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UNIVERSIDAD NACIONAL DEL ALTIPLANO


FACULTAD DE INGENIERÍA
ESCUELA PROFESIONAL DE INGENIERÍA CIVIL

ENSAYO CIENTÍFICO
La Eutanasia

PRESENTADO POR
Alania Laqui Rosmery

DOCENTE
Lic. Humpiri Lujano, Danitza

Puno, 2022
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Introducción:

La eutanasia, definida como el acto de poner fin a la vida de una persona de manera

intencional y con su consentimiento, ha sido un tema de amplio debate en la sociedad

contemporánea. En medio de avances médicos y tecnológicos que han prolongado la vida,

surgen interrogantes éticas y morales sobre el derecho de los individuos a tomar decisiones

sobre el final de su existencia. En este contexto, su legalización se ha convertido en un tema

controvertido que ha generado opiniones encontradas en diferentes ámbitos, como la ética, la

medicina y el derecho.

En su centro de discusión se encuentran dos principios fundamentales en conflicto: el

respeto a la autonomía y la dignidad humana, por un lado, y la preservación de la vida, por

otro. El dilema que se plantea es cómo equilibrar estos principios en situaciones de

enfermedades terminales o sufrimientos insoportables, donde las personas enfrentan una

calidad de vida disminuida y la pérdida de la capacidad para disfrutar de los aspectos básicos

de la existencia. Surge entonces la pregunta sobre si la sociedad debería permitir que los

individuos tengan la opción de poner fin a su sufrimiento a través de este método.

Es por ello que en el presente ensayo se mostrará como la legalización de la eutanasia

es importante para garantizar el respeto a los derechos individuales y la dignidad del enfermo

en situaciones de martirio insostenible. Al permitir que las personas tomen decisiones

autónomas sobre el final de su vida, se les brinda la posibilidad de evitar el dolor prolongado,

preservando su autonomía y su derecho a una muerte digna.

La Eutanasia: ¿Un acto de compasión o de crueldad ante la vida?


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Desarrollo:

El principio de autonomía es esencial al discutir sobre la legalización de la eutanasia,

ya que este implica que todos somos capaces de tomar decisiones libres e informadas en

cualquier aspecto, como lo puede ser en nuestra salud y bienestar. Ante ello, Neira Chávez

(2022) póstula:

“Este mencionado principio implica respeto por las personas, por lo tanto, deben ser

tratadas como lo que son (ser humano), y para mantener esta autonomía del paciente

significa, considerar al paciente con capacidades para tomar sus propias decisiones sin

ser coaccionado o persuadido, para la cual es importante la información brindada,

esclarecer dudas para que el mismo paciente cuente con mayor argumentación para

tomar una decisión informada referente a su salud” (p. 45).

A partir de lo anterior, podemos afirmar que la autonomía del enfermo es un valor

fundamental que debe ser protegido en el contexto de la atención médica, pues es su propia

vida y la forma en que la experimenta lo que se ve afectado, por lo que darle la oportunidad

de elegir entre seguir sufriendo o acabar con su desdicha llega a resultar en un acto de

compasión y empatía.

De igual forma, al momento de realizarla también se ve comprometida la dignidad

humana, especialmente en relación con el sufrimiento innecesario. De acuerdo con

Guairacaja Cárdenas (2011):

“Vivir dignamente no es solo tener acceso a la educación, vivienda, salud, y demás

cosas inherentes a las personas, vivir con dignidad también comprende tener en

buenas condiciones el bien material que es el cuerpo humano para alcanzar a cubrir

todas nuestras necesidades ya que si el bien material se ve afectado se desgastan todos

los demás derechos” (p. 19).


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Lo cual es una verdad absoluta; al encontrarnos a tales niveles de maltrato físico y

emocional, nuestra propia dignidad y gran parte de derechos se ven gravemente perjudicados,

pues al estar encerrados en un cuarto sin poder salir ni movernos por la situación en la que

nos encontramos, gran parte de las acciones a realizar se ven muy limitadas. Ejemplo de ello

es al no poder trabajar, participar en la sociedad, tener privacidad, y en general, carecer de

libertad.

Ante esto, la vida puede pasar de disfrutarse a detestarse, y más cuando no tienes la

posibilidad de cambiarlo y te encuentras inmerso en un dolor intenso. Como señala Sanchez

Chuquicusma (2018), “nadie tendría derecho a imponer la obligación de seguir viviendo a

una persona que, en razón de un sufrimiento extremo, ya no lo desea” (p. 186).

