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Es un lugar común afirmar que las tesis utilitaristas son incompatibles con las teorías defensoras de los

derechos humanos. Y no faltan razones para ello. En efecto, parece poco menos obvio que el criterio
utilitarista de procurar el mayor bien para el mayor número es un escollo insalvable para los derechos
humanos. Cualquiera puede imaginar una situación en la que la consecución del mayor bien para el mayor
número precise de la violación de un derecho humano. La conclusión viene a ser la de que si uno es
utilitarista no puede defender los derechos humanos y se ve abocado a aceptar matanzas en masa, torturas o
abusos de los más variados tipos. Puestas así las cosas, no parece haber salida al problema: o uno se decanta a
favor de la defensa de los derechos humanos desdeñando el utilitarismo o uno se adscribe al utilitarismo a
despecho de los derechos humanos.

Con todo, la conclusión es precipitada. Aunque sólo sea por el hecho de que varios autores hayan defendido
un utilitarismo con derechos. Para poder seguir defendiendo la tesis de la incompatibilidad, bien se puede
decir que ninguno de ellos era realmente utilitarista, aduciendo como prueba el hecho de que defendieron los
derechos humanos; pero esto, aparte de caer en una clara petición de principio, desconoce igualmente algunas
ideas que es necesario hacer notar.

En primer lugar, desconoce el hecho de que la doctrina utilitarista es de difícil caracterización. Esta
circunstancia hace difícil encontrar elementos comunes que nos permitan hablar de la doctrina utilitarista.
Entre la doctrina única y la multiplicidad infinita de doctrinas se sitúa la postura que mantenemos: existen
varios tipos de utilitarismo, entre los cuales se encuentra el defendido por algunos autores, que incluyen en él
una doctrina de los derechos humanos.

Que Mill es un autor utilitarista no es difícil de entender. Se le considera como uno de los padres del
utilitarismo junto con J. Bentham, y escribió una de las obras más claras en defensa de esta doctrina. Por otro
lado, se le reconoce como uno de los adalides de la tolerancia y, por extensión podríamos decir, de los
derechos humanos. La doctrina de John S. Mill, por tanto, puede ser presentada como un buen ejemplo de un
utilitarismo que puede dar cabida a los derechos humanos.

Al análisis de la doctrina de Mill, plasmada en particular en sus obras Utilitarismo, Sobre la libertad,
Consideraciones sobre el gobierno representativo y El Sometimiento de la mujer, se dedica la tercera parte de
la tesis doctoral. Pero para llegar a ello debemos despejar previamente algunas cuestiones conceptuales.

Para afirmar que Mill es un buen utilitarista y que es capaz de defender los derechos humanos, debemos ser
capaces de presentar su postura como ejemplo de utilitarismo y de doctrina defensora de los derechos;
debemos ser capaces de encuadrar su utilitarismo en el conjunto de los utilitarismos y su defensa de los
derechos humanos en el conjunto de las teorías merecedoras de ese nombre.

Y para ello necesitamos delimitar bien tales conjuntos. Debemos, por un lado, estudiar las doctrinas
utilitaristas para delimitar el concepto de utilitarismo y concluir que la doctrina de Mill puede ser calificada
de tal. Y debemos, por otro, analizar los conceptos de derecho y de derecho humano, para precisar el
contenido y el alcance e las teorías defensoras de tales derechos. Si lo que sostiene Mill puede ser concebido
como una defensa, ortodoxa diríamos, de los derechos humanos, podremos concluir afirmando que su
utilitarismo permite dar cabida a éstos.
Al estudio del utilitarismo y de los derechos humanos, y a los problemas que plantea el acoplamiento de los
dos puntos de vista, se dedican las dos primeras partes de la tesis doctoral.

El cambio de valores en América Latina: hallazgos de la Encuesta Mundial de Valores


El cambio de valores en América Latina: hallazgos de la Encuesta Mundial de Valores, Marita
Carballo y Alejandro Moreno (coords.), México, Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública
de la Cámara de Diputados, 2013, 238 pp.
Con ciertas excepciones, hace una década aún era común que el científico social asegurara
que la cultura importaba muy poco para la consolidación de las estructuras y para lograr
cambios sociales, económicos y políticos. Actualmente, esa perspectiva no es la tendencia
general en la disciplina social, pues muchos prejuicios han probado ser meramente
acumulaciones de información sesgada.

El cambio de valores en América Latina es un estudio que rechaza categóricamente muchos


de los paradigmas dados por verdaderos: que la modernización de las sociedades traerá
inevitablemente su secularización, que la convergencia económica se ve necesariamente
acompañada de convergencia cultural o que la globalización es un proceso lineal, único para
todos los países del mundo, que terminará por incluir a todas las sociedades. Esto se explica,
como argumenta el libro, porque los cambios sociales en Latinoamérica han desafiado los
postulados teóricos y han cuestionado los estereotipos, pues cae en esa categoría de
naciones emergentes al desarrollo, donde las teorías sociales diseñadas en otras realidades
aplicadas carecen de capacidad alguna para intentar anticipar algún fenómeno social.
Por eso, esta compilación de artículos, realizados por los investigadores latinoamericanos
encargados de la Encuesta Mundial de Valores en sus respectivos países, demuestra mucha
sinceridad a la hora de abordar el tema insólito de la cohesión cultural de Latinoamérica. El
libro inicia lleno de preguntas que demandan un estudio sistemático y específico de la región:
¿cómo han cambiado los valores en las sociedades latinoamericanas durante la última
década?, ¿a qué se atribuyen dichos cambios?, ¿cuáles son las nuevas expresiones
valorativas que predominan en las sociedades latinoamericanas ya entrando en el siglo XIX?
Para responderlas, expone cinco aspectos valorativos en Latinoamérica: la felicidad, la
libertad, las creencias religiosas, la racionalidad y el capital social.

Contrario a lo que se piensa -propone el libro-, Latinoamérica no es una región homogénea;


por el contrario, es un mosaico tanto en sus valoraciones normativas como en sus
instituciones (el libro expone que de ninguna manera en el legado cultural de una sociedad
hay una influencia institucional directa). Ahora bien, siendo la región un caleidoscopio como
es, simultáneamente está unificada por una cosmovisión compartida, es decir, por una
concepción común del mundo en su totalidad, producto de su legado histórico particular.

A la par de la carga de datos duros, el libro también proporciona reflexiones normativas («lo
más grave de nuestra sociedad no es tanto la cantidad de pobres, sino el hecho de que los
pobres son siempre los mismos»), siempre demostrando la utilidad social de tales
reflexiones. Aunque lleno de estadísticas importantes para el científico social, el libro cuenta
con un lenguaje sencillo para que el académico no familiarizado con los números, el
estudiante interesado en la integridad cultural de Latinoamérica o cualquier explorador del
tema pueda acercarse confiadamente a él.

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