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Dar sentido a la vida

Bernardo Haour SJ 1

- Esta noche voy a tratar el tema del “sentido” de la vida. Me propongo hacerlo considerando en la
palabra “sentido” dos dimensiones: el sentido como algo que “encontramos” y es sentido como
algo que también “elegimos”. Será el titulo de los dos primeros puntos que desarrollaré: el
primero “encontrar un sentido”. y el segundo “dar un sentido”.

- Dar un sentido es el tema del sentido como algo que elegimos. A continuación, añadiré dos puntos
más: una pequeña reflexión sobre la posibilidad que nuestra elección de un sentido pueda cambiar
y otra sobre el papel de los demás en nuestras elecciones de un sentido. Espero que estos
elementos que puedan dar pie a los intercambios en grupo a los cuales cual esta ponencia quisiera
solamente introducir.

- Como punto de partida y en maneara de introducción me ubicaré de arranque en una perspectiva


que va a insistir sobre un aspecto que pienso esclarecedor para entender las palabras “sentido de
la vida”: este aspecto es aquello de nuestra pertinencia al tiempo, a la historia; y esta característica
la voy a explorar como fuente de la posibilidad que tenemos de “encontrar” y de “dar” un sentido
a nuestra vida.

- Como preámbulo para nuestro tema voy entonces empezar por comentar brevemente lo que
quiero decir hablando de temporalidad y exponer la razón por la cual lo podemos relacionar con
nuestra pertenencia a la historia. Con la palabra temporalidad no estamos evocando algo como el
tiempo homogéneo que registran los relojes. Estamos evocando un aspecto propio del ser humano
y muy explorado en la filosofía del siglo XX. El tiempo, en el ser humano, no es una sucesión de
tiempos, regida por un determinismo de la causa y del efecto. Es una experiencia original en la
cual el ser humano da una orientación al mundo, un antes y un después, un atrás y un por delante.
El ser humano, en efecto, no es una cosa entre las cosas sino alguien orientado al futuro y por el
cual el mundo no es un dato fijo sino una realidad al cual da una perspectiva. Nuestra
temporalidad es como una esperanza que tenemos de hacer algo en el mundo y que ordena el
mundo que nos solicita de manera selectiva en función de esta expectativa de acción. Es como si
el mundo se organizaría para nosotros según nuestros intereses vitales, nuestro proyecto.
Precisamente eso se manifiesta mejor en nuestra acción en el mundo: siempre estamos apuntando
a algo en esta acción, algo que deseamos, algo que quizá no exista todavía pero que vamos a
hacer que exista: una pequeña tarea o una grande nos movilizan, estamos orientándonos a su
cumplimiento y en el mismo tiempo orientamos el mundo según esta prioridad.

- Esta orientación al futuro, la tiene cada uno de nuestros presentes y hace de este presente una
apertura a lo que va a venir. Esta presente pasa al presente siguiente. Está como impulsado por la
anticipación que siempre hacemos de lo que va a venir en función de nuestra acción. Pero esta
anticipación no es una corriente que va solamente hasta el futuro como una línea recta. Eso sería
el tiempo del reloj. Una vez que la hora se fue ha desaparecido para siempre. En cambio esta
anticipación conserva nuestro pasado. El presente que hemos vivido no cae en la nada o no está
guardado en la manera de un simple momento aislado que sería como una fotografía de lo que

1
Tomado del libro Cuidar de lo humano, Buscando un sentido a la vida. Lima: UARM- 2006, pp 43-56. El
texto es una trascripción de la conferencia pronunciada en septiembre de 2005 en la Parroquia de Fátima, por
lo que ha preservado el estilo expositivo. El texto ha sido editado por Juan Carlos Díaz para el curso de Ética y
Ciudadanía- UARM.
hemos vivido como un archivo muerto. Que lo sepamos explícitamente o no, este pasado se
inscribe para nosotros en una continuidad con nuestro presente, como algo que lo sostiene, como
algo que nos ha permitido pasar a este presente. Podríamos decir, muy esquemáticamente, que
por potro lado cada nuevo presente interpreta el presente que ha pasado como algo que ayudado
a su aparición. Sino estuviéramos como en un caos de instantes sin relación entre ellos. El
presente es así una permanente reinterpretación del pasado a la luz de su anticipación del futuro.
Se puede esquematizar eso como un espiral: no como la línea recta del tiempo del reloj sino como
una línea que da vueltas sobre si misma: pero es evidentemente una esquema y nada más.(Dibujo)
Un mismo momento vivido por dos personas tiene por eso un sentido distinto para estas dos
personas por que este evento se inscribe en dos trayectorias distintas hacia el futuro, en dos
continuidades temporales distintas que dan al evento vivido por cada uno su sentido distinto.