Al seguir manteniéndolo en un estado de agonía extrema y sin ver una mejora

sustancial, negarle la opción de ponerle fin llega a ser una imposición injusta y cruel,

atentando contra el respeto de su calidad de vida.

Es aquí donde la legalización de la eutanasia entra en juego y permite superar tales

dificultades tan complicadas de sobrellevar, dado que:

“La eutanasia es buena porque evita el sufrimiento de los pacientes en agonía

considerando que a veces no existe algún cuidado paliativo para evitar el dolor, y si

éste existiera conviene tomar en cuenta si la enferma o el enfermo puede ser

independiente otra vez, es decir, no esclavizar a sus familiares con su atención, y

viviendo con dignidad” (Guairacaja Cárdenas, 2011, p. 25).

Estos aspectos mencionados son de vital importancia, pues como se mencionó

anteriormente, una vida en la que no puedes hacer nada, y que está llena de torturas y pesares

que no acaban, deja de tener sentido y empieza a convertirse en una condena de la que te

quieres librar lo antes posible.


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Asimismo, esto conduce a que se desarrollen pesos psicológicos que afecten al

paciente terminal, ya que generalmente también desarrollan ansiedad, depresión y miedo al

dolor y a morir con él, lo que conduce a una intranquilidad constante, la inquietud

psicomotriz, sensaciones de ahogo y de bolas en el estómago, opresiones precordiales,

insomnio, baja autoestima, sensaciones de aislamiento y soledad, entre muchas otras

afecciones más (Martínez, E., Barreto, M. P., & Toledo, M., 2001, pp. 6-7).

De modo que, además del evidente calvario físico, también se tenga que lidiar con

tomentos mentales que en ocasiones empeoran a puntos que es casi imposible curarlos, al

igual que su enfermedad inicial. Entonces, ¿mantenerlos vivos con todo esto llega a ser

razonable? Si consideramos estos puntos de forma moral, la respuesta es negativa. Sin

embargo, la solución a ello no es aplicar directamente la eutanasia, ya que existe un ámbito

más a tratar: el estado emocional.

Cuando una persona está a punto de fallecer, un apartado importante es el entorno

afectivo en el que se encuentre. Referente a su importancia, Guairacaja Cárdenas (2011)

indica: “Lo es a lo largo del transcurso de la vida humana, desde el mismo nacimiento, y

especialmente en sus momentos más intensos y delicados, pero sobre todo en su final” (p.

55).

Por lo tanto, la eutanasia permite aliviar los dolores físicos y psicológicos del enfermo

de manera inmediata, al igual que los emocionales, pero para ello se precisa de un factor

externo, los seres queridos que este posea. Si juntamos los tres puntos, lograremos desahogar

todos los problemas que llegue a presentar el sosegado alusivo a su calidad de vida y

bienestar.

No obstante, el beneficiario de esto no es solo el paciente, sino que también lo es su

familia por dos razones en especial, la reducción de la carga emocional y económica.


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En primer lugar, se puede aminorar la carga emocional evitando que los miembros

familiares sufran de agonía. Citando a Neira Chávez (2022), “a menudo se ve que la muerte

inesperada de un ser querido daña la psique más que una muerte lenta, en la que se

acostumbra y acepta la idea de muerte” (p. 28).

Sabiendo que la eutanasia permite establecer una fecha específica en la que se

realizará, podemos prever el fallecimiento de la persona y permitir que los familiares se

despidan con tiempo y lo acompañen en sus últimos momentos de vida, dando una última

alegría a ambas partes y por tanto reduciendo varios sentimientos negativos que se pudieran

experimentar si no habría ocurrido lo mismo. Como por ejemplo la negación, el

arrepentimiento, la tristeza, el enojo o la culpabilidad.

Y, en segundo lugar, disminuyendo la carga económica. Este es un punto sumamente

importante a tomar en cuenta, puesto que muchas veces sucede que las familias dan

literalmente todo por su ser querido. Tal como lo expresa Guairacaja Cárdenas (2011):

“Se debe considerar, asimismo, los recursos económicos con los que cuenta la familia

del paciente, ya que muchas veces se les torna insostenible mantenerlo con vida

artificialmente gracias a la nutrición parenteral e hidratación. Estas personas pueden

llegar a sacrificar bienes importantes, tales como la vivienda o educación de sus hijos,

en aras de mantener con vida a una persona que se sabe, a ciencia cierta, no se sanará”

(p. 54).

