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Las reformas borbónicas

El impulso a las reformas se produjo a partir de 1763 debido a que los desastrosos resultados de la Guerra de los Siete Años. Esto se debe a que
la monarquía adquirió conciencia de la importancia estratégica de las colonias americanas, principalmente del Caribe, amenazadas por las
potencias extranjeras que las acechaban continuamente y mermaban el intento de control que pretendía la Corona sobre ellas, causando
obstáculos y peligros a través del contrabando y de los conflictos bélicos. Por estas razones se planteó instaurar un sólido plan de cambios que
estabilizara y fortaleciera su dominio en las Indias. Las reformas buscaban mejorar las estructuras económica, administrativa, educativa, judicial y
militar de sus estados para aumentar el poder de la monarquía. No obstante, estos proyectos reformistas tuvieron versiones propias y diferentes en
cada espacio geográfico de la Monarquía Hispánica ya que suponía un ámbito compuesto de múltiples y diversas sociedades con rasgos propios y
dinámicas peculiares.
Las medidas económicas se centraron en aumentar los impuestos y controlar las tasas aduaneras, implantar un proteccionismo en el sector
manufacturero que favoreciera la creación de manufacturas reales (como las Reales Fábricas de Tapices, Cristales, etc.), aplicar estímulos que
favorecieran el desenvolvimiento de la agricultura y la minería, y liberar a la actividad productiva de ciertas trabas que entorpecían su desarrollo
como la liberación del comercio de granos en la Península 1765 o la promulgación sistema del libre comercio entre distintos puertos americanos y
españoles iniciado con la publicación del Decreto de Libre Comercio en 1765 y culminado con el Reglamento y aranceles reales para el comercio
libre de 1778. Otro de los planes con objetivos económicos fue la creación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía en 1767 que
fue un proyecto ilustrado del intendente Pablo de Olavide que pretendía una repoblación del territorio a través de una colonización agraria.
En el ámbito administrativo, hubo una remodelación del aparato institucional mediante la creación de organismos eficaces y operativos que desde
la Administración central o territorial fueran capaces de gobernar en aras de la uniformización y centralización del poder en manos del monarca y
poner al mando de estos organismos a burócratas o funcionarios. Para ello, se llevaron a cabo proyectos como los Decretos de Nueva Planta
(1707-1716), la creación de las Secretarías de Estado y del Despacho (1714) y de las Intendencias de Provincias (1718). Además, con el fin de
ajustar las piezas de la maquinaria administrativa se institucionalizó en 1787 la Junta Suprema de Estado, un órgano deliberador que reunía
semanalmente a los Secretarios del Despacho bajo la presidencia del Secretario de Estado.
En el plano religioso, el regalismo fue el elemento esencial de la política reformista, sobre todo con Carlos III. Se trataba de una política destinada
a hacer prevalecer las regalías o derechos inherentes a la soberanía del monarca, sobre los derechos propios de la Santa Sede. La acción
regalista de Carlos III se centró en el control de la Iglesia española, y para lograrlo desarrolló una amplia acción reformista en la cual destacó la
expulsión de los miembros de la Compañía de Jesús de todos los dominios de la Corona española en 1767.
En materia militar, las decisiones se focalizaron en ampliar y modernizar la infraestructura, tanto terrestre como marítima, con el aumento y mejora
de las fortificaciones peninsulares y americanas, así como los efectivos humanos (los ejércitos dejan de ser mercenarios y se fijan diferentes
sistemas de reclutamiento nacional); la organización de los cuerpos militares en unidades más operativas a las que se les dotó del equipamiento
adecuado; la introducción de conceptos como la disciplina, el honor y el valor como elementos básicos de la milicia; sin olvidar la importancia de la
carrera militar como un nuevo medio de promoción social y servicio al Estado.
El aspecto cultural en el siglo XVIII se basó fundamentalmente en el impacto de la Ilustración y las ideas ilustradas que situaban a la razón en el
centro de todos los ámbitos del saber y la cultura, además de otros valores como progreso, civilización, tolerancia y utilidad. Las ideas ilustradas
fomentaron las iniciativas a favor de la reforma universitaria donde destacó Pablo de Olavide que realizó un Plan de Estudios para la Universidad
de Sevilla (1769) que marcó las pautas de esta reforma no sólo en Andalucía sino en toda la Península. Este plan se centró sobre todo en una
secularización de los estudios, la impartición de cursos regulares y el control de la asistencia de los estudiantes a las clases. Sin embargo, no
supuso una auténtica modernización debido a las trabas de los sectores más conservadores.
La difusión cultural se llevó a cabo a través de las tertulias, uno de los instrumentos más característicos de la divulgación de la cultura ilustrada fue
la prensa. Aparecieron publicaciones periódicas en todas las capitales.

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