- Por eso se puede decir que el ser humano no es una sucesión de tiempos puestos al la do uno de
otros, exteriores unos a otros y sin conexión interna, sino una existencia temporal que tiene
interioridad, que se reinterpreta a si misma y se presenta a sí misma y a los demás como una
cohesión muy distinta de lo que puede ser una colección de presentes sin relación interna unos
con otros. Algo pasa para el tiempo humano que no es el “determinismo” del reloj sino una
libertad que se juega en esta temporalidad que puede “orientarse” a sí misma por la capacidad de
reinterpretación que caracteriza esta temporalidad humana y que nos hace sujetos de nuestra vida.

En este sentido también esta temporalidad humana es capaz de comprender otras experiencias
humanas como otras “interpretaciones” del mundo y relacionarse a ellas. No somos sujetos
pensantes, participando de un pensamiento universal y eterno en el cual no hay “otros” porque
todos nos encontraríamos inmediatamente habitados por el mismo pensamiento anónimo. Nuestra
temporalidad no es la eternidad: nos relaciona con los demás como individuos distintos y sin
embargo accesibles unos a otros porque actuamos, vivimos y hablamos en un mundo compartido.
Así también nuestra temporalidad nos hace comunicar con lo social. Lo social es una manera de
visión colectiva que resulta también de una interpretación compartida de nuestra acción en el
mundo en la cual se expresa lo que el grupo considera como una buena acción o como una mala
acción; y la historia como sucesión de interpretaciones colectivas no es un medio exterior para
nosotros como si fuera un objeto físico sino una realidad que habitamos, que lo sepamos o no, y
con la cual nos comunicamos del interior por nuestra historicidad.

- Para eso descartemos en esta presentación una visión demasiado etérea de lo que llamamos
“sentido”. Si entendemos por sentido de la vida lo que “vale la pena vivir” como lo sugiere el
filósofo Charles Taylor, me parece mejor entenderlo como lo que vale la pena vivir en este mundo
en vez de pensarlo como algo que se busca fuera del tiempo o de la historia en un reino que podría
ser “de la interioridad” o de lo “eterno”. La perspectiva que desarrollaremos entonces es que el
sentido de nuestra vida se puede buscar en nuestra pertenencia misma al tiempo y a la historia y
no en una perspectiva de retirada de esas dimensiones en unas esferas “más allá” y detrás del
mundo. Por lo menos, este enfoque será aquella de esta presentación.

- Evidentemente hay que reconocer que se puede vivir el tiempo o la pertenencia a una historia de
manera superficial y dispersa; además nos olvidamos de nuestra propia temporalidad en la vida
cotidiana donde no hay grandes decisiones que tomar. Pero es distinto cuando tenemos que
preguntarnos sobre lo que queremos vivir, para qué queremos comprometernos. Aquí nuestro
presente cambia de peso porque es en el que nos estamos comprometiendo para el futuro,
entonces se hace necesaria una toma de distancia para acceder a una visión un poco más profunda.
Pero esta toma de distancia, en este caso, no es toma de distancia de nuestra historicidad sino de
una manera superficial de abordarla. Voy a pasar ahora al primer punto. Su titulo es “encontrar
un sentido”.