De tal forma, nos aseguramos que la enfermedad del paciente no perjudique de

manera directa a algún ser querido y que estos mismos no gasten de más su dinero al intentar

extender su tiempo de vida, a pesar que este no lo desee.

Por otro lado, no debemos obviar la opinión de los profesionales de salud en este tema

en particular, dado que ellos son los que cuidan a todos estos individuos. Según una encuesta
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realizada a varios estudiantes y doctores del campo médico y de kinesiología del Hospital de

Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Asunción en San

Lorenzo, Paraguay. Bogado (2020) obtuvo lo siguiente:

“Con respecto a la pregunta: “¿Alguna vez has considerado la idea de ayudar a

terminar con el sufrimiento de un paciente acelerando su muerte?”, el 42,7 % dijeron que sí.

En cuanto al cuestionamiento: “Si tuviera una enfermedad terminal, en la que padeciera un

sufrimiento insoportable, ¿buscaría la ayuda de alguien para acelerar su proceso de muerte?”,

el 15,3 % respondieron decididamente sí, el 48 % respondieron que probablemente sí, el 24,7

% respondieron probablemente no y el 12 % respondió decididamente no” (pp. 5-6).

En ambas preguntas vemos que la mayoría están completa o parcialmente de acuerdo

con este método. No obstante, al preguntarles las razones personales de esto, mencionaron

que, si el paciente tiene posibilidades de vivir, deben luchar por ello, pero si lo tienen que

sedar o si la expectativa de vida es muy corta, podrían considerar finalizar su sufrimiento por

beneficencia del mismo, algo que denota simpatía con ellos.

De igual forma, se realizó una encuesta en Brasil, en donde se tuvo como objetivo

identificar la actitud de 354 profesionales y estudiantes de enfermería, fisioterapia, medicina

y psicología de un hospital universitario ante el suicidio asistido y la eutanasia. En donde se

obtuvieron los siguientes datos:

“El 68,1% concordó con la legalización del suicidio asistido y el 73,2% con la

legalización de la eutanasia para pacientes con enfermedades terminales. La

concordancia con la legalización del suicidio asistido o de la eutanasia fue del 46,9%

en casos de pacientes con enfermedades neurodegenerativas progresivas y del 30,8%

en casos de tetraplejia. En los casos de enfermedades terminales, si se legalizara, el

45% de los participantes practicaría suicidio asistido, el 57% solicitaría eutanasia, el


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36,5% colaboraría en el suicidio asistido y el 39,9% colaboraría en la eutanasia”

(Brandalise, et al., 2018, p. 217).

En este caso se ve una mayor predisposición hacia la eutanasia y el suicidio asistido

por parte de los encuestados, llegando a ser más del 70% los que exigen la legalización del

primero. Un número a tener en cuenta, ya que nos muestra a que postura se inclinan frente al

tema.

Para comprender de mejor manera esta opinión que poseen, debemos indagar en las

experiencias que tiene el personal de salud en el manejo de casos terminales. De acuerdo con

Diaz Gonzalez (2012):

“Cuando el paciente es joven las invaden sentimientos dolorosos como la sensación

de impotencia, y/o aumento de la ansiedad e incertidumbre. Por su parte expresan

sentir afecto y una profunda tristeza cuando son pacientes solos, que requieren

cuidados permanentes y compañía por su precario estado de salud, generalmente son

personas de avanzada edad que les recuerdan a sus padres y familiares” (p. 45).

En este caso se hace alusión a las enfermeras, donde nos muestran que sensaciones

viven al momento de atender a estos pacientes, siendo generalmente de empatía y tristeza por

la situación tan desfavorable en la que se encuentran.

