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1.

El guepardo y el león
Una vez, los animales de la sabana estaban un poco aburridos y decidieron buscar maneras de
divertirse.

Unos fueron a los pozos a saltar en el agua, otros se pusieron a trepar árboles, pero el guepardo y
el león, aprovecharon la ocasión para probar sus cualidades frente a todos y decidieron hacer una
carrera.

– ¡Atención! Si queréis entretenimiento aquí está: seremos testigo de una carrera de velocidad
entre el león y el guepardo. ¿Quién ganará? Acercaos y lo sabréis en minutos.

Entonces los animales se animaron y se acercaron curiosos. Murmuraban entre ellos sobre cuál
era su favorito y por qué.

– El guepardo es veloz. La victoria es suya – decía la jirafa.

– No estés tan segura amiguita. El león también corre rápido – le respondía el rinoceronte.

Y así cada cual abogaba por su candidato. Mientras tanto, los corredores se preparaban para la
competencia.

El guepardo, se estiraba y calentaba sus músculos. No estaba nervioso, sino que se preparaba para
dar un gran espectáculo y dejar clara su ventaja sobre el león.

Por su parte, el león solo se sentó a observar el horizonte y a meditar. Su esposa, la leona, se le
acercó y le preguntó:

– Querido, ¿qué haces aquí? La chita está poniéndose a tono para la competencia y tú solo estás
aquí sentado con la mirada perdida. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

– No, mujer. Tranquila. Estoy meditando.

– ¿Meditando? A segundos de una carrera con el animal más veloz de la sabana, ¿tú meditas? No
te entiendo querido.

– No tienes que entenderme cariño. Yo ya preparé mi cuerpo para esta carrera durante todo este
tiempo. Ahora, necesito preparar mi ánimo.

El clan de los elefantes mayores, fueron quienes prepararon la ruta y marcaron las líneas de salida
y de meta. Los suricatos serían los jueces y un hipopótamo daría la señal de salida.

Llegó el momento y los corredores se pusieron en posición:

– En sus marcas- comienza a decir el hipopótamo- listos… ¡fuera!

Y arrancaron a correr el león y el guepardo, quien enseguida tuvo la ventaja.

Los competidores se perdieron rápidamente de vista de los animales ubicados al principio de la


pista.
La victoria parecía ser del guepardo, pero al minuto de haber empezado, dejó de ser tan veloz. El
león seguía corriendo a su ritmo, pero cada vez estaba más cerca de alcanzarla, hasta que al fin la
superó y allí aumentó la velocidad y le ganó.

Moraleja: No por ser más veloz, ganas una carrera. A veces, basta con utilizar tus energías de una
forma inteligente.

2. La hormiga, la araña y la lagartija


Había una vez, en una casa de campo donde habitaban muchos animales de distintas especies, una
araña y una lagartija.

Vivían felices en sus labores; la araña tejía hermosas y enormes redes mientras la lagartija
mantenía lejos de la casa a los insectos peligrosos.

Un día, vieron un grupo de hormigas trabajando recogiendo cosas. Una de ellas las dirigía y les
ordenaba a dónde ir a buscar la carga y por cuál ruta debían llevarla hasta su casa.

Extrañadas por los visitantes, la araña y la lagartija se acercaron a la hormiga:

– Hola. ¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? - se adelantó a preguntar la araña.

– Sí, ¿quiénes son? - le apoyó la lagartija.

– Hola. Perdonen el descuido. Somos las hormigas y estamos de paso, buscando comida para
prepararnos para el invierno. Espero que no estemos molestando.

– No exactamente, pero es extraño verlas aquí. Este terreno ha estado solo para nosotras desde
hace mucho y…

– Y no nos gusta el escándalo ni que dejen suciedad en esta zona. Nuestro trabajo es mantener a
los insectos alejados de aquí- dijo la lagartija con tono de cierta molestia.

– ¡Oh perdonen! De verdad que no es nuestra intención molestarlas. Insisto: estamos de paso
preparándonos para el invierno.