1. Encontrar un sentido

Para proceder entonces por partes vamos a considerar primero en qué medida nuestra pertenencia
al tiempo y a la historia nos permite esclarecer el hecho que encontramos un sentido. Tomamos
aquí la palabra “encontrar” en el sentido de la experiencia de algo que a primera vista no es
interior a nosotros mismos sino que se presenta a nosotros como algo “dado” exteriormente. Para
esclarecer esta experiencia tenemos que tomar el punto de partida que es aquello de nuestra vida
misma: nacimos en un tiempo, un lugar, un país, una época y conforme nos estamos
desarrollando, hacemos el aprendizaje de comportamientos de personas, de mensajes,
costumbres, instituciones, que son como vehículos de sentido, de orientaciones de vida, que no
hemos producido nosotros, sino que estamos recibiendo de los que nos han precedido o de los
que están alrededor nuestro y que interiorizamos de manera, por así decirlo, pasiva.

- Nuestro nacimiento y el desarrollo de nuestros aprendizajes en los años siguientes (y hasta el


final, hay que esperarlo, de nuestra vida) nos pone así en contacto permanente con un
“patrimonio”, una herencia que no es solamente aquello de la tradición de nuestro lugar de origen,
nuestro país, nuestro continente, sino que puede enriquecerse con experiencias y testimonios de
lo que han sido distintas maneras de dar sentido a la vida tal como lo han practicado otros países
y otras culturas. La pertenencia al tiempo y a la historia que es nuestra, tomada en serio, nos abre
a este pasado y también al pasado de la humanidad que vuelve a ser un inmenso recurso de
inspiración en la medida que lo tomamos como punto de apoyo y no como una letra muerta.

- Toda una corriente filosófica ha insistido sobre el carácter de “azar” de esta primera experiencia.
¿Por qué hemos nacido aquí o en otro lugar, en esta época y no en otra época? ¿Por qué hemos
nacido mujer o varón, con una piel de tal o tal color? Estos datos que conllevan consigo tantas
dimensiones importantes de nuestra vida son datos que no hemos elegido y que configuran sin
embargo lo que va a ser nuestra vida. El azar puede aparecer como algo que no tiene sentido
porque no tiene necesidad. Pero la existencia humana consiste en retomar este dato, que, en
efecto, no tiene sentido preexistente, para conferirle un sentido que recibirá al contacto de nuestra
iniciativa. Porque nosotros no somos receptores pasivos de una verdad hecha como si fuéramos
recipientes materiales. Tenemos que elaborar creativamente el sentido que se nos ofrece. Solicita
nuestra iniciativa como lo vamos a ver en el segundo punto.

- De la misma manera nacimos en un mundo de creencias, de opiniones compartidas, de valoración


de comportamientos, que recibimos de manera también “contingente” porque hemos nacido en
tal o tal país y/o tal o tal medio y no en otro. No podemos negar en este carácter de particularidad
y de contingencia que está jugando aquí. Es propio a toda existencia humana. La pregunta de la
existencia es saber si eso se queda para nosotros como un “destino” que hay que aceptar
pasivamente o si se puede enfocar como un punto de partida inevitable pero que no es un
“destino” pasivo sino una herencia que hay que retomar, que nos invita al esfuerzo de comprender
nuestra propia vida más allá de lo “recibido” a secas. Pasemos al segundo punto.

2. Dar un sentido

- Hay, en efecto, otro aspecto de nuestra pertenencia al tiempo y a la historia que hay que subrayar
ahora. El tiempo nuestro no es el tiempo del reloj. Este es una sucesión de instantes. El nuestro
no es una sucesión: hay como un comienzo permanente de nuestro tiempo en cada presente que
hace que este presente, aun si retoma nuestro pasado, no está encerrado en una pura sucesión,
pero es una fuente de renovación permanente . Hannah Arendt, habla de “natividad” y Merleau
Ponty insiste sobre esta posibilidad de creación de nuestra temporalidad. Por supuesto, nuestro
presente no es creación absoluta, depende de nuestra vida anterior, pero no es prisionero de ella,
la puede orientar. Puede ser fuerza de un nuevo nacimiento. En la medida misma que nuestra
pertenencia al tiempo nos atraviesa como una fuente de permanente novedad, un surgimiento
permanente en nosotros, esta fuente no se conforma con la simple recepción del pasado como si
fuera en sí misma el reservorio de la verdad. Considerar el pasado como deposito exclusivo de
verdad sería una actitud unilateral, fundamentalista, por así decirlo, que nos encarcelaría en la
repetición y nos dispensaría de tomar nuestra responsabilidad, en el presente, de “dar un futuro”
a este pasado.

