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Canto de Sirena
Esta obra tuvo por carátula el cuadro de una sirena con rasgos negroides, algo
tosca y sonriente, pintado por Tilsa Tsuchiya (1936-1884), artista plástica nisei que
captó el ethos negro de la sensualidad de la raza afroamericana, dibujando una
sirena negra, lejos del patrón de belleza occidental con que se retrata a esos seres
mitológicos. El escenario es el pueblo de Coyungo en Nazca, Perú, lugar donde la
creencia popular sostiene que el aullido de los zorros apaga el canto de las sirenas.
Por momentos presume de su vigor y confiesa que todos sus oficios tuvieron que
ver con el sexo. Cuando se hace pasar por brujo o curandero para hacer amarres al
marido, no recibe dinero de estas mujeres, sino que cambia su servicio por sexo. La
sexualidad es una necesidad muy vehemente en su interior, pues llega a enjabonar
en el río a su patrona Marcela Denegri, mujer blanca que no llega a copular. Esta
tarea la realiza de muchacho y también espía a esta mujer en zoofilia con un
enorme perro.
Esta protesta surge por el corte de la necesidad de copular por diversión, muy
enraizada en el imaginario colectivo de Nazca. El sexo es un igualador para el
hombre, pues todos dependen de él en un pueblo donde todos se conocen;
también es un movilizador social porque Candelario puede manosear a Marcela
cuando ella se lo pide. La reivindicación surge de la marginalidad, el outsider tiene
una agenda postergada de derechos que quiere hacer valer, para esto los blancos
en la novela son abusivos y degenerados.