Está en la página 1de 366

J.T.

Geissinger
MAKE ME SIN

Sinopsis:

Chloe Carmichael está viviendo un gran momento… es tanto la dama de


honor como la florista de la boda de alta sociedad de su mejor amiga, las cosas
se están poniendo serias con su novio y su floristería está a punto de aparecer en
una revista nacional. Pero todo se vuelve agrio rápidamente cuando el padrino, el
baterista de Bad Habit A.J. Edwards, muestra su rostro... su bello e inolvidable
rostro. AJ es todo lo que Chloe no quiere: tatuado, egoísta y malas noticias.
Entonces, ¿por qué no puede dejar de pensar en él?
La mojigata Chloe tampoco es exactamente del tipo de A.J., pero la química
entre ellos es innegable. AJ será el primero en decir que no es un santo, pero hay
algo que no está diciendo… algo que devastaría a Chloe. La única forma en que
puede protegerla es alejarla de él, pero el baterista descubre que la necesita ahora
más que nunca. Cuando un enfrentamiento el día de la boda revela secretos que
ambos ocultan, ¿volverán Chloe y A.J. alguna vez a encontrar su conexión?




Para Jay, siempre.


En el momento en que escuché amor por primera vez,


entregué mi alma, mi corazón y mis ojos.
—Rumi

Prólogo

La última vez que vi a Chloe Carmichael, me tiró una copa de champán a la
cara y me llamó idiota.
Me lo merecía, por supuesto. Soy un idiota. Con ella más que con nadie.
Diecisiete días después y aquí estoy, de pie frente a la floristería de moda que
tiene en West Hollywood; el letrero sobre el toldo verde dice: Fleuret, una
boutique de flores a medida, lo que sea que esa mierda signifique, y me pregunto
porque nombre haré que me llame hoy.
Me pregunto si me destripará como la última vez.
—¡AJ! ¿Vas a entrar o simplemente te quedarás ahí parado con la polla en la
mano?
De pie bajo el elegante toldo verde en la puerta de entrada de vidrio de
Fleuret, Nico me mira con impaciencia, donde estoy detenido en la acera.
Barney, el conductor / guardaespaldas de Nico, acaba de dejarnos y su
prometida, Kat, ya ha entrado para hablar sobre las flores de la boda con su
amiga. Por qué diablos estoy aquí es una incógnita.
Oh, sí. Soy el padrino. Una palabra que nadie, nunca, en ninguna otra
situación, usaría para describirme.
Doy una última calada al cigarrillo y lanzo la colilla a la calle, lo que hace
que una MILF1 en un BMW que pasa me grite desde su ventanilla abierta. Le
muestro el dedo y me abro paso lentamente por la acera, hacia la entrada de mi
propio infierno personal.
Empiezo a sudar.
—Si tuviera mi polla en la mano, Nico, el tráfico se detendría en ambas
direcciones para que todos pudieran presenciar el milagro de mi enorme paquete.
Nico ni siquiera pestañea.
—Si tu paquete es la mitad de grande que tu ego, hermano, eso es un
milagro. Ahora mete tu culo hosco dentro de esta tienda. Y recuerda de lo que
hablamos.
Cierto. Ya había recibido “la charla” varias veces. Perlas de sabiduría en la
línea de “No tiene que agradarte Chloe, solo tienen que llevarse bien por el bien
de la boda”.
Qué gilipollez. No me “llevo bien” con nadie, con quien no quiera llevarme
bien. Las opiniones de otras personas sobre mí importan una mierda en la escala
de AJ Edwards. Lo que Nico, que me conoce desde hace años, sabe
perfectamente.
Otra joya: “Kat realmente se molesta cuando eres cruel con Chloe”.
Traducción: “Mi mujer tiene mis bolas en un apretón de muerte, está
constantemente taladrándome el cerebro sobre cómo tratas a su amiga, y he
perdido todo el control sobre esta situación. Por favor, ayuda a un hermano”.
Mierda dura, Nico. Eres el que tiene tus pelotas en un frasco en el
congelador de tu novia, no yo.
¿Pero el mejor consejo que había recibido de Nico hasta ahora sobre la
situación de Chloe Carmichael? El atemporal: “Si no puedes decir nada bueno de
ella, no digas nada en absoluto”.
Si siguiera ese consejo, estaría mudo por el resto de mi vida.
Porque no puedo decir nada bueno de ella. No puedo decirle nada bueno.
Apenas puedo mirar a la mujer a los ojos.
Cuando lo hago, me cuesta respirar. Hace calor, incluso si hace mucho frío. Y
de repente, me siento como si tuviera diez años otra vez, en el último buen día de
mi vida, desenvolviendo el último regalo de Navidad que recibiría de mi madre
antes de que muriera por la última dosis de heroína que la mató, y me quedé solo
en un burdel del gueto en el sureste de San Petersburgo, sin nada más que un
tambor de juguete nuevo y la ropa que llevaba puesta.
Esperanza. Vete a la mierda, esperanza. Y que te jodan también, felicidad.
Las dos son perras mentirosas y falsas.
Paso junto a Nico, abro la puerta del Hades disfrazado de floristería y entro.
Lo siento, Chloe, pero estoy a punto de arruinarte el día de nuevo.
Es la única forma en que puedo estar cerca de ti sin querer hacer sangrar
algo.

Capítulo 1

Lo veo a través de los escaparates de mi tienda, y la ansiedad me retuerce el
estómago como un pretzel.
Caminando hacia la puerta principal, AJ Edwards, baterista2 de la infame
banda de rock Bad Habit, es todo fanfarronería descuidada y sonrisas arrogantes,
pero de alguna manera se las arregla para irradiar una intensidad peligrosa, como
si estuviera a punto de estallar por dentro, blandir un rifle de asalto y robar el
lugar.
No lo dejaría pasar.
Cuando aprieto los dientes y miro los álbumes de diseño esparcidos sobre la
mesa entre nosotros, mi mejor amiga, Kat, mira por encima del hombro y
suspira. Cuando se vuelve, sus ojos verdes son comprensivos. Ella sabe cuánto
he estado temiendo esto.
—Solo ignóralo, Lo.
—¿Ignóralo?—mascullo, arqueando las cejas—. ¿Al dragón que escupe
fuego y me mira como si quisiera arrancarme la cabeza? Servirá. No hay
problema. ¿No está todo el mundo acostumbrado a que estrellas de rock odien
sus tripas sin razón aparente?
Ella se acerca y aprieta mi mano.
—Vamos, él no te odia. Eres demasiado dulce para que alguien te odie.
—Te apuesto diez dólares a que demuestra que estás equivocada antes de que
terminemos aquí hoy.
—Todo estará bien, ya verás.
Lo que veo es que Kat está viviendo en una tierra de fantasía donde AJ
Edwards es un caballero, y no Lord Voldemort disfrazado de un enorme músico
tatuado.
Cuando digo enorme, no es una exageración. Está construido como una
montaña. Una montaña que me encantaría llenar con dinamita y volarla.
La campana de la puerta principal suena cuando la puerta se abre y se cierra.
El idiota está adentro. La última vez que estuvo aquí, cuando Nico compró flores
para Kat por primera vez hacía siete meses al comienzo de su relación, se sintió
como si todo el aire hubiera sido aspirado en el momento en que entró. AJ tiene
una forma de invalidar todo el espacio que lo rodea. Es un agujero negro que
devora toda la luz.
Ya me siento devorada y ni siquiera ha estado aquí durante diez segundos.
Pero él no puede saber eso. Estoy decidida a que nunca más me cabree, sin
importar lo que diga o haga. Así que sigo el consejo de Kat, adopto un tono
informal y digo:
—Estaba pensando que podríamos usar peonías blancas como flor principal
para los centros de mesa, los ramos de novia y la glorieta, e incorporar rosas
lavanda para darle un toque de color contrastante. Eso le dará al diseño más
dimensión que una paleta completamente blanca.
Distraída de la charla de AJ, Kat pregunta esperanzada:
—¿Podemos conseguir peonías en agosto?
—Serán importadas de Holanda y, por lo tanto, muy caras, pero teniendo en
cuenta lo mucho que significan para ti y Nico… sí. Me aseguraré de
conseguirlas.
Ella sonríe. Entonces Nico camina hacia ella, se inclina y la besa en la sien, y
Kat brilla tanto que es incandescente.
Ahora tengo dos miembros de la banda de rock más famosa del mundo en mi
tienda, y todo en lo que puedo pensar es qué tan rápido puedo sacarlos.
No es que tenga nada en contra de Nico. Todo lo contrario. Hace a Kat tan
feliz que ella flota, lo cual se debe a que la trata como a una reina. Lo que ella se
merece totalmente. Hemos sido mejores amigas desde la escuela secundaria, y es
la chica más divertida, honesta y leal que conozco. Pero Nico viene con AJ, y AJ
viene con nubes de tormenta en ebullición sobre su cabeza, y ahora está de pie
junto a mi enfriador de flores mirando un cubo de felices gerberas amarillas
como si quisiera matarlas. Siento que se acerca una migraña.
Sesenta segundos y el hombre ya está causando estragos en mi sistema
nervioso.
Ésta fue una mala idea. Estúpida planificadora de bodas y su estúpida
insistencia en la “cohesión de la fiesta de bodas” e “incluir a los hombres en el
proceso” y bla, bla, bla. No me importa que yo sea la dama de honor y AJ el
padrino y que los dos seamos adultos y deberíamos actuar como tal. ¡No soporto
al tipo! Él es solo… malo. Es desconcertante lo fácil que se mete debajo de mi
piel con nada más que una mirada.
Una mirada ártica y fulminante como la que acaba de darme.
Finjo que no la veo, ni a él, y le sonrío a Nico.
—Hola, Nico. Que bueno verte. Solo le estaba diciendo a tu novia que las
peonías están aprobadas.
Nico sonríe. Es como ver el sol atravesar la niebla. No fue nombrado el
hombre vivo más sexy de la revista People durante tres años seguidos por nada.
Cabello azabache, ojos azules y una serie de hoyuelos que pueden matar a una
mujer en el acto… De vez en cuando, tengo que recordarme que no debo mirar.
No es que me interese, él y Kat están locamente enamorados, y yo estoy
perfectamente feliz con mi novio, Eric, pero no apreciar la apariencia de Nico
sería tan criminal como estar de pie frente al David en la Galleria
dell'Accademia en Florencia y pasar todo el tiempo enviando mensajes de texto
en tu teléfono.
En este momento estoy demasiado ocupada no mirando a AJ para apreciar el
efecto completo de la belleza de Nico.
—Es bueno oírlo, cariño. A menos que haya alguna otra flor que puedas
recomendar que sea un símbolo de un matrimonio feliz, definitivamente lo que
queremos son peonías. —Nico se sienta junto a Kat, estira sus largas piernas
debajo de la mesa, toma su mano y la besa. Dirigiéndole una mirada de
adoración, murmura—. Asegúrate de que también tengamos muchas rosas
lavanda.
Las rosas lavanda simbolizan el amor a primera vista. En pocas palabras,
Nico me interrogó una vez sobre los diferentes significados de los colores de las
rosas antes de elegir el lavanda para una escandalosa sorpresa de cumpleaños
para Kat. Si tan solo el padrino de Nico pudiera canalizar una pizca de esa
dulzura, no estaría sentada aquí actuando indiferente ante la tercera mueca
desagradable que me envió.
No es que las esté contando.
Solo lo hago, porque la experiencia de ser aborrecida por un completo
extraño es nueva para mí. Si soy perfectamente honesta, me asusta un poco. Está
bien, realmente me asusta. Casi tanto como cuando el abuelo Walt metió la
dentadura postiza en la boca del cerdo que mi padre asó a la parrilla para la fiesta
de cumpleaños con temática hawaiana que mis padres me dieron cuando tenía
catorce años.
Tuve pesadillas de chuletas de cerdo sonrientes durante meses. Hasta el día
de hoy, todavía no puedo comer carne.
—¿Qué tal si agregamos un poco de Stephanotis al ramo de Kat? Huelen
increíble y también simbolizan la felicidad conyugal—digo continuando con mi
farsa de indiferencia. Les muestro a Kat y Nico una foto de la pequeña
Stephanotis blanca en forma de estrella. Ambos asienten con la cabeza.
Mientras Kat, Nico y yo continuamos nuestra conversación, AJ comienza a
deambular por la tienda como un tigre inquieto en una jaula, olfateando cosas.
Encuentro eso incluso más desconcertante que su mala actitud. Se supone que
debe estar participando en esta reunión, o al menos fingiendo interés en apoyar
al novio, pero en cambio él está… ¿Qué? ¿Comiéndose la mercancía con los
ojos? ¿Buscando algo para romper?
Lo miro con el rabillo del ojo mientras rebusca impaciente en el estante
Lucite de tarjetas de felicitación junto a la caja registradora, moviendo los dedos
sobre ellas con desprecio. Abandona bruscamente las tarjetas para pavonearse
más allá de la exhibición escalonada de cubos de aluminio llenos de orquídeas
recién cortadas porque ha visto a la morena con pantalones cortos y tacones de
aguja mirando los estantes de velas perfumadas cerca de la parte de atrás.
Por supuesto que vería a la morena. Este es un hombre que recluta mujeres
como si fueran selecciones de fútbol de fantasía. La mayoría de las cuales son de
la variedad pagada. Por lo que he leído, visto y oído, AJ hace que Charlie Sheen
parezca un niño de coro.
—¿Chloe?
La voz de Kat me devuelve la atención. Ella y Nico me miran expectantes.
Me doy cuenta de que uno de ellos ha dicho algo que no he oído.
—Lo siento. ¿Qué dijisteis?
Una comisura de la boca de Nico se curva hacia arriba. Sospecho que sabe
exactamente dónde se ha desviado mi atención. Lo mataré con mis propias
manos si le menciona algo a AJ.
—Nico habló ayer con su publicista sobre la boda. La prensa y todo eso—
dice Kat.
Parece que los dos comparten un delicioso secreto. No tengo ni idea de
porqué.
—Um. ¿Ok?
—Hemos vendido los derechos de las fotografías a la revista People.
—Oh. Guau. ¡Eso es increíble! Espero que os paguen un montón de dinero...
—No, cariño, eso no es lo que estoy tratando de decirte. —Kat se inclina
hacia delante sobre la mesa. Ella sonríe como el gato de Cheshire.
Miro de un lado a otro entre ella y Nico.
—¿Entonces qué es?
Kat espera un momento antes de hablar. Cuando lo hace, no estoy segura de
haberla escuchado bien.
—¡Junto con la cobertura de la boda, van a hacer un reportaje sobre Fleuret!
Detrás de nosotros, la morena se ríe de algo que AJ ha murmurado. Están
demasiado lejos para que pueda entender lo que ha dicho, pero su risa suena
claramente sensual. Resisto la tentación de dar la vuelta y averiguar si el dinero
está cambiando de manos.
—¿Qué quieres decir con un reportaje? ¿Mencionarán mi tienda?
Nico se ríe. Es su risa ronca característica, diseñada genéticamente para hacer
que los ovarios de una mujer se pongan en alerta y rueguen. Soy inmune a eso
ahora, habiéndola escuchado tantas veces; sin embargo, a juzgar por la expresión
del rostro de Kat, ella es todo lo contrario.
Me encanta lo completamente enamorados que están. Es hermoso. Incluso si
verlos juntos a veces me hace sentir como si me estuviera perdiendo la mejor
broma privada del mundo. Lo cual es una tontería, porque, como dije antes,
estoy perfectamente feliz con mi novio.
Pero.
Como la muerte, el concepto de amor verdadero es una de esas cosas
realmente difícil de comprender hasta que lo ves. Una vez que lo haces, no hay
vuelta atrás.
—No, cariño. No mencionarán tu tienda. Van a hacer un reportaje sobre tu
tienda y sobre ti. Como en un artículo completo sobre la floristería que usamos
para acompañar la historia de la boda—dice Nico cálidamente.
Las palabras se arremolinan en mi boca, pero ninguna de ellas decide
aterrizar en mi lengua. Con el corazón acelerado, miro a Nico y Kat con total
incredulidad.
Encantada por mi evidente asombro, Kat se ríe y aplaude.
—Lo convertimos en una condición del trato. Si querían una cobertura
exclusiva de la 'boda del año', tenían que hacer un artículo especial sobre la
floristería de nuestra boda. ¡Fleuret va a ser famosa, Lo! ¡Vas a ser famosa!
En realidad, lo que creo que voy a hacer es enfermarme.
—Tía—susurro.
Kat se ríe más fuerte.
—Te mereces el reconocimiento, Chloe. Tus arreglos son jodidamente
asombrosos—dice Nico.
El acento sureño a lo Matthew McConaughey de Nico hace que todo suene
sexy, incluso cuando está maldiciendo. Lo que es con frecuencia. En este
momento, podría estar recitando cada maldición conocida por el hombre y no me
importaría.
—Amigos. —Es todo lo que puedo decir porque mi garganta se aprieta y mis
ojos se llenan de agua.
Todo lo que he querido desde que le compré la tienda al señor y a la señora
Feldman cuando se jubilaron hacía tres años, era convertirla en el mejor estudio
de diseño floral de Los Ángeles. Mis padres pensaron que estaba loca por tratar
de rescatar una floristería que fracasaba, considerando la matrícula que gastaron
en mí en la USC mientras estudiaba ese título de Literatura Inglesa que nunca
usaré, difícilmente pueda culparlos, pero siempre me han encantado las flores, y
aproveché la oportunidad de comprar Fleuret y darle la vuelta. Comencé a
trabajar en la tienda a tiempo parcial en la escuela secundaria y ha sido mi
primer amor desde entonces. Puse cada centavo de mi fondo fiduciario en ella.
He reinvertido cada dólar que he ganado. He puesto innumerables horas de
sudor.
Y ahora mi mejor amiga y su prometido superestrella me dicen que han
hecho arreglos para que consiga prensa para la tienda. No cualquier prensa. La
revista People. Y no solo una pequeña mención. Un reportaje.
Éste es posiblemente el mejor día de mi vida.
Conteniendo un sollozo, salto de la silla y aplasto a Kat en un abrazo.
Después aplasto a Nico. Entonces empiezo a reír locamente como el siciliano de
La Princesa Prometida justo antes de que se desplome por beber el vino
mezclado con iocano.
Creo que podría estar perdiendo la cabeza.
Precisamente en el colmo de mi alegría, una voz sarcástica habla por encima
de mi hombro.
—Déjame adivinar. ¿Oferta de bragas de abuela en Neiman Marcus?
En una escala del uno al diez, mi disgusto por AJ se dispara de alrededor de
un nueve a un sólido y abrasador veinte. Me endurezco, soltando a Nico. Con la
cara en llamas, recuerdo que la última vez que vi a AJ, me llamó “chica rica,
frígida y engreída”. Que, además, “no reconocería una polla si la golpeara en la
cara”.
Quien aparentemente también usa bragas de abuela.
Y así es como me ve. No me importa. ¡NO ME IMPORTA!
Sin perder el ritmo, Nico dice arrastrando las palabras:
—Probablemente tendrás que correr y abastecerte para que tu vagina
masculina no se enfríe debajo de esos vaqueros, AJ.
—No—dice AJ, respondiendo de inmediato—nunca uso ropa interior.
Demasiado restrictiva. Mi vagina masculina es enorme, hermano. Necesita
espacio para respirar.
Una nueva información sobre AJ Edwards que podría haber pasado toda mi
vida sin saber… va tipo comando. No me permito pensar en la otra parte. La
parte “enorme”. Aunque a juzgar por el tamaño de sus botas…
Sin darme la vuelta, o sin reconocer su existencia, les digo a Nico y Kat:
—En serio, gracias. Y ahora no estoy haciendo los arreglos florales por el
precio; lo estoy haciendo gratis.
Kat agita su mano.
—Fuera de la cuestión. Y tampoco los estás haciendo por el precio. Ya
hablamos de eso, tonta.
—Pero es mi regalo de bodas para vosotros, chicos.
—El solo hecho de que hagas los arreglos florales es un regalo suficiente.
—Kat, no hay forma de que gane dinero contigo…
—¿Porque diablos no? Si no lo estuvieras haciendo, ¡tendríamos que pagarle
a otra floristería! Prefiero darte el dinero.
—Y yo prefiero ser Beyoncé, pero eso tampoco está sucediendo.
—Chloe…
—Kat…
—Callaos, chicas—dice Nico con cariño, terminando efectivamente la
discusión.
Excepto que no es así, porque nunca les enviaré una factura. Incluso si Kat
no fuera mi mejor amiga, el tipo de publicidad que ella y Nico me están dando
no tiene precio.
AJ se ha movido a mi lado derecho y está mirando las carpetas de mi trabajo
con una expresión que interpreto como náuseas. Él levanta la vista y me
encuentra mirándolo. Sus ojos ambarinos, ojos que en realidad podrían ser
hermosos si no fueran tan fríos, se entrecierran.
—Sí. Cállate—dice rotundamente.
—AJ—advierte Nico, pero levanto una mano.
Sin apartar la mirada de AJ, les digo a Nico y Kat:
—¿Podrían disculparnos un segundo?
Hay un silencio largo e incómodo. Me niego a romper el contacto visual con
AJ. Desde debajo del cuello de su camiseta negra, un rubor sube por su cuello.
Bien. Está enojado. He tenido suficiente.
—Estaremos en tu oficina. —Kat toma la mano de Nico, y entonces AJ y yo
estamos solos.
Se incorpora en toda su estatura, cruza los brazos sobre el pecho y me mira
con desprecio. Lo que significa que tengo que mirar hacia arriba, dado que mido
un metro setenta y cinco, ésta es una experiencia inusual para mí. Y hoy llevo
tacones bajos, por lo que mi altura supera fácilmente el metro ochenta y cinco…
y sigo mirando hacia arriba. Muy arriba.
Nunca podré usar tacones con Eric. Destierro ese pensamiento tan rápido
como llega.
—¿Cuál es tu problema conmigo?—exijo.
Le concederé esto: el tipo tiene una cara de póquer increíble. No hay un solo
cambio revelador en su expresión. Ni siquiera parpadea.
Tampoco me responde.
Le frunzo el ceño.
—Bien. Supongo que realmente no importa. Pero Kat y Nico son
importantes. Y su boda importa. Y cualquiera que sea la razón por la que me
odies tanto, no es que crea que he hecho algo para merecerlo, pero lo que sea, no
dejaré que arruines lo que se supone que es el momento más feliz de sus vidas
siendo tan… tan…
—¿Malvado?—suministra con una sonrisa, pareciendo casi satisfecho.
—Egoísta—corrijo con tranquila vehemencia.
Ahora parpadea. Luego bajó las cejas. Un crujido de algo pasa entre
nosotros, brillante como el peligro.
—Egoísta—repite. Su mirada, electrizante, me recorre. Da un paso adelante,
mirándome a los ojos. Tan cerca puedo ver las motas marrones y verdes en sus
iris dorados. Sus pestañas son increíblemente largas, de color marrón dorado y
espesas. Se inclina y dice en voz baja—. Princesa, no tienes ni puta idea de lo
que estás hablando.
Mi corazón late salvajemente. Es grande y probablemente peligroso, ¿leí en
algún lugar que pasó un tiempo en prisión por agresión? Pero no le tengo miedo.
Lo que siento no es tan claro como el miedo. Tengo que tomar una respiración
lenta y firme antes de hablar.
—La boda está a solo a unos meses de distancia. Después de eso, no
tendremos que volver a vernos nunca más. Intentemos ignorarnos hasta
entonces. Por el bien de Kat y Nico. ¿Ok?
Hay otro silencio largo e incómodo. La mirada de AJ sobre mí está ardiendo.
Capto una bocanada de él, una cálida fragancia masculina de piel y almizcle y tal
vez humo de cigarrillo. Noto detalles sobre él que nunca había notado antes,
como la forma en que su cabello es de todos los tonos de rubio, desde el cobre
más oscuro hasta el trigo más claro. Necesita ser cortado. El rastro de barba
brilla con reflejos dorados a lo largo de su mandíbula. Hay una pequeña cicatriz
blanca sobre su ceja izquierda. En su cuello, hay un tatuaje que desaparece en su
camiseta. Puedo distinguir la forma de una cruz.
Su mirada cae a mi boca. Cuando me mira a los ojos de nuevo, su voz es
ronca.
—Estabas equivocada, antes.
Confundida, frunzo el ceño.
—¿Acerca de?
Su mandíbula funciona. Por primera vez, hay un destello de emoción en sus
ojos, algo más que desprecio.
—Sobre no hacer nada que me haga odiarte. Has hecho mucho.
Gira sobre sus talones y se aleja, saliendo de la tienda. Me quedo paralizada,
mirándolo irse, viendo cómo un Audi convertible blanco se detiene junto a la
acera y una mujer saluda desde allí.
La morena.
AJ se mete en el asiento del pasajero, cierra la puerta de golpe, me lanza una
sonrisa y se van. Dejo escapar el aliento que no sabía que había estado
conteniendo. Demasiado para intentar llegar a un acuerdo de paz con el dragón
que escupe fuego.
No volveré a cometer el mismo error.
Y Kat me debe diez dólares.

Capítulo 2

Cuando llego a casa del trabajo, está oscuro, no hay estacionamiento
disponible en la calle y la migraña que me había estado amenazando antes ha
descendido con toda su fuerza. Mi cabeza se siente como si fuera a estallar.
Ojalá lo hiciera. Entonces, al menos, no tendría que lidiar con las
repeticiones en cámara lenta, jugada por jugada, con las que mi cerebro me está
torturando de la reunión con el idiota de hoy. Al menos Kat y Nico estaban
contentos con la forma en que transcurrió la reunión. Les mentí y les dije que AJ
y yo hicimos una tregua para que no se preocuparan de que mis sentimientos
hubieran sido heridos. Tienen cosas más importantes en las que pensar. Después
dije la verdad y que se había ido para pasar un tiempo con su nueva amiga
especial que había conocido en el pasillo de las velas. Kat resopló. Nico puso los
ojos en blanco, tratando de ocultar una sonrisa, y dijo:
—Me imagino.
Se “imagina” que se escapó con una mujer que acababa de conocer para tener
relaciones sexuales. Probablemente asombroso sexo animal. En su convertible.
En mi próxima vida, me quiero reencarnar en una estrella de rock.
Doy la vuelta a la manzana cuatro veces, arrastrándome a través del tráfico,
hasta que finalmente alguien sale de la acera justo enfrente de mí y me meto en
su lugar antes de que lo roben todos los demás habitantes de los apartamentos.
Cuando me mudé el año pasado, la vendedora de la compañía administradora
que mantiene el edificio no me dijo que encontrar un lugar para estacionar en
este vecindario después de las cinco es tan probable como encontrar un billete de
lotería ganador en la acera. Tampoco mencionó otras cosas importantes, como
cuando describió el edificio como “lleno de carácter”, en realidad se refería a
“decrépito”. Los grifos gotean, las tuberías traquetean, las paredes son tan
delgadas que me he familiarizado incómodamente con la intimidad nocturna de
mis vecinos. Pero como invertí todo mi dinero en Fleuret, no puedo permitirme
mudarme. Y no hay forma de que tome dinero de mis padres. Voy a hacer que
esto funcione de una forma u otra, sin su ayuda.
Saco a rastras del coche a mi lamentable yo, suspiro al ver la puerta de
seguridad abierta porque la cerradura aún está rota, subo tres tramos de escaleras
(el ascensor está estropeado de nuevo) y entro en mi apartamento justo a tiempo
para oír el ruido del teléfono sonando. Cuando contesto, es mi madre.
—¡Gracias a Dios! Estaba a punto de llamar a la policía para denunciar la
desaparición de una persona.
Viví en casa hasta los veinticuatro años. A mi madre le está costando dejarme
ir. También está convencida de que, al vivir en esta parte de la ciudad, me
violarán y matarán mientras duermo. Le recordé que, si un intruso me violara en
medio de la noche, probablemente me despertaría antes de que me mataran
mientras dormía. Ella no encontró mi lógica divertida.
Cansada, dejo caer el bolso al suelo, me hundo en el sofá y cierro los ojos.
—Deberías probar con mi móvil, mamá. Casi nunca estoy aquí.
—Bien. No quiero molestarte en el trabajo.
Hay un ligero énfasis en “trabajo”. Esta es un vieja discusión. No estoy de
humor para repetirla una vez más.
—¿Cómo estás? ¿Cómo está papá?
—Estoy bien, querida, gracias. Tu padre es… —Un leve suspiro femenino
llega a la línea—. Bueno, ha tomado otro caso sin cobrar.
Lo dice como si apenas pudiera soportar la vergüenza. Para mi madre, solo
hay una cosa peor que trabajar, y es trabajar gratis. No importa que mi padre
gane una cifra de ocho dígitos al año en su bufete de abogados, un solo caso
gratis le pondrá los dientes de punta durante meses. Me mantengo alejada de esa
mina terrestre y me dirijo a aguas más seguras.
—¿Y Gigi?
Su voz se calienta.
—Mi bebé es tan dulce. Hoy fuimos a la peluquería a darnos un baño.
Sonrío al pensar en mi madre y su mimada cachorra Bichón Frisé 3bañándose
juntas en la peluquería de perros. Cuando habla de la perra, siempre es
“nosotras”, como si fueran una sola entidad. Compró a Gigi como parte de su
adaptación al nido vacío, y juro que ama a ese animal más que a cualquier otra
cosa en su vida. Probablemente porque el perro es tan snob como ella.
—Te llamo porque tu hermano vendrá a la ciudad este fin de semana,
querida. ¿Vendrán tú y Eric a cenar el domingo?
Mi sonrisa se ensancha.
—¿Jamie va a venir? ¡Impresionante! ¿Viaje de negocios?
—Creo que es una conferencia de reforma migratoria o algo terrible como
eso. Conoces a tu hermano. Campeón de los oprimidos.
Mi hermano es un abogado que trabaja para el bufete de abogados de
inmigración más grande de Manhattan. La forma en que ella descarta su trabajo
siempre me pone de los nervios.
—Está haciendo un buen trabajo, mamá.
—Claro que lo hace. Pero debe haber muchas personas en este mundo mejor
preparadas para ayudar a los pobres. —Ella se lanza a una perorata que he
escuchado una docena de veces antes—. James se graduó summa cum laude en
Princeton. Es brillante, guapo y proviene de una buena familia. Su abuela es
condesa, ¡por el amor de Dios! Debería estar en política, o casarse con alguna
heredera, pero en cambio está ganando el salario de un asociado y codeándose
con la plebe. —Ella suspira—. Honestamente, no sé dónde me equivoqué.
Tengo que morderme la lengua para no recitar una lista.
—¿A las siete el domingo?
—Como siempre.
—De acuerdo, mamá. Estoy agotada, así que voy a colgar ahora. Te veré el
domingo.
—Con Eric—me recuerda con firmeza. Él es la única cosa en mi vida que
aprueba, incluso si él tiene que trabajar para ganarse la vida. No puedo culparla.
Comparado con la mayoría de mis ex, Eric es prácticamente un santo.
Nos despedimos y colgamos. Inmediatamente llaman a mi puerta.
Probablemente sea otro abogado que vende suscripciones a revistas. ¡Maldita sea
esa puerta de seguridad rota!
—¿Quién es?—grito sin moverme del sofá.
—¡Soy yo, nena!—viene la respuesta ahogada—. ¡Sorpresa!
Eric. No me sorprende. Le gusta presentarse sin previo aviso. A veces me
pregunto si está tratando de atraparme con otro tipo. Eso nunca sucedería porque
no soy ese tipo de chica, pero su tendencia a pasar sin llamar es un poco irritante.
Me froto las sienes, respiro profundamente y me levanto del sofá.
Cuando abro la puerta, inmediatamente me envuelve un entusiasta abrazo de
oso. El beso que me da Eric es húmedo y un poco descuidado. Todavía lleva su
uniforme de policía. Huele a cerveza.
—Hola. ¿Acabas de salir del trabajo?
Él asiente, sonriendo. Todavía no me he quitado los tacones, así que lo miro
ligeramente hacia abajo. Esto me deprime más allá de lo razonable. Debe ser el
dolor de cabeza.
—Pensé que podríamos cenar juntos. ¿Estás preparada?
Me alegro momentáneamente con la idea de que me inviten a cenar fuera,
pero Eric disipa esa idea diciendo:
—He estado soñando con tu lasaña todo el día.
Me da otro beso descuidado y pasa a mi lado hacia el apartamento, sin notar
que he cerrado los ojos y estoy contando hasta diez.
Esto es algo que mi madre hizo bien. Ella nunca cocinaba, ni limpiaba, por lo
que nadie lo esperaba de ella. Y si alguna vez se le metía un pelo en el culo y
cocinaba algo para nosotros, incluso algo tan simple como una tostada, toda la
familia actuaba como si fuera un milagro navideño.
Puede que sea una snob consentida, pero no es tonta. Si no mal acostumbras
a las otras personas, nunca te darán por sentado.
Cierro la puerta y me uno a Eric en la cocina, donde está rebuscando en mi
nevera. Sale con una cerveza, la destapa, traga la botella y se quita los zapatos,
todo sin cerrar la puerta del frigorífico.
—¿Cómo estuvo tu día, bebé?
Suspiro.
—Largo.
No pide detalles.
—El mío también. Estoy exhausto. Y hambriento—añade con énfasis,
cerrando finalmente la puerta. Desabrochándose el cinturón de herramientas
negro alrededor de su cintura, deposita su arma, bastón, radio y todos los otros
accesorios en la encimera de mi cocina. Hace un lío de aspecto extrañamente
siniestro. Deja su sombrero y su placa junto al desorden, se quita la camisa azul
marino de manga corta y los pantalones reglamentarios, los arroja a la pila y se
vuelve hacia mí, vestido solo con un par de calcetines negros, su camiseta,
calzoncillos blancos, y una gran sonrisa.
Abre las piernas, apoya las manos en las caderas y declara:
—¡Oficial Eric Cox presentándose al servicio, señora! ¿Cuál es la lección de
hoy para este novato?
Reprimo otro suspiro.
Érase una vez, el talento de Eric para besar era tan malo como las bromas
pesadas de mi abuelo Walt. Me sorprendió cuando empezamos a salir, porque es
un tipo muy guapo con mucha confianza en sí mismo y, supuse, mucha
experiencia con las mujeres. Aparentemente, esa experiencia no incluyó
aprender a controlar una lengua violentamente entusiasta mientras te besa. Juro
que el hombre metía la lengua tanto en mi garganta que podría saborear mis
pulmones. Cuando me quejé del problema con Kat, ella sugirió que tomara el
asunto en mis manos y le mostrara lo que me gustaba.
Así que inventé un juego llamado “Al novato se le enseñan como son las
cosas”. Lejos de sentirse insultado, Eric tomó nuestro pequeño juego como un
pato en el agua.
Y ahora tengo un monstruo en mis manos.
Cruzo los brazos sobre mi pecho con calma y me apoyo en la nevera.
—Bueno, oficial Cox, la lección de hoy es muy importante. Se llama 'Cómo
pedir comida para llevar cuando su novia ha trabajado doce horas y tiene una
migraña que podría obligarla a reorganizar ciertas partes de su cara con los
puños.
Se ríe a carcajadas. Cree que estoy bromeando.
—¡Cariño, eres tan linda cuando intentas actuar como Grace! ¡Me encanta!
¡Haz más!
Grace es mi otra mejor amiga. Es una consejera matrimonial y familiar, muy
lista, mayor que yo y que Kat por cinco años, y una auténtica ruda. Si Eric fuera
su novio y hubiera exigido lasaña casera dentro de los primeros cinco segundos
de entrar por la puerta al final del día, le faltarían algunas partes importantes del
cuerpo en este momento.
—Seguro. Nuestra segunda lección de hoy será, “Cómo sobrevivir a una
paliza con una espátula con su dignidad intacta”. —Sin apartar la mirada de su
rostro sonriente, saco una espátula de madera del frasco en la encimera junto a la
estufa. Lo golpeo contra mi muslo—. Y nuestra última lección se llama
simplemente “Prestar atención a las señales de advertencia de un brote psicótico
en una mujer cansada e irritada”.
Le sonrío dulcemente, golpeando mi pierna con la espátula. Su sonrisa se
desvanece.
—Oh. Ups. Lo siento, nena.
Puede que sea un poco inconsciente, pero le daré puntos por la disculpa, la
que sé que es auténtica.
Rindiéndome, arrojo la espátula a la encimera. Le doy un abrazo.
—No es tu culpa. Acabo de tener un día terrible y me duele la cabeza.
Lamento haberte gritado.
Él me devuelve el abrazo, riendo.
—Ni siquiera levantaste la voz, tonta. Y lo dije en serio cuando dije que eras
linda. Si eres tú la que está gritando, lo aceptaré en cualquier momento. Mi
última novia solía romper cosas cuando estaba enojada. Era italiana—agrega,
como si su nacionalidad explicara su deseo de destruir cosas.
Descanso mi cabeza en su hombro, lo que me da tensión en el cuello. Sin sus
zapatos de trabajo, ha perdido dos centímetros más.
—¿Te importa si pedimos una pizza esta noche? Realmente no tengo ganas
de cocinar.
Su voz refleja preocupación.
—Seguro. ¿Por qué no vas a tomar algo de Advil y te pones ropa más
cómoda? Me ocuparé de eso. Y después de la cena te daré un masaje. ¿Qué tal
eso?
Gimo con anticipación.
—Suena asombroso. Gracias.
Él acaricia mi cuello. Su voz cae.
—Después de tu masaje, obtendrás algo que te relajará aún más.
Sé que está tratando de ser sexy, pero la imagen extraña e indeseada de él
deslizando flunitrazepam en mi bebida me hace preguntarme qué me pasa. Eric
nunca haría algo así. Nunca tendría que hacerlo; a pesar de lo que pueda pensar
AJ Edwards, tengo un apetito saludable por el sexo, muchas gracias.
AJ ¿Por qué me mira así? ¿Por qué me trata como si fuera una leprosa?
¿Qué es esa cicatriz sobre su ceja? Y esos tatuajes en su cuello y el dorso de sus
dedos, ¿de qué se tratan? ¿Tiene más tatuajes? ¿Dónde?
¿Por qué estoy pensando en AJ cuando mi novio me besa el cuello?
Me aparto de Eric tan abruptamente que me mira con extrañeza.
—¿Estás bien? —Me toca la mejilla—. Tu cara está toda roja.
Puedo sentir que tiene razón. Mis mejillas están de repente tan calientes que
arden.
—Solo necesito esos Advil, eso es todo. Y algo de comida.
—No digas más. Estoy en ello. —Se vuelve hacia el cajón donde guardo los
menús de comida para llevar y los revisa. Me doy la vuelta y me dirijo al
dormitorio.
—¿Lenzini?—grita desde la cocina. Me quito la camisa y la tiro a la cama.
—Suena bien—le grito. Me quito el resto de la ropa de trabajo, me pongo
unos pantalones negros de yoga y una sudadera, y saco el Advil del botiquín del
baño. Me trago dos cápsulas de gel con un sorbo de agua del fregadero y veo mi
cara en el espejo.
Me veo como el infierno.
Mi maquillaje desapareció hace horas. Mi tez está manchada y hay manchas
negras debajo de mis ojos donde el rímel se ha corrido de mis pestañas. Mi
cabello parece como si una familia de roedores hubiera construido un nido en él.
Mis ojos están rojos y vidriosos, y hay una mirada en ellos que rara vez veo:
Furia.
La ira me hace hervir la sangre, me tiemblan las manos y el corazón me
palpita como si hubiera subido un tramo de escaleras a toda velocidad. Conozco
la causa de esta rabia y estoy decepcionada de mí misma por permitirle, una vez
más, meterse debajo de mi piel.
En el poco tiempo que lo conozco, AJ Edwards ha logrado hacerme perder la
calma más de lo que he perdido la calma a lo largo de toda mi vida. Soy
conocida por mi temperamento tranquilo, por ser capaz de llevarme bien con la
mayoría de las personas, por mis modales y formas femeninas. Ni siquiera
maldigo.
Bueno, casi nunca; he llamado a AJ por algunos insultos selectos.
Es en parte la forma en que me criaron, pero también es mi naturaleza. Soy
una persona feliz por naturaleza. Soy fácil de tratar. Fui elegida como la más
popular en mi último año de secundaria, ¡por el amor de Dios! ¡Soy simpática!
¡Soy agradable!
Eres una chica rica frígida y engreída que no reconocería a una polla si la
golpeara en la cara.
Tengo que estar de pie frente al espejo y respirar profundamente durante
varios minutos antes de finalmente comenzar a calmarme. Una vez que lo hago,
me doy cuenta de que la furia no es lo peor de lo que estoy sintiendo.
El dolor es lo peor. Por razones desconocidas, AJ odia mis tripas y eso me
duele más de lo que me gustaría admitir.
Me miro al espejo por última vez y niego con la cabeza.
—Haz de tripas corazón, Chloe—le digo a mi reflejo—. No tienes que
agradarle a todo el mundo. Déjalo estar.
No es la primera vez que me propongo dejar atrás el misterio de por qué este
extraño parece desear mi muerte. Incluso si supiera la razón, sé que no podría
hacerle cambiar de opinión. No es el tipo de hombre que escucha lo que no
quiere escuchar.
Cuando finalmente salgo del dormitorio, encuentro a Eric tirado en el sofá de
la sala de estar con la televisión sintonizada en un partido de fútbol. Su teléfono
está agarrado con una mano y el mando a distancia con la otra.
Está roncando suavemente, profundamente dormido.
No lo despierto. Para cuando llega la pizza, los ronquidos de Eric han
alcanzado niveles de motosierra. Lo cubro con una manta, le pago al repartidor,
me siento sola en la mesa de la cocina y como una rebanada de pizza tibia,
quitando el pepperoni, porque Eric se olvidó de nuevo de que no como carne,
todo el tiempo tratando de no volverme loca por la vocecita dentro de mi cabeza
que susurra una cosa una y otra vez.
AJ.
AJ.
AJ.
Dejo el pedazo de pizza a medio comer en la mesa, apago todas las luces y
me voy a la cama, donde me quedo mirando al techo en la oscuridad.
Debería pensar en el futuro, en la increíble oportunidad que me han dado Kat
y Nico; cómo las flores de su boda serán admiradas, cómo mi vida cambiará para
mejor en todas las formas que he soñado; o incluso sobre por qué Eric olía a
cerveza cuando llegó, cuando dijo que acababa de salir del trabajo.
Pero no pienso en nada de eso. Pienso en los fríos ojos ámbar, el cabello
dorado desordenado y una mirada que me atraviesa, hasta que finalmente,
afortunadamente, el sueño se apodera de mí y me desmayo.
Incluso en mis sueños, no puedo escapar de él.

Capítulo 3

Es domingo por la tarde a las cuatro en punto. Estoy hablando por teléfono
con un cliente, tomando un pedido para un arreglo floral para un funeral, cuando
me agarran por detrás y me empujan contra un pecho sólido.
—Hola, hermosa—ronronea una educada voz en mi oído—. ¿Vienes aquí a
menudo?
Me doy la vuelta. Cuando veo quién es, grito de alegría.
—¡Jamie! ¡Estás aquí! —Lanzo los brazos alrededor de los hombros de mi
hermano.
Se ríe, apretándome.
—Estoy aquí, bichito. Tu existencia monótona e incolora comenzará a ser
extremadamente fabulosa ahora mismo. —Me da otro apretón para enfatizar sus
palabras y se aparta para examinarme con los brazos extendidos. Se vuelve
instantáneamente serio—. Querido Dios. Estás incluso más guapa que la última
vez que te vi. ¿Estás enamorada?
Una de las muchas razones por las que adoro a mi hermano mayor, hace
cumplidos como si no fuera una gran cosa.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Acabas de llegar? ¡Pensé que te veríamos más
tarde en casa de mamá para cenar!
Me guiña un ojo. Veo exactamente por qué cada hombre gay en un radio de
ochenta kilómetros acaba de lograr una erección, incluso si no sabe por qué. Mi
hermano es hermoso, si lo digo yo mismo. Lleva un traje gris paloma, sin
corbata y una camisa de vestir blanca abierta en el cuello. Su cabello oscuro es
perfecto, al igual que sus dientes, su piel y todos los accesorios, hasta el pañuelo
de bolsillo de seda que asoma de su chaqueta. Es alto y delgado como un
modelo, y también tiene los pómulos de uno, pero sin la timidez. Está
completamente a gusto en su piel, a pesar de haber crecido con padres que se
niegan a reconocer que es gay.
Todavía no los he perdonado por eso. Milagrosamente, a James no le molesta
ni un poco. Acepta las deficiencias de las personas sin juzgarlas, incluso cuando
esas personas lo juzgan con saña.
Me sonríe cálidamente, sus ojos color avellana se arrugan en los rabillos.
—Tenía que ver cómo le iba a la infame “boutique personalizada”. No podía
perder la oportunidad de restregar tu éxito en la cara de Mami Querida, ¿verdad?
Pongo los ojos en blanco.
—Como si a Mami Querida le importara.
Frunce los labios y se encoge de hombros.
—Mmm. Puede que a ella le importe. Si alguna vez aterriza en la portada de
Vanity Fair. Hasta entonces, si no puede presumir de eso ante su entorno social,
simplemente no vale la pena el esfuerzo. No te lo tomes como algo personal, no
puede evitarlo. Su madre es de la aristocracia británica. Si eso no te arruina, no
sé qué lo haría.
Compartimos sonrisas irónicas, entonces un pequeño graznido metálico me
distrae. Me doy cuenta de que todavía tengo a mi cliente en la línea. Mantengo
un dedo en el aire para avisarle a Jamie y me llevo el teléfono a la oreja.
—¡Señor Thornton! Lo siento mucho, discúlpeme. —Continúo con la orden
mientras observo con el rabillo del ojo mientras James comienza a husmear
cortésmente en mi negocio.
Camina con indiferencia alrededor del mostrador, levanta un bloc de notas
aquí, abre una carpeta de archivo allí, evaluando rápida y eficientemente todo lo
que está a la vista. Lo veo catalogar mentalmente toda la operación de un
vistazo, asintiendo con satisfacción de vez en cuando. Frunce el ceño
brevemente ante el estado de confusión alrededor de la caja registradora, donde
el hijo pequeño de mi último cliente manipuló un expositor de tarjetas. Jamie
endereza rápida y silenciosamente la pantalla, dejándola con mejor aspecto que
antes.
Siempre ha sido así. Inquisitivo. Preciso. Infundiendo elegancia
discretamente en todo lo que toca. No puedo creer que algún afortunado aún no
le haya puesto un anillo en el dedo.
Justo cuando termino la llamada con el señor Thornton, Jamie se queda
quieto. Sus labios se abren. Sus ojos se ensanchan. Mira fascinado algo detrás de
mí, como si un unicornio acabara de entrar en la habitación.
Miro en la dirección en la que está mirando, esperando ver algún modelo de
ropa interior joven y sexy o algo por el estilo. Oh, qué equivocada estoy.
AJ Edwards se para frente a mi mostrador, tan amplio e imponente como
Thor. Hoy lleva vaqueros descoloridos metidos en botas de combate sin
cordones, una chaqueta bomber de cuero marrón maltratada y un par de gafas de
aviador que oscurecen sus ojos. Su largo cabello está atado en un nudo
descuidado en la nuca. Está sin afeitar, como de costumbre. Le da a mi hermano
un gesto amistoso con la barbilla en reconocimiento.
—Hola.
Jamie hace un sonido débil, no exactamente un hola. Puedo decir que quiere
abanicarse.
AJ vuelve su atención hacia mí. No puedo ver sus ojos a causa de las gafas,
pero imagino que siento su intensidad traspasándolas.
—Necesito hacer un pedido—dice con un poco menos de acidez de la que
normalmente me habla..
Mi sistema nervioso central decide que es un circo. Los acróbatas se
catapultan a través de mis intestinos. Payasos con saltadores rebotan en mi
cerebro. Un chimpancé hace girar una batuta y monta un monociclo de un lado a
otro dentro de mi corazón, y un hombre forzudo aprieta un par de bíceps
abultados alrededor de mi garganta, exprimiendo todo mi aire. Estoy paralizada
por el clamor de la actividad y miro estúpidamente a AJ como si acabara de
llegar del espacio exterior.
Se quita las gafas de sol. Me mira fijamente. No sonríe.
Jamie me empuja con el codo y salgo de mi estupor.
—Puedes ordenar en línea—le espeto, sin una pizca de calidez. Jamie me
lanza una mirada de sorpresa. Nunca estoy tan malhumorada con las personas,
pero él no conoce la historia entre el oso grizzly que está al otro lado de mi
mostrador y yo.
—No tengo una computadora—dice AJ.
Lo asimilo, preguntándome si no sabe cómo usar una, o si solo es una de esas
personas antisociales que odian la tecnología. Me decido por lo último.
—También puedes llamar para hacer un pedido. No tenías que entrar.
—No tengo teléfono.
Me lleva más tiempo procesar eso.
—¿Qué tipo de persona no tiene una computadora o un teléfono?
AJ se humedece los labios. Pasa una mano por su rebelde cabello. A mi lado,
Jamie observa con descarada fascinación. Aunque odio admitirlo, no puedo decir
que lo culpo. Los simples gestos de alguna manera se ven increíblemente
eróticos.
—¿Me vas a ayudar con las flores o no? —La voz de AJ es ronca ahora. Su
nueva y extraña paciencia conmigo ya se ha agotado.
Mis oídos arden de ira. Mi voz, aunque tranquila, destila desprecio.
—Hay muchas otras floristerías en esta ciudad con propietarios a los que no
desprecias. ¿Por qué no pruebas en una de ellas?
Eso trae un atisbo de sonrisa a su boca, que rápidamente se desvanece, como
si sus labios no estuvieran acostumbrados a curvarse en ninguna dirección que
no fuera hacia abajo.
—Nico dijo que tu tienda es la mejor. Necesito lo mejor. —Se encoge de
hombros, la imagen de la indiferencia—. Puedo aguantar algunas molestias para
conseguirlo.
Se me salen los ojos de las órbitas. ¿Molestias? ¿Soy una molestia? Qué cara
tiene…
—¡Por supuesto que podemos ayudarle! Permítame obtener un formulario de
pedido, señor, y me encargaré de todo.
Mi diseñadora principal, Trina, se acerca sigilosamente a mi lado, dominando
la discusión que puede ver que acaba de descarrilarse. Me di cuenta de que
estaba mirando el ir y venir desde su posición a mi derecha, donde ha estado
arreglando ramos de rosas, pero ahora ha decidido que no se puede confiar en mí
para tratar con AJ por más tiempo. Ha tomado el asunto de mis manos antes de
que pierda los estribos por completo.
Si tuviera que adivinar cómo supo que estaba a punto de perder el control,
diría que mi cara roja, la espalda rígida y los puños cerrados son indicadores
bastante sólidos.
Me doy la vuelta y me alejo del mostrador. Me destierro a la habitación
trasera, que está convenientemente fuera de la vista de AJ y sus ojos burlones.
Jamie está pisándome los talones.
—No puedo decidir qué es más interesante—dice arrastrando las palabras,
sentándose frente a mí en la mesa redonda donde suelo comer mi almuerzo. Se
inclina hacia atrás y cruza las piernas—. Big Daddy con el moño de hombre más
sexy desde Jared Leto, o tu reacción hacia él. ¿De qué se trata todo esto, bichito?
—No tienes idea de lo idiota que es ese tipo. —Intento mantener la voz baja
para que no llegue al frente de la tienda—. Siempre me trata como si fuera un
pedazo de basura pegada a la suela del zapato. —Hago un sonido de frustración
—. ¡No puedo soportarlo!
Jamie me mira atentamente durante lo que parece mucho tiempo.
—Mmm.
—En serio, esto es lo más agradable que ha sido conmigo. Fue casi
civilizado. Me lo encontré como media docena de veces antes, y me odió a
primera vista. Una vez me ladró por ser una invitada en la casa de otra persona,
¡como si hubiera hecho algo malo al ser invitada! Y ni siquiera te diré por los
nombres que me ha llamado.
Al instante, Jamie está en modo protector de hermano mayor. Se endereza y
su rostro normalmente sonriente se oscurece.
—¿Te ha insultado?
—¡Sí!
La expresión de Jamie da un poco de miedo. Puede que no sea el tipo más
fornido de los alrededores, pero es alto y no le teme a nada.
—¿Cómo qué?
—Me llama Princesa. Y no de una manera agradable. ¡Es como si me
estuviera llamando snob!
Él espera por más. No creo que lo haya impresionado hasta ahora.
—¡Y dijo que yo era una chica rica frígida y engreída!
Una vez más, espera en silencio a que le dé más ejemplos.
—¡Que usa bragas de abuela!
Sus labios se contraen. ¿Está tratando de no sonreír? Empiezo a sentirme
desesperada.
—¡Que no reconocería una polla si la golpeara en la cara!
Lamentablemente, grito esta última frase. Hay un silencio repentino desde el
frente, donde Trina ha estado tomando la orden de AJ. Apoyo los codos sobre la
mesa y dejo caer la cara entre las manos.
—Puedo ver por qué estás tan molesta—dice Jamie—. Eso es terrible.
—Cállate.
—Quiero decir, una princesa que no reconoce una polla si la golpeara en la
cara, bueno… eso es trágico. ¿Qué pensaría ella que es, qué crees? ¿Una
salchicha voladora fortuita?
Levanto la cabeza y lo miro. Él se disuelve en carcajadas.
Cuando se calma, se inclina y me despeina el cabello como si tuviera doce
años.
—Bichito, no puedes tomarte todo tan personalmente. Es un baterista. Son
iniciadores del fuego. Les gusta golpear fuerte.
—¿Sabes quién es?
Jamie asiente, sonriendo.
—He salido con muchos músicos. Y los bateristas son siempre los más
problemáticos. Ese en particular.
De repente, soy toda oídos.
—¿Qué quieres decir?
Levanta un hombro.
—Salí con un baterista por un tiempo que estaba en Juilliard. Tenía un talento
increíble, pero su ídolo era tu amigo de allí. —Inclina la cabeza, señalando hacia
AJ—. Pensó que el hombre podía caminar sobre el agua. Tenía pósteres de él por
toda su habitación.
—¿Qué edad tenía ese tipo? ¿Diecisiete?
Jamie suspira de manera alarmante.
—Ojalá.
Le hago una mueca.
—Guácala.
—En cualquier caso, Big Daddy aparentemente tiene una rara condición
neurológica llamada sinestesia que le permite ver las notas musicales y ciertos
otros sonidos como colores. No… cromestesia, lo que sea. Probablemente eso lo
vuelva un poco loco.
Cuando lo miro sin comprender, Jamie me da más explicaciones.
—Así que no solo puede memorizar una canción de una pasada porque usa
más de un sentido para experimentar la música, también tiene un tono perfecto.
Hago un sonido que indica que no lo entiendo.
—Bien, imagina un espectáculo de fuegos artificiales. Tienes amarillos,
verdes, blancos, rojos, azules, todos los colores del arco iris estallando en el aire
sobre tu cabeza.
Asiento, hasta ahora siguiéndolo.
—Así es para las personas con este tipo particular de sinestesia. Cada
canción que escuchan es una sinfonía de colores tridimensionales que pueden
ver, no solo notas musicales que escuchan. Ven la canción. Cuelga en el aire a su
alrededor, como un arco iris viviente.
Aturdida, me dejo caer en mi silla. Trato de imaginarlo y fallo. ¿Cómo debe
ser eso, vivir con un caleidoscopio de color a tu alrededor, revoloteando como
mariposas en el aire?
Me asalta un pensamiento terrible: ¿AJ me odia por la forma en que sueno?
¿Ve el color de mi voz como amarillo vómito pútrido?
Jamie ladea la cabeza.
—¿Qué?
—¿Mi voz es fea?—susurro con horror.
Como me conoce tan bien, comprende lo que quiero decir sin más
explicaciones. Él pone los ojos en blanco.
—No, bichito, tu voz no es fea.
Sin estar convencida, me tapo la boca con las manos. De repente tiene mucho
sentido. La forma en que AJ se burla de mí. La forma en que parece encogerse
en mi presencia. Su inexplicable aversión.
Lo estoy matando con mi espantosa voz. Cuando hablo, ve diarrea volando
por el aire.
—Oh, por el amor de Dios, Chloe, deja de ser tan dramática. —Jamie se
pone de pie y me ayuda a ponerme de pie—. Honestamente, si entendieras a los
hombres, tu vida se volvería mucho más fácil.
Estoy ofendida.
—¡Entiendo a los hombres!
Sus cejas levantadas refutan mi declaración.
—¿Y qué se supone que significa eso, de todos modos? ¿Cómo se aplica al
Príncipe Azul allá afuera?
La mirada que me lanza mi hermano es casi tan penetrante como la de AJ.
—¿Llamas al hombre que dices que no puedes soportar Príncipe Azul?
Produzco un suspiro extravagante.
—Estoy siendo sarcástica, obviamente.
—Obviamente. Exactamente de la misma manera que él te llama princesa.
Lo que te irrita mucho.
Su lógica también es irritante.
—¡No es lo mismo! ¡Y él lo inició!
La expresión de Jamie se vuelve severa.
—Voy a fingir que no dijiste eso, porque eres mejor que eso, Chloe Anne. Y
eres demasiado mayor para tener rabietas. Si no te agrada él, o cualquier otra
persona, solo sé cortés y sigue adelante con tu vida. Muestra algo de clase.
Inmediatamente, me avergüenzo de mí misma. Si fuera mi madre la que me
diera este sermón, podría ignorarla sin ningún problema. Viniendo de Jamie, me
hace sentir como de medio metro de altura.
—Está bien, vamos—dice Jamie, dándome un abrazo. Me suelta y me pasa
una mano por el pelo—. Salgamos y demostrémosle a Big Daddy que tienes
modales, ¿de acuerdo?
Hago una mueca.
—¿Podrías dejar de llamarlo así? Es tan…
—¿Caliente? ¿Como él? —Jamie sonríe.
—Extraño.
Mueve las cejas de manera sugerente.
—¿Sexy? ¿Como él?
—Uf.
—Deliciosamente sucio, ¿Como él?
—¡Suficiente!—grito tapándome los oídos—. ¡No quiero escuchar lo sexy
que crees que es él!
Me lleva hacia la puerta con un brazo alrededor de mis hombros.
—¿Eso significa que no vamos a hablar sobre el tamaño de sus botas?
Porque, honestamente, bichito, he visto elefantes con patas más pequeñas. ¿Te
imaginas lo que está cargando…?
—James Augustus Carmichael, te mataré donde estás si dices una palabra
más.
Su sonrisa de respuesta es una cómplice.
—Por favor. No es que no hayas pensado exactamente lo mismo.
Me hace salir por la puerta hacia la sala principal, y me alivia no tener que
mentir para negarlo.

Capítulo 4

Cuando llego a la caja registradora, Trina acaba de terminar con AJ. Ella
cuenta su cambio y le entrega un recibo.
Él paga en efectivo, observo, preguntándome si tiene el mismo sesgo contra
las tarjetas de crédito que contra los teléfonos y las computadoras.
—Probablemente se tarden cuatro o cinco días antes de que las entreguen.
Los pedidos internacionales tardan un poco más—dice Trina.
AJ asiente.
—No es un problema. Estaba esperando eso. Siempre y cuando estén allí
para el veinticinco. —Me ve saliendo por la parte de atrás con Jamie. Su rostro
no delata nada, pero imagino que está conteniendo la respiración.
Por primera vez desde que lo conocí, siento lástima por este hombre hostil y
exasperante. Me mira en un tenso silencio, esperando a que el monstruo de
Quasimodo y Frankenstein salga de mi boca y le arroje heces.
Estoy tan deprimida por este pensamiento que quiero darme la vuelta y
esconderme en la parte de atrás de nuevo.
—¡Todo listo! ¡Gracias por su orden!—chirría Trina alegremente,
despidiendo a AJ.
Él no se mueve. Su mirada sobre mí es tan ardiente que siento que podría
quemarme. Me sorprende con lo siguiente que sale de su boca.
—¿Podemos hablar? —Señala con la cabeza hacia un lado de la tienda sin
clientes dando vueltas.
Me congelo.
Jamie se inclina para besar mi mejilla.
—Nos vemos a las siete, bichito. —Más suave y solo para mí, agrega—.
Quiero cada detalle. —Se endereza, asiente con la cabeza a Trina, le sonríe a AJ,
quien le devuelve un gesto amistoso de la barbilla y se aleja, dejándome varada
con el corazón latiendo acelerado y un par de manos húmedas y temblorosas.
¿Qué demonios podría tener que decirme? ¿Cómo voy a responder sin
hablar y darle ganas de vomitar en mis zapatos?
AJ se da la vuelta y se aleja. Ahora tengo que decidir si seguirlo o retirarme
como una cobarde a la trastienda. Tomo una respiración reconfortante, me doy
una rápida charla de ánimo y lo sigo. Mi pulso late en mis sienes con un sonido
como el de las olas rompiendo.
Nos detenemos junto a la nevera portátil, donde me gruñó como un animal la
primera vez que nos conocimos. Ahora que entiendo la razón, estoy mortificada.
Mi cara se pone roja.
Nos quedamos en silencio hasta que me siento tan incómoda que
prácticamente vibro de miseria. Mientras AJ me estudia como si fuera un insecto
bajo un microscopio, miro con tristeza un ramo de rosas blancas y rosas que hice
esta mañana.
—Le dijiste a Nico y a Kat que acordamos una tregua. ¿Por qué?—dice
finalmente.
Su tono no es hostil ni acusador, solo inquisitivo. Me toma por sorpresa. Lo
miro parpadeando, no acostumbrada a escuchar nada más que desprecio.
—Yo… Oh… —¿Está haciendo una mueca? ¿Mi voz lo está enfermando?
Bajo mi voz a un susurro y me miro los pies—. Para que no se preocupen.
Espera más, así que estoy obligada a proporcionárselo.
—Te lo dije. Tienen muchas otras cosas de las que preocuparse. Lo último
que necesitan es jugar como árbitros para nosotros.
Él analiza eso por un momento, mientras sigo mirándome los pies como si el
significado de la vida se pudiera encontrar en mis Prada.
—Bien. Dijiste que yo estaba siendo egoísta—me dice.
Murmuro algo ininteligible. Lo siguiente que sé es que una mano grande me
está levantando la barbilla para que ya no pueda mirar al suelo. Olvidé cómo
respirar.
—¿Por qué estás murmurando?—exige él.
No quita la mano de debajo de mi barbilla. El calor de mis mejillas se
extiende a mis oídos y baja por mi cuello. Trago, desesperada por huir, y cierro
los ojos.
—Oye, Ricitos de Oro. ¿Sigues conmigo?
Humillada, abro los ojos y lo miro.
—No tienes que ser amable conmigo. Lo entiendo. Sé por qué no te agrado.
Su reacción es tan extraña. Sus ojos se abren de par en par, sus fosas nasales
se dilatan y sus labios se entreabren, exactamente como si lo hubiera
sorprendido. Y ahora me siento aún más miserable, sabiendo que acerté.
Con toda la dignidad que puedo reunir, aparto la barbilla de su mano y me
tapo la boca.
—Solo… prometo que no volveré a hablar contigo. No quiero empeorarlo.
Es realmente vergonzoso, pero lo siento. No puedo evitarlo.
Mientras miro, su expresión cambia de sorpresa a confusión.
—¿No puedes evitar qué?
Quiero gemir. ¿Está disfrutando torturándome? Esto es espantoso.
—Sé de tu… —Hago un inútil gesto con la mano—. Cosa.
Con esa única palabra, una pared de hielo se derrumba entre nosotros. Se
inclina más hacia mí, grande, masculino y amenazante.
—¿Y qué maldita cosa sería esa?—gruñe.
Quizás debería tener miedo. O tal vez debería sentirme insultada. Lo que
realmente siento es una ira ardiente mezclada con un dulce alivio, porque ahora
podemos volver a odiarnos y no tengo que estar tan confundida.
Me levanto en toda mi estatura, lo miro a los ojos y digo:
—Tu cosa de oír el color. Sé al respecto. ¡Y espero que cada palabra que
estoy diciendo en este momento te dé ganas de vomitar tu desayuno,
malhumorado, arrogante, matón antisocial!
El silencio se traga la tienda. Incluso el ruido del compresor de la nevera
parece encogerse a raíz de mi arrebato. Miro a AJ, respirando con dificultad,
tratando de apuñalarlo con los ojos.
La comprensión amanece en su rostro. Curiosamente, esto hace que su
hostilidad mordaz desaparezca en un puf, como si nunca hubiese estado allí en
primer lugar.
—Crees que mi cromestesia es la razón por la que no me gustas.
Es una declaración, no una pregunta. El humor lo subraya. Mi ira flaquea,
después se apaga y me deja sintiéndome aún más miserable que antes.
Claramente, estaba equivocada acerca de que mi voz era la fuente de su
disgusto. Me parece casi ingenuo ahora, esperar una explicación tan simple e
inocente.
Pero no. El odio de AJ hacia mí es mucho más personal que el mero sonido
de mi voz. Regresé al punto de partida.
Y ahora está sonriendo. Sonriendo.
—Eres un verdadero trabajo, ¿no es así, princesa?
Me niego a responderle. No le daré la satisfacción. No puedo dejar que me
provoque. Como dijo Jamie, tengo que mostrar algo de clase y dejarlo pasar.
Desafortunadamente, parece que no puedo hacer que mis pies estén de acuerdo
con la orden de mi cerebro de darme la vuelta y alejarme. Nos miramos en
silencio.
Se acerca a mí, su mirada nunca deja la mía. Su voz cae tan baja que es casi
íntima.
—¿Quieres saber lo que veo cuando abres la boca?
Él huele a algo que me gustaría comer. Algo tibio y azucarado, como una
galleta recién horneada. Se me hace la boca agua, pero estoy demasiado aturdida
por lo que está sucediendo como para examinar mi reacción física hacia él. Los
latidos de mi corazón se disparan.
Se inclina más cerca. Él inhala, como si me estuviera oliendo a mí también.
Pone sus labios junto a mi oreja, tan cerca que siento su cálido aliento deslizarse
por mi cuello. Me hace temblar.
—Pregúntame qué veo, Chloe.
Es la primera vez que pronuncia mi nombre. La electricidad corre a través de
mi cuerpo, prendiendo fuego a cada nervio. Mis pezones se endurecen. Me falla
la respiración. Incluso si quisiera, no puedo hablar.
Lentamente gira su rostro, rozando con la punta de su nariz la piel de mi
mandíbula. Cuando estamos cara a cara y nariz con nariz, susurra:
—Pregúntame.
La tienda desaparece. Estamos suspendidos en el espacio, solos en un
interminable mar negro. Todo lo que veo son sus ojos, dorados, hermosos e
inquietantes.
—¿Q-qué ves?
Casi en silencio, sin apenas respirar, AJ murmura:
—Fantasmas.
Todos los pequeños pelos de mi nuca se erizan. Se me pone la piel de gallina
en los brazos.

Él se vuelve y me deja ahí parada, mirándolo como un tonta.