- No hay aquí ningún desprecio para el pasado sino más bien una manera de tomarlo más
profundamente en serio. En nuestra temporalidad misma tenemos la capacidad de entrar en
simpatía con experiencias pasadas, distintas de las nuestras, que han sido también temporales
como la nuestra y que han vivido esta temporalidad como la experiencia de “retomar” , ellas
también, un pasado para darle un futuro. Esta misma temporalidad que nos pone en relación con
lo que nos han legado estas experiencias del pasado nos invita también a optar por lo que nos
parece “digno de ser vivido” en toda esta herencia y que nos provoca a “continuarlo”, dándole un
futuro.

- En este sentido, esta segunda vertiente o dimensión de nuestra temporalidad nos invita a no
conformarnos solamente, como la primera, con “encontrar” en el legado del pasado, un
“patrimonio” de sentido como pasivamente recibido, sino a salir de lo que participa en nosotros
de lo anónimo para individualizarnos y personalizarnos, “eligiendo” en este patrimonio lo que
queremos que sea como nuestra propia apuesta de vida, lo que para nosotros es “lo que vale la
pena vivir”. Taylor subraya que es así que estamos construyendo nuestra identidad. Hay una
jerarquización que se tiene que hacer entre todas las opciones que nos ofrece este legado para que
nuestra vida tenga coherencia, no se disperse a todos los vientos, adquiera unidad y eso implica
el alejamiento de elementos que no son compatibles con esta coherencia. Para dar una orientación
a mi vida elijo elementos de este patrimonio que me parecen dignos de vivir y elimino otras que
de este punto de vista, me parecen secundarias.

- La elección de una vida orientada hacia una manera de vivir que me parece valer más que todas
otras, algo que para mi es como absoluto, es decir sin comparación con cualquier otra manera
de vivir, implica una concentración de mi libertad sobre esta manera de vivir y hemos dicho que
esta concentración ordena todas las otras dimensiones de la vida humana en función de esta
elección. Eso implica entonces una renuncia a querer todo, un compromiso con algo que restringe
mi poder de abarcar el mundo en imaginación para decidirme por un camino y no otro. Esta
restricción es necesaria. Es una limitación sin duda pero esta limitación es la realidad de la vida
que implica el riesgo de ser singular. Es a partir de esta limitación que se fortalece una identidad,
una perspectiva propia por la cual salgo de lo anonimato para decidirme por lo que para mi “vale
la pena vivir”: puede ser la familia, el compromiso social o político, la vida religiosa, una vida
dedicada a la creación artística etc.

- Evidentemente la manera de vivir que yo privilegio puedo integrar dimensiones que forman
también parte de otras maneras de vivir pero la manera que privilegio, si quiere ser coherente,
ordenará estas dimensiones en mi vida según su compatibilidad con lo que quiero vivir. Esto
implica o puede implicar sacrificios de cosas que me gustarían. Pues mi libertad no es el poder
de “estar en todo” y pasar de una posición a otra sin fijarme en ninguna para quedar libre, por lo
cual pensaría ser más “universal”, sino consiste en el coraje de comprometerme en una elección
singular. Podemos decir que es una limitación: de hecho cuando elijo un camino no estoy en todo.
Pero esta limitación no lo es de otro punto de vista: porque me comunico con los demás no por
“estar en todo” sino al contrario porque soy singular y que la gente puede contar conmigo por
esta singularidad misma, esta experiencia propia de la vida que es mía y puede ser así un aporte
a los demás.

3. El cambio de nuestras elecciones

- Introduzco ahora una tercera pista: el sentido que damos a nuestra vida por la elección de algo
“que vale la pena vivir” no es una cosa hecha para siempre. Una orientación que nos ha parecido
buena y profunda en una época puede aparecer algún tiempo después con limitaciones o con
dificultades tales que puede revelarse como no correspondiendo a lo que realistamente somos
capaces o deseosos de vivir en otra etapa. La vida, por ser temporal es expuesta a ser tema de
interpretación y de reinterpretación: cada nuevo presente no es solamente continuación del
presente anterior sino también una pregunta sobre el futuro pregunta que puede “retro-actuar”,
por así decirlo, sobre el itinerario seguido hasta ahora y ponerlo en cuestión. No es ningún
relativismo admitir eso, sino una toma en cuenta de la condición humana como temporal.