Sin embargo, esta misma muestra de humanidad puede llegar a resultar en daños

generales al personal médico que los atiende, tanto a nivel físico como emocional. Acinas

(2002) menciona:

“Quienes trabajan con el sufrimiento humano (tales como psicoterapeutas, médicos,

enfermeros, personal de rescate, etc.) son más vulnerables al Desgaste por Empatía

dado que la empatía es un recurso importante en el trabajo con poblaciones

traumatizadas o sufrientes. También, el hecho de que muchos de estos trabajadores


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hayan experimentado algún evento traumatizante en sus vidas los predispone más a

sufrir de Desgaste por Empatía. Los traumas no resueltos del trabajador pueden ser

activados por la situación del paciente y su familia” (p. 13).

Esto nos hace ver como el estar constantemente con este tipo de individuos llega a

afectar fuertemente el estado mental, provocando bastante estrés e incluso reviviendo traumas

pasados. Lo cual es comprensible, pues el estar con personas que se quebrantan de dolor

perjudica el estado de ánimo, y más cuando tienes que vivirlo diariamente, como es el caso de

varios profesionales de la salud.

Asimismo, el dinero que se tiene que invertir en este tipo de circunstancias es bastante

elevado por los diversos cuidados paliativos a ejercer. Claro ejemplo de ello es en la

provincia de Río Negro, en Argentina, donde se calculó que, en promedio, el tratamiento

anual que da un centro de salud en el domicilio de un paciente oncológico ronda los USD

15.698,00, esto contando los recursos humanos, los medicamentos y descartables, el

combustible y el equipamiento de soporte. (Lamfre, L., Hasdeu, S., Coller, M., & Tripodoro,

V., 2023, p. 6).

Si bien esta cifra pueda no parecer tan grande para alguien de clase alta, para las

personas que no tengan muchos sustentos económicos resulta abismal, por lo que muy

probablemente tendría que endeudarse si quiere o necesita pedir tales tratamientos, llevando

al fracaso económico tanto del mismo con de su familia.

Dicho sea de paso, esto también afecta la disponibilidad de los recursos; sea la

instancia médica pública o privada, esta tiene límites y puede terminar careciendo de

determinados insumos: Como afirma Guairacaja Cárdenas (2011):

“Los recursos disponibles son un punto importante a tener en cuenta a la hora de

aplicar un determinado tratamiento. A la tesista le parece que no es justo para la sociedad en


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su conjunto gastar enormes cantidades de dinero diariamente en técnicas de soporte vital para

mantener con vida a una persona sin esperanzas de recuperación, cuando hay muchas más

personas con enfermedades con más posibilidades de recuperación, las cuales no pueden ser

sometidas al tratamiento correspondiente por insuficiencia de recursos económicos” (pp. 53-

54)

Por tanto, al momento de invertir gran parte de los recursos en los pacientes que no

tienen esperanza de vida, se está limitando su redistribución hacia los que si la poseen y no

quieren morir. Así pudiendo provocar el fallecimiento indirecto de otra persona.

Llevando la teoría a la práctica, son 7 países donde es legal la eutanasia, esto sin

considerar el suicidio asistido, pues el número incrementaría. Entre ellos están Países Bajos,

Bélgica, Canadá, algunos estados de Australia, Nueva Zelanda, España y Colombia. Si bien

existen diferencias en sus legislaciones, todas coinciden en varios aspectos. Como plantean

Bernal y Trejo (2022):

“Exigen por lo general que un enfermo adulto y competente para tomar decisiones

tenga una enfermedad terminal o un sufrimiento intolerable que no haya mejorado con

tratamientos previos, pida al médico la E/SA en dos ocasiones (de palabra y por

escrito) separadas por varios días y casi siempre con un período de reflexión entre la

última petición y la E/SA. El médico debe informar al paciente de su diagnóstico,

pronóstico y de las alternativas de tratamiento, debe estar convencido de que el

sufrimiento del paciente es intolerable, de que no hay un tratamiento eficaz, de que el

enfermo es competente y actúa con libertad y por último debe comunicarlo a las

autoridades” (pp. 3,4).


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Todo esto permite que el damnificado pueda tomar una decisión informada, voluntaria

y sostenible con el tiempo, mostrándole que alternativas y diagnósticos tiene y manteniendo

una constante plática con el personal médico a cargo de él y las autoridades.