– Pues yo no sé si lloverá, lo que sé es que les agradezco que terminen rápido con su labor y se
vayan a su casa. Aquí ya estamos completos- sentenció la lagartija y se fue por los matorrales
velozmente.

La araña, algo incómoda por el mal humor de su vecina, también se fue a sus aposentos. Antes, le
advirtió a la hormiga sobre su naturaleza insectívora.

La hormiga se quedó pensando: “¡Pero qué gruñones! La lagartija quiere su espacio y la araña nos
puede comer. Creo que es mejor que huyamos”.

Entonces volvió a su puesto y ordenó la retirada a sus compañeras.

Esa noche llovió a cántaros y mientras las hormigas estaban en su casa con refugio seguro y
comida abundante, la araña y la lagartija temblaban de frío y pensaban en que por estar
discutiendo no habían guardado comida en sus despensas.
Moraleja: Debemos ser abiertos con lo nuevo y lo diferente porque no sabemos si ahí podemos
encontrar o aprender algo para nuestro bien.

3. Los perros y la lluvia


Había una vez una casa grande en la que vivían varios perros: Negrita, Blani, Estrellita y Radio.
Vivían felices corriendo por los patios, jugando y haciendo travesuras, pero casi a ninguno lo
dejaban entrar a las casas.

Solo Estrellita tenía permiso de hacerlo, por ser la más pequeña y consentida.

Al llegar el invierno, todos buscaban refugio porque el frío les helaba todo el cuerpo. Estrellita se
burlaba de ellos desde la comodidad de su camita dentro de la casa.

El invierno pasó y el sol radiante iluminaba todo. Los días eran perfectos para jugar al aire libre.

Los perros salieron contentos a correr y Estrellita también quiso acompañarlos pero ellos le
dijeron:

– No queremos jugar contigo Estrellita. Sabemos que no es tu culpa que te permitieran entrar a ti
sola a la casa durante las lluvias, pero no tenías derecho a burlarte de nosotros que nos moríamos
de frío.

Y Estrellita, se entristeció y se acurrucó en su cómoda camita. Sola.

Moraleja: Los buenos amigos no se burlan de las dificultades de los demás. Intentan ayudarlos.

4. La abeja y el fuego
Había una vez una abejita que siempre visitaba un jardín lleno de girasoles. La abejita se pasaba las
tardes conversando con los girasoles más pequeños.

En su casa, le decían que el jardín era para polinizar, no para conversar. Pero ella sabía que podía
hacer ambas cosas. Y le encantaba.

Sus amigos girasoles eran divertidos y siempre hablaban de cuánto admiraban el sol. Un día, quiso
darle una sorpresa a los girasoles y se fue a buscar un cerillo encendido.

Con gran esfuerzo encontró uno en un basurero y se las ingenió para encenderlo en la estufa de
una casa en la que siempre olvidaban cerrar las ventanas.

Con todas sus fuerzas llegó al jardín y cuando estaba cerca de sus amigos, se le cayó el cerillo.
Afortunadamente, se encendió el riego automático porque era justo la hora de regar el jardín.

La abejita casi se desmaya del susto y sus amigas también.

Moraleja: por muy buenas que sean tus intenciones, siempre debes calcular los riesgos de tus
acciones.
5. Tilín el desobediente
Había una vez un caballito de mar llamado Tilín, que tenía un amigo cangrejo llamado Tomás. Les
encantaba pasar las tardes jugando juntos y visitando arrecifes.

Los padres de Tilín le habían dicho siempre que tenía permiso para jugar con su amigo cangrejo,
siempre que no saliera a la superficie.

Un día, le ganó la curiosidad y le pidió a Tomás que lo llevara a la orilla. Este se negó a llevarlo pero
Tilín insistió.

El cangrejo accedió pero con la condición de que solo fueran hasta una roca por un momento y
regresaran enseguida.

Así lo hicieron, pero cuando subieron a la roca, no se dieron cuenta que una lancha de pescadores
venía del otro lado y cuando los vieron lanzaron su red.

Tilín sintió que algo le tiró muy fuerte hacia abajo y se desmayó. Cuando despertó, estaba en su
cama con sus padres. Al ver que despertaba Tilín, ellos suspiraron de alivio.