Este tema del cambio de orientación de una vida lo encontramos todos con frecuencia con la
gente que cruzamos en la vida cotidiana y sabemos que ha podido costar bastante dolor y lagrimas
en las personas que lo han vivido. Había una confianza en una cierta orientación que se había
vivido y esta confianza se ha poco a poco disminuido hasta terminar dejando de animar la vida.
En un momento dado esta confianza no existe más. Es toda una reevaluación que hay que hacer
de las razones que se tenía en una época de dar preferencia a tal o tal manera de vivir. Ahora se
descubre que estas razones pueden haber sido tergiversadas, sesgadas por tal o tal prejuicio o falta
de madurez o ingenuidad. Y además no se sabe de ciencia cierta si lo que se piensa hoy es
testimonio de una mayor lucidez que lo que se pensaba en el tiempo de la elección inicial.

Estas decisiones de cambio, si se toman con la seriedad requerida y no a la ligera, llevan a menudo
consigo unos sufrimientos que difícilmente se pueden evitar. Se plantean al sujeto dudas y
cuestiones: sobre la fidelidad a una persona, sobre la fidelidad a un compromiso religioso o social,
sobre la coherencia de una vida que aparentemente cambia de norte, sobre su propia identidad.
¿Será que el cambio siempre es infidelidad o incoherencia? Evidentemente hay casos en los
cuales las decisiones de cambio se han tomado sin otro interrogante y eso corre el riesgo de ser
después fuente de malestar y de decepción porque la decisión no ha sido tomada como una
oportunidad de reflexionar la nueva orientación en relación con la primera. Supongo en lo que
estoy evocando ahora que son casos de personas que buscan un sentido, una orientación. No
hablamos de personas que cambian de vida sin ni siquiera preguntar por la más mínima
coherencia en su comportamiento.

Pero las cosas pueden presentarse de manera distinta. Un cambio puede ser una oportunidad, en
vez de ser una especie de traición, una oportunidad para abrir un camino que no es incoherente
con lo que se había elegido antes sino una nueva manera de vivir la inspiración inicial que la
persona quería dar a su vida, descubriendo que quizás no era posible seguir con la modalidad que
se había elegido para vivir esta inspiración y encontrando otra modalidad que, en un tiempo
diferente, le puede dar otra manera de encarnarse. No hay juicio que se pueda dar del exterior
sobre el cambio de orientación de vida de una persona. Y menos todavía un juicio que se haría
con el criterio que todo cambio sería malo. Incluso sabemos que una orientación de vida que
aparentemente no se cambia no tiene nunca, para los que la viven, la misma interpretación que
aquella que tenía en una época anterior. Se renueva y se reorganiza para integrar y vivir lo nuevo
y eso es la vida misma de un compromiso. Veamos el último punto.
4. Los otros

El último elemento que quisiera introducir tiene que ver con la presencia de los demás en nuestro
esfuerzo de dar un sentido a nuestra vida. Los demás intervienen ya en lo que hemos dicho del
pasado: estas experiencias que nos llegan como un “patrimonio” son las huellas que han dejado
otros hombres y mujeres del pasado y no solamente “cosas”. Es la “expresión” de ellos que ha
sido en su tiempo una opción y que nos viene como “sedimentada”, instituida, cristalizada en
narraciones, instituciones, que nos solicitan.

Pero los demás están también presentes en nuestro presente. No se puede entender una opción
como simplemente lo que el individuo elige para si como si fuera un proyecto personal
independiente de cualquier influencia. Familia, amigas, amigos, personalidades que nos han
marcado o nos marcan: son varias personas que han interferido e nuestra vida. Necesariamente
esta opción que pensamos como personal es profundamente marcada por los demás: a la vez por
los demás que excluimos y los que incluimos como dignos de nuestro respeto, nuestra confianza,
o amor, o admiración

Por otro lado, para elegir una orientación y seguir interpretando nuestra vida tenemos que poder
expresar este sentido con algunos “otros” que privilegiamos y que hace que nuestra opción nunca
es puramente individual, sino que está sometida a la influencia de otros, influencia que no es
equivalente a “dependencia” sino que se ejercen en el desarrollo de un diálogo con estos que es
vital. En este sentido varios comentaristas dicen de nuestra vida que es una narrativa, no se puede
desarrollar bien sin “contarse” y intercambiarse con otros que son para nosotros los “otros
significativos”.