No obstante, varias personas consideran que esta práctica es atroz y deshumanizada,

pues no se respeta ni valora la vida al realizarlo. Tal como menciona Giraldo Cadavid (2008):

“La eutanasia es gravemente ilícita porque, al buscar la muerte como fin o como

medio, atenta contra el vivir de la persona humana, que tiene una dignidad y un valor

intrínsecos que, como ya se explicó, exigen el respeto incondicional de la vida del

inocente. Además, esa dignidad y ese valor intrínseco de la persona humana no se

modifican por las limitaciones que tenga ni por las circunstancias concretas de su

vida. Por tanto, no es lícito al hombre buscar justificaciones para poner fin a la propia

vida ni a la de los demás, ni le es permitido emprender acciones con ese fin” (p. 164).

Lo cual es completamente respetable y hasta cierto punto tiene razón, ya que el

humano no es nadie para decidir si alguien vive o muere. Sin embargo, la eutanasia no

consiste en estas aseveraciones, pues como se mencionó inicialmente, quien decide si

aplicarla o no es el mismo paciente. De igual forma, esta va dirigida a personas que realmente

tengan problemas casi irreversibles y que les provoque sufrimiento excesivo, no solo

limitaciones físicas o psicológicas, de modo que respetemos su calidad de vida y dignidad.

Pero ante esto surge otra problemática, el abuso hacia las personas vulnerables y

discapacitadas respecto a la decisión que van a tomar. Donde, por segunda vez, Giraldo

Cadavid (2008) ratifica:

“Más grave aún resulta el hecho cuando es un tercero, que se considera intérprete de

los deseos de la persona enferma, el que toma la decisión de desencadenar la muerte.


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En su decisión tendrán un peso importante sus preferencias personales, que fácilmente

pueden no coincidir con las del enfermo” (p. 164).

Este es un problema que se consideró en la legislación de varios países y se propuso

requisitos y soluciones para que la autonomía del enfermo sea firme y constante:

“En caso de la eutanasia, estos índices mínimos de racionalidad deben comprender los

siguientes elementos:1) que exista voluntad de acceder a la buena muerte; 2) que

exista un adecuado conocimiento y comprensión de la situación en la que se encuentra

y sobre los efectos secundarios de su decisión; 3) Que no exista presión externa para

realizar la eutanasia. Otra medida para garantizar que el paciente pueda solicitar el

tratamiento de la buena muerte, es los servicios de medicina paliativa” (Novilla

Hinostroza, 2021, p. 22).

Con esto aseveramos que existen reglamentos y normas establecidas en los diversos

países que la tienen legalizada para evitar cualquier tipo de abuso que se pueda cometer y que

afecte la postura del paciente terminal. Asimismo, estas todavía se pueden mejorar y

complementar mucho más aprendiendo de los desaciertos que tengan las demás y

fortaleciéndolos.
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Conclusiones:

La legalización de la eutanasia conlleva beneficios tanto a nivel individual como

social, pues permite que las personas en situaciones extremas de sufrimiento tengan la

libertad de decidir sobre su propio destino, de modo que tengan la oportunidad de evitar un

dolor prolongado y tener una muerte digna. Además, esto da pie a que se alivien los gastos

generados por parte de la familia y que su carga emocional sea más llevadera.

De igual forma, el personal médico y los insumos económicos de los centros de salud

se ven favorecidos. El primero por la reducción del estrés por empatía, y el segundo por la

retribución de capital a otros pacientes que lo necesiten. Todo ello de la forma más segura

posible, pues su legislación y los requisitos están bien controlados y eviten que se cometan

abusos o toma de acciones apresuradas.

Lo cual confirma que este método representa un avance necesario para respetar los

derechos y la dignidad de las personas. Al reconocer su autonomía y permitirles tener el

control sobre el final de su vida, se fomenta la compasión y se les brinda un mayor sentido de

empoderamiento en momentos de extrema vulnerabilidad. La eutanasia regulada y

supervisada adecuadamente es una opción ética y moralmente justificable cuando se

enfrentan estos casos tan desfavorables.

En última instancia, es crucial reflexionar sobre la importancia de aceptarla en nuestra

sociedad. Este tema no debe ser ignorado ni subestimado, sino abordado con un enfoque

informado y compasivo. La eutanasia plantea preguntas fundamentales sobre nuestra

concepción de la vida, la autonomía y la dignidad humana, por lo que valorándola y

ejecutándola adecuadamente podemos avanzar hacia una sociedad que valore la libertad de

elección, el respeto por la soberanía de uno mismo y el reconocimiento de que cada individuo

merece paz en su fallecimiento, libre de tormentos innecesarios.


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