—Estamos listos para el postre, Nina.
La voz de mi madre me devuelve al presente. Estoy sentada en la elegante
mesa de su comedor con Eric suspirando satisfecho a mi lado, sosteniendo mi
mano debajo del mantel. Mi padre se sienta a mi derecha. Jamie está sentado
frente a mí, mirándome desconcertado por encima del borde de su taza de café
de porcelana.
En las últimas cuatro horas, no he hecho más que obsesionarme con AJ
Edwards y sus crípticas palabras finales. No he podido llegar a una sola hipótesis
que les dé sentido, o a su comportamiento aún más extraño hacia mí. No puedo
esperar para tener a Jamie a solas y interrogarlo sobre cualquier otra cosa que
sepa sobre AJ. Especialmente cualquier detalle sobre la mujer en Rusia a la que
envió flores hoy.
Desafortunadamente, debido a que la cocinera de mis padres, Nina, tiene
unos cuatrocientos años, Dios la bendiga, esta cena avanza a paso de tortuga. Es
posible que todavía estemos sentados aquí a principios del próximo siglo.
—Eso fue asombroso, señora Carmichael. Amo su cocina.
Mi madre acepta el cumplido de Eric con una sonrisa amable, como si
realmente tuviera algo que ver con la preparación de la cena.
—Gracias, Eric. Es tan agradable ver a un hombre disfrutar de una comida.
Este es un golpe no tan sutil para mi padre, que por lo general huele una vez
los extraños brebajes tailandeses, peruanos y japoneses de Nina y se dirige al
refrigerador para buscar cualquier cosa que se parezca a comida real. Eric, por
otro lado, comerá cualquier cosa que se mueva. Si alguna vez estuviéramos
involucrados en un accidente aéreo y quedamos varados en una isla desierta, él
sería el último en sobrevivir, devorando felizmente cada escarabajo, gusano e
insecto volador a la vista, sin un poco de remordimiento. Estoy convencida de
que no posee papilas gustativas.
En el lado positivo, la mayor parte de lo que hace Nina no incluye carne, lo
cual es una ventaja para mí.
Mi madre centra su atención en Jamie.
—James, ¿alguna nueva amiga especial que debamos conocer?
Mi hermano sonríe serenamente.
—No en particular. Aunque si quieres saber sobre algún nuevo amigo
masculino especial que he hecho recientemente, ese es otro tema completamente
diferente.
Mi madre palidece. Mi padre cambia de tema tan rápido que me da vueltas la
cabeza.
—Chloe, hemos hablado sobre el nuevo caso de tu hermano, mi nuevo caso y
las nuevas adquisiciones de arte de tu madre, y aún no has dicho una palabra
sobre ti.
Me alegra que mi padre esté interesado en mi trabajo. Ésta no es la situación
típica.
—Ahora que lo mencionas, tengo algunas noticias importantes que
compartir.
—¿Oh? ¿Y qué es eso? —No me pierdo la mirada que se intercambia entre
mis padres. Se inclinan hacia adelante con entusiasmo. Me conmueve su
atención.
—¡Fleuret aparecerá en la revista People! —Sintiéndome orgullosa de mí,
esperando sus preguntas, tomo un trago del sedoso Burdeos que mi madre sirvió
con la cena.
Mi madre parpadea.
—Revista People—repite lentamente, como si nunca hubiera oído hablar de
ella—. ¿Es esa la que cuenta todas las historias sobre Kim Kalashian?
Mi hermano viene a rescatarme con la voz seca como un hueso.
—Kardashian, madre. ¿Sabes que es una de las mujeres más famosas del
mundo? Y sí, esa es la revista a la que se refiere Chloe. Es una oportunidad
increíble para ella. —Se vuelve hacia mí con una sonrisa—. No me contaste
sobre esto hoy, bichito. Felicitaciones. Bien por ti. ¿Cuándo está sucediendo?
—Tampoco escuché nada sobre esto. —Eric suena molesto—. ¿Eso significa
que ahora vas a trabajar más horas?
Tomo otro trago de mi vino.
Mi padre rechaza esta inoportuna interrupción.
—No, Chloe, me refiero a lo que está sucediendo en tu vida personal.
¿Cuándo os vais a casar tú y este buen joven?
El vino sale de mi boca como un géiser, empapando mi barbilla, mi plato y el
mantel de lino blanco que lo rodea con una fina llovizna roja. Empiezo a toser y
no puedo parar.
Jamie se ríe. Mi madre jadea, consternada. Se pone de pie de un salto y le
pide a Nina que le traiga un paño húmedo. Mi padre simplemente me mira con
sus pobladas cejas hasta la mitad de la frente, esperando una respuesta.
Eric le proporciona una antes de que pueda recuperar la compostura.
—Me honra oírle decir eso, señor. De hecho, me alegro de que lo haya
mencionado. Sé que Chloe y yo hemos estado saliendo poco tiempo, pero
tenemos mucho en común, nos llevamos muy bien y nuestros valores son muy
similares… —dice con timidez y se aclara la garganta, moviendo su peso en su
silla.
Me vuelvo hacia él lentamente, con los ojos bien abiertos. Aprieto su mano
con tanta fuerza que debo cortar el flujo de sangre a sus dedos. Me sonríe y me
da una palmada en la mano. Me doy cuenta de que ha confundido mi creciente
horror con una emoción abrumadora.
—Bueno, si las cosas siguen en la dirección en la que van, señor, creo que
pronto haremos un anuncio. Con su bendición, por supuesto—se apresura a
agregar.
Mi madre se olvida instantáneamente de Nina y la tela. Ella agarra sus perlas.
Su grito de alegría, aunque no estoy segura de haberlo escuchado antes, es
genuino. Mi padre se relaja en su silla y cruza las manos sobre su vientre,
radiante como un Buda feliz. Mi hermano deja lentamente su café sobre la mesa,
su rostro impasible, mirándome con atención.
¿Y yo? Me quemo. Echo humo. Me retuerzo con impotente furia, apretando
los dientes con tanta fuerza que corren el peligro de romperse.
Nadie me ha pedido mi opinión sobre el tema del matrimonio con Eric, y lo
más importante el propio hombre. Casi peor es la evidente realidad de que, a
excepción de mi hermano, todos en esta sala están convencidos de que estoy
perdiendo el tiempo en mi estúpido pasatiempo de las florecitas, y debería darme
prisa y ponerme manos a la obra para conseguirme un marido. Me convierta en
una solterona que no puede casarse. Y suerte para mí, ¡he aquí! Un valiente
pretendiente acaba de ofrecer su mano, para la aprobación de mi padre.
Vivo en una novela de Jane Austen.
Va de mal en peor.
—¡Oh, cariño, estamos tan contentos! —Mi madre se apresura hacia Eric y
lo agarra por el hombro, como si él pudiera cambiar de opinión y se viera
obligada a sostenerlo contra su silla—. Ciertamente tuviste que besar tu ración
de ranas, Chloe, pero ahora que has encontrado tu…
—¿Príncipe Azul?—interrumpe Jamie las efusiones de mi madre con un tono
tan directo como su mirada. Antes de que pueda desterrarlo, la imagen de un
dios vikingo destella ante mis ojos, un dios con penetrantes ojos dorados y una
melena de león, atronando con el torso desnudo sobre un campo de batalla sobre
un semental.
He estado viendo demasiado HBO.
—Sí, James. Príncipe Azul. Como estaba diciendo, ahora que lo ha
encontrado, podemos dejar atrás todas estas tonterías de la floristería y continuar
con el asunto más importante de la planificación de la boda. —Saca un pañuelo
de la manga y se seca los ojos, sorbiendo dramáticamente—. ¡Oh, esto requiere
un brindis!
No, madre, esto requiere un motín.
Me paro. Limpio el vino restante de mi barbilla y dejo la servilleta sobre la
mesa.
—Eric y yo no nos vamos a casar.
La habitación se detiene con un frenazo chirriante. Nina, que acaba de llegar
de la cocina con una toalla mojada, se da la vuelta y sale dando tumbos.
—Cariño—dice Eric, herido.
—De todos modos, no pronto, Eric. Hay muchas cosas de las que debemos
hablar primero. Y una pequeña noticia: éste no es el siglo XIX. La bendición de
mi padre es agradable, pero no es necesaria. Me casaré con quien quiera.
Probablemente alguien que me respete lo suficiente como para consultarme y
preguntar mis sentimientos al respecto antes de hacer un anuncio dramático a mi
familia.
—Ahora, Chloe, no nos pongamos histéricos—dice mi padre con su voz más
profunda y autoritaria de los tribunales.
Si piensa que esto es ser histérica, todavía no ha visto nada.
—Simplemente estamos pensando en lo que es mejor para tu futuro…
—No me has preguntado qué creo que es mejor para mi futuro...
—No has demostrado una gran inteligencia en ese sentido…
—¡Eso es tan injusto! El hecho de que mis elecciones no sean las que tú
harías, no significa que sea una completa idiota, o un fracaso para el caso…
—Estás molestando a tu madre…
—¡Estamos a mano, entonces, porque ella me está molestando!
—¡Suficiente! —Mi padre golpea la mesa con el puño con tanta fuerza que la
cristalería salta y cae con estrépito.
El silencio desciende. El reloj del abuelo en la esquina comienza un repique
de tristeza.
Son las ocho de la noche de un domingo de enero, y finalmente estoy
tirándome de los pelos.
Miro a mis padres. Mi madre, envuelta en seda y perlas, mi padre, el señor de
la mansión, amo de todo lo que contempla. Sé que estas personas defectuosas
pero genuinamente buenas me aman. Me han proporcionado toda una vida de
afecto, aunque algo distante, han pagado con gusto por mi extravagante
educación, han hecho todo lo posible para asegurarse de que tuviera todas las
ventajas en la vida. Sin embargo, lo que no saben de mí podría llenar volúmenes.
La terrible verdad es que no quieren saberlo. Quieren su sueño de la hija
perfecta, la niña obediente y dulce que se casa con el hombre perfecto, asiste a
todas las fiestas adecuadas y sabe cómo manejar el personal de la casa.
Yo no soy esa chica O, si lo fui, ya no lo soy.
—Tengo veinticinco años. Ya no soy tu bebé. Lo siento si la persona en la
que me he convertido es una decepción para ti, pero esto es lo que soy. Si no
estás dispuesto a aceptarme de esta manera, entonces creo que es mejor si no nos
vemos por un tiempo—digo en voz baja. Hago una pausa, miro la cara de Jamie,
el brillo de aprobación en sus ojos y agrego—. Y, por cierto, tu hijo es gay. Deja
de ser tan idiota al respecto.
El siguiente silencio es tan absoluto que es casi ensordecedor. James
comienza a aplaudir lentamente. Me doy la vuelta, me levanto de la mesa y salgo
por la puerta principal.

Capítulo 5

El Boulevard Santa Monica está sorprendentemente ocupado para una fría
noche de domingo. Por otra parte, nunca he caminado por el boulevard en una
fría noche de domingo, así que realmente no tengo nada con qué compararlo.
Eric nos llevó a cenar a casa de mis padres en Beverly Hills. Caminar de
regreso a mi apartamento en Hollywood llevaría semanas. O al menos unas
horas, que en tiempo de marcha es lo mismo. Tengo mi bolso y mi teléfono, así
que podría llamar un Uber, o incluso tomar uno de los taxis que pasan
regularmente, pero necesito caminar al menos un rato. Necesito aclarar mi
mente.
Necesito calmarme antes de llegar a casa, donde sé que Eric me estará
esperando.
El último grito de mi madre de “¿Qué le pasa, Thomas?” mientras salía de la
casa todavía resuena en mi cerebro.
No qué, madre. Quién.
No puedo sacarlo de mi cabeza. Esta nueva rebeldía, la ira, la maldición…
todo comenzó cuando mi vida chocó con la de AJ Edwards. Él me envió a una
caída en picada de la que no me he recuperado.
Sé que no es culpa suya. No está parado a mi lado apuntándome con una
pistola en la cabeza, haciéndome actuar como una loca y fuera de lugar, pero
bien podría estarlo. Se ha infiltrado en mi cerebro como un ninja, y no importa
cuánto lo intente, no puedo desalojarlo.
Me estoy cocinando tan profundamente en mi propia salsa que no me doy
cuenta cuando comienza a llover. Solo cuando entro en un charco y mi pie está
empapado de agua helada, salgo de mi ensimismamiento y miro a mi alrededor.
Mierda. Ni siquiera tengo puesta una chaqueta. Me estoy empapando.
Me lanzo hacia la primera puerta que veo, refugiándome. Mientras me
sacudo el agua del cabello, cuatro hermosos jóvenes se deslizan a mi lado, abren
la puerta y entran en lo que ahora me doy cuenta que es un bar gay.
El brillante letrero de neón en la ventana, Flaming Saddles (Monturas
Ardientes), debería haber sido mi primera pista.
Hora de la confesión: me encantan los bares gay. Son lugares de diversión
desinhibida. Además, a pesar de lo que muchos piensan, los hombres
homosexuales aman a las mujeres. Solo no quieren acostarse con ellas. La
mayoría de los hombres homosexuales que he conocido tienen buenas relaciones
con sus madres y hermanas, tienen toneladas de amigas y un respeto saludable
por el género en general. Siempre y cuando no digas nada estúpido como
apuesto a que si pasaras la noche conmigo, cambiarías de opinión, no tienen
ningún problema si una persona que posee una vagina comparte bebidas con
ellos en sus bares.
Cuando mi hermano se mudó por primera vez a Manhattan hace unos años,
me llevó a los mejores lugares y me presentó a algunas de las personas más
dulces y menos críticas que he conocido. Fuera de la ciudad de Nueva York,
West Hollywood tiene los mejores bares gay del país. Ha sido una noche horrible
y necesito distraerme. Voy a entrar.
En el interior hay unas pocas luces intermitentes de arco iris y camareros
vestidos de vaqueros que bailan en el bar. Bonnie Raitt canturrea en la máquina
de discos. Un novillo de hierro gigante amenaza con cargar desde una plataforma
elevada. Hay aserrín esparcido por el suelo de madera. La temática salón del
salvaje oeste abunda hasta en viejos westerns en blanco y negro que se
reproducen en los televisores por encima de la cabeza.
Me deslizo en un taburete en un rincón cerca del novillo y les envío un
mensaje de texto a Kat y Grace para ver si pueden unirse a mí. Ninguna puede,
lo que significa que beberé sola como la mujer patética que soy. Para celebrar la
primera vez que regañé a mis padres, pido champán.
Que es cuando lo noto.
En el lado opuesto de la habitación, en un rincón oscuro debajo de la cabeza
de un cuerno largo, se sienta un hombre con una sudadera con capucha negra.
Está encorvado sobre la mesa frente a él, tomando una cerveza, usando gafas de
aviador y una expresión que podría convertir la lava fundida en hielo. Sus
hombros son tan anchos que bloquean casi por completo el letrero de neón de
Budweiser detrás de él. Ni siquiera tengo que ver la masa de cabello dorado
oscuro escondido debajo de la sudadera con capucha para saber quién es.
—Tienes que estar bromeando.
El simpático camarero regresa con mi champán.
—¿De qué hablas cariño?
Me doy cuenta de que he hablado en voz alta. Bajo la mirada, avergonzada.
—Nada. Lo siento. Solo estoy pensando en voz alta.
—Yo también hago eso todo el tiempo. Mi novio sigue diciendo que alguien
pensará que soy un vagabundo que he dejado de tomar mis medicamentos, pero
¿qué me importa lo que piense un extraño que juzga? Continúa con tu
conversación, cariño, y levanta una mano cuando estés lista para otra, ¿vale?
Balanceando una bandeja llena de bebidas, se aleja con una mejor apariencia
de la que yo podría esperar tener. Me quedo sola con mi champán y una
repentina convicción de que el universo me está atacando. Soy el blanco de una
broma cósmica.
Porque el gigante del otro lado de la habitación se ha levantado de su mesa y
se dirige hacia mí.
Todo dentro de mí comienza a latir con fuerza. Practico ejercicios de
respiración profunda, hasta que él está demasiado cerca y tengo que mirarlo.
Sin una palabra, se sienta frente a mí, bajando su corpachón hacia la silla con
sorprendente gracia. Se quita las gafas de sol. Toma un largo trago de cerveza, se
limpia la boca con el dorso de la mano y espera.
—No te estoy siguiendo, si eso es lo que estás pensando.
AJ asiente. No puedo decir si está reconociendo lo que he dicho, está de
acuerdo conmigo o está esperando que agregue más. Me hace sentir incómoda
con su silencio. Toda la ira que sentí en la cena y que había comenzado a
calmarse, reaparece con fuerza.
Me inclino más hacia él y le digo:
—¡Esta noche me hiciste llamar idiotas a mis padres!
—¿Lo hice?
Creo que está divertido. Su expresión facial no ha cambiado, pero sus ojos
brillan. En la poca luz sus ojos brillan como si tuviera fiebre. Me pregunto qué le
reflejan los míos.
—Si, lo hiciste. —No digo nada más, me parece más importante terminar mi
champaña de un gran trago. Levanto la mano, llamando al camarero. Al otro
lado de la habitación, asiente con la cabeza y me llama la atención.
—Quizás se lo merecían—dice AJ.
—Absolutamente.
—Entonces te hice un favor. Ahora me debes una.
Está jugando conmigo. Puedo sentirlo en la mirada de sus ojos, en la forma
en que sus labios parecen querer levantar las comisuras. No tengo ganas de
seguirle el juego. Lo miro tanto tiempo que es su turno de sentirse incómodo.
Deja caer la mirada y frunce el ceño.
—¿Qué estás haciendo aquí?—gruñe.
—Podría hacerte la misma pregunta. Éste es un bar gay.
Sus ojos brillan para encontrarse con los míos.
—Sí. Lo es. —No ofrece disculpas ni explicaciones.
—¿Estás saliendo del armario ahora mismo, es eso lo que estás diciendo?
¿Eres gay?
Examina mi expresión. Se toma su tiempo con eso, dejando que su mirada
recorra lentamente mi rostro, hasta que se conforma con mirarme la boca durante
tanto tiempo que tengo que contenerme para no retorcerme en el asiento.
Finalmente, con una voz ronca, casi carnal, dice:
—Eres más inteligente que eso.
Si no lo soy, mi útero ciertamente lo es. El pulso de calor que me inunda
entre las piernas hace que apriete los muslos. Afortunadamente, el camarero
llega con otra copa de champán.
—Aquí tienes, cariño.
—Gracias. También necesitaré un whisky cuando tengas la oportunidad. Dos
dedos, solo.
Su mirada se desliza de mí a AJ y viceversa. Frunce los labios, levanta las
cejas dos veces en un gesto de papito, asiente y se da la vuelta en silencio.
—Entonces no eres gay. Felicidades.
—¿Tienes algo en contra de los gays?
Estoy insultada.
—¡No!
AJ se encoge de hombros.
—Yo tampoco. De hecho, creo que tienen más compasión que la mayoría por
tener que soportar tanta mierda durante toda su vida. No puede ser fácil, ser de
una manera cuando la sociedad te dice que no estás bien a menos que seas de
otra.
Estoy anonadada por este pequeño discurso. AJ Edwards es la última persona
viva a la que habría llamado iluminado. Me pregunto brevemente de qué otra
manera lo he juzgado mal, pero entonces decido que podría estar burlándose de
mí. No lo conozco lo suficientemente bien como para juzgarlo.
Odio no conocerlo lo suficiente como para juzgarlo.
—Eso explica tu actitud hacia las prostitutas—murmuro.
AJ me mira de reojo.
—Estás de peor humor que de costumbre, princesa. ¿Qué sucede?
¿Ahora está siendo amable?
—¿Estás hablando de mis estados de ánimo? ¿Puedo simplemente decir que
tus cambios de humor deberían tratarse con medicación y psicoterapia intensiva?
Llega mi whisky, colocado delicadamente sobre la mesa por el camarero que
se retira tan rápido como apareció. Obviamente, siente mi ruptura mental. Me
bebo el whisky de un trago, tosiendo mientras me abrasa la garganta.
—Probablemente. Pero creo que la terapia es una mierda. La única persona
que puede curarte eres tú; pagar cuatrocientos dólares la hora para abrirle el
corazón a un extraño es solo una sacudida emocional. A la larga, todavía estás
atascado contigo mismo, con problemas y todo. Y no pongo nada en mi cuerpo
que altere mi estado de ánimo. La vida es demasiado corta para perderse algo,
incluso si es dolor—dice AJ en voz baja.
Hay algo en su voz que me hace detenerme con el vaso a la mitad de la mesa.
Lo miro. Me mira con un anhelo desnudo que oscurece sus ojos. Parpadeo y se
ha ido. Podría haberlo imaginado.
—Estás bebiendo una cerveza. Creo que el alcohol puede alterar la mente.
Sin decir palabra, gira la botella para que pueda leer la etiqueta: O'Doul's. No
tiene alcohol.
Este hombre está haciendo añicos todas las nociones preconcebidas que he
tenido sobre él. Y sobre las estrellas de rock en general. Excepto por las
prostitutas, me recuerdo con tristeza. Él lo tiene bien controlado.
—Déjame entenderlo. Eres un hombre al que le gustan los bares gay, pero no
eres gay. Bebes, pero solo si no tiene alcohol. No crees en la terapia, ni en tomar
medicamentos para los problemas emocionales, pero admites que probablemente
necesite ambos.
—No te olvides de las prostitutas—dice en voz baja, y toma otro trago de la
cerveza que carece de razón alguna para beberla.
—Está bien, ya que lo mencionaste, ¿qué pasa con eso? ¿No te gustan las
relaciones normales?
—¿Relaciones normales? No. No tengo. Me gustan las relaciones honestas.
Lo miro, un poco mareada por beber dos copas de champán y un whisky en
tan poco tiempo.
—Relaciones honestas. Como las que requieren intercambio de dinero.
Él asiente, sosteniendo mi mirada.
—Una prostituta solo te mentirá si le preguntas si fuiste bueno. Incluso
entonces, ambos saben que ella no está diciendo la verdad. Es parte de lo que
estás pagando. El resto, es una relación honesta. Sencilla. Sin mentiras. Quiero
algo. Ella quiere algo. Ambos obtenemos lo que queremos y tomamos caminos
separados. Algunas de las mejores personas que he conocido han sido
prostitutas. Y sí, la más honesta.
Lo miro boquiabierta.
—Pero… pero… ¡te estás aprovechando de ellas! De su situación… de su
falta de dinero, de su desesperación. ¿Cómo puedes ser tan casual al usar a una
persona de esa manera? ¡Es inhumano! ¡Esas pobres mujeres!
Entonces ocurre un milagro: AJ echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Es un
sonido profundo, masculino y hermoso. Me sorprende lo mucho que me gusta
escucharlo. Cuando termina, me mira con una combinación de diversión y
lástima.
—Has visto Hustle & Flow demasiadas veces. No niego que exista ese tipo
de mierda; existe. Pero las “mujeres pobres” con las que salgo no son
adolescentes callejeras con proxenetas que las golpean, si no recaudan suficiente
dinero al final de la noche. Mis “pobres mujeres” son autónomas, con pleno
control de sus destinos, que cobran miles de dólares la hora, princesa, por hacer
algo que tú regalas. Y probablemente ni siquiera te guste.
—Estás bien. No me gusta. Me encanta.
Las palabras salen antes de que pueda censurarlas. La expresión de AJ pierde
todo su humor y engreimiento. Inclina la cabeza, examinándome con tanta
intensidad que desearía que el suelo se abriera y me devorara. Aturdida, sigo
torpemente.
—Y ni siquiera es lo mismo. Si tengo sexo con alguien es porque quiero, no
porque tenga que hacerlo. Lo hago en un contexto de cariño, de amor, de respeto
mutuo…
—Mentira.
Ojalá hubiera cubiertos en la mesa, porque me embarga el deseo abrumador
de clavar un tenedor en el ojo de AJ.
—¿Mentira?—repito con cuidado, desafiándolo.
—Sí. Todo lo que acabas de decir es una mentira. —Sus ojos brillan—.
Excepto quizás la primera parte. Creo que estabas diciendo la verdad sobre eso.
La ira dentro de mí se siente como una bomba nuclear detonando en mi plexo
solar. Estoy tan enojada que ni siquiera sé por dónde empezar.
—Si quieres que te explique por qué creo que es una mentira, princesa,
tendrás que decirme más verdades. ¿Estás preparada para eso? —dice AJ, ahora
mortalmente serio.
Mis manos tiemblan con el violento deseo de enroscarse alrededor de su
cuello. ¡Es tan arrogante, tan exasperante! Me gustaría… bueno, no sé qué me
gustaría hacerle, ¡pero definitivamente implicaría sacarle sangre!
Finjo aburrimiento. Después de más de dos décadas de vivir con mi madre,
una mujer se emocionaba mucho solo si se trataba de una venta en Saks Fifth
Avenue, este tipo de autocontrol es una segunda naturaleza.
—No te tengo miedo, AJ—digo, tranquila como una esfinge—. Pregunta.
Su sonrisa se vuelve lenta y malvada. Obviamente, no está comprando mi
actuación.
—Bien. Pregunta uno: ¿Alguna vez ha tenido relaciones sexuales cuando no
estabas de humor?
Abro la boca para decir que no, pero me detengo. La verdad es que sucedió la
semana pasada. Eric estaba cachondo, yo estaba agotada por un largo día de
trabajo y no quería tener una escena incómoda o hacerle sentir que no lo
deseaba, así que… en cierto punto…
—Veo que la respuesta es sí. Y déjame decirte esto: cuando te follas a un
hombre solo para callarlo o salvar su ego, eso no es respeto mutuo. Eso es
manipulación. En otras palabras, es una mentira.
Mi boca se cierra con un chasquido audible. Le indico al camarero que me
sirva otro whisky.
—Pregunta dos: ¿Alguna vez has fingido un orgasmo?
Un rubor revelador sube por mi cuello. Si ese bonito camarero no trae su
flacura por aquí ahora mismo con mi whisky, voy a quitarle ese lunar de la cara.
—Otro sí. —La voz de AJ se vuelve más suave—. Y este es un sí aún peor,
porque no solo es una manipulación, es una mentira descarada. Una mentira que
mantiene tu control, por lo que no tienes que arriesgarte a ser honesta diciéndole
a un hombre lo que realmente te hace sentir bien. Tienes la oportunidad de
mantener tu pequeña distancia segura, sintiéndote superior, mientras que el pobre
estúpido que está tratando de hacer todo bien está follando en la ignorancia,
pensando que está con una mujer que se preocupa lo suficiente por él como para
mostrarle su corazón.
Mi cara está en llamas. No puedo mirarlo. Por alguna razón impensable,
siento que voy a llorar.
—Pregunta tres…
—Suficiente. Has dejado claro tu punto. —Pero aún no ha terminado
conmigo.
—Pregunta tres: ¿Alguna vez has tenido relaciones sexuales con un hombre
del que no estabas enamorada?
Giro la cabeza lentamente y me encuentro con su mirada.
—¿Eso me convierte en una puta?
Él niega con la cabeza.
—Para nada. En mi opinión, una mujer debería poder acostarse con quien
quiera, cuando quiera, por cualquier motivo que quiera, sin tener que dar
explicaciones, ni disculpas. Pero tus palabras exactas fueron: 'Lo hago en un
contexto de cariño y de amor'. Lo que significa, como mínimo, que cada vez que
tuviste sexo hubo una conexión real, un cariño auténtico.
Su mirada, una vez más, se vuelve penetrante.
—Lo que significa que nunca has tenido una aventura de una noche. O sexo
de venganza. O sexo por aburrimiento, o cuando has bebido demasiado, o con un
tipo al que le gustas mucho más de lo que él te gusta a ti y necesitas una caricia
al ego. ¿Correcto?
No puedo contestar. No tengo que hacerlo; lo ve todo claramente escrito en
mi cara.
—Y tú eres la que las juzga—murmura, dejándome efectivamente sin
palabras.
Llega el camarero y deja mi bebida.
—¿Puedo ofrecerte algo más?
—¿Una guarnición de jactancia?—dice AJ, mirándome.
El camarero, que ahora se da cuenta de que algo extraño está sucediendo, se
ríe torpemente, dudando solo un momento antes de decir alegremente:
—¡Bueno, házmelo saber! Os dejaré solos.
Cuando se va, me quedo con náuseas sobre las cáscaras secas y crujientes de
mi propia hipocresía.
Finjo que el vaso de whisky es una bola de cristal. Lo miro, esperando
adivinar una manera de salvar mi amor propio. Porque AJ tiene toda la razón; lo
que dije fue una mentira. Una mentira de moralidad autocomplaciente, nada
menos. Reúno mi coraje y me encuentro con su mirada.
—Tienes razón en todo lo que acabas de decir. Te debo una disculpa.
Puedo decir que esto lo asombra, pero tiene la gentileza de encogerse de
hombros con un simple asentimiento.
—Sin embargo, todavía me siento mal por las prostitutas, sin importar cuánto
dinero ganen. No puede ser… esa no puede ser una manera fácil de ganarse la
vida.
—No. No lo es—dice después de mucho tiempo.
Me detiene la inesperada melancolía en su voz. Lo miro con asombro
naciente.
—Oh, Dios mío.
Me mira.
—¿Qué?
—¡Tú las defiendes! No solo las defiendes, ¡ sientes empatía por ellas! ¡Y
crees que las mujeres a las que no se les paga por ello deberían poder acostarse
con quien quieran, sin ser avergonzadas como putas!
—¿Tu punto es?
—¡Eres feminista!
Él resopla.
—Y estás borracha.
Tiene razón. Definitivamente me siento mareada. Aún así, estoy convencida
de que he vislumbrado el alma del triste y hermoso vikingo sentado frente a mí,
y quiero más. Desafortunadamente, en ese momento suena mi móvil.
Es Eric.
—¿Dónde diablos estás, nena?—grita él.
Haciendo una mueca, aparto la cabeza del auricular.
—Estoy bien, Eric. Me detuve de camino a casa porque solo necesitaba…
Solo necesitaba algo de espacio. Estaré en casa más tarde.
—¿Te detuviste? ¿Dónde? —Escucho el pánico en su voz.
—Solo este bar…
—¿Estás sola en un bar?—grita. Hay una alarmante falta de confianza que
resuena en su voz—. Dios, Chloe, ¿en qué estás pensando? ¿Cuál bar? ¡Iré a
buscarte!
—Eric, por favor, cálmate. Está bien, no estoy sola. Estoy con… —Levanto
los ojos para encontrarme con AJ mirándome fijamente. Su mandíbula está dura
como una roca—. Yo… estoy con un amigo.
Ahí. Lo dije. Estoy con un amigo. Un amigo bipolar, amante de las
prostitutas, que esta misma tarde me dijo que tenía muchas razones para
odiarme.
Me he vuelto completamente loca.
—¿Qué amigo?—ruge Eric, tan fuerte que alejo aún más el teléfono de mi
oído. Y es cuando AJ me lo quita de la mano.
—Tienes dos segundos para calmar tu mierda, hermano, antes de que le pida
a Chloe que me dé tu dirección para que pueda ir y calmarla por ti.
Su voz es baja y peligrosa. Un estremecimiento de puro miedo me atraviesa.
En el otro extremo de la línea, hay un silencio crepitante, hasta que Eric
encuentra la lengua.
—Seas quien seas, acabas de amenazar a un oficial de policía. Será mejor
que esperes que no nos encontremos cara a cara. Hermano.
—Tengo la sensación de que lo haremos—dice AJ, mirándome. Cuelga.
Pone mi teléfono en mi mano temblorosa.
—¿Tu novio es policía?
Asiento con la cabeza.
Sus ojos son negros. Su boca forma una línea dura, más dura incluso que los
músculos de su mandíbula.
—¿Tiene mal genio?
—Él nunca me golpeó, si eso es a lo que te refieres.
—Hay muchas formas de maltratar a una mujer que no implican ponerle los
puños encima—gruñe.
Me late la cabeza. Decido que este día ha durado bastante; es tiempo de salir.
Intento ponerme de pie, pero me tambaleo cuando mi pie se engancha a la pata
del taburete en el que estaba sentada. AJ se levanta de su asiento y me endereza
con su mano debajo del codo, más rápido de lo que mis ojos pueden seguir el
movimiento.
—Tranquila, princesa. —Se ríe—. No queremos que te caigas y golpees esa
bonita cara.
Lo miro fijamente. Aunque su rostro está ensombrecido debajo de la capucha
de la sudadera, puedo decir que está deseando poder retractarse de eso. No lo
voy a dejar.
—¿Piensas que soy bonita?
Sus labios se aprietan. Él mira hacia otro lado, haciendo un gesto al camarero
para que le traiga la cuenta.
—Nunca dije que no lo fueras—murmura.
—Oh, correcto. —Me río borracha—. Solo dijiste que me odiabas. Y que era
engreída. Y frígida. Por cierto, me gustaría aprovechar esta oportunidad para
corregirte sobre algo: reconocería a una polla si me golpeara en la cara. No
puedo afirmar haber tenido esa experiencia, pero puedo decir con toda confianza
que, si una polla de repente saliera de la nada y me golpeara en la nariz, sabría
con certeza que es una polla. —Tengo hipo—. Estaría un mil por ciento segura.
Solo las bolas peludas serían un claro indicio.
Al parecer, decidiendo no esperar para salir, AJ mete la mano en el bolsillo,
saca la billetera y arroja un fajo de dinero sobre la mesa, todo sin soltar mi brazo.
Estoy impresionada. Me recuerdo que debe haber perfeccionado el arte de tratar
a las mujeres en diversas etapas de embriaguez. Imaginando un coro de
prostitutas medio borrachas pataleando en el aire mientras AJ se apresura para
evitar que todas se caigan, me río.
—¿Cuánto bebiste antes de llegar aquí?
Su voz es severa. Me mira como si estuviese muy decepcionado por mi
comportamiento. Admito tímidamente que tomé dos o tres copas de vino tinto
con la cena.
—Entonces. Dos o tres copas de vino, dos copas de champán y dos copas de
whisky. Has tomado al menos seis, posiblemente siete tragos en las últimas
horas. Cuatro de ellos en los últimos treinta minutos. Dos de esos whiskies
dobles. ¿Es correcto?
Cierro un solo ojo porque la habitación, solo apenas, ha comenzado a girar.
—Tengo muchos talentos, señor Edwards, pero no soy tan buena con las
matemáticas. —Otro hipo—. Tendré que aceptar tu palabra en este caso.
—Vamos, princesa. —Sin esperar respuesta, AJ medio me arrastra, medio me
lleva hasta la puerta.
—¿A dónde vamos?—grito alarmada. Estoy aún más alarmada por lo que
dice a continuación.
—A casa. Tienes que meterte en la cama.

Capítulo 6

El coche de AJ no se parecía en nada a lo que esperaba. Porque no es un
coche. Es una moto. Me informa que no tiene coche.
Número de artículo cuatro mil setecientos ochenta y dos en la lista de cosas
que la gente normal posee y que AJ Edwards no.
—¡No puedo montar en eso! —Me quedo mirando la enorme Harley negra
aparcada en el estacionamiento trasero. Brilla con cromo y peligro. Bajo la
parpadeante luz fluorescente de la lámpara del estacionamiento, parece mirarme
con lascivia.
Una gracia salvadora, al menos, ha dejado de llover.
—Por supuesto que puedes. —AJ abre uno de los bolsos laterales de cuero
atados a la parte trasera de la moto, saca un casco que parece que le falta la
mitad y me lo entrega—. Ponte esto.
Se monta en la moto y la pone en marcha con una rápida patada. La máquina
ruge a la vida, exhalando vapores. Toso y abanico una mano de un lado a otro
frente a mi cara.
—¡Moriré en esta cosa!—grito por encima del estruendo—. ¡Olvídalo!
¡Llamaré un taxi!
Se quita la sudadera con capucha de la cabeza, se saca el cabello del elástico
que lo sujeta en el moño desordenado de la nuca y se pone un casco, todo
mientras me mira con calma.
—Chloe, pon tu culo en la parte trasera de mi moto.
La forma en que mi cuerpo responde a esta orden es ridícula. Hormonas que
nunca supe que tenía empezaron a gritar alegremente por mis venas, lanzando
confeti y haciendo sonar cuernos de fiesta. Me muerdo el labio, con fuerza, y lo
miro.
Éste es un territorio peligroso. AJ es un territorio peligroso. Debería saberlo
mejor. Tengo sentido común. Tengo novio. Tengo un sentido de lealtad
profundamente arraigado hacia dicho novio, incluso si estamos en una pelea.
AJ tiene un cariño profundamente arraigado por las damas de la noche.
Vuelve a decir mi nombre, más suave esta vez. Sus ojos acarician los míos.
Bajo su cálido resplandor dorado, me derrito.
—Bien. Pero si me matas por esta cosa, depende de ti explicarles a mis
padres lo que pasó. Buena suerte con eso. Mi padre probablemente te destripará.
—Ella no es una cosa—Defendiendo el honor de su moto, AJ ignora la
amenaza a su cuerpo. Quizás no le gusten tanto sus intestinos como a la mayoría
de las personas.
Con cero elegancia, me subo a la parte trasera de la moto, agarrándolo por
los hombros para mantener el equilibrio. Se sienten como rocas bajo mis manos.
—Es una V-Rod personalizada con chasis de titanio y una velocidad máxima
de cuatrocientos kilómetros por hora.
Parece que el alcohol me ha dado una audición selectiva porque me deslizo
sobre ese último dato como si nunca hubiera sido dicho. No es de extrañar que
digan que la ignorancia es una bendición.
—¿Cómo una moto es ella?—digo—. ¿No sería él, si se supone que son tan
varoniles y peligrosas?
—Casco.
Me pongo el casco, buscando a tientas la correa de la barbilla. Cuando
termino y él parece satisfecho con mis esfuerzos, AJ pregunta:
—¿Alguna vez miraste a Jacques Cousteau?
Hola, jardinero izquierdo, veo que se acerca una bola elevada.
—Esa podría ser la transición más extraña que he escuchado.
—Responde la pregunta.
Hago esta cosa que es en parte eructo y en parte hipo. Estoy convencida de
que es el ruido más desagradable que jamás haya salido de mi cuerpo.
Horrorizada, me tapo la boca con las manos. AJ parece divertido. Es un alivio,
pero no debería serlo, considerando que no me importa su opinión. Recupero la
compostura rápidamente y respondo.
—Sí. Mi madre lo amaba. Ella solía ver reposiciones de su programa todo el
tiempo cuando yo estaba creciendo.
Él asiente.
—La mía, también.
¡Vaya! Tiene madre. La idea nunca se me había ocurrido. Mi cerebro borroso
se lanza a un frenesí de preguntas relacionadas sobre hermanos, la vida familiar,
su juventud, pasatiempos y educación, hasta que se agota, cae de bruces, y me
quedo mirándolo, esperando. El proceso dura cinco segundos.
—Hay una cosa que Jacques Cousteau solía decir que me quedó grabada.
Pon tus brazos alrededor de mí.
—¿Jacques Cousteau solía decir 'pon tus brazos alrededor de mí'?
—No, Chloe. Pon tus brazos a mi alrededor. Tienes que sujetarte para el
viaje. —Espera a que siga esta sencilla dirección.
—¡Oh! Entendido. —Con un esfuerzo gigantesco, reúno cada gramo de falso
desinterés a mi disposición y deslizo mis brazos alrededor de sus hombros. Mis
manos no se tocan del otro lado. Es más grande que mi brazo.
Eso me deja en una situación incómoda. Puedo bajar los brazos hasta su
cintura, lo que me permitirá juntar las manos, pero corro el riesgo de un
encuentro vergonzoso con su entrepierna. Especialmente si, como él ha dicho, y
su estatura y talla de zapatos lo indican, es enorme.
Siente mi vacilación.
—¿Qué ocurre?
Mi voz sale diminuta.
—No creo que lo esté haciendo bien.
Él toma mis manos y las baja suavemente hacia su abdomen, entrelazando
mis dedos sobre una dura extensión de músculo que definitivamente no es su
entrepierna.
—¿Mejor?
Suspiro de alivio.
—Mejor.
Acelera. La moto traquetea y vibra debajo de nosotros, ansiosa por ponerse
en movimiento.
—Entonces, ¿Jacques Cousteau?—le pregunto.
—Correcto. Solía decir que las criaturas más hermosas son siempre las más
peligrosas.
Reconozco ese dicho. Es uno de los más famosos del señor Cousteau.
—No, lo que en realidad dijo fue: La maioría de las creatuurs más
hermoosas son siempreee las más peligrosas.
Al escuchar mi terrible acento francés, AJ se ríe, un segundo milagro para la
noche. Amo su sonido, sonrío.
—Exacto, Chloe, exacto. Así que pensé, siguiendo su lógica, que toda
criatura peligrosa tiene que ser mujer, porque las mujeres son las únicas criaturas
realmente hermosas. Comparados con ellas, nosotros, los hombres, somos solo
un montón de idiotas babeantes.
Me mira por encima del hombro. Su sonrisa es devastadora. Mi corazón da
un vuelco y se detiene por completo.
Santa madre de todas las mierdas.
En el momento exacto en que salimos del estacionamiento y nos alejamos
hacia la noche, me doy cuenta de los problemas en los que estoy metida y de
que, en más de un sentido, es demasiado tarde para bajarme de un salto de este
viaje.
Porque, como la tonta imprudente en la que me he convertido, tengo muchas
ganas de ver adónde va.

Capítulo 7

Me llevan escaleras arriba. Mi cabeza descansa sobre una superficie sólida y
caliente. Me siento segura, relajada y completamente a gusto.
No tengo ni idea de dónde estoy.
Me acurruco más cerca de la calidez con un dulce olor que me rodea y
suspiro con profunda satisfacción. Podría quedarme aquí en este capullo
protector que se balancea suavemente para siempre. Mis dedos encuentran
hebras de seda. Empiezo a retorcer la seda entre mis dedos, sonriendo por lo
hermosa que se siente en mi piel. Me llevo la seda a la nariz e inhalo.
Canela. Azúcar. Un toque de humo y almizcle. Amo este olor. Felizmente me
ahogaría en él.
Un sonido metálico discordante me hace sacudirme. Gimoteo.
—Maldita seas, inútil puerta de seguridad—masculla una voz.
Más escaleras. El sonido de una respiración uniforme. El lento y constante
latido de un corazón debajo de mi oído. La voz vuelve, más suave esta vez.
—Chloe. Despierta, princesa, necesito la llave.
—Mmm. —Aprieto la cara contra la calidez que es a la vez inflexible y
pecaminosamente suave, como terciopelo sobre granito. Aprieto los brazos
alrededor de ella, porque de alguna manera puedo. Dondequiera que esté este
lugar, es el paraíso.
Escucho un gemido bajo y tenso, como si alguien estuviera sufriendo.
—Shhh. —Presiono mis labios contra el calor sedoso. Me escucho hacer un
sonido profundo en la garganta, como un ronroneo. El gemido vuelve, más
angustiado.
—Chloe. Por el amor de Dios. Dame la llave.
A través de mi niebla de satisfacción, considero la palabra clave: llave.
Guardo la llave...
—Repuesto arriba del marco—murmuro.
Un momento de pausa, un susurro y un movimiento suave, entonces escucho
un gruñido de satisfacción. Ahora estoy en un lugar más oscuro que antes,
porque la luz roja detrás de mis párpados se ha apagado.
Casa. Estoy en casa. El pensamiento me llega flotando en una brisa
tranquila. Reconozco el aroma a azahar de la vela que olvidé apagar antes de
irme a cenar, que todavía está encendida en la mesa de café de la sala de estar. Se
desvanece mientras me deslizo sin ruido, sin esfuerzo, en mi camino a otro
lugar…
Estoy acostada sobre una superficie suave y blanda. Mis extremidades son
acomodadas con delicadeza. Me quitan los zapatos. No está tan cálido como
antes, ni tan agradable. Frunzo el ceño, tratando de abrir los ojos, pero mis
párpados son como el plomo. Me rodeo con los brazos, tratando de recuperar el
calor que he perdido. Un peso se posa sobre mí… una manta. Me hundo
profundamente debajo de ella, suspirando de satisfacción una vez más.
Algo suave toca mi frente, la más mínima presión. Las chispas chisporrotean
a su paso. La voz de antes habla suavemente en mi oído. Pero ahora dice
palabras guturales y primitivas que no puedo entender.
—Idi spat, laskovaya moya. Spat.
—No te vayas—le suplico, preocupándome por la despedida que siento en el
suave susurro—. No te vayas todavía. Por favor.
Sigue un momento de silencio, después escucho una exhalación.
—No lo haré—murmura la voz en palabras que puedo entender—. Estoy
aquí. Estoy aquí.
Estoy inundada de alivio. Él está aquí. No se va. Puedo dormir sana y salva.

Y lo hago.
Me despierto sobresaltada por el sonido de un camión de basura que avanza
pesadamente por el callejón fuera de una ventana cercana. Me enderezo. Mi
corazón martillea. Confundida, miro salvajemente alrededor de la habitación en
penumbra por unos momentos antes de darme cuenta de que estoy en mi cama,
en casa.
Todavía estoy completamente vestida. Mi cabeza palpita. Mis ojos están
arenosos. Mi boca es un desierto.
Voy al baño, uso el inodoro y trago dos Advil con un poco de agua del grifo.
Por casualidad, mi mirada se posa en el reloj digital de la encimera. Sufro un
ataque al corazón cuando me doy cuenta de que se suponía que debía estar en el
mercado de flores del centro hace tres horas para recoger flores frescas. Es lunes,
el día más activo de la semana de Fleuret, cuando es necesario encargarse de la
mayoría de nuestras cuentas corporativas. Antes del almuerzo.
Hay dos docenas de dueños de negocios locales que van a estar furiosos
conmigo hoy.
Sin siquiera molestarme en cepillarme los dientes, peinarme o ponerme
presentable de otra manera, corro hacia el dormitorio y meto los pies en un par
de zapatillas de deporte, dejando los cordones desatados. Agarro una chaqueta
del armario y me la pongo mientras corro hacia la sala de estar, buscando
frenéticamente el bolso. Está en la mesa de café. Salgo volando por la puerta,
corro escaleras abajo, salgo del edificio y cruzo la acera. Caigo jadeando sobre
mi coche.
Son las 5:50 am. En diez minutos, el personal de mi tienda llegará y no habrá
flores frescas con las que trabajar.
Desesperada por encontrar una solución, comienzo una serie de cálculos
disparatados. Me tomará veinte minutos llegar al centro, al menos una o dos
horas para comprar las flores, si soy rápida, otros veinte para volver a Fleuret.
En el mejor de los casos, estoy viendo una hora de llegada de aproximadamente
las ocho en punto.
Justo cuando llega el conductor para comenzar a cargar la camioneta de
reparto con todos los arreglos que no se habrán hecho.
Golpeo el volante. Me hace sentir un poco mejor, pero no mejora la
situación. Saco el móvil del bolso, presiono Contactos y selecciono el nombre de
Trina. Necesito enviarle un mensaje de texto para hacerle saber que necesita
estar lista para comenzar a apagar incendios hoy.
Pero ya le envié un mensaje de texto a Trina, esta mañana a la una y media.
Está ahí en blanco y negro. Me quedo mirando el mensaje, aturdida.
¿Puedes ir al mercado esta mañana? Me siento enferma. Lo siento mucho.
Llegaré tan pronto como pueda.
No recuerdo haberlo enviado.
Me siento en mi coche, mirando el texto, hasta que un bocinazo me hace
mirar hacia arriba. Una mujer mayor en un Volvo estropeado me hace señas.
Quiere saber si me voy. Incluso a esta hora, los lugares de estacionamiento son
un bien escaso.
La saludo con la mano, enciendo el coche y me dirijo al trabajo.
Cuando llego, me alivia ver que Trina definitivamente recibió mi mensaje de
texto, porque la tienda está repleta de actividad.
—Buenos días, Carlos—le digo al joven latino que acondiciona las flores.
Hay un lío de hojas y tallos alrededor de sus pies del cortador de tallos. Está
empezando a barrer.
Él sonríe, asintiendo con la cabeza.
—Buenos días, señorita C.
Más adentro de la tienda, escondidas del piso de ventas principal detrás de
una pared, están las largas mesas de diseño de acero inoxidable, donde Trina y
Renee, mi diseñadora junior, están charlando mientras hacen los arreglos. Cubos
de plástico blanco con flores las rodean. Trina está trabajando en una pieza
moderna y extravagante para el consultorio de un cirujano plástico de Beverly
Hills; puedo decir de quién es porque gastan más, y está compuesta casi en su
totalidad de orquídeas phalaenopsis, una de las flores más caras disponibles.
Renee deja caer tríos de rosas blancas envueltas con alambre en pequeños
floreros azules para los escritorios de los abogados de un bufete de abogados.
Estoy impresionada; obviamente comenzaron temprano.
—¡Sois increíbles!
—¡Estás aquí! ¡Pensé que estabas enferma! ¿Cómo te sientes? —dice Trina.
—Estoy bien. Mejor ahora. Gracias por manejar el mercado, Trin, me
salvaste el culo.
Ella rechaza mi agradecimiento.
—No hay problema. Cuando recibí tu mensaje de texto, le envié un mensaje
a Renee para ver si podía venir un poco antes, ya que estaríamos con un hombre
menos. Aunque estoy feliz de que estés aquí. La señora Goldman dejó un
mensaje de que está almorzando en Spago y que necesita flores.
—¿Otro almuerzo en Spago? ¿La mujer no come en ningún otro lugar? ¿O
cocina?
—Aparentemente no. Quince invitados hoy. Necesita que se la entreguen a
las once.
—Por supuesto que sí. —Dejo mi bolso sobre el escritorio, me preparo un
café y me pongo a trabajar. Dos horas después, llega Jeff, nuestro conductor, y
comienza a cargar. Finalmente puedo tomarme un descanso.
He estado distraída toda la mañana. En un segundo plano de mi mente hierve
a fuego lento todo lo que pasó ayer. Mis padres, Eric, AJ.
Especialmente AJ.
Recuerdo salir del bar con él y ponerme en su móvil de la muerte. Recuerdo
partes del viaje a casa. También hay un recuerdo borroso y desigual de ser
cargada, aunque tiene la calidad de un sueño, así que no estoy segura de si es
real o no. Eso es todo.
Claramente no recuerdo haberle dado la dirección de mi casa.
Reviso el teléfono. Hay seis llamadas telefónicas perdidas, todas de Eric. No
ha dejado ningún mensaje de voz. Me duele el estómago cuando me doy cuenta
de que voy a tener que decirle que salí de un bar con un tipo que él nunca
conoció. Que luego me llevó a casa en su moto. Que puede o no haberme metido
en la cama.
Idi spat, laskovaya moya.
Fantasmales y confusas, las extrañas palabras aparecen en mi mente como un
cálido aliento soplado en un frío cristal. No sé lo que quieren decir, pero sí sé
que el tono en el que fueron dichas era todo menos enojado.
El tono era tierno. Casi… amoroso.
Estoy tentada a pensar que mi mente me está engañando. Pero hay algo… no
sé. Hay algo que me dice que no fue un sueño de borrachera. Algo me dice que
realmente escuché esas palabras, en esos dulces tonos.
Estoy mirando a lo lejos, perdida en mis pensamientos, cuando Trina viene
detrás de mí y casi me asusta.
—Me olvidé de decirte… cielos, te sobresalté un poco, ¿verdad?
—Lo siento. —Puse una mano sobre mi corazón atronando—. Solo estaba
perdida en mi mente. Me sorprendiste.
Ella me mira.
—¿Estás bien? Has estado distraída toda la mañana.
Carraspeo.
—Sólo… sí. Todavía no me siento al cien por cien. Tengo… er, la gripe que
está dando vueltas.
La gripe del vino, la llama Kat.
—¿Qué sucede?
Ella extiende un formulario de pedido.
—Esa orden que envió Big Daddy…
—Oh no, tú también no—la interrumpo, haciendo una mueca.
Ella sonríe. Detrás de sus gafas de moda, sus grandes ojos marrones brillan.
—Sí. Escuché a tu hermano llamarlo así y pensé que era totalmente
apropiado. Ese tipo es solo un gran oso abrazador de hombres. ¡Grrrr! —Ella
hace un gruñido de oso y saca el trasero como si estuviera esperando una
bofetada—. ¡Oye, Big Daddy Bear, Little Baby Bear ha sido maaaala! ¡Necesita
unos azotes!
—Por favor, nunca vuelvas a hacer eso, o te degradaré a fregadora de cubos.
Trina se endereza y se ríe.
—No te preocupes, no es a mí a quien quiere azotar de todos modos. —Ella
me da su gesto característico de ya sabes lo que estoy diciendo, cara de novia,
que es una combinación extraña de labios fruncidos, cejas subiendo y bajando,
asentir con la cabeza y agitar el cabello que siempre logra hacerla parecer como
si un vaso sanguíneo en su cerebro acabara de estallar.
Estoy demasiado ocupada rebobinando lo que dijo para apreciarlo por
completo.
—¿Qué? ¿Quién? ¿Yo?
Trina pone los ojos en blanco y suspira.
—¿Asististe o no a la escuela primaria?
De hecho asistí a la escuela primaria. Era una escuela privada por la que mis
padres pagaban treinta mil dólares al año de matrícula, para que pudiera pintar
con los dedos y tocar la batería y aprender música, teatro, dramaturgia, atletismo
y conciencia ambiental, todo lo cual estimula los sentidos y permite diferentes
formas de aprendizaje. Trina fue a la escuela pública en Venice, donde estaba en
una pandilla de chicas.
—Sí—respondo simplemente.
—Ok. Entonces, ¿recuerdas a ese niño imbécil que se metía contigo, te tiraba
de la cola de caballo en clase y trataba de hacerte tropezar cuando pasabas junto
a él en el recreo?
Arrugo la frente.
—¿Cómo supiste acerca de Mikey Dolan?
—¡Porque todas las chicas tienen un Mikey Dolan, tonta!
Miro a Trina.
—¿Fumaste antes de ir a trabajar? Porque suenas un poco drogada
—Uff. No importa. —Ella extiende el formulario de pedido—. Lo que
necesitaba decirte era que esa orden de Big, perdón—se corrige cuando ve la
mirada de advertencia en mi rostro—, esa orden del señor Edwards no es válida.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
Ella se encoge de hombros.
—La dirección es incorrecta o está incompleta. Enviaron un correo
electrónico desde el servicio de mensajería para informarnos. Por lo tanto,
necesitan una dirección correcta o un número de teléfono para poder llamar al
destinatario. Lo retendrán hasta que nos comuniquemos con ellos.
Tomo el pedido de su mano y lo reviso. Es por cien rosas blancas de tallo
largo, por las que cobramos setecientos dólares. No es broma.
—No hay mensaje para la tarjeta.
—Él no quería uno.
Trina y yo compartimos una mirada. La única vez que los hombres no
quieren incluir un mensaje con un ramo de flores que están enviando es si la
mujer a la que se los envían está casada con otra persona o si él es un acosador.
—Está bien. Me encargaré, gracias.
Exactamente cómo voy a conseguirlo es un misterio, porque hay un pequeño
dispositivo divertido llamado teléfono que falta en la ecuación. No tengo forma
de contactar a AJ.
Directamente, de todos modos.
Al decidir que es demasiado pronto para llamar a Kat, busco la dirección en
Google Maps. Los nombres de calles y ciudades son una maraña de palabras
impronunciables. Escribo lentamente, mirando hacia adelante y hacia atrás desde
el pedido hasta la pantalla, asegurándome de que lo estoy ingresando
correctamente: 4, Prospekt Devyatogo Yanvarya / 66a, Prospekt Alexandrovskoy
Fermy.
Google produce el resultado. Estoy viendo un enlace al cementerio
Preobrazhenskoe en San Petersburgo, Rusia.
Mis manos siguen apoyadas sobre el teclado y un pequeño escalofrío recorre
mi espalda.
¿Quieres saber lo que veo cuando te miro? Fantasmas.
Miro el nombre del destinatario previsto. Aleksandra Zimnyokov. Murmuro
varias variaciones del apellido, tratando de pronunciar bien, pero me rindo
rápidamente. Quienquiera que sea esta mujer, estoy segura de que no apreciará
que destroce su nombre.
Miro hacia atrás en la computadora, pensando. En el cuadro de búsqueda,
escribo “AJ Edwards, Bad Habit”.
No hay broma, novecientos ochenta y tres mil resultados. Hago clic en el
enlace de Wikipedia cerca de la parte superior y empiezo a leer.
Alex James Edwards (nacido el 9 de julio de 1987), conocido
profesionalmente como AJ Edwards, es un músico y cantautor estadounidense,
más conocido como el baterista de la banda de rock Bad Habit.
Tiene veintiocho, tres años más que yo. Es curioso, pensé que era mayor. Tal
vez sea porque siempre parece que tiene el peso del mundo alrededor de su
cuello. Sigo leyendo y me entero de que nació en Las Vegas, Nevada, de un
pastor y su esposa ama de casa. Debido a sus creencias religiosas, fue
escolarizado en su casa durante toda su educación.
Me cuesta imaginarme a AJ, tatuado, hosco y antisistema, con un origen tan
estructurado.. Aunque si mi madre me hubiera educado en casa sin duda me
habría hecho saltar del abismo, así que me encojo de hombros y sigo leyendo.
Para uno de los miembros de una banda tan famosa, sorprendentemente hay
pocos detalles personales sobre él. No tiene hermanos. Sus padres murieron años
atrás. La mayor parte de la información involucra su carrera musical y las bandas
con las que tocaba antes de Bad Habit, a la que se unió hacía cinco años. El
baterista que Bad Habit tenía antes de AJ tenía una adicción severa a la cocaína
y murió de un ataque al corazón después de una maratón de drogas de tres días.
—Eso es horrible—murmuro.
Hay una sección considerable sobre cromestesia, la anomalía neurológica
que tiene.
Leí en voz alta:
—La cromestesia o sinestesia sonido-color es un tipo de sinestesia en la que
los sonidos que se escuchan evocan automática e involuntariamente una
experiencia de color. Al igual que con otras variaciones de sinestesia, los
individuos con sinestesia sonido-color perciben la experiencia sinestésica de
forma espontánea, sin esfuerzo y de una manera que el individuo aprende a
aceptar como normal. Aún no se ha identificado el mecanismo exacto por el cual
persiste la sinestesia. Dado que los sinestésicos y los no sinestésicos relacionan
los sonidos con los colores de una manera no arbitraria, y que la ingestión de
drogas alucinógenas puede inducir sinestesia en menos de una hora, algunos
investigadores afirman que es razonable suponer que la experiencia sinestésica
utiliza vías preexistentes que están presentes en un cerebro normal.
Me pregunto si puedo encontrar drogas alucinógenas para intentar recrear lo
que AJ ve cuando escucha música. Apuesto a que Trina podría encontrarme
algunas.
Cuando continúo con el artículo, noto que en casi todas las fotos que lo
acompañan, AJ usa gafas de sol y algo que le cubre la cabeza. Por lo general, es
una sudadera con capucha. A veces es un sombrero, que le cubre la frente.
Incluso en la rara imagen que lo captura sin gafas de sol, nunca mira
directamente a la cámara. Su rostro siempre está agachado, oculto o vuelto hacia
un lado. Incluso en las fotos promocionales de la banda, en las imágenes de los
CD y los sencillos, se eleva al fondo. Nico, el extrovertido cantante principal de
Bad Habit, siempre está al frente y al centro, flanqueado por los otros miembros
de la banda, pero AJ casi siempre está en las sombras.
Con solo mirar las fotos durante unos minutos, puedo decir que es
deliberado. Quiero saber por qué.
Doy golpecitos con las uñas en el escritorio, calculando cuánto tiempo tengo
que esperar antes de que Kat se levante, y pueda llamarla y hacer que le pregunte
a Nico por la dirección de la casa de AJ.

Capítulo 8

Cuando llego a casa esa noche, hay un equipo de hombres de una compañía
de gestión que se está yendo. La puerta de seguridad en la parte delantera del
edificio de apartamentos que ha estado rota desde que me mudé, milagrosamente
está arreglada.
En los estrechos escalones de cemento frente a la puerta se sienta Eric,
mirando abatido al suelo.
Me tenso. ¿Puedo hacer esto ahora? ¿Necesito más tiempo? ¿Qué le voy a
decir?
Pero es muy tarde. Me ha visto, parada inmóvil en la calle junto a mi coche,
y se pone de pie. Tengo que entrar. Me espera con las manos metidas en los
bolsillos, cambiando su peso de un pie a otro.
No hemos hablado desde que AJ le colgó anoche. Estoy llena de ansiedad
por lo que podría suceder a continuación.
Cuando estoy al alcance de sus brazos, extiende la mano y me envuelve en
un abrazo sin decir palabra. Entierra su rostro en mi cuello, inspirándome. Está
temblando. Su nariz está fría contra mi garganta. Me pregunto cuánto tiempo ha
estado sentado aquí, esperando a que apareciera.
—Lo siento, cariño. Fui un idiota. Nunca debí haberles dicho nada a tus
padres. La forma en que lo manejé… y luego no respondías a mis llamadas… —
Se echa hacia atrás, mirándome con ojos preocupados—. ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza.
—¿Estamos bien?—pregunta con voz más baja.
La tensión desaparece de mis hombros. No será la Tercera Guerra Mundial.
Suspiro, asintiendo de nuevo.
Sin embargo, quise decir lo que dije en la cena. Tenemos algunas cosas de las
que necesitamos hablar.
—Por supuesto, por supuesto. —Él también se siente aliviado, me tranquiliza
y me abraza más fuerte. Puedo decir que sin importar lo que diga, estará de
acuerdo. No quiere perderme.
De lo que no estoy tan segura, es de si yo quiero perderlo o no.
En la caja de seguridad de la puerta, introduzco el código que nunca he
usado. Es el mismo número que mi apartamento y, por lo tanto, fácil de recordar.
La puerta se abre. Subimos penosamente las escaleras. Nos quedamos en
silencio todo el camino.
Una vez dentro, me dirijo directamente a la nevera. No queda cerveza, que sé
que Eric prefiere beber, pero necesitaremos algo para lubricar este irregular
encuentro, así que abro una botella de cabernet. Sirvo un vaso para cada uno de
nosotros. Nos sentamos en lados opuestos de la mesa de café en la sala de estar,
silenciosos y tensos, mirando todo menos el uno al otro.
Me pregunto si esto es lo que se siente al estar casado.
Eric carraspea.
—Quiero decir algo. —Deja la copa de vino en la mesa de café, apoya los
codos en las rodillas y junta los dedos debajo de la barbilla—. No sé quién era
ese tipo con el que estabas anoche en el bar, pero dijiste que era un amigo.
Nuestras miradas se encuentran. Está esperando una confirmación o una
confesión. Asiento con la cabeza, lo que significa que sí, que es solo un amigo.
Eric inhala profundamente, lo suelta bruscamente. Está aliviado.
—Ok. Te creo. Así que no volveré a mencionarlo. Nunca me has dado una
razón para no confiar en ti. Sé que tengo una tendencia a sospechar, lo que
probablemente proviene de mi oficio. No lo estoy usando como excusa, es solo
la realidad. Pero sé que no te lo mereces. —Hace una pausa—. Tampoco te
preguntaré cómo, ni cuándo, finalmente llegaste a casa. No vine aquí y te esperé
anoche, porque pensé… parecía que no querías verme. Dijiste que querías
espacio. Estaba tratando de respetar eso. Y no puedo culparte por necesitarlo,
después de lo desconsiderado que fui en la cena.
Su voz cae. Mira al suelo.
—Eso de casarse… simplemente salió. No quise ser condescendiente, o
hacer que pareciera que el permiso de tu padre importaba más que tus
sentimientos al respecto. Honestamente, me sorprendió que alguien como él
pensara que un policía es lo suficientemente bueno para ti. Dejé escapar lo
primero que me vino a la mente.
Mi garganta se contrae. Su confesión es tan inesperada que no sé qué hacer.
Si fuera al revés, y una chica misteriosa le quitara el teléfono a Eric en un bar y
me amenazara después de que él y yo tuvimos una pelea y él me abandonó, sé
que no le estaría dando esta mea culpa ahora mismo.
Abrumada, trago un poco de vino.
Eric levanta lentamente la cabeza. Nuestros ojos se cruzan. Recuerdo la
primera vez que lo vi, tenía tanta arrogancia, y un encanto tan adorable, que me
enamoré al verlo. Es una especie de mariscal de campo pulcro y totalmente
estadounidense con un lado vulnerable que es completamente desarmante, con
una barbilla hendida en la que una chica podría perderse.
Ahora no hay fanfarronería. No hay sonrisas de arrogancia. Solo un hombre
cuyos sentimientos por mí son tan grandes que ocupan la mayor parte del
espacio de la habitación.
—Sé que no soy lo suficientemente bueno para ti. —Su voz se quiebra—.
Pero te amo. Y haría cualquier cosa para hacerte feliz.
Me tapo la boca con la mano. Mis ojos se llenan de lágrimas. Aunque hemos
estado saliendo durante seis meses, Eric nunca antes había dicho que me amaba.
Susurro su nombre. Es como colocar una llave en una cerradura; libera toda
la emoción que ha estado reprimiendo.
Salta sobre la mesa de café y sobre mí, tirando la copa de vino de mi mano
mientras me aplasta contra su cuerpo, enviándonos a estrellarnos contra el sofá.
Nunca me habían besado tan desesperadamente, ni había necesitado tan
desesperadamente que me besaran. Cada duda y preocupación se va volando, y
me dejo llevar por un tsunami de emoción. Me siento más apasionada, eufórica y
hambrienta que nunca.
Entre besos voraces, se arranca la camisa y luego la mía. Me quito los
zapatos, los calcetines, los pantalones, mi ropa interior; estoy desnuda. Él se abre
los botones de la bragueta de sus vaqueros. Cae encima de mí, besando mis
pechos, colocándose entre mis muslos. De sus labios salen incoherentes palabras
de adoración. Gimo, arqueándome hacia él, deseando, ansiando, necesitando, y
él muerde mi pezón lo suficientemente fuerte que grito de placer y dolor.
Se congela.
Me estoy tambaleando, no estoy segura de por qué se ha detenido.
—¿Qué?—jadeo, parpadeando—. ¿Qué pasa, Eric?
Se aparta de mí como si fuera un montón de mierda gigante en el que acaba
de tener la desgracia de caer de bruces. Su expresión es de horror. También está
enfurecido.
—¿Cómo me llamaste?—sisea.
Es mi turno de congelarme. Intento pensar, pero mi mente está en blanco.
—Yo… ¿nada?
Parece como si estuviera enfermo.
—Me llamaste, 'AJ' ¡Me llamaste por el nombre de otro hombre!
Agua helada se inyecta instantáneamente en mis venas. Lo miro, todas las
células de mi cuerpo se cristalizan en copos de nieve. No puede ser. No dije
nada, solo hice un pequeño sonido…
Eric salta del sofá, gruñendo. Me incorporo y me tapo los pechos con las
manos.
—Eric, no sé qué decir… No creo que haya dicho nada...
Se da vuelta y grita:
—¡Oh, créeme, lo hiciste! ¿Es con quien estabas anoche? AJ? ¿El de la
maldita banda?
Oh, Dios. Por supuesto que sabe quién es AJ. Mi boca se abre, pero no sale
ningún sonido.
Está de pie junto a mí, lívido por la rabia y la traición, su rostro enrojecido,
las venas estallando en su cuello.
—¡Dime la maldita verdad, Chloe!
Y no puedo mentir. Quiero hacerlo. Con cada fibra de mi ser, quiero mentir.
Pero no lo hago.
—Sí—susurro pálida y temblorosa.
Con un gemido gutural, se da la vuelta. Agarra su camisa del suelo y se la
pasa por la cabeza. De camino a la puerta, agarra un jarrón del nicho del pasillo
y lo arroja al otro lado de la habitación. Golpea la pared opuesta y se rompe con
un sonido como de bomba.
Abre la puerta de un tirón, la golpea detrás de él con tanta fuerza que todo el
edificio tiembla.
Me quedo sentada desnuda en el sofá de mi sala de estar, con lágrimas
deslizándose silenciosamente por mis mejillas, mirando los fragmentos de un
millón de diminutos pedacitos de vidrio brillar como diamantes en el suelo.
Cuando suena el teléfono unas horas después, todavía estoy desnuda en la
sala de estar. Me tomé el tiempo para envolverme en una manta y cerrar la puerta
de entrada, pero volví al sofá donde estuve acostada desde que Eric se fue,
crucificándome.
Agarro el auricular de la mesa junto al sofá.
—Hola.
—¿Por qué suenas como si tu gato acabara de morir?
Es Grace.
—Sabes que no tengo un gato.
—Cierto. Dame una segunda oportunidad. ¿Por qué suenas como si acabaras
de regresar de un funeral?
—Soy una puta.
Hay una pausa. Finalmente, ella dice:
—¿En serio? ¿Qué acto desagradable hiciste? ¿Y cuánto te pagaron por ello?
Quiero todos los detalles, estoy pensando en escribir un libro.
—No me pagaron nada.
—Entonces no eres una puta—dice Grace en tono de broma.
—Bien, soy una puta.
—Es una de las cosas que más amo de ti, cariño—dice ella cálidamente.
Mirando las sombras que se arrastran por el techo de los faros que pasan,
lanzo un suspiro épico.
—Está bien, fuera con eso. ¿Qué ocurre?
Con Grace, es mejor que vayas directo al grano. Como terapeuta, siempre
tiene un ojo en el reloj mientras tú cuentas tu triste historia. Además, estuvo
involucrada en un accidente automovilístico cuando estaba en la escuela
secundaria que mató a sus padres y la dejó sin recuerdos de su vida antes del
accidente. Otras personas de voluntad más débil podrían haberlo hecho frente
recurriendo a las drogas o enloqueciendo, pero Grace decidió manejarlo
viviendo cada momento como si fuera el último. Para ella, no hay pasado ni
futuro, solo presente. Tiene tolerancia cero para cualquier cosa que la haga
perder el tiempo. Así que me lanzo de inmediato.
—Eric y yo estábamos liándonos y lo llamé por el nombre de otro hombre.
Risa estridente. Debería haber sabido que ella lo encontraría divertido.
Cuando los bufidos y las carcajadas finalmente se han calmado, ella dice:
—¿Y supongo que el señor Ley y Orden se opuso a tu pequeño paso en
falso?
—¡Es más que un pequeño paso en falso, Grace! ¡Es prácticamente adulterio!
—No es adulterio si no estás casada, Chloe.
Miro al techo. Ella no debería disculparme con semántica en este momento.
—Bien. Entonces es prácticamente un engaño.
—No seas tonta—dice alegremente—. Toda mujer piensa en otra persona
que no sea su pareja, de tanto en tanto, cuando tiene relaciones sexuales. Es
completamente normal. Tu único error fue abrir la boca.
—Sí, bueno, ahora mi pie está permanentemente insertado en esa boca. Eric
salió furioso de aquí como si se dirigiera hacia una ola de asesinatos.
—O a estrangular a alguna persona de color inocente—masculla Grace.
—¡Grace!
—Lo siento, cariño, pero él es un oficial de policía republicano blanco, que
creció en Alabama y todavía ve a sus hermanos de la fraternidad de la
universidad dos veces al año para excursiones de caza en el pantano. Sabes que
hay una capucha blanca puntiaguda en algún lugar de un baúl cerrado con llave
en su garaje.
—Te estoy colgando ahora.
—¡Está bien, me rindo! Es una persona encantadora que rescata gatos
atrapados en los árboles y ayuda a las ancianas a cruzar la calle cuando no está
demasiado ocupado enseñando a leer a los jóvenes desfavorecidos del centro de
la ciudad. ¿Satisfecha?
—A veces pienso que eres más snob que mi madre, Grace.
—¡Gracias!
—No fue un cumplido.
Ella resopla.
—Eso es lo que piensas.
Aprieto los dientes.
—Si realmente fueras mi mejor amiga, me estarías dando un sermón sobre lo
grosero e imperdonable que es llamar al hombre que se preocupa tanto por mí
por el nombre de otro hombre mientras se pone manos a la obra.
—Espera, ¿poner manos a la obra? ¿Quieres decir que ni siquiera estaba
dentro de ti todavía?
—Sabes, las cosas que consideras importantes son realmente desconcertantes
para mí. ¡Ese no es el punto!
—¿Estaba su polla, o no, dentro de ti en el momento del incidente en
cuestión?
No dignifico eso con una respuesta. Ella ya lo sabe de todos modos.
—¡Bueno, ahí lo tienes!—canturrea ella.
—Ahí lo tengo, ¿qué?
Ella exhala exasperada.
—¡Ni siquiera estabas teniendo sexo, Chloe! ¡No cuenta!
—¿En serio? Intenta decirle eso a mi novio, quien rompió mi jarrón favorito
cuando salía por la puerta para incendiar la casa de AJ.
Hay un silencio largo y cavernoso. Entonces Grace pregunta tentativamente:
—Me estás diciendo que llamaste a Eric… ¿AJ?
—Eso es lo que te estoy diciendo.
—¿El mismo AJ que detestas por completo?
Cierro los ojos. Esto es muy vergonzoso.
—El mismísimo.
—¿El mismo AJ en el que desperdiciaste una copa de champán
perfectamente bueno cuando se la arrojaste a la cara, no hace ni dos semanas,
después de llamarlo como una cierta parte del cuerpo maloliente?
—Grace.
—¿El mismo AJ que sale con putas llamadas Heavenly?
—En realidad es una prostituta—corrijo—. Él le paga. Y al resto de sus
novias, por lo que sé.
Grace comienza a reír. Es una risa baja y gutural que haría que un operador
de sexo telefónico se pusiera verde de envidia. Cuando ha terminado de disfrutar
de la profundidad de mi humillación, dice crípticamente:
—Chloe Anne Carmichael, todavía hay esperanza para ti.
Pongo un brazo sobre mi cara.
—Ni siquiera quiero saber qué significa eso.
—Significa que es hora de una reunión de la hermandad de las bragas
viajeras. En Lula, en media hora. Llamaré a Kat.
Ella cuelga. Sé, por experiencia pasada, qué si la llamo, no responderá. Y si
no me presento a la hora acordada, vendrán a buscarme.
Me arrastro del sofá para ir a vestirme.

Capítulo 9

—Oh, cariño, lo siento mucho. Eso debe haber sido terrible para ti. —Kat me
mira con ojos grandes y comprensivos y me aprieta la mano.
Estamos en Lula, un restaurante mexicano local en Venice Beach donde las
tres siempre nos reunimos, en una mesa cargada de margaritas, cestas de totopos
y una tina de salsa. Kat y Grace se sientan frente a mí. Mientras Kat escuchaba
atentamente mi relato de la historia sobre lo que sucedió con Eric, Grace se
inquietaba, ansiosa porque llegara a la parte buena.
En el momento justo, ella exige:
—Chloe, ya es suficiente. Ve a la parte buena.
Kat parece confundida.
—¿Cómo es posible que haya una parte buena?
Le envío a Grace una mirada malvada que aprendí al ver a AJ practicarla
conmigo. Totalmente imperturbable, dice:
—Eso es interesante. ¿Adoptaste esa pequeña mirada vudú de tu nuevo
novio?
Apesta cuando tus amigas son más inteligentes que tú. Levanto la barbilla y
actúo como si no hubiera hablado.
—Lo que Grace quiere decir con 'parte buena', Kat, es en realidad la peor
parte.
Los ojos de Kat se entrecierran. Me mira de arriba abajo, como si buscara
moretones.
Levanto los brazos.
—¿Qué pasa con todos asumiendo que como Eric es un policía me va a
golpear? —Miro a Grace—. ¡O quemar una cruz en el césped de alguien! En
nombre de nuestra fuerza policial, ¡me siento insultada! Además, lo conocéis
desde hace meses, es un amor.
Kat, en tono de disculpa, tengo que admitirlo, dice:
—También conocíamos a Jeremy durante meses antes de descubrir que era
quien robaba toda tu ropa interior. Y la usaba.
Grace señala con su habitual lógica vil:
—Y yo no llamaría 'amor a un hombre que destruye tu jarrón favorito en un
santiamén solo porque tuviste un pequeño desliz con tu lengua. Lo llamaría
desequilibrado, le llamaría un taxi y enviaría su lamentable culo a casa.
—Llamar a un hombre por el nombre de otro hombre en un momento de
pasión, sin importar si hubo penetración, no es un pequeño desliz con la lengua,
Grace. Es imperdonable.
—Oh, cariño, dame un pequeño descanso, ¿quieres? ¡He llamado a los
hombres por el nombre equivocado cuando hacían de todo, desde comerse mi
galleta hasta arar mi agujero de maíz! Ese tipo solo necesita tener una piel más
curtida.
Con un gemido, dejo caer la cabeza sobre la mesa y escondo el rostro entre
mis brazos cruzados.
Alguien dice un tentativo:
—Disculpen.
Miro hacia arriba y veo a una chica de unos diecisiete años de pie junto a la
mesa, con una revista enrollada y un bolígrafo en la mano. El estilo de su ropa y
la falta general de sofisticación sugieren que es una granjera del Medio Oeste.
Mira con adoración a Kat.
—¿E-eres Kat Reid? ¿La maquilladora? ¿La prometida de Nico Nyx?
Kat y yo nos miramos. Guau. Esto es raro. Nico y Kat ni siquiera están
casados todavía, y ella ya es una celebridad. Esta chica quiere su autógrafo.
Grace se hace cargo.
—Oh, a ella le sucede todo el tiempo, ¿no es así, Hortense? Escuché que el
parecido es asombroso.
La campesina no parece estar convencida.
—Honestamente, ¿estaría la prometida de Nico Nyx cenando en un
restaurante mexicano de mierda, sin guardaespaldas?—insiste Grace. Su risa es
indulgente—. No lo creo.
Sé a ciencia cierta que tiene un guardaespaldas, Barney, que nos observa
discretamente desde su posición cerca de la puerta de la cocina. Conociendo a
Nico, también hay media docena de ninjas apostados, acechando debajo de las
tapas de las alcantarillas o colgando boca abajo de las vigas como murciélagos.
Su protección hacia ella es legendaria.
La chica mira a Kat con los ojos entrecerrados y toma una decisión.
—Estás bien. ¡Soy un tonta! —Mueve la revista en la dirección general de
Kat—. Eres mucho más delgada que ella.
Ella se marcha al trote. Grace estalla en carcajadas.
—Oh, cállate, Grace. Sabes que la cámara agrega cinco kilos—le dice Kat,
disgustada.
Kat tiene la figura de un símbolo sexual de los años cincuenta, todo senos,
glúteos y cintura diminuta, y es un poco sensible al respecto. Personalmente,
creo que es hermosa. Los hombres chicos siempre se vuelven locos por sus
curvas. De pie junto a ella, me siento como una jirafa desnutrida.
—¡Ah, los peligros de la fama!—dice Grace entre risas.
—¿Podemos volver al tema importante aquí? Básicamente, ¿cuál fue la peor
parte de tu historia, Chloe?
Tengo que tomar varios largos tragos de mi margarita antes de reunir el valor
para hablar.
—La peor parte… fue el nombre por el que llamé a Eric. Que… fue…—
carraspeo—… AJ.
Kat frunce el ceño.
—Bueno, obviamente eso es un error. No podrías haber estado pensando en
AJ, ni siquiera te atrae .
Pongo mis labios entre mis dientes y la miro.
Su boca se abre.
—¡No!
Grace chilla y aplaude como una niña de diez años a la que le acaban de
regalar un poni en su fiesta de cumpleaños.
—¡Sí! ¡Ja, ja! ¿No es fantástico?
Kat me mira como si estuviera poseída por el mismísimo diablo.
—¡No! ¡Lo odias! ¡Te odia! ¡He visto todo esto de cerca y en persona! ¡No
podéis soportaros el uno al otro!
—Lo sé—digo miserablemente—. Solo que ahora… no lo hago.
Grace suspira. Es un suspiro de felicidad. Suena como si acabara de ganar
cien millones de dólares. Me irrita tanto que trago el resto de mi bebida.
—Se supone que eres mi amiga. Se supone que debes sentirte mal por mí.
¡Se supone que debes decirme qué hacer para reconciliarme con Eric! ¡En
cambio, estás actuando como si esto fuera lo mejor que te ha pasado desde que
tuviste ese romance con el agregado cultural italiano!
Grace se aparta su largo cabello rojo del cuello con un elegante movimiento
de la muñeca que es supremamente ella.
—No es tan bueno. Pero en serio, Chloe, por lo que puedo decir, y por favor
perdóname, porque digo esto con total amor, nunca te han follado como es
debido.
—Vaya, no te reprimas, Grace. Dinos cómo te sientes. —Me lanzo una patata
frita en mi boca, masticando violentamente, deseando que fuera la cabeza de
Grace.
—Todo lo que digo es que una vez que pruebes a un hombre de verdad, nada
más en el mundo tendrá el mismo sabor. Si vas a tener una aventura, AJ Edwards
es El. Hombre. Perfecto por eso.
Kat hace una mueca.
—También es el hombre perfecto si está interesada en contraer una
enfermedad venérea potencialmente mortal. Salí de gira con esos tipos. Deberías
ver algunas de las prostitutas con las que sale.
—Literalmente—mascullo.
Grace no se lo cree.
—Es demasiado inteligente para tener una enfermedad venérea, Kat.
Probablemente posea acciones en una empresa que produce condones de titanio
o algo así. Es imposible que un jugador así no tome todas las precauciones.
Además, las prostitutas de alto nivel están certificadas como limpias. Quiero
decir, en serio, tienen papeles para probarlo. Los clientes lo esperan. No puedes
cobrar cinco mil dólares por follar y tener la peste. O peor.
Se me cae un totopo de la boca. Aterriza sobre la mesa. ¿Cinco mil dólares?
Cuando AJ me dijo que pagaba “miles” por sus putas de alto nivel, pensé que era
una exageración.
—Dios mío—dice Kat—. ¿Qué tipo de habilidades necesitas tener para
cobrar esa cantidad de dinero por sexo?
Puedo decir que Grace está a punto de proporcionar una lista por la expresión
de su rostro. Levanto una mano para detenerla.
—¡No! ¡No quiero saber!
Ella me mira fijamente. Sus ojos de color gris acerado se ven aún más
acerados de lo habitual, lo que significa que estoy a punto de recibir un sermón.
—Chloe, si vas a acostarte con un hombre cuyas preferencias van hacia las
mujeres que saben cómo masajear la próstata de manera experta con bolas anales
mientras le hacen una mamada, es posible que desees repasar tus habilidades en
el dormitorio.
—¡Asqueroso!
Reivindicada, se recuesta y niega con la cabeza.
—Es como disparar a cachorros en un barril.
Me vuelvo hacia Kat.
—Ayúdame con esto.
—Oye, tú eres la que está caliente con él.
—¡Nunca dije que estaba caliente con él! Simplemente que ya no lo odio
tanto… eso es todo.
—Ciiiiiiierto. Simplemente no lo odias tanto. Por eso gritas su nombre
durante el sexo—dice Grace arrastrando las palabras.
Necesito hacer nuevas amigas. Estas dos son las peores.
Se me ocurre algo terrible. Me incorporo de golpe en el asiento y agarro la
mano de Kat justo cuando se lleva un totopo cargado de salsa a la boca. La salsa
vuela por todos lados.
—¡Oye! ¡Me iba a comer eso!
—No puedes decirle una palabra a Nico sobre esto. Prométeme que no lo
harás.
—Chloe, incluso si lo hiciera, él se reiría. Os ha visto a los dos juntos. Nunca
lo creería, ni en un millón de años. Cuando le dije que necesitabas la dirección
de AJ, lo primero que salió de la boca de Nico fue, '¿Por qué, va a colocar una
bomba debajo de su porche?'
Eso me hace sentir un poco mejor. Le suelto la muñeca y me recuesto en mi
silla.
—¿Necesitabas su dirección?—repite Grace, creo que con un poco de
malicia.
—No es como piensas. Hizo un pedido de flores para una chica en Rusia y la
dirección no era correcta. Trina probablemente la escribió incorrectamente.
Terminó siendo un cementerio. De todos modos, el tipo no tiene teléfono, ni
computadora, lo que significa que no tiene correo electrónico, así que no tengo
otra forma de contactarlo. —Añado una pequeñísima mentira—. Voy a enviar a
Jeff a buscarlo.
Kat y Grace me miran fijamente.
—¿Qué?
Kat dice:—¿Rusia?—dice Kat.
—¿Cementerio?—dice Grace.
Me encojo de hombros y meto en la salsa con dos totopos. Estoy intentando
hacer un sándwich de totopos y salsa.
—Sí. Lo sé. Lo que es aún más extraño es que me dijo que cuando me mira,
ve fantasmas.
Grace comienza a reír de nuevo.
—¿Ve gente muerta? ¿Como el niño de esa película de Bruce Willis? ¡Esta
mierda es oro sólido!
Kat no se ríe. Ella solo me está observando con una mirada realmente
extraña, como si no pudiera decidir si quiere decir algo o no. Por supuesto que
tengo que saberlo.
—Dímelo ahora mismo o te arrojaré mi sándwich de totopos en la cara,
amiga.
Se limpia el polvo de las manos, toma un trago y se limpia la boca con la
servilleta. Parece que se está estancando.
—¿Habéis notado alguna vez el acento de AJ? —pregunta finalmente.
Grace y yo repetimos al unísono:
—¿Acento?
—Sí. Su acento. Su acento europeo, oh, es muy sutil, pero definitivamente,
está ahí.
—Estás drogada—dice Grace.
Kat se encoge de hombros.
—Esa fue casi exactamente la respuesta de Nico cuando le pregunté al
respecto.
Yo no lo descarto tan a la ligera. Kat es muy intuitiva sobre ciertas cosas.
Como, intuitivamente aterradora. Ella es quien me dijo que debería revisar el
armario de mi ex novio Jeremy para ver si estaba mi ropa interior faltante.
—Creció en Las Vegas. ¿Cómo podría tener acento europeo?
Al instante, Grace me tiene enganchada.
—Lo buscaste en Google, ¿no?
Mierda. Le hago un gesto al camarero para que me traiga otro margarita.
—Sin embargo, sus tatuajes parecen de una pequeña prisión rusa—añade
pensativa.
—¿Prisión? ¿Qué? —Estoy totalmente confundida, pero Kat capta el hilo de
los pensamientos de Grace de inmediato.
—¡Eso es lo que pensé! ¡Esos tatuajes en el dorso de sus manos son
totalmente de Viggo Mortensen en Eastern Promises!
Grace se lame los labios.
—Dios, estaba tan caliente en esa película.
—Y cuando estábamos de gira, una vez lo vi sin camisa. Fue un accidente.
Entré al camerino equivocado. Sin embargo, nunca has visto a un tipo salirse de
control tan rápido. Estaba tan enojado que pensé que iba a explotar. Actuó como
si lo hubiera descubriendo follando una gallina o algo así.
¿Una gallina? Miro a Grace, la experta.
—Eso no es algo real, ¿verdad? Por favor, dime que la gente no tiene sexo
con aves de corral —.
Me sonríe como si fuera la idiota del pueblo y me da una palmadita en la
mano.
—Si crees que follar gallinas es extraño, deberías haber visto algunas de las
cosas que vimos en el barrio rojo de Ámsterdam cuando estábamos de gira—
dice Kat. Ella se estremece—. Nunca volveré a ver los plátanos de la misma
manera.
—Realmente estáis empezando a asustarme.
—Continuando, ¿su pecho es tan fácil de lamer como parece debajo de todas
esas estúpidas sudaderas con capucha que suele usar?
Grace está más interesada en escuchar sobre el torso desnudo de AJ de lo que
me siento cómoda.
—Estaba demasiado ocupada con los ojos fuera de las órbitas con todos los
tatuajes como para darme cuenta. Nunca lo sabrías, pero tiene mangas completas
de muñeca a hombro, además de cosas en todas partes, por delante y por detrás.
Nico tiene muchos tatuajes, pero estoy hablando de un duro. Estoy hablando de
un duro completo.
Recuerdo su cara cuando me dijo que pusiera mi culo en la parte trasera de su
moto. Recuerdo la mirada en sus ojos. Ahora me imagino que está desnudo,
cubierto de tatuajes y, con la misma mirada en sus ojos, ordenándome
desnudarme y meter el culo en su cama.
Dejo caer el rostro entre mis manos. ¿Qué me está pasando? ¡Soy una buena
chica!
—Mira. —Kat saca el teléfono de su bolso, escribe algo, espera y luego me
lo entrega. Es un sitio web que muestra varios tipos de tatuajes, en particular los
tipos que se sabe que tienen los delincuentes en el sistema penal ruso.
—Bien, entonces los tatuajes en las manos de AJ pueden parecerse a algunos
tatuajes de prisiones rusas. ¡Eso no es evidencia de nada! ¡Quizás simplemente
le gusta la cultura!
—Quizás. —Kat vuelve a guardar el teléfono en su bolso. Luego me lanza
una mirada que dice o quizás no.
—De todos modos, no es como si alguna vez me fuese a enterar. —Grace
juega con indiferencia con un mechón de pelo—. Ya que estás tan llena de culpa
por tu episodio 'imperdonable' de confusión de nombres con Eric que le vas a
suplicar que te acepte de regreso y se olvide del loco y sexy espía ruso secreto
con el que te muere por hacer la cosa sucia.
Pongo los ojos en blanco.
—¡No es un espía ruso secreto!
Ella se abalanza.
—¡Ajá! ¿Así que no niegas que te estás muriendo por cometer el crimen con
él?
—Estás obsesionado con el sexo, ¿lo sabías?
—¿Por qué crees que me convertí en terapeuta matrimonial? No solo puedo
disfrutar de mi propia vida sexual, ¡puedo escuchar todo sobre la de los demás!
—Entonces, ¿por qué no te convertiste en terapeuta sexual?
Ella arruga la nariz.
—Demasiado grosero. También podría ser dueña de una sala de masajes que
ofrezca finales felices.
Parpadeo.
—Eso tampoco es algo real, ¿verdad? Los finales felices en los salones de
masajes son solo leyendas urbanas. —Miro a Kat—. ¿Correcto?
Kat y Grace se miran, toman sus vasos y hacen un brindis con ellos.
—Oh, idos a la mierda, chicas—murmuro.
Kat sorbe la sal del borde de su vaso de margarita.
—Bueno, si alguna vez averiguas algo… extraño… sobre AJ, mi consejo es
que no se lo digas. En mi experiencia, es mejor dejarlo estar—dice casualmente.
Con la misma naturalidad, Grace pregunta:
—Eso suena interesante, Katherine. ¿Te importaría compartir más?
El rostro de Kat se pone serio. Deja su bebida y encuentra mi mirada. De
repente, en lugar de mi amiga normalmente alegre, hay una extraña mirándome.
Una extraña que es mayor y más sabia, y tiene infinitas sombras oscuras en sus
ojos.
—Sabes por lo que pasé—dice con voz tranquila—. Y aprendí que la gente
guarda secretos por todo tipo de razones. A veces son razones tristes. A veces
son razones egoístas. Y a veces… son razones peligrosas. Si, y solo digo si, AJ
tiene secretos, le pertenecen. Y es mejor dejarlos en paz.
Kat está hablando del hermano loco de Nico, Michael, que está en prisión por
intentar matarla, entre otras cosas, y de la hermana loca de Nico, Avery, que
sufrió una sobredosis debido a la completa locura de su vida… una de las más
importantes era la aventura incestuosa que tenía con Michael desde que era niña.
Todo fue un completo desastre. Kat por el otro lado salió bien, pero hay
momentos ocasionales, como éste, en el que parece que su mundo se ha vuelto
loco y todavía no ha encontrado el camino de regreso a la cordura.
En el silencio que sigue, pienso en cómo AJ nunca mira a la lente de una
cámara. Cómo se sienta solo en un rincón oscuro de un bar gay un domingo por
la noche, cuando el resto del mundo está en casa con sus familias. Cómo cuando
me mira, todo lo que ve son fantasmas.
Suspiro y lleno otro totopo con salsa.
—Creo que este podría ser un buen momento para contaros lo que pasó
anoche. Entonces decidme si creéis que debería dejarlo estar o enfrentarlo—digo
mientras mastico.

Capítulo 10

Cuatro días después, a las tres y media de una tarde soleada de viernes, estoy
parada fuera de mi coche al final de un largo camino de tierra en Hollywood
Hills, protegiéndome los ojos con la mano mientras observo una valla de
alambre oxidada que divide el camino.
Está cerrada con candado. Un cartel advierte: “Propiedad privada. A los
intrusos se les disparará”.
Estoy muy confundida.
El lunes en lo de Lula, finalmente admití a las chicas que estaba teniendo
pensamientos bastante conflictivos sobre AJ. Después de escuchar el resto de la
historia sobre mi noche con él en el bar gay, la opinión de Grace fue que, en
última instancia, no importaba qué secretos AJ podría estar escondiendo, porque
realmente solo lo necesitaba por lo que estaba entre sus piernas. (Ella es así de
sentimental). Dijo: hazlo, ten una aventura loca, aprende algunos trucos nuevos,
después cásate con Eric o alguna otra persona normal, ten tus dos punto tres
bebés y vive la vida por la que fuiste criada.
Eso me deprimió vagamente.
La opinión de Kat era muy ambivalente. Ella no quiere que me lastime.
También sabe que nunca se puede juzgar un libro por su portada, por lo qué,
aunque la portada particular de AJ es loca y mala, lo que hay en el interior
podría ser cualquier cosa menos eso.
—Primero, tienes que arreglar las cosas con Eric—me advirtió.
Lo he intentado repetidamente, pero él no coopera. No consigo que me
devuelva las llamadas. Cuando le mencioné eso a Grace, ella dijo:
—Entonces ahí lo tienes—como si ahora estuviera libre para vender mi
vagina por toda la ciudad.
Le dejé a Eric otro mensaje de disculpa, pidiéndole que llamara. Esperé otro
día completo para recibir noticias. Cuando los grillos se pusieron demasiado
ruidosos, decidí que no iba a esperar más. Aquí estoy ahora, aturdida.
Según mi GPS, se supone que esta carretera conduce a la dirección que me
dio Kat donde vive AJ, pero no puedo sortear la maldita puerta cerrada. Que por
lo que parece, tampoco nadie más lo ha hecho en mucho tiempo. Excepto…
En el lado izquierdo de la carretera, donde la tierra da paso al pasto y árboles
silvestres, hay un agujero ovalado en la cerca de la altura de un hombre. Está
casi escondido detrás de una pared de arbustos, pero lo veo y voy a echar un
vistazo. La hierba debajo de este está aplastada y rala en algunos parches. Hay
delgadas huellas de neumáticos en el polvo.
Es una forma de entrar. Una forma que alguien con un vehículo de dos ruedas
utiliza habitualmente.
Oh, bueno. Encontré la entrada a la Baticueva. Me pregunto si Bruce Wayne
estará en casa.
Maniobro el coche para que quede estacionado fuera de la parte principal de
la carretera, lo cierro y continúo a pie. Es una pendiente bastante buena y pronto
estoy sudando. Normalmente no me importa un buen sudor, me encanta correr y
hacer caminatas regulares por Runyon Canyon, pero realmente no quiero ver a
AJ cuando me veo como si acabara de saltar de una cinta de correr.
Después de otros diez minutos de caminata, me doy cuenta de que dejé mi
teléfono, junto con el formulario de pedido de flores de AJ con la dirección
incorrecta, en el coche.
Me detengo en medio de la carretera y miro a mi alrededor. Solo veo colinas
suavemente onduladas cubiertas de árboles y arbustos bajos a cada lado de mí.
Donde quizás, mi mente sugiere de manera inconveniente, se esconden asesinos
y violadores. Me muerdo el labio, indecisa. ¿Regreso? ¿Sigo adelante?
Entonces un perro ladra en la distancia y creo que, después de todo, podría
estar acercándome.
Sigo adelante. Después de otros ochocientos metros más o menos, llego a la
cima de la colina baja y me detengo en seco.
—Oookay—digo en voz alta, mirando—. Eso no es espeluznante.
El sendero termina en un ancho camino circular, quizás a unos trescientos
metros más adelante. En el centro del círculo hay una fuente de mármol seca y
agrietada llena de maleza. Más allá hay un hotel abandonado, en ruinas. Parece
sacado de esa película de terror donde Jack Nicholson interpreta al escritor que
se vuelve loco e intenta asesinar a su familia.
Estacionada frente al hotel, brillando bajo el sol de la tarde, está el móvil de
la muerte de AJ.
Me quedo boquiabierta hasta que el perro que escuché antes trota alrededor
del casco oxidado de un contenedor de basura en el costado del edificio. Es de
color caramelo pálido, delgado y pequeño. Tiene solo tres piernas.
Me ve y se congela. Sus orejas se aplanan. Parece encogerse más cerca del
suelo.
—Hola, amigo. Está bien, no te voy a hacer daño. —Me arrodillo y extiendo
la mano.
Empieza a temblar. Salta un paso hacia atrás. Pobrecito, me tiene terror.
Entonces en algún lugar dentro del hotel, comienza a sonar música. El perro gira
la cabeza, levanta las orejas y sale disparado en la dirección en que vino, más
rápido de lo que pensaría que podría hacerlo un perro al que le falta una pata.
Me quedo de pie, escuchando por un momento, tratando de identificar la
música. Hay una flauta o clarinete solitario y penetrante, acompañado de una
soprano, que está cantando… en italiano, decido.
Dentro del hotel abandonado, con un perro de tres patas como compañía,
alguien toca una ópera italiana. Esto se está volviendo cada vez más extraño.
Me muevo hacia las enormes puertas dobles en la parte delantera del edificio.
Es obvio que este lugar alguna vez fue hermoso. Ahora es una ruina. Las altas
ventanas de vidrio biselado están manchadas de suciedad. El dintel tallado de la
puerta está combado y deformado tanto por la humedad como por el tiempo. El
techo probablemente fue reparado por última vez en 1930. La pintura se
desprende de la fachada en láminas largas y onduladas. Pero queda un eco de su
majestuosidad. De cerca, es un poco menos espeluznante.
Un poquito.
Subo tres escalones de madera podrida, cruzo el porche que corre a lo largo
de la planta baja y pruebo el pomo de la puerta principal. Como he visto en las
películas, se rompe en mi mano. La puerta se abre lentamente, revelando una
tentadora visión del interior. Tiro el pomo y entro, sintiéndome como Nancy
Drew.
Si escucho una voz incorpórea susurrar ¡vete de aquuuiiiii!, estoy fuera de
aquí en un santiamén.
La habitación se abre a un gran vestíbulo flanqueado por escaleras gemelas
que suben hasta un segundo nivel. No hay muebles, ni nada en las paredes,
excepto papel tapiz floral descolorido, salpicado de cuadrados un poco más
brillantes donde alguna vez colgaron cuadros. Una enorme lámpara de cristal,
opaco por el polvo, cuelga precariamente de un cordón deshilachado en el techo
dos pisos más arriba.
La soprano sigue cantando.
Sé más de la ópera de lo que debería, ya que crecí con una madre que creía
que a los niños se les debía presentar esas cosas. Cultura y todo eso. Entonces
reconozco esta canción en particular. Es “Il Dolce Suono” o “The Sweet Sound”,
de la ópera Lucia di Lammermoor de Donizetti. Se trata de una mujer, Lucia,
que está enamorada de un hombre, Edgardo. Pero, por diversas razones que solo
tienen sentido en las óperas, se casa con otro hombre, Arturo. Hay mucha
angustia y amenazas de duelos, y Lucia finalmente se vuelve loca y apuñala a su
nuevo esposo hasta matarlo en su noche de bodas. Edgardo, desolado por el
rechazo de Lucia, se suicida.
En resumen, es una tragedia sobre los amantes desamparados. Es
básicamente la versión de ópera italiana de Romeo y Julieta.
Tratando de no tomarlo como una señal, enderezo los hombros,
recordándome para qué vine aquí. Lo cual, supuestamente, es para obtener una
dirección correcta para el pedido de flores de AJ.
Porque no podría haberle pedido a Kat que le pasara el mensaje a Nico,
¿verdad?
Siguiendo la música, subo la amplia escalera. El segundo piso se ramifica en
dos alas principales. Doy vuelta al este. La canción continúa. Ahora escucho otro
ruido, un ruido sordo y repetitivo, golpe, golpe, golpe. No tengo idea de lo que
podría ser, pero no se detiene.
Finalmente, al final del ala, me detengo frente a la habitación número
veintisiete. La música viene de adentro. Una ventana de vidrio pintado en lo alto
de la pared seduce a la luz de la tarde con brillantes rayos color azafrán,
esmeralda y oro, iluminando la alfombra raída bajo mis pies. Con el corazón
latiendo con fuerza, llamo a la puerta.
Nada. Ninguna respuesta. La música continúa. El extraño ruido sordo
continúa a intervalos erráticos.
Miro la manija de la puerta. ¿Me atrevo?
Llamo de nuevo, más fuerte, un poco desesperadamente. Cuando no produce
ningún resultado, giro tentativamente la manija, abro la puerta y miro adentro.
La habitación es cavernosa, con techos abovedados y ventanas
abuhardilladas que muestran vistas a las colinas circundantes. El único
mobiliario es un colchón en el suelo en un rincón, un sofá de cuero rajado y una
cómoda. Velas de pilar medio derretidas están esparcidas en grupos alrededor del
suelo y también se alinean en los alféizares de las ventanas. Una pared está
cubierta, del suelo al techo, con estanterías repletas de CD. Una pesada bolsa de
boxeo de un boxeador cuelga de una cadena de metal de las vigas.
Sudando, sin camisa y descalzo, AJ baila alrededor de la bolsa, castigándolo
brutalmente con los puños desnudos.
Estoy paralizada. Pegada al suelo. Siento calor, frío, excitación y miedo.
Creo que es la cosa más gloriosa y aterradora que he visto en mi vida.
Kat tenía razón sobre sus tatuajes. Son una legión, cubriendo la piel de sus
brazos, el pecho, el abdomen y la espalda, con diseños coloridos e intrincados.
Veo un dragón, el rostro de una mujer, un ángel arrodillado en el suelo, con las
alas rotas y negras. Veo cruces, calaveras y rosas y lo que parecen ser frases de
las Escrituras, todo tatuado con vívidos detalles.
Ninguno de los cuales se compara con lo que hay debajo de su piel.
Su cuerpo es una obra maestra de músculos. Endurecidos músculos gruesos y
abultados se contraen con cada movimiento. Sus hombros, brazos y espalda
están resbaladizos con un brillo de transpiración, que solo sirve para resaltar aún
más su increíble físico. Lleva el cabello recogido hacia atrás, pero algunos
mechones oro oscuro se han escapado y están pegados a su frente y cuello. No
usa nada más que un par de pantalones cortos de nailon negro y una mirada de
intensa concentración. Golpea la bolsa una y otra vez, gruñendo, con los puños
brillando, bailando y girando, hasta que finalmente me ve de pie en la puerta.
Se estremece y se tambalea hacia atrás como si lo hubieran electrocutado.
Con el pecho agitado, los ojos muy abiertos, me mira fijamente. Le tiemblan las
manos. Sus nudillos chorrean sangre al suelo.
—Yo… lo siento mucho. No quise entrometerme.
No sé si me ha escuchado por la música. Su expresión es en parte
conmoción, en parte confusión y en parte placer, si no me equivoco.
Eso me da un poco de valor. Entro unos pasos más en la habitación. Tan
pronto como lo hago, toda la emoción en su rostro se borra. Se convierte en una
máscara de piedra.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Me congelo.
—Yo-yo estoy…
Da un paso adelante, todavía respirando con dificultad. Sus ojos destellan
fuego. Una vena late en su cuello.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí, Chloe?
Trago. Claramente, ésta fue una idea terrible.
—Tu pedido… las flores…
Se acerca a la pared de CD. Hay un estéreo, delgado y moderno, escondido
entre dos estantes. Presiona un botón y la música se detiene. El silencio
repentino es discordante.
—Deberías irte—dice sin mirarme.
—No.
Él está tan sorprendido por eso como yo. Gira la cabeza y me mira por el
rabillo del ojo. Espera, inmóvil.
Me humedezco los labios.
—Vine por el pedido de flores que hiciste. La dirección es incorrecta. Traté
de comunicarme con tu gerente, pero él no me devolvió la llamada, así que le
pedí a Kat que me consiguiera tu dirección de Nico para poder venir… porque
no tienes teléfono.
Me mira fijamente. La sangre inunda mis mejillas.
—S-siento interrumpirte así. Si hubiera sabido… Yo pensé… No sé lo que
pensé. —Miro nerviosamente alrededor de la habitación—. Pero quería
asegurarme de que las flores fueran entregadas…
—La dirección es correcta. —Sus palabras son bajas y cortantes. Todavía no
se ha vuelto hacia mí. Es visible principalmente de perfil. Me pregunto si eso es
deliberado, si no quiere que mire más de cerca lo que tiene en el pecho y la
espalda.
—No, no puede ser. Es un cementerio.
Él asiente, una vez.
Un escalofrío me recorre. Algo frío se despliega en mi estómago.
—Oh. Bueno… todavía necesitarán un número de parcela, para ponerlo en la
lápida correcta.
Gira la cabeza. Sus manos se curvan en puños.
—La administración del cementerio sabe qué lápida. Sabrán que es de mi
parte. He estado enviando lo mismo todos los años desde… siempre. Solo
envíalo. Y vete.
Escucho angustia en el timbre ronco de su voz. Angustia y una soledad tan
vasta y profunda que me duele el corazón. Quienquiera que sea esta Aleksandra
muerta, claramente significaba mucho para él.
Digo su nombre. Apoya los brazos en la estantería, cierra los ojos y agacha la
cabeza.
—No deberías estar aquí—susurra.
Lucho contra el impulso violento de acercarme a él, rodearlo con los brazos y
susurrarle palabras de consuelo al oído. Casi me conmueve hasta las lágrimas
por esta habitación espartana, por la forma en que vive aquí, en una vieja ruina
que se derrumba en lo alto de las colinas, solo. Kat me dijo que ha vivido aquí
desde que Nico lo conoce. Él va a un teléfono público en una licorería cerca de
Sunset Boulevard una vez al día para hablar con el manager de la banda, quien
recibe todo su correo y mensajes telefónicos. Cualquiera que necesite ponerse en
contacto con AJ sabe que debe hablar con el gerente, y cualquiera que no lo
conozca lo pasaría muy mal para encontrarlo, si es que alguna vez puede
hacerlo.
Es como si se hubiera exiliado del mundo. Como si se hubiera alejado de la
raza humana, de cualquier posibilidad de un encuentro aleatorio.
Como si estuviera haciendo penitencia.
Si AJ tiene secretos, le pertenecen. Y es mejor dejarlos solos. Me pregunto si
Kat sabe más de lo que dice.
AJ rompe el tenso silencio diciendo, con fuerza y con sorprendente
amargura:
—Solo vete. Llama a tu novio para que venga a buscarte y vete.
—Terminamos.
Levanta la cabeza. Se vuelve hacia mí, intenso e intimidante, con los ojos
encendidos.
—¿Fue por lo que le dije la otra noche por teléfono? —Su mirada ardiente
me recorre—. ¿Qué pasó? ¿Te lastimó?—me pregunta.
Aquí vamos de nuevo.
—No, no me hizo daño.
Claramente, sin creerme, se acerca. Su energía es peligrosa, pero sé que no
está dirigida a mí. Su mirada recorre mi rostro, mi cuerpo. Busca cualquier signo
de lesión. Solo eso me da el valor para decir lo que digo a continuación.
—Y no fue por la noche que tú y yo estuvimos juntos.
Espera, mirándome en un silencio ardiente. Un músculo de su mandíbula se
contrae una y otra vez.
—Fue porque lo llamé por tu nombre—susurro.
Me arde la cara. También la suya. Nos quedamos mirándonos el uno al otro
sin decir palabra, hasta que escucho un suave gemido detrás de mí.
Temblando, el perro de tres patas se encoge de miedo en la esquina del
pasillo, su delgada cola entre las piernas. Me mira aterrorizado. Sus grandes ojos
marrones, que ocupan la mitad de su rostro, se lanzan hacia AJ. Levanta el
hocico y aúlla.
Él quiere entrar.
AJ se arrodilla y extiende sus manos ensangrentadas. El perro, mirándome
con cautela, salta lentamente hacia adelante en la habitación hasta que pasa junto
a mí, entonces echa a correr torpemente y salta a los brazos de AJ. AJ se pone de
pie, acunando su frágil cuerpo y acariciando sus oídos, murmurando suavemente
para él. El perro se acurruca más cerca de AJ, lamiendo la barbilla de AJ,
moviendo su pequeña cola escuálida.
Y me derrito en un charco, como una barra de mantequilla dejada al sol.
—¿Cuál es su nombre?
—Bella—dice AJ aún acariciando la cabeza del perro.
Entonces él es realmente una ella.
—¿Es tuya?
—Tanto como cualquier cosa puede serlo.
No sé qué hacer con eso. Pero el animal ha suavizado algo en AJ y quiero
que siga hablando. Me acerco un poco más, notando el tatuaje en el lado
izquierdo de su cuello. Son dos cruces negras, con una tercera, más grande, en el
medio.
—¿Fue rescatada?
Su mandíbula se aprieta. Creo que hice la pregunta incorrecta. Cuando
responde, me doy cuenta de que no es una molestia para mí, es un mal recuerdo
lo que lo hace fruncir el ceño.
—La encontré en el estacionamiento trasero de Flaming Saddles una noche el
año pasado. Un imbécil borracho la atropelló, la dejó allí para morir. La llevé al
veterinario de emergencia, pero no pudieron salvarle la pierna.
Así que Flaming Saddles es su lugar de reunión habitual. Obviamente,
tampoco ha hecho amigos allí.
—No parece que te moleste demasiado, ¿verdad, bebé?—le murmura
tiernamente AJ a la perra.
El animal se retuerce de alegría en los brazos de AJ, respondiendo a su suave
arrullo con un frenesí de lamidos en la cara, y creo que podría desmayarme por
la conmoción.
AJ ama a este animal.
AJ ama algo.
Entonces es posible. Mi corazón, que claramente no tiene inteligencia ni
sentido de autoconservación en absoluto, se salta un latido en un éxtasis
palpitante.
—¿Puedo… puedo acariciarla?
Me mira. Hay un momento terrible en el que creo que me va a decir que salte
de un puente, pero luego cede con un breve asentimiento. A juzgar por la
expresión de su rostro, Bella no está completamente convencida de que no la
vaya a asesinar. Pero, con una palabra tranquilizadora de AJ, me deja acercarme.
La acaricio entre las orejas. Ella es lisa y suave, como el terciopelo. Acaricia
su nariz mojada en mi mano, oliéndome. Cuando mueve la cola, sé que pasé el
examen.
—Buena niña. Eres una dulzura, ¿verdad?
Los nudillos de AJ están hinchados y partidos, coagulados con sangre. No se
da cuenta o no le importa. Está demasiado concentrado en ver mis dedos
acariciar la cabeza de Bella. El calor irradia de su cuerpo. El sudor corre en
serpenteantes riachuelos por su pecho. Estoy poseída por la necesidad de
lamerlo.
Para distraerme de la vívida imagen de mi lengua lamiendo la piel sudorosa y
tatuada de AJ, digo casualmente:
—Tremenda colección de CD que tienes.
No responde. En el incómodo silencio que sigue a mi aún más incómodo
intento de conversación, hago una lista mental de los pasatiempos de AJ: el
boxeo. La ópera. El rescate de perros. Beber solo en bares gay. Hacerme sentir
incómoda. Aparte de lo que leí en Internet, oh, y su afición por las prostitutas,
por supuesto, eso es todo lo que sé de él. Me pregunto si tal vez me abro y
comparto algo, él también lo hará. Respiro hondo.
—A mí también me gusta la ópera.
—Te habría catalogado más por una fanática de Britney Spears—gruñe.
—El pop y el Top 40 no son realmente mis géneros musicales favoritos.
Sobre todo escucho rock de los ochenta.
Sus cejas se elevan. Parpadeando lentamente, me desliza una mirada. Creo
qué, si tuviera pestañas tan largas y gruesas, me pasaría todo el día mirándome
en el espejo, practicando el pestañeo para desarmar a extraños desprevenidos.
Ahora estoy aún más nerviosa. Empiezo a balbucear.
—Los setenta también fueron buenos. Quiero decir, tienes que amar los
clásicos: AC / DC, Queen, Zeppelin, Aerosmith, los Rolling Stones, Black
Sabbath…
—¿Te gusta Black Sabbath?
Olvido mi intimidación e incomodidad por un momento, y simplemente
respondo como lo haría si estuviera hablando con alguien más.
—¡Amigo, son solo la mejor banda metal de todos los tiempos!
Me considera en silencio durante lo que parecen cuatro mil años. Mi cara se
pone cada vez más roja. Demasiado para olvidar el malestar.
Termino con un lamentable:
—Pero el rock de los ochenta es lo mío. Love and Rockets, ¿los conoces?
Esa es mi banda favorita.
Bella nos sonríe, la lengua colgando de alegría. Ha decidido que le gusta este
nuevo juego en el que su amo y la increíblemente estúpida chica de rostro
carmesí la acarician.
AJ, liberándome de la prisión de su mirada, mira a Bella. Frota su vientre
pensativo.
—Es la calidad de las voces—dice después de un momento.
Espero, luego murmuro un vacilante
—Um…
—En la ópera. Las voces son exquisitas. En el rock, el pop, el rap, el R&B y
casi todos los demás géneros musicales, la calidad de la voz del cantante no es
tan importante como su sonido. Es decir, su estilo vocal, no la pureza o el rango
de su voz. Eso se puede disfrazar de un millón de formas, especialmente hoy con
toda la mierda de sintonizadores. Pero cuando una cantante de ópera abre la
boca, estás escuchando a una artista que ha perfeccionado su talento natural
durante horas al día, todos los días, durante años. Como Inva Mula cantando 'Il
Dolce Suono'. Ella es una soprano lírica. Su voz es pura como un láser, precisa
como un láser. Y los colores…
Cierra los ojos.
Lo miro con franca fascinación. Estoy intoxicada por la forma en que se ve
en este momento, saboreando el recuerdo del color de la voz de una mujer. Lo
encuentro increíblemente hermoso, casi doloroso.
—¿Me la puedes describir?
Él inhala. Su exhalación es lenta, profunda y relajada. Sin abrir los ojos, dice:
—Solo con comparaciones. Una voz de bajo es como… un cielo tormentoso
de medianoche. Azul zafiro y violeta intenso, rico y opaco. Los barítonos son un
poco más claros, una noche tranquila, pero clara, resplandeciente de estrellas.
Los tenores son similares a las horas antes del amanecer, cuando aún no es de
día, pero ya no es de noche. Hay azules más atrevidos, cobalto, esmeraldas,
incluso golpes de lavanda en los rangos más altos.
—Después está la voz femenina más baja, la contralto. Eso es el amanecer.
Naranja, fucsia y rojo. Brillantes. El siguiente rango es el alto, luego la
mezzosoprano, ambos más claros y vibrantes, rosas brillantes y aguamarinas,
una media mañana despejada, camino al mediodía.
Hace una pausa. Estoy completamente cautivada. Inhala de nuevo y su voz
baja una octava.
—Finalmente está la soprano. Para mí, una voz lírica de soprano es el más
luminoso, el más brillante de todos los sonidos. Es como… mirar el sol del
mediodía, entrecerrando los ojos, con los ojos llorosos porque es tan
intensamente brillante. Es dorado, amarillo y blanco cristalino, reluciente e
ingrávido. Es como estar parado en la cima de una montaña en un día perfecto de
invierno, sintiendo la nevada en tu rostro vuelto hacia el cielo. Es como una
lluvia de diamantes.
Estoy tan conmovida por sus palabras que me olvido de dejar de mirar
fijamente cuando abre los ojos y me mira. Sus ojos ámbar son los más suaves
que jamás haya visto. Mi corazón se aprieta dentro de mi pecho.
—Sin embargo, hay una voz aún más hermosa que la de la soprano lírica—
dice en voz baja.
Apenas puedo encontrar las palabras, pero de alguna manera, más allá de la
repentina sensación de que el mundo ha dejado de girar, lo hago.
—¿Cuál es?
Su mirada cae a mi boca. El fantasma de una sonrisa levanta sus labios.
—La coloratura. Es una soprano muy rara y ágil.
Estoy sin aliento. Estoy ingrávida. Siento mi pulso en cada vena de mi
cuerpo.
—¿Cómo es?
Él levanta sus ojos hacia los míos y me mira durante un largo e insoportable
momento.
—No creo que pueda describirlo en colores. Es más grande que eso. Más
profunda. Es más como…
Por un momento, lucha por encontrar las palabras. Se vuelve para mirar por
las ventanas, perdido en sus pensamientos.
—Es como un sentimiento. Como esa sensación que tienes cuando has estado
fuera de casa por mucho tiempo, y estás cansado, hambriento, y jodidamente
agotado, y tu coche tiene poca gasolina y está oscureciendo, y estás harto de lo
barato, hoteles, cenas y cada canción de la radio, cada pensamiento en tu cabeza,
y todo lo que quieres hacer es meterte en tu cama y caer en un sueño profundo…
y entonces doblas la última esquina, y ahí está. Tu casa. Todos tus problemas se
desvanecen con un gran suspiro, y pisas fuerte el acelerador, porque
simplemente no puedes mantenerte alejado ni un segundo más.
Gira la cabeza y me mira tan profundamente a los ojos que me siento
desnuda.
—Es como volver a casa, a tu propia casa brillantemente iluminada después
de vagar solo durante años en la oscuridad no deseada.
Una vez más, me ha conmovido casi hasta las lágrimas. Nunca había oído a
un hombre hablar con tanta elocuencia, con tanta emoción, con tanta honestidad.
Es como si me hubiera dejado vislumbrar su alma.
Me pregunto si puede oír los latidos de mi corazón. Me pregunto qué haría si
tomara su rostro entre mis manos y lo besara, si siguiera adelante y lo hiciera
porque sé que nunca lo hará.
—AJ—susurro.
La emoción brota de sus ojos. Frunce el ceño. Traga saliva.
Sintiendo el repentino cambio de humor, Bella deja escapar un ladrido suave
y preocupado. Tan rápido como sucedió, nuestro pequeño y pacífico interludio se
evapora con un puf casi audible.
AJ se retira. Deja a la perra suavemente sobre el colchón, donde se acurruca
en una bolita junto a su almohada y se queda dormida de inmediato. Hay una
camiseta blanca cerca de la almohada, que AJ agarra y la pasa por su cabeza,
tirando de ella hacia abajo para cubrir su abdomen.
—Es hora de que te vayas—dice con frialdad.
—AJ…
—¡Vete!—grita, girando para mirarme—. ¿Cuántas veces tengo que
pedírtelo?
Salto hacia atrás con un grito. Avanza, obligándome a retroceder. Tropiezo
con mis pies en mi prisa y casi pierdo el equilibrio. Jadeando, abro los brazos,
pero, una vez más, AJ está ahí para estabilizarme antes de que caiga.
Me agarra por la parte superior de los brazos, mirándome con la cara roja y
me apoya contra la pared junto a la puerta. Él exige con dureza:
—¿Por qué viniste realmente? ¿Qué es lo que realmente quieres, Chloe?
¿Buscas una emoción barata, algo de lo que puedas presumir con tus amigas?
Oh, espera, es cierto, solo follas si es en el contexto del “amor”. ¿Es eso lo que
viniste a buscar, princesa? —dice con sorna—. ¿Amor? Bueno, estás buscando
en el maldito lugar equivocado.
Hace solo unos días, este discurso grosero y enojado me habría puesto lívida.
Pero ahora es demasiado tarde; he echado un vistazo detrás de la cortina dorada.
Sé el tipo de hombre que acecha en el interior, lo triste que está detrás de su
máscara. Lo estratificado y complejo detrás de la fachada de jactancias y burlas.
Que solitario.
—No me engañas—le digo en voz baja mirándolo a los ojos.
Todo su cuerpo se pone rígido. Sus labios se abren. En sus ojos aparece una
mirada de pura tortura.
—¿Q-qué?—susurra entrecortadamente.
—Te veo, AJ. Te veo. Más allá de tu gran aterrador exterior. No tienes que
dejarme entrar; no puedo obligarte, y es obvio que no quieres. Pero quiero que lo
hagas. —Mi voz se quiebra—. Piensa en eso mientras estás aquí arriba solo con
tus trágicas óperas italianas y tu única amiga, Bella.
Saco mis brazos de su agarre y me doy la vuelta para irme. Con un
movimiento rápido, cierra la puerta de un golpe, bloqueando mi camino, y me
empuja contra ella.
Él mira mi cara, mi boca, mis ojos, mi cabello. Respira irregularmente, su
mirada devoradora. Tiembla por el esfuerzo de contenerse. Está tan claro; lo que
desea es aplastar su boca contra la mía, tanto como yo.
Pelea. Lucha contra sí mismo con tanta fuerza que me hace sangrar el
corazón.
En un destello de comprensión, lo entiendo. Todo su extraño
comportamiento, toda su ira, todos los cambios de emociones por los que parece
pasar cada vez que estoy cerca.
Levanto la mano y toco su rostro.
—Te lastimé, de alguna manera, ¿verdad? Estar cerca de mí te lastima.
Sus pestañas revolotean. Con una voz baja y ahogada que suena como si se
elevara desde el pozo más profundo del infierno, AJ responde:
—Estar cerca de ti me da ganas de morir.
El dolor atraviesa mi corazón. Las lágrimas llenan mis ojos. Nadie me había
dicho nada ni remotamente parecido antes, y me duele tanto que estoy sin
aliento. Estoy siendo vaciada por cuchillos.
—¿Por qué?
Él ríe. De alguna manera es incluso peor de lo que me acaba de decir. El
sonido es cruel, despiadado, totalmente sin piedad.
—Porque tienes una sonrisa como un amanecer y ojos que podrían acabar
con todas las guerras, y no tienes ni idea, ni puta idea, de que cuando me miras,
estás mirando a un hombre muerto.
Su rostro se contrae de dolor. Tiene los ojos húmedos. Cuando habla, su voz
se quiebra.
—Pero sobre todo porque me das esperanza. Joder, me persigues con
esperanza. Y no puedo perdonarte por eso. ¡Ahora lárgate y no vuelvas nunca
más!
Me empuja a través de la puerta, hacia el pasillo. Me cierra la puerta en la
cara. Gira el cerrojo con un chasquido decidido y despectivo. Me quedo mirando
la puerta con la boca abierta. Los segundos se vuelven un minuto.
—¡VETE!—ruge AJ desde detrás de la puerta cerrada.
La furia de su grito me pone en movimiento de golpe. Doy media vuelta y
huyo, corriendo a toda velocidad. Mis pasos retumban por el pasillo vacío. Mi
visión vacila por toda el agua que se acumula en mis ojos. Bajo las escaleras de
tres en tres a la vez, tropezando y maldiciendo, agarrándome a la barandilla
arenosa y conteniendo los sollozos, hasta que salgo por la puerta principal. Me
detengo para recuperar el aliento en el porche, inclinándome con las manos en
las rodillas.
La música suena a todo volumen desde arriba.
Levanto la cabeza, escuchando. Esta vez no es ópera, sino una canción de
rock. Tan pronto como el bajo se une, lo reconozco y el cuchillo se hunde un
poco más en mis entrañas.
Es Love and Rockets, mi banda favorita. ¿La canción?
—Haunted (Perseguido).
Las lágrimas que he estado conteniendo finalmente lograron estallar y rodar
por mis mejillas. Me enderezo y regreso corriendo a mi coche.
No miro atrás ni una vez.

Capítulo 11

Me paro frente al lavabo del baño, mirando mi reflejo en el espejo. Mi rostro
está retorcido por la miseria. Mi labio tiembla. Mis ojos están rojos y salvajes.
La mano que sostiene la hoja en mi garganta tiembla tan fuerte que me corté.
Una sola gota de color carmesí cae de mi piel, se desliza por doce centímetros de
acero afilado y cae por el extremo. Aterriza en el lavabo con un suave toque
morado.
Puedo hacerlo. Necesito hacerlo. Necesito hacerlo ahora, mientras todavía
me quede algo de control.
Hace diez minutos que se ha ido, pero sus colores aún me ciegan. Sus colores
están por todas partes, saturando todo, hasta el aire. Aparece en mi puerta como
una aparición, como un demonio, prometiéndome todo con esos malditos ojos
azules de piscina, esos ojos hermosos e inocentes, y me dan ganas de suicidarme.
Peor aún, me hace querer caer de rodillas y suplicar un perdón que sé que
nunca llegará, porque no es merecido.
Listo ahora, inhalo. Presiono la hoja con más fuerza contra el pulso en mi
garganta. Solo un movimiento de mi muñeca. Una sola rebanada sin esfuerzo.
Bella entra al baño. Se sienta a mis pies. Me mira, mueve la cola y se queja.
Tiene hambre.
Temblando, bajo lentamente la hoja de mi piel. Mi risa es temblorosa y suena
a este lado de locura. Dejo caer la hoja ensangrentada en el lavabo y voy a
preparar la cena para mi perro.
Siempre hay un mañana.

Capítulo 12

Paso el fin de semana limpiando el apartamento y lamiéndome las heridas.
El encuentro con AJ me ha dejado tan en carne viva que no confío en mí
misma para hablar con nadie. Así que me escondo, ignorando las llamadas
telefónicas, fregando el suelo de la cocina, reorganizando el armario y quitando
el polvo de las cosas que no les he quitado el polvo desde que me mudé. Es
terapéutico. El domingo por la noche he recuperado algo parecido a mi antiguo
sentido del equilibrio. Me siento con una copa de chardonnay en la mesa de la
cocina a pensar.
He tenido una buena cantidad de novios, no tantos como Grace, Dios sabe,
pero sospecho que ese número es de tres dígitos, y, antes de AJ, pensé que tenía
lo de los hombres bastante resuelto. Pensé que la mayoría de los tipos eran
básicamente la versión más grande, ruidosa y olorosa de las chicas. Pero este
realmente me ha desconcertado. No puedo entender todo este lío. Tengo tantas
preguntas sin respuesta sobre AJ, tantas piezas del rompecabezas que no
encajan, y no sé cómo proceder.
Dos cosas: primero, no soy esa chica que persigue a los hombres.
Especialmente a los que han dicho claramente que no están interesados. O, más
galantemente, me haces querer morir. No creo que eso pueda interpretarse como
algo remotamente romántico. Aunque estoy segura de que hay chicas que
tomarían esa declaración como un desafío, no soy una de ellas. No quiero ser el
clavo en el ataúd de nadie, muchas gracias.
Segundo, no creo que sea justo ni realista, pedirle a otras personas que
cambien por ti. Si quieres cambiar por ellos, date el gusto. Pero si estás pensando
que tu relación sería perfecta si él hiciera (o no) esto o aquello, estás condenado
a la miseria. Déjalo ir y encuentra a alguien que se adapte mejor a ti. A nadie le
gusta un fastidio.
Lo que me lleva a la única conclusión lógica.
AJ es un fracaso.
Olvídate de la química termonuclear entre nosotros. Olvida que es quizás el
hombre más conmovedor, hermoso y, cuando quiere serlo, el más dulce que he
conocido; obviamente viene con tanto equipaje, que cualquier relación que
pudiéramos intentar se hundiría como un soplón de la mafia arrojado de los
muelles con los pies metidos en cemento.
Además, está el asunto de las prostitutas.
Sólo puedo verlo ahora.
—¡Mamá, papá, me gustaría presentaros a mi nuevo novio, AJ! Está súper
enojado y es muy inestable, un experto en enviar mensajes contradictorios y le
encantan las prostitutas. ¿verdad, cariño?
Suspiro y bebo mi vino.
El teléfono suena; es mi hermano. Ésta es una llamada que no evitaré.
—Hola, hermano mayor, ¿cómo estás?—contesto sonriendo.
—Me alegro de haberte atrapado, bichito—dice con voz cálida—. Estoy
genial, de vuelta en la Gran Manzana a la que pertenezco. Pero la verdadera
pregunta es: ¿cómo estás? Esa pequeña actuación tuya la otra noche en lo de
madre fue sacada directamente de un episodio de Downton Abbey.
Puedo decir que está impresionado. Jamie y yo siempre hemos tenido una
gran relación. Es siete años mayor que yo, pero no lo parece. Siempre hemos
sido cercanos, así que le digo la verdad.
—Estoy confundida, un poco deprimida y, según Grace, necesito un buen
revolcón.
Su respuesta es seca.
—¿No lo estamos todos?
—Estoy hablando en serio.
—¿Sobre qué parte? Porque podría ayudarte con los dos primeros problemas,
pero el último es un poco de demasiada información, incluso para mí.
Inflo mi labio inferior y me soplo el pelo de la frente.
—Es solo, ya sabes. Hombres.
Su risa es sabia.
—Hombres, ¿plural? ¿O estamos hablando de un hombre en particular?
Porque puedo ver cómo eso podría ser un problema, considerando el tamaño de
esos zapatos.
Me deslizo por el tema con el que está obsesionado y sigo adelante.
—¿Cómo sabías que no estaba hablando de Eric?
Hay un breve silencio.
—Porque te he visto con Eric. Y nunca has mirado a Eric de la forma en que
mirabas a ese desaliñado dios del sexo rubio que entró en tu tienda.
Soy así de obvia. Maravilloso. Descanso la frente en la mano.
—No te preocupes, no creo que nadie más pueda decirlo. Excepto tal vez el
hombre mismo. Honestamente, bichito, fue un poco extraño estar parado allí
mientras os follabais con los ojos en el mostrador.
Avergonzada, me erizo.
—¡Estábamos discutiendo, no follándonos!
Resopla.
—No te pongas irritable, hermana, solo lo llamo como lo veo. Y lo que vi fue
a dos personas que intentaban fingir que se desagradan enormemente cuando lo
que realmente quieren es meterse en los pantalones del otro.
Me desinflo tan rápido como me ericé.
—De todos modos, no va a suceder. Hay un número limitado de
declaraciones que matan el alma que una chica puede recibir antes de captar la
indirecta.
—¿Matan el alma? Eso es un poco dramático. ¿Te volvió a llamar princesa?
¿Quizás algo peor? ¿Duquesa, quizás?
—¿Estás listo para esto? —Hago una pausa para lograr un efecto dramático
—. Él dijo, y cito textual, 'Estar cerca de ti me da ganas de morir'. —Le doy una
palmada a la mesa para darle más énfasis y me incorporo en mi silla.
Jamie suena perturbado.
—Tengo que admitir que eso es un poco diferente a llamarte princesa. ¿Se
estaba riendo cuando lo dijo?
Mi voz se calma.
—En realidad, parecía que estaba a punto de llorar.
—¿Y qué le dijiste?
Para darle la perspectiva adecuada, retrocedo y le cuento la historia,
comenzando desde cuando me encontré con AJ en Flaming Saddles el pasado
domingo por la noche, y terminando en el viernes, cuando hice la genial
maniobra de aparecer sin previo aviso por su escondite embrujada. Cuando
termino, Jamie permanece en silencio durante tanto tiempo que tengo que
preguntarle si todavía está allí.
—Lo que estás describiendo es un hombre con mucho dolor. Te das cuenta de
eso, ¿verdad, Chloe?
Habla muy en serio. Incluso parece preocupado, como si me estuviera
advirtiendo.
—¿Por qué dices eso?
—Porque cuando tiene dolor, un animal se esconde. Y, si está acorralado y se
siente amenazado, arremete. Tu amigo está haciendo ambas cosas.
Mis pulmones se contraen, lo que dificulta la respiración.
—Lo sé.
—Así que aquí está mi consejo de hermano mayor. Haz con él lo que quieras.
Escucho con atención, mi corazón late un poco más rápido.
—Espera.
Frunzo el ceño ante el teléfono.
—¿Qué quieres decir con espera? Él no va a cambiar…
—No para que él cambie.
—¿Entonces para qué?
—Para que él decida qué quiere más… su dolor o tú.
Me bebo el vino, limpiándome con rabia la humedad del rabillo del ojo.
—Y mientras tanto, vive tu vida. No estoy diciendo que te sientes junto al
teléfono y mueras de hambre. Solo digo que podría tardar uno o dos minutos en
recuperarse. No puedes empujarlo. Pero la forma en que os mirasteis… no creo
que debas tirar la idea por la ventana todavía. Así que espera. Déjalo en paz.
Veamos qué hace si no se siente acorralado.
Debido a que esta pequeña charla de ánimo me está dando demasiadas
esperanzas, suelto:
—Le gustan las prostitutas. Le gustan mucho. Son las únicas con las que
sale.
—¿Hombre o mujer?—pregunta Jamie con calma.
—¡Mujer! ¡Dios!
—Solo estoy tratando de aclararme, no te alteres.
—Disculpa, pero ¿por qué no pareces más perturbado? Él paga por sexo.
—Porque ningún hombre en la historia del mundo ha hecho eso.
—¡Jamie, vamos!—digo exasperada.
—¿Te sorprendería saber que he hecho lo mismo?
Mis cejas se elevan tanto hacia mi frente que casi salen volando.
—Sí, de hecho lo haría. ¿Cuándo? Más importante aún, ¿por qué?
Hay un encogimiento de hombros en su voz.
—Porque estaba caliente y solo, y podía.
Decido no pedir detalles.
—Lo siento, no lo entiendo. Todo me parece tan cutre y patético.
—Bueno, no eres un hombre.
Gimo.
—Esa es una declaración muy sexista.
—¿Cuándo te volviste tan crítica, de todos modos?
—Hola, es ilegal. Peligroso. Totalmente asqueroso.
—¿Cómo sabrías que es asqueroso? Tal vez sea el sexo más caliente que
jamás tendrás, pero estás tan ocupada mirándolo con desprecio que nunca lo
sabrás.
Mis ojos se abren de par en par.
—Estás abogando por que tu hermana pequeña contrate a un gigoló para
tener una experiencia de primera mano en el área, ¿no es así?
Se pone muy práctico conmigo.
—Bueno, si lo haces, conozco a este tipo en Los Ángeles…
—Por favor, cállate ahora mismo.
—Mira, lo admito… no es convencional.
De repente, estoy enojada.
—No, Jamie, no es eso en absoluto. Esto no tiene nada que ver con que yo
sea estrecha de mente o crítica. Es incorrecto. Lo siento si me hace sonar como
una dama de la iglesia, pero follar con alguien por dinero está mal.
—Entonces, ¿por qué no estás enojada con las prostitutas? Ellas son las que
se llevan su dinero. Si no hubiera prostitutas, los hombres no podrían visitarlas.
Casi lo maldigo.
—Eres todo un abogado.
—Y eres demasiada rápida para señalar con el dedo. Nada en este mundo es
blanco o negro. Nada. No sé mucho sobre este AJ tuyo, pero si él solo puede
estar con una mujer a la que paga, hay algo en eso. Y además, si ese es realmente
el caso, toda esta conversación es irrelevante—responde de inmediato y agrega
—. A menos que esté dispuesta a enviarle una factura.
—Estoy segura de que les paga por adelantado. No quieres tanto dinero en
cuentas por cobrar—murmuro.
—¿En serio? —Suena interesado—. ¿De cuánto estamos hablando? ¿Dos,
tres grandes?
—Prueba con cinco.
Él silba.
—Maldita sea. Y pensé que papá cobraba mucho por su hora. Se asustaría si
supiera que una prostituta lo supera su tarifa en tres mil quinientos dólares por
hora.
Es mi turno de sorprenderme.
—¿Papá cobra a sus clientes mil quinientos dólares la hora?
Jamie se ríe.
—Solo a los clientes antiguos. A los nuevos les cobra dos mil quinientos.
Santo guacamole. Honestamente no tenía idea.
—¡Eso ni siquiera parece que deba ser legal!
Su voz se vuelve irónica.
—No te quejabas cuando pagaba para pasar por la USC. O rellenar tu fondo
fiduciario. O financiar ese viaje de graduación que hiciste a París con todas tus
amigas…
—Punto hecho. No es necesario frotarlo.
—Está bien. Sé que estoy siendo un poco duro contigo, pero solo quiero que
mantengas la mente abierta. Por lo menos… trata de tener compasión. Nunca
sabes lo que es ser otra persona hasta que no has vivido lo que él ha vivido.
—¿Caminar un kilómetro en sus zapatos y todo eso?
—Exactamente. Y no suenes tan sarcástica, es verdad.
Molesta con Jamie, con la conversación, con la vida en general, me paro y
me dirijo a la ventana de la sala. Afuera está oscureciendo. Los coches pasan
rápidamente con los faros encendidos, en el tráfico, incluso a esta hora, durante
el fin de semana. Las farolas parpadean.
—¿Cuándo volverás a Los Ángeles?
—No sé. Les estoy dando a mamá y papá un poco de espacio para respirar
después de tu dramático anuncio en la cena. Creo que finalmente se darán cuenta
de que su hijo nunca se casará con la muy hogareña y rica hija de Bunny
Anderson.
—¿Estás enojado conmigo por eso?
—Nunca. Nunca he ocultado quién o qué soy, simplemente han elegido no
verme. Pero siempre lo has hecho y siempre me has aceptado tal como soy. Te
amo por eso, bichito.
Estoy conmovida. No solemos decirnos éstas.
—También te amo, Jamie.
—Me tengo que ir. Llámame si necesitas más consejos masculinos.
—O si necesito el número de ese gigoló—digo con ironía.
Su risa es fuerte.
—Correcto. ¿Y bichito?
—¿Sí?
Hay una pausa.
—No siempre tiene que verse bien en el papel.
—¿Qué quieres decir?
Él suspira.
—Solo que no puedes encontrar el amor en una lista de cosas
imprescindibles. Ya sabes: una buena educación; una carrera estable y en
ascenso; un buen coche; un buen cabello. Nunca es tan fácil. A veces, lo que
parece la perfección no es más que excremento bañado en chocolate. Y a veces
lo que encuentras en la cuneta cubierto de barro que parece una mierda, es en
realidad un diamante. Un diamante grande y grueso que otro tonto tiró porque no
podía ver que todo lo que necesitaba era un poco de cariño para que brillara.
Con un clic suave, la línea se corta.
Dejo el teléfono a mi lado. Se me corta el aliento; al otro lado de la calle,
bajo el resplandor de una farola, un hombre está de pie mirando hacia mi
ventana.
Mientras se da la vuelta y se aleja con la cabeza gacha, aprieta el cordón de
su sudadera con capucha.

Capítulo 13

Por dos semanas, no escucho nada de AJ, ni de Eric. Trabajo, salgo con las
chicas, hago lo mío, tratando de no obsesionarme. Fallo espectacularmente en no
obsesionarme. Esas dos semanas contienen las noches más largas que he pasado.
Podía dibujar de memoria cada grieta y cada minúscula depresión en el techo de
mi habitación.
Entonces, una mañana fresca, me dirijo a mi coche para ir al trabajo y alguien
ha dejado algo en mi parabrisas, apoyado contra el limpiaparabrisas.
Es un pájaro de origami, elaborado con un fino papel de lino azul pálido.
Lo sostengo en mi mano, inspeccionándolo. Recuerdo hacer formas de
origami cuando era niña. Tuve un profesor, originario de Japón, que impartió una
clase sobre el antiguo arte de la escultura en papel. Solo pude hacer una grulla, el
más simple de los pliegues para principiantes, aparte de un avión de papel.
Este pájaro no es una simple grulla. Lo que tengo en la mano es una obra de
arte. Es tridimensional, con un cuerpo elegante, capas de plumas delicadas,
incluso pies diminutos. Quienquiera que lo haya hecho, tuvo mucho cuidado. No
veo pliegues erróneos, ni arrugas reveladoras donde se empezó una, para luego
ser abandonada por otra, ni imperfecciones en el papel.
Es perfecta.
Miro hacia arriba y a mi alrededor, con la esperanza de encontrar una pista de
quién podría haberlo dejado, pero no hay nadie mirándome, solo coches pasando
y un anciano caminando con su beagle regordete por la calle.
Abro el coche y dejo con cuidado el hermoso pájaro de papel en el asiento
del pasajero. De camino al trabajo, lo miro con frecuencia, medio esperando que
abra las alas y emprenda el vuelo.
La siguiente semana, hay otro pájaro en mi parabrisas.
Éste es incluso más elaborado que el primero. Está hecho de papel con
reverso de aluminio, violeta intenso en un lado y un rosa intenso reflectante en el
otro, por lo que los pliegues revelan una capa sobre otra de un color exuberante.
Lo miro embelesada. Ahora sé con certeza que la primera no fue una especie de
casualidad.
Estas hermosas aves están destinadas a mí.
Intento imaginarme las manos que hicieron cosas tan intrincadas y delicadas.
Solo puedo imaginarme las manos de una mujer, de huesos finos y elegantes,
hábiles y precisas. Sin embargo, no conozco a nadie, hombre o mujer, capaz de
un arte tan excéntrico y caprichoso.
Después de la tercera semana, y el tercer pájaro, éste de un increíble amarillo
canario con alas a rayas blancas y negras, limpio un estante en la estantería de mi
dormitorio y comienzo una colección.
También empiezo a intentar atrapar a quien me los deja.
Todos los días durante las próximas dos semanas, me levanto temprano, antes
del amanecer. Espero, mirando desde la ventana. Sé que los pájaros no pueden
haberse quedado afuera toda la noche, o el papel estaría húmedo con el aire
nocturno. Si no está empapado, al menos un poco flácido, las plumas y el pico se
hubieran marchitado. Todavía es primavera en Los Ángeles y las noches son
frías. Pero la nitidez del papel contradice la verdad del momento de su aparición:
al menos después del amanecer.
Mi vigilancia falla por completo. El cuarto pájaro aparece en el parabrisas de
mi coche cuando tomo un descanso de dos minutos para ir al baño. El quinto,
cuando voy a la cocina a prepararme una taza de té.
Lo que solo puede significar una cosa.
Me observan.
Sin embargo, no veo a nadie. No veo nada fuera de lo común. Veo la vida
normal sucediendo en la calle de abajo: coches, corredores, madres con carritos
de bebé, gente en bicicleta.
Sé quién quiero que sea. Pero quienquiera que sea no desea ser visto, así que
no lo es.
No le hablo a nadie de los pájaros, ni siquiera a Kat o Grace. Son mi pequeño
secreto, un cofre del tesoro escondido en mi cerebro que solo yo puedo abrir y
jugar. Kat había dicho que había aprendido que las personas guardan secretos
por todo tipo de razones: tristeza, egoísmo, peligro. No sé si estoy triste o soy
egoísta, pero este pequeño secreto mío definitivamente se siente peligroso, como
si por el mero hecho de no compartirlo con mis mejores amigas, hubiera dado el
primer paso en un camino oscuro e inexplorado.
No me importa. Ya no le tengo miedo a la oscuridad.
Descubrí una criatura extraordinaria viviendo allí.
—¿Qué será hoy?
—Necesito un espresso triple, un Venti chai latte, un Tall Americano y… —
Observo el display del refrigerador frente al mostrador—. ¡Oh! Una de esas
pequeñas barras de limón. La grande al final.
El barista me sonríe.
—Tú y tus barritas de limón. Deberías probar nuestro nuevo brownie con
trozos de chocolate doble, son muy populares.
Me encojo de hombros y le entrego un billete de veinte.
—Soy más una chica de amargo que de dulce.
—De ninguna manera, Chloe, eres totalmente dulce. —Él sonríe más
ampliamente, coqueteando.
Niego con la cabeza y camino hasta el final del mostrador para esperar mi
pedido.
He venido a este Starbucks casi todos los días desde que abrí Fleuret, y todos
los baristas me conocen por mi nombre. Patético, lo sé, pero las personas en el
negocio de las flores son adictas a la cafeína. Tú también lo serías si tuvieras que
ir a trabajar en la oscuridad todas las mañanas y estar de pie durante doce horas,
empuñando un cuchillo extremadamente afilado con el que te cortarías de vez en
cuando. Como cinco veces al día. Algunos de los diseñadores jóvenes usan
tijeras, pero un cuchillo es una herramienta mucho más rápida para arreglar, así
que eso es lo que uso.
De ahí el lamentable estado de mis manos. Hoy, por ejemplo, tengo una tirita
envuelta alrededor de la punta del pulgar izquierdo, un corte en el dedo medio de
mi mano derecha que no está sanando tan bien como debería debido a la
suciedad alojada en él, mellas en mis meñiques y los habituales y abundantes
callos en las palmas. Si hay algo de lo que estoy segura es que nunca seré
modelo de manos.
Agarro el Times y hojeo la primera página mientras espero, hasta que me doy
cuenta de que alguien está parado en silencio meditando a unos pocos metros a
mi izquierda. Reflexionando y mirándome fijamente.
Cuando levanto la cabeza, miro a Eric.
Está de uniforme. Tiene los ojos inyectados en sangre, la camisa arrugada y
está sin afeitar. Parece que acaba de despertar de una juerga de tres semanas.
Con el corazón latiendo con fuerza, volví a dejar el periódico en su estante.
—Eric… Hola.
Sin sonreír, asiente lentamente.
—Chloe.
—¿Cómo estás?
No responde de inmediato.
—He estado mejor—dice finalmente.
Puedo ver eso. Al mismo tiempo me doy cuenta de que no me gusta, que no
quiero que él sufra por ningún motivo, especialmente si es por mi culpa, cuando
dice en voz baja:
—No es que sea de tu incumbencia.
Eso apesta. De hecho, duele. Debe verlo en mi cara, porque se acerca,
levantando una mano como para tocarme. Se lo piensa mejor y la deja caer hasta
su cintura.
—No estoy tratando de ser un idiota.
Aparto la mirada.
—Ok. —¿Qué quieres que diga?
Después de un momento, sin decir palabra, toma mi brazo. Gentilmente me
conduce a través de la multitud matutina hacia el pasillo trasero cerca de los
baños. Lo dejé, preguntándome si había descartado a un hombre perfectamente
bueno por una apuesta arriesgada en un caballo oscuro que probablemente no
valdrá la pena de todos modos.
Paramos junto al teléfono público. Mantiene su mano en mi brazo.
—Mírame.
Lo hago. Es solemne, pero no está enojado. Tengo que contenerme de
quitarle el pelo de la frente que está a punto de caer sobre sus ojos.
—Lo digo en serio, no estoy tratando de ser un idiota. Yo solo… no puedes
saber cómo se sintió eso para mí.
Pero me lo puedo imaginar. No es una imagen bonita.
—Lo siento. No sé qué más puedo decir. Fue un error terrible, uno que
desearía poder deshacer. Nunca tuve la intención de hacer eso. Nunca quise
hacerte daño. Realmente, realmente me disculpo—digo con voz muy baja..
Busco algo más que decir. Me deja retorcerme en un silencio agonizante
durante un rato, observándome. Quita su mano de mi brazo y la baja para
descansar casualmente en la culata de su arma. Encuentro el simple movimiento
increíblemente amenazador.
—¿Te acostaste con él mientras estábamos juntos?—me pregunta
abruptamente.
Mi cabeza se inclina hacia atrás.
—¡No!
Puedo decir que me cree. Sus ojos brillan con intensidad. Se acerca.
—¿Entonces estuviste jugueteando con él?
Mi cara se enrojece de calor. Tengo que trabajar para bajar la voz.
—No, Eric. No jugueteé con él. Nunca te engañé. Ni siquiera lo he besado.
La sorpresa se registra en su rostro.
—¿No estás con él ahora?
Niego con la cabeza.
Me mira fijamente.
—Déjame asegurarme de que estoy haciendo esto bien. No estás con él,
nunca me engañaste con él mientras estabas conmigo, y ni siquiera lo besaste.
—Así es.
Su mandíbula funciona.
—Así que solo querías follarlo.
El ácido en su voz me hace sentir como si me hubieran abofeteado.
—¡Eric!
—Estabas pensando en follar con él, mientras mis manos y mi boca estaban
sobre ti.
Creyendo que merezco soportar esto, al menos por un tiempo más, me quedo
mirándolo en silencio, mis mejillas tan rojas como la letra escarlata que imagino
cosida a mi camisa.
—Creo que merezco una respuesta honesta, Chloe.
¿Ah, en serio? Porque creo que te mereces una patada en la espinilla.
—La respuesta es no. No estaba pensando en él esa noche. No sé qué pasó.
—Parece aliviado, durante dos segundos, hasta que hablo de nuevo—. Pero si
quieres una honestidad total, que es lo que siempre te he dado, entonces sí. Me
atrae.
Palidece, luego se enrojece. Sus labios se aprietan hasta formar una línea.
—Pero nunca hubiera actuado en consecuencia. Cometí un error estúpido esa
noche, y créeme, lo lamento. Me he estado pateando por eso durante un mes.
Pero no me diste la oportunidad de explicarlo, o compensarlo, lo cual creo que al
menos me lo merecía, ya que estuvimos juntos durante seis meses antes de que
eso sucediera. Sinceramente me congelaste por completo. Y si la situación fuera
al revés, tal vez habría hecho lo mismo que tú y me habría ido, pero al menos te
habría dejado decir tu parte antes que yo lo hiciera.
Cruzo los brazos protectoramente sobre mi pecho y miro mis pies con
tristeza. Debería alejarme. Parte de mí quiere. Otra parte de mí se alegra de que
finalmente pueda disculparme, porque lo que le hice a Eric es una de las peores
cosas que he hecho en mi vida.
No importa lo que diga Grace.
—Oye.
La suavidad en la voz de Eric me hace mirar hacia arriba. Parece más alto de
lo que recuerdo. Tal vez sea porque estoy hundida por la vergüenza.
Él mira hacia otro lado, luego vuelve a mirarme, y puedo decir que está
teniendo dificultades para decidir qué decir. No dejo que se salga del anzuelo.
Solo lo miro, esperando, tratando de ignorar a la anciana vietnamita sentada en
una mesa cerca del final del pasillo, escuchando abiertamente.
Él exhala un breve suspiro.
—Yo, eh… está bien. Me asusté un poco.
Cuando lo miro mal, cede.
—Está bien, realmente me asusté. Nunca me había sentido así antes. Perdí mi
mente. Solo quería romper algo.
Me abstengo de recordarle que rompió algo… mi jarrón favorito. También
hizo mella en mi autoestima, sin mencionar la pared de la sala. Sé que fue una
situación horrible, pero en retrospectiva, creo que podría haberlo manejado con
un poco más de madurez. O al menos un poco menos Toro Salvaje.
Su voz se vuelve aún más suave.
—Especialmente después de lo que te dije, ni siquiera dos minutos antes.
Yo te amo. Es asombroso cómo tres palabras tan pequeñas, cuando se
pronuncian juntas, pueden llevarte al cielo o dispararte en el culo con un rifle de
alto calibre.
—Lo sé—susurro—. Si pudiera retirarlo, lo haría.
Al ver su reacción a mis palabras, la forma en que su rostro se suaviza, la
vulnerabilidad en sus ojos, tengo un montón de locas emociones encontradas.
Todavía tengo sentimientos por él, la mayoría de los cuales, si hicieras una lista,
caerían en la columna de los pros. Es (por lo general) considerado, amable y
educado. Es (por lo general) dulce, responsable y divertido. Siempre es
encantador. Hasta ahora, siempre ha sido optimista. Es el tipo de hombre que
aman los padres, porque es tolerante, educado y exitoso. Ama a los niños. Tiene
una gran relación con sus padres y un grupo de amigos agradables y estables.
En resumen, es un buen material para el matrimonio.
En la columna de los contras, subrayada en rojo, estarían sus celos. Si fuera
más como Grace, lo entendería, pero no lo soy. Antes del incidente de AJ, nunca
le había dado ninguna razón para desconfiar de mí, sin embargo, a menudo
actuaba como si yo tuviera una fila de escolta masculina en la marcación rápida.
Justo debajo de los celos marcados en rojo habría un gran signo de
interrogación después de la palabra “cerveza”.
Porque estoy bastante segura de que huelo cerveza en él ahora mismo, a las
ocho de la mañana, y no sé qué hacer con ese hecho perturbador.
—¡Chloe!
El barista me llama por mi nombre; mi pedido está listo. Estoy tan aliviada
que quiero estallar en una risa histérica. No creo que pueda soportar esta tensión
ni un segundo más.
Enciendo una cerilla con el desagradable pensamiento de que, si estuviera
cara a cara con AJ con este tipo de tensión, no querría que se acabara nunca.
—Esa soy yo.
Eric asiente, mirando al barista como si quisiera quitarle el bazo al pobre
tipo. Su voz cae.
—Escucha... ¿puedo llamarte? ¿Quizás podríamos hablar un poco más?
Cuando me mira, sus ojos están oscuros.
Aunque estoy usando un suéter, froto mis brazos para calentarme contra un
escalofrío repentino.
—Claro—digo, asintiendo—. Ok.
Coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja como solía hacer, uno de
esos gestos íntimos que hacen los amantes cuando están en público. Mientras su
pulgar roza mi mejilla, noto al hombre de pie al otro lado de la calle junto a la
parada del autobús, mirando a través de las ventanas de la cafetería.
Las gafas de sol oscurecen sus ojos. Tiene las manos metidas en los bolsillos.
Es alto y ancho, está inmóvil como una estatua, hasta que una mano se levanta
para tirar de la sudadera con capucha que lleva más abajo sobre la frente.
Para cuando Eric se vuelve para seguir mi mirada, AJ se ha ido.

Capítulo 14

Sudando y jadeando, me despierto a la una de la madrugada del día siguiente
de un sueño intensamente erótico en el que me estaba violando un hombre con
una sudadera con capucha que había irrumpido en mi habitación en medio de la
noche.
Si mi madre supiera que estaba teniendo fantasías sobre exactamente lo que
ella me advirtió, me eliminarían del testamento.
Con unos pantalones cortos de niño y la andrajosa camiseta sin mangas de
ZZ Top que me puse para ir a la cama, camino descalza hasta la cocina, sin
encender ninguna luz, y me paro frente a la puerta abierta del refrigerador,
bebiendo jugo de naranja de la gran jarra de plástico. Sé que nunca podré volver
a dormirme.
Ese maldito sueño fue lo más sexy que me ha pasado desde entonces...
bueno, desde siempre.
Gimo suavemente, tratando de olvidar la forma en que el extraño inmovilizó
mis brazos en la almohada sobre mi cabeza. Cómo ató mis muñecas a la
cabecera con un par de mis pantimedias. Cómo se sentía su boca en mi piel.
Cómo su voz áspera murmuraba todo tipo de cosas sucias en mi oído mientras
sus grandes manos me tocaban, acariciando mis pechos, pellizcando mis
pezones, deslizándose contra la humedad entre mis piernas...
¡Dios! Realmente necesito echar un polvo.
Frustrada, arrojo el jugo a la nevera y cierro la puerta. Bostezando, me froto
la cara con las manos. Miro el reloj; tengo tres horas para matar antes de que
suene la alarma.
Podría vestirme e ir al mercado de las flores ahora. Abre a las once de la
noche, por lo que entrar no sería un problema. Además, todas las mejores cosas
salen temprano. En cambio, me encuentro deambulando inquieta por el
apartamento en la oscuridad, mis pensamientos vagando.
Hasta que me detengo en seco frente a la ventana de la sala. Me pica la piel.
—Esto está llegando a ser una cosa—murmuro con incredulidad, mirando al
hombre que camina de un lado a otro bajo la farola al otro lado de la calle.
Siempre pensé que tener un acosador sería una experiencia increíblemente
espeluznante, pero, de nuevo, nunca pensé que sabría exactamente quién sería mi
acosador. Eso reduce un poco el factor espeluznante, dejándome más fascinada
que asustada por este nuevo desarrollo en mi vida.
Incluso a distancia, la agitación de AJ es clara.
Camina a zancadas largas y uniformes. Flexiona las manos para abrirlas y
luego las cierra en puños. Parece que está mascullando para sí mismo. Cada
pocos metros gira bruscamente y retrocede en la dirección opuesta, comenzando
todo el proceso de nuevo.
Sin pensar en lo que estoy haciendo, enciendo la lámpara junto a la ventana,
inundando la habitación de luz.
AJ deja de caminar. Mira hacia mi ventana. Lo miro, esperando, con las
manos temblorosas, el corazón acelerado, preguntándome si acabo de cometer
un terrible error, mientras que al mismo tiempo no me importa si lo he hecho.
Después de toda una vida conteniendo la respiración, lo veo mientras se baja
lentamente de la acera y cruza la calle.
Cuando está fuera de la vista en la esquina delantera de mi edificio, corro
hacia la puerta principal. Presiono mi oído contra ésta, esforzándome por
escuchar algún sonido. El ascensor fue reparado hace unas semanas, así que
ahora no puedo escuchar los pasos en las escaleras, pero escucho el sonido
alegre cuando el ascensor se detiene en mi piso y las puertas se abren.
Son unos momentos insoportables antes de que unos pasos pesados
comiencen a moverse hacia mi puerta.
Se detienen justo afuera. Mi corazón se siente como un trampolín con una
docena de gordas saltando sobre él. Después de un momento, AJ dice mi
nombre. Su voz es apenas audible. Él sabe que estoy parada aquí.
Respiro hondo y abro la puerta.
Empequeñece la entrada. Lleva vaqueros desteñidos, botas, la característica
sudadera con capucha negra que ensombrece su rostro. Sus manos, temblorosas,
cuelgan a sus costados. Sus ojos me perforan.
—Dime que me vaya. Dime que me vaya y ciérrame la puerta en la cara—
dice con voz grave.
Antes de que pueda cambiar de opinión, extiendo la mano, agarro la parte
delantera de su sudadera y lo arrastro suavemente hacia mi apartamento.
Me mira con esos ojos ardientes, su rostro duro.
—Una ultima oportunidad. Dime que me vaya.
—No quiero que te vayas.
Sin apartar la mirada de mí, cierra la puerta detrás de él con un movimiento
rápido de la mano. Nos quedamos de pie por un momento, la tensión espesa
entre nosotros, hasta que él dice:
—Dormitorio.
Esa sola palabra ronca causa estragos en todo mi cuerpo. Trago y me lamo
los labios, dudando, pero AJ niega con la cabeza.
—Demasiado tarde, princesa. —Él se inclina y me levanta en sus brazos.
Este es un movimiento que yo, que alcancé mi altura máxima en la escuela
secundaria, nunca hubiera creído posible. Se necesita un hombre tan grande y
fuerte como AJ para que levantarme parezca tan fácil como levantar un trozo de
papel del suelo. Además de estar sorprendida y emocionada, estoy
profundamente impresionada.
También son impresionantes sus hombros, a los que ahora me aferro como a
un salvavidas, porque está cruzando la sala de estar.
No necesita volver a preguntar dónde está el dormitorio; es bastante obvio.
Soy muy consciente de cada movimiento de su cuerpo, del sonido de su
respiración, de mis nervios chillones. Hace una pausa justo afuera de la puerta
abierta de mi dormitorio y me pone de pie suavemente.
—Invítame a tu habitación, Chloe.
Tratar de no desmayarme se convierte en mi máxima prioridad.
—Yo… um…
Toma mi barbilla en su mano, obligándome a mirarlo a los ojos.
—Invítame a entrar.
Dios, está caliente. Humeando, chisporroteante y también es increíblemente
intimidante. No puedo decir qué expresión está usando. Fluctúa en algún lugar
entre la ola de asesinatos y el niño en la mañana de Navidad. Cuando me vuelvo
a lamer los labios, observa el movimiento de mi boca y lengua con una mirada
casi depredadora, sus ojos destellando en las sombras.
—Adelante—susurro.
Sus párpados se cierran brevemente, después sus ojos vuelven a asarme viva.
Satisfecho, asiente, pasa a mi lado y se dirige directamente a mi cama, donde se
queda mirando las sábanas arrugadas. Con un movimiento rápido, se quita la
sudadera por encima de la cabeza y la deja caer al suelo.
No lleva camisa debajo.
Ahora estoy boquiabierta ante su torso desnudo, tatuado y desgarrado.
Alguien encendió la calefacción, porque el sudor destella sobre mí como si
acabara de salir de una habitación con aire acondicionado hacia una selva
tropical. Me mira.
—Métete en la cama.
Normalmente no soy de las que reciben órdenes de los hombres. O de
cualquier otra persona, para el caso. Pero la voz de AJ teje un hechizo perverso
sobre mí, uno al que me siento impotente para resistir. Curiosa e irracionalmente,
confío en él. Entonces eso ocupa mi cerebro. En cuanto a mis ovarios, están de
fiesta como si fuera 1999. Partes de mí que ni siquiera sabía que tenía se
aprietan, duelen, se contraen nerviosamente con anticipación.
Nunca antes un hombre había tenido tal efecto en mi cuerpo. Si me dijera que
saltara por la ventana en este momento, lo consideraría seriamente.
Me meto en la cama, me siento contra la cabecera con las rodillas dobladas y
tiro de las sábanas hasta la barbilla. Con los ojos muy abiertos y sin aliento, lo
miro. Mi mente va a un millón de kilómetros por hora. La luz de las estrellas y
los rayos vuelan por mis venas.
Quitándose las botas, sostiene mi mirada. Sin quitarse los vaqueros,
lentamente retira las sábanas. Se desliza en la cama a mi lado y, con un brazo
envuelto alrededor de mi cintura, me saca de mi posición sentada hasta que estoy
acostada boca arriba junto a él.
—Rueda sobre tu lado derecho—susurra.
Lo hago. Desliza un brazo debajo de mi cabeza, aprieta el otro alrededor de
mi cuerpo, levanta sus rodillas detrás de las mías, pone su rostro en mi cabello e
inhala. Un delicado estremecimiento recorre su pecho.
Estamos cuchareando. Santo Dios, AJ está haciendo cucharita conmigo.
No puedo respirar. Estoy teniendo algún tipo de evento cardíaco.
—Respira—murmura contra mi nuca. Mis pulmones le obedecen. Después
de uno o dos minutos, puedo volver a sentir los dedos de los pies.
Estoy demasiado desconectada para decir algo. Mis pensamientos están
demasiado dispersos. Todo lo que puedo hacer es acostarme en mi cama con sus
brazos alrededor de mí y sentir.
Y señor, lo siento.
Soy consciente de todo, desde la forma en que la tela de sus vaqueros se
siente contra la parte posterior de mis piernas desnudas, hasta la forma en que su
cálido aliento agita el pelo de mi nuca. Siento mi pulso en la garganta. Siento su
respiración, su pecho subiendo y bajando contra mis omóplatos, el calor y la
solidez de su cuerpo, pegado contra el mío.
Siento su erección, presionando contra su cremallera, clavándose con fuerza
en mi trasero.
Pero él no hace nada más que acostarse conmigo y olerme. Después de un
tiempo, dejo atrás la conmoción de la situación y comienzo a relajarme.
—Bien—dice Aj y sus labios se mueven contra mi piel.
Quiero hacer preguntas. Quiero interrogarlo sobre por qué está aquí, qué
quiere de mí y qué diablos pasó entre nosotros en su casa, pero no lo hago.
Entiendo instintivamente que estamos en su agenda. Éste es su juego y, si quiero
que llegue más lejos, tengo que seguir sus reglas.
La Inquisición Española no está en esas reglas.
El brazo que ha puesto sobre mi cuerpo es pesado, pero el peso es agradable.
Aunque la luz del dormitorio no está encendida, hay un poco de iluminación en
la sala de estar y puedo ver los tatuajes en su antebrazo y nudillos. Con
vacilación, toco su mano. Cuando no reacciona, trazo lentamente el contorno de
un pequeño tatuaje con la punta de mi dedo.
Es una flor. En uno de los pétalos está la letra A.
—¿Cómo se llama tu madre?
Mi dedo se congela. ¿Está preguntando por mi madre?
—Elizabeth.
No espera ni un nanosegundo para hacer su siguiente pregunta.
—¿Tu padre?
—Thomas.
—¿Tienes un segundo nombre?
—Anne. Con una e.
—Y tu hermano es Jamie.
—Sí. Jaime. —Sé que AJ lo vio en mi tienda, pero nunca lo presentaron
como mi hermano. O presentaron en absoluto, para el caso.
—¿Algún otro hermano?
—No.
—¿Abuelos vivos?
—Dos. La madre de mi madre. Es una condesa británica. La condesa Chloe
Harris de Wakefield, West Yorkshire. Me pusieron su nombre.
Hace una pausa.
—Eso explica muchas cosas, princesa. ¿El otro?
—El padre de mi padre, Walter. —Le cuento la historia del cerdo hawaiano
sobre por qué no como carne. Hay una pausa aún más larga.
—Yo también soy vegetariano.
No hay palabras para expresar mi asombro. Mientras estoy ocupada poniendo
mis ojos de nuevo en mi cabeza, agrega pensativo:
—Leí Dieta para una Nueva América del heredero de los helados Baskin-
Robbins cuando tenía diecisiete años. Nunca olvidaré las historias sobre cómo
los mataderos tratan a los animales. Cómo mueren. Nunca volví a tocar la carne.
No podría soportar pensar en ser parte de todo ese sufrimiento.
Mi corazón se disuelve por los bordes. Pero AJ no ha terminado de
interrogarme.
—¿Cuánto tiempo hace que tienes la tienda de flores?
Carraspeo, todavía recuperándome de lo que acaba de decirme.
—Tres años.
—¿Quieres ser florista desde que eras pequeña?
—Siempre quise hacer algo creativo. Y supe que quería trabajar
independiente. Empecé a trabajar en Fleuret durante la secundaria y me
enamoré. Cuando me gradué de la universidad, compré la tienda. Es un trabajo
muy duro, pero no lo dejaría por nada del mundo. Es solo… mía. Es todo mía. Y
nadie me la puede quitar. Si falla, es porque no trabajé lo suficientemente duro o
no fui lo suficientemente inteligente. Nunca me podrán despedir. Eso es
importante para mí: estar por mi propia cuenta. Labrarme mi propio camino.
Nunca estar a merced de otra persona.
Mi confesión no planeada parece satisfacerlo de alguna manera profunda,
porque asiente y hace un sonido masculino profundo en su garganta. Después de
un momento de silencio, se reanudan las preguntas.
—¿Cuanto tiempo has vivido aquí?
—Poco menos de un año.
Sigue así. Me pregunta dónde fui a la escuela, cuánto tiempo he sido amiga
de Kat y Grace, cuál es mi comida favorita, mi color favorito, mi lugar favorito
para vacacionar. Me pregunta qué programas de televisión veo, y si soy una
lectora, y qué tipo de música me gusta además del rock de los ochenta, bla, bla,
bla. Es como si estuviera tratando de empacar un año de conocimientos en una
noche, como si no pudiera existir ni un momento más en la tierra sin descubrir
todo lo que pueda sobre la mujer con la que está envuelto.
Y me encanta.
La única línea de preguntas que llama la atención es sobre Eric. Sé que nos
vio juntos en Starbucks, pero nunca lo menciona.
Cuando, después de lo que parece una hora de interrogarme en cualquier otro
tema, trato de cambiar los lugares y preguntarle por qué se mudó a ese hotel
abandonado, me interrumpe con un seco:
—No.
Giro la cabeza.
—¿No?
Su exhalación es baja. Suena agotado.
—No estoy aquí para hablar de mí.
Trago. Sé valiente, Chloe. Pregúntale. Hazlo.
—¿Por qué estás aquí?—susurro.
Aquí es cuando siento, de hecho, siento físicamente, que su erección se
contrae. ¡La maldita cosa está ansiosa! Los latidos de mi corazón se disparan.
—Porque no he dormido en seis semanas—dice él.
Algunas cosas suceden a cámara rápida después de esa declaración. Primero,
estoy empapada en una fría decepción. ¿Está aquí para dormir? ¿Del tipo de
sueño de dormir profundamente, dormir toda la noche, ten dulces sueños, te veo
por la mañana? Eh. No es lo que hubiera adivinado. Especialmente por ese
cohete listo para hacer un agujero en sus pantalones.
Lo cual, señala mi zorra interior con un guiño, no se ha desinflado ni un
centímetro desde que llegó aquí.
En segundo lugar, mi cerebro se fija en el hecho de que hace seis semanas fui
a su casa. ¿Soy la razón por la que no ha dormido en todo ese tiempo?
Leyendo inquietantemente mis pensamientos, dice:
—Sí. Desde ese día.
Me quedo sin palabras. Estoy emocionada, confundida, excitada, preocupada
y un poco extraña. Esto va mucho más allá de mi experiencia normal con los
hombres, simplemente no tengo idea de cuál es el mejor curso de acción.
Pero mi corazón lo sabe. Instintivamente, mi corazón adivina lo que necesita
de mí. Entiendo por qué vino, y no es solo porque necesita dormir. Necesita
escapar. Y la única forma en que puede escapar de lo que le roe es rindiéndose a
ello.
Respiro hondo, lo dejo salir. No entiendo lo que lo impulsa, las razones por
las que se siente tan repelido y atraído por mí. Quizás nunca lo haré. No parece
dispuesto a compartir.
Lo que sí sé es que me gusta tenerlo aquí. Me gusta su calor. Me gusta su
olor. Me gusta el sonido de su voz y la forma en que se mueve, la forma en que
me mira como si se estuviera muriendo de hambre. Me gusta su tamaño,
acunándome en sus fuertes brazos para que me sienta completamente segura y
protegida. Me gustan sus tatuajes. Me gusta su risa ronca. Me gusta su forma de
ver el mundo, con aceptación y perdón, sin juzgar, ni temer.
Me gusta la forma en que protege y cuida a Bella. La forma en que se
preocupa por un grupo de animales sin rostro que nunca conocerá, lo suficiente
como para cambiar sus hábitos alimenticios para toda la vida.
Me fascina. También es un enigma total.
—¿Puedo hacer una pregunta?—pregunto.
Su brazo se aprieta alrededor de mi cintura. Contra mi piel, sus labios se
curvan. Está sonriendo
—Una.
Mordiéndome el labio inferior, pienso. Hay demasiadas para elegir solo una.
¿Por qué te hago querer morir? ¿Quién es la mujer muerta en Rusia? ¿Por qué
nunca miras a la lente de una cámara? ¿Vas a seguir acechándome? ¿Eres tú
quien está dejando los pájaros de origami? ¿Qué pasa con las malditas sudaderas
con capucha?
En lugar de eso, le suelto:
—¿Eres un espía?
Hay un momento de silencio, hasta que comienza a reír. El sonido es algo a
lo que nunca me acostumbraré. Ojalá pudiera escucharlo para siempre.
—Podría decírtelo, pero luego tendría que matarte.
Sonrío en la oscuridad.
—Muy divertido. Responde la pregunta .
Cambia su peso, ajustando su brazo para que su mano izquierda quede plana
contra mi vientre. Me acerca a su cuerpo, sellando cualquier espacio entre
nosotros, hasta que estamos fusionados de pies a cabeza. Sus pies descalzos se
enredan con los míos. Baja su boca a mi cuello, al lugar donde se encuentra con
mi hombro, abre sus labios sobre mi piel y me muerde, lo suficientemente fuerte
como para picar.
—La respuesta es no. Ahora deja de hablar porque está tomando cada gramo
de mi fuerza no arrancarte las bragas y tu estúpida camiseta de ZZ Top y follarte,
Chloe Anne con una e, hasta que los dos nos corramos tan fuerte que nos
desmayemos —dice, su voz ronca por el deseo.
Reprimo un gemido. Un escalofrío de deseo recorre mi cuerpo, seguido de un
calor floreciente. Mis pezones están tan duros que podrían cortar vidrio.
Al parecer, mi cerebro también decide que es hora de una siesta, porque
pregunto sin aliento, sin una pizca de vacilación o timidez:
—¿Quieres follarme?
Su respuesta es un gruñido bajo y peligroso. Separa los dedos de la mano
sobre mi vientre. Sus dedos se clavan en mi piel. No puedo evitarlo; me arqueo
contra esa mano.
Su reacción es instantánea. Todo su cuerpo se pone rígido. Su brazo se
convierte en una banda de hierro alrededor de mi cintura. Su mano derecha se
clava en mi cabello.
—Más de lo que quiero mi próximo aliento. Pero no lo haré. Nunca lo haré,
¿entiendes? Nunca—sisea.
Eso duele tan inesperadamente que respiro. Siento como si me acabaran de
dar un puñetazo en el estómago.
—¿Por qué no, porque no te cobraré por ello?
Mi amarga excavación solo parece entristecerlo. La tensión desaparece de él.
Suelta mi cabello y suavemente lo peina con los dedos, abanicándolo sobre la
almohada.
—No, princesa—susurra—. Porque no soy tan malditamente egoísta.
Me quedo allí en silencio durante unos segundos, parpadeando para contener
las lágrimas. No sé lo que quiere decir y estoy demasiado enojada para que me
importe. En este momento, solo quiero que se vaya para poder masturbarme,
llorar en mi almohada y terminar la noche.
Detrás de mí, hay un profundo suspiro. Su mano en mi estómago se desliza
por mi cintura y comienza a acariciar mi espalda.
—Faltan poco más de dos horas antes de que suene la alarma. Duerme un
poco.
Meto la cabeza en el espacio entre la curva de su codo y la almohada debajo.
Me estoy escondiendo.
—¿Sabes a qué hora suena mi alarma?
Su mano no flaquea. Simplemente me frota, lentamente, sus fuertes dedos
masajean los tensos músculos de mi cuello y hombros, su palma sigue la línea de
mi espalda hasta mi cintura y vuelve a subir. Es un toque no sexual, pero me
excita. Aunque estoy enojada y exhausta, todavía estoy excitada.
—No hagas preguntas para las que ya sabes la respuesta, pájaro cantor. Solo
duérmete—murmura.
Pájaro cantor. Pienso en los pájaros de origami, los pájaros hermosos y
cuidadosamente elaborados. En la oscuridad, mi corazón canta.
—Tengo algo que decir. No es una pregunta—me apresuro a agregar,
mientras su mano se congela.
Él espera, escuchando.
Exhalo con fuerza y entierro la cabeza más profundamente en la almohada.
—Estoy enojada contigo ahora mismo. Y estoy tan jodidamente confundida
que mis ojos están cruzados.
Siento que su cabeza se acerca a la mía. Su frente toca mi hombro.
—Lo sé—susurra.
—Pero… —Mi voz desciende—. Me alegra que estés aquí.
Por esto, soy recompensada con mi primer beso de AJ. Es suave como una
pluma y dolorosamente dulce. En mi hombro.
¿Quién eres? Me dejo llevar mientras su mano continúa acariciando mi
espalda. Su calidez y suavidad alivian todos los bordes irregulares que él ha
desgarrado con solo aparecer, siendo su yo incomprensible.

Inesperadamente, me quedo dormida.


Cuando la alarma me despierta a las cuatro, el espacio a mi lado en la cama
está vacío. En la almohada junto a mi cabeza hay un pájaro de origami, blanco
con la cabeza metida debajo del ala.
Una paloma dormida. Está hecha del mismo papel blanco normal que utilizo
en la impresora de mi escritorio.
Toco las sábanas donde AJ se había acostado.
Todavía están calientes.

Capítulo 15

Durante todo el día siguiente estoy en una niebla de privación de sueño y
sobrecarga hormonal en el trabajo. No puedo concentrarme en nada. Cuando el
teléfono suena a las tres en punto, contesto de forma robótica, sin mi habitual
voz alegre, por favor, llamen para gastar miles de dólares.
—Buenas tardes, gracias por llamar a Fleuret. Habla Chloe, ¿En qué puedo
ayudarlo?
El bufido al otro lado de la línea es demasiado familiar.
—¡Buenas tardes a ti también, cariño! ¿Alguien se despertó en el lado
equivocado de la cama esta mañana?
Mis labios se curvan en una sonrisa. Si Grace supiera lo que había sucedido
en mi cama esta mañana, su cabeza explotaría.
—Dormí maravillosamente, muchas gracia—.
Hay una pausa.
—¿Por qué suenas como si estuvieras sonriendo cuando dices eso?
Maldita sea, esa chica es aguda. Borro la sonrisa de mi rostro y me siento
más recta en la silla.
—Sin razón. No estoy sonriendo. ¿Como sea, cómo estás? ¿Qué sucede?
Hay otra pausa. Me preocupa que me vaya a interrogar, en cuyo caso estoy
frita porque Grace puede olfatear una mentira como un tiburón puede olfatear
una sola gota de sangre en cuarenta mil litros de agua. Pero ella me deja
tranquila.
—Lo que pasa es la hora. ¡Te estamos esperando por aquí!
Frunciendo el ceño, miro el reloj.
—¿Aquí? ¿Dónde?
Grace gime.
—Estás en tantos problemas.
—¿De qué estás hablando?
—¡La primera prueba es hoy, genio! ¡Te olvidaste!
—Oh mierda. —Tiene razón; lo olvidé. En este mismo momento, se supone
que debo estar en el taller de Monique Lhuillier en Beverly Hills, preparándome
para mi vestido de dama de honor de gasa de seda verde salvia tremendamente
caro, increíblemente hermoso y largo hasta el suelo—. Estaré allí en veinte.
Asegúrate de que haya champán listo.
Grace se ríe.
—Vas a decirme qué te pasa en el momento en que entres por la puerta.
¿Viste por casualidad a nuestro amigo, el baterista hosco y espía ruso?
Intento sonar indiferente.
—Te gustaría. Te veré pronto. —Cuelgo antes de que pueda hacer más daño.
Cuando llego al salón nupcial, habiendo dejado la tienda en las capaces
manos de Trina y Renee, estoy un poco nerviosa sobre si es que voy a decirles
algo, a Kat y Grace sobre AJ. No es que quiera ocultarles nada, es solo que lo
que está pasando con AJ se siente muy… delicado. Íntimo. Extraño. No sé cómo
lo describiría, ni siquiera si podría.
Todo lo que sé es que espero con cada fibra de mi ser, que cuando mire por la
ventana esta noche, esté allí, esperando. O acechando. Lo que sea.
No tengo la menor idea de lo que voy a hacer con Eric. Ni siquiera sé si
realmente me va a llamar, como dijo que haría. Por ahora, he decidido cruzar ese
puente cuando llegue. Hay un número limitado de incendios que puede intentar
apagar a la vez.
Y maldita sea, estoy en llamas. Estoy ardiendo tanto que me sorprende que
no puedan ver las llamas. Estoy un poco sin aliento cuando entro corriendo al
elegante salón completamente blanco.
Kat y Grace se paran en un estrado elevado frente a una pared de espejos.
Kat es toda una chica rockera elegante con vaqueros ajustados, botas de tacón
alto con punta puntiaguda y una chaqueta de cuero, su largo cabello oscuro
recogido en una cola de caballo. Con el aspecto de una diosa guerrera amazona
preparada para un baile, Grace lleva el vestido verde salvia. Es de un solo
hombro, entallado y fruncido a través del corpiño y la cintura, con una abertura
lateral que deja al descubierto su pierna tonificada hasta la cadera. Una costurera
se arrodilla a sus pies y le sujeta el dobladillo con alfileres. La vendedora
delgada como una cuchilla que ayudó a Kat a encontrar su vestido de novia
cuando compramos aquí hacía unos meses está revoloteando como una mariposa
demacrada, vertiendo champán en copas de cristal. Kenji, el estilista de Bad
Habit y tercera dama de honor de Kat… eh, damo de honor… se está admirando
a sí mismo en un espejo de cuerpo entero cerca del vestidor.
Lleva el mismo vestido que Grace.
—¡Hola! ¡Siento llegar tarde!
Todos se vuelven para mirarme. Kat sonríe. Grace entrecierra los ojos. Kenji
pone su mano en su cadera, me mira de arriba abajo y silba.
—Bueno, ¡holaaaa, chocolate blanco! ¿Quién ha estado mordisqueando tus
pequeñas y viejas costras de Wonder Bread?
—Respondería eso, pero ni siquiera sé en qué idioma me estás hablando. —
Dejo el bolso en una silla de cuero blanco. La vendedora me frunce el ceño.
Quiero decirle que se coma una hamburguesa. Entonces recuerdo que eso es
exactamente lo que AJ le dijo la última vez que estuvimos aquí, y un rubor
recorre mi cuello al pensar en él.
—Permíteme traducir—me dice Grace, mirándome con una elegante ceja
arqueada—. Lo que Kenji dijo fue: 'Hola, chica blanca normalmente tensa que
de repente tiene un pavoneo loco que hace que su cadera tiemble y parece que se
ha comido un sándwich de polla gigante, y a todos nos gustaría saber de quién
era.
Miro a Grace.
—Honestamente, amiga. A veces me pregunto acerca de ti.
Ella sonríe serenamente.
—No cambies de tema.
—Déjala en paz, Grace. —Kat me guiña un ojo—. Y ve a ponerte el vestido,
Lo, tenemos que salir de aquí a las cuatro. Tienen otro grupo entrando.
Estoy tan aliviada que quiero suspirar en voz alta, pero en su lugar finjo
indiferencia.
—Solo apúntame en la dirección correcta.
La dependienta me hace pasar al camerino y me ayuda a ponerme el vestido.
Cuando me doy la vuelta y me miro en el espejo, me sorprendo gratamente. El
color y el estilo me favorecen mucho.
—No necesitará ningún ajuste en el largo—ronronea la vendedora,
preocupándose por mí. Ella está complacida con mi altura. Obviamente, también
le agrada el ajuste alrededor de mi cintura y mi pecho, porque dice—. No es
frecuente que tengamos chicas que puedan caber en los tamaños de muestra. Por
lo general, si son tan altas y delgadas como tú, tienen esos horribles accesorios
para acompañar.
Haciendo una mueca, extiende sus manos frente a su pecho como si estuviera
sosteniendo un par de sandías. Ésta es un área en la que la vendedora y yo
estamos de acuerdo. Creo que las tetas falsas son una publicidad engañosa. O tal
vez solo estoy celosa. A menos que seas modelo de pasarela, las copas B no
están exactamente de moda.
Sin embargo, fueron útiles para el voleibol. Jugué en un equipo durante toda
la escuela secundaria y la universidad, y ni una sola vez tuve un desliz.
—Vamos a enseñárselo a tus amigas, querida.
La vendedora, cuya etiqueta dice “AINE”, una palabra que no tengo idea de
cómo pronunciar, así que ni siquiera lo intento, me lleva de la muñeca al vestidor
principal.
—¡Aquí estamos!—anuncia y aplaude suavemente como si acabara de ganar
un Best in Show. Hago una reverencia, porque me parece que es lo que hay que
hacer. Kat chilla de alegría.
—¡Dios mío, es perfecto! ¡Te ves jodidamente increíble!
Grace, que suena impresionada y también un poco descontenta, dice:
—Si alguien tiene los genes para usar alta costura, definitivamente eres tú,
cariño.
—Perra—dice Kenji.
Kat le envía a Kenji una mirada amarga.
—Oh, detente, Gookemon. No seas un envidioso .
—¡Tú detente, Rucky Charms! ¿Cómo se supone que voy a ser mi yo
fabuloso con todo esto?—nos señala a Grace y a mí—. ¡No puedo quedarme
atrás! ¡Soy estilista! ¡Tengo que lucir el mejor de los tres! ¡Si puedo lograrlo, me
veré mejor que tú también!
—Nunca te verás mejor que yo. Soy mágicamente deliciosa—dice
inexpresivamente Kat.
—Lo que digas, Bruce McLee—responde Kenji.
Me vuelvo hacia la vendedora, que está mirando este pequeño intercambio
con total confusión.
—Son mejores amigos. No te preocupes por eso.
Intenta esbozar una sonrisa vacilante y se aleja para volver a llenar la copa de
champán de Grace.
Kat es mitad irlandesa, mitad japonesa y Kenji es mitad japonés, mitad
tailandés. Siempre se llaman cariñosamente unos a otros con insultos étnicos,
tratando de superarse con originalidad.
Kenji se pavonea hasta el centro de la habitación. El vestido se arrastra detrás
de él como la cola de un vestido de novia. Con un metro cincuenta, necesitará
mucha ayuda de la costurera si realmente va a usar esa cosa, ya que ha insistido
repetidamente en que lo hará. Incluso sus exclusivas botas de plataforma con
estampado de cebra no son de mucha ayuda.
—A la luz de los actuales acontecimientos, Kenji debe reevaluar su selección
de vestuario—anuncia. Se levanta el vestido por la cabeza y lo arroja
dramáticamente al suelo.
Aparte de las botas de plataforma, no lleva nada más que un par de bóxers de
Spider-Man. Su cuerpo es marrón nuez, esbelto como el de un niño y
completamente lampiño. Me pregunto si se lo afeita, como se afeita la cabeza.
Con las manos en las caderas, realiza un perfecto giro de pasarela, luego se
dirige al vestidor, donde cierra la puerta.
—¡Dejaste una pestaña aquí, Chinker Bell!—le grita Kat.
Ella tiene razón. Una de sus grandes pestañas postizas está pegada al escote
del vestido. Kat, Grace y yo nos miramos y nos reímos.
La dependienta está en la esquina, bebiendo champán.
—Sonáis como si os estuvierais divirtiendo. ¿Interrumpimos?
La voz divertida llega desde la puerta. Nos volvemos para encontrar a Nico
apoyado en un armario con espejos cerca de la entrada, con los brazos cruzados
sobre el pecho, sonriendo.
—¡Bebé! —Kat salta del estrado y vuela hacia sus brazos abiertos. Debería
haber sabido que estaría aquí; no puede perderla de vista durante más de treinta
minutos seguidos.
Entonces me congelo. Nosotros. Dijo “nosotros”.
Mi corazón da volteretas. Me giro lentamente para mirar hacia la sala
principal del salón detrás de ellos, y se me seca la boca.
Inmóvil junto a una exhibición de blancos vestidos de novia en la otra
habitación, AJ se queda mirándome. Lleva una maltrecha chaqueta de cuero
gastada en lugar de una sudadera con capucha, y no tiene gafas de sol que le
cubran los ojos. Lleva el pelo suelto alrededor de los hombros, la melena de un
león dorado y está recién afeitado. Parece descansado.
Sus ojos son del color del whisky caliente. Su mirada es feroz. Es tan
hermoso que no puedo apartar la mirada.
En silencio, levanta la mano y hace un movimiento de “gira” con un dedo.
Así que levanto ligeramente el material delicado de mis piernas, me pongo de
puntillas y hago una pirueta, una bailarina en punta, un giro de una patinadora
sobre hielo. Me siento ingrávida. Sin aliento. El vestido susurra alrededor de mis
piernas desnudas, en ondas, aireado. Cuando me detengo, mi cabello cae en
cascada sobre mi hombro derecho, el vestido susurra y se queda quieto.
Y todos me miran.
—Muy bonito—dice Grace—. ¿Y tocará la flauta traversa para la parte de
talento del concurso, señorita California?
Me sonrojo y aparto la mirada.
Entonces AJ está en la habitación, de pie junto a Kat y Nico.
—Perdón por irrumpir así. Sabes lo nervioso que se pone mi chico si está
lejos de su mujer demasiado tiempo. —Sonriendo, da una palmada en el hombro
de Nico.
Me pregunto quién podría ser este alegre extraño.
Aturdida, me apresuro a cruzar la habitación, tomo una copa de champán de
AINE y finjo examinar el vestido en el espejo. Mi cara es del color de una
remolacha. Grace baja del estrado, se detiene a mi lado y murmura:
—Entonces no es la flauta traversa ¿La flauta de piel, tal vez?
No respondo. No puedo; estoy demasiado ocupada mortificada. O
cachondificada, no es que esa, sea siquiera una palabra. Pero querido Dios, ¿qué
le está pasando a mi cuerpo? Siento que podría arder espontáneamente, como
todos los bateristas de la película Spinal Tap.
Grace puede decirlo. Ella me besa en la mejilla.
—Te amo tanto en este momento que duele.
—Te dolerá mucho más cuando te mate—siseo en voz baja—. ¡Compórtate!
Ella me sonríe, fingiendo tener los ojos llorosos.
—Mi pequeña niña finalmente está creciendo.
—¡Eres una arpía malvada y retorcida!—gruño.
—Y das los mejores cumplidos. Ahora deja de fingir que tus bragas no se
están derritiendo y acércate y habla con él. Te prometo que estaré callada.
—No callada—le advierto—. Muda.
Hace un movimiento de cerrar una cremallera en su boca y se aleja flotando
hacia el camerino. La escucho decir a Kenji:
—Tengo una idea para ti, cariño. Abandonemos el vestido por completo y
comencemos con algo nuevo. Estoy pensando en plumas de pavo real.
Hay un instante de silencio, luego Kenji responde:
—Oooooooo.
Me arriesgo a mirar en el espejo en la dirección de AJ. Me está mirando. Su
mirada hambrienta vaga arriba y abajo por mi cuerpo. Me está desnudando con
los ojos.
¿Quieres follarme?
Más de lo que quiero mi próximo aliento. Pero no lo haré. Nunca lo haré,
¿entiendes? Nunca.
—Ésta es una agradable sorpresa, AJ ¿Cómo estás?—dice Kat.
Él asiente con la cabeza, un atisbo de sonrisa flotando en las comisuras de su
boca.
—Bien.
Todavía me está mirando.
—Terminamos la sesión antes de lo programado, así que pensamos en pasar a
ver cómo estabais—dice Nico.
—¡Está yendo muy bien! Quiero decir, Kenji no está contento, pero
resolveremos algo. ¿Cómo fue la sesión?
—Realmente… — Nico le lanza una mirada a AJ—. A mi hombre se le
ocurrió una pista nueva bastante jodidamente ambiciosa. Muy al estilo de
'Stairway to Heaven'. No estoy seguro de si mi voz pueden soportar todas las
extensiones de las notas altas, pero es una canción increíble.
—¿Sí? ¿Cómo se llama AJ?
—Alma naufragada.
Su voz es tranquila cuando habla, tranquila pero intensa, y sus ojos también
son intensos.
Mi garganta se contrae. Nunca lo entenderé ni a él ni a esta cosa entre
nosotros. Es obvio que me desea, tan obvio como que quiere no desearme. Su
ambivalencia es una gran bofetada en la cara, y de repente me siento naufragada.
¿Qué estoy haciendo? Esto es una tontería. Soy una tonta.
No quiero ser una tonta.
—¿Hay algo más que deba hacer?—le pregunto a AINE y mis ojos bajan. No
puedo mirar a nadie en este momento. Me siento un poco en carne viva.
—Nada. Es un calce perfecto. Puede obtener esta muestra con un descuento
si lo desea, o puedo pedir una nueva que no se haya usado—dice ella.
—Este está bien—susurro. Como estoy prácticamente quebrada, agradezco
un descuento. Tendré que ponerlo en mi tarjeta de crédito y pagarlo durante los
próximos meses. Con suerte para la fecha de la boda. Me apresuro a entrar en el
camerino y me cambio.
Después de unos minutos, hay un golpe vacilante en mi puerta.
—¿Lo? ¿Estás bien?
Terminé de cambiarme, así que abro la puerta, evitando los ojos de Kat.
—Estoy bien. Solo necesito volver al trabajo.
Trato de pasar junto a ella, pero bloquea mi camino, parada frente a mí con
los brazos cruzados.
—Sí. Yo lo llamo mentira. Es AJ, ¿no? Escúpelo.
Cierro los ojos, paso las manos por mi cabello y suspiro.
—Es AJ.
—No sabía que vendría, lo prometo. Y tampoco le he dicho nada a Nico, así
que no tienes que preocuparte por eso. Él piensa que todavía se odian. —Ella
hace una pausa—. Aunque si siguen mirándose el uno al otro de la forma en que
lo hacen, él seguramente lo resolverá.
—Solo es eso. No hay nada que resolver. Bien podría odiarme por todo el
bien que me está haciendo.
—¿Significado?
—Mira… no importa. No pasa nada entre nosotros, y él dejó en claro que
nunca habrá…
—¿Por qué? ¿Qué dijo él?
Jugueteo con los botones de mi camisa.
—Digamos que no me ocultó en el hecho de que preferiría perder un
miembro antes que dormir conmigo.
Ella resopla.
—¿Y le creíste?
—¡No, no lo hice! ¡Lo que es aún peor! ¡O es el mayor mentiroso del mundo
o está totalmente jodido! ¿Qué se supone que debo hacer con eso?
—No lo sé. ¿Qué quieres hacer con eso? —dice ella en voz baja.
Me cubro la cara con las manos y gimo.
—No lo hago complicado. Sabes eso sobre mí, Kat. Odio lo complicado.
—Entonces, hazlo simple.
Levanto la cabeza y la miro.
—¿Te importaría decirme cómo?
—Simplemente enfréntalo, directamente. Me gustas. ¿Te gusto, sí o no? Si es
sí, desnúdate ahora mismo. Si no, vete a la mierda. Fin de la historia.
—Tch. Si tan solo la vida fuera tan fácil.
Ella sonríe.
—Sé que lo estoy simplificando demasiado.
—Vaya, ¿eso crees?
—Pero la premisa básica sigue en pie. Si quiere salir de tu miseria,
simplemente habla con él. Dile lo que quieres. —Ella ladea la cabeza—. Pero
primero tienes que saber lo que quieres. ¿Verdad?
La vívida imagen de un AJ desnudo y sudoroso embistiéndome mientras
agarro su culo y grito de éxtasis inunda mi cerebro.
La sonrisa de Kat regresa, aún más amplia.
—Oh sí. Lo sabes.
Suspiro.
—Todas hemos pasado demasiado tiempo con Grace.
—Bueno, ella podría ser una perra cachonda incurable, pero al menos tiene
claras sus prioridades.
Desde algunos vestidores hacia abajo, Grace dice:
—Sabéis que puedo escucharos, genias, ¿verdad?
—¡Cállate!—dice Kat y yo al unísono.
Entonces Kenji aparece en la puerta detrás de Kat. Todavía no lleva nada más
que botas y ropa interior de Spider. Y la única pestaña postiza. Señalándome con
una mirada de incredulidad, dice:
—¿AJ y... tú?
—¡Oh no!—gimo. ¡Escuchó todo!
—No puedes repetir una palabra—espeta Kat, moviendo su dedo hacia él.
Kenji levanta las manos.
—¡Por supuesto que no puedo, porque no puedo creer una palabra de lo que
estoy escuchando! ¡Es producto de mi imaginación! ¡Obviamente estoy drogado!
¡Estamos hablando de un hombre que almuerza vírgenes y de una mujer que
hace que las monjas parezcan zorras! ¡No existe ningún universo donde estos
dos caminos se crucen!
—¿Por qué todos piensan que soy tan mojigata?—grito.
—¿Alguna vez te la han metido por el culo?—grita Grace.
—¡Amiga! ¡Eso es asqueroso! ¡No!
—¿Alguna vez has tenido sexo con otra chica?—pregunta Kenji.
—¡No soy gay!
—No tienes que ser gay, podrías haber experimentado cuando eras más joven
o algo así, como el resto de nosotros—dice Kat.
Jadeo.
—¿Has tenido sexo con otra chica?
—Caso cerrado—dice Grace entre risas.
Aprieto mis manos en mi cabello. ¡Odio a todo el mundo!
AINE aparece en el camerino, luciendo un poco nerviosa.
—Disculpe, pero hay un caballero aquí para verla.
Arrugo la frente.
—¿Un caballero? ¿Quién?
—Un policía. Dice que se llama oficial Cox.
Toda la sangre se escurre de mi cara. Kat y yo compartimos una mirada
horrorizada.
Kenji dice:
—Vi una película con un oficial Cox anoche—dice Kenji y sonríe—. Ese
chico tenía un gran talento.
Desde el camerino lejano llega la risa encantada de Grace.

Capítulo 16

Tratando de parecer tranquila, camino a través del vestidor con espejos hacia
el salón principal. No miro a Nico, que está hablando con alguien en su móvil.
Tampoco miro a AJ, pero siento que sus ojos me queman como dos atizadores
calientes cuando paso.
En la sala de estar, Eric se para rígidamente con las manos en las caderas,
mirando por las ventanas hacia la calle.
—Hola
Él se gira. Su cara está roja. Obviamente, sabe quién está atrás. Cruzo los
brazos sobre el pecho, esperando que no haga una escena.
Eric lanza una mirada en la dirección de donde vengo.
—Quería sorprenderte, así que pasé por tu tienda en lugar de llamarte. Trina
me dijo que estabas aquí. —Hace una pausa, un músculo de su mandíbula salta
—. Sorpresa.
Siento que debo darle una explicación.
—No sabía que vendrían. Aparecieron hace unos cinco minutos cuando me
estaba preparando para irme. Ya sabes cómo es Nico.
Eric ha lidiado con la sobreprotección de Nico por Kat antes. Hubo una
escena fea durante la cual Eric y su compañero fueron llamados para lidiar con
unos paparazzi que aparecieron en su casa cuando ella y Nico estaban saliendo
por primera vez. Y la noche en que el hermano de Nico secuestró a Kat, Eric era
parte del escuadrón que la encontró.
—Sí, sé cómo es Nico. Lo que no sé es por qué está AJ aquí. Me mira largo
y tendido a la cara. Su voz cae—. O tal vez sí.
Mi cara se sonroja.
—Es el padrino de boda, Eric.
—¿Desde cuándo el padrino va de compras con las damas de honor?
Hay un tono de súplica terrible en mi voz que odio, pero estoy desesperada
por mantenerlo cortés. No hay nada más vergonzoso que las parejas discutiendo
en público, y todavía estoy tratando de salvar los sentimientos de Eric.
—Kat y Nico contrataron a una planificadora de bodas especial que insistió
en que los hombres participaran en todo el proceso. Sé que es una locura, pero
no es mi culpa…
Eric se acerca.
—¿Quieres que crea que esto fue idea de la organizadora de bodas? ¿Como
que el neandertal recibiría órdenes de una mujer? ¿Sabes algo de él, Chloe? —Su
voz se eleva y sé que es a propósito. Quiere que lo que está diciendo llegue a la
otra habitación—. ¿Sabías que lo han arrestado ocho veces?
Asiente ante la expresión de sorpresa en mi rostro.
—¡Así es! ¡Por todo, desde un delito menor de agresión hasta un delito grave
de asalto con un arma de fuego! Es peligroso, Chloe. Él es…
—¿Sacaste su prontuario?
—Sí, ¿y?
Su tono desafiante y a la defensiva hace que el calor arda por mi cuello. Mi
deseo de mantener las cosas civilizadas se esfuma.
—Mi padre es uno de los mejores abogados de defensa criminal de esta
ciudad. Y ha hablado mucho sobre sus casos a lo largo de los años, así que sé
que los agentes de policía no tienen acceso a los antecedentes penales de un
ciudadano con solo tocar un botón. Tienen que solicitarlo formalmente a través
de la unidad de información de antecedentes penales del Departamento de
Justicia, y es en base a una necesidad legal de saber. —Hago una pausa, tratando
de controlar mi respiración—. ¿Cuál era exactamente su necesidad legal de
saber, oficial Cox?
Me mira con vapor saliendo de sus oídos.
—¿Estás defendiendo a ese perdedor?—sisea.
—En realidad, lo que estoy haciendo es intentar averiguar si juzgué mal a
una persona que pensé que era digna de confianza.
Esto es lo incorrecto para decir. Eric pasa de meramente indignado a
termonuclear en dos segundos. Me agarra del brazo y grita:
—¿Estás hablando de mí, de ser digno de confianza? ¿Yo? ¿Esto de la chica
que llamó a su novio por el nombre de un violento criminal y putañero mientras
él intentaba hacerle el amor?
A mi izquierda llega la voz de AJ, mortalmente suave.
—Quítale la mano de encima o te la romperé.
Eric vuelve la cabeza. Sigo su mirada. Allí está AJ, sus más de dos metros,
las piernas abiertas, los hombros hacia atrás, erizado. Lo que veo en sus ojos
podría hacer que Freddy Krueger corra gritando de terror.
Eric me suelta el brazo y se vuelve hacia AJ. Apoya su mano derecha en el
arma.
—Ésta es la segunda vez que me amenazas.
—Es la segunda vez que te lo mereces.
—¿Por qué no te preocupas por tus malditos asuntos?
—Ella es mi asunto.
Entre ellos cuelga un manojo de dinamita encendida con una mecha muy
corta.
Nico se acerca, mirando a AJ y Eric. Su mirada se dirige rápidamente hacia
mí.
—¿Qué está pasando, niños?
Nadie responde. La tensión es tan densa que se podría cortar con un cuchillo.
—Oficial Cox, es bueno verte. En realidad, es un gran momento, porque
quería llamarte sobre este concierto benéfico que quiero organizar. Esperaba
poder obtener el apoyo del LAPD… ¿tienes un minuto? —dice Nico con tono
casual.
Nunca había visto a Eric tan enojado. Los músculos se destacan en su cuello.
Un pulso late en su sien. Su mano izquierda está doblada en un puño y está
temblando. Nico se interpone entre él y AJ y le pone una mano en el hombro.
—Vamos, Eric. Vamos a dar una caminata.
Sé que a Eric le gusta Nico y también lo respeta. Pero puedo ver la lucha que
atraviesa Eric mientras decide si permitir o no que Nico lo aleje del precipicio
por el que está a punto de caer.
Finalmente, cede. Maldice, se da la vuelta y deja que Nico lo lleve por la
puerta principal. Cuando se van, exhalo y presiono mis manos sobre mi corazón
palpitante.
—Lo siento—le digo a AJ sin mirarlo.
—No es tu culpa. El amor hace que las personas hagan locuras.
Me encuentro con su mirada.
—Nunca lo había visto de esta manera. No sé qué le pasa.
—Te ama, Chloe. En serio, está mostrando una notable moderación. Si fueras
mía, ya habría incendiado toda la ciudad para recuperarte—dice AJ en voz baja.
Eso me deja sin aliento. Aparto la mirada y trago.
—¿Cómo sabes que me ama?
—Princesa. ¿Cómo podría no hacerlo?
Su voz es tan tierna que se me llenan los ojos de lágrimas. No puedo mirarlo.
En lugar de eso, veo a Nico y Eric a través de las ventanas, parados afuera en la
acera juntos, hablando. Nico mira por encima del hombro de Eric y me llama la
atención.
Veo comprensión en su rostro. Eric le está contando todo. Su mirada se
mueve hacia AJ, y tengo que cerrar los ojos para bloquear la nueva emoción que
cruza el rostro de Nico… miedo.
Nico conoce a AJ mejor que nadie. Y si él teme por mí, entonces yo debería
temer por mí.
Siento que mi corazón se rompe, solo un poco.
—Entonces, si fueras yo, ¿qué harías, AJ?
Silencio.
—Porque me está costando mucho descifrar este nuevo rompecabezas que es
mi vida. No tiene ningún sentido para mí. Estoy bastante perdida.
—¿Es un buen hombre?
Abro los ojos y miro a AJ.
—Eso pensé. Antes de todo esto...
—No. Tú sabes. ¿Es un buen hombre? En general. Nadie es perfecto, pero lo
conoces. En el fondo, ¿crees que es bueno?
—Sí—susurro.
Asiente lentamente.
—Entonces mi respuesta es, deberías casarte con él y vivir tu vida.
Un cuchillo se retuerce en mi corazón. Odio que se me rompa la voz cuando
hablo.
—¿En serio? ¿Crees que está bien casarse con alguien cuando sientes algo
por otra persona?
Los ojos de AJ parpadean. Sus fosas nasales se dilatan. Sacude la cabeza, en
silencio, y no sé si está diciendo sí o no, o simplemente me está diciendo que no
sea tan idiota.
Porque lo soy. Lo soy. Estoy parada aquí con un hombre que me ha dicho que
le hago querer morir, y que debería ir y casarme con Eric, y todo en lo que puedo
pensar es en lo mucho que quiero que me rodee con sus brazos, me empuje
contra su pecho y me bese.
Una lágrima solitaria se desliza de mi párpado inferior y serpentea por mi
mejilla. AJ la observa caer con ojos llenos de angustia.
Le susurro:
—No te esperaré despierta esta noche. No estaré mirando desde la ventana—
le susurro.
AJ asiente, resignado.
—Pero la puerta estará abierta.
Él frunce el ceño.
—Chloe...—dice con voz ronca.
—Si no vienes, se acabó. Ya no puedo hacer esto. Si no vienes, seguiré
adelante con mi vida y nunca volveremos a hablar de esto.
Antes de que pueda responder, me doy la vuelta y corro a la otra habitación,
agarro mi bolso, me despido de Kenji y de las chicas y huyo.

Capítulo 17

Es medianoche. Estoy acostada en la cama, completamente despierta,
mirando la misma grieta en el techo que he estado mirando durante las últimas
tres horas.
Soy una bola retorcida de emociones reprimidas, al rojo vivo, como un
torbellino. Cada nervio está tenso. Cada vez que pasa un coche en la calle, me
tenso y contengo la respiración. Cada pequeño sonido se amplifica, hasta una
mosca que zumba contra el cristal de la ventana suena como un martillo
neumático. No sé cuánto tiempo más podré quedarme aquí así antes de sufrir un
grave trastorno mental, empezar a gritar y no parar nunca.
Entonces escucho que la puerta principal se abre y me congelo.
La puerta se cierra suavemente. Después de un momento de pausa, se oyen
pasos pesados por el pasillo. Mi sangre helada se derrite y comienza a hervir. Me
estoy quemando de adentro hacia afuera.
Cuando AJ llega a la puerta abierta de mi dormitorio, se detiene del lado de
afuera, mirando hacia adentro. No hay luces encendidas en el apartamento, pero
mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad, así que veo cómo sus ojos brillan.
Veo lo brillantemente que arden.
Me incorporo con el corazón retumbando. Las sábanas se amontonan
alrededor de mi cintura. No llevo maquillaje y estoy usando mi atuendo habitual
para la hora de dormir, pantalones cortos de niño y una camiseta, porque la idea
de esperar toda vestida con un camisón y que no venga era demasiado para
soportar.
Pero está aquí. No tengo idea de lo que hay al otro lado de este momento.
Y. No. Me. Importa.
Sin decir una palabra, aparto las sábanas del otro lado de la cama. AJ no duda
ni una fracción de segundo. Cruza el umbral, se quita la sudadera por encima de
la cabeza, la deja caer al suelo, se quita las botas y se mete en la cama a mi lado.
Cuando sus brazos me rodean y sus rodillas se doblan detrás de las mías,
suelto un suspiro tan aliviado que es casi doloroso.
Nos tendemos juntos un rato en total silencio. Su aliento es cálido en mi
nuca. Contra mis omóplatos, su corazón late rápido y fuerte.
—Gracias—digo en la suave oscuridad.
—No me agradezcas.
—Lo hago. Porque sé que esto no es fácil para ti .
Presiona su frente febril contra mi cuello.
—¿Cómo me ves tan claramente, cuando nadie más puede?
Lo pienso.
—No lo sé. Quizás te estoy mirando más atentamente de lo que ellos miran.
Lo oigo tragar. Su pulgar se mueve hacia adelante y hacia atrás sobre mi
muñeca. Con la yema del dedo, trazo el tatuaje de la flor en su nudillo. Hay
varios más en sus otros nudillos, pero éste es el que encuentro más fascinante.
—¿Qué significa este tatuaje? La flor con las iniciales dentro de los pétalos.
La pregunta es un riesgo, porque sé que él odia las preguntas. No estoy
segura de que responda. Pero finalmente lo hace, su voz es gruesa.
—Es un recordatorio.
—¿De?
—De todos los que he perdido.
Mi dedo se detiene. Cuento los pétalos.
Doce.
Pienso en eso, resistiendo la tentación de hacer una rápida sucesión de
preguntas Ha perdido a doce personas. Supongo que por “perdido” quiere decir
muerto, aunque sin preguntar no tengo forma de comprobarlo. Sé que la
misteriosa Aleksandra, residente del cementerio Preobrazhenskoe en San
Petersburgo, es una de las perdidas. Sus padres también. Recuerdo de Wikipedia
que ellos murieron hace años. Pero, ¿quiénes son los otros nueve? No tenía
hermanos. ¿Podrían ser otros parientes? ¿Amigos?
Al final decido que no me importa. AJ tiene una docena de muertos en su
pasado. Nunca he conocido a nadie que haya muerto. Ni uno. Incluso mis dos
abuelos fallecidos murieron antes de que yo naciera.
Intento imaginar a mis padres muertos y no puedo. No siempre nos llevamos
bien, pero los amo. Y sé que me aman. Su ausencia dejaría un vacío tal que no
puedo imaginar que alguna vez se llene. Y si Kat o Grace murieran, estaría
devastada.
Un inesperado sentimiento de ternura brota en mi interior. Es una suavidad
cálida y dolorosa en el centro de mi pecho, y es todo para el hombre en cuyos
brazos me acuesto. Bajo la cabeza y presiono suavemente mis labios contra el
tatuaje de la flor.
Detrás de mí, el pecho de AJ se agita mientras toma varias respiraciones
profundas. Sus brazos se aprietan alrededor de mi cuerpo. Levanta el brazo que
está debajo de mi cabeza y lo envuelve alrededor de mi pecho, así que estoy
envuelto en un par de brazos grandes y fuertes. Presiono las plantas de mis pies
descalzos contra la parte superior de los suyos y cierro los ojos.
Como una cebolla, capa por capa, mi corazón se abre lentamente.
—Cuando era pequeña, siempre fui la más alta de la clase. Más alta que
todos los chicos. Alta y delgada, así que solían burlarse de mí. Me llamaban
jirafa, frijol o esqueleto. Mi hermano siempre me defendió, aunque a veces le
pateaban el culo porque también era bastante delgado. Mi madre llamaba a los
padres de los niños y gritaba. Y mi padre llamaba al director y amenazaba con
demandar a todo el distrito escolar. Realmente no era un gran problema para mí.
Quiero decir, dolía, pero sabía que eventualmente mi cuerpo se proporcionaría.
Eso es lo que la abuela Harris siempre me decía cuando me veía.
Imito un elegante acento británico.
—Cuando crezcas en esas piernas, amor, serás la criatura más hermosa que
jamás haya caminado sobre la tierra. Estás atravesando la misma etapa incómoda
que atraviesan todos. ¡Pero reconozco a un pura sangre cuando veo uno! Ella
siempre me decía cosas así de bonitas. Toda mi familia siempre me apoyó. Toda
mi vida, siempre me ha hecho sentir protegida.
AJ está callado, escuchando. Siento la energía vibrando a través de él, la
electricidad brotando de su piel.
Reúno mi coraje y susurro:
—Pero nunca me he sentido más segura que ahora.
Vuelve su rostro hacia mi hombro. Su mejilla arde contra mi piel. Su voz es
baja y ronca.
—No puedo ser lo que necesitas. No soy el hombre para ti. Ambos lo
sabemos.
Eso no es lo que quiero escuchar. Está tan lejos de lo que quiero escuchar
que, infantilmente, me tapo los oídos con las manos y niego con la cabeza.
Él quita mis manos de mis oídos.
—Sí, Chloe.
—Entonces, ¿qué estamos haciendo, AJ? ¿Qué es esto? ¿Por qué estás aquí?
Su respuesta estalla en él.
—¡Porque soy jodidamente débil! ¡No puedo alejarme de ti! No importa lo
que haga, estás ahí, en mi cabeza, ¡sonriendo con esa sonrisa de
rompecorazones! No puedo mantenerme alejado. —Su voz se quiebra y suena
como si fuera a llorar—. Y estoy tan cansado de intentarlo.
Está temblando. Todo su cuerpo está sacudido por temblores, pequeños
terremotos que me sacuden en sus brazos. Hace un sonido desesperado, como si
se estuviera desgarrando, y yo actúo por puro instinto.
Me doy la vuelta y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Entierra su
rostro en mi hombro, estremeciéndose, sosteniéndome como si quisiera salvarme
la vida.
—Está bien—susurro.
—No está bien. No acabará bien. Te lastimaré.
—Sólo si tú quieres.
Su risa es fea, ahogada.
—Ésa es la cuestión, princesa. No quiero. Pero lo haré.
Le aparto el pelo de la cara y lo obligo a mirarme a los ojos. Los suyos están
llenos de lágrimas.
—Ok.
Deja de respirar. Sus ojos se agrandan.
—¿Qué?
—Dije que está bien. Que así sea. Si todo lo que obtengo es esto, este
momento, esta noche y mañana cambias de opinión y no quieres volver a verme,
entonces está bien. Lo acepto. Tomaré la única noche.
Él me mira fijamente. Nunca había visto una expresión como la suya. Es una
de horror, júbilo e incredulidad, todo a la vez.
—Um… esa fue tu señal para violarme, AJ. Que comience el arrebato.
Se levanta sobre los codos y me empuja sobre mi espalda. Me da su peso,
presionando toda la longitud de su cuerpo duro y muy excitado contra el mío. Se
cierne sobre mí, su cabello cae a ambos lados de nuestras cabezas, así que
estamos en un pequeño mundo privado, solo nuestras dos caras con cortinas,
nuestro aliento y nuestros corazones palpitantes.
—No lo dices en serio.
—Lo hago.
—No sabes lo que estás diciendo.
—Sí.
—Cambiarás de opinión por la mañana. Te arrepentirás.
—No me arrepentiré de nada.
—¿Qué pasó con 'Solo tengo relaciones sexuales en un contexto de cariño y
amor'?
—Nada—respondo con voz muy suave.
Entiende sin que tenga que decir más. Sus ojos devoran mi rostro.
—Maldita seas—susurra.
—Solo bésame, AJ. Puedes odiarme todo lo que quieras mañana.
—No.
—¿Por qué no?
—Ya te dije por qué no.
Mi cara se pone más caliente a cada segundo.
—A ese tubería de acero de veinte centímetros en tus pantalones le gustaría
que me besaras.
Sus labios se contraen.
—Veintiocho centímetros.
Me muerdo el labio inferior, con fuerza, porque mis ovarios se acaban de
desmayar. Entonces se me ocurre algo terrible y respiro.
—Tú… hay…
—¿Qué?
Trago, enormemente avergonzada por lo que estoy a punto de preguntar.
—¿Hay un, umm… problema con eso? —digo en voz baja.
Inclina la cabeza y me mira.
—¿Qué tipo de problema?
—Um. ¿Quizás el tipo de problema por lo que solo querrías que una…
prostituta… lo vea?
Me mira con el ceño fruncido en total confusión. Entonces su rostro se aclara
cuando comienza a comprender.
—¿Estás preguntando si mi polla está deformada?
—¿O tienes alguna enfermedad terrible que no quieres que contraiga?—
grito.
Lentamente, baja su boca a mi oído. Su nariz roza el borde exterior y se me
pone la piel de gallina.
—Estoy limpio como un silbato, princesa. ¿Tú?—susurra.
Asiento, tratando de no mover mi pelvis contra la suya.
Toma ligeramente el lóbulo de mi oreja entre los dientes, después consigo sus
labios y me chupa suavemente.
—Y mi polla está en perfecto estado de funcionamiento—murmura.
—Pruébalo.
Él se queda quieto. Está pensando tanto que oigo girar los engranajes dentro
de su cerebro. Pero no estoy de humor para demorarme, ya que mis ovarios se
han recuperado y han comenzado a lanzarse con lujuria por toda la parte inferior
de mi cuerpo. Me agacho entre nosotros y enrosco mis dedos alrededor de su
erección.
Sisea, pero no se mueve. Estamos cara a cara, mirándonos el uno al otro, y lo
desafío con una mirada para que me detenga.
No me detiene. Mis ovarios se animan.
Lentamente, acaricio mi mano todo a lo largo de él. Puedo decir que no está
usando nada debajo de los vaqueros, porque siento cada surco, cada vena
palpitante, desde la corona hasta la base. Y es enorme. Grueso, largo, sólido.
Deslizo la mano hacia arriba, hasta la punta, y froto el pulgar hacia adelante y
hacia atrás sobre la cabeza rígida. Una pequeña gota de humedad humedece sus
vaqueros.
Todo mi cuerpo estalla de deseo. El tipo de deseo que nunca he sentido. Es
como si un animal salvaje acabara de despertar dentro de mí, hambriento,
codicioso, insaciable de lujuria.
Mirándolo a los ojos, le digo:
—Quiero verla. Quiero chuparla. La quiero dentro de mí.
Mi voz ronca suena como si perteneciera a otra mujer. Me siento como otra
mujer, una desenfrenada y segura. Alguien mucho más desinhibida que yo.
Aprieto su polla y él gime. El sonido me excita, me da aún más confianza.
Me acerco a su oído.
—Quiero montar esta grande y hermosa polla hasta que me corra, gritando tu
nombre.
Él jadea.
—Dios, joder, princesa, ¿Ahora quién eres?
Él está perdiendo el control. Lo percibo. Lo veo. Su rostro está tenso por el
esfuerzo de contenerse. Sus brazos tiemblan, su respiración es irregular. Desea
esto tanto como yo, pero, por la razón que sea, no se suelta.
Así que hago lo único que puedo pensar que podría empujarlo al límite.
Salgo rodando por debajo de él, me pongo de rodillas, me saco la camiseta por la
cabeza y la tiro a un lado. Mi cabello cae alrededor de mis hombros, rozando mis
pechos desnudos.
Está congelado en estado de shock. Sus ojos están abiertos ampliamente,
devorándome. Susurra mi nombre.
Engancho mis pulgares en la cintura de mis pantalones cortos de niño y
comienzo a deslizarlos hacia abajo sobre mis caderas.
AJ se sienta abruptamente y me agarra las muñecas con fuerza.
—¡Detente!—espeta.
Así que así es como se siente el rechazo. El hombre apesta. Me quedo flácida
y me caigo de rodillas, escondiendo mi rostro detrás de mi cabello. No suelta mis
muñecas.
—Mírame.
Niego con la cabeza. Nunca había sentido una vergüenza tan aplastante.
Me levanta por las muñecas y envuelve mis brazos alrededor de su cuello.
Me abraza, enterrando su rostro en mi cabello. Mis pechos están aplanados
contra su pecho. Debajo de mi mejilla, su corazón late salvajemente.
—Te dije que nunca te follaría.
No digo nada. ¿Qué se puede decir? Me lo dijo y, como una idiota de clase
A, traté de hacerlo cambiar de opinión.
Me inspira, inhalando profundamente en mi cabello, acariciando con su
rostro mi cuello. Sus dedos se agarran con fuerza a mis costados y se mueven.
No hablo. Algo está sucediendo con él, y, la maldita egoísta en la que de
repente me he convertido, no quiero interferir si va a terminar conmigo de
espaldas, inmovilizada bajo su duro y hermoso cuerpo. Esperando contra toda
esperanza, cierro la boca con fuerza, decidida a no decir una palabra.
Siento su boca en mi cuello. Sus labios se abren sobre el pulso en mi
garganta, chupa y no puedo detener el gemido entrecortado que se me escapa. Mi
cabeza cae hacia atrás, en su mano abierta. Su otra mano se desliza por mi
cintura y se detiene justo debajo de mi pecho, apretando suavemente. Me arqueo
contra él, gimoteando como un gato.
—Dios, Chloe. Los sonidos que haces…
Su voz palpita de deseo. El calor chisporrotea a través de mis miembros. Mis
dedos se hunden en su cabello y tiro, perdida en la sensación.
Cuando su pulgar roza la protuberancia dura y puntiaguda de mi pezón, jadeo
y me estremezco. Estoy a punto de correrme, todo con el menor roce de sus
dedos y labios.
—Tienes que correrte, ¿no es así, bebé? —Su voz es baja y áspera en mi
oído.
Es la primera vez que me llama bebé. Por alguna razón impensable, me pone
tan húmeda y desesperada que gimo de nuevo, frotando mi pelvis contra la suya.
Es ese gemido el que finalmente rompe su resistencia. Con un juramento
gruñido, me empuja sobre mi espalda, me arranca los pantalones cortos del
cuerpo y entierra la cara entre mis piernas.
Grito, delirando, retorciéndome mientras él agarra mi culo con sus manos y
chupa con fuerza donde más lo necesito. Cada vez que hago un sonido de placer,
hace un sonido bajo en su garganta que envía una vibración a través de mi coño.
Eso me hace gemir más fuerte, lo que lo hace chupar con más fuerza. Desliza
dos dedos dentro de mí y corcoveo, gritando. Rápidamente llego a una altura tan
caliente y brillante que todo mi cuerpo se arquea. Mi espalda se levanta de la
cama. Mis manos, apretadas en su cabello, tiemblan.
En lo que se siente como una detonación nuclear, me corro. Su nombre sale
de mis labios en un largo y vacilante grito.
Arriba, mi vecino golpea la pared y me grita que me calle.
Jadeando, colapso contra el colchón. Todo el proceso, desde el movimiento
del pezón hasta el orgasmo, ha durado aproximadamente treinta segundos.
Se arrastra por mi cuerpo, toma mi rostro entre sus manos y me besa,
profundamente y con fuerza. Me saboreo en él y casi me corro de nuevo.
—¡Quítatelos! —Araño la cintura de sus vaqueros. Lo quiero dentro de mí
tanto que no puedo esperar ni un segundo más.
Desafortunadamente, estaré esperando mucho más de un segundo, porque AJ
dice:
—No.
Me congelo, esperando haberlo escuchado mal.
—¿Perdón?
—Dije que no.
Mi corazón se detiene, luego se reinicia con un doloroso latido.
—TIENES que estar BROMEANDO.
—Chloe…
—¡Tienes que estar bromeando! —Intento empujar las montañas de sus
hombros, pero no se mueve. Se levanta apoyándose en los codos y sujeta mis
muñecas a la almohada sobre mi cabeza.
—Escúchame.
Ya puedo escuchar las excusas en su voz, todos los lo siento y es para tu
bien. Gimo, aparto la cara y cierro los ojos con fuerza.
—Ya te dije que no…
—¡Idiota! ¿Qué es esto para ti, una especie de juego? ¿Crees que esto es
gracioso, que me hagas rogar por ello? Verme perder el control y ser
completamente patética, ¿es eso lo que te excita?
—¡Sí, verte perder el control me excita! ¡También escucharte perder el
control, y escuchar esa boca perfecta decirme todas las cosas sucias que quieres,
y probar tu hermoso y dulce coño, y escucharte suplicar por mi polla! Todo me
excita y me está costando cada jodida migaja de autocontrol que no tengo para
no enterrarme hasta el fondo en ti ahora mismo.
Ruge la última parte en mi cara. Me quedo allí, jadeando y lívida debajo de
él, mis ojos se llenan de lágrimas.
—Entonces dime por qué no. Has dicho que no lo harás, pero no has dicho
por qué no. Al menos dame eso.
Cierra los ojos y deja caer su frente sobre mi hombro.
—Porque no puedes ser mía. Nunca podrás ser mía. Y si te follo, cariño,
serás mía para siempre.
Hay dolor en su voz, dolor, anhelo y tristeza. Giro mi cabeza, presiono mis
labios contra su sien.
—¿Y si quiero ser tuya?
Él niega con la cabeza.
—Ya te dije. No soy tan egoísta.
—Por favor, AJ, por favor ayúdame a entender. No te entiendo—le susurro.
En lugar de responder, se pone de espaldas y me pone encima de él, de modo
que mi cuerpo desnudo está pegado al suyo. Mete mi cabeza en la curva de su
cuello, acunándola con una mano grande, y me pasa la otra mano por el cabello.
Empieza a frotar mi espalda, suavemente, su palma cálida y áspera contra mi
piel.
Exhalo, estremeciéndome. No me va a decir nada más. Ha dicho todo lo va a
decir.
—Debería decirte que te vayas.
Su inhalación profunda hace que su pecho se eleve debajo de mi mejilla.
—No quieres que me vaya. Y yo no lo haría, de todos modos .
Mi nariz está presionada contra los tatuajes de las cruces en su cuello. Cierro
los ojos para bloquear la vista de ellos, porque sé que nunca descubriré lo que
significan. Me he topado con la pared de ladrillos del testamento de AJ, he
llegado al acantilado de su participación. No habrá nada más allá de lo que ya
tengo.
Mientras acaricia y frota mi espalda desnuda, sus manos son tan tiernas y
cariñosas, que de alguna manera empiezo a relajarme. El latido constante de su
corazón contra el mío me calma, al igual que su respiración, el lento y rítmico
ascenso y descenso de su fuerte pecho. Estoy más confundida que nunca, pero,
acostada en sus brazos, todavía me siento segura.
Suspiro, enrollo mis brazos alrededor de sus hombros y me acurruco más
cerca de su cuerpo, tan cerca como puedo.
Presiona sus labios contra mi cabello. Entonces, tan tranquilamente, dice:
—Me haces pensar que, después de todo, podría haber un Dios.
Mi ceño se frunce. Mi corazón se siente como si alguien lo apuñalara una y
otra vez con unas tijeras.
—Pensé que te había hecho querer morir.
Su mano cae a mi trasero y aprieta.
—Bueno, este culo podría matar a un hombre.
Levanto la cabeza y lo miro. Su rostro es solemne, pero sus ojos brillan. Está
haciendo una broma.
—Oh, ¿es hora de que el divertido AJ salga y juegue? Gracias por el aviso.
Permíteme buscar mi collarín ortopédico porque tengo un caso desagradable de
latigazo cervical debido a todos tus cambios de humor anteriores.
Él sonríe.
—Me encanta cuando me das mierda.
—¿En serio? Porque odio cuando me das mierda.
Su mirada divertida se vuelve ardiente.
—No me mientas. Te encanta tanto como a mí.
Esa mirada caliente de él enciende fuegos artificiales en mi cuerpo. Es como
si mis hormonas solo estuvieran esperando a que hiciera algo sexy, y en el
momento en que lo hace, todas se ponen de pie de un salto y corren como niños
de jardín de infantes con un subidón de azúcar.
Toma firmemente mi mandíbula en su mano y gruñe:
—Mira esa maldita mirada que me estás dando. ¿Cómo se supone que voy a
mantener mi cordura cuando la mujer más hermosa que he conocido me está
mirando con ojos grandes que suplican Fóllame, por favor?
La mujer más hermosa que jamás haya conocido.
Mis hormonas se gradúan del jardín de infantes y van directamente a la
universidad, donde organizan una fiesta de graduación de proporciones épicas y
queman el dormitorio.
Me humedezco los labios. AJ observa el movimiento de mi lengua y siento
que los latidos de su corazón aumentan un poco. También noto que su erección
no ha decaído en absoluto desde que llegó. Puede que su mente no esté de
acuerdo con lo que sea que esté sucediendo entre nosotros, pero su cuerpo
definitivamente lo está.
Y, oh, tengo planes para ese cuerpo.
—Gracias por el cumplido. Asumiré que es una pregunta retórica. Pero tengo
una idea.
Me mira con recelo, su mano todavía firme alrededor de mi mandíbula.
—¿Cómo definirías exactamente follar?
—¿Perdón?
—Dijiste que nunca me follarías. Pero acabas de caer sobre mí, y yo estoy
acostada aquí desnuda encima de ti, así que estoy tratando de comprender mejor
los parámetros exactos de nuestra pequeña… situación.
Un lado de su boca se curva hacia arriba. Sus párpados se entornan por lo
que sus ojos son prácticamente rendijas.
—¿Estás tratando de negociar conmigo, princesa?
Arrugo mi nariz. La palabra “negociar” me hace sentir un poco asquerosa,
especialmente a la luz de cómo suelen empezar sus citas.
—No. Estoy tratando de determinar si esto, por ejemplo, está permitido. —
Presiono mis labios contra los suyos, suavemente, sin lengua.
Me mira desde debajo de sus párpados entornados.
—Eso está permitido. —Su voz es ronca. Su mano se desplaza desde mi
mandíbula hasta mi cuello. Por alguna razón, encuentro su ligero agarre
alrededor de mi garganta insoportablemente sexy.
—Ok. ¿Y esto? —Lo beso de nuevo, pero esta vez chupo su labio inferior en
mi boca. Él no se resiste, así que lo beso más profundamente, explorando su
boca con la lengua. Sus dedos se aprietan alrededor de mi cuello.
—Eso también está permitido—susurra cuando me aparto y lo miro.
Asiento con la cabeza. Sin romper el contacto visual con él, bajo la cabeza y
le doy un beso en el pecho. Es ligero como una pluma, justo encima de su
corazón. Espero su respuesta, mi corazón comienza a latir con fuerza.
—Permitido. —Traga. Su voz es cada vez más grave.
Tratando de no hacer ningún movimiento repentino, me bajo por su cuerpo
un centímetro más o menos, con cuidado de equilibrar mi peso en mis manos
sobre el colchón a cada lado de su cintura. Mientras me muevo, mis pechos
rozan su pecho. Inhala bruscamente y me congelo.
No hace nada, así que presiono mis labios contra su abdomen. Es tan duro
como una roca, sin un gramo de grasa, tatuado y tan sexy que solo quiero
morderlo. De hecho, quiero hundir mis dientes en sus bíceps, sus hombros, sus
muslos, en todas partes. Me muero de hambre por él. Quiero engullirlo. Quiero
saborear cada parte de su cuerpo, cada centímetro de su piel.
Lamo un círculo lánguido alrededor de su ombligo, sumerjo mi lengua en la
pequeña depresión y chupo. Debajo de mi boca, sus músculos se contraen,
temblando. Sus manos se posan a ambos lados de mi cabeza. Están temblando.
Me quedo quieta, esperando.
—Permitido—susurra después de un momento.
La sensación de poder que surge a través de mí es embriagadora. Cuando
miro hacia arriba, me está mirando fijamente, con los ojos entornados. Todo el
humor se ha ido. Ahora solo hay necesidad.
Sosteniendo su mirada, muevo mis labios a un punto aproximadamente un
centímetro por encima de la cintura de sus vaqueros. Presiono mi boca contra su
piel. Sus labios se abren, pero no hace ningún sonido. Entonces, sin dejar de
mirarlo a los ojos, beso un camino suave y lento hasta la mezclilla, y deslizo la
lengua justo debajo de la cintura.
Está congelado. Ni siquiera estoy segura de si está respirando.
Pongo mi mano sobre el bulto en sus vaqueros. Lentamente, subo y bajo la
mano por su espasmódica y dura longitud. Muevo mi boca hacia el glande
palpitante y chupo a través de la mezclilla.
El gemido de AJ es desigual.
—¿Permitido?—pregunto, mirándolo. Le doy un apretón a su erección y los
músculos de su estómago se contraen.
—Chloe, joder, princesa…
—Di que sí, AJ—exijo suavemente, frotando mi mano hacia arriba y hacia
abajo, apretando y acariciando.
Él yace allí, tenso, jadeando, y un gemido ocasional sale de su garganta
mientras continúo mi tortura. Pero no iré más lejos sin su permiso. No lo
presionaré más que esto.
Tiene que pedírmelo.
Deja caer la cabeza contra la almohada, cierra los ojos y lanza un suave grito
de rendición.
—Sí, por favor Dios, por favor, Chloe, dame tu boca, cariño, te necesito tan
jodidamente…
Le abro la bragueta de los vaqueros y está libre.

Capítulo 18

Su polla salta a mis manos. Jadeo, asombrada por el tamaño, por lo hermosa
que es.
Es una obra de arte. Merece una pintura, o al menos una estatua
conmemorativa tallada en mármol, colocada en una plaza pública. Si no
estuviera tan afectada por la lujuria, me gustaría tomar un lápiz y papel y
dibujarla, así de fantástica que creo que es.
Envuelvo una mano alrededor de la base gruesa y la otra mano sobre la
primera. Incluso con las dos mano a su alrededor, todavía hay muchos
centímetros desnudos en este bebé. Con un gemido, me abalanzo sobre él. Me
meto la punta en la boca y chupo.
El sonido que hace AJ es tan erótico que chupo más fuerte.
Él se estremece. Sus caderas comienzan a moverse. Dice mi nombre, sus
manos alcanzando mi cabeza. Sus dedos se posan suavemente contra mi cara y
empuja mi cabello hacia un lado para poder mirarme.
Lo llevo tan adentro de mi garganta como puedo sin sentir náuseas. Mis dos
manos lo acarician mientras mueve las caderas hacia arriba y hacia abajo,
follando lentamente mi boca. Sus caderas comienzan a moverse más rápido. Sus
ojos están vidriosos de lujuria y placer. Está haciendo gemidos suaves e
indefensos, mirando mi boca, mis manos y mi cara.
—Eres tan hermosa. Mi hermoso pajarito cantor. Mi ángel—susurra.
Emocionada por sus palabras, tarareo y eso lo hace gemir. Sus ojos se cierran
lentamente. Su pecho se agita mientras jadea, y comienza a retorcerse contra mis
manos y mi boca. Ya está cerca.
Mantengo una mano envuelta alrededor de él, pero suelto la otra y
suavemente acuno sus bolas. Se sienten pesadas en mi palma y suaves como el
terciopelo. Las acaricio mientras continúo chupando la punta y el tronco, mi
mano se desliza hacia arriba y hacia abajo por su palpitante longitud, apretando y
acariciando.
Sus manos se aprietan a ambos lados de mi cabeza.
—Joder, nena, sí, se siente tan jodidamente bien—sisea..
Abro la garganta y deslizo su polla tan adentro como puedo, que es
aproximadamente la mitad de su longitud. Todo su cuerpo se pone rígido. Él se
sacude y entra en mi boca, gimiendo, maldiciendo y rugiendo como un animal.
Los vecinos del piso de arriba vuelven a golpear la pared.
Todavía se corre con fuerza, gruñendo y retorciéndose, su respiración como
un siseo entre los dientes apretados, todos los músculos de su abdomen y brazos
contraídos, su cabeza inclinada hacia atrás en la almohada. Lo miro, eufórica,
sintiéndome poderosa, ridículamente satisfecha de sí misma y realizada, como si
acabara de inventar la fusión fría o facilitar la paz mundial.
Sobre todo, me siento increíblemente femenina. Acabo de ver al hombre más
sexy del mundo desmoronarse en mis manos y quiero ronronear de satisfacción.
AJ se derrumba contra el colchón como si hubiera sido arrojado allí por una
mano invisible gigante. Trago, algo que reconozco que no me ha gustado mucho
en el pasado, pero en este momento lo adoro, y vuelvo a tragar, después le paso
suavemente la lengua para limpiarlo, lamiendo su semen salado.
—Sabes a avellanas.
Su risa es irregular.
—¿Te gustan las avellanas, princesa?
—Las amo. Son mi nueva comida favorita.
Su sonrisa se desvanece. Rápidamente se pone serio, mirándome limpiar con
amor cada gota de lo que me ha dado de su eje, su corona y mis manos. De
alguna manera hay incluso algunas salpicaduras en su abdomen, y las lamo
como un gatito con un cuenco de crema.
Me siento como Cleopatra. Me siento como Helena de Troya. Me siento
como la mujer más bella y sexy que jamás haya caminado sobre la tierra. No se
me escapa la ironía de que estoy de rodillas, pero ahora mismo se siente como la
posición más poderosa del mundo.
Entonces sufro una pequeña punzada de paranoia. Mi lengua flaquea. Mis
manos se quedan quietas.
AJ está acostumbrado a que las profesionales hagan lo que acabo de hacer.
Profesionales con mucha más experiencia que yo en el área.
No se pierde mi repentina vacilación.
—¿Qué ocurre?
—Es que…hice… um…
Le toma un nanosegundo captar mi vacilación. Agarra mis brazos, me
levanta por su cuerpo, me coloca encima de él y comienza a reírse suavemente
en mi oído.
—¿Estás preguntando si también fue bueno para mí?
Escondo el rostro en su cuello.
—Quizás. Pero no respondas a menos que la respuesta sea sí.
Me da un apretón, riendo ahora.
—Princesa, fue jodidamente épico. Esa mamada fue una medalla de oro.
Soñaré con eso todas las noches por el resto de mi vida.
Sonriendo, lo miro. Sus ojos brillan, ámbar y con sombras doradas, brillantes
bajo la curva de chocolate oscuro de sus pestañas. Su cabello está despeinado y
su sonrisa es suave, y es tan guapo que duele. Mi respiración se acelera y mi
corazón hace algo extraño en el que se expande y contrae al mismo tiempo. Me
acerco y presiono mi mano contra su mejilla.
—Me gustaría regalarte una de esas todas las noches durante el resto de mi
vida.
Su risa muere en su garganta. Sus labios se abren, sus cejas se juntan, la
expresión de sus ojos se vuelve angustiada.
—No—susurro, reconociendo esa mirada—. Quédate conmigo. No vuelvas a
la oscuridad.
Cierra los ojos. Un sonido bajo y suave de desesperación escapa de sus
labios. Acercándome más, presiona sus labios contra mi frente y los deja allí.
Lentamente, con todo el amor gentil que puedo poner en un toque, paso mis
dedos por su pecho, sus bíceps, su antebrazo tenso con los músculos como
cuerdas. No sé qué decir, o si hay algo que pueda decirse para ayudarlo, para
quitarle el dolor que siente tan obviamente, así que trato de transmitir con mi
toque que está a salvo conmigo. Que sé que está sufriendo y, aunque no sé por
qué, estoy aquí para él.
Con todo mi corazón, quiero ser lo que lo haga sentir mejor. Quiero que se
sienta tan seguro conmigo como yo con él.
Mirando hacia el techo, AJ exhala un suspiro. Sigo acariciando
silenciosamente su piel, escuchando sus latidos irregulares, tratando de calmarlo.
Trato de no pensar en nada más, en lo que podría pasar después, en lo que traerá
la mañana. Le dije que tomaría solo una noche, si eso era todo lo que estaba
dispuesto a dar, y lo decía en serio.
En ese momento lo decía en serio. Ahora, poco tiempo después, tener una
sola noche con él parece una broma increíblemente cruel. Pero no pensaré en
eso. Estoy aquí, él está aquí, ahora mismo estamos los dos a salvo en los brazos
del otro.
El suspiro que lanza suena resignado. Cuando lo miro, él me mira con toda la
luz apagada en sus ojos.
—No puedes irte ahora—le suplico, aterrorizada de que se vaya.
—No, ángel, no puedo. Ese es el problema.
Sin otra palabra, me rueda a un lado y se acurruca detrás de mí. En cuestión
de minutos, está durmiendo profundamente, como si lo hubieran liberado. Me

quedo despierta en la oscuridad, escuchándolo respirar.


Cuando suena la alarma por la mañana, AJ se ha ido. En la almohada junto a
la mía hay una escultura de origami. Esta vez no es un pájaro.
Un corazón.
Cuando lo levanto y lo pongo en mis palmas, se abre como si estuviera vivo.
Es rojo sangre, el papel de impresión blanco saturado de tinta del grueso Sharpie
rojo que está sobre mi escritorio. Me lo llevo a la nariz, inhalando el penetrante
olor químico.
Me pregunto cuánto tiempo le tomó hacerlo. Me pregunto si me vio dormir
mientras lo hacía. Me pregunto en qué pensó mientras trabajaba, doblando,
creando, sus dedos diestros y precisos.
Fuera de la ventana de mi dormitorio, un ruiseñor comienza a cantar y mis
ojos se llenan de lágrimas.
No recuerdo haberme sentido nunca tan feliz.

Capítulo 19

AJ vuelve a verme la noche siguiente. Y a la siguiente. Y a la siguiente.
Siempre es lo mismo. Dejo la puerta abierta y me acuesto en la cama con las
luces apagadas, esperando. Viene muy tarde, generalmente alrededor de la
medianoche. Entra sin decir palabra, se quita la camiseta y los zapatos, se mete
en la cama a mi lado. Hablamos durante mucho tiempo, acurrucados de espaldas,
con las extremidades enredadas. Cada noche sus preguntas son más serias, más
íntimas, cada vez más difíciles de responder.
¿De qué estoy más orgullosa en mi vida?
¿De qué estoy más avergonzada?
¿Cuál es mi recuerdo más preciado?
¿De qué es lo que estoy más agradecida?
Si solo me quedaran veinticuatro horas de vida, ¿qué haría?
A veces tengo que pensar mucho antes de responder. Nadie me ha preguntado
nunca tales cosas y no soy propensa a la introspección. Pero nunca le digo nada
más que toda la verdad sin adornos. No me escondo. No miento. Si creo que una
respuesta podría no pintarme de la mejor manera, se lo digo de todos modos.
Quiero que me conozca, con verrugas y todo.
Quiero que me vea, por dentro y por fuera.
Para cuando ha agotado sus preguntas, mi cuerpo está tan excitado por su
proximidad, tan colgado de la necesidad de sentir sus manos y boca, que casi me
retuerzo en sus brazos. Siempre sabe cuándo no puedo soportarlo ni un segundo
más. Él ríe con su risa ronca en mi oído, me quita toda la ropa y me satisface
completamente.
No hay penetración. Después de la primera noche, no me deja usar mi boca
con él de nuevo. Es como si tuviera el control, decidió un formato de preguntas y
respuestas seguido de darme uno o tres orgasmos alucinantes, y se apegó a su
plan.
Después, duerme como un paciente en coma y me despierto sola.
Está causando estragos en mis emociones.
Por no hablar de mi cara.
—Cariño, te ves como una mierda. ¿Estás de bajón por algo?
Siempre se puede contar con Grace para no andarse con rodeos. Estamos en
lo de Lula con Kat una noche entre semana a las ocho y estoy tratando
desesperadamente de no quedarme dormida en la mesa y dejarme caer boca
abajo sobre mi plato humeante de sopa de albóndigas.
—Sólo cansada—murmuro. Agarro mi margarita y bostezo antes de tomar un
trago.
—¿El trabajo va mal esta semana? —Preocupada, Kat me mira mientras
mastica un chip de tortilla. El descomunal anillo de diamantes de su mano
izquierda casi me ciega al captar la luz.
—Mmm. Algo así.
Tanto Kat como Grace entrecierran los ojos.
—Chloe—dice Grace rotundamente.
Como soy el peor guardián de secretos del mundo, ya me conocen. Suspiro,
frotando un puño en mi ojo izquierdo.
—No puedo hablar de eso. Aún no. No quiero arruinarlo.
En cámara lenta, Kat baja su chip a medio comer a la mesa.
—Oh Dios mío.
—¿Qué?—pregunta Grace.
Ya sé lo que va a decir Kat, pero estoy demasiado cansada para preocuparme
por algo en este momento.
—Ella acaba de darse cuenta de por qué estoy cansada.
Grace levanta las cejas, mirando de una a otra entre nosotras.
—Te estás acostando con él—dice Kat.
Grace grita de júbilo, golpeando la mesa con el puño.
—¡Sí! ¡Por fin! ¿Es por eso que no has devuelto mis llamadas en cuatro días?
¿Has estado en una juerga sexual? ¡Dilo, dilo, dilo!
Debido a que el gato está claramente fuera de la bolsa, no me molesto en
negarlo. Pero es necesaria una pequeña corrección.
—Técnicamente, sí, me acuesto con él. Dormir es la palabra operativa.
Bueno, al menos lo es.
Grace me mira.
—Eso no suena bien.
Tomo un trago largo de mi bebida, ganando tiempo. Miro a mis mejores
amigas, las dos personas que me conocen mejor que nadie, que han pasado
innumerables horas en mi compañía, con quienes he compartido años de risas y
lágrimas, con quienes he estado durante amargas rupturas y muchos hitos de la
vida, y confío completamente. De hecho, les confío mi vida a estas mujeres.
Y, si adivino bien, no me conocen tan bien como AJ después de cuatro
noches. Esa idea me está jodiendo seriamente la cabeza.
—Aquí hay un pequeño cuestionario para vosotras, señoras: ¿Qué
imaginarían que respondería, si me lo preguntaran, de lo que estoy más orgullosa
en mi vida?
Kat parpadea, frunciendo el ceño.
—¿Cómo se relaciona esto con el tema en cuestión?
—Tengo un punto, créeme.
Siempre dispuesta a afrontar un desafío, Grace se lanza de inmediato.
—Tu negocio.
Niego con la cabeza. Inmediatamente vuelve a adivinar.
—Tu cabello.
—Habla en serio.
—Lo digo en serio. Tu cabello es glorioso. Podrías ganar millones haciendo
anuncios de champú. Es lo único de lo que estoy celosa de ti. Bueno, también
estoy bastante verde por ese Patek Phillipe que tu padre te compró para tu
vigésimo primer cumpleaños. Podría ser incluso mejor que tu cabello.
Suspiro.
—Sabía que podía contar contigo para conseguir algunas ideas profundas.
Kat?
Kat duda por un momento, chupando pensativamente la pajita roja de su
margarita.
—Quizás tu título. Sé lo duro que trabajaste para conseguirlo. Sé lo orgullosa
que estabas cuando te graduaste. Fue un gran logro.
Lentamente, niego con la cabeza.
—No. De lo que estoy más orgullosa es de mi relación con vosotras dos
idiotas. Las dos son mujeres fuertes, inteligentes e increíbles, a las que admiro
tremendamente, y son lo mejor y más sólido de mi vida. Prefiero no conocer a
mis padres que no conoceros.
Silencio aturdido.
—Aquí hay otra: ¿De qué me avergüenzo más?
Grace se recupera rápidamente.
—Eso es fácil. Cory McLean.
Cory McLean, de quien había suprimido convenientemente el recuerdo hasta
este momento, era un novio que tuve en mi primer año de universidad. Hubo un
incidente de borrachera que involucró el capó de un Porsche convertible, un
striptease incómodo y la cámara de un teléfono. Mi padre tuvo que amenazar con
emprender acciones legales para eliminar el video de la web. No fue hasta que el
último año dejaron de llamarme “Coochie 4Carmichael”.
—No. Lo que más me avergüenza es la vez que vi a Jeff Douglas del equipo
de fútbol de mi escuela secundaria pateando a un vagabundo en el estómago
detrás de El Pollo Loco en Washington Boulevard, y no lo detuve. Ni se lo conté
a nadie. El pobre estaba tirado en el suelo, golpeado, y no hice nada. Debido a
que era Jeff Douglas, el Rey de la Fiesta de Bienvenida, el Deportista del Siglo,
simplemente me fui. Y nunca me perdonaré por eso.
Miro mi sopa. Las diminutas albóndigas flotantes parecen tan apetecibles
como terrones de tierra.
—Cariño—dice Grace, conmovida—. Nunca nos hablaste de eso.
La miro, luego a Kat.
—No lo he pensado en años. Así he vivido siempre mi vida: una cosa tras
otra, fijar metas, lograrlas, seguir adelante, no pensar en nada triste o
desagradable. Encogerse de hombros. Vivir en el aquí y ahora. Pero durante las
últimas cuatro noches, AJ me ha hecho preguntas que nunca me había hecho a
mí misma, y siento como que… me estoy conociendo mejor a mí misma. Por su
culpa.
Kat se sienta derecha en su silla, mirándome con comprensión en el rostro.
Grace echa un vistazo a su expresión y su cabeza gira como la chica de El
Exorcista justo antes de arrojar vómito verde por toda la habitación.
Ella jadea.
—No. ¡Absolutamente jodidamente no!
Kat asiente.
—Sí.
Grace se tapa la boca con las manos. Sus ojos grises parecen listos para
salirse de sus órbitas. De debajo de las palmas de sus manos llega un ahogado y
horrorizado:
—Tienes sentimientos por él.
No puedo negarlo, así que tomo otro trago de mi bebida.
—¡Esto no puede estar pasando!—grita Grace, incorporándose de un tirón en
su silla. La madre con sus tres hijos pequeños en la cabina opuesta nos lanza una
mirada de muerte, que todas en nuestra mesa ignoramos—. ¡Chloe, por el amor
de Dios, dije que tengas una aventura, no que te enamores! ¡AJ Edwards NO es
del tipo del que te enamoras! ¿Qué diablos estás pensando?
La miro. Mi mirada es firme, al igual que mi voz cuando respondo.
—Creo que lo subestimé, al igual que todos los demás. Creo que es bastante
increíble. Estoy pensando en poner mi corazón en sus manos, y darle mucha
cuerda para que corra con él, aunque me da un susto de muerte, pero estoy
pensando que valdrá la pena. En lo que no estoy pensando es en lo que va a
pasar a continuación. —Se me cae la voz—. Porque lo que he recibido de él las
últimas noches es suficiente para los próximos cincuenta años.
Grace tiene la boca abierta, horrorizada, como el tipo del cuadro de Edvard
Munch.
Kat traga el resto de su bebida.
—¿Qué hay de Eric?
—Me preocupo por Eric. Pero nunca me sentí así cuando estaba con él. Me
di cuenta de que no es el indicado.
—Por favor, no me digas que crees que AJ es el indicado—dice Grace.
Lo considero seriamente antes de responder.
—Todavía no sé qué es AJ. Lo que sí sé es que cuando estoy con él, me
siento comprendida. Y segura. Y eso es suficiente.
—La semana pasada dijiste que te había dicho que nunca se acostaría
contigo. ¿Qué cambió?—dice Kat.
Revuelvo mi sopa, le doy un mordisco. Es salada y deliciosa, y me hace
pensar en el sabor de AJ. Mis labios se levantan.
—Te lo dije, no vamos a tener sexo. Bueno, al menos no lo tenemos. Estoy
teniendo los orgasmos más increíbles de mi vida. Está durmiendo mucho.
Básicamente, ambos estamos obteniendo exactamente lo que necesitamos.
Grace gime.
—Bueno, ese es un misterio resuelto de todos modos.
El suspiro de Kat suena resignado a todo el asunto. Sabía que podía contar
con ella.
—¿Qué quieres decir?
—Nico dijo que AJ ha estado actuando extraño últimamente.
Hago una pausa con otra cucharada de sopa a medio camino de mi boca.
—¿Extraño?
Me inmoviliza con una mirada.
—Sí. Feliz.
Mi corazón se hincha. Se vuelve un poco más difícil respirar.
—No solo eso, dejó de fumar. De golpe, hace unas semanas dejó de fumar.
Después de eso, comenzó a escribir todas esas canciones, qué según Nico, son
increíbles. Y… —Hace una pausa, mirándome significativamente—. No se ha
visto a sus prostitutas merodeando por ahí. En meses.
—¿Meses?—susurro.
Ella niega con la cabeza.
—Aparentemente no desde el día que entramos en tu tienda para hablar sobre
las flores de la boda.
—El día en que se fue con la morenaza del pasillo de las velas, como
recuerdo que dijiste—señala Grace.
—Lo que se aseguró de que vieras, ¿no es así, Lo? Casi como si estuviera
haciendo un punto.
Pienso en la pregunta de Kat. En retrospectiva, parece posible.
—Entonces, ¿qué crees que significa todo esto? —Mi corazón está en mi
garganta mientras espero que ella responda.
—Creo que no eres la única confundida—dice en voz baja.
Grace hace un gesto con la mano al camarero. Cuando llega, ella apoya una
mano en su brazo y lo mira con desesperación.
—Vodka. Solo. Que sea doble. Tráelo aquí en menos de dos minutos y te
daré una propina de veinte dólares.
Sale corriendo. Mientras espera su regreso, Grace apoya los codos en la mesa
y deja caer la cabeza entre las manos, gimiendo.
Dentro de mi bolso, suena mi móvil. Es un número desconocido.
—¿Hola?
—Te fuiste sin mí el otro día. Y no respondes a mis llamadas. Necesitamos
hablar.
Es Eric. Suena tenso e infeliz. Cierro los ojos, ya sintiéndome derrotada. No
espero con ansias la conversación que necesitamos tener.
—Sí.
—Me marcho en una hora. Iré a tu casa.
Cuelga antes de que pueda decir que no o sugerir otro lugar. Sintiéndome en
pánico, miro el reloj de mi teléfono. Ocho y media. Si Eric llega a mi casa a las
diez, todavía tendré unas horas antes de que aparezca AJ.
A menos que decida venir antes.
O que Eric no se vaya.
Kat pregunta:
—¿Quién era ese?—pregunta Kat.
Guardo el teléfono en mi bolso.
—Eric. Quiere hablar. Viene a mi apartamento en una hora.
—¿Esta noche? ¡Estás agotada!
—No me dio la oportunidad de decir que no.
—¿Has hablado con él desde la prueba?
Niego con la cabeza.
—Bueno, no creo que debas hablar con él en tu casa, a solas. Nico dijo que
recibió una vibra realmente extraña de Eric el otro día cuando hablaron afuera
antes de que te fueras.
Al recordar la mirada en los ojos de Eric, lo enojado que estaba, un escalofrío
recorre mi espalda.
—¿Qué tipo de vibra extraña?
—Como una vibra mortífera. Como si estuviera dispuesto a matar a alguien.
En sus manos, Grace murmura:
—Te lo dije.
Hago un gesto con la mano de descarte.
—Simplemente está molesto. Me sentiría igual si la situación fuera al revés.
Pasamos de ser felices un día a llamarlo por el nombre equivocado y romper al
siguiente sin hablar de lo que sucedió.
El camarero llega con la bebida de Grace. Ella le envía una sonrisa que lo
deja boquiabierto y se la traga. Cuando vuelve a dejarlo sobre la mesa, me mira
fijamente y dice:
—Nunca fuiste feliz con él, Chloe. Estabas contenta. No es lo mismo.
Dejo caer mi mirada hacia la sopa.
—Lo sé. Y es solo en los últimos días que realmente he entendido la
diferencia—digo en voz baja.
Grace gime.
—Me estás matando en serio.
—Me advertiste que me alejara de Nico al comienzo de nuestra relación,
Grace, ¿recuerdas? Y resultamos bien— dice Kat con severidad.
—Sí, pero Nico no tiene los antecedentes penales de un mafioso, ni un harén
de prostitutas pagadas que, si hicieran una fila, daría la vuelta al mundo cinco
veces.
Kat la mira.
—Suficientemente cerca.
—Y estaba loco por ti desde el primer día. AJ y Chloe se odiaron a primera
vista.
—Nunca lo odié. Me dolía lo idiota que siempre era conmigo. Y ahora estoy
bastante segura de que estaba haciendo eso para mantenerme a distancia. —
Finalmente levanto la mirada y las miro—. Para protegerme.
Grace parpadea.
—Espera. ¿Crees que todo su imbecilidad fue porque estaba tratando de
protegerte?
Asiento con la cabeza.
—¿De qué?
—De él.
Hay un largo silencio mientras mis amigas procesan eso.
—Hay muchas cosas que no nos estás contando—dice Grace finalmente.
—Hay muchas cosas que no sé.
Kat se inclina sobre la mesa y toma mi mano.
—Sé que esto puede sonar hipócrita viniendo de mí después de todo lo que
pasé para estar con Nico, pero lo digo de nuevo: por favor, ten cuidado. No
quiero verte lastimada.
—Esa es la cosa. —Me aclaro la garganta, le doy un apretón en la mano y me
recuesto en la silla—. Estoy bastante segura de que lo seré. Especialmente desde
que me dijo rotundamente que me haría daño. Pero no me importa. Todavía lo
quiero.
La mirada de Grace abre un agujero en mi cabeza.
—Esto es loco. ¿Te estás ofreciendo como voluntaria para salir lastimada?
¿Te escuchas? ¡Eres demasiado inteligente para apuntarte a eso, Chloe!
Ella está realmente enojada. Su rostro se ha sonrojado, sus ojos brillan. Sé
que es porque me ama. Y sé que ella estará ahí para mí al final de cualquier
historia triste que esté a punto de crearme al enamorarme de un hombre que me
ha dicho en términos inequívocos que es una mala noticia.
—Las amo, chicas—les digo en voz baja—. Y sé que me aman. Entonces, lo
que voy a necesitar de vosotras es un lugar suave para caer cuando esto con AJ
se descarrile. Porque ya puedo decir que va a doler como el infierno.
Kat y Grace se miran en silencio mientras termino el resto de mi sopa.

Capítulo 20

Cuando llaman a la puerta de mi casa poco antes de las diez, estoy lista.
Tengo todo el discurso ensayado. Para lo que no estoy preparada es para el
estado en el que se encuentra Eric cuando llega.
Apesta a cerveza. Su rostro está sombrío y sin afeitar. Sus ojos están
inyectados en sangre, y la mirada en ellos es cualquier cosa menos amistosa. Mis
nervios instantáneamente se ponen en alerta máxima.
Sin una palabra, pasa a mi lado y entra en el apartamento. Alarmada, miro
mientras camina en círculos alrededor de la sala de estar. Cierro la puerta,
avanzo y me quedo con los brazos cruzados sobre el pecho en la cocina,
mirándolo.
—Eric. ¿Qué estás haciendo?
—Sé que me vas a decir que se acabó. Me di cuenta por el tono de tu voz en
el teléfono. —Se ríe sin humor—. Ya lo sabía de todos modos. Sabía que había
terminado la primera vez que el nombre de ese pedazo de mierda salió de tus
labios.
Oírlo llamar así a AJ me enfurece tanto que quiero agarrar un plato del
gabinete y arrojárselo a la cabeza. Pero eso sería tonto, además de improductivo.
Todo lo que realmente quiero ahora es que se vaya sin hacer una escena.
—Puedo ver que esta no será una discusión madura. ¿Por qué no tratamos de
no decir nada desagradable, despedirnos y dar por terminada la noche?
Deja de caminar y me mira con tanta ira que doy un paso atrás, con la mano
en mi garganta.
—¿Quieres una discusión madura, Chloe? Está bien, ¿qué tal esto? Rompe
con él y vuelve a estar conmigo, o haré que mi misión personal sea arruinar su
vida.
Mi sangre se convierte en agua helada. Aturdida, lo miro.
—No lo dices en serio.
—Mira mi cara, Chloe—dice lentamente.
Lo hago, y me está asustando muchísimo. ¿Quién es este hombre? Nunca he
visto este lado de Eric y no tengo idea de cómo manejarlo. Me alejo de la
encimera, tratando de poner distancia entre nosotros.
—Ya te lo dije antes, no estoy con él.
Eric se acerca, su mirada fija y muy oscura.
—¿Sabes lo que solía amar más de ti, Chloe? Que nunca mentías. No eras
ese tipo de persona. Pero has cambiado y sé qué te hizo cambiar. Sé quién fue.
—Creo que tienes que irte ahora.
—Oh, ¿eso es lo que piensas? Porque creo que deberías ponerte de rodillas y
hacer algo para convencerme de que no haga de su vida un infierno. —Su mano
cae sobre la bragueta de sus pantalones. Una sonrisita cruel desfigura su boca.
Tengo tanto miedo que empiezo a temblar. Aunque su tono es tranquilo, la
maldad y la locura que brillan en sus ojos lo hacen lucir totalmente desquiciado.
Mi corazón late con fuerza, camino lentamente hacia atrás, dirigiéndome hacia la
puerta principal.
—Estas borracho. Este no eres tú, Eric. Te conozco…
—Esto es en lo que me has convertido—sisea él, siguiéndome mientras me
retiro—. Te amo, Chloe. Estamos bien juntos. Encajamos. Hasta que decidiste
tomar un desvío por el callejón de las putas, todo era perfecto. Estoy dispuesto a
perdonar y olvidar, pero tienes que ganarte mi confianza. Y vas a empezar
poniéndote de rodillas y rogándome que te perdone.
Se desabrocha los pantalones y saca su erección.
No sé de dónde viene, pero la indignación que corre por mis venas es como
electricidad, chisporroteando y ardiendo, iluminándome desde dentro. Me paro
con la espalda recta, camino hacia la puerta principal, la abro de un tirón, me
vuelvo hacia Eric y le grito:
—¡Lárgate de mi casa!
En ese momento, mi vecino del piso de arriba baja las escaleras. Es una
mujer mayor, soltera, recién divorciada, la que golpea la pared si soy demasiado
ruidosa. Siempre pensé que no le agradaba y aprovecha la oportunidad para
demostrarlo.
Ella me mira de pie en la puerta y dice:
—Sabes, si vas a seguir teniendo orgasmos a gritos todas las noches a las dos
de la mañana, es posible que desees comprar algunos tapones para los oídos para
el resto del edificio. —Ella me envía una sonrisa malvada, entonces se vuelve y
continúa su camino.
Hay una fracción de segundo antes de que Eric reaccione cuando pienso que
no podría ser peor. Entonces se abalanza hacia mí, gruñendo y me demuestra que
estoy equivocada.
Él cierra la puerta de golpe y envuelve ambas manos alrededor de mi cuello.
Me empuja contra la pared y comienza a gritar.
—¡Puta mentirosa! ¡Maldita perra! ¡Maldito coño, te mataré!
Una y otra vez, golpea mi cabeza contra la pared. Está inhalando vapores de
alcohol en mi cara. Su boca muestra todos sus dientes, sus ojos están
desorbitados y estoy convencida de que voy a morir. La habitación se vuelve
borrosa. Agarro sus manos, desesperada por respirar. No puedo respirar.
Entonces levanto la pierna con fuerza, y le doy un rodillazo en las bolas.
Grita de agonía y se dobla hacia atrás, tambaleándose. Caigo de rodillas,
jadeando y tosiendo, una mano en mi garganta ardiente, la otra extendida en el
suelo, soportando mi peso mientras lucho por mantenerme erguida. Con los ojos
llorosos, me arrastro hacia adelante, alcanzando la manija de la puerta, pero Eric
se ha recuperado. Se lanza hacia mí de nuevo. Me arrastra al suelo, cae encima
de mí y empieza a rasgarme la ropa. Cuando peleo con él, me da un revés en la
cara. El dolor estalla en mi pómulo.
Su anillo de graduación. Eso dejará una marca desagradable. De alguna
manera, mi cerebro está alejado de lo que le está sucediendo a mi cuerpo.
Eric rasga salvajemente la parte delantera de mi chaqueta de punto. Los
botones se sueltan y repiquetean sobre el suelo de madera. Se inclina sobre mí,
jadeando, gruñendo obscenidades, agarrando mis pechos y apretándolos con
fuerza. Mis manos se agitan en su rostro, pero las aparta fácilmente.
Y de repente estoy flotando sobre mí, mirando hacia abajo. La sensación más
extraña de calma se apodera de mí, como si hubiera volado al ojo de un huracán,
donde todo está tranquilo y en silencio. Mi mente está clara, distante y puedo
pensar.
Recuerdo un artículo de periódico sobre mi padre que apareció en Los
Ángeles Times el verano pasado, después de que lo contrataran para defender a
un famoso jugador de baloncesto de los cargos de abuso doméstico. Todos los
cargos finalmente se retiraron cuando mi padre desenterró el complot entre la
esposa del jugador y su amante para tratar de cobrar el contrato de treinta
millones de dólares que el jugador acababa de firmar. Posteriormente, mi padre
presentó cargos de extorsión, chantaje y conspiración contra la esposa.
El titular decía “Carmichael va por la yugular”.
Miro la garganta de Eric, pálida y vulnerable por encima del cuello abierto de
su camisa. Le doy un puñetazo en su nuez.
Hace un ruido de náuseas espantoso y se pone las manos alrededor del
cuello. Tengo suficiente margen de maniobra para moverme y lo empujo lejos de
mí. Mientras tose y vomita, me pongo de pie tambaleante, corro hacia la cocina,
abro el cajón de la basura, agarro la botella de gas pimienta que me dio mi madre
cuando me mudé y corro hacia Eric. Lo rocío por todo el rostro y la parte
superior del cuerpo.
Él grita. Arañando sus ojos, aullando y farfullando, cae de rodillas sobre su
culo y comienza a rodar por el suelo.
Jadeando, me tambaleo hacia la puerta. Tengo que salir de aquí. No puedo
pensar en nada más que salir, salir, salir. Salgo corriendo del apartamento,
dejando la puerta abierta de par en par. Los gritos de Eric me siguen al pasillo.
Caigo contra la pared junto al ascensor, golpeando con el puño el botón de
llamada. La sangre gotea de mi cara a mi brazo. Hay salpicaduras de mi propia
sangre por todo mi pecho, mi sostén, las mangas de mi suéter. Mi garganta está
en llamas; es casi imposible respirar. Temblando mucho, tiro los lados de mi
suéter roto sobre mi pecho y empiezo a llorar.
Cuando las puertas del ascensor se abren, AJ está dentro.
Me mira y hace un sonido que nunca antes había escuchado a un humano, un
rugido gutural de pura rabia. Sollozando, caigo hacia adelante, colapsando en sus
brazos abiertos.
—Eric, es Eric, está en mi apartamento, se volvió loco ¡Lo dejé adentro!
—Te tengo, bebé.
Te tengo. Eso me hace llorar aún más.
Uno de los vecinos asoma la cabeza por la puerta de su apartamento.
—¿Qué son todos los gritos? —Me ve y jadea—. Oh Dios mío. ¿Qué está
pasando?
AJ me levanta en sus brazos. Me aferro a él, llorando en su cuello.
—Necesitamos tu sofá—le gruñe él al vecino.
No hay negación, no si el vecino quiere mantener la cabeza pegada a su
cuerpo, lo que él comprende claramente. AJ irrumpe en el apartamento de mi
vecino, me coloca suavemente en el horrible sofá a cuadros cubierto de pelo de
gato, me besa en la frente, se vuelve hacia el vecino y grita:
—Llama al 911. Denuncia una agresión. —Hace una pausa por un momento.
La mirada que aparece en sus ojos es asesina—. No. Denuncia dos agresiones.
—Se da vuelta y se aleja.

Momentos después, hay más gritos al final del pasillo.


En el viaje en ambulancia al hospital, AJ y yo no hablamos. Para que pueda
viajar conmigo, les dije a los paramédicos que es mi esposo. Se sienta a mi lado,
agarrando mi mano mientras me acuesto en la camilla llena de bultos con
lágrimas rodando silenciosamente por mis mejillas.
Tiene los nudillos ensangrentados. Encuentro una satisfacción perversa en
eso.
En la sala de emergencias, me llevan directamente a ver a una doctora con
los ojos llorosos, aunque la sala de espera está llena. Al parecer, estar cubierta de
sangre te pone a la cabeza de la fila. Todavía no he visto mi cara y no quiero; la
mejilla me late con tanta fuerza que la siento en los dedos de los pies. Me hacen
una tomografía computarizada, que muestra una pequeña fractura del hueso
cigomático, después me dan catorce puntos de sutura para cerrar la herida
desgarrada en mi piel por el anillo de Eric. La doctora está preocupada por los
hematomas alrededor de mi cuello; aparentemente, la hinchazón es un efecto
secundario común de un traumatismo en el esófago, y existe el riesgo de que mis
vías respiratorias se cierren.
Me admiten en el hospital y me dejan durante la noche en observación. AJ
está a mi lado todo el tiempo, mandando a la gente, interrogando a la doctora y
al personal de admisión, asustando a las pobres enfermeras con sus gritos de
demanda. Tiene una extraña familiaridad con los términos médicos, y con
frecuencia suena como uno. Una pregunta más para agregar a la cola, si alguna
vez me deja preguntar.
Rechazo el analgésico que la enfermera intenta darme. Quiero estar
totalmente lúcida cuando hable con la policía, que ha llegado y está esperando
afuera.

Entonces le digo a AJ que llame a mi padre.


—Santa Madre de Dios.
Mirándome con la cara pálida y conmocionada, mi padre está rígido en la
entrada de mi habitación. Incluso a las cinco de la mañana, cuando lo llamaron al
hospital donde su hija herida está siendo atendida después de ser brutalmente
atacada, está duchado y bien afeitado, perfectamente arreglado con un traje
Brioni azul marino a medida con corbata y pañuelo de bolsillo a juego, luciendo
cada centímetro del rico y exitoso hombre de negocios que es.
Hasta que lo vea, me he controlado bastante bien. Sin embargo, en el
momento en que entra en la habitación, vuelvo a ser una niña asustada de cinco
años que necesita que su padre revise el extraño ruido que ha escuchado debajo
de su cama.
Mi cara se arruga y me pongo a llorar.
—Papá—susurro.
Moviéndose más rápido de lo que lo había visto en años, corre hacia mi cama
y me toma en sus brazos. Silenciosamente me mece, dejándome llorar por toda
su hermosa solapa.
Cuando estoy un poco mejor, me retiro, recostándome contra la almohada.
Me entrega su pañuelo. Me sueno la nariz, consciente de que acabo de arruinar
un cuadrado de doscientos dólares de seda Hermès, pero reconfortada al saber
que a mi padre no le importará ni un poco.
Comienza el interrogatorio.
—¿Cómo te sientes? ¿Cómo te están tratando? ¿Es el médico competente?
He llamado al doctor Mendelsohn; estará aquí en veinte minutos.
El doctor Mendelsohn es el médico personal de mi familia, a quien se le
retiene como un abogado para todo, desde chequeos anuales hasta tratamiento de
emergencia. Mi madre es una hipocondríaca de carrera y mi padre no puede
tolerar esperar por algo tan mundano como una cita; de ahí el ridículo lujo de un
médico a domicilio en el siglo XXI, que viajará a cualquier lugar del mundo para
atender a sus empleadores en un abrir y cerrar de ojos.
A veces, mis padres son mortificantes. En este momento, estoy tan
agradecida por ellos que podría morir.
—Me están cuidando bien. Me siento bien. Me duele la garganta. Creo que
mi cara se ve peor de lo que es.
La boca de mi padre se aprieta. Claramente piensa que mi cara se ve bastante
mal.
—¿Te han alimentado?
—Recibí la papilla reglamentaria hace media hora. Espero que la sepsis se
realice en cualquier momento.
Mi tonto intento de humor quita el filo de la ferocidad asesina en sus ojos.
Ahora parece simplemente furioso.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Desde las once de anoche.
—¿Y qué pruebas te han hecho?
Le hablo de todas las pruebas y los resultados. Él asiente, tristemente
satisfecho.
—¿Cuándo esperan dejarte salir?
—No lo han dicho todavía. Tenían cierta preocupación por el cierre de mi
garganta debido a la hinchazón, pero hasta ahora eso no ha sucedido…
El asesinato se ha renovado en los ojos de mi padre. Aprieto su mano.
—Estoy bien, papá. Pudo haber sido mucho peor; me escapé. —Intento ser
alegre—. Además, le di un rodillazo a Eric en las bolas y pude usar el spray de
pimienta de mamá en su lamentable culo, así que no fue una pérdida total.
Nos callamos. Como conozco tan bien a mi padre, veo que está luchando
contra la culpa por nuestro último encuentro, la terrible cena cuando preguntó
cuándo Eric y yo íbamos a casarnos.
Este buen joven, lo llamó. Ahora me pregunto si alguna vez se perdonará por
ese error de cálculo. Por lo general, es incluso mejor que Grace en analizar a la
gente.
Esta vez es Grace quien ganó ese concurso.
—¿Qué le dijiste a mamá? —Solo pregunto porque sé que no le dijo la
verdad. Al menos no toda la verdad. Después de todo, se gana la vida
defendiendo a los criminales; la verdad puede ser un obstáculo muy
inconveniente para mantener a las personas fuera de la cárcel.
—Le dije que me necesitaban en el trabajo. —El fantasma de una sonrisa
levanta sus labios—. Y no me mires así. Me necesitaban. Por mi niña. —Pasa
una mano por mi cabello.
Mirándonos, compartimos un momento de profundo silencio. Puedo ver que
está sopesando cuidadosamente lo que dirá a continuación.
Finalmente, con la voz tranquila, pregunta:
—¿Quién era el hombre que me llamó?
—Su nombre es AJ. Está aquí; solo fue a buscar algo de comida. Ha estado
conmigo toda la noche. Es un amigo mío. —Mi cara se enrojece. Dejo caer la
mirada a mis manos y toco el monitor de latidos del corazón adjunto a mi dedo
índice—. En realidad, es más que un amigo. Somos… cercanos.
—Ya veo.
Oh Dios, el peso de eso. Las suposiciones, que sé que son correctas. Mi
padre acaba de descifrar todo el sórdido panorama, sin tener que escuchar más
que unas pocas palabras. Mi vergüenza es insoportable.
Pero mi maravilloso padre pasa por alto cualquier conversación incómoda
sobre la identidad del hombre que usurpó el puesto de su esperado yerno en la
cama de su hija y cambia al modo de abogado profesional.
—Está bien. Necesito que me cuentes todo lo que pasó. Empieza por el
principio.
Lo hago. También le hablo de mis últimos encuentros con Eric y de su
comportamiento cada vez más errático. Cuando termino, mi padre aprieta mi
mano con tanta fuerza que creo que podría estar cortando la circulación de mis
dedos. Sus ojos son brillantes y duros como un diamante.
—Me gustaría matar a ese hijo de puta. Me gustaría arrancarle el corazón del
pecho con mis malditas manos desnudas. Me gustaría quemarlo vivo. Me
gustaría cortarle los dos tendones de Aquiles, arrojarlo a la jaula de los leones en
el zoológico y lanzarle cuchillos a la cabeza mientras le arrancan las tripas.
Estoy en shock. Nunca había oído a mi padre maldecir, ni pronunciar un
discurso tan ahogado por el odio. No sabía que era capaz de sentir una emoción
tan violenta. Él ve la expresión de mi rostro, se inclina hacia adelante y toma mi
rostro entre sus manos ahuecadas.
—No siempre fui Thomas Carmichael, un hombre de negocios honrado, un
ciudadano respetable que paga impuestos. Antes de conocer a tu madre y
cambiar mi vida, yo era Tommy Two-Time, delincuente reincidente, el matón
más grande y más malo de Southie. Todos los demás líderes de pandillas de
Boston cagaban ladrillos de oro cuando escuchaban mi nombre. Y si alguien
fuera tan estúpido como para poner un dedo sobre mi familia o amigos, perdería
ese dedo… y el resto del brazo.
Mi mandíbula inferior se desquicia y cuelga hasta mi pecho. Después de un
momento me recompongo lo suficiente como para decir:
—¿Líder de la pandilla? ¡Estás bromeando! ¡Mamá nunca se habría casado
con un matón!
Besa mi mejilla.
—Por supuesto que no. Tuve que limpiar mi prontuario antes de que ella
siquiera considerara salir conmigo.
—¡P-pero la conociste en un club de campo! ¡Jugando golf!—farfullo.
Mi padre sonríe. Es una media sonrisa, torcida y astuta. En él veo un destello
del viejo Tommy Two-Time, el matón de Southie que no distinguiría un Brioni
de un bagel.
—Ella estaba jugando al golf. Estaba a nada de ser despedido de mi trabajo
como asistente de un snack bar por robar cerveza y barras de chocolate. Cuando
la vi por primera vez, pensé que me había alcanzado un rayo. Nunca había visto
a una mujer tan hermosa, tan elegante. Salté sobre el mostrador, me acerqué a
ella y la invité a salir. Ella levantó la nariz, me miró de arriba abajo y dijo:
'Córtate el pelo y obtén un título de abogado, y lo consideraré'. Entonces, ¿qué
crees que hice?
—Te cortaste el pelo y te graduaste en derecho—murmuro asombrada.
Él asiente, suelta mi rostro y se sienta, ajustándose los gemelos.
—Nada se interpone en el camino de lo que quiero. Eres como yo. Ambos
somos luchadores. Decididos cuando nos marcamos una meta. Aunque gracias a
Dios tienes el aspecto de tu madre.
Tengo que reír. Me duele la garganta y toso. Mi padre me sirve un vaso de
agua de la jarra de plástico que hay en la mesa junto a mi cama, y lo bebo, mi
cerebro da vueltas con esta nueva información.
—¿Cómo es que nunca escuché esa historia antes?
—Porque una condición que tenía tu abuela para permitirme casarme con su
hija era que mi sórdido pasado quedara sepultado bajo una bonita y gruesa capa
de respetabilidad. Y así fue. — Se encoge de hombros—. Esto fue antes de
Internet. La gente todavía podía reinventarse en ese entonces.
No puedo esperar para interrogar a mi madre sobre esto. Todos estos años de
juzgar a mis novios y ella se casó con un gángster. Increíble.
Mi padre se vuelve enérgico.
—Está bien. ¿Estás lista para dar tu declaración a la policía?
Aunque temo repetirlo una vez más, hay que hacerlo. Asiento, palideciendo
un poco.
—Estaré aquí contigo. Solo diles lo que pasó, exactamente como me lo
dijiste. —Hace una pausa. Una nota oscura se cuela en su voz—. Y no dejes que
su actitud te afecte.
—¿Qué quieres decir?
—Son la policía de Los Ángeles, Chloe. Son sus compañeros de trabajo.
—¿Y? ¿Por qué debería hacer una diferencia?
—Hay un código de lealtad entre la policía. Es una hermandad, no muy
diferente a una pandilla, a decir verdad. Se apoyan el uno al otro. En casos de
violencia doméstica, muchas veces los agentes que responden no informan del
ataque si el perpetrador es otro agente. Saben que pueden suspenderlo, que le
quitan el arma de fuego, por lo que lo obligan a ser reasignado a un trabajo de
escritorio, incluso a perder su trabajo por completo. Se considera un problema de
relación, un problema de trabajador social, no un trabajo policial. He escuchado
a policías intentar convencer a esposas y novias que han sido golpeadas hasta
sangrar de que su hombre está sometido a mucho estrés en el trabajo.
Me siento enferma.
—¡Eso es horrible!
Él asiente.
—También hay casos, especialmente en las batallas por la custodia, en los
que las mujeres acusan falsamente a sus maridos de agresión o abuso infantil
para que les quiten los niños. Cada oficial ha escuchado su parte de esas
historias. Entonces, lo que estoy diciendo es que no esperes que te crean. En el
lado positivo, estoy aquí y todos saben quién soy, así qué, aunque no crean tu
historia, tampoco serán tan estúpidos como para decirlo en voz alta. Y me
aseguraré de que el informe se presente al jefe y se le dé seguimiento.
Se levanta de la cama, se arregla la corbata y cuadra los hombros. Su voz se
vuelve baja y áspera.
—Y estamos recibiendo una orden de restricción. Ese hijo de puta se va a
quedar lejos de ti, o irá a la cárcel.
Mientras escondo mis manos temblorosas debajo de la manta, mi padre llama
a los oficiales a la habitación.

Capítulo 21

No es tan malo como mi padre me advirtió. Por un lado, uno de los dos
oficiales es una mujer, una atractiva joven latina que me escucha con seriedad,
asiente con la cabeza y toma muchas notas. Por otro lado, el oficial masculino
parece que ha estado en el trabajo durante dos semanas.
Supongo que no ha tenido tiempo suficiente para ser adoctrinado
adecuadamente en la “hermandad”.
La entrevista completa dura unos treinta minutos. Al final, la oficial, García,
dice su placa, menciona casualmente que aún no pudieron obtener una
declaración de Eric, quien, para mi horror, se encuentra en algún lugar del
mismo hospital.
—¿Por qué no?—pregunta mi padre.
—Porque acaba de salir de la cirugía—dice el joven, el oficial Lawrence.
Mi padre arquea las cejas.
—¿Cirugía?
—Sí. Una rótula dislocada y una tibia rota, un brazo roto, un bazo roto… —
Consulta su bloc de notas—. Tres costillas rotas, una hemorragia interna bastante
grave que tardó mucho en controlarse y una mandíbula fracturada. —Él mira
hacia arriba—. Tuvieron que ponerle alambres para cerrarla. Estará chupando
todas sus comidas con una pajita durante al menos un mes.
Una sonrisa sombría se extiende por el rostro de mi padre.
—Nos gustaría hablar con su amigo, señorita Carmichael. ¿El hombre que la
acompañó al hospital? Necesitamos obtener su declaración también—dice la
oficial García.
El miedo me atraviesa como un viento ártico. Si AJ le ha hecho tanto daño a
Eric, ¿se enfrentará a un proceso judicial? Eric me contó sobre el anterior
historial de AJ, sé todo sobre la Three Strikes Law 5y estoy bastante segura de
que lo que ha hecho se considerará agresión agravada. A un oficial de policía,
nada menos…
Desesperada, miro a mi padre.
—Es mi cliente. Necesitaré estar presente cuando se tome su declaración—
dice mi padre sin inmutarse.
Los dos oficiales comparten una mirada.
—Por supuesto. ¿Él está aquí?—dice el oficial Lawrence.
Desde la puerta, una voz dice:
—Él está aquí.
Todos se vuelven. Los oficiales comparten otra mirada, pero yo estoy
mirando a mi padre, conteniendo la respiración.
Para cualquiera que no haya estado antes en presencia de AJ, puede resultar
abrumador. Su tamaño, combinado con su crepitante intensidad, tiende a asustar
a las personas. La forma en que te mira con el ceño fruncido no ayuda.
Y está el asunto de los tatuajes.
Pero mi padre simplemente lo mira con una mirada de intenso escrutinio. No
hay juicio, solo una evaluación feroz y con los ojos entrecerrados, una
recopilación de todos los hechos visuales. Él y AJ se miran el uno al otro durante
lo que parece mucho tiempo.
Entonces mi padre se relaja un poco y hace eso con la cabeza, una
inclinación brusca hacia arriba de la barbilla que nunca le había visto hacer
antes. Parece sospechosamente un saludo de gángster y una aceptación sin
palabras, todo en uno.
O tal vez lo estoy inventando. Probablemente tenga una lesión en la cabeza
además de todo lo demás.
—¿Señor…?—pregunta la oficial García.
—Edwards. —AJ entra en la habitación. Cuando el oficial masculino da un
paso atrás involuntariamente, trato de no sonreír.
—Señor Edwards. Nos gustaría hablar con usted sobre el incidente de
anoche. Su abogado ha solicitado estar presente.
AJ mira a mi padre, luego a mí, luego a los oficiales. Asiente.
—¿Por qué no vamos a la estación de policía y dejamos que la señorita
Carmichael descanse…
—Eso no será necesario. —Mi padre interrumpe al oficial Lawrence con una
mirada mordaz. No estoy segura de lo que está pasando, hasta que agrega—.
Estoy seguro de que el señor Edwards se siente cómodo dando su declaración
aquí mismo.
Entonces lo entiendo. La policía está tratando de separarnos, para ver si
nuestras declaraciones coinciden. O al menos mi padre cree que eso es lo que
está pasando. Si es cierto, los oficiales no dan ninguna indicación de una forma u
otra. Le hacen señas a AJ para que se siente en una de las sillas de plástico de
aspecto incómodo junto a la ventana, pero él opta por estar de pie, anunciando
este hecho quedándose parado y cruzando sus enormes brazos sobre su pecho.
Está claro por su postura y su ceño fruncido que no es un gran admirador de
la policía.
Después de diez minutos de interrogatorio, durante los cuales me hundí más
y más en la cama, el dolor y la fatiga hasta los huesos se apoderaron de cada
recoveco de mi cuerpo, el oficial Lawrence le pregunta a AJ:
—Y después de que dejó a la señorita Carmichael con el vecino y le ordenó
que avisara al 911, ¿qué sucedió?
Mis párpados, que se habían estado cerrando lentamente, se abren de par en
par. Mi corazón comienza a latir con fuerza.
Esta es la parte en la que arrestan a AJ por asalto agravado a un oficial de
policía.
—Entonces reajusté sus expectativas de vivir una vida larga y sin dolor—
dice AJ sin apartar su mirada inquebrantable del oficial Lawrence.
El oficial Lawrence, que claramente no es la bombilla más brillante,
pregunta:
—¿Al vecino?
—No. Al pedazo de escoria que golpeó a mi novia.
La oficial García me envía una mirada comprensiva por encima del hombro.
Respiro un poco mejor al ver esa mirada, pero luego retrocedo a la parte en la
que AJ me llamó su novia y sufro un ataque cardíaco menor.
Mientras tanto, mi padre observa a AJ como un halcón rastreando una
comida. Parece más que un poco aterrador.
—Para que quede claro, estás diciendo que le pegaste. Eres la persona que
infligió el daño físico al oficial Cox que requirió su cirugía de emergencia.
Antes de que AJ pueda responder a la pregunta mi padre interviene.
—Nadie dijo nada por el estilo. Además, el oficial Cox no solo estaba fuera
de servicio en el momento del incidente y vestía de civil, no hay evidencia de
que mi cliente supiera que era un oficial de policía.
La oficial García consulta sus notas.
—Según la señorita Carmichael, el oficial Cox estaba incapacitado cuando
ella salió del apartamento debido a la copiosa aplicación de gas pimienta en su
rostro. —Ella mira a A—. ¿Es eso correcto?
—¿Incapacitado? No. Aún podía formar una oración. Me dijo que me fuera a
la mierda. Después de eso, quedó incapacitado.
Mi padre suspira.
—Está bien. Hemos terminado aquí. Oficiales, muchas gracias. Si tienen más
preguntas, aquí está mi tarjeta. —Saca dos tarjetas de visita del bolsillo del
pecho, se las entrega y abre la palma de la mano hacia la puerta, una clara
indicación de la dirección en la que deben dirigirse.
El oficial Lawrence se da vuelta y sale como un niño obediente. La oficial
García, sin embargo, se queda atrás. Sus agudos ojos marrones nos evalúan a los
tres, no con crueldad, pero tampoco de una manera amistosa. Tengo la sensación
de que está tratando de decidir si dice o no algo de lo que podría arrepentirse.
—Cuando se despierte, es muy posible que el agente Cox quiera presentar
cargos.
—Ese estúpido idiota va a enfrentar tantos cargos que no tendrá tiempo para
pensar en nada más—dice mi padre con calma.
La oficial asiente lentamente, no está molesta en lo más mínimo al escuchar
la descripción poco halagadora de mi padre sobre su compañero de trabajo. Ella
mira a AJ.
—Señor Edwards, me gustaría hablar con su abogado.
AJ lanza una mirada a mi padre, cuyo rostro no refleja nada, ni una pizca de
sorpresa o preocupación. El ex Tommy Two-Time dice con perfecta compostura
y sincera civilidad:
—Por supuesto, oficial García. Cualquier cosa para ayudar a nuestro
excelente departamento de policía.
Un músculo de la mandíbula de AJ se contrae. Por un momento aterrador,
creo que va a estallar, pero entonces veo la depresión fugaz en su mejilla, una
sonrisa perdida inmediatamente reprimida, y me doy cuenta de que mi padre está
siendo sarcástico, AJ lo sabe y la oficial García no.
Dos guisantes en una vaina, pienso, demasiado exhausta y emocionalmente
alterada para decidir cómo me hace sentir eso.
Con una última y penetrante mirada hacia mí, AJ sale de la habitación.
Tan pronto como supera el umbral, la oficial García le dice en voz baja a mi
padre:
—Cuando presente los cargos al jefe, asegúrese de preguntar sobre cualquier
reciente acción disciplinaria a la que el oficial Cox haya estado sujeto.
—¿Significa?
Mi padre está muy, muy interesado en lo que ella está diciendo, pero se lo
está tomando con calma.
—Lo que significa que el jefe podría encontrarlo extremadamente
embarazoso si se hiciera público que él no actuó antes con un oficial que ha
tenido múltiples violaciones al Código de Ética, además de haber fallado una
reciente prueba de alcohol. —Su boca se frunce—. Eso último debería haberlo
hecho ser despedido en el acto.
—¿Por qué no lo hizo?—pregunta mi padre casi con indiferencia.
La boca apretada de la oficial García se tuerce con una sonrisa irónica y
cómplice.
—Debido a que el jefe es tercera generación en la Universidad de Alabama,
el oficial Cox fue uno de los mejores corredores que jamás haya tenido la
universidad y, a diferencia de cualquiera de las mujeres oficiales de la fuerza,
ambos comparten un pequeño órgano sin cerebro responsable de la mayor parte
de su toma de decisiones. Al menos, esa es mi humilde opinión no oficial.
Mi padre la mira con una luz completamente nueva. El respeto asoma a sus
ojos.
—No es que haya compartido eso alguna vez, por supuesto.
Su mirada es abrasadora.
—Por supuesto. Y si alguien sugiere lo contrario, podría recibir una multa de
tráfico todas las semanas por el resto de su vida.
Mi padre levanta las manos.
—Créame, oficial García, hace mucho que dejé de pensar con mi pequeño
órgano sin cerebro.
Su sonrisa regresa.
—He oído eso de usted. —Ella me mira y su rostro se suaviza—. Buena
suerte. Y pruebe un poco de pomada de árnica para los moretones en su cara y
cuello. En mi experiencia, ayuda.
En mi experiencia. Esas palabras me dicen todo lo que necesito saber sobre
porque la oficial García se sintió obligada a compartir la información sobre Eric.
Solo Dios sabe qué causó esa pequeña e irregular cicatriz en su barbilla.
—Muchas gracias—le digo.
Ella asiente y se va. Mi padre la mira con descarada admiración.
—Dios. Si tuviéramos diez más de ella en la fuerza, el crimen se erradicaría
en semanas.
AJ regresa en el momento en que ella se fue. Camina directamente hacia mi
cama y toma mi mano, entrelazando suavemente sus dedos con los míos. Nos
miramos el uno al otro por un momento, luego se vuelve hacia mi padre, que nos
mira desde el otro lado de la habitación.
—La única razón por la que no lo maté es porque sabía que Chloe no querría
que lo hiciera—dice AJ en voz baja.
Mi padre parece sentirse muy satisfecho con esa afirmación, porque su
sonrisa sombría, de arrojar al bastardo a los leones regresa.
—No hemos tenido el placer de ser presentados formalmente. —Atraviesa la
habitación lentamente, extendiendo la mano—. Soy el padre de Chloe, Thomas.
Llámame Tom.
Ellos se dan la mano.
—Encantado de conocerte, Tom. Normalmente no soporto a los abogados
porque son unos codiciosos cabrones, pero tu hija te ama y te admira, así que
debes estar bien—dice AJ solemnemente.
Cierro los ojos. Si alguien hubiera intentado decirme que esta sería la primera
conversación entre AJ y mi padre, y en estas circunstancias, me habría reído
hasta desplomarme.
O tal vez hubiera llorado.
De cualquier manera, está completamente fuera del ámbito de lo que mi
cerebro puede manejar actualmente, así que simplemente me quedo allí como un
calabacín magullado, esperando lo que venga a continuación.
Resulta ser un bufido divertido de mi padre.
—Soy un codicioso cabrón, pero solo porque quiero lo mejor para mi
familia. —Hace una pausa. Cuando habla de nuevo, su tono es tan letal y frío
como el filo de un cuchillo—. No hay nada más importante para mí que ellos.
Abro los ojos para ver a AJ asintiendo lentamente. Como si se hubiera
acordado algo, mi padre asiente con la cabeza también. Acaba de producirse un
entendimiento tácito entre estos dos hombres, y me doy cuenta de que mi padre
puede haber aceptado a AJ como un nuevo integrante de nuestra familia,
mientras que al mismo tiempo amenazaba su vida.
Siento que estoy en una especie de la remake de El Padrino de Tarantino.
Mi padre suelta la mano de AJ y vuelve su atención hacia mí.
—No deberías volver a tu apartamento.
—De acuerdo.
Mi padre continúa como si AJ no acabara de hablar.
—Vendrás a casa conmigo...
—No. —Mi voz es lo suficientemente firme como para que mi padre se
detenga.
—Está bien. Te reservaré una suite en el Four Seasons…
—No.
Mi padre se muerde el interior de la mejilla como lo hace cuando está
frustrado, pero tratando de no mostrarlo.
—Bien, el L'Ermitage, entonces. Es pequeño y muy privado…
—No me voy a quedar en un hotel, papá.
Él se eriza.
—¡No vas a volver a tu apartamento!
—Puedo quedarme con Grace por unos días.
—Puede que sean necesarios más de unos días para obtener la orden de
restricción, Chloe Anne, ¡y no voy a correr ningún riesgo con tu seguridad! Te
quedarás con tu madre y conmigo, o en un hotel. Esas son tus elecciones.
—Hay otra alternativa.
Sorprendidos por la interrupción, mi padre y yo miramos a AJ. Él nos habla a
los dos, pero solo me mira a mí. Y sus ojos… Dios mío, sus ojos son tan
profundos y oscuros que no tienen fin.
—¿Cuál es?—le pregunta mi padre.
—Chloe puede quedarse conmigo.
La habitación se vuelve negra. Mi padre desaparece. Solo estamos AJ y yo,
nuestros ojos trabados, mi corazón tamborileando con un ritmo loco.
—Sí, por favor—susurro.
Mi padre nos mira a uno y a otro, pero no puedo apartar la mirada de la de
AJ. Incluso si quisiera, no puedo. Porque todo lo que nunca supe que necesitaba
está ahí, mirándome.
—Eric o uno de sus compañeros de la fuerza pueden averiguar fácilmente
dónde vives—dice mi padre.
—No, no pueden. El título de propiedad y todos los servicios públicos están
en un fideicomiso, que no tiene mi nombre. El lugar está fuera de los caminos
trillados. Y solo tres personas además de mí conocen la dirección. —Mientras
me mira, una sonrisa levanta los labios de AJ—. Cuatro personas.
Cuando mi padre duda, mi corazón se dispara. Ésta es una posibilidad. Esto
podría suceder. Podría estar dejando esta cama de hospital antiséptica y con olor
agrio por otra, peligrosa y emocionante, escondida en una habitación a la luz de
las velas en un hotel abandonado en lo alto de las colinas. El monitor de latidos
al lado de mi cama se vuelve loco.
Sin apartar la mirada de mí, AJ se acerca y presiona un botón sin marcar en
el costado de la pequeña caja verde, apagando el sonido.
—Estoy totalmente fuera de la red, Tom. El lugar más seguro en el que puede
estar es conmigo—dice. Finalmente rompe nuestras miradas para mirar a mi
padre—. Y si de alguna manera sucediera lo imposible y ese bastardo averiguara
dónde vivo y apareciera allí… nunca lo volverían a ver.
La convicción total en la voz de AJ, la voluntad descarada y sin
remordimientos de matar para protegerme, es lo que finalmente cierra el trato.
Satisfecho, Tommy Two-Time asiente. Cuando me mira, el gángster se ha
desvanecido y mi amado padre ha regresado, el brillo cauteloso ya se borró de
sus ojos.
—Vas a llamarme todos los días, Chloe Anne. Sin excepciones.
Latido, latido, ruido sordo, así late mi corazón.
—Lo haré...
—Y si sucede algo fuera de lo común, ves un automóvil extraño
merodeando, el tipo de la electricidad aparece para una reparación de la línea no
programada, escuchas algunos clics extraños en tu teléfono, dímelo de
inmediato. Eric podría estar fuera de servicio durante algunas semanas, pero sus
amigos no lo están. Seguramente habrá al menos algunos de ellos que querrán
vengarse en su nombre. Los policías no se toman bien cuando uno de los suyos
consigue que le pateen el culo en bandeja.
Trago, incapaz de responder porque el miedo me ha congelado la lengua. Esa
es una posibilidad que nunca he considerado. ¿Viviré con una nube oscura de
paranoia sobre mi cabeza de ahora en adelante, mirando por encima del hombro,
sospechando de cada extraño en la calle?
—No te preocupes. —Hay un tono en la voz de AJ—. Tengo algunos trucos
propios bajo la manga. Cualquiera que tenga algunas ideas tontas sobre la
venganza se llevará la sorpresa de su puta vida.
Puedo decir que a mi padre le gusta AJ cada vez más con cada palabra que
sale de su boca. Todo este incidente es tan extraño que creo que hay una gran
posibilidad de que esté alucinando todo, drogada y soñando.
El doctor Mendelsohn entra en la habitación, con un portapapeles en la
mano. Tiene sesenta años, usa gafas, está calvo como una bola blanca y frunce el
ceño.
—Thomas, es bueno verte. ¡Chloe, Dios mío, tu cara! ¿Consiguieron que el
doctor Frankenstein te cosiera? Dios, estos cirujanos corporativos son
carniceros.
No muy alarmada porque el doctor Mendelsohn es tan neurótico como mi
madre cuando se trata de asuntos de salud, simplemente niego con la cabeza.
Luego se da cuenta de que AJ está parado allí y lo mira dos veces de una manera
que es caricaturesca en su exageración. Con las cejas levantadas, mira a mi
padre.
—¡Ponte manos a la obra, Mendelsohn! No te pago quinientos mil al año por
quedarte boquiabierto—le dice bruscamente mi padre.
Una hora más tarde, reexaminada y juzgada lo suficientemente estable como
para irme, me dan de alta del hospital al cuidado de AJ.

Capítulo 22

En el coche de alquiler que AJ recogió mientras el doctor Mendelsohn me
examinaba, me siento acurrucada en el asiento del pasajero, parpadeando ante la
brillante luz de la mañana. Estoy nadando en la sudadera con capucha de AJ,
envuelta en su aroma. Mi chaqueta de punto fue destruida en mi pelea con Eric,
y como no tenía otra ropa en el hospital, AJ me entregó su sudadera con capucha
sin decir una palabra cuando llegó el momento de vestirme.
Afortunadamente, llevaba una chaqueta de cuero encima, así que él también
tiene algo con lo que dejar el hospital.
Estoy tratando de no pensar en el hecho de que su pecho está desnudo debajo
del cuero. Honestamente, estoy tratando de no pensar mucho en absoluto, porque
si lo hago, probablemente mi cabeza estalle.
He visto mi cara, tuve un vislumbre en el espejo del baño mientras me vestía,
y no es bonita. Mi ojo está hinchado, hematomas lívidos de color púrpura y
negro han florecido en mi mejilla, mandíbula y sien, y el doctor Mendelsohn
tenía algo de razón cuando preguntó si Frankenstein me hizo los puntos de
sutura en la mejilla. Son negros, de tamaño irregular, serpenteando unos
centímetros por la cresta de mi pómulo. Mi padre prometió que programaría una
consulta con un cirujano plástico, pero no puedo pensar en nada más allá de este
momento.
No me atrevo.
Nos detenemos en la valla de tela metálica oxidada que divide el camino de
tierra que conduce a la casa de AJ. Él se baja del coche, la desbloquea y la
empuja para abrirla. Vuelve y pasa con el vehículo, entonces se vuelve a bajar y
la cierra con llave detrás de nosotros.
Noto que el agujero en el lado izquierdo de la cerca ha sido reparado. La
brillante bobina de alambre de púas que lo remata también es nueva. Me
pregunto si ha arreglado la cerca el día después de que yo apareciera aquí sin
anunciarme, pero decido no preguntar. Hay una cantidad limitada de realidad
que puedo asumir en este momento.
AJ estaciona el coche de alquiler detrás del hotel y por un momento me
olvido de todo.
Montones de hojas marrones decoran el fondo agrietado de una piscina
cavernosa y vacía. Las malas hierbas han atravesado las baldosas descoloridas de
dos enormes fuentes de mosaico que la flanquean. Un increíble y grueso cenador
de glicinas moradas decora los restos desmoronados de una arcada de mármol
que recorre la parte trasera de la propiedad, curvándose en un enorme
semicírculo desde los extremos este y oeste del edificio para encerrar la piscina y
los jardines formales, que ahora no son más que una maraña de arbustos nativos
y rosas silvestres.
Al otro lado de la piscina se agrupan mesas y sillas elaboradas y anticuadas
de hierro forjado parcialmente consumidas por las enredaderas trepadoras. Las
estatuas derribadas, verdes de musgo, están siendo reclamadas por la tierra. Una
familia de ciervos mastica tiernos brotes de hierba en un parche de terreno
moteado por luz solar, ajenos a nuestra presencia.
A pesar de las suaves ruinas del hotel y su evidente abandono, no lo
encuentro tan espeluznante como cuando vine por primera vez. Ahora puedo ver
que todo está impregnado de una sensación de magia abandonada y olvidada,
como si las solitarias hadas del bosque habitaran los jardines salvajes y las
habitaciones vacías, esperando a que alguien las invitara a salir a jugar.
Este lugar, pienso. Este lugar está encantado.
AJ me atrapa mirando. Mira a su alrededor, siguiendo mi mirada.
—Lo compré porque se ve como me siento.
Intento descifrar su expresión, el tono hueco de su voz.
—¿Solo?
Él niega con la cabeza.
—Corroído. En declive.
Mi corazón se acelera. Extiendo la mano y tomo la de él. Ante mi toque, se
vuelve hacia mí, sorprendido.
—No está corroído. Es hermoso. Está encantado.
Me mira un largo y silencioso momento.
—Sí. Encantado—asiente en un murmullo, y no creo que esté hablando de su
hotel. Me sonrojo y miro nuestros dedos entrelazados.
Él carraspea.
—Pasaré por tu casa y te traeré algo de ropa más tarde. Y cualquier otra cosa
que necesites. Solo hazme una lista. Ahora mismo necesitas descansar.
—Necesito llamar a las chicas. Hacerles saber a Grace y Kat…
—Ya lo hice. Les dije que te quedarás conmigo y que las llamarás todos los
días. Y también llamé a tu tienda. No esperan que vuelvas hasta dentro de una
semana.
Su voz es ronca. Cuando lo miro, me mira con ojos entrecerrados.
—¿Una semana?—repito.
Asiente.
Una semana. A solas con AJ durante una semana. Pienso en ello,
considerando lo que hay que hacer en el trabajo, calculando rápidamente si
puedo tomarme tanto tiempo libre. Nunca me había tomado tanto tiempo libre.
Pero la tentación de estar con él es demasiado grande. Finalmente, solo
asiento con la cabeza, porque la fatiga realmente está empezando a golpearme y
ya casi no puedo pensar. He estado despierta toda la noche, estoy dolorida como
el infierno y parece que perdí una pelea de peso pesado de doce asaltos.
Pero no lo hice; la gané. Me escapé. Podría haber sido mucho peor y sé que
tengo suerte. Mientras la adrenalina del recuerdo de lo sucedido inunda mis
venas, mis manos comienzan a temblar. Todavía no lo puedo creer. ¿Cómo pudo
Eric haberme hecho eso? ¿Cómo pude haberlo juzgado tan mal? ¿Cómo puedo
volver a confiar en mí misma para a tomar una buena decisión?
—Oye.
Miro hacia arriba para encontrar a AJ mirándome con fuego en sus ojos
ámbar. Toma mi barbilla en su mano.
—No vayas allí. No es tu culpa. No hiciste nada malo.
—Grace trató de advertirme. No escuché.
Sus dedos aprietan mi barbilla.
—No. Hiciste. Nada. Incorrecto.
Su tono deja en claro que no lo dejará pasar hasta que esté de acuerdo con él.
Asiento con la cabeza, hasta que recuerdo que Grace también me advirtió contra
AJ, y me siento miserable de nuevo. Pongo mi cara entre mis manos.
AJ sale del coche y abre la puerta tan rápido que me da vueltas la cabeza. Me
levanta en sus brazos y patea la puerta para cerrarla detrás de él. Besa la parte
superior de mi cabeza.
—Está bien, Princesa. Me estás poniendo nervioso. Es hora de que te vayas a
dormir.
Enrollo mis brazos alrededor de su cuello mientras camina hacia las puertas
traseras del hotel. Se inclina para que pueda girar la perilla para abrir la puerta,
luego se endereza y pasa, con cuidado de no empujarme o golpearme la cabeza
contra el marco de la puerta. Creo que vamos a tomar un ascensor, pero AJ me
lleva en sus brazos por una escalera trasera hasta el segundo piso. Ni siquiera
comienza a sudar.
Descanso mi cabeza contra su hombro mientras deambula por el largo pasillo
hacia su habitación.
—Esto es muy impresionante. Debes ejercitarte con pesas realmente pesados.
—Cariño, eres el peso más ligero que he cargado.
Este hombre habla con acertijos. Es un acertijo. Dice una cosa y quiere decir
otra. Quiere una cosa y se permite otra. Hay mucha luz en él, pero es muy
oscuro.
Y me estoy enamorando de él. Lo sé. Lo siento. Lo quiero, pero porque sé
que no habrá felices para siempre en este cuento de hadas, no lo quiero. Si me
permito enamorarme de él, ya no creo que solo dolerá, como les dije a Grace y
Kat. Creo que será mucho peor que eso. Creo que la caída podría romperme.
Creo que AJ podría haber tenido razón en esto todo el tiempo.
Aún así, no le pido que se detenga. No le pido que se dé la vuelta y me lleve
a la casa de mis padres, ni a un hotel. Le permito que me acune en sus brazos,
me lleve a su habitación y me acueste suavemente en el colchón en el suelo que
él llama cama. Lo miro con los ojos muy abiertos, sin saber qué hacer a
continuación.
Sin otra palabra, me quita los zapatos. Me arropa con una manta, acomoda la
almohada debajo de mi cabeza. Se endereza, entra en la pequeña cocina
adyacente a la sala principal, me prepara una taza de té de hierbas con miel y me
mira fijamente mientras lo bebo, apoyada sobre mi codo. Cuando termino, silba.
Desde el fondo del pasillo escucho el sonido de pequeñas uñas rascando contra
la alfombra.
Bella se asoma más allá de la puerta, retorciéndose y ladrando felizmente
cuando ve a AJ.
—Vamos, nena. Ven a ayudar a Chloe a mejorarse. —Él se arrodilla con las
manos extendidas. Bella corre hacia él con su adorable e incómodo paso de tres
piernas. La abraza y la besa, luego la pone a mi lado, animándola gentilmente
con cariño y murmullos para que se acurruque contra mí. De mala gana, ella lo
hace.
Sus ojos son del marrón líquido más asombroso. Me tiene un poco de miedo,
pero como AJ le ha dicho que está bien, me deja acariciar su cabeza, su cuerpito
suave y cálido. Cuando una sensación de paz comienza a reemplazar la ansiedad,
bostezo con los ojos caídos. Bella lame mi barbilla.
—No tengo suficiente comida aquí. Necesito ir a la tienda.
—¡Aún no! —Mis párpados se abren de golpe. Me asusta la idea de que se
vaya—. Por favor, no me dejes todavía. No creo que pueda estar sola en este
momento.
AJ se arrodilla junto al colchón. Pasa una mano por mi cabello.
—Nunca volverás a estar sola, Chloe, no si no quieres. ¿Ok?—murmura.
Entonces me mira, realmente me mira, dejándome ver la emoción en sus ojos.
Escucho lo que está diciendo, lo que está preguntando y mi visión se vuelve
borrosa. Toda mi energía se dedica a tratar de no llorar desagradablemente.
—Ok.
AJ se inclina y me besa. Es tierno y hermoso, el beso más suave y dulce que
he tenido. Cuando se aleja, tengo que esconder el rostro en la almohada para que
no vea mis lágrimas.
Se pone de pie y vuelve a entrar en la cocina. Creo que me está dando mi
espacio. O tal vez necesite su propio espacio. Porque lo que está sucediendo
entre nosotros es enorme y está sucediendo rápido.
Dejo escapar un suspiro, me acurruco más cerca de Bella y alejo toda la
preocupación. Sé que puedo preocuparme tanto como quiera cuando me
despierte. Ahora mismo, estoy exhausta. Necesito un escape del huracán de
categoría 5 que aúlla dentro de mi mente.
En minutos, me quedo dormida.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, es temprano en la noche. El sol se ha puesto
detrás de las colinas y la habitación está llena de sombras suaves. Una ópera
suena bajo en el estéreo. Cálidos charcos de luz parpadeante bailan alrededor de
los grupos de velas encendidas que se acumulan en los alféizares de las ventanas,
agrupadas alrededor del suelo. Bella se ha ido.
No llevo reloj y no hay reloj en la habitación, así que no puedo decir la hora
exacta, pero a juzgar por la luz, supongo que son las seis en punto. He dormido
todo el día. Mi garganta está en carne viva y pica. Me late la cabeza. Necesito
usar el baño.
—¿AJ?
No hay respuesta. Me pongo de pie, gimiendo por la rigidez de mis
músculos, y me estiro. Mi mejilla se siente caliente y apretada alrededor de las
puntadas; debería ponerle hielo. Me muevo lentamente de la cama a la cocina,
esperando encontrar a AJ escondido en algún rincón.
Él no está ahí.
Trato de no asustarme, pensando que probablemente llevará a Bella a orinar o
algo así. Encuentro hielo en el congelador, lo envuelvo en una toalla de papel y
lo aprieto contra mi cara. Entonces escucho un sonido bajo desde el baño. Ladeo
la cabeza, frunciendo el ceño.
Vuelve el débil sonido.
Siento un hormigueo en la piel de la nuca, bajo el hielo y me dirijo hacia la
puerta cerrada del baño. Me quedo ahí un momento, escuchando.
—¿AJ? ¿Estás bien?
Nuevamente, no hay respuesta. Pero mi intuición está gritando que algo anda
mal, así que golpeo ligeramente, llamándolo por su nombre de nuevo.
—Estoy bien.
En su voz escucho una emoción irreconocible que me pone la piel de gallina.
—Voy a entrar—digo con el corazón en la garganta. No le doy mucho tiempo
antes de abrir la puerta.
Y ahí está parado en el lavabo del baño, en nada más que vaqueros
descoloridos. Se mira a sí mismo en el espejo.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurre?
Sigue mirándose a sí mismo, como si no pudiera apartar los ojos de su
reflejo.
—No lo reconozco.
Se refiere al hombre que lo mira en el espejo. Tengo una sensación de
malestar en el estómago.
—No entiendo lo que quieres decir.
—Míralo. Míralo a los ojos, Chloe.
Ahora tengo mucho miedo. ¿Qué demonios está pasando?
—Están felices—dice AJ asombrado justo cuando estoy a punto de
preguntar. Se aparta lentamente del espejo y me mira—. Mis ojos están felices.
Y lo están. Están brillando intensamente, es como si estuvieran iluminados
desde adentro.
Se aleja lentamente del lavabo como en un sueño. Toma mi cara entre sus
manos, mirándome con atónita incredulidad.
—Sé que está mal… que lo sienta… cuando has sido herida, cuando estás tan
herida, pero tenerte aquí conmigo, tenerte durmiendo en la otra habitación…
Estaba en la cocina y este sentimiento se apoderó de mí, y me asustó tanto
porque no sabía qué era, y cuando entré al baño y me vi me di cuenta que… es
felicidad. Creo que lo es, quiero decir. Realmente no recuerdo cómo se siente.
Dejo caer el hielo y envuelvo mis brazos alrededor de su cintura,
poniéndome de puntillas. Lo beso suavemente en la boca.
—Bienvenido de nuevo a la raza humana, príncipe azul. Te hemos echado de
menos aquí.
Una sonrisa se extiende por su rostro. Es desgarradoramente hermoso.
—Ángel—susurra. Y sus labios encuentran los míos.
El beso comienza suave, pero en segundos se vuelve violentamente
apasionado. Estamos desesperadamente hambrientos el uno del otro, apegados y
voraces. Sus dientes hacen que sangre al presionar mi labio inferior. Cuando
hago un pequeño sonido en mi garganta, él retrocede y ve la mancha roja en mi
boca. Se tensa, su expresión es dolorida.
—¡Mierda! Lo siento mucho…
—No lo hagas. Es el mejor dolor que he sentido en mi vida.
Está consternado, pero también excitado, y no puede decidir si sonreír o
fruncir el ceño. Así que decido por él. Busco entre sus piernas y agarro el bulto
palpitante en sus vaqueros.
Él gime.
—No. Estás herida.
—Cállate. —Lo acaricio, ignorando sus protestas. Cuando no me detiene,
alcanzo su cremallera.
De la misma manera que me destripó con humillación la noche en mi
dormitorio, me agarra de las muñecas y me ordena:
—Detente.
Su rostro está enrojecido. Sus ojos están calientes. Sé que no quiere que me
detenga.
—Ya hemos pasado por esto, AJ.
Sus ojos se cierran brevemente.
—Quiero decir, no así. No cuando estás herida. Ahora no.
A pesar de lo que parece ser un impulso inevitable que nos lleva a consumar
finalmente nuestra relación para convertirnos en verdaderos amantes en todos los
sentidos de la palabra, sufro un momento de espantosa inseguridad.
—¿Pero tú quieres?
Libera mis muñecas para acunar mi cara una vez más. Acaricia mis mejillas
calientes con los pulgares, bordeando cuidadosamente el área con las puntadas.
—Dulce ángel, te he deseado desde la primera vez que te escuché cantar—
susurra.
Eso me detiene en seco.
—Um… ¿qué?
Me rodea con los brazos y apoya la frente en mi hombro. Su corazón late a
un ritmo constante contra mis pechos.
—Te escuché cantar un día. Hace nueve meses, para ser exactos. El día que
Nico y yo entramos por primera vez en tu tienda a comprar flores para Kat.
Nunca lo olvidaré, no importa cuánto tiempo viva.
Vuelve su rostro hacia mi cuello. Contengo la respiración, sintiendo que lo
que está a punto de decirme podría explicarlo todo. O al menos arrojar algo de
luz sobre el misterio que es Alex James Edwards.
—Entré primero a la tienda. Nico todavía estaba hablando con Barney en el
coche, pero yo había estado trabajando en el estudio todo el día y no podía
soportar ni un segundo más de estar encerrado. Y tan pronto como abrí la puerta
y entré, escuché tu voz. No sabía que eras tú, pero escuché a esta mujer cantar
para sí misma en algún lugar fuera de la vista. Pensé que moriría allí mismo,
junto al estante de tarjetas Hallmark, de pura felicidad.
Cuando me mira, sus ojos son infinitos, llenos de lo que solo puedo describir
como amor.
—Tu voz, Chloe. Los colores de tu voz son como… joder... el cielo. —
Empieza a cantar la letra de una canción de Journey, una que reconozco al
instante.
—Don't Stop Believing—digo, atónita—. Es una de mis canciones favoritas.
Se ríe, pero está ahogado por la emoción.
—Tú y tu maldito rock de los ochenta. Eso es lo que estabas cantando.
También alcanzabas todas las notas altas, las duras, sin perder el ritmo. Y fue
como el 4 de Julio, un espectáculo de láser en Las Vegas y la aurora boreal, todo
en uno. Estaba cegado. Congelado. No podía moverme. Nunca había escuchado
ni visto nada tan hermoso. Sin oclusiones o roturas, sin grietas o bamboleos,
simple pura perfección, sin esfuerzo, rodeándome por todos lados, lloviendo
sobre mí como una lluvia de joyas preciosas.
De repente, estoy llorando. Las lágrimas corren sin control por mis mejillas,
haciendo picar las puntadas.
—Entonces, ¿por qué actuaste como si me odiaras tanto? Si pensabas que era
tan hermosa, ¿por qué siempre me gruñías y me alejabas? ¿Por qué me dijiste
que te hacía querer morir?
Los ojos de AJ son tan suaves que me rompe el corazón.
—¿Recuerdas el famoso dicho de Jacques Cousteau?
Asiento, sollozando.
—Es por eso. Porque para un hombre como yo, la criatura más bella y
peligrosa de todas es el amor. Me enamoré de ti sin verte, solo por el sonido de
tu voz, y sabía qué si no hacía que me odiaras, haría la cosa más egoísta del
mundo y trataría de hacerte mía.
Lo estoy besando de nuevo; no puedo evitarlo. Como respirar, es un reflejo
automático. Necesito saborearlo, sentirlo, comunicar sin palabras lo que me
hace. Cuánto me importa.
—Ángel. Ángel. —Lo murmura una y otra vez mientras beso su rostro, sus
párpados, sus labios. No soy particularmente religiosa, pero siento que ésta es
una forma de comunión. Este momento es sagrado y no quiero que termine
nunca.
Aunque lo hace. AJ me agarra por los hombros, empujándome suavemente.
—Tienes que volver a la cama.
Asiento con entusiasmo.
—Sí, lo haré. Lo haremos.
Su risa es suave e indulgente. Limpia la humedad de mis mejillas con los
dedos.
—Tranquila, asesina. Una cosa a la vez. Duerme, come, duerme más,
después hablaremos. Y después... ya veremos.
—¡Me acabo de despertar de doce horas de sueño!
Presiona su pulgar contra las líneas de expresión entre mis cejas,
suavizándolas.
—Lo cual fue la instrucción número uno. La número dos fue comer.
Como si fuera una señal, mi estómago gruñe.
AJ sonríe triunfalmente.
—¿Te gustan los panqueques?
—¿Panqueques? ¡Es hora de la cena!
Sacude la cabeza, los rabillos de los ojos se arrugan.
—Sí, pero eso es todo lo que sé cocinar, así que eso es lo que obtienes.
Pongo los ojos en blanco.
—Ok. Panqueques. Luego dormir de nuevo, luego la otra cosa. ¿De acuerdo?
—¿La otra cosa? —Él me sonríe.
—Sí, hablar Esa fue la instrucción número cuatro, ¿verdad? —digo
inocentemente.
Me toma en sus enormes brazos. Lo miro, enamorándome, enamorándome,
enamorándome.
—¿Vas a seguir todas mis instrucciones de ahora en adelante, princesa?—
pregunta Aj con voz ronca.
—Diría que sí, pero ambos sabemos que estaría mintiendo.
Él acaricia mi cuello.
—¿Qué tal solo por una semana?
Hay algo en su voz, una especie de necesidad oscura que me hace quedarme
quieta.
—¿Quieres que haga lo que me digas durante una semana?
Levanta la cabeza y me mira. El deseo en sus ojos me dice que la respuesta
es sí.
—¿Por qué?
Lucha por encontrar las palabras.
—Porque necesito tener el control de esto.
—¿De mí, quieres decir?
—No, bebé. De esto. De lo que está pasando aquí. Tengo que tener el control
de ello, para que cuando termine la semana y te vayas…
No termina su pensamiento, pero creo que lo entiendo. Esto tiene que ser en
sus términos. Para que cuando ambos volvamos a la vida real, él pueda seguir sin
mí.
Mi corazón da un salto fuera de mi pecho. Lo miro a los ojos, finalmente
comprendiendo por qué está revelando todo esto, por qué me trajo aquí en
primer lugar.
—Esto es todo lo que voy a conseguir, ¿verdad? Esta semana contigo. Eso es
todo lo que habrá.
Él traga saliva.
—Contéstame, AJ. ¿Eso es lo que quieres decir? ¿Es eso lo que tú deseas?
—Lo que deseo es despertar a tu lado todos los días por el resto de mi vida,
ángel. Pero ya te dije que esto no terminaría bien. Ya te dije que te haría daño. Y
dijiste que estarías dispuesta a tomar solo una noche, así que creo que seis días
más es un buen trato.
Oh, Dios, el dolor. Es como fuego. Es como si me estuvieran quemando viva,
de adentro hacia afuera.
Lo empujo lejos.
—¡Me acabas de decir que estabas enamorado de mí! ¡Me acabas de decir
que eras feliz! ¡Dijiste que nunca más tendría que estar sola! ¿Qué demonios está
mal contigo?—grito con la cara roja.
—Todo, cariño. Todo está mal conmigo.
La mirada que me lanza congela toda mi rabia. Hay algo tan muerto en sus
ojos en este momento, algo tan insoportablemente sombrío. Lo que sea que no
me esté diciendo sobre sí mismo, que es prácticamente todo, es malo.
—¿Qué significa eso?
Silencio.
—¿Qué estás escondiendo? ¿Cuál es tu gran secreto, AJ? ¿Por qué no me
dejas entrar del todo? ¿No confías en mí?
—Confío en ti. No confío en mí.
Una no respuesta si alguna vez hubo una. Ahora estoy enojada de nuevo.
—¿Eres un asesino en serie?
—No.
—¿Un agente encubierto del FBI?
—No.
—¿Un traficante de drogas? ¿Un líder de cártel? ¿El jefe de una red
internacional de prostitución?
Él hace una mueca.
—No.
—¿Entonces qué? ¿Por qué te escondes de las cámaras, AJ? ¿Por qué vives
aquí solo, así? ¿Por qué me traes aquí y me haces esperar que me darás todo lo
que quiero que me des y luego me quites la alfombra de debajo de los pies?
Con una voz que suena a cascajo, dice:
—Me escondo porque me da vergüenza. Estoy solo porque tengo que estarlo.
Y te traje aquí porque me estaba volviendo loco sin ti, y puede que no sea lo
suficientemente egoísta como para intentar hacerte mía permanentemente, pero
tampoco soy lo suficientemente fuerte como para alejarme de ti. Entonces
podemos tener una semana, o no podemos tener nada. La decisión es tuya.
Eso es todo lo que me da. Me mira fijamente, con el rostro cerrado. No
puedo leer nada en sus ojos. Instintivamente, sé que podríamos seguir así durante
horas. De ida y vuelta, preguntas que no llevan a ninguna parte, haciendo girar
inútilmente las ruedas de mi mente. Necesito decidir ahora mismo si me voy o
no, si estoy dispuesta a aceptar todo esto en sus términos.
Respiro profundamente, cierro los ojos, cuento hasta diez para tratar de
controlar mi respiración entrecortada.
—¿Y qué obtengo de todo esto, AJ? ¿Qué gano yo, excepto el corazón roto?
La máscara de dureza desaparece de su rostro y sus ojos brillan de emoción.
Me empuja contra su pecho. Acuna mi cara entre sus manos. Me besa,
profundamente, con todo lo que tiene. Cuando se aleja, me quedo sin aliento,
aferrada a sus brazos para no derrumbarme a sus pies.
Mirándome a los ojos, dice en voz baja:
—Déjame amarte, Chloe. Déjame amarte como necesitas ser amada. No será
para siempre, pero será lo mejor que cualquiera de nosotros haya tenido. Lo sé.
Será suficiente para que nos dure el resto de nuestras vidas.
Trago un sollozo. Les había dicho a Kat y Grace casi lo mismo, que lo que él
me había dado hasta ahora sería suficiente para los próximos cincuenta años. Y
lo dije en serio. Y le había dicho antes que sería feliz con solo una noche, y
también lo decía en serio.
Pero quiero mucho más. Lo quiero todo de él. Sin límites, sin secretos, sin
mentiras. Si no puedo tener eso, ¿me satisfarán siete días sin respuestas?
No. No me satisfarán. Pero mientras lo miro, cuando veo toda la emoción, la
necesidad y el anhelo reflejados en sus ojos, me doy cuenta de que será
suficiente.
Él es suficiente para mí. Por una noche o una semana o cualquier otra medida
de tiempo, es suficiente. Lo siento hasta la médula de mis huesos. Y aunque es
una locura, me siento afortunada. En vidas enteras, algunas personas ni siquiera
entienden esto. Algunas personas nunca conocerán la alegría de esta cosa
pequeña, enorme, sencilla y ridículamente complicada:
El amor.
Descanso mi cabeza en su pecho. Lanzo un suspiro profundo y resignado.
Tomo la decisión consciente de dejar ir todo, todas las expectativas, todas las
frustraciones, todas las preguntas que estaba tan desesperada por hacer. Dejo que
todo se deslice entre mis dedos y se desvanezca.
Con la voz más firme que puedo manejar, digo:
—Si voy a comer panqueques durante la próxima semana, novio, será mejor
que sean geniales o en serio te patearé el culo.
Toda la tensión desaparece del cuerpo de AJ. Me abraza con tanta fuerza que
me cuesta recuperar el aliento.
—Honestamente, cariño, son una mierda—me dice.
Se ríe. Es como un sonido que hace un doliente en un funeral.
Dios, esto va a doler.

Capítulo 23

He visto dormir a cientos de mujeres. Solas o en grupos de dos o de tres o
decenas de personas, con almohadas de raso o sábanas hechas a la medida, o
temblando en habitaciones heladas bajo trapos sucios y rotos.
Nadie se ha parecido nunca a Chloe. Nada en esta tierra es más hermoso que
ella.
Duerme boca abajo como una niña, con los brazos extendidos a los lados, las
piernas abiertas y el rostro hundido en la almohada. Iluminada por un rayo de
luna desde la ventana, su cabello es un destello brillante de platino y oro,
desordenado alrededor de sus hombros, y me estoy volviendo loco de deseo y
odio hacia mí mismo.
¿Qué diablos estoy haciendo? Éste no era el plan. Pero tenía que tenerla
conmigo. Tenía que mantenerla a salvo. Incluso cuando todo esto termine, me
aseguraré de que esté a salvo para siempre.
Cierro los ojos y presiono la base de mis manos en las cuencas de mis ojos.
Llorar, algo que no he hecho desde que tenía diez años, es tan fácil como respirar
ahora. Todas estas lágrimas acumuladas, están tan ansiosas por caer ahora.
Tengo que luchar para evitar que vengan. Cada vez que ella me mira con esos
ojos suyos, tengo que luchar para no derrumbarme y contarle todo.
Si lo hiciera, huiría lo más rápido que pudiera. Así que mantengo la boca
cerrada. Y me quedo con ella.
Le dije que no era egoísta, pero mentí. Soy el bastardo más egoísta que jamás
haya existido. Pronto lo sabrá. Y me odiará, como me merezco.
Mi ángel murmura incoherentemente mientras duerme. Acaricio su espalda y
ella se acomoda, suspirando, enterrándose más en la almohada. Cuando presiono
un beso en su sien, murmura mi nombre. Es como mil puntas de lanza
atravesando mi corazón.
¿Quién iba a imaginar que el amor sería una miseria tan absoluta y jodida?

Capítulo 24

Pasamos la primera noche juntos en un silencio casi total.
Después de que decidí quedarme, AJ me hizo esos panqueques. No eran “una
mierda”, como los describió tan elocuentemente; estuvieron increíbles. Aún más
sorprendente fue su insistencia en dármelos, bocado por esponjoso bocado.
Parecía realmente extraño al principio, pero, en el espíritu de “seguirás mis
órdenes” que habíamos acordado, lo dejé. Después dejé que me preparara un
baño caliente en la bañera gigante con patas, me metió en ella y me lavó el
cabello, junto con todas las demás partes de mi cuerpo. Hablaba en serio
mientras lo hacía, un poco distante, sus manos gentiles, sin evitar ningún lugar,
sin embargo, podía decir que su toque no estaba destinado a ser excitante.
Por supuesto que fue excitante, pero no lo dije. Bueno, hubo un pequeño
gemido que se me escapó cuando pasó la pastilla de jabón entre mis piernas,
pero ambos fingimos que no lo había hecho. También fingimos no notar el
enorme bulto que levantaba la bragueta de sus vaqueros.
Me secó. Me vistió con una de sus camisetas y un par de sudaderas
remangadas hasta los tobillos. Me peinó y me puso Neosporin en la mejilla,
después me besó suavemente y me volvió a meter en la cama. Cuando fue a la
cocina a prepararme té, me quité la ropa que acababa de ponerme y actué
inocente cuando regresó y se detuve en seco, frunciendo el ceño.
Mi estratagema no funcionó. Ignoró mi desnudez, me ordenó tomar el té y se
metió en la cama a mi lado sin quitarse los vaqueros.
Aparentemente, si finalmente teníamos relaciones sexuales, también era una
decisión suya. Nos quedamos dormidos en nuestro habitual abrazo de cuchara.
Por la mañana, hubo más panqueques. Después de una inspección de los
puntos, hubo más Neosporin en mi mejilla. Como me sentía un poco más segura
y pensaba que podía estar sola, AJ fue a mi casa a buscar mi ropa y algunas otras
cosas que le había pedido, y a comprar comida, mientras yo me ocupaba
husmeando en su habitación, tratando de encontrar algo que me diera una pista
sobre él.
Esto es lo que encontré… nada.
Su armario tiene solo pares idénticos de vaqueros, botas, chaquetas y
sudaderas con capucha, la mayoría de los artículos eran negros a excepción de
los vaqueros y una cazadora de cuero marrón. Su tocador contiene calcetines,
ropa interior y camisetas, cuidadosamente doblados en pilas. El botiquín del
baño es como el de cualquier otra persona. No hay un cajón de basura en la
cocina, ni álbumes de fotos en una estantería, ni recuerdos de viajes realizados,
ni recibos, ni correo, ni directorio telefónico y, por supuesto, no hay teléfono ni
computadora para intentar piratear.
Podría ser cualquiera o nadie. Es como si fuera un fantasma.
Lo único de interés es su colección de CD. Tiene todos los géneros de
música, desde ópera a reggae, country, jazz, desde rock clásico al punk y al
heavy metal, organizados en secciones y ordenados alfabéticamente por artista.
La ópera es, con mucho, la sección más importante, seguida del jazz. Bandas y
músicos de los que nunca había oído hablar ocupan una buena parte. Pienso en
mostrarle un iPod para que pueda llevar su música mientras viaja, pero luego me
pregunto si siquiera tiene una tarjeta de crédito para comprar música. Dudo que
esté interesado en algo que rastree su historial de compras y gastos.
Estoy totalmente fuera de la red, él le dijo a mi padre. Mirar alrededor de su
casa realmente lleva ese punto a casa.
Mi trabajo de detective termina abruptamente cuando él regresa, con los
brazos llenos con mi maleta, una bolsa de comestibles y un ramo de rosas rojas
compradas en la tienda envueltas en celofán. Deja mi maleta junto a la cama, la
bolsa de la compra en la encimera de la cocina y, después de besarme
suavemente en los labios, me presenta el ramo de rosas.
Estoy sorprendida y complacida. No recuerdo la última vez que un hombre
me trajo flores. Eric me dijo una vez que comprarle flores a una florista sería
como comprarle a un joyero un anillo de diamantes, o a un enólogo una botella
de vino de otra persona. Pensó que era de mala educación.
—¡Nunca nadie me compró flores!
—Eso es lo que me imaginé. Es exactamente por lo que lo hice. —AJ me
sonríe y mi corazón se derrite. Parece feliz, casi despreocupado, lo que a mí
también me hace feliz.
—¿Tienes un jarrón? —Miro alrededor de la cocina, pero no veo nada que
sea un candidato probable.
—Oh. No. —Está momentáneamente cabizbajo, pero luego se ilumina—.
Aunque quizás en las cocinas de la planta baja. Allí hay todo tipo de
contenedores. O en el armario del conserje, o en uno de las habitaciones de
almacenaje. Este lugar está lleno de cosas que los dueños anteriores dejaron
atrás.
Silbando para sí mismo, comienza a desempacar la bolsa de comestibles. Es
un poco emocionante, y muy aterrador, cómo me excita su lado doméstico.
Aunque es extraño, también es reconfortante y cómodo. Podríamos ser cualquier
otra pareja en su apartamento un sábado por la mañana, deseando pasar el resto
de sus vidas juntos.
Y no solo su última semana.
Dejo a un lado ese pensamiento desagradable y me ocupo de llenar el
pequeño fregadero con agua. Sumerjo los tallos de las rosas para que puedan
beber hasta que encontremos un recipiente más apropiado. Quiero
desesperadamente hacer preguntas, pero sé que no puedo, así que en lugar de eso
monto lo que espero sea una sutil expedición de pesca.
—Hablando de este lugar, ¿alguna vez viste The Grand Budapest Hotel? Esto
me lo recuerda, totalmente.
—Mmm.
De acuerdo, no es exactamente la explicación de cómo llegó a vivir aquí que
esperaba. Lo intento de nuevo.
—¿Estuvo vacío mucho tiempo antes de que lo compraras?
—Años. Originalmente fue construido como un hotel resort, pero nunca llegó
a serlo. Demasiado lejos de la playa, supongo. Luego fue comprado por alguna
secta religiosa. Lo tuvieron durante algunas décadas antes de que el líder se
suicidara y saliera al mercado nuevamente. Entonces, una corporación lo compró
e intentó convertirlo en un centro de rehabilitación exclusivo para drogadictos
ricos. No sé qué pasó allí, pero no tuvo éxito, así que un inversor privado lo
compró, trató de arreglarlo y explotarlo, pero la economía lo cagó y perdió todo.
El IRS lo embargó para cubrir sus impuestos no pagados. Entonces, un viejo
excéntrico lo compró en una subasta y vivió aquí con su enfermera hasta que
murió. Ha estado vacío desde entonces.
Que este hotel pobre y abandonado que compró AJ, porque parece que se
siente, ha tenido una serie de fracasos en el pasado me deprime sin razón. Trato
de no pensar que podría ser una maldición, pero, por supuesto, empiezo a
obsesionarme exactamente con eso.
—Es extraño que tenga un pasado tan accidentado—murmuro, mirando por
la ventana la vista de las colinas.
Desde atrás, AJ serpentea sus brazos alrededor de mi cintura. Me besa la
nuca, apartando mi cabello para tener acceso.
—Esa es una de las razones por las que me hace sentir como en casa.
Su confesión es tan inesperada que solté:
—¿Porque tú también tienes un pasado accidentado?
No gruñe, ni se congela, como esperaba. Simplemente apoya su barbilla en
mi hombro y mira por la ventana.
—Exactamente, Princesa. Pájaros del mismo plumaje.
Me mata cuando está así. Su autodesprecio es tan profundo. Ojalá pudiera
quitárselo.
Sin volverme, digo en voz baja:
—Si encuentro una lámpara mágica y un genio sale y me dice que me
concederá tres deseos, todos serán para que puedas olvidar cualquier cosa mala
que te haya pasado, y para que seas feliz para siempre.
Puedo decir que él está conmovido por mis palabras, porque un pequeño
temblor lo atraviesa. Vuelve su rostro hacia mi cuello.
—De mi pasado, no todo lo que me pasó es malo, ángel. Algunas de ellas
fueron cosas malas que yo les hice a otras personas.
Mi corazón late más rápido.
—Lo que sea que hiciste, sé que fue porque tenías que hacerlo. Sé que fue
porque no tuviste elección. Eres un buen hombre, AJ, lo sé.
Sus brazos se aprietan a mi alrededor.
—Lo crees porque eres buena. Ves lo mejor en las personas. Pero siempre
tenemos opciones, ángel. Incluso si son difíciles o una mierda, cada decisión que
tomamos implica una elección. —Su voz baja aún más—. Y te equivocas acerca
de que soy un buen hombre. Tomé todas las malas decisiones con los ojos bien
abiertos… incluso los que lastimaron a otras personas. Siempre supe
exactamente lo que estaba haciendo. No hay excusa para las cosas que he hecho.
Sin dudarlo, y con una vehemencia que no era mi intención, digo:
—No me importa lo que hayas hecho. No me importa si eres Jesús o Hitler o
algo intermedio. Nada de eso me importa.
Con sus manos sobre mis hombros, AJ me da la vuelta. Me mira con ojos
devoradores.
—Debería.
Niego con la cabeza.
—No es así. Y nunca lo hará, pase lo que pase. No importa lo que digas para
intentar convencerme, no importa lo que averigüe.
—No puedes decir eso. No si no conoces los hechos.
No sé cómo llegamos aquí tan rápido, cuando todo lo que estaba intentando
eran algunas cositas al azar para completar mi conocimiento sobre cómo llegó a
ser dueño del hotel, pero aquí estamos. No estoy perdiendo la oportunidad.
—Dime entonces. Ponme a prueba.
—No.
—¿Por qué no?
Sus labios se abren. Le arden los ojos.
—Porque todavía no estoy listo para perderte.
—Te prometo que no me perderás.
Su sonrisa es lo más triste que he visto en mi vida.
—No.
—AJ…
—No—repite, con más firmeza.
Se acabó el tiempo de preguntas y respuestas. Para subrayar eso, se aparta de
mí y termina de desempacar la bolsa de la compra. Lo miro en un silencio
miserable. Lo último que saca de la bolsa de papel marrón es un teléfono
desechable. Sin mirarme a los ojos, me lo entrega.
—Traje tu bolso pero dejé tu teléfono en tu apartamento—dice y agrega—.
Este no se puede rastrear.
Eric. Aquí viene de nuevo, entrometiéndose con sus celos y todos los
horribles recuerdos que me ha regalado.
—¿Crees que Eric podría intentar rastrearme con mi teléfono?
—Creo que es capaz de cualquier cosa y no voy a correr riesgos, así que a
partir de ahora usarás uno desechable.
—¿Qué, para siempre?
En su mirada hay algo oscuro y peligroso.
—Hasta que yo sepa que estás a salvo.
Estoy a punto de hacer más preguntas, pero me invade la irresistible
necesidad de estornudar. Lo hago, violentamente, sacudida por la fuerza
inesperada. Afortunadamente, tuve tiempo de cubrirme la boca y la nariz, o AJ
podría haberse empapado de mocos.
—Puaj. Lo siento—digo tímidamente.
Estornudo de nuevo. Y otra vez.
—¿Fue algo que dije?
AJ está siendo gracioso, pero de repente una ola de calor se apodera de mí y
empiezo a sudar frío.
—Guau.
—¿Qué ocurre? —Preocupado, AJ se acerca.
—No me siento tan bien de repente. —El calor se desliza por mi cuello,
extendiéndose por mi rostro. Mis mejillas se sonrojan.
Con una mano debajo de mi codo, me lleva al sofá de cuero y me dice:
—Siéntate.
Sintiéndome extrañamente débil, lo hago.
Entra al baño y regresa con un termómetro.
—Abre—es su siguiente orden, que sigo, lo que le permite insertar el
delgado tubo de vidrio debajo de mi lengua. En treinta segundos se lo quita, lo
mira y frunce el ceño.
—Treinta y ocho, ocho.
En cuestión de minutos, mi cabeza late con fuerza. AJ me da dos aspirinas.
Después de una hora tumbada en el sofá, estornudando, febril, atormentada por
los escalofríos, ya no puedo negar lo obvio.
Me enfermé de gripe.
¿Es esta la forma en que el universo intenta decirme algo?

Capítulo 25

Durante cinco días, estoy completamente inconsciente. No había estado tan
enferma desde que tuve faringitis estreptocócica cuando tenía doce años y tuve
que faltar diez días a la escuela. Aparte de llamar a mi padre y a las chicas todos
los días para registrarme, duermo la mayor parte del tiempo, agitándome sin
descanso, soñando sueños inquietantes de despertarme para encontrar a AJ
desaparecido, o de Eric persiguiéndome por un callejón oscuro, sus dedos
agarrándome del cuello. Cuando no duermo estoy atontada, mi cabeza palpita,
mi cuerpo está húmedo y torpe. La única vez que me levanto de la cama por mi
cuenta es arrastrando los pies como un zombi para usar el baño.
¿Qué hace AJ mientras estoy tan enferma?
El melancólico, temperamental y rudo baterista se convierte en Florence
Nightingale.
Limpia suavemente mi frente sudorosa con paños fríos. Me compra todos los
tipos de medicamentos disponibles para el resfriado y la gripe. Me cuida,
esponja las almohadas y alisa las mantas y se preocupa por cada estornudo y
gimoteo. Cuando estoy demasiado débil para sentarme y alimentarme, me apoya
contra su pecho y me da de comer sopa de pollo o helado orgánico que compró
en la tienda naturista.
Incluso me lee. Hay una biblioteca en ruinas en el primer piso, y en ella
encuentra una copia de La Princesa Prometida. Pasa horas sentado a mi lado en
la cama, leyendo en voz alta, haciendo todas las partes con diferentes voces.
Nunca me habían cuidado tan bien, ni siquiera mi madre cuando tenía doce
años. Me siento protegida. Aunque estoy terriblemente enferma, me siento
malcriada. Bella incluso ha aprendido a amar acurrucarse conmigo, en la
almohada junto a mi cabeza durante el día, a nuestros pies por la noche mientras
AJ y yo dormimos.
Y cada mañana cuando me despierto, hay un nuevo pájaro de origami en la
almohada junto a mi cabeza. Hoy, mi sexto día en la casa de AJ, encuentro la
creación más elaborada hasta ahora: un pavo real negro y verde azulado,
completo con un penacho de plumas reales por cola.
Lo recojo y lo miro con total incredulidad. Es tan perfecto, tan detallado, que
parece fabricado por una máquina.
Escucho a AJ moverse en el baño y grito:
—¿Cómo aprendiste el origami?
Saca la cabeza por la puerta.
—¡Buenos días! ¡Estás despierta!
Puedo decir que está feliz de verme hablando. Creo que lo más que le he
dicho durante los últimos seis días ha sido una serie de gruñidos en respuesta a
sus preguntas u órdenes. Para ser honesta, todo está un poco borroso. Todavía
estoy débil, pero al menos mi cabeza ya no late y los escalofríos finalmente se
han ido.
—Si puedes llamar a esto despierta.
Toco mi cabello. Es un nido de nudos. AJ me ha bañado en la bañera cuando
tenía energía para sentarme, pero mi cabello solo ha sido lavado una vez y se
siente como paja sucia. Me pregunto si tengo rastas.
Sale del baño, luciendo ridículamente caliente con sus pequeños pantalones
cortos de boxeo negros de nailon y nada más. No puedo resistirme a comérmelo
con los ojos mientras se acerca a mí. Me encanta mirar sus tatuajes cuando se
mueve; es casi como si estuvieran vivos, bailando sobre sus músculos.
Decido que voy a preguntarle qué significa cada uno. Si solo me queda un
día, voy a interrogarlo sobre todo, ya que he perdido demasiadas oportunidades
de hablar con él.
Mi corazón se hunde. Solo me queda un día de mi semana. ¿O es hoy el
último día? He perdido la cuenta.
AJ cae de rodillas en el colchón a mi lado. Extiendo el pájaro.
—¿Entonces? ¿Cómo aprendiste a hacer esto?
Se sienta sobre sus talones, con una sonrisa en la boca.
—¿Te gusta?
—¿Gustarme? No, no me gusta. Me encanta. Es asombroso. ¿De dónde
sacaste las diminutas plumas para la cola?
—Una tienda llamada Mother Plucker. Tienen todo tipo de plumas que
puedas comprar. Kenji me la presentó.
Pasa una mano por su largo cabello. El movimiento es tan descaradamente
sexual que parece sacado de una película porno. Con su pecho desnudo y bíceps
a la vista, sus musculosos muslos abiertos, estoy teniendo problemas para
concentrarme en lo que está diciendo.
Porque sé que no lleva nada debajo de esos pantalones cortos.
Al parecer, mi libido se ha recuperado mucho más rápido que el resto de mí.
—Entonces, ¿Kenji también te enseñó origami? —Parece completamente
posible, aunque probablemente solo esté pensando racialmente porque Kenji es
japonés.
—No. Lo aprendí de una puta japonesa—dice AJ en voz baja.
Y de repente odio este pavo real en mi mano con una pasión que raya en la
violencia. Quiero aplastarlo. Quiero hacerlo pedazos con los dientes.
AJ se inclina y toma mi barbilla en su mano. Ojalá no me gustara tanto
cuando hace esto, porque estoy muy enojada en este momento.
—No fue así. Ella era una amiga.
No digo nada. Solo mantengo mi mirada fija en el pavo real. Me imagino que
me está sonriendo.
—Yo tenía quince años, ángel. Ella era casi treinta años mayor que yo. Era
solo una amiga.
Frunciendo el ceño, agraviada, lo miro. Mi mente está más aguda de lo que
ha estado en casi una semana, y lo que ha dicho no tiene ningún sentido para mí.
—¿Qué hace un chico de quince años saliendo con una puta japonesa de
mediana edad?
Lo primero que sale de su boca es un duro.
—Nunca fui un niño. —Entonces, como si lamentara su tono, agrega más
gentilmente—. Y durante mucho tiempo, las putas fueron las únicas amigas que
tuve.
Estoy asombrada. ¿Cuál es la respuesta correcta a esas dos gemas?
Él suspira, suelta mi barbilla y se pasa la mano por el pelo de nuevo.
—Sí. Sé que suena raro.
—¡No, en absoluto! ¡Suena totalmente razonable, AJ! ¿No todos los
adolescentes se rodean de putas? Quiero decir, no puedo imaginar que tomen las
mejores decisiones para los equipos de fútbol o de fútbol americano debido a los
tacones de aguja, ¡pero estoy segura de que son realmente geniales en la lucha
libre!
Con la cabeza ladeada, me mira intensamente, imperturbable por mi arrebato
sarcástico.
—Estás… ¿celosa?
Mi cara se sonroja. Miro al pájaro en mi mano. Tal vez sea porque no tengo
fuerzas para la evasión en este momento, pero le digo la verdad.
—Todas esas chicas o mujeres a las que llamas amigas probablemente sepan
mucho más de ti que yo. Entonces sí, estoy celosa. Estoy tan celosa que si me
abres, sangraría verde.
Hay un momento de tenso silencio. AJ finalmente lo rompe diciendo
rotundamente:
—No lo estés. Todas y cada una de ellas están muertas.
El pájaro cae de mi mano.
Pienso en las rosas blancas que envió al cementerio de San Petersburgo.
Pienso en el tatuaje de la flor en su nudillo, los pétalos con las doce iniciales de
todos los que ha “perdido”. Pienso en cómo le dijo a mi padre que tenía algunos
trucos bajo la manga, y si Eric alguna vez descubría dónde estaba y aparecía
aquí, nunca lo volverían a ver. Pienso en cómo AJ dijo que había hecho cosas
terribles e imperdonables.
Pienso en cómo le dije que no me importaba.
Estoy temblando. Siento que podría vomitar. Cuando lo miro, me mira con
los ojos entrecerrados.
—¿Qué está pasando por tu cabeza en este momento, Chloe?
Lo que está pasando es un caos. Las campanas de la intuición suenan fuerte e
insistente contra la perezosa y reconfortante negación, y todo lo que oigo es un
timbre y un zumbido, un sonido creciente e implacable, como un enjambre de
abejas enojadas.
Trago. Mi boca está tan seca como un hueso.
—No eres de Las Vegas, ¿verdad?
No es una pregunta. Sostiene mi mirada por lo que se siente como una
eternidad. No estoy segura de que responda, pero entonces, lentamente, niega
con la cabeza.
Comenzando por mi columna vertebral y abriéndose camino hacia afuera, el
frío recorre mi cuerpo. No puedo moverme. Apenas puedo respirar.
—¿Y tus padres, el ama de casa y el pastor? ¿También son una mentira?
Espero una negación o silencio, pero él responde de inmediato.
—No. —Luego cierra los ojos—. Y sí, más o menos. No eran mis padres
biológicos, pero me criaron, me dieron un nuevo nombre, una nueva vida. Ellos
me adoptaron. —Abre los ojos. En ellos no veo nada más que oscuridad.
—¿Cuando eras un bebé?
Una vez más, responde sin dudarlo.
—Cuando llegué a este país cuando tenía dieciséis años.
El sonido en mi cabeza se hace más fuerte. Las puntadas en mi mejilla
palpitan. Quiero rascarlas. Quiero arrancarlas.
—¿De dónde?
Sigue como una piedra.
—Ya lo sabes—susurra él.
Tiene razón; lo sé. Quizás lo he sabido todo el tiempo.
—Rusia.
Cuando asiente, el alivio me abruma. Finalmente. Cierro los ojos. El terrible
sonido se calma, hasta que sólo queda el silencio, claro y frío.
—Y el nombre de tu madre biológica es Aleksandra Zimnyokov.
Cuando lo miro de nuevo, el rostro de AJ es un estudio de miseria. Sus ojos
brillan con lágrimas.
—Murió cuando yo tenía diez años. —Su voz se quiebra—. Era una
prostituta.
Oh Dios. Todo lo que me he estado perdiendo comienza a unirse con una
claridad rápida y sin esfuerzo, como dedos entrelazados. Todas las preguntas que
tengo, todos los misterios sobre el hombre arrodillado frente a mí, se ciernen a
nuestro alrededor, susurrando, pesando en el aire.
—Dime tu nombre real—exijo con una fuerza sorprendente en mi voz.
El rostro de AJ se arruga. Es como ver un edificio arder hasta los cimientos.
—Alexei. Mi nombre es Alexei Janic Zimnyokov. —Un sollozo brota de su
pecho—. No he dicho eso en voz alta en doce años.
Mi corazón va a estallar. Puedo sentirlo, expandiéndose dentro de mi pecho,
extendiéndose tanto que explotará y me matará.
Entonces se pone de pie y sale disparado de la habitación.

Capítulo 26

Lo sigo. Lentamente, porque todavía estoy débil, me dirijo desde la
habitación número veintisiete por el largo pasillo, Bella trota a mi lado. Tomo las
escaleras hasta el piso principal. AJ no se ve por ningún lado.
A mis pies, Bella resopla. La miro y ella está mirando en dirección al pasillo
que conduce a la parte trasera del hotel.
—Muéstrame, Bella. ¿Dónde está papá?
Ella ladra y se aleja al trote. La sigo, mi corazón late con fuerza, mis rodillas
como gelatina.
La luz hoy está turbia; pronto se avecina una tormenta. En la habitación de
AJ vi el cielo a través de las ventanas, gris pizarra, lluvia amenazante, y abajo
hay poca iluminación mientras camino descalza por los pasillos silenciosos.
Cuando Bella llega a la puerta que conduce al patio de la piscina, me mira,
esperando. Salimos.
Lo veo de inmediato, de pie al borde de la piscina vacía. Está inmóvil,
mirando los montones de hojas muertas. Incluso desde donde estoy parada puedo
ver cómo le tiemblan las manos. Las nubes proyectan todo en una penumbra en
la sombra, así qué, aunque es de mañana, parece que nos dirigimos hacia la
noche. Cuando AJ levanta la cabeza y me mira, empiezan a caer las primeras
gotas.
Su rostro ya está mojado.
La atracción entre nosotros es tan fuerte que siento como si una mano
invisible hubiera llegado a mi pecho y me hubiera agarrado el corazón. Ni
siquiera trato de resistirme. Mis pies se mueven antes de que pueda detenerlos, y
estoy corriendo.
Cuando estoy a unos metros de distancia, abre los brazos. Golpeo su pecho a
toda velocidad, pero eso no lo hace perder el equilibrio. Envuelve sus brazos
alrededor de mí y entierra su rostro en mi cuello.
—Todavía estás aquí.
Su voz es ronca. El puño alrededor de mi corazón se aprieta.
—Todavía me queda un día más.
Nos estamos mojando. La llovizna se está convirtiendo en aguacero, ambos
la ignoramos. Debajo del toldo del patio, Bella ladra, queriendo que entremos.
—¿No me odias por mentir?—susurra, temblando.
Y mi corazón, querido Dios, mi pobre corazón maltrecho, se abre de par en
par. Me pongo a llorar.
—No, no te odio, AJ ¡Te amo! ¡Te amo sin importar quién eres! ¡No puedo
no amarte, no importa cómo te llames o lo que hayas hecho! ¡No me importa
nada de eso!
Mis palabras lo hacen gemir. Toma mi rostro entre sus manos. Me besa
profunda y apasionadamente, su corazón golpea con fuerza contra mi pecho. La
lluvia queda atrapada en mis pestañas y se desliza por mis mejillas, mezclándose
con mis lágrimas.
Me levanta en sus brazos. Descanso mi cara contra su cuello y cierro los
ojos, temblando, mis brazos rodean sus fuertes hombros. Nos saca de la lluvia,
nos lleva al hotel y sube las escaleras. Mi corazón late como un colibrí todo el
tiempo. No puedo dejar de temblar ni recuperar el aliento.
Abre la puerta de su habitación de una patada. Se acerca al colchón, se
arrodilla y se acuesta conmigo en sus brazos. Me besa de nuevo,
desesperadamente, su cuerpo húmedo y duro contra el mío. Cuando respondo
con igual desesperación, me quita la camiseta mojada, los pantalones y las
bragas, y lo tira todo a un lado para poder mirar mi cuerpo desnudo.
Su mirada es de adoración. Se arrodilla entre mis piernas, pasando sus manos
por mis muslos, mis caderas, mi vientre y mis pechos, lentamente, como si
estuviera memorizando cada centímetro de mi cuerpo. Dondequiera que toca, me
arqueo en sus manos, sintiéndome como si estuviera en llamas.
—Tan hermosa—murmura, acariciando mis pechos—. Eres tan malditamente
hermosa, ángel.
Extiendo los brazos. Se pone encima de mí. Amo su peso, la sensación de su
pecho húmedo contra el mío, el olor de su piel, de su cabello. Quiero ahogarme
en él.
Su polla está dura contra mi muslo. Los delgados pantalones cortos de nailon
no son rival para él; bien podría estar desnudo.
Cuando me besa, balanceo mi pelvis contra la suya. Gime en mi boca.
Deslizo mis manos por su espalda, bajo el elástico de los pantalones cortos y
agarro su culo, hundiendo mis uñas en su piel. Él sisea y retrocede, luciendo
como si tuviera dolor, pero sé que no es por mis uñas. Es porque todavía se está
conteniendo.
Lo miro a los ojos.
—Sé que dijiste que nunca me follarías. Pero nunca dijiste que no me harías
el amor.
Su polla se contrae contra mi pierna. Agonizado, luchando contra sí mismo,
mira mi rostro.
Recordando lo que me dijo antes, que la razón por la que nunca se acostaría
conmigo era porque entonces yo le pertenecería para siempre, le susurro:
—Ya soy tuya, AJ. Es demasiado tarde. Todo mi ser ya te pertenece.
Veo el momento exacto en que sucede, el instante en que lo decide. Se
tambalea con una última respiración, entonces, con un aleteo de sus pestañas y
una suave exhalación, cede.
Clava sus dedos profundamente en mi cabello, coloca su boca contra la mía y
me besa como si nunca me hubieran besado en toda mi vida. Pone todo en ello,
su cuerpo y su corazón e incluso su alma, de modo que siento que ya ni siquiera
somos dos personas; estamos fusionados. Es increíble.
Es un reclamo.
Al final del beso, me estoy retorciendo contra él, delirando de deseo. Tiro de
los delgados pantalones cortos de nailon por sus caderas, rasgando la tela.
Levanta las caderas, permitiendo que su polla se libere entre nosotros, entonces
se baja de nuevo para que esté presionada, caliente y palpitante, contra mi coño.
Extiende su mano entre nuestros cuerpos y toma su erección en su puño.
Desliza la punta de un lado a otro sobre mi entrada, mirando mi cara,
escuchando mis gemidos y gruñidos.
—¿Estás tomando la píldora, bebé?—susurra.
Niego con la cabeza.
Sin una palabra, cambia su peso, se acerca al costado del colchón y saca un
pequeño paquete de aluminio de debajo. Lo abre con los dientes, rasgando las
letras doradas Magnum XL en dos. Observo con anticipación sin aliento mientras
rápidamente hace rodar el condón a lo largo de su polla rígida, después se ubica
de nuevo entre mis muslos.
Cuando lo desliza dentro de mí, jadeo ante la sensación de plenitud. Es
grande, pero estoy tan mojada y lista que no tiene que ir tan lento como lo hace.
Un trueno retumba en las ventanas. La lluvia tamborilea con fuerza contra el
techo.
—Más—le suplico, balanceando mis caderas, tratando de hacerlo ir más
profundo, pero él tiene el control. No me deja marcar el ritmo. Me besa, después
baja la cabeza y chupa mi pezón con fuerza, con los dientes. Me arqueo, gritando
tanto de placer como de dolor. Al instante se suaviza, lo lame, lo chupa
ligeramente y se mueve hacia el otro pezón para prodigarlo con la misma
atención.
Me retuerzo debajo de él. Solo pasan unos segundos antes de que empiece a
suplicar incoherentemente. Él todavía tiene solo la punta dentro de mí, y necesito
cada hermoso centímetro de ella. Ahora.
—Chloe. Quédate quieta. —Su voz es firme, casi dura.
—No puedo. —Es cierto; mis muslos tiemblan cuando digo las palabras. Mis
dedos aprietan su culo.
—¿Tengo que atarte?
Ahora me congelo. Mi cuerpo se queda completamente quieto. Solo mi
pecho se mueve, subiendo y bajando rápidamente con mi respiración.
Levanta la cabeza y susurra algo en ruso en mi oído. El tono es suave pero el
lenguaje es gutural, duro e increíblemente sexual. No tengo idea de lo que me
acaba de decir, pero estoy en llamas.
Mueve su mano y presiona el pulgar contra mi clítoris hinchado y dolorido.
Poniéndome rígida, respiro profundamente, tratando de no moverme. Me
recompensan con elogios bajos y satisfechos.
—Buena chica.
Aún sin hundirse más profundamente dentro de mí, AJ baja su boca en mi
pezón de nuevo. Empieza a chuparlo al mismo tiempo que frota círculos lentos y
suaves alrededor de mi clítoris con el pulgar.
Un gemido de placer roto escapa de mí. Mis ojos se cierran. Se necesita cada
gramo de mi concentración para no moverme, para resistir el impulso
increíblemente fuerte de flexionar mis caderas y arquear mi espalda, para no
moverme contra su mano.
—Perfecta—susurra, y se desliza más dentro de mí.
Siento como me estiro a su alrededor. Siento su calor, la dureza, la vena
palpitante que corre a lo largo de la corona hasta la base. Estoy tan cerca del
orgasmo que tengo que morderme el interior de la boca para quedarme quieta.
—Abre los ojos, bebé.
Lo hago. Su nariz está a centímetros de la mía. Su rostro está tenso y sus ojos
son suaves y emocionantemente duros. Es obvio que ir tan lento es tan difícil
para él como para mí. Me pregunto por qué lo está haciendo.
—Dímelo de nuevo.
—¿Qué?
—Sabes que.
Solo puede ser una de las pocas cosas. Me humedezco los labios.
—Soy tuya.
Se desliza dos centímetros más.
Jadeo, luchando por permanecer quieta. Mis dedos se clavan en los músculos
de su culo.
—¿Qué más?
—Todo lo que soy te pertenece.
Presiona más, otros pocos centímetros, enorme y caliente, y no puedo detener
el gemido que escapa de mis labios. Mis muslos tiemblan por el esfuerzo de no
envolver su cintura.
—¿Y qué más?
—Y… y…
Espera, respirando superficialmente, mirándome con los ojos entornados.
Está en equilibrio sobre un codo, todavía masajeando mi clítoris. Puedo decir
que tampoco puede durar mucho más. Ahora sé lo que quiere que diga y lo que
hará cuando lo diga.
Un rayo ilumina brevemente la habitación con un destello irregular de color
blanco. Está lloviendo con tanta fuerza que suena a disparos.
Al exhalar, mirándolo a los ojos, le susurro:
—Te amo.
Con un gruñido como el de un animal, empuja todo el camino dentro de mí.
Grito. Mi cuerpo se arquea contra el suyo. Mis ojos se cierran. Mi cabeza se
inclina hacia atrás contra la almohada. AJ comienza a empujar dentro de mí,
profundo y duro, una y otra vez, una gran mano debajo de mi cabeza, tirando de
mi cabello, la otra agarrando mi muslo, manteniéndome abierta mientras se
hunde en mi coño.
Entonces esto es lo que me he estado perdiendo.
Ese es el último pensamiento coherente que tengo antes de correrme,
gritando su nombre.

Capítulo 27

Hay momentos que te marcan.
Hay momentos que te cambian, que incluso mientras están sucediendo, te das
cuenta que después te dejarán diferente de lo que eras antes. Son estos momentos
que te cambian la vida los que te hacen ser quién eres, más que la familia en la
que naciste o todas las experiencias que tuviste antes de ellos.
Para bien o para mal, una vez que hayas vivido ese momento, nunca podrás
volver atrás.
Mientras yacía sudada y saciada en los brazos de AJ, mi cabeza descansando
en su pecho, nuestras piernas enredadas y nuestros latidos frenéticos finalmente
comenzando a disminuir, sé que este es uno de esos momentos. Soy diferente a
la chica que era esta mañana. Soy más oscura. Más peligrosa. De hecho, soy
capaz de cualquier cosa.
Porque ahora hay algo por lo que estoy dispuesta a mentir, engañar, robar o
morir para proteger. Algo sin lo que no quiero vivir.
O alguien.
Y es hora de que él comparta. No puede haber más muros entre nosotros, no
después de esto.
—Cuéntame todo, AJ. Comienza desde el principio. No dejes nada afuera.
Su pecho se eleva lentamente con su inhalación profunda, levantando mi
cabeza. Su mano derecha está en mi cuero cabelludo, los dedos entrelazados en
mi cabello, la izquierda se arrastra lentamente hacia arriba y hacia abajo por el
brazo que le he pasado por el pecho.
—Siempre fui más grande que los otros chicos. Incluso cuando era pequeño,
siempre fui el gigante del grupo. —Su voz es lenta, casi somnolienta, ni triste ni
feliz, solo como dándolo por sentado—. Mi primer recuerdo es de una pelea. No
sé de qué se trataba, pero estaba peleando con un chico unos años mayor que yo
y ganando. —Hace una pausa—. Sobre todo recuerdo los gritos.
—¿Del otro chico?
—La multitud. La gente estaba parada a nuestro alrededor, mirando.
Animándome.
—¿Cuántos años tenías?
Piensa en silencio por un momento.
—Quizás cuatro o cinco.
Me imagino a una criatura, apenas más que un niño pequeño, peleando con
los nudillos desnudos en la calle, rodeado por una multitud rabiosa de
espectadores. No parece posible.
—¿Dónde estaba tu madre?
Hay un encogimiento de hombros en su voz.
—Follando con un cliente.
Nos quedamos en silencio por un momento, escuchando la lluvia. Bella está
acurrucada a nuestros pies, soñando. Sus patas se mueven en una carrera de
ensueño.
—Nunca conocí a mi padre. Ni siquiera sé su nombre. Dudo que mi madre
supiera quién era. Era común que las prostitutas quedaran embarazadas en los
barrios marginales; el cliente pagaba más cuando las chicas no insistían en usar
protección. Existía la amenaza del VIH y todo lo demás, por supuesto, pero
siempre pagaban más si no tenían que usar goma. No sé por qué. —Hace una
pausa de nuevo y su voz se vuelve oscura—. Algunos de ellos también pagaban
más por una puta embarazada.
Presionando un beso en su pecho, cierro los ojos.
—El burdel en el que crecí estaba dirigido por una mujer llamada Darya,
pero todos la llamaban Matushka. Mamá. —Su bufido es burlón—. Un lobo
tenía más instinto maternal que esa vieja perra. Sus chicas tenían que trabajar
cuando estaban enfermas, embarazadas, con su período, golpeadas, hambrientas,
siempre. Incluso había chicas que se estaban muriendo de sida que todavía
estaban haciendo trabajos. Mientras respiraras y pudieras abrir las piernas, valías
algo para Matushka.
Hay una pausa más larga y oscura.
—Y si no respirabas, había ciertos hombres que también pagarían un precio
especial por eso.
Me quedo perfectamente quieta. Quiero escuchar esto, lo necesito, pero sé
que me destripará. Sé que será lo peor que haya escuchado en mi vida.
AJ exhala por la nariz, un fuerte estallido que revuelve mi cabello.
—A las chicas de Matushka se les permitía mantener a sus bastardos en dos
condiciones. Uno: si seguían ganando dinero durante su embarazo. Y dos: tan
pronto como pudieran, los niños irían a trabajar. No así—agrega él cuando ve mi
mirada horrorizada—. Al menos, no hasta que fueran mayores. Las niñas tenían
que tener diez años antes de que pudieran empezar a hacer trabajos. Matushka
dijo que les arruinaba las entrañas empezar antes.
Trago.
—¿Y chicos?
—Seis.
Lo dice sin un rastro de arrepentimiento o tristeza. Es solo un hecho de la
vida. Pienso en mi hermano a los seis años. Solo puedo recordar por las
imágenes; ni siquiera había nacido entonces.
—Y entonces… tú tenías que…
AJ produce una risa baja y escalofriante.
—No. Yo no. Valía mucho más de lo que pagarían los halcones. No era solo
un pequeño agujero fresco para follar. Yo podía pelear. Y para la casa, apostar
cientos de apuestas en una sola pelea era mucho más lucrativo que una puta de
cuatro trabajos al día, sin importar cuántas de ellas tengas en tu establecimiento.
La amargura en su voz me rompe el corazón. De repente me avergüenzo de
mi privilegiada educación, del primer mundo, de todas las veces que me quejé de
la ropa, los coches o los chicos. Hasta ahora, la vida real era tan real para mí
como Santa Claus o el hada de los dientes. La vida real estaba en algún lugar,
más allá de los confines seguros de mi bonita burbuja en Beverly Hills.
—Así que empezaste a luchar por tu sustento.
Él asiente.
—Antes que la mayoría, porque era grande y de todos modos siempre estaba
enojado. No entendía por qué era tan diferente, por qué veía colores en los
sonidos y nadie más lo hacía. Me sentía como un bicho raro. Y porque cuanto
más ganaba, mejor trato tenía Matushka con mi madre.
Bella gruñe en sueños y se da la vuelta. Se acomoda de nuevo, excavando
entre las mantas, todavía haciendo un gruñido de advertencia en lo profundo de
su garganta.
—Mi madre era una adicta. Heroína, crack, alcohol, lo que sea que pudiese
conseguir. Cuando tenía diez años, sufrió una sobredosis. En la mañana de
Navidad. No le dije a Matushka durante tres días, hasta que el cuerpo de mi
madre ya había comenzado a descomponerse. —Entonces añade—. Sólo los
cadáveres frescos eran mercancías.
—Dios mío—susurro.
—Así que les dije a todos que estaba tan enferma que no podía levantarse de
la cama. Por suerte, esa semana, Matushka había traído a un par de gemelas de
catorce años. Muchachas de granja. Su padre ya no podía permitirse el lujo de
alimentarlas y Matushka pagaba bien por rarezas como gemelas. Podía cobrar
tres veces más por gemelas que por una puta sola. Y todos los clientes habituales
de mi madre querían un turno con las gemelas, al igual que todos los demás; se
había corrido la voz. La mayoría de las otras putas permanecieron inactivas
durante las primeras semanas después de la llegada de las gemelas. Entonces,
cuando descubrió mi mentira, ya era demasiado tarde. Matushka no pudo ganar
dinero con los restos de mi madre.
Vuelve su rostro hacia mi cabello. Su corazón late debajo de mi palma,
golpeando contra su esternón como si estuviera tratando de liberarse.
—Pagué por esa mentira con una paliza tan severa que no pude levantarme
de la cama durante diez días. Pero no tenía adónde ir, así que la tomé sin
quejarme. Las otras putas me cuidaron, me curaron, me trajeron comida y agua.
Aunque no creo que Matushka lo esperara, sobreviví. Y cuando pude volver a
pelear, Matushka me enfrentó a un chico tres años mayor que yo. Su nombre era
Pavel.
La voz de AJ se quiebra cuando dice el nombre del otro chico. Miro su rostro
y sus ojos están cerrados. Sus cejas están juntas. Parece tener un dolor terrible.
—Fue el primero… el primero… que maté—susurra con vacilación.
Mi corazón se detiene. Me levanto sobre mi codo y lo miro. Cuando abre los
ojos, brillan como si tuviera fiebre.
—Estaba tan enojado. Por mi madre, por mi vida. Me volví loco con él. Era
como un animal. Y el sonido de la multitud, urgiéndome, gritando más y más
fuerte cuanto más sangriento se volvía, los colores de sus voces, todo era tan
negro…
Vuelve a cerrar los ojos, como si no pudiera soportar mirarme.
—Cuando cayó al suelo, le pisoteé la garganta y le rompí el cuello.
Toca una de las cruces tatuadas en su garganta, una pequeña, la más cercana
a su oído. Aunque no puede verlo, sus dedos trazan el contorno perfectamente,
como si lo hubieran hecho miles de veces antes.
Mi horror es tan abrumador que solo puedo respirar jadeando
superficialmente.
Hay tres cruces en su cuello.
—Matushka me cuidó mejor después de eso. Ella ganó mucho dinero con esa
pelea. Así que me trasladó a una habitación más bonita, me dio mejor comida y
me dijo que yo tenía un propósito en la vida. Tenía valor. Podía pelear y ganar, y
por eso tenía valor. No importaba que no quisiera. La supervivencia era lo único
que importaba. Cuando cumplí los trece, medía un metro ochenta y era famoso
en ciertos círculos. Medved, me llamaron. El Oso.
Pienso en Trina llamándolo un gran oso de peluche, y me siento enferma.
—Luché casi todas las semanas. Rara vez perdía. Cuando tenía catorce años,
me emparejaron con un chico de mi edad. Era demasiado pequeño. No sé por
qué me lo dieron, pero supe desde el momento en que lo vi que sería el número
dos. Sería el próximo Pavel. Para entonces no me importaba lastimar a los chicos
con los que peleaba. Solo me importaba escuchar a la multitud gritar y conseguir
mi dinero.
—Su nombre era Maksim. Tenía una cara como la de una muñeca. Antes de
la pelea, quiero decir.
AJ traza la otra pequeña cruz en su cuello, la más cercana a su nuez.
Estoy temblando. Exteriormente, AJ está tranquilo, contándome esta historia
de terror con una voz tranquila, casi indiferente, pero sus ojos están llenos de
odio a sí mismo y repulsión, y su rostro está muy pálido.
—Después de esa pelea, me hice famoso. Matushka no pudo encontrar un
luchador local que se enfrentara a mí, así que empezaron a llegar desde la
ciudad. Seguí creciendo y ganando peso, me volví más duro con cada pelea, y
era fácil para mí. Yo era bueno en eso. Era un hijo de puta desalmado de catorce
años, un metro noventa, noventa y cuatro kilos, robaba, peleaba y vivía con
putas, y creía que esa sería mi vida.
La lluvia es implacable, tamborileando contra el techo, deslizándose por los
cristales de las ventanas como lágrimas plateadas. Bella se contrae en sueños. No
puedo calentarme, a pesar de que estoy presionado contra la masa caliente del
cuerpo de AJ.
—Y entonces vino Sayori.
Él hace una pausa larga, luchando, al parecer, por las palabras. O tal vez esté
tratando de no llorar. No puedo decirlo; su garganta se mueve como si estuviera
reprimiendo una gran emoción, pero sus ojos se han quedado sin expresión,
mirando el techo. Creo que está perdido dentro de sí mismo, dentro del terrible
recuerdo que está a punto de revelar.
—Ella era vieja para ser una puta. Por lo general, las chicas sufrían una
sobredosis, morían de enfermedades o abortos fallidos, o serían asesinadas por
un cliente cuando cumplieran su edad, pero algunas sobrevivieron hasta la
mediana edad. Era originaria de Tokio, hija de un rico hombre de negocios y una
ex geisha, criada para ser bailarina. Era malcriada. Testaruda. —Su voz cae—. Y
hermosa. Hasta que respiró por última vez, era hermosa —.
Truenos retumban en el cielo. Sobresaltada, salto. Me doy cuenta de que
estoy conteniendo la respiración.
—Vino a Rusia cuando aún era joven, siguió a un hombre del que se había
enamorado. Resultó que él estaba casado. Resultó que no quería tener nada que
ver con ella cuando se enteró de que estaba embarazada. Su padre la desheredó
cuando salió de Japón para buscar a su amante, por lo que no tenía a nadie a
quien acudir. Y la desesperación nos convierte a todos en putas, de una forma u
otra. Se comprometió con un delincuente que finalmente la convenció de que se
hiciera un aborto y comenzara a venderse para mantenerlos a ambos. Ese fue el
principio del fin. El rufián la entregó a otro, peor pedazo de escoria, que la
vendió a un coleccionista que tenía un fetiche por las mujeres asiáticas. Cuando
ella se hizo demasiado mayor para su gusto, ya tenía treinta años, él la vendió a
otra persona, quien finalmente la vendió a otra persona, hasta que terminó en la
puerta de Matushka. Cuando nos conocimos, ella tenía cuarenta y cuatro años.
Cuando se queda en silencio demasiado tiempo, digo:
—Y tú tenías quince.
—Ella fue amable—susurra—. Después de la muerte de mi madre, no conocí
ninguna bondad. Sayori fue quien me enseñó a leer, a apreciar la música, a hacer
origami. —Su voz se vuelve reverente—. Como tú, ella tenía la voz de un ángel.
Fantasmas, había dicho. Cuando te miro todo lo que veo son fantasmas.
Intento reunir mi coraje, porque ya sé cómo terminará esta historia.
—¿Por qué se interesó tanto en ti, que es lo que crees?
—Yo era el único hombre que conoció que nunca la folló o la jodió. Eso es lo
que me dijo. Ella fue como una segunda madre para mí, durante un tiempo. —Su
voz tiembla—. Así que cuando se enfermó… no pude decir que no…
Se me pone la piel de gallina. Mi corazón late con fuerza, miro su rostro.
De repente, se pone de lado, girándome para que ruede con él. Me rodea con
los brazos, levanta las rodillas detrás de las mías e inclina la cabeza, de modo
que su frente descansa en la parte posterior de mi cuello. Su cuerpo tiembla. Su
respiración es superficial y errática.
—Cuando se acercaba el momento, estaba demasiado débil para valerse por
sí misma. Estaba consumida. Creo que era cáncer, aunque nunca me lo dijo.
Sabía lo que les pasaba a las putas que morían en la casa de Matushka y no
quería que eso le pasara a ella. Le dije que me ocuparía de ella, que la sacaría de
allí o haría que Matushka no se enterara hasta que fuera demasiado tarde, pero
ella dijo que no. Dijo que solo se había quedado un tiempo por mi culpa y que no
quería que me metiera en problemas. Entonces, el problema, como ella lo veía,
no era tanto cómo morir, sino cómo dejar un cadáver demasiado dañado incluso
para los gustos retorcidos de uno de los clientes especiales de Matushka.
Quiero poner mis manos sobre mis oídos ahora. Quiero salir de esta cama,
correr muy, muy lejos y esconderme. Pensé que sabía adónde iba con esta
historia solo unos momentos antes, pero ahora me embarga la aterradora certeza
de que lo que estoy a punto de escuchar se quedará atascado en mi cabeza y se
repetirá para siempre.
Los temblores de AJ se convierten en sacudidas. Sus dientes castañetean
como si hubiera tenido un escalofrío mortal. Todos los pequeños pelos de mi
cuerpo se erizan.
—Usé una almohada—dice, con la voz quebrada cada pocas palabras—.
Esperé hasta temprano en la mañana, para que todos se durmieran. Primero me
dio un beso de despedida, me dijo que era el mejor amigo que había tenido.
Entonces yo… entonces yo…
No puede continuar. Está temblando tanto que me sacude con él. Los dos
hacemos que las sábanas se muevan, el colchón se estremezca. A nuestros pies,
Bella levanta la cabeza y ladra.
Entonces, las palabras brotan de AJ en una ráfaga rota y sin aliento, como si
estuviera vomitando veneno de su alma.
—Cuando terminó, desperté a todas las otras chicas, excepto a Matushka y
las saqué de la casa. Ella siempre dormía muy profundamente, así que no nos
escuchó irnos. No me escuchó derramar gasolina por todo el suelo. No escuchó
el fósforo que encendí o el sonido que hizo la gasolina cuando se prendió, el
zumbido, el chisporroteo y el estallido; solo se despertó cuando olió el humo y
para entonces ya era demasiado tarde, toda la casa estaba en llamas y cuando ella
salió en camisón a la calle, también estaba en llamas, su cara se estaba
derritiendo, todo su cabello se había quemado y el olor, oh Dios, el olor...
Estalla en sollozos que le destrozan el cuerpo.
Después de un momento, Bella comienza a aullar.
Suena exactamente como el sonido dentro de mi cabeza.

Capítulo 28

Chloe todavía está aquí.
¿Cómo puede estar todavía aquí?
¿Cómo puede estar tan tranquila?
Ella se irá pronto. Esta calma no puede durar. Ella está en estado de shock.
¿Cierto?
Ha pasado al menos una hora desde que se lo dije. En ese tiempo ella me
abrazó, me besó, me enjugó los ojos, me hizo té, puso música, encendió todas las
velas, le dio de comer al perro y volvió a meterse en la cama conmigo. En este
momento ella está colocada contra mi costado con su cabeza en mi hombro y su
pierna sobre la mía. No me ha hecho más preguntas. De hecho, no ha hablado en
absoluto.
Probablemente sea mejor así. No sé si soportaré oír lo que piensa de mí.
Sé que no podré soportarlo cuando me diga que se va para siempre. Sé que
suplicaré. Joder, ya puedo verme, de rodillas en la puerta, patético y roto…
—¿Tienes hambre?
Su suave pregunta es tan inesperada que no respondo, ni por un segundo.
Pasa las yemas de los dedos hacia arriba y hacia abajo por mi antebrazo,
esperando que responda.
—Yo… podría comer.
—Vi que conseguiste unos espaguetis de la tienda. ¿Qué tal si hago eso?
Ella tiene hambre. Preparará algo de comida, luego empacará sus maletas y
se irá. No te hagas ilusiones, idiota.
—Eso estaría bien. —Mi voz es espesa. Vuelvo la cara hacia su cabello e
inhalo. Ella siempre huele tan bien. Fresca. Cálida. Limpia. Supongo que es
porque es todas esas cosas.
¿Cómo diablos sigue aquí?
Hace un movimiento para levantarse, pero la acerco a mí tan rápido que creo
que la asusto un poco. Sus grandes ojos azules se agrandan aún más y no
parpadean. Aflojo mi agarre en sus brazos; lo último que quiero es que me tenga
miedo.
—Nunca te lastimaría. —Ahora mi voz suena como un gruñido, bajo y
áspero en mi garganta.
—Lo sé.
Parece sincera y un poco confundida. Quizás no la asusté. Ahora que lo
pienso, nunca me ha tenido miedo. Incluso al principio, cuando yo era un idiota
gigantesco y gruñón, el tipo de idiota que hace que los policías armados den un
paso atrás intimidados, ella nunca ha tenido miedo.
Incluso después de la historia que le conté.
—No tienes que cocinar para mí—digo de repente.
Sus cejas se juntan. Niega con la cabeza, como eso si no tuviera sentido.
—Lo sé. Quiero hacerlo.
Mi pecho se siente como si tuviera un peso de quinientos kilos sobre él. Dios,
la esperanza es jodidamente aterradora.
—Y… no tienes que quedarte conmigo ahora… No intentaré evitar que te
vayas .
Específicamente no digo que no mendigaré. Definitivamente habrá ruegos y
súplicas, pero no intentaré detenerla. Tendrá que escucharme llorar como un
maldito bebé mientras sale por la puerta.
Ella toca mi cara. Sus ojos son suaves.
—¿Así que me dejarías ir, así como así? ¿Crees que es justo hacerme conocer
los mejores panqueques del mundo y esperar que viva sin ellos?
¿Escucho un tono de reproche en su voz? ¿Está… haciéndome una broma?
La más leve sonrisa toca sus labios.
—Solías tener una cara de póquer tan buena, cariño. Y ahora mírate. También
podrías tener ese Jumbotron6 de Times Square en tu frente.
Todo dentro de mí se detiene chirriando y quemando goma.
Cariño. Ella me llamó cariño.
Puedo sentir mi cara haciendo algo extraño. Al verlo, los ojos de Chloe se
suavizan aún más.
—No te pongas blando conmigo ahora, estrella de rock, tienes una mala
reputación que mantener. ¿Cómo vamos a seguir convenciendo a todos de que
eres un idiota cascarrabias, si de ahora en adelante sigues con esa cara?
Apenas puedo hablar, tal es mi ardiente y agonizante esperanza.
—¿Qué cara es esa?
Se inclina y me besa suavemente en la boca.
—Tu cara locamente enamorada, brillantemente feliz, finalmente surgida del
infierno. —Frunce los labios y mira la parte superior de mi cabeza—. Tendremos
que hacer algo con esa nube negra que también falta. Todos se preguntarán qué
ha pasado con eso.
La agarro, la pongo boca arriba y la miro. La esperanza, el amor, la angustia,
el dolor y un millón de emociones diferentes golpean el interior de mi pecho,
estallando dentro de mi cráneo.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué me estás diciendo? ¡Sólo dilo!
Estoy jadeando y temblando. Mi cara está caliente. Mi garganta está
apretada. Podría estar sufriendo un infarto.
Pero mi ángel está tranquila como un buda. Ella se acerca y toma mi cara.
—Estoy diciendo que voy a prepararnos unos espaguetis, AJ. Todo lo demás
que necesitas saber te lo dije hace un rato, después de que me sacaste de la
lluvia.
No puede ser. No puedo estar escuchando bien.
—Dijiste que me pertenecías—le susurro.
Cuando asiente, se siente como si una luz parpadeara dentro de mí. En algún
lugar del pozo más oscuro y solitario de mi alma, alguien ha pulsado un
interruptor y hay luz.
Estoy mirando a ese alguien. Ella me devuelve la mirada y sonríe.
Trago alrededor de la piedra en mi garganta.
—Y dijiste… dijiste…
—¿Mmm? —Suavemente me quita el pelo de la cara, esperando
tranquilamente a que arregle mis cosas y hable.
—Me dijiste que me amabas. —Es un grito ahogado, como si me hubiera
quedado sin aire. Porque me he quedado sin aire. Estoy respirando bajo el agua.
Nada de esto es real.
Chloe enrolla mi cabello alrededor de su muñeca y lo usa como una correa
para tirarme hacia abajo, hasta que mi cuerpo está completamente contra el de
ella. Sus pechos son tan suaves contra mi pecho. Quiero enterrar mi rostro entre
ellos.
—No amaba, AJ. Amo. Tiempo presente—murmura contra mis labios.
Ella me besa. Esa luz dentro de mí se vuelve más y más brillante. Se vuelve
tan cegadoramente brillante que bloquea todo lo demás, incluso el reloj en mi
cabeza que ha estado marcando constantemente hasta cero todo el tiempo, y
todavía lo está haciendo.

Capítulo 29

Hacemos el amor de nuevo. AJ me trata como si estuviese hecha de la
porcelana más frágil, irreemplazable y rara. Todos sus muros se han derrumbado,
todas sus defensas están desnudas. Está totalmente abierto a mí, vulnerable y
emocional, y los sentimientos que veo en sus ojos mientras empuja suavemente
dentro de mí me están volviendo loca.
Me mira como si fuera un milagro. Como si fuera su salvadora. Pero es
realmente él quien me salvó.

Cada aliento que he tomado me ha llevado a esto.


Pasamos el resto de la tarde hablando. Hago los espaguetis, los comemos en
la cama, sentados con las piernas cruzadas en el colchón y luego hablamos hasta
bien entrada la noche.
Me cuenta sobre el tren que tomó de San Petersburgo a los Países Bajos, dos
días de vagones meciéndose, traqueteo de las vías y pesadillas tan malas que se
despertaba gritando. De Rotterdam tomó un crucero a Nueva York; en el tren,
había robado el pasaporte de un hombre que se parecía a él, y llegó a los EE.
UU. Con el dinero que había ahorrado en sus peleas, enrollado en el tamaño de
un puño, fajos envueltos con una goma elástica, metidos dentro de una mochila.
Vivió durante un tiempo en un hostal, cuyo gerente era baterista en una banda
local. Cuando un taxista mató al gerente cruzando la calle, AJ le preguntó a su
viuda si podía comprar la batería. Ella se la dio con los deseos de “buena suerte”,
convencida de que la batería no le había traído más que mala suerte a su marido.
—Un tambor de juguete fue lo último que me dio mi madre—dice AJ,
mirando por las ventanas al cielo de medianoche. Está claro ahora; las nubes de
lluvia han desaparecido y el cielo centellea de estrellas—. Me encantó el sonido
que hacía, su dureza. Los colores que hacía cuando lo golpeaba eran tan crudos.
¿Es Star-Spangled Banner que dice: 'Y el resplandor rojo de los cohetes, las
bombas estallando en el aire'?
Asiento con la cabeza.
—Sus colores eran así. Y el equipo que recibí de la viuda del gerente del
hostal era igual, todo caliente, sonido metálico y ruidoso. Me encantó. A veces
tocaba esos tambores toda la noche. —Él ríe—. Y nadie tenía las pelotas de
decirme que me detuviera.
—¿Por qué Nueva York?
Él me mira. Está acostado de espaldas con los brazos debajo de la cabeza y
los pies cruzados a la altura de los tobillos. Estoy sentada a su lado con mis
brazos alrededor de mis rodillas, escuchando absorta cada palabra.
—Sayori me dijo una vez que solo hay dos ciudades en el mundo donde una
persona realmente puede desaparecer. Donde alguien puede ir y convertirse en
cualquier otra persona que quiera ser, llegar a ser invisible y permanecer así, sin
importar cuánto tiempo vivas allí. Nueva York y Las Vegas. —Vuelve a mirar
por las ventanas—. Al menos Nueva York tiene alma. Es un alma dura, bastante
implacable, pero la tiene. Las Vegas es donde las almas van a morir. Esa ciudad,
es un maldito cementerio de almas.
Recuerdo todos esos “hechos” que leí sobre él en Wikipedia.
—Así que todas esas cosas sobre ti en Internet, tu biografía y todo, son
inventadas.
Me mira con diversión en sus ojos.
—¿Me buscaste en Google?
Me sonrojo.
—No juzgues. Tenía que saber con quién estaba tratando. Internet es el mejor
lugar para comenzar.
—Internet está lleno de mierda—dice, sosteniendo mi mirada.
Él tiene un punto. Ejemplo perfecto: cualquier persona con una computadora
puede editar una entrada de Wikipedia. Para muchas páginas, ni siquiera necesita
una cuenta de usuario para hacerlo.
Extiende la mano y agarra mi tobillo, como si solo necesitara tocarme en
alguna parte, y continúa hablando.
—Estuve en Nueva York menos de un año. El invierno me recordó
demasiado a San Petersburgo, ese puto frío despiadado que te hiela los huesos.
Así que me mudé a la soleada Las Vegas, la ciudad sin alma. Poco después, me
quedé sin dinero. No podía conseguir un trabajo de verdad porque no tenía una
tarjeta del Seguro Social, además estaba paranoico de que alguien se enterara de
mi pasado, así que lavé platos en un restaurante por dinero en efectivo en negro
y después conseguí un trabajo como asistente, gorila en un club de striptease.
Pagaba mucho mejor que lavar platos. Tenía dieciséis años, pero era grande y de
aspecto rudo, y podía salirme con la mía diciendo que tenía entre veintiuno y
veinticinco años.
Mientras habla, frota distraídamente su pulgar sobre mi tobillo. Lo encuentro
reconfortante.
—Entonces una noche me peleé. En San Petersburgo, peleábamos con los
puños, a veces con cuchillos, pero la ferretería solía usarse solo si estabas en una
pandilla. Y rara vez había armas. Eran demasiado caras. Pero en Las Vegas todo
el mundo tenía dinero. Y las armas eran baratas. Así que todo el mundo tenía un
arma.
Levanta el brazo y me muestra un tatuaje en el costado de sus costillas. La fe
es estar seguro de lo que esperamos y seguro de lo que no vemos.
—¿Eso es de las Sagradas Escrituras?
Él asiente.
—Hebreo. ¿Ves las tres cicatrices, dentro de la F en la palabra fe?
Hay un trío de cicatrices arrugadas casi idénticas, de color más claro que la
piel circundante, dentro de la amplia floritura de la primera letra donde comienza
el tatuaje.
—Me dispararon tres veces esa noche. Ni siquiera tuve la oportunidad de
lanzar un puñetazo. A un idiota con una Glock semiautomática que estaba
drogado con coca no le gustó que le dijera que no tocara a las chicas. Me dejó de
espaldas en la acera, sangrando. Estaba seguro de que iba a morir.
—Pero me desperté en el hospital después de la cirugía con un tipo con una
chaqueta de punto sosteniendo una Biblia sentado en una silla junto a mi cama.
No tengo ni puta idea de dónde vino, simplemente estaba allí. Cuando lo miré,
dijo esa frase de las Sagradas Escrituras. Lo insulté y lo amenacé con arrancarle
la cabeza. Me sonrió y dijo que le habían dicho que yo estaba viniendo, y se
alegró de que finalmente estuviera allí. Pensé que era un completo lunático.
Luego aparece su esposa, toda señora Ingalls en La Casa de la Pradera…
—¿También viste ese programa? —Me resulta imposible imaginarlo.
—Hay mucho que tiempo ocioso en los burdeles, ángel. Ves mucha
televisión—dice solemnemente.
—¿Televisión estadounidense?—
—¿Alguna vez has visto la televisión socialista?
—No.
—Nosotros tampoco. Ver cómo se seca la pintura sería un tiempo mejor
invertido. E incluso en los barrios marginales teníamos una cosa llamada satélite.
—Oh. Cierto.
—De todos modos, su esposa. Ella era tan tonta como él, al menos eso es lo
que creo. Estuve en el hospital durante dos semanas, recuperándome, y todos los
días aparecían estos dos cabrones locos con muffins y brownies caseros y un
montón de charlas sobre el Señor y sus planes para mí, y estoy convencido de
que estaban intentando reclutarme para una secta.
Estoy enganchada.
—¿Entonces qué pasó?
—Entonces, cuando me sentí lo suficientemente bien como para dejar el
hospital, me pidieron que fuera a vivir con ellos.
—¿Y tú?
Él resopla.
—No. Volví a mi vida anterior, trabajando como gorila. Pero cada maldita
noche en algún momento durante mi turno, ese loco pastor aparecía, sonriendo
como si tuviera algún secreto extraño, hablando del Señor. No puedo decirte
cuántas veces lo amenacé con patearle el culo solo para que se callara.
—Pero eventualmente te mudaste con ellos.
Él asiente, sonriendo levemente.
—Creo que lo hice solo para sacarlo de mi espalda. Como, 'Aquí estoy, tienes
tu deseo, apesta ser tú, hijo de puta', pero de alguna manera… funcionó. En
realidad, eran simplemente agradables. Nunca me desperté en medio de la noche
con su polla metida en mi culo como esperaba.
No puedo evitarlo; me río. Dejo caer la cabeza sobre mis rodillas y me
deshago en carcajadas. AJ se ríe conmigo.
—¿Lo sé, verdad? Loco. Aún más loco fue cómo me animaron a tocar la
batería, tomar lecciones de música, unirme a una banda, leer libros… esas
personas me apoyaron ridículamente. Solo querían lo mejor para mí. Estaban
orgullosos de mí; le dijeron a todos que yo era su hijo y que había estado en una
misión.
—¿Y nadie cuestionó tu repentina aparición? ¿Ese hijo desconocido de
dieciséis años aparece de la nada y todo sigue como de costumbre?
Me lanza una mirada.
—¿Alguna vez pasaste mucho tiempo con gente realmente religiosa, Chloe?
Niego con la cabeza.
—Mi familia es protestante. Eso es lo más no religioso que puedes conseguir
sin ser ateo.
—Sí, bueno, se llama fe por una razón. La suspensión total de la incredulidad
es prácticamente el único requisito. La congregación de Matthew era pequeña,
pero eran súper religiosos. En otras palabras, todos eran alérgicos a cualquier
cosa que se pareciera a la lógica. Dijo que yo era su hijo, y bien podría haber
sido tallado en una tabla de piedra para todas las preguntas que esas personas no
hicieron. Además, mi cromestesia ayudó; pensaban que estaba dotado,
especialmente bendecido por Dios. Más de una vez tuve la sensación de que la
gente esperaba que caminara sobre el agua o que convirtiera un pescado y una
barra de pan en un brunch dominical.
—De todos modos, después de mudarme con ellos, me prepararon con todo
el papeleo correcto: certificado de nacimiento, tarjeta del Seguro Social, todo.
Entonces Alexei Janic, bastardo huérfano de una puta rusa, se convirtió en Alex
James, el amado hijo de un pastor estadounidense y su esposa.
—¿Qué hay de todo eso de no dar falso testimonio? ¿Cómo podría un pastor
no tener problemas con la mentira?
AJ sonríe.
—Lo curioso de la Biblia; la gente obtiene de ella lo que necesita oír. Quizás
esa sea toda su razón de ser. Para Matthew y Marjorie, mentir sobre quién era yo
técnicamente no contaba porque no lastimaba a nadie y porque Dios mismo les
había dicho que me cuidaran. Otra vez la cosa de la fe. Básicamente obtuvieron
un pase de pasillo sagrado.
—Guau. —Miro de nuevo el tatuaje de las Sagradas Escrituras. Entonces
miro todos los otros tatuajes en su pecho, abdomen y brazos, y me siento
abrumada por el peso de las historias que siento detrás de ellos.
—Nunca compartí ninguna de sus convicciones religiosas, porque pensé qué,
si Dios existía, era un idiota serio con un sentido del humor de mierda que de
ninguna manera merecía ser adorado por nadie, pero llegué al punto en que
respetaba sus creencias. Entonces, cuando murieron, me hice el tatuaje en honor
a ellos. Por todo lo que habían hecho por mí; era lo mínimo que podía hacer en
recuerdo.
—¿Que les pasó?
Él suspira.
—La cosa más estúpida del mundo: envenenamiento por monóxido de
carbono. Tenían un antiguo calentador de propano en su habitación que goteaba,
llenó la habitación con gas una noche. Eso fue todo.
Extiendo la mano y tomo su mano. Mientras paso mis dedos por los suyos, él
observa con una expresión extraña y soñadora en su rostro, casi como si no
pudiera creer lo que está viendo. Sus ojos brillan para encontrarse con los míos.
Su mirada soñadora se vuelve melancólica.
—La muerte me sigue, Chloe—murmura—. Siempre ha estado a mi
alrededor, desde que nací. Es parte de mí. Es una de las razones por las que no
quería acercarme a ti. No quería que te pasara nada malo. No quería mancharte
con mi mala suerte.
Desdoblo mis piernas y me estiro a su lado, acurrucándome contra su cálida
solidez.
—Ahora, ¿quién no está siendo lógico?
Envuelve ambos brazos a mi alrededor y me aprieta con fuerza.
—No tiene nada que ver con la lógica. La mala suerte es algo real.
Pregúntale a cualquier jugador.
—Lo estás viendo todo de manera equivocada.
Levanta la cabeza y me mira con las cejas arqueadas.
—¿Cuántos de tus amigos salieron vivos de San Petersburgo?
Sus ojos se oscurecen.
—¿Y si no hubieras sido grande? Cuando tenías seis años, si no pudieras
pelear, ¿qué te hubiera pasado?
Sus ojos se oscurecen cada vez más.
—Exactamente. ¿Y cuántos niños huérfanos de los barrios marginales
aprenden a leer y a apreciar la música y el arte debido a un extraño amable e
inteligente? Y si no hubieras estado allí para ayudar a Sayori al final, ¿qué le
habría pasado?
Está perfectamente quieto y silencioso, sus ojos ámbar normalmente
brillantes son del color del crepúsculo.
—Entonces, emigras a un país extranjero con un pasaporte robado, sin que te
atrapen por robo, ni te sigan las autoridades que puedan estar interesadas en el
incendio de una casa de mala reputación, y encuentras un lugar para vivir. No
eres asesinado mientras duermes. No eres asaltado por una banda de matones.
Incluso después de todo lo que has visto y experimentado, no desarrollas una
adicción a las drogas que ponga en peligro tu vida. Heredas una batería…
—De un hombre muerto.
—Y nadie a tu alrededor te dice que dejes de tocar, a pesar de que, como
dijiste, la 'golpeabas'. Por lo que sé de los neoyorquinos, no son precisamente
tímidos a la hora de decir lo que piensan.
Parece que está considerando lo que estoy diciendo. Sus cejas se han bajado
y juntado.
—De allí te mudas a otra ciudad, y justo cuando se te acaba el dinero, te
encuentras con un hombre que cree que Dios te ha enviado a él—.
—Porque estaba loco. Y me dispararon, ¿recuerdas?
—Sí, y cuando te despiertas después de recibir un disparo, hay un pastor
sentado en una silla junto a tu cama que está convencido de que eres un regalo
del cielo. Y su esposa y él te adoptan y te proporcionan un hogar lleno de amor y
toda la documentación necesaria para cubrir tu pasado. Quiero decir, realmente
AJ, ese es el especial de la película de la semana.
—Ellos murieron—dice rotundamente.
—Como todo el mundo eventualmente—respondo, mi voz es muy suave—.
Y no por culpa tuya. ¿No habrían tenido ese calefactor en su habitación, incluso
si no estuvieras viviendo con ellos?
Él calla.
—Y Sayori también habría muerto. Solo que no con la ayuda de alguien a
quien amaba. Y no con la misma tranquilidad.
—¿Y Pavel? ¿Maksim? ¿Matushka? ¿En qué mundo de fantasía estoy
excusado por ellos? ¿Cómo puedes lavar su sangre de mis manos? —dice con
dureza.
Presiono mi mano contra su mejilla y lo miro a los ojos.
—Naciste en el infierno, AJ. Todos en el infierno tienen sangre en las manos.
Se sienta abruptamente y me da la espalda.
—No lo acepto.
Sé que estoy en un terreno frágil con él aquí. También sé que haría cualquier
cosa, cualquier cosa, para que se sintiera mejor, aunque sea sólo por un rato.
Decido arriesgarme.
—¿Alguna vez has considerado la posibilidad de que tal vez te estaban
poniendo a prueba?
Gira la cabeza. Lo veo de perfil, nariz recta, labios finos y una mandíbula
dura e inflexible, suavizada por la luz de las velas.
—No lo digo por Dios; ni siquiera sé si creo en Él. Ella. Lo que sea. Pero sí
creo en el destino, AJ. Creo que las cosas suceden por una razón. Y todo lo que
ha pasado en tu vida, y en la mía, nos ha llevado a este momento. Ahora.
Nosotros, en esta habitación juntos. ¿Alguna vez habrías predicho que te pasaría
algo como esto? ¿Qué te sentirías así por otra persona?
Su garganta se mueve. Sus pestañas bajan. Después de mucho tiempo, dice:
—No.
Toco su espalda fuerte y desnuda.
—Yo tampoco. Quizás, de alguna manera, esa frase de las Sagradas
Escrituras sea realmente cierta. La fe no tiene por qué significar necesariamente
fe en Dios. Quizás estar seguro de lo que te espera y de lo que no ves… tal vez
se trate de nosotros.
Se vuelve y me mira fijamente.
—Quizás no se trate de religión, en absoluto. Quizás se trate de amor. Porque
he esperado algo como esto toda mi vida, y ahora aquí está. Aquí estás. Y
honestamente, por favor, no creas que esto es estúpido, pero es la única palabra
que encaja, se siente un poco… sagrado.
No hay palabras para describir la expresión de su rostro. Sus ojos, sin
embargo, he visto esa mirada antes. Sus ojos están angustiados.
Me arrastro hasta su regazo. Me sostiene y, como siempre lo hago en sus
brazos, me siento completamente segura. Descanso mi cabeza en el hueco de su
cuello y escucho el sonido de su respiración.
Nos quedamos así durante mucho tiempo, sin hablar. Finalmente AJ exhala y
presiona un beso en mi cabello. Inclino mi cabeza hacia atrás para examinar su
rostro. Parece más tranquilo ahora, pero todavía hay algo detrás de sus ojos, algo
de preocupación o dolor que no ha sido aliviado ni por su confesión ni por mis
garantías.
Con un pequeño escalofrío de ansiedad, me pregunto si es porque todavía le
quedan secretos por contar.
—¿Qué estás pensando?—susurro.
Mientras me acaricia el cabello con la mano, contengo la respiración,
rezando para que no se cierre, me excluya o se escape de mí para siempre.
—Creo que tenemos que pasar un buen rato en la bañera—dice con voz
ronca. Traza su pulgar sobre mi labio inferior y no puedo evitar sonreír.
—¿Oh sí? ¿Necesitas un buen baño? —Bromeo, aliviada.
Sus ojos destellan hacia los míos. La oscuridad retrocede y se encienden.
—Es tu cabello, Sunshine. No iba a decir nada, pero estás empezando a
parecerte a la hermana pequeña de Ziggy Marley.
—¡Oye! ¡He estado enferma!
Se pone de pie, levantándome con facilidad en sus brazos mientras se
levanta. Ahora está sonriendo y mi corazón se dispara. Me lleva al baño, me
pone sobre la tapa del inodoro y se inclina para abrir el grifo y calentar el agua
para el baño. Cuando se endereza, dice:
—Vuelvo enseguida.
—¿Adónde vas?
Mirándome, su cabello cayendo sobre sus ojos, me sonríe con tanta ternura
que mi respiración se queda atascada en mi garganta.
—La hora del baño requiere música, bebé. Tengo lo perfecto.
Entra en la otra habitación. Momentos después, por encima del sonido del
agua corriendo, escucho que comienza a sonar una canción. Es Take Me to
Church de Hozier.
AJ regresa con los brazos llenos de velas apagadas. Los coloca en el suelo en
las esquinas, alrededor del lavabo, en el borde sobre la bañera. Del botiquín saca
una caja de cerillas y las enciende todas, una por una. Cuando apaga la luz del
techo, la habitación se vuelve dorada.
Se mete en la bañera, se vuelve hacia mí con ojos de fuego y me tiende la
mano.

Capítulo 30

—No te muevas.
—Te prometo que estoy tratando de no hacerlo.
—No te estás esforzando mucho.
—No me lo estás poniendo muy fácil.
AJ presiona su erección contra mi trasero.
—Por ti, siempre será duro.
—No es gracioso—jadeo, agarrando los lados de la bañera.
AJ se sienta detrás de mí en la bañera, sus rodillas a cada lado de mis
caderas. Estoy reclinada sobre su pecho. Una de sus manos tiene un agarre firme
sobre mi cabello mojado, manteniendo mi cabeza contra su hombro. La otra
mano está entre mis piernas. Sus dedos me acarician lentamente, dando vueltas y
vueltas, arriba y abajo, una suave presión y un delicioso calor húmedo. El agua
caliente se arremolina sobre su mano, mis caderas, mis muslos abiertos,
chapoteando cuando no puedo quedarme quieta, como él me ordenó.
Sus dedos se deslizan dentro de mí y gimo.
Gira mi cabeza y me besa profundamente. Cuando su lengua invade mi boca,
me rindo a él, concentrándome en la sensación de sus labios y lengua contra la
mía, tratando con todas mis fuerzas de no mover mis caderas mientras comienza
a acariciar mi clítoris con el pulgar y dos de sus otros dedos me mueven más
profundos.
—Por favor. Tengo que moverme .
—Muévete y te azotaré el coño—murmura contra mi boca.
Mis ojos se abren de par en par.
—¡No lo harías!
Lentamente, sus labios se curvan hacia arriba. Él suelta mi cabello y toma mi
pecho, rodando mi pezón duro bajo su pulgar hasta que es todo lo que puedo
hacer para no arquear la espalda y ronronear.
Dios, este hombre es un genio con los pulgares.
—Ponme a prueba y descúbrelo.
Me pellizca el pezón. Respiro profundamente. Dios que se siente tan bien.
Entonces desliza la mano por mi pecho para acariciar mi otro seno. Su polla está
dura como una barra de hierro contra mi culo.
Tengo que apretar los dientes para quedarme quieta.
—¿Por qué me estás torturando?
Siento su risa baja y profunda por todo mi cuerpo.
—Llámalo venganza. —Su risa muere y me muerde suavemente el hombro,
con la presión suficiente para picar —. Pero sobre todo porque me encanta hacer
que te retuerzas, ángel. Me encanta ver cómo respondes, cómo te hago sentir. Y
verte intentar reprimirte es la cosa más sexy que he visto en mi vida.
Oh. Bueno, ya que él lo expresó de esa manera.
Chupa mi garganta. Dejo que mis ojos se cierren. Mordiéndome el labio, me
quedo perfectamente quieta mientras aumenta la velocidad de sus dedos. Cuando
eso no provoca ninguna reacción, me levanta un poco y siento, bajo el agua, la
punta de su polla empujar mi entrada. Mi boca se abre, pero me las arreglo para
no soltar un sonido, ni moverme.
Soy recompensada por eso. Suavemente, oh, muy lentamente, se desliza
dentro de mí, reemplazando sus dedos con su palpitante e increíble polla,
mientras continúa acariciando mi clítoris.
Agarro los lados de la bañera con tanta fuerza que no puedo creer que no se
rompa en mis manos.
Enrolla su brazo alrededor de mi cintura. Me sostiene con fuerza contra su
cuerpo mientras comienza a follarme lentamente, su rostro se vuelve hacia mi
cuello, su mano ejerce su magia entre mis piernas. El agua comienza a chapotear
alrededor de nuestros cuerpos desnudos, deslizándose por los bordes de la
bañera, acumulando un charco en el suelo.
—No puedo, AJ, no creo que pueda quedarme quieta por mucho más tiempo.
Su aliento es caliente contra mi cuello. Su barba un áspero roce contra mi
mandíbula. Me muerde el lóbulo de la oreja.
—¿Quieres que te dé un azote en tu codicioso pequeño coño, ángel?
Su voz es tan sexy, tan juguetona, pero tan malditamente dominante, sus
palabras tan sucias que gimo de frustración. Lo necesito, su lado salvaje y
desatado. Y lo necesito ahora.
—¿Es un sí?
—AJ, por favor…
Entonces no puedo soportarlo más. Gimiendo, aprieto mi culo contra su
pelvis, llevándolo aún más adentro.
De repente, levanta las caderas, usando la flotabilidad del agua para sacarme
completamente del agua, y me da una palmada ligera y punzante entre las
piernas, justo donde estoy más sensible.
Me sobresalto, gritando mientras oleadas de placer recorren mi cuerpo. ¡No
puedo creer que haya hecho eso! No puedo creer que me haya gustado.
Y querido señor, lo sabe. Él lo sabe. Estoy temblando, jadeando y mis
pezones están duros como diamantes, él se da cuenta del efecto que acaba de
tener en mi cuerpo.
Todo el humor se ha ido cuando me susurra al oído:
—Quieres otro, ¿verdad?
—Yo… yo…
—Sí o no, Chloe. Tenemos que hablar de esto. Necesitas decirme lo que te
gusta. Necesito conocer tus límites.
Mi corazón late salvajemente, borracho, como si no pudiera decidir si estallar
o desmayarse.
—No tengo perversiones. No hago cosas de Cincuenta Sombras. Yo… yo…
no estoy en eso.
Se queda quieto. Su voz baja está llena de preocupación.
—¿Te preocupa que te haga daño? ¿Tienes miedo de que trate de empujarte a
hacer algo que no quieres?
Debo admitir la verdad.
—No. Confío en ti. Sólo es… es embarazoso. No estoy acostumbrada a
hablar de lo que me gusta. Nadie me ha preguntado nunca, para ser honesta. Se
siente un poco extraño.
Después de un momento, se relaja. Empieza a empujar dentro y fuera de mí
de nuevo, suavemente, controlando su velocidad, sosteniéndome firme con ese
fuerte brazo envuelto a mi alrededor.
—No te avergüences. Solo quiero hacerte sentir bien, sea lo que sea que eso
signifique para ti. Nunca haré nada con lo que no te sientas cómoda. Pero eso
significa comunicarse conmigo. Entonces, si quieres algo, tienes que pedirlo,
cariño.
La habitación está casi insoportablemente cálida. Todo huele a cera caliente y
sexo. Mis pechos rebotan con cada movimiento de sus caderas. Sus muslos
musculosos se contraen alrededor de los míos. La luz de las velas baila sobre las
paredes y poco a poco me estoy volviendo loca de pasión.
Sutilmente, me arqueo contra su pecho, inclinando mis caderas, dándole un
mejor ángulo para deslizarse dentro. Es tan grande, me estira por completo. Se
siente como el paraíso. Amo la forma en que me reclama. La forma en que me
posee. La forma en que toma el control.
Con las mejillas encendidas, mis ojos cerrados con fuerza, digo:
—Sí, quiero que lo hagas de nuevo. Pero no demasiado, ¿de acuerdo?
Siento el temblor que lo atraviesa. Sus dedos se sumergen entre mis piernas,
donde nuestros cuerpos se encuentran, y exhala una ráfaga de aire.
—¿Qué tal esto?
Vuelve a levantar las caderas, me levanta del agua y me da una palmada en el
coño expuesto. Me muevo, gimiendo. Se siente tan bien que casi me corro, pero
sigo tratando de ser buena para él, sigo tratando de quedarme quieta,
contenerme, aferrarme a mi cordura.
—¿Más duro o más suave? —Su voz se ha vuelto baja y áspera. Su
respiración es más profunda, más irregular.
—Un poco más suave. Y… más.
Estira sus largas piernas, apoya los pies contra la pared sobre la bañera,
empuja dentro de mí con más fuerza y golpea suavemente mi coño cuatro veces
en rápida sucesión.
Mi reacción es instantánea y violenta.
Grito. Mi cuerpo se arquea hacia el techo. Me corro, sacudiendo las caderas,
los músculos contrayéndose, estallando ciegamente de placer.
Debajo de mí, AJ jadea.
—¡Mierda! ¡Ángel! ¡Mierda
Pierde el control. Agarra mis caderas y bombea en mí rápido y con fuerza,
aguantando mi orgasmo mientras me retuerzo sobre él, completamente
impotente para detener cualquiera de los sonidos o movimientos desenfrenados
que estoy haciendo. Mis gritos resuenan en las paredes.
Cuando él se sacude gimiendo y siento un calor que se expande
profundamente dentro de mí, todavía me corro con furia. El agua vuela por todas
partes. Las velas en el suelo más cerca de la bañera se apagan con un silbido por
una lluvia de gotas. El humo se eleva perezosamente en el aire y cuelga en
espirales cada vez mayores cerca del techo.

No se me ocurre hasta mucho después que no está usando condón.


Durante los próximos dos días, AJ y yo existimos en una extraña y hermosa
especie de animación suspendida. Se siente como si todos los relojes del mundo
hubieran dejado de hacer tictac, que por nosotros el mismísimo tiempo aguanta
la respiración.
El hotel se convierte en nuestro patio de juego.
Hacemos palomitas de maíz a la antigua en la gran cocina de la planta baja,
freímos granos duros de maíz y mantequilla en una sartén de hierro fundido que
chisporrotea en la estufa de seis quemadores, riéndonos y agachándonos cuando
explotan. Ponemos las palomitas de maíz calientes con mantequilla en bolsas de
papel y las llevamos a la sala de proyecciones, donde comemos mientras vemos
películas antiguas, las sillas tapizadas de felpa en las que nos sentamos cubiertas
con sábanas limpias para que no nos cubramos con años de polvo. Jugamos al
escondite en el vasto y oscuro ático, agachándonos detrás de armarios antiguos,
mirando a hurtadillas alrededor de espejos de pie, entrando y saliendo de los
restos olvidados de décadas de propietarios anteriores.
AJ siempre me encuentra. O quizás siempre lo dejo. Porque sé que cuando
me atrape habrá abrazo, risas y dulces, dulces besos que rápidamente se volverán
calientes.
Pasamos horas explorando la biblioteca, la lavandería, los jardines
descuidados, todas las habitaciones de arriba y los trasteros de la planta baja. En
el estacionamiento subterráneo, descubrimos una habitación completa que AJ ni
siquiera sabía que existía dedicada exclusivamente a televisores rotos, espejos
rotos y lámparas a las que les faltan pantallas, reliquias de cuando la propiedad
tenía huéspedes que pagaban. En el salón de baile cavernoso con techos
abovedados y piano de cola, aprendo que AJ sabe tocar más que la batería.
—¿Qué, pensaste que era un pony de un solo truco?—pregunta con un guiño
mientras me siento paralizada a su lado en el banco de madera, mirando sus
grandes manos tatuadas dar vida a Mozart con una destreza sin esfuerzo que me
deja asombrado.
—¿Dónde aprendiste a tocar el piano?
—Iglesia.
Lo dice como si fuera la cosa más normal del mundo, como si todos
aprendieran a interpretar a Mozart en la iglesia. Lo más interesante que aprendí
en la iglesia fue cómo permanecer sentada durante largos períodos de tiempo sin
dormirme.
Hablamos, tomamos siestas, nos duchamos, comemos y hacemos el amor.
Hacemos el amor en todas partes.
Me muestra su colección de música. Me presentaron a los grandes del jazz
John Coltrane, Nina Simone y Thelonious Monk. Del jazz pasa a la ópera, ya
estoy familiarizada con gran parte de ella. Escuchamos en silencio a María
Callas cantar Madame Butterfly y me conmuevo hasta las lágrimas.
—No era la soprano más dotada técnicamente que jamás haya existido, pero
era la más honesta, la más apasionada—dice AJ con reverencia al final de la
canción—. Vivía para su arte. Lo veo en los colores de su voz. La ópera fue el
amor de su vida.
Se vuelve hacia mí con sus hermosos ojos dorados encendidos por la
emoción, esas palabras colgando entre nosotros. El amor de su vida.
Me doy la vuelta antes de ponerme en ridículo y le pido que me muestre más.
Cubrimos las grandes bandas, swing, blues, hip-hop, R&B, soul, grunge,
reggae, gótico. Su conocimiento de su industria es notable. Habla extensamente
sobre el origen del punk rock, los mejores músicos que nunca triunfaron, por qué
la música disco fue lo peor que le pasó a la música. Se sabe de memoria la letra
de un número aparentemente infinito de canciones, la canta mientras suena la
canción, llevando la melodía a la perfección. Jugamos un juego en el que me
apuesta a que puedo tocar cualquier canción de su colección y él podrá
reconocerla de inmediato y cantar correctamente la primera línea.
—Si me equivoco o me pierdo alguna de las letras, ganas. Pero si tengo
razón, gano yo.
—Cualquiera puede tener suerte y adivinar una canción—me burlo, cruzando
los brazos sobre mi pecho.
—Ok… ¿qué tal veinte canciones?
Ya me ha dicho que tiene más de cinco mil CD en la estantería de su
habitación. Soy una mierda en matemáticas, pero imagina qué, si cada CD tiene
aproximadamente diez canciones, estamos hablando de alrededor de cincuenta
mil canciones. Empiezo a sentirme satisfecha.
—¿Qué obtengo si gano?
Él sonríe.
—Un beso.
—Mmm. ¿Y si ganas?
Su sonrisa se vuelve malvada. Pongo los ojos en blanco, fingiendo que la
sonrisa no le hace nada malo a mi cuerpo.
—Cosas malas y maravillosas.
Él gana, por supuesto. Lo acusé a medias de hacer trampa, justo antes de que
me arrojara sobre su hombro y se dirigiera a la cama.
Esas cuarenta y ocho horas son las más mágicas de mi vida. No quiero que
nuestro tiempo juntos termine nunca.
Pero, por supuesto, lo hace.
Simplemente no como esperaba.

Capítulo 31

El olor a café me despierta. Cuando abro los ojos, AJ está arrodillado en el
colchón a mi lado, sosteniendo una taza recién hecha. Está sin camisa y
sonriendo, dos de mis cosas favoritas.
Sonriendo también, me froto el ojo con el puño y me siento.
—¿Qué hora es?
—Las ocho de la mañana, cariño, es lunes por la mañana. Es hora de que
vuelvas a trabajar.
Dios mío, es lunes. Me congelo. Mi mente se queda en blanco. Mi pulso
comienza a latir tan fuerte en mis oídos que tengo que concentrarme en lo que
digo a continuación.
—Entonces. Nuestra… nuestra semana ha terminado.
Pareciendo completamente imperturbable, AJ me entrega el café.
—Técnicamente, nuestra semana terminó hace unos días.
Me he quedado más tiempo de mi bienvenida. Miro la taza en mis manos. Mi
cara está tan caliente que mis oídos están ardiendo.
—¿Tienes hambre? Hay cereal.
La idea de la comida me revuelve el estómago.
—No gracias. —Apenas puedo formar las palabras. Me voy. Esto es todo. Se
acabó—. Yo… entonces me prepararé… tomaré una ducha…
—Ok. —Lo dice con tanta alegría que me invade un violento impulso de
abofetearle la cara.
Me voy hoy. Nuestro tiempo se acabó. Y a AJ no le importa un carajo.
Se levanta de la cama y entra al baño, su paso ligero, su postura tranquila.
Escucho que el agua; ha abierto el grifo por mí. ¡Está tan ansioso por sacarme
que ni siquiera puede esperar lo suficiente para que mi ducha se caliente!
Tiemblo de humillación, dolor y una profunda y dolorosa sensación de
traición. Lo peor de todo es saber que me hice esto a mí misma. Él fue
completamente franco conmigo; me dijo que tendríamos una semana, y ahora
esa semana, más algunos días adicionales, ha terminado. Sabía que esto venía
desde el principio.
¿Qué esperaba, una propuesta de matrimonio?
Parpadeando para contener las lágrimas, tomo un trago de café. Es fuerte y
negro, tal como me gusta.
Hijo de puta.
Me termino el café, me ducho, me visto y me seco el cabello, todo mientras
lucho contra las lágrimas, fallando miserablemente en tratar de convencerme de
que esto no es el fin del mundo.
Solo que realmente se siente como si lo fuera.
Cuando salgo del baño, AJ está en la cocina, lavando mi taza de café en el
fregadero. La enjuaga, la seca y la guarda en el armario. Ver eso clava una estaca
en mi corazón desgarrado y sangrante. En su mente, ya me fui.
Ignorando las lágrimas que ahora se deslizan por mis mejillas, me acerco al
sofá y alcanzo mi maleta, que está apoyada junto a él, pero luego me congelo
con la mano en el asa cuando AJ grita:
—Entonces, ¿qué tienes en mente para la cena de esta noche? ¿Estás harta de
mis panqueques? Porque estaba pensando en ponerme elegante y tratar de hacer
una tortilla.
Me toma lo que se sienten como cuatro horas para enderezarme y girarme
para mirarlo.
—¿Cena?
Todavía está en el fregadero, ordenando, de espaldas a mí. Su cabello está
suelto alrededor de sus hombros. Lleva unos vaqueros viejos y agujereados y
nada más. La vista de sus pies fuertes y descalzos contra el suelo me dan ganas
de llorar, son tan hermosos.
—Sí. Deberías estar en casa alrededor de qué, ¿seis? ¿Siete?
No puedo pensar. Mi boca se niega a formar palabras.
Se vuelve para mirarme. Cuando ve mi cara, parpadea en estado de shock.
—¡Ángel! ¿Qué ocurre?
Y lo pierdo totalmente. Enloquezco.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Estás jodiendo conmigo? ¿Primero me estás
echando y después quieres saber lo que quiero para cenar? —grito.
AJ mira a la izquierda, luego a la derecha, como si se preguntara quién es
esta loca y si hay alguien cerca que pueda ayudarlo a manejarla.
—¿Quién dijo que te estaba echando?
Mis manos están cerradas en puños. Puedo sentir lo roja que está mi cara. Mi
pecho sube y baja, y todo lo que puedo hacer es mirarlo, temblando.
—Nuestra semana ha terminado—digo con los dientes apretados.
La comprensión amanece en su rostro.
—Oh, ángel. Dios.
Deja caer el paño de cocina que está sosteniendo y se acerca. Con varias
zancadas largas y rápidas, está frente a mí. Me toma en sus brazos y me abraza
con fuerza.
—No vas a ir a ningún lado sin mí, excepto al trabajo. E incluso allí estaré al
acecho en las esquinas, mirando, asegurándome de que no te pase nada.
En un movimiento que pensé que solo ocurría en las novelas románticas, mis
rodillas se debilitan. Ahora tiemblo aún más fuerte, aferrándome a su cintura
para no deslizarme sin huesos al suelo.
—¿Q-qué pasó con una semana? ¿Qué pasó con nuestro trato?
Toma mi rostro entre sus manos.
—Lo que pasó es que te dije la peor mierda que he hecho en mi vida, y tú me
dijiste que me pertenecías. Me dijiste que me amabas. Amas—se corrige a sí
mismo—. Tiempo presente. No te dejaré ir, Chloe. Me perteneces y no pasaré un
día más sin ti. No puedo vivir sin ti, ¿no lo ves? Sin ti, bien podría estar muerto.
Estallo en sollozos y empiezo a llorar tan fuerte que AJ se ríe.
—¡No es gracioso, idiota!
Me besa por toda mi cara roja y húmeda, abrazándome fuerte, murmurando
cuánto me ama, cuánto me necesita, cómo nunca, jamás, me dejará ir.

Los lunes son oficialmente mi nuevo día favorito de la semana.


Ese día de trabajo transcurre en un sueño. Me sorprende lo bien que Trina y
el personal manejaron todo en mi ausencia; no fue necesario apagar incendios,
no se cometieron errores importantes. Concierto una cita para que me quiten los
puntos de la mejilla y otra con el cirujano plástico que me recomendó mi padre
para ver qué se puede hacer con las cicatrices residuales.
Estoy tan feliz que casi no me importan las cicatrices. Estoy tan feliz que
siento que el sol brilla en la parte superior de mi cabeza.
Grace, sin embargo, no está feliz.
—Así que pasaste una semana y media jugando a la casita con el baterista, y
ahora estás de regreso en el trabajo evitando todas mis preguntas como si fuera
tu madre con la que hablas, y no tu mejor amiga. Bueno, tu otra mejor amiga.
¡No es aceptable, Chloe!
Incluso su tono mordaz no puede frenar mi glorioso estado de ánimo. Suspiro
y me siento en mi silla de la oficina, apoyando los pies en el escritorio.
—Te extrañé.
—Mentira—responde ella sin dudarlo—. ¿Quién crees que está al otro lado
de la línea, nena? Te conozco como la palma de mi mano. Aparte de esas
llamadas telefónicas para reportarte de treinta segundos, no pensaste en mí ni
una vez.
Sonrío porque tiene razón.
—Bueno, ahora te extraño. ¿Cuándo podemos juntarnos? ¿Cómo está Kat?
Ella resopla.
—Aparte de estar muy preocupada por ti y volverme loca por la boda, ella es
su yo maravilloso y malhablado de siempre. Nico y ella están planeando una
fiesta en su casa el próximo lunes por el Día de los Caídos; ¿supongo que
vendrán tú y el espía ruso?
Veo el anzuelo colgando a un kilómetro de distancia y lo evito. Todos los
secretos de AJ están a salvo conmigo, y siempre lo estarán.
—No sé. Ni siquiera he hablado con Kat todavía. ¿Quizás?
—No, quizás. Estas viniendo. —Su tono firme y sin rechazo se suaviza—.
¿Cómo estás realmente? ¿Has escuchado algo sobre el cara de culo de Eric?
Ante la mención de su nombre, mi estómago se contrae. Sintiéndome
vulnerable, bajo los pies y me siento con la espalda recta en el escritorio,
rodeándome la cintura con el brazo libre—. Tenemos la orden de restricción, así
que eso es bueno. Y aparentemente Eric está fuera del hospital, aunque no ha
vuelto al trabajo; ha sido suspendido sin paga.
Grace murmura algunos epítetos sobre la hombría de Eric.
—Deberían haber despedido a ese idiota inútil en el acto.
—Primero tienen que hacer una investigación interna, aunque parece que es
solo una formalidad. Creo que lo despedirán pronto. Supongo que había
bastantes esqueletos en su armario que sus jefes ya no podían pasar por alto.
—Bueno, buen viaje. Honestamente, si vuelvo a ver su rostro, creo que se lo
romperé.
La amo por abstenerse de decir “te lo dije”.
—Entonces, ¿quieres que pase la noche contigo durante los próximos días,
hasta que te vuelvas a instalar? O siempre puedes quedarte en mi casa si no te
sientes cómoda en tu apartamento, ya que el señor la Ley y el Orden te dejaron
con tan buenos recuerdos allí.
—No, estoy bien. Me quedaré con AJ en el futuro previsible .
El silencio al otro lado de la línea es ensordecedor.
—Lo amo, Gracie—le digo, mucho más suave—. Dondequiera que él esté,
ahí es donde tengo que estar.
Me pregunto si Grace habrá comprado un gato, porque desde el otro extremo
del teléfono sale un sonido como el de un gato tratando de toser una bola de pelo
rebelde.
—Está bien, mejor amiga, voy a terminar la llamada ahora.
—¡Espera!
Su grito de pánico me hace detenerme. No recuerdo la última vez que
escuché a Grace entrar en pánico.
—¿Qué?
—Solo tengo una pregunta más para ti.
—¿Cuál es?
Es su turno de hacer una pausa.
—¿Está segura?
No hay ni un segundo de vacilación cuando respondo.
—Sí. Nunca he estado más segura de nada en mi vida.
Escucho un suspiro profundo y resignado.
—¿Cómo diablos, la maldita perra que soy, me quedé atrapada con dos
amigas tan ridículamente románticas?
Tengo que sonreír; ese suspiro significa que ella me respalda, incluso si
piensa que estoy loca. Nunca volverá a decir otra palabra negativa o no apoyar
mi relación con AJ.
—¿Estamos aquí en territorio de preguntas retóricas? ¿O en serio esperas una
respuesta a eso?
—Retórica, retórica—masculla—. Y ahora finalizo la llamada para poder
servirme un gran vaso de agua—.
—¿Agua? Eso no es propio de ti.
—Por supuesto que me gusta el agua. Especialmente cuando está congelada
en cubitos y completamente rodeada de vodka. Adiós.
Me cuelga, dejándome sonriendo al teléfono.

Quiero a mis amigas.


Durante la próxima semana, AJ y yo nos acomodamos en una rutina. Voy a
trabajar; pasa en su moto al menos cuatro veces durante el día para ver cómo
estoy. Llego a casa después del trabajo; él cocina la cena. (Se gradúa de
panqueques a tortillas y tostadas francesas. El hombre tiene una adicción seria a
comer alimentos para el desayuno en la cena). Yo limpio; él toca el piano o hace
un solo de batería increíble en el kit de práctica que guarda en lo que solía ser el
bar del vestíbulo, golpeándolo hasta que le sangran los dedos como ese chico en
Whiplash. O me lee. O miramos una película. O, o, o una de mil cosas
diferentes.
Las duchas y los baños los tomamos juntos.
De hecho, todo lo hacemos juntos, hasta doblar la ropa.
No tenía idea de que vivir con otra persona pudiera ser tan divertido.
—Nunca pensé que conocería a una mujer que tuviera las manos peor que las
mías—bromea una tarde después de que yo grite de dolor cuando el jugo de una
lima que corté para usar en un guacamole se filtra en un corte profundo de mi
dedo. Estamos en la cocina principal de la planta baja, preparando el almuerzo.
La superficie de la mesa de acero inoxidable en la que estoy parada está cubierta
de varias abolladuras y hendiduras, pero por lo demás es un área de preparación
perfectamente competente. Me gusta tener tanto espacio para esparcirme; la
cocina de mi apartamento es minúscula en comparación con esto. Y la cocina de
AJ en su habitación es incluso más pequeña que eso.
Lanzo un trozo de aguacate de mis dedos a AJ. Aterriza en su mejilla.
—Vaya, lengua de oro, suéltalos. Esos cumplidos tuyos realmente me ponen
cachonda y molesta.
Él sonríe ante mi mirada agria, se quita el aguacate de la cara, se lame los
dedos y se aleja de la encimera opuesta en la que se ha estado apoyando mientras
me ve trabajar. Se mueve detrás de mí y envuelve sus brazos alrededor de mi
cintura.
—¿Sí? ¿Qué tan molesta? —Desliza su mano por mi caja torácica debajo de
mi camisa y acaricia mi pecho, pellizcando un pezón entre sus dedos que se
endurece al instante.
Dejé de usar sostén en casa, porque AJ me lo quita tan pronto como entro por
la puerta de todos modos.
Fingiendo ignorarlo, junto con la oleada de calor que se extiende desde la
parte inferior de mi vientre hacia abajo entre mis piernas mientras continúa
pellizcando y acariciando mi pezón con sus dedos ásperos, me encojo de
hombros.
Su otra mano se desliza por mi cadera hasta mi entrepierna. Estoy usando
vaqueros; me frota a través de la tela, sus dedos cálidos y duros.
Automáticamente, separo un poco los muslos para él, pero sigo haciendo el
guacamole, machacando el aguacate maduro en un bol con un tenedor como si
no me estuviera atormentando maravillosamente un macho grande y musculoso
del que me acabo de enamorar locamente.
Toma mi indiferencia como un desafío.
—No tan molesta, ¿eh? ¿Qué tal caliente?
Desabotona mis vaqueros, baja la cremallera y desliza la mano dentro de mis
bragas. Cuando sus dedos rozan mi clítoris, casi gimo, pero me detengo a
tiempo.
Me encojo de hombros de nuevo y sigo con el guacamole, que ahora no me
interesa.
—Oh, sí, definitivamente caliente—susurra, su boca en mi oído mientras sus
dedos sondean más profundamente—. Caliente y húmeda.
Mis manos se quedan quietas. Cierro los ojos, respirando menos
profundamente mientras AJ pone sus labios contra el pulso en mi garganta y me
chupa allí, una mano tirando y haciendo rodar mi pezón, la otra enterrada entre
mis piernas, acariciando y deslizándose en mi humedad. Cuando pellizca mi
clítoris entre dos dedos, finalmente me rindo y gimo, largo y bajo.
Su voz se convierte en un gruñido.
—Te voy a follar en esta mesa, ángel.
Él empuja el cuenco de guacamole a un lado, me quita los vaqueros y las
bragas, me da la vuelta y me agarra de las caderas, entonces me levanta sobre la
fría mesa de metal. Moviéndose rápido, me empuja sobre mi espalda, toma mis
piernas y las coloca sobre sus hombros, se inclina y coloca su boca caliente y
experta donde sus dedos acaban de estar.
Gimo más fuerte, arqueándome contra la mesa. Mis dedos se clavan en su
cabello.
—Malditamente delicioso, bebé. —Miro entre mis muslos abiertos para
encontrarlo observándome con ojos brillantes. Desliza su lengua lentamente a
través de mis pliegues húmedos y me estremezco—. Mmm. Pero no podemos
dejar que este guacamole se desperdicie.
Antes de que me dé cuenta de cuáles son sus intenciones, saca una gran bola
de guacamole fresco del cuenco a mi lado y me la unta entre las piernas. Jadeo.
Está frío, está húmedo y…
Y, oh Dios mío, su astuta y sabia lengua. Sus labios son llenos y deliciosos.
Está comiendo el guacamole de mi cuerpo. Me está lamiendo hasta dejarme
limpia.
Caigo contra el acero inoxidable. Enloquecida de placer, acuno mis pechos
en mis manos, pellizcando mis pezones como lo había hecho él momentos antes,
cada gramo de mi atención en ese increíble y carnal festín que se lleva a cabo
entre mis piernas.
Siento algo nuevo, resbaladizo y un poco punzante. Abro los ojos para
encontrarme con AJ sonriéndome con malicia mientras exprime el jugo de media
lima en mi hendidura expuesta. Sin apartar la mirada de la mía, vuelve a bajar la
boca y comienza a chupar.
La presión aumenta. La siento, enroscándose cada vez más fuerte dentro de
mí, despertando mis nervios. Nuestros ojos permanecen fijos mientras me come,
su lengua se mueve cada vez más rápido, sus dientes raspan mi clítoris.
—AJ. —Es una advertencia; estoy justo ahí. Estoy a punto de correrme.
Se desabrocha los vaqueros, se libera, cierra la mano en su polla y comienza
a acariciarla, todavía chupando mi coño, su mirada aún en la mía.
—Por favor. Por favor. AJ, Dios, por favor dámelo, te necesito ahora, ahora,
ahora…
Se levanta y se sumerge profundamente dentro de mí, enterrándose hasta la
empuñadura. Gimo, moviendo las caderas para encontrarme con sus embestidas,
sosteniéndome de sus antebrazos para evitar deslizarme mientras él agarra mis
caderas con sus manos y me folla sin piedad, su rostro duro, sus ojos encendidos
con lujuria y amor.
—Me perteneces. —Suena como un animal, gruñendo y salvaje, su voz casi
irreconociblemente áspera. Saber que lo he afectado tanto como él me ha
afectado a mí, envía un escalofrío a todo mi cuerpo.
—Para siempre—le susurro. Mis ojos se cierran. Mi cabeza cae hacia atrás. Y
me corro.
En cuestión de segundos, me sigue con un rugido, saliendo bruscamente
antes de correrse dentro de mí. Se derrumba sobre mi cuerpo, toma mi cara entre
sus manos y me besa tan fuerte que me olvido de todo lo demás. Solo estamos
AJ y yo, unidos en perfecta armonía.
Unidos para siempre.
Capítulo 32

—Para siempre—dice mi ángel.
Con esa palabra, no solo me rompe el corazón, rompe lo que queda de mi
alma miserable y egoísta.

Capítulo 33

La fiesta del Día de los Caídos en el complejo ultramoderno de Nico y Kat en
Hollywood Hills es menos una fiesta y más una bacanal salvaje, llena de
celebridades y empapado de alcohol.
Cientos de personas están aquí, muchas de las cuales reconozco del cine o la
televisión, chapoteando en la piscina, descansando en elegantes tumbonas,
bailando al ritmo del DJ que está instalado en una plataforma elevada junto a la
casa de la piscina al otro lado del césped. Es un evento con servicio de catering,
con camareros de etiqueta que levantan bandejas de entremeses sobre las
cabezas de los invitados medio borrachos y risueños. Todo es una escena sacada
de Entourage. De hecho, creo que veo a Adrian Grenier, el protagonista del
show, al otro lado del patio haciendo tiros al cuerpo al escote de una chica en
bikini.
Acabamos de llegar, pero puedo decirte que a AJ le gustaría estar en
cualquier lugar menos aquí. Quizás esto no fue tan buena idea. Kat me rogó que
fuera porque no nos hemos visto en semanas, pero ahora me pregunto si
realmente podré pasar tiempo con ella. Esta multitud está loca; debe estar
locamente ocupada interpretando a la buena anfitriona.
Nos abrimos paso entre la multitud. Parece que todos reconocen a AJ. Le dan
palmadas en la espalda y él asiente con la cabeza, le da la mano a varias
personas pero no se detiene a hablar. Las mujeres se lo comen con los ojos y él
las ignora por completo, haciéndome sentir absolutamente engreída. Ocupamos
un lugar junto a una barra blanca de Lucite en una esquina del patio y le pido un
chardonnay al camarero.
Como no podía ser de otra manera, el clima es perfecto en veintidós grados.
La vista desde el patio trasero es espectacular; veo todo el camino desde Malibú
hasta el centro. El océano es una franja reluciente en la distancia.
—¿Estás bien? —Solo pregunto porque la cara de AJ es tan cálida como una
losa de granito.
—Fiestas—dice, mirando alrededor de la escena.
Entiendo que eso significa que no le gustan, porque no agrega más. Estoy a
punto de decirle que podemos irnos tan pronto como vea a Kat, pero entonces
veo a Grace al otro lado de la piscina, saludándome locamente.
—¡Grace! —Emocionada, le devuelvo el saludo, indicándole que se acerque.
Con su Martini en alto sobre su cabeza, se abre paso con los hombros entre la
multitud. Cuando se cansa de ser empujada y derramarse vodka por el brazo, se
bebe la bebida de un trago, y deja el vaso en la bandeja de un camarero que pasa
a su lado. Entonces está de pie frente a nosotros, con el pelo rojo llameante, un
vestido blanco ajustado y un par de Louboutin con estampado de leopardo que
añaden quince centímetros a su ya escultural figura. Parece una diosa amazónica.
Varias personas cercanas la miran boquiabiertas, incluidas las chicas.
Casi la mitad de su vida falta en su memoria y, sin embargo, es más fuerte y
más segura de sí misma que nadie que conozca.
Ella me da un abrazo, envolviéndome en el aroma del vodka y Clive
Christian, su perfume característico.
—Te ves genial—murmura en mi oído—. Ni siquiera puedo ver la cicatriz.
Me quitaron los puntos de sutura de la mejilla la semana pasada. Después el
cirujano plástico al que fui me hizo un poco de rejuvenecimiento con láser. La
piel todavía está rosada, pero la he cubierto con una base especial para reducir el
enrojecimiento y un polvo que Kat me recomendó. Estoy casi como nueva.
Casi. Cada vez que veo un coche de policía, empiezo a sudar frío.
—Gracias, Gracie. Te extrañé.
Ella se echa hacia atrás, me sostiene con los brazos extendidos y me
examina. Sonríe ampliamente. Puedo decir lo que está pensando… alguien
finalmente ha sido bien follado. Le devuelvo la sonrisa, asintiendo.
—AJ—dice Grace, volviendo sus cálidos ojos grises hacia él—. Gracias.
Él le sonríe, desconcertado pero interesado.
—¿Por qué?
Grace me da una pequeña sacudida.
—Por esto.
Entonces nos sorprende a los dos lanzando sus brazos alrededor de su cuello
y dándole un gran beso en la mejilla. Al final, todos nos reímos.
Se siente tan bien.
Nos quedamos de pie y hablamos por un momento, sobre nada
particularmente profundo o importante. Sé que conseguiré el interrogatorio de
Grace tan pronto como pueda tenerme a solas, pero por ahora solo disfruto del
sol, la conversación y la maravillosa sensación del brazo de AJ colgando sobre
mis hombros.
Entonces Grace, mirando al otro lado del patio hacia la casa, lo hace dos
veces.
—Mierda. ¿Ese es Bono?
—¿Unos estúpidos anteojos morados envolventes lo delatan? —dice AJ con
una sonrisa.
—Los que odian te odiaran—responde ella, sin apartar la mirada del cantante
principal sorprendentemente bajo de U2—. Voy a conseguir una presentación. A
juzgar por la forma en que está acariciando a la camarera de los cócteles, apuesto
a que él y su esposa necesitan mucho asesoramiento matrimonial. Dios, no
puedo esperar a escucharlo todo. Estaré de vuelta en un segundo.
Ella se va. No tengo ninguna duda de que obtendrá su presentación; Hay
pocas cosas que Grace quiere que no consiga. De hecho, no puedo pensar en una
sola.
Entonces, de repente, AJ se pone rígido.
—Solo unos minutos más y nos vamos, cariño. Solo quiero asegurarme de
despedirme de Kat al salir. Me pregunto si Kenji está aquí .
Cuando no responde, lo miro. Pero él no me está mirando. Está mirando a la
sirena increíblemente hermosa de cabello negro azabache, pechos grandes y un
minivestido rojo ceñido que se dirige hacia nosotros.
Me da un vuelco el estómago. Mis ojos se dirigen a su rostro. Está claro por
su expresión que no está ansioso por hablar con ella, lo que me hace sentir un
poco mejor, pero también está claro que hay algo de historia aquí, con la que él
se siente muy incómodo. O tal vez simplemente se siente incómodo porque yo
estoy a su lado.
La sirena se detiene frente a nosotros. Nunca había visto a una mujer con una
piel, cabello o dientes tan perfectos. Ella es absolutamente impresionante. Una
modelo, sin duda. Y ha tenido sexo con ella, sin duda. Su sonrisa cómplice y sus
ojos de dormitorio son prueba suficiente de eso.
—AJ es bueno verte.
Él responde con un breve asentimiento.
—Heavenly.
Heavenly. Querido Dios, me he encontrado cara a cara con la infame puta de
los cinco mil dólares.
A pesar de lo mucho que la odio instantáneamente, de lo mucho que me
gustaría arañarle los ojos y arrancarle el brillante cabello del cuero cabelludo,
comprendo miserablemente por qué puede cobrar lo que cobra. Apostaría a que
los hombres le pagarían miles solo por mirarla desnuda, ni siquiera tocarla.
Ella vuelve sus ojos hacia mí. No es broma, son del color de los zafiros. Rezo
para que sean tan falsos como sus tetas, o Dios es exactamente tan bastardo
como AJ cree que es.
—¿Y quién es ésta?— pregunta amablemente.
—Heavenly, te presento a Chloe. Chloe, Heavenly. —La voz de AJ es
acartonada, su espalda está rígida.
Si alguna otra parte de su cuerpo está rígida, lo mataré donde está.
—Por supuesto—dice Heavenly, mirándome de arriba abajo. Su sonrisa se
ensancha. Casi parece genuina—. Es un placer conocerte finalmente.
¡Guau! ¿Qué? ¿Le ha hablado de mí? ¿Cuándo? Me toma unos tres coma
cinco segundos controlarme, entonces me pongo en modo esfinge y le devuelvo
la sonrisa con calma.
—Y a ti.
Su sonrisa flaquea. Mira a AJ. Puedo decir que se está preguntando qué me
ha dicho sobre ella, que, como sabemos, no es nada. Pero me condenaré si voy a
dejar que esta puta de Rodeo Drive me supere.
Heavenly decide mejorar su juego. Su sonrisa regresa. Con un ronroneo
gutural, le dice a AJ:
—Vy byli pravy. Ya lyublyu yeye .
Como si me hubiera dado una patada en el estómago, todo el aire se me
escapa de los pulmones. Ésta no es una prostituta cualquiera. Esta puta habla
ruso.
Instantáneamente, he evocado docenas de escenas imaginarias de los dos
después de follar, sudorosos y hermosos, murmurándose dulces palabras el uno
al otro en su idioma nativo. Supongo que también debe ser su lengua materna,
porque ¿qué prostituta tiene el tiempo o la energía para las lecciones de ruso? Y
tiene ese look de Euro Bond Girl, todo sigilo y sofisticación.
Nunca antes había sentido unos celos como estos. Jamás. Es como si me
hubiera tragado un cuenco de navajas.
Sé que mi cara está roja como una remolacha, al igual que sé que, la sonrisa
que tengo plasmada en el rostro se ha vuelto enfermiza. Por alguna extraña
razón, se me hace la boca agua. Probablemente porque me gustaría escupir un
gran escupitajo en su perfecta y estúpida cara.
Entonces AJ le dice algo a Heavenly que me confunde aún más.
—Te dije que lo harías.
—¿Hacer qué?—pregunto antes de que pueda detenerme.
Un músculo se flexiona en la mandíbula de AJ.
—Que le gustarías.
Me estalla la cabeza. No puedo creer lo que escucho. ¿AJ le dijo a la señorita
Cinco Mil Dólares La Mamada que yo le gustaría? ¿Cuándo, mientras ella
rebotaba sobre su polla? Completamente perdida, me trago bebida, apenas
logrando contenerme para no rompérsela en la cabeza.
Él tenía una vida antes que yo, esto no es culpa suya, tú sabías de sus
“experiencias”, parece realmente incómodo, así que déjalo un poco, ¿de
acuerdo?
La voz en mi cabeza tiene demasiado sentido, así que le recuerdo que existe
una posibilidad muy real de que esta chica sepa aún más sobre AJ que yo.
Lo que significa que realmente no soy tan especial. Lo que hace que toda la
sangre se drene de mi cara.
—¿Me disculpas por un momento? Creo que veo a alguien con quien
necesito hablar—digo, remilgada y correcta, en mi mejor imitación de Julie
Andrews en El Diario de una Princesa. Mi intención es dar la vuelta y correr,
pero el brazo de AJ se aprieta sobre mis hombros, impidiéndome moverme. Me
sostiene con fuerza contra su costado. No quiero hacer una escena frente a ella,
así que me quedo quieta, con la cara ardiendo.
—¿Recibiste una invitación para esta fiesta, Heavenly?
No puedo decir por su voz si AJ está enojado o simplemente curioso. Trago y
miro hacia otro lado, el corazón me late con fuerza.
—No, estoy aquí con Slash.
¿Vino con el guitarrista de Guns N 'Roses? Esta chica realmente va de cañas.
Me pregunto qué piensa la esposa de Slash sobre eso.
Entonces AJ le dice algo en ruso. Ella responde. No tengo idea de lo que
están diciendo, que obviamente ese es el punto. Y ahora estoy tan enojada que
podría gritar.
Justo cuando estoy a punto de quitarme el brazo de AJ y arrojarle el resto de
mi chardonnay a la cara, Heavenly dice:
—Sabes mi número. —Se da vuelta y se aleja. Las cabezas giran cuando ella
pasa a su lado.
Vibro de furia. También creo que podría vomitar.
AJ toma la copa de vino de mi mano y la deja en la barra. Después me toma
del brazo y me lleva más allá de la piscina y hacia la casa. La gente se dispersa
frente a nosotros como ratones asustados; AJ lleva su expresión de asesino en
serie. Las nubes de tormenta han vuelto sobre su cabeza.
Me lleva al baño del primer piso, cierra la puerta detrás de nosotros y me
apoya contra el amplio lavabo de mármol.
—Está bien. Dilo.
Respirando con dificultad, cruzo los brazos sobre el pecho.
—No, creo que tú deberías hacerlo primero. Y te daré cinco minutos para
cubrir todos los puntos importantes, específicamente por qué y cuándo le
hablaste de mí, cuándo fue la última vez que te acostaste con ella y qué diablos
os dijisteis mutuamente el uno al otro allí final, cuando parecía que estabas
haciendo planes para liarte con ella más tarde.
—No he estado con ella desde que estamos juntos—dice él al instante.
—¿Y desde cuándo exactamente estamos juntos? ¿Cuando me visitabas en
mi apartamento en medio de la noche, cuando me interrogabas sobre toda la
historia de mi vida pero te negabas a acostarte conmigo o después de que me
mudé a tu casa?
Él frunce el ceño.
—¿Crees que te estoy mintiendo?
Ese músculo de su mandíbula está realmente ejercitándose.
—¡No te atrevas a tratar de volver esto en mi contra! ¡Tuve que quedarme
allí como una idiota mientras tú y tu puta tenían una pequeña charla en ruso
sobre sólo Dios sabe qué!
—Ella no es mía, tú eres mía y lo sabes—dice con voz dura.
Él aprieta su boca contra la mía.
Lucho, pero él sostiene mi mandíbula en una mano y sujeta uno de mis
brazos alrededor de mi espalda con el otro. Es más fácil ceder que pelear con él,
así que dejo que me bese y finjo que no me gusta. Cuando finalmente rompe el
beso, ambos jadeamos.
—Le hablé de ti mucho antes de que nos juntáramos, justo después de que te
escuché cantar ese día en tu tienda, cuando odiabas mis entrañas. No me he
acostado con ella ni con nadie más desde ese día.
Su voz es áspera, pero sus ojos son suaves, y tengo tantas ganas de creerle.
Pero la forma en que Heavenly lo miró… la intimidad de sus ojos, su voz. Me
está devorando por dentro.
—¡Te estás olvidando de esa morena con la que te fuiste, la que conociste en
mi pasillo de velas!
—Solo hice eso para enojarte, ángel. No me la follé. Ni siquiera la besé. Me
llevó a la oficina de mi gerente y luego tomé un taxi a casa.
Me besa de nuevo, otro tirón exigente en mis labios, y no puedo mantener la
cabeza recta. Estoy perdiendo el hilo de mis pensamientos. Retrocedo, pero él no
me deja ir muy lejos; mantiene su mano en mi mandíbula, sus labios muy cerca
de los míos.
—¿Qué hay de lo que os dijisteis el uno al otro al final? ¿Qué fue eso?
Ha estado mirando mis labios, pero su mirada va hacia arriba y se encuentra
con mis ojos. Él los mira con intensidad chisporroteante.
—Le dije que debería volver con Slash.
—¿Y qué dijo ella?
—Que se alegraba de verme feliz. Que me lo merecía.
Aparto la mirada porque mis ojos se están llenando de agua. AJ besa mi
mejilla, luego murmura en mi oído:
—Voy a decir algo que no querrás escuchar, ángel, pero es la verdad, así que
necesitas escucharla.
—¿Qué?
Me vuelve la cara, así que tengo que mirarlo a los ojos.
—Durante mucho tiempo, ella fue la única amiga que tuve.
Eso duele y también me entristece muchísimo por él.
—¿Ella sabe de ti? ¿Sobre tu pasado?
Él niega con la cabeza.
—Eres la única a la que le he contado esa historia. Ella no es estúpida; sabe
que no soy de Las Vegas. Pero nunca le importó. Nunca me pidió nada. Antes
que tú, con ella era el único lugar en el que me sentía seguro.
Oh Dios, mi corazón. No sé cuánto más de esto puedo soportar.
—No puedo competir con eso, AJ—digo con voz temblorosa..
—No tienes que hacerlo, bebé. No hay competencia; todo mi ser te
pertenece. Lo ha hecho desde el principio.
Me besa de nuevo, hambriento, su cuerpo duro presionado contra el mío. Me
separo lo suficiente para decir:
—¡No quiero volver a verla nunca más! ¡Prométeme que nunca volverás a
hablar con ella!
—Nunca. Nunca. Eres la única que necesito—promete contra mi boca.
Me aferro a sus hombros mientras me levanta sobre la encimera del lavabo.
Sus manos se deslizan debajo de mi vestido, empujando la tela hasta mis muslos.
Me baja las bragas y las deja caer al suelo.
—Sí—gimo cuando desliza sus dedos dentro de mí. Necesito esto. Lo
necesito. Me estoy volviendo loca. Más allá de la puerta cerrada, la fiesta ruge;
el bajo de la música fuerte estremece las paredes.
Busco a tientas la hebilla de su cinturón, tirando de ella hasta que se suelta.
Le abro la bragueta y me las arreglo con mis manos temblorosas para liberar su
erección. Gime cuando lo rodeo con los dedos.
Echa mi cabeza hacia atrás con una mano en mi cabello.
—Sobre tu vientre, bebé. —Su voz es ronca por la necesidad; me da la vuelta
y me sube el vestido, dejando a la vista mi culo desnudo.
Lo observo por el espejo mientras mira mi cuerpo. Veo el deseo abrumador
en su mirada, y me calma, además de excitarme. Solo le toma un momento
ponerse el condón que saca de la billetera. Entonces se coloca entre mis piernas
abiertas y mete su dura polla dentro de mi humedad.
En el espejo, nuestras miradas se traban. Sosteniendo mi cabello con una
mano y mi cadera con la otra, comienza a follarme por detrás.
Alguien prueba la manija de la puerta. Lo ignoramos, consumidos,
mirándonos el uno al otro, el calor aumenta cada vez más con cada estocada de
su hermosa y rígida polla.
A través de la puerta llega un grito agravado.
—¡Oye! ¿Quién está ahí?
—¡Vete o pierdes la cabeza!—gruñe AJ.
Empuja más fuerte. Gimo entrecortadamente, mis palmas se aplastan contra
el espejo para poder empujar hacia atrás contra él mientras me folla.
Desde afuera de la puerta llega una risa.
—¡Consíguelo, hermano! —Hay dos golpes cortos de aprobación en la
puerta, luego nada más que la música y el sonido de la fiesta.
AJ mueve su mano desde mi cadera hacia abajo entre mis piernas. Sus dedos
me acarician expertamente, deslizándose sobre y alrededor de mi palpitante
protuberancia hasta que todo mi cuerpo tiembla de placer y estoy tan mojada que
siento que se desliza por mis muslos. Rápidamente me lleva a dos orgasmos
antes de que finalmente se deje ir.
Mientras se estremece y gime, apoyo la mejilla contra el fresco azulejo,
cierro los ojos y rezo para que sea lo último que hemos visto de la mujer que
solía ser la

única amiga de AJ.


Desafortunadamente, no lo será. Y si pensaba que sabía lo que era el dolor
antes, ellos dos pronto me darán una lección sobre el dolor que me durará toda la
vida.

Capítulo 34

—Honestamente, Chloe, es hora de que conozca a este joven. ¡Has estado
viviendo con él durante dos meses, por el amor de Dios! Cuando Bunny me
preguntó el otro día en el club cómo estabas, no tenía absolutamente nada que
decir, ¿verdad? ¡Ni siquiera sé su apellido!
Mi madre. A los pocos minutos de llamar a la tienda, está en modo acoso.
Sonrío para mis adentros. Ni siquiera mamita querida puede derribarme.
Han pasado algunas semanas desde la fiesta del Día de los Caídos y todo en
mi mundo es tan perfecto como puede ser. No hemos visto, ni hemos tenido
noticias de Eric, no presentó cargos contra AJ, y Heavenly se siente como un
recuerdo lejano. Lo mejor de todo es que todo entre AJ y yo ha sido genial.
Como… asombrosamente geniales.
Estoy tan enamorada de ese hombre que parece un sueño hecho realidad.
—Su apellido es Edwards, mamá, estoy segura de que papá te lo ha dicho en
más de una ocasión. Y lo conocerás en la boda. No estoy lista para soltarlo a los
perros todavía.
Ella hace un sonido como si estuviera profundamente insultada, sé que está
fabricado estrictamente con el propósito de inducir a la culpa. Ambas sabemos a
qué estaría sometido AJ, si mi madre lo tuviera a solas. Cuando ella lo tenga a
solas; ya puedo imaginarme la escena en la boda. Siento pena por él de
antemano.
Por suerte para nosotros, mi padre está de nuestro lado. Él y AJ han hablado
varias veces por mi móvil, y tengo la sensación de que se gustan, aunque
ninguno lo admite en voz alta.
Hombres.
—¿Así que si no fuera porque Kat tiene los buenos modales para invitarnos a
la boda, nunca lo conoceríamos?
—No nos dejemos llevar por el tren de la exageración, mamá.
Mis padres conocen a Kat desde hace años, desde que fuimos juntas a la
escuela secundaria. Su madre estuvo enferma durante toda la escuela secundaria
y murió en nuestro último año, por lo que Kat pasó mucho tiempo en mi casa.
Mis padres son como sus padrinos, así que, por supuesto, los invitaron a la boda.
A mí hermano también. Faltan poco más de dos meses; no puedo creer lo rápido
que pasa el tiempo. Grace y yo ni siquiera hemos planeado lo que vamos a hacer
para la despedida de soltera de Kat, todavía.
—Bueno, James tenía algunas cosas buenas que decir sobre él, de todos
modos—admite a regañadientes.
Me animé con eso.
—¿En serio? ¿Cómo qué?
Hay un tenso instante de silencio.
—Él dice que se puede decir que este joven realmente se preocupa por ti.
Cree que estás a salvo con él. —Exhala pesadamente—. Y después de lo que has
pasado, eso es todo lo que realmente nos importa a tu padre y a mí.
Estoy conmovida.
—Gracias, mamá. Y estoy de acuerdo con Jamie en ambos aspectos. De
hecho… no recuerdo haber sido nunca tan feliz.
¿Es un sollozo lo que escucho? No, imposible. Mi madre no es sentimental
en lo más mínimo.
—Me alegro de que hayas conservado tu apartamento de todos modos,
Chloe. Eso es muy sensato de tu parte. Por si acaso.
Frunzo el ceño. Solo conservé mi apartamento porque firmé un contrato, que
ni siquiera está cerca de estar terminado. Si lo rescindo, me golpearán con una
demanda, por lo que ha estado vacío, acumulando polvo. Mi madre debe sentir
que se forman nubes de tormenta, porque rápidamente cambia de tema.
—¿Cómo va el trabajo?
Casi me caigo de la silla en estado de shock.
—Um… genial, en serio. Gracias por preguntar. Kat mencionó algunas cosas
sobre la boda en las redes sociales que han sido realmente geniales para Fleuret.
Solo esta semana he conseguido tres grandes nuevos clientes.
Hay una pequeña pausa, entonces mi madre dice en voz baja:
—Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti, Chloe. Sé que no te lo
decimos lo suficiente, pero lo estamos. Y te amamos.
Ahora estoy completamente impresionada. Me pregunto si ha estado
bebiendo.
—Yo también te amo, madre.
El timbre de la puerta de mi tienda suena, indicando que alguien ha entrado.
Estaba esperando a Kat y a Nico; hoy les enseño las muestras de sus centros de
mesa.
Miro el reloj y me pregunto por qué AJ aún no está aquí. Me confirmó esta
misma mañana que estaría aquí, y no es de los que llegan tarde. Dijo que tenía
una reunión con su gerente a las diez en punto, pero eso fue hace horas. Una
punzada de preocupación me aprieta el estómago, pero la descarto.
—Tengo que irme, mamá. Hablaré contigo pronto, ¿Ok?
Escucho el sonido de un beso a través del teléfono.
—Cuídate, cariño.
—Lo haré. Adiós.
Cuando colgamos, cruzo los dedos para que a Nico y Kat les gusten sus
muestras. Trina y yo pasamos toda la mañana preparando dos mesas cuadradas
para banquetes en la tienda para que pudieran ver cómo se vería la presentación
de la mesa final en la boda. He alquilado mantelería, platería y cristalería, y he
puesto mesas para ocho invitados, imitando la presentación de la recepción. En
el centro de una está el arreglo bajo que usaremos, el arreglo alto y dramático en
la otra. Se alternan altos y bajos para las mesas de recepción, que es uno de mis
diseños favoritos para una gran fiesta. Le da a la habitación más interés visual
que solo un mar de arreglos altos, que fácilmente pueden parecer exagerados.
Me apresuro al frente, donde encuentro a Nico, Kat, Grace, Kenji, una rubia
cuarentona y corpulenta llamada Jennifer, que es la coordinadora de la boda, y
Brody Scott, también conocido como “Scotty”, el guitarrista principal de Bad
Habit y uno de los padrinos de boda de Nico, de pie en semicírculo alrededor de
la mesa de exhibición con el arreglo alto.
Jennifer está tomando fotos de los arreglos en su iPhone. Parece
impresionada.
Grace toca la mantelería. Ella también parece impresionada.
Kat está mirando las flores con la mano sobre la boca. Parece que va a llorar.
Cuando me ve, dice con voz temblorosa:
—Mierda, Chloe. Ni siquiera puedo…. —Ella estalla en lágrimas.
Nico la rodea con el brazo, la empuja contra su pecho y me sonríe.
—A ella le encanta, cariño. A mí también. Te has superado a ti misma.
Inundada de alivio, sonrío. Me he estado estresando por este momento
durante una semana.
—¿En serio?
Brody mira las flores como si acabaran de llegar del espacio exterior. Creo
que debe odiarlas, pero luego pregunta:
—¿De dónde sacaste peonías en junio?
Todos se vuelven para mirarlo, incluso Kat. Grace lo mira de arriba abajo
como si acabara de llegar del espacio exterior.
—Israel. Pero su producción terminará en agosto, así que obtendremos las
peonías para la boda de mi productor en Ámsterdam.
—Hombre—dice con asombro, mirando el arreglo—, no sé lo que estás
pagando por esto Nico, pero vale cada maldito centavo.
Grace me mira. Estamos pensando lo mismo, porque ella pregunta:
—¿Eres un gran fanático de las flores
Él se vuelve para mirarla. Es lo que yo considero el miembro “lindo” de Bad
Habit. Tiene un rostro juvenilmente guapo y una sonrisa asesina, con hoyuelos
parcialmente ocultos. También tiene un cabello magnífico, grueso y castaño, y
un sentido del estilo aún mayor. Hoy, por ejemplo, lleva una camisa de botones
azul claro enrollada hasta los antebrazos, un elegante chaleco azul marino, un
par de vaqueros de moda que le quedan tan perfectos que parecen hechos a
medida y zapatos de cuero negros que reconozco como Ferragamo, porque mi
padre tiene un par. Es alto, pero a diferencia de Nico o AJ, que son voluminosos,
es delgado. Creo que se parece más a un modelo de Abercrombie & Fitch que a
un músico de rock. AJ lo llama el fashionista.
Con un toque de calor en su voz, Brody le dice a Grace:
—Me gustan todas las cosas hermosas.
Grace ignora su tono obvio y se aleja. Supongo que los músicos no son su
estilo… aunque en realidad pensaba que todos los hombres con genitales
funcionando eran su estilo.
Mientras tanto, Kenji está aburrido, que es lo que pasa cuando él no es el
centro de atención.
—Cariño, ¿tienes algo de beber por aquí? Estoy tan seco que soy
prácticamente un mormón.
—Ahora que lo mencionas, tengo.
Le grito a Trina que saque las botellas de champán que compré para esta
ocasión, esperando que fuese un éxito. Ahora que sé que a Kat y Nico les gustan
las flores, tengo ganas de celebrar.
Trina también; sonriendo como una loca, sale de la trastienda con dos
botellas de Perrier-Jouët en alto.
—¡Hurra! ¡Lo clavamos! ¡Fies-taaa! —Mi otra diseñadora, Renee, la sigue
con copas de champán de plástico. Obviamente estaban escuchando a
escondidas.
Kenji frunce el labio.
—Oh, cariño, sabes que Kenji no bebe en cristalería a base de petróleo.
—Lo harás hoy, Divalicious, porque no tengo nada más—le respondo.
Kenji señala la mesa.
—¿Cómo llamas a esas?
Miro las copas de champán de cristal alquiladas al lado de cada lugar que se
coloca en la mesa y empiezo a reír.
—Las llamo un descuido gigante de mi parte. Trina, tira el plástico a la
basura. Estamos bebiendo con estilo.
Ella resopla.
—Apuesto a que también sé quién va a lavarlas—murmura con buen humor.
Kenji parece consternado.
—¡Bueno, ciertamente no lo haré yo!
Lo cual es un hecho.
Una vez que se sirve el champán y hemos levantado nuestras copas en un
brindis, la coordinador me lleva a un lado para repasar algunos detalles, mientras
Kat y Nico rodean el costado del enfriador de flores. Kenji, Trina y Renee
chillan y se lanzan a un baile improvisado de zombis cuando suena Thriller de
Michael Jackson en la radio y, lo que es más interesante, Brody sigue a Grace
mientras se aleja de los arreglos florales de muestra y comienza a examinar la
vitrina de jarrones de vidrio y cerámica a lo largo de la pared.
Puede que los músicos no sean lo suyo, pero ciertamente me parece que los
pelirrojos son lo suyo. Intento recordar si se conocieron antes… tal vez en la
fiesta de House of Blues el año pasado? ¿O en el Día de los Caídos? Tomo nota
mentalmente de preguntarle sobre eso más tarde.
Jennifer y yo terminamos nuestra charla y nos reunimos con el resto del
grupo.
—Entonces, ¿dónde está AJ, Lo?—pregunta Kat—. Pensé que estaría aquí.
—Yo también. Dijo que lo haría. No estoy segura de que le pasó.
Ella y Nico comparten una mirada que me asusta. Es una mirada de no, no,
una que hace que mi corazón lata un poco más rápido tan pronto como la veo.
—Creo que me iré un poco antes para ir a ver cómo está—le digo, tratando
de mantener mi voz ligera.
—¿Todavía no tiene teléfono?—pregunta Nico, su brazo alrededor de los
hombros de Kat.
Intento que mi encogimiento de hombros parezca indiferente.
—Tiene uno desechable para que pueda llamarlo en caso de una
emergencia... ya sabes, por Eric. Pero no quiero usarlo a menos que sea una
verdadera emergencia.
—Chloe, no se va a enojar contigo si lo llamas y la tienda no está en llamas
—dice Kat, exasperada.
—Lo sé. Es solo que los teléfonos no son lo suyo. No le gusta la idea de que
la gente pueda molestarlo cuando quiera. Entonces… estoy respetando eso.
Nico me sonríe.
—Es un hijo de puta afortunado de tenerte, Chloe.
—Sí, lo es—asiente Kat con firmeza—. Si Nico se negara a hablar conmigo
por teléfono…
—Él no se ha negado, simplemente no ha habido una emergencia. Si la
hubiese, lo llamaría. —Mi voz sale más fuerte de lo que pretendía porque de
repente me siento a la defensiva. Cuando Kat me mira parpadeando sorprendida,
aparto la mirada, avergonzada. Entonces me abraza.
—Lo lamento. No quise hacerte sentir mal. No es asunto mío.
Libero un suspiro reprimido y le devuelvo el abrazo.
—No lo lamentes, estoy actuando como un bicho raro. Creo que estoy más
preocupado de lo que me di cuenta, porque él no esté aquí. ¿Es eso estúpido de
mi parte?
Ella se aleja y aprieta mi brazo.
—Por supuesto que no. Sé exactamente cómo te sientes. Si no sé dónde está
Nico cada minuto del día, casi no puedo respirar.
Eso me hace sentir un poco mejor. Nos sonreímos la una a la otra. Grace nos
interrumpe diciendo:
—Entonces, ¿Las Vegas para la despedida de soltera? ¿O es demasiado
cliché?
Kat arruga la nariz.
—¿Tenemos que hacer una despedida de soltera? ¿No somos un poco
mayores para ese tipo de cosas? De todos modos, pasaré todo el tiempo
suspirando por mi futuro esposo. Dudo que sea divertida.
Grace la mira como si estuviera loca.
—La despedida de soltera no es para ti, tonta; es para las damas de honor,
como recompensa por todo su arduo trabajo para la boda.
—Estoy bastante segura de que ese no es el caso—le digo.
Grace agita una mano en el aire, descartando el tema.
—De todos modos, Las Vegas está sobre la mesa. Si alguna de vosotras,
chicas,—asiente a Kenji y a mí—tenéis una idea mejor, hacédmelo saber.
—¿A dónde va Nico en su despedida de soltero? Quizás deberíamos ir a la
misma ciudad y alojarnos en hoteles adyacentes—digo.
Grace y Kenji parece que van a vomitar. Kat, por otro lado, chilla de alegría.
—¡Sí! ¡Qué buena idea! —Se vuelve hacia Nico—. ¿Qué piensas, cariño?
Él le sonríe y le aparta un mechón de cabello de la frente.
—Creo que estoy dispuesto a cualquier cosa que te haga tan feliz, cariño.
Ella aplaude. Puedo decir por la mirada fulminante que Grace me lanza, que
no está nada emocionada con mi sugerencia, pero le mando un beso y ella pone
los ojos en blanco, y sé que estoy perdonada. Ella se divertirá sin importar a
dónde terminemos yendo.
—¿Algo más que necesites de mí, Chloe?—pregunta Jennifer, guardando sus
notas, horarios y cronogramas en una bolsa de hombro.
—No. Estamos bien.
Ella asiente.
—Entonces me pondré en contacto la semana que viene. Llámame si surge
algo mientras tanto. —Me lanza un beso al aire, abraza a Kat y Nico, se despide
de todos los demás y se va.
—Creo que yo también estoy en camino, muchachos. Tengo que ir a
averiguar qué le pasó a mi hombre.
Todos nos abrazamos, nos despedimos y, cuando se van, subo al coche y me
dirijo a casa, tratando de no preocuparme.

Lo primero que noto que está mal es que la cerca de tela metálica en el
camino de tierra que conduce al hotel está abierta. Abierta de par en par, no solo
desbloqueada.
Me detengo a varios metros de distancia, mirándola. Nunca la había visto
abierta antes. De hecho, la cierro detrás de mí todas las mañanas cuando me voy
a trabajar.
Trago, asegurándome de que no es nada. Paso por delante de ella, sin saber si
dejarla abierta o cerrarla detrás de mí, pero tengo una sensación extraña en la
boca del estómago y no quiero perder tiempo, así que sigo conduciendo. En la
cima de la colina, cuando el hotel aparece a la vista, veo la segunda cosa
incorrecta.
Un coche estacionado junto a la fuente en el camino de entrada. También es
una belleza, un Rolls-Royce Ghost completamente nuevo, negro sobre negro,
elegante y brillante. Por un momento, estoy confundida.
¿Vino el manager de AJ?
La extraña sensación se hace más fuerte. Estaciono mi coche al lado del
Ghost. Intento mirar dentro, pero las ventanas están oscurecidas con el tinte de
una limusina; sin suerte. Me apresuro a entrar, subo las escaleras de dos en dos y
corro por el pasillo hacia la habitación veintisiete, con el bolso rebotando a mi
lado.
¡Cálmate!, me digo. Pero no funciona. Estoy entrando en pánico. Lo sé, en
un nivel muy profundo, que algo está muy, muy mal.
Cuando abro la puerta de la habitación en la que he estado viviendo durante
los últimos dos meses, solo empeora.
AJ está en la cama. Está acostado de espaldas con las manos debajo de la
cabeza, mirando al techo. Tiene el torso desnudo, la mitad inferior de su cuerpo
debajo de una sábana, pero puedo decir que está desnudo. Aunque es media
tarde y todavía hay luz afuera, todas las velas están encendidas. Hace calor en la
habitación, demasiado calor y huele a… ¿perfume?
Entro. Gira la cabeza y me mira. Lo que veo en sus ojos, la falta de luz, la
falta total de luz, me detiene en seco.
—¿AJ? ¿Estás bien, cariño? Te perdiste la reunión.
Antes de que pueda responder, escucho un sonido que detiene mi corazón en
mi pecho.
El inodoro.
Alguien está en el baño.
AJ está desnudo en la cama, en nuestra cama, y alguien está en el baño.
Entonces la puerta del baño se abre y mi mundo llega a su fin.
Heavenly sale, cepillando su cabello largo y húmedo con un cepillo que
reconozco instantáneamente como mío. Mi abuela me lo regaló por mi
decimoquinto cumpleaños; es un cepillo de pelo de jabalí de plata con mis
iniciales inscritas en la parte de atrás. Ella mira hacia arriba, me ve de pie en la
puerta y se congela.
Está desnuda. Es hermosa y acaba de tomar una ducha.
Acaba de follar con el hombre que amo.
Un sonido sale de mí, un gemido ahogado y feo desde lo más profundo de mi
pecho. Suena como un animal en agonía.
Heavenly deja caer los brazos a los costados. Ella no hace ningún
movimiento para cubrirse. Ni siquiera parece sorprendida de verme.
—Lo siento—dice en voz baja, mirando a otro lado.
¿Lo siento, porqué? ¿Por matarme? Porque eso es exactamente lo que ha
hecho. Me acaba de apuñalar mil veces en el corazón con una daga. Me acaba de
disparar en el estómago con una escopeta. No puedo respirar No puedo
moverme. De repente, todo es demasiado brillante, demasiado ruidoso,
demasiado cercano. Me siento asfixiada, ahogada, como si hubiera saltado de un
edificio y cayera a toda velocidad hacia el suelo. Mi corazón late con fuerza, mis
manos tiemblan y mi garganta se cierra.
Para el golpe final, Bella sale del baño, se sienta a los pies de Heavenly, la
mira y ladra.
Conozco ese ladrido. Es su ladrido de “dame de comer”. Es un ladrido que
solo haría con alguien con quien se sienta cómoda. Con alguien a quien ama.
Oh, Dios. Han estado haciendo esto todo el tiempo. He estado yendo a
trabajar todos los días como una niña tonta e ingenua, y mi hombre y su puta han
estado follando en la cama que compartimos. Si no hubiera vuelto a casa
temprano, nunca los habría atrapado. Hubiera dejado que AJ pusiera sus manos y
boca sobre mí esta noche, hubiera creído cada palabra de adoración y amor que
saliera por sus labios.
Siento el momento exacto en que mi rostro se arruga. Retrocedo un paso,
agarrándome el estómago, saboreando la bilis en la parte posterior de mi
garganta. Miro a AJ, pero ha vuelto a mirar al techo.
—Empacaré tus cosas y haré que las envíen a la tienda—dice con una voz
desprovista de cualquier rastro de emoción.
Me han despedido. Solo así, ya no me necesitan.
Ya no me quieren.
Todo ha sido una mentira.
No queda nada para decir o hacer, así que simplemente me doy la vuelta y
salgo corriendo.

Capítulo 35

Después de que Chloe se ha ido, Heavenly me mira fijamente por un largo
tiempo desde su lugar cerca de la puerta del baño, mientras yo me acuesto de
espaldas con lágrimas en los rabillos de los ojos.
—Deberías decírselo, AJ.
Me siento y apoyo los codos en las rodillas. No sé si podré responder; el peso
aplastante en mi pecho es casi insoportable. Pero finalmente lo logro.
—Sé lo que estoy haciendo. Es mejor de esta forma.
—Ella te ama. Se quedará contigo si le dices la verdad.
Agacho la cabeza y cierro los ojos.
—Eso es exactamente lo que temo.
Escucho a Heavenly cruzar la habitación. Susurros de tela; ella se pone el
vestido. Entonces se arrodilla a mi lado en el colchón y apoya la mano en mi
brazo. Cuando la miro, no puedo soportar la lástima en sus ojos, así que aparto la
mirada.
—Todavía puedes ser feliz, viejo amigo. No es demasiado tarde— dice en
ruso.
—Es demasiado tarde—susurro, mi voz quebrada—. Sabía que esto iba a
suceder y lo llevé demasiado lejos con ella. Debería haberlo terminado antes. En
primer lugar, nunca debí haberlo comenzado.
Ella suspira. Sabe que es inútil discutir conmigo, y ya hemos hablado de esto
antes. Así tiene que ser. Esto es lo único que puedo ofrecerle después de lo
egoísta que he sido. Es más fácil irse con ira que con tristeza, y ahora Chloe
odiará mis entrañas para siempre. Eso, al menos, le dará algo de fuerza.
Sé por experiencia personal lo motivador que puede ser el odio.
Heavenly se para y me mira.
—Eres un tonto. Si tuviera la oportunidad de alcanzar la felicidad verdadera
como tú, no habría nada en la tierra que pudiera impedirme aprovecharla. Y la
estás tirando a la basura.
La risa que sale de mi garganta es más como un gemido de desesperación.
—No seas estúpida. No hay felices para siempre para personas como tú y
como yo.
—Tal vez tengas razón—asiente ella quedamente—, pero si tuviera lo que tú
tienes, no me detendría de intentarlo.
Se da la vuelta y camina hacia la puerta, recogiendo su bolso del sofá en el
camino. Se pone los tacones y se detiene por un momento antes de mirarme por
última vez.
—Y nunca es demasiado tarde, AJ. Mientras sigas respirando, no es
demasiado tarde.
Ella sale, cerrando suavemente la puerta detrás de ella.

Capítulo 36

No recuerdo el viaje a mi apartamento. No recuerdo estacionar el coche, ni
tomar el ascensor, ni abrir la puerta. Me muevo como una sonámbula, ciega y
sorda, y solo recobro la conciencia cuando el agua caliente se derrama sobre mi
cabeza.
Me doy una ducha completamente vestida, tiritando violentamente, mis
dientes castañeteando aunque el agua está casi hirviendo. No puedo calentarme.
Todo dentro de mí se siente congelado. Debajo de mi piel no hay nada más que
una vasta y desierta tundra de hielo.
Una mentira. Todo era una mentira. Él nunca me amó en absoluto.
Finalmente, toda la fuerza del dolor me golpea y lloro. Mi cuerpo está
destrozado por la fuerza de mis sollozos. Ya no puedo ponerme de pie, así que
me deslizo hasta el suelo y me apoyo contra la pared de la ducha, llorando con
fuerza, los mocos me corren por la cara, me rodeo las rodillas con las manos
mientras el agua me golpea.
No sé cuánto tiempo me quedo bajo el chorro de agua. Mucho después de
que el agua se enfría, me siento en la esquina del cubículo con los brazos
alrededor de las rodillas, temblando. De alguna manera, eventualmente
encuentro la fuerza para ponerme de pie, cerrar el agua y quitarme la ropa. Los
dejo en un montón empapado en el suelo del baño. No me molesto en secarme.
Llego a mi cama antes de que se me acaben las fuerzas y me acurruco en una
bola con las sábanas sobre mi cabeza.
Durante incontables horas permanecí tumbada en silencio y sintiéndome
miserable, levantándome sólo una vez para inclinarme sobre el inodoro y

vomitar.
Ese día pasa. No como. No bebo. No contesto el teléfono de la casa, ni mi
móvil cuando suenan. Sé que estoy en algún tipo de shock y que esto no es
saludable, pero no puedo encontrar la fuerza para preocuparme. No me queda
nada. Me han vaciada, raspado.
Duermo.
Lloro.

Muero mil muertes, cada vez que lo recuerdo.


Pasa otro día. Me pregunto cómo sigue latiendo mi corazón.

Ojalá no lo hiciera.
Después de otro día o dos o diez más, un fuerte golpeteo me despierta.
El reloj de mi mesita de noche marca las cuatro de la tarde. No tengo ni idea
de cuánto tiempo he estado en la cama, cuánto tiempo ha pasado. Cuando
levanto la cabeza y miro a mi alrededor, me mareo.
No recuerdo cuándo comí por última vez.
Los golpes vienen de la puerta de mi casa; alguien está llamando
furiosamente.
Vete. No estoy aquí. Envía flores a mi funeral y vete al infierno.
—¡Chloe! ¿Estás ahí? ¡Es Kat! Por favor, cariño, si estás ahí, abre la puerta.
Su voz es apagada, pero el tono frenético es lo suficientemente claro. No
puedo reunir la energía para sentir pena por haber preocupado a mi amiga.
Apenas puedo reunir la energía para sentarme en la cama, pero lo hago porque
ella no detendrá su insistente martilleo. Paso una mano por mi cabello, me
arrastro hasta el baño, tomo mi bata y me la pongo mientras me muevo como un
zombi por mi apartamento.
Cuando abro la puerta y ella me mira, grita en estado de shock.
—Chloe—dice con los ojos muy abiertos—. ¡Dios mío, cariño! ¿Qué ha
pasado? ¿Dónde has estado?
—He estado aquí. Estoy bien. No te preocupes. Ahora, necesito volver a la
cama.
Mi voz es extrañamente plana. Intento cerrar la puerta, pero Kat golpea su
mano contra ella y la abre de par en par. Me toma por los hombros, me lleva al
sofá, me hace sentar, entonces regresa y cierra la puerta principal. Camina
nuevamente hacia el sofá y se arrodilla en el suelo frente a mí, tomando mis
manos entre las suyas.
—Has estado desaparecida durante cuatro días. Nadie sabe dónde has estado.
No has contestado el teléfono. No te has presentado a trabajar. No has llamado a
nadie.
Me habla despacio y con una enunciación muy clara, como si se tratara de
alguien con un entendimiento malo del idioma inglés.
—Tus padres se están volviendo locos. Pensaron que Eric… bueno, puedes
imaginar lo que pensaban. Presentaron un informe de persona desaparecida.
Cuando llegó la policía, todos tus vecinos dijeron que no habías estado aquí en
meses, pero el administrador del edificio iba a revisar el apartamento más tarde
hoy para asegurarse de que no hubiera un cadáver aquí.
Hay un cadáver aquí, eso creo.
Cuando no respondo, ella repite con más fuerza:
—¿Dónde has estado?
—Estuve aquí—repito rígidamente, mirando más allá de ella hacia la pared
—. He estado aquí todo el tiempo. Estoy bien.
Ella se sienta a mi lado en el sofá.
—¡No estás bien, obviamente! ¿Qué diablos pasó?
Lo pienso por un momento y llego a la única conclusión lógica.
—Morí. Y ahora estoy en el infierno.
Cuando giro la cabeza y la miro a los ojos, todo el color desaparece de su
rostro.
—Me estás asustando.
Mi estómago gruñe. Intento tragar, pero mi garganta está tan seca que no
puedo. Estoy mareada de nuevo, así que cierro los ojos para que la habitación
deje de dar vueltas.
—Necesito estar sola ahora, Kat. Por favor dile a todos que estoy bien. Solo
necesito estar sola. —Intento ponerme de pie, pero mis rodillas ceden y termino
hundiéndome en el sofá, sin aliento, la habitación dando vueltas.
—Suficiente—dice Kat con firmeza—. Voy a llamar a tu padre.
Mis ojos se abren de par en par.
—¡No! Kat, no, por favor, no llames a nadie. No puedo ver a nadie. No
puedo… simplemente no puedo…
De repente estoy luchando por respirar. Siento como si todos mis órganos
estuvieran fallando. La miro, sus ojos preocupados y su rostro pálido, y me doy
cuenta con una dolorosa inspiración que no quiero que se vaya.
Tengo miedo de lo que pasará si me quedo sola por mucho más tiempo.
Jadeo, tragando aire, comenzando a temblar.
—Él no me ama, Kat —le espeto—. Se acabó. Todo era una mentira. Lo
encontré con Heavenly… Entré y él estaba… Ellos estaban…
Su rostro pasa por una serie de expresiones antes de asentarse en la furia. Sus
labios se aprietan hasta convertirse en una pálida y dura línea.
—No pienses en eso pienses. Podemos hablar de ello más tarde. O no, lo que
quieras. Solo recuéstese y descansa. —Ella me empuja suavemente hacia el sofá
y me cubre con mi suave manta de cachemira color chocolate. De repente,
apenas puedo mantener los ojos abiertos.
—Necesito hacer algunas llamadas, pero me quedaré aquí contigo. No me
voy, ¿Ok?
Nunca más tendrás que estar sola, no si no quieres.
Recuerdo la promesa de AJ, y todas las cosas rotas dentro de mí se
pulverizan, haciéndome sangrar.
No respondo, pero Kat no parece necesitarlo. Se pone a encender las luces,
abrir las ventanas y dejar que entre aire fresco en mi húmedo y sofocante
apartamento. La escucho en el teléfono, ordenando comida, luego llama a otras
personas. Mis padres, supongo. Probablemente a Grace, a la tienda. Entro y
salgo de un estado nebuloso de sueño / vigilia, arrullada por la suave cadencia de
su voz en la otra habitación.
Me quedo dormida una vez más.

Una pequeña misericordia… no sueño.


Durante los días siguientes, Grace y Kat se turnan para cuidarme. Llenan mi
refrigerador con alimentos, me lavan la ropa, me preparan comidas, me sostienen
la mano en silencio cuando comienzo a llorar de la nada. Me negué a hablar con
mis padres, pero las chicas también se encargan de eso, asegurándoles que estoy
bien y que solo necesito un descanso.
Puede que necesite algo más que un descanso. Es posible que necesite una
receta para analgésicos fuertes y una estancia prolongada y agradable en uno de
esos lugares donde una dama agradable con un uniforme blanco habla muy
suavemente mientras me empuja por tranquilos jardines en una silla de ruedas.
Pero lentamente, durante las próximas semanas, mi fuerza regresa.
Con ello viene una rabia terrible y ardiente. Me encuentro mirando objetos
afilados al azar (cuchillos, tijeras, la punta afilada de un lápiz) y me imagino
hundiéndolos en el cuello de AJ.
Es un poco aterrador, pero es mejor que la desesperación sin fondo que me
tragó antes. Al menos la rabia me da energía.
Vuelvo al trabajo. Vuelvo a aprender a sonreír. Aunque no es genuina, la
mayoría de las personas no se dan cuenta o no les importa. Kat y Grace se dan
cuenta y se preocupan, pero creo que están contentas de que me haya quitado el
pijama y vuelto a lo que se conoce como el mundo real.
No es que lo esté, por supuesto. El mundo real está en las ruinas de un hotel
en las colinas, en una habitación iluminada con velas con música de ópera, una
perra de tres patas y un hombre que me enseñó cómo era la felicidad.
Aquí, allá, todo era una ilusión. Todo es una fantasía. De todos modos, ya
nada me importa realmente.
Aunque parte de mí quiere quemarlos, empaqueto cuidadosamente mi
colección de hermosos pájaros de origami en una caja y los entierro debajo de
una pila de mantas viejas en la parte trasera de mi armario. Quizás algún día
pueda mirarlos sin querer gritar, pero por ahora están sepultados, como mi
corazón.
Pasa junio, luego julio. No miro los periódicos, no veo la televisión, no
navego por la web. No quiero echarle un vistazo accidentalmente. Y no puedo
soportar escuchar la radio. No quiero que me recuerden todo lo que he perdido.
Todo lo que nunca existió en primer lugar.
Varias veces tengo la sensación de que me están observando, pero cuando me
vuelvo para mirar, no hay nadie allí. Me convenzo de que es una ilusión. Nadie
me está cuidando, ya no.
Entonces llega agosto y las ruedas del destino vuelven a girar.

Capítulo 37

Las Vegas. Solo he estado aquí una vez antes, y ahora recuerdo por qué
nunca volví. Puedo oler la desesperación en el aire.
—¡Ahora esto es de lo que estoy hablando, perras!
Kenji, con botas de gamuza negras con plataforma, pantalones ceñidos de
terciopelo morado, una bufanda de seda fucsia y una gabardina larga de cuero
negro, aunque hace más de treinta y ocho grados afuera, navega hacia nuestra
suite en el Wynn con los brazos extendidos y una gigantesca sonrisa en el rostro.
Admito que la habitación es espectacular. En realidad, no es una suite, es una
villa de doscientos ochenta metros cuadrados, con balcones, una sala de masajes
privada, vistas del suelo al techo del campo de golf y un comedor con capacidad
para diez personas. Los ramos de flores frescas están por todas partes,
perfumando el aire con el delicado perfume de las orquídeas y las rosas. La
canasta de regalo más grande que he visto en mi vida se encuentra en el medio
de la mesa de comedor de caoba con una nota personal de Steve Wynn,
dándonos la bienvenida a su resort.
Es raro tener un amigo famoso.
Kat y Kenji comparten un dormitorio; Grace y yo el otro. Es el fin de semana
de la despedida de soltera de Kat. Estoy decidida a sonreír constantemente para
que todos dejen de mirarme de reojo, así que obviamente me pregunto cómo lo
voy a soportar después de ser arrojada como mierda del baño de un avión y me
dan ganas de gritar.
—Ok, ¿quién necesita un trago?
Al igual que Kenji, Grace también luce un estilo definido Las Vegas, tacones
de aguja altísimos, toneladas de maquillaje de ojos negros, cabello peinado y un
minivestido verde azulado de Valentino tan corto que estoy segura de que su
coño está a punto de hacer una aparición inesperada. Se para en la barra grande y
curva sobre una hilera de tres botellas, moviendo los dedos con anticipación.
—Sabes lo que necesito, amiga. —Kat deja caer el bolso en el sofá y se quita
los zapatos. Se dirige hacia los dormitorios.
Grace asiente.
—Margarita: hielo, borde salado, Patron Silver. Marchando. ¿Kenji?
—¿Tendremos algo de Hendrick?
Grace mira el expositor de botellas y entonces levanta una.
—Sí.
—Tomaré un trago. —Se quita el abrigo de cuero, se levanta el cuello de la
camisa y se arroja dramáticamente sobre el largo sofá de cuero color caramelo,
donde suspira de felicidad.
—¿Chloe?
Cuando pienso en tomar algo, mi estómago se revuelve. Ha estado haciendo
eso mucho últimamente. He dejado media docena de comidas; todo, desde el
aderezo para ensaladas hasta el tofu que generalmente amo, me repugna. Y he
estado deseando carne, por primera vez en años.
AJ no solo me rompió el corazón, también me rompió el apetito.
—Solo tomaré agua con gas, gracias.
Grace me mira como si le acabara de decir que estoy tramando un golpe de
Estado.
—¿Agua con gas? —Ella mira a Kenji—. ¿Qué idioma habla esta extraña
mujer? No entiendo una palabra que sale de su boca. —Ella vuelve su atención a
mí—. ¿Es esto una despedida de soltera o no?
Discutir no vale la pena. Siempre puedo tirar mi bebida por el fregadero
cuando nadie está mirando.
—Bien, tomaré vodka con hielo.
—¡