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SERGIO C. FANJUL
26 NOV 2015 - 08:40 UTC
Uno se toma un vinito y una cañita y otra y otra y (¿por qué no?) vamos a pasar a las copas:
llega ese momento de excitación y euforia, la conversación fluye por doquier, se rompen las
inhibiciones, las timideces, todo es estupendo y esto es una fiesta, mientras van cayendo
tragos y tragos, se exalta la noche y la amistad y, de pronto, como una presa que se quiebra y
libera toda el agua… uno se echa a llorar. A llorar como si no hubiera mañana. El alcohol
etílico, el etanol, es una molécula curiosa. Dependiendo de la cantidad que ingiramos puede
llevarnos de una leve y excitada euforia a una avería sentimental. “En general, el alcohol es
una sustancia depresora del sistema nervioso [sedante y tranquilizante: que disminuye la
actividad cerebral, según el Instituto Nacional de Abuso de Drogas de EE UU], aunque a dosis
bajas puede actuar como excitante”, explica el investigador David Rodríguez, profesor de la
Universidad de Salamanca y autor del libro Alcohol y cerebro (Absalon Ediciones).
Todo tiene que ver con el funcionamiento químico de la masa gris. Los miles de millones de
neuronas que se comunican dentro de nuestro cerebro lo hacen a través de los
neurotransmisores, unos compuestos químicos que transmiten información de una neurona
a otra neurona consecutiva y de los que seguramente han oído hablar con relación a la
alegría, la tristeza, el amor o el deporte: la serotonina, la dopamina, las endorfinas,
acetilcolina, etc. El alcohol, como las otras drogas, interfiere en esta comunicación. Las
emociones se entremezclan.
Al atracón de alcohol, se le conoce como binge drinking, término que muchas veces
asociamos con el botellón o con otro tipo de ingesta descontrolada. Un grupo de científicos
de la Universidad Complutense de Madrid ha investigado los efectos de este tipo de consumo
agudo en el cerebro y, además, han dado con una molécula que podría reparar los daños.
Esta panacea se llama oleoiletanolamida (OEA) y es uno de los compuestos que se
encuentran en el chocolate negro y es responsable de la saciedad. Resulta que tiene
propiedades neuroprotectoras.
Y resulta que la OEA actúa como un potente antiinflamatorio a nivel cerebral, inhibiendo la
inflamación y las señales de daño. “Esto podría mejorar los efectos negativos tras el consumo
de alcohol (la resaca, hablando en plata) y ayudar con el síndrome de abstinencia en los
alcohólicos”, concluye Orío.
Así, el consumo de copas puede proporcionar, primero, momentos de euforia y llanto antes
de que aparezcan efectos no tan agradables, como la pérdida de capacidad motora, la
Hay que tener cuidado con el etanol, porque en España el consumo de alcohol está muy
aceptado socialmente e integrado en la vida cotidiana, hasta el punto de que no se entienden
celebraciones familiares o fiestas populares sin su ingesta. Pero la tendencia es buena: la tasa
de alcoholismo se ha dividido por dos en los últimos 30 años y el consumo anual por persona
se sitúa en 9,8 litros de alcohol puro, la media de los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), quien ofrece estos datos. El equivalente a
dos latas de cerveza al día (hay que tener en cuenta que estos datos son de media, es decir,
incluyen a los abstemios. Luego el que bebe, bebe más).
Pero el gran problema, según señala Rodríguez, es que el primer contacto con el alcohol se
produce a los 16 años, cuando el desarrollo del cerebro no está completado, y el 70% de ellos
lo obtienen con facilidad en pubs, discotecas y supermercados. “El tema del alcohol es algo
que nos tenemos que plantear como individuos y como sociedad”, concluye el científico. Haya
lágrimas o no de por medio.
Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul
(Oviedo, 1980) es
licenciado en
Astrofísica y Máster en
Periodismo. Tiene
varios libros publicados
y premios como el Paco
Rabal de Periodismo
Cultural o el Pablo
García Baena de Poesía.
Es profesor de
escritura, guionista de
TV, radiofonista en
Poesía o Barbarie y
performer poético.
Desde 2009 firma
columnas y artículos en
El País.
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