo, sueños de convertirse en astronauta, sueños de ser un famoso músico y
muchos más.
Lucas decidió que era el guardián de esos sueños y que debía hacer algo al
respecto. Con cuidado, comenzó a tomar uno de los sueños del cofre y lo sostuvo
en sus manos. Sintió una chispa de emoción y determinación crecer dentro de él.
Decidió que iba a hacer realidad ese sueño. Trabajó duro, aprendió nuevas
habilidades y se rodeó de personas que lo apoyaban. Con el tiempo, uno a uno, fue
convirtiendo los sueños en realidad. Viajó, exploró nuevos lugares, tocó música para
grandes audiencias y siguió su pasión por el descubrimiento.
Pero Lucas no olvidó su compromiso con el cofre de los sueños. Cada vez que
cumplía un sueño, regresaba al cofre y tomaba uno nuevo. Se dio cuenta de que los
sueños eran infinitos y que su propósito en la vida era seguir soñando y creciendo.
Con el tiempo, Lucas se convirtió en una inspiración para otros. Las personas de su
pueblo se dieron cuenta de que ellos también tenían sus propios cofres de sueños y
comenzaron a perseguirlos con valentía. El pueblo de Esperanza se llenó de
personas que buscaban cumplir sus sueños y encontrar su propia felicidad.
Y así, Lucas vivió una vida llena de aventuras y logros, siempre alimentando su
espíritu de soñador. El cofre de los sueños se convirtió en su tesoro más valioso,
recordándole que los sueños son poderosos y que siempre hay un nuevo sueño por
descubrir.
Y aunque Lucas nunca supo de dónde venía el cofre o cómo llegó al bosque,
siempre estuvo agradecido por su encuentro con él. Le dio un propósito y un sentido
de dirección en su vida, recordándole que los sueños pueden convertirse en
realidad si uno se atreve a perseguirlos.
Había una vez un joven llamado Alejandro que vivía en un pequeño pueblo rodeado
de montañas. Alejandro era conocido por su valentía y espíritu aventurero. Siempre
estaba buscando emociones y nuevos desafíos.
Un día, Alejandro decidió emprender un viaje muy especial. Quería explorar una
montaña misteriosa que se erguía majestuosamente en el horizonte. Esta montaña
estaba rodeada de historias y leyendas sobre los tesoros y los desafíos que
esperaban a aquellos lo suficientemente valientes como para enfrentarlos.
Desde aquel día, el viaje de Alejandro se convirtió en una leyenda que se transmitía
de generación en generación, recordándonos que a veces el mayor tesoro que
podemos encontrar está dentro de nosotros mismos, y que la valentía y la
determinación son las llaves para desbloquearlo.
Y así, el cuento del viaje del valiente sigue vivo en los corazones de aquellos que se
atreven a enfrentar sus miedos y emprender su propio camino hacia la autenticidad
y la superación personal.
EL ELEFANTE ENCADENADO
de Jorge Bucay
Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los
circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que,
como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la
función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza
descomunales… Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al
escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en
el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado
unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me
parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza,
podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores.
Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante.
Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba
amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo
suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde
que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando
de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era
demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro
día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó
su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre,
cree que no puede.
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a
cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos»
hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando
éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo
que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo
y nunca podré.
Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por
eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de
reojo la estaca y pensamos:
Link:
https://mensalus.es/blog/tecnicas-psicoterapeuticas/2011/11/los-cuentos-como-herra
mienta-terapeutica/