Lo siento mamá y papá. Solo quería ver la superficie una vez. Sentir el aire de allá arriba. ¿Qué
pasó con Tomás? -dijo Tilín.

Lo siento Tilín. Él no pudo escapar- respondió su mamá con la cara triste.

Moraleja: es mejor obedecer a los padres porque tienen más experiencia y conocimientos.

6. El zorro irresponsable
Érase una vez Antonie, un zorrito que iba a la escuela en el bosque.

Un día la maestra les asignó una tarea que consistía en tomar del bosque 5 ramitas durante 10
días y hacer con ellas una figura.

Al final de los 10 días, todos expondrían sus figuras. La mejor escultura ganaría un regalo.

Todos los zorritos salieron hablando de lo que pensaban hacer; unos harían la torre Eiffel, otros un
castillo, otros grandes animales. Todos se preguntaban cuál sería el regalo.

Los días pasaban y aunque Antonie decía que estaba avanzando en su tarea, la verdad era que no
había empezado siquiera.

Todos los días al llegar a su madriguera, se ponía a jugar con lo que encontrara y a pensar en
cuánto le gustaría comerse un pastel de moras.

Faltando un día para la entrega, la maestra le preguntó a los zorritos sobre sus avances con la
tarea. Uos decían que ya habían terminado y otros que ya casi.

La maestra les dice:

Me alegra mucho oír eso niños. El que haga la escultura más bonita, se llevará este rico pastel de
moras.
Era el pastel con el que Antonie soñaba. Al salir de la clase, Antonie corrió a su madriguera y en el
camino tomó tantas ramas como pudo.

Llegó y comenzó a realizar su proyecto pero ya era muy poco el tiempo que le quedaba y no logró
hacer su tarea.

Al llegar a su clase el día de la presentación, todos los demás llevaban bonitas obras menos
Antonie.

Moraleja: Cuando pierdes tiempo por pereza, no puedes recuperarlo y podrías perder buenas
recompensas.

7. La carrera de perros
Érase una vez una carrera de perros que se celebraba cada año en un pueblito remoto.

Los perros debían correr un tramo de mil kilómetros. Para lograrlo, solo se les daba agua y tenían
que sobrevivir con lo que pudieran encontrar.

Para la gente de los demás poblados, esta carrera era la más complicada del mundo. Llegaba gente
de todas partes del mundo a poner a prueba a sus canes.

En una ocasión, se presentó a la carrera un perro flaco y viejo. Los demás perros se reían y decían:

Ese perro viejo y flaco no aguantará y se desmayará a los pocos metros.

El perro flaco les respondio:

“Quizá sí, quizá no. Quizá la carrera la gane yo”.

Llegó el día de la carrera y, antes de la voz de partida, los perros jóvenes al viejo le decían:

“Bueno viejo, nos llegó el día, por lo menos tendrás la dicha de decir que en esta carrera
participaste un día”.

El perro viejo sin inmutarse respondió:

“Quizá sí, quizá no. Quizá la carrera la gane yo”.

Salieron los perros al escuchar la voz de partida, los veloces pronto tomaron la delantera, detrás
iban los grandes y los fuertes, todos a la carrera.

El perro viejo iba el último.

Al cabo de los primeros tres días, los veloces se desmayaron por agotamiento y falta de comida.
Siguió así la carrera y los perros grandes, al viejo le decían:

Viejo los rápidos se salieron ya. Es un milagro que sigas en pie, pero eso no significa que a nosotros
nos ganés.

El perro viejo como siempre, muy tranquilo respondió:

“Quizá sí, quizá no. Quizá la carrera la gane yo”.


Pronto los perros grandes se agotaron; por su gran tamaño toda el agua se acabaron, y de la
carrera fueron sacados.

Finalmente quedaban los fuertes y el perro viejo. Todos estaban sorprendidos porque el perro
viejo iba cada vez más cerca de los fuertes.

Ya casi al final de la carrera los perros fuertes sucumbieron y decían: “¡No puede ser! Ahora dirán
que todos los perros, fuertes, grandes y jóvenes, ante un viejo cayeron”.

Solo el perro viejo la meta logró cruzar. y al lado de su amo fue feliz a celebrar.

Moraleja: Si te concentras en la meta y eres consecuente, puedes conseguir lo que quieres.

8. El gallo puntual
¡Kikirikiii!

Cantó el gallo a las 5 de la mañana, como era su costumbre.

Su canto marcaba el inicio de la faena en la granja; la señora va a la cocina para preparar el


desayuno, su esposo va al campo a recoger la cosecha del día y los chicos se alistan para ir a la
escuela.

Al ver esto todos los días, un pollito le pregunta a su papá gallo:

Papi ¿por qué todos los días cantas a la misma hora?

Hijo, canto a la misma hora porque todos confían en que yo cumpla con mi trabajo y los despierte.
Así todos pueden cumplir sus labores con puntualidad.

Otro gallo que pasaba por allí, escuchó la conversación y le dice al pollito:

Tu papá se cree importante, pero no es cierto. Fíjate, yo canto cuando quiero y no pasa nada. Él
por gusto propio canta todas las mañanas.

El papá gallo dijo:

¿Eso crees? Hagamos algo: mañana cantas tú a la hora que quieras, pero te quedas en el poste
después de cantar.

¿Es un reto? – dijo el envidioso gallo.

Sí, eso es- le afirmó el papa gallo.

Al día siguiente, según lo planeado, el otro gallo cantó en el poste, pero esta vez no fue a las 5 de
la mañana, sino a las 6:30.

Todos en la casa se levantaron como locos; corrieron atropellándose unos con otros,
malhumorados. Todos iban retrasados a sus labores.

Ya listos, salieron todos, pero antes de irse, el señor de la casa agarró al gallo que aún seguía en el
poste y lo encerró como represalia por haberlo despertado tarde.
Moraleja: No menosprecies el trabajo ajeno por insignificante que parezca. Además, es
importante ser puntual.

9. El caballo presumido
Un día llegó un campesino a la tienda del pueblo en busca de un animal de carga que lo ayudara a
transportar las herramientas para el campo.

Habiendo visto a todos los animales que el tendero le ofrecía, el campesino procedió a cerrar el
trato en el interior de la oficina de la tienda.

En el establo, los animales quedaron ansiosos esperando enterarse por cuál de ellos se había
decidido el campesino.

Un caballo joven les decía a todos:

“Listo yo ya me voy, el campesino me elegirá, soy el más joven, bello y fuerte aquí así que mi
precio él pagará”.

Un caballo viejo que allí se encontraba le dice al joven:

“Cálmate chico que con ser tan presumido, no ganarás nada. Al cabo de unos minutos, entraron el
campesino y el vendedor. Llevaban dos cuerdas en mano y enlazaron a dos borriquitos.

El caballo relinchando fuerte decía:

“¿Qué pasó aquí? Pensé que a mi era al que elegirían”.

Los caballos más viejos, al joven con risas le decían:

“Mira chico, al campesino solo le importaban animales para el trabajo no un animal bello y joven”.

Moraleja: Ser presumido solo puede hacerte quedar mal.

10.El loro y el perro


Había una vez un loro y un perro que se cuidaban entre si.

El loro daba compañía al perro y al hablar mucho le entretenía. Por su parte, el perro protegía al
loro de otros perros que se lo querían comer.

Sin embargo, el loro a veces hablaba demasiado, y seguía haciéndolo, aunque el perro le pedía que
se callase para dejarlo dormir.

Un día el loro estuvo hablando desde la mañana hasta la noche, incluso cantó varias canciones
mientras el perro intentaba dormir. Al final el perro dejó de intentar dormir y se quedó despierto
sin poder hacer nada.A la mañana siguiente el loro se despertó, empezó a hablar, pero se dió
cuenta que el perro ya no estaba para escucharle. Se había ido, seguramente porque así le dejaría
descansar. Prefería estar solo que mal acompañado.

Moraleja: No hay que molestar a nuestros amigos. Intenta tratarlos bien para que quieran estar a
tu lado.

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