Hay una última dimensión que relaciona la búsqueda del sentido de la vida en nuestra experiencia
individual con los otros, es el hecho que, tratando de poner coherencia en mi vida, me ubico como
una persona responsable frente a los demás, es decir como una persona que puede responder de
sí misma delante de los otros, una persona en la cual, a la inversa, en la vida cotidiana, los otros
pueden confiar. El tema de la confianza es suficientemente importante en nuestro país para que
insistamos, pero la confianza que somos capaces de inspirar es como un primer nivel de
construcción de la sociedad que por parecer elemental es absolutamente fundamental.

Pero ser responsable en un sentido profundo va más allá de la confianza que los demás pueden
poner en mí, es también sentirse solidario con los demás, es sentirse responsable de lo que puede
suceder a los demás, es dejar de ser solamente una persona éticamente orientada en un sentido de
una correcta vida individual sino una persona que puede sentirse comprometida por lo que sucede
con sus vecinos, los miembros de su país, e, idealmente, los miembros de la especie humana. Hay
aquí una dimensión política del sentido de nuestra vida, no en un sentido partidario sino en un
sentido de responsabilidad y de solidaridad por el cual nos “humanizamos”. Para concluir creo
que se puede resumir estos puntos de la manera siguiente:

Nuestra vida, para tener orientación y sentido, puede apoyarse sobre la comprensión de sí misma
como un devenir, una historia y no un flujo homogéneo de instantes.

1. Por esta capacidad de devenir, no está cerrada como una cosa, sino abierta a las grandes
experiencias humanas del pasado que pueden ser insumos para construir su “identidad” y
encontrar riquezas para su propia orientación.
2. Nuestra existencia no es una sucesión pura de tiempos sino tiene un centro de gravedad,
nuestro presente, fuente de nuestra decisión y de nuestro compromiso. Nos permite elegir lo
que, en este patrimonio, no parece “vale la pena vivir”; y siempre este presente nos puede
animar a no repetir lo pasado, a revisar nuestros compromisos.
3. Una decisión de vivir tal vida puede tener sus crisis y sus cambios y no es necesariamente
traición sino una condición de nuestra temporalidad. Lo importante es buscar en este cambio
la coherencia con nuestras perspectivas profundas sobre lo que “vale la pena vivir”.
4. Los otros tienen un papel importante en nuestra búsqueda: por lo que nos han legado, por las
conversaciones que en el presente nos permiten tener para comprendernos mejor a nosotros
mismos, por el aporte que les debemos a ser responsables y solidarios con ellos.

Para terminar, creo oportuno citar a dos autores. Charles Taylor y Hannah Arendt. El primero
señala: «Es típico que para los contemporáneos la cuestión [del sentido] se plantee partiendo de
si nuestra vida «vale la pena» o si es «significativa», o si es (o ha sido) plena y sustancial o vacía
y vana. Ésas son expresiones que se usan corrientemente, imágenes que se evocan
frecuentemente. Otra manera de plantearse la cuestión es si nuestra vida posee unidad, o si un día
sigue al siguiente sin propósito ni sentido, si el pasado cae en una especie de nada que no es
preludio, ni vaticinio, ni apertura, ni comienzo de nada.» (Las fuentes del yo, p. 59) Más adelante
sostiene: «Para tener sentido de quiénes somos hemos de tener una noción de cómo hemos llegado
a ser y de hacia dónde nos encaminamos.» (Las fuentes del yo, p. 64)

Hannah Arendt, por su parte, sostiene: “El lapso de vida del hombre en su carrera hacia la muerte
llevaría inevitablemente a todo lo humano a la ruina y destrucción si no fuera por la facultad de
interrumpirlo y comenzar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción a manera de
recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso
sino para comenzar” (La condición humana, p. 265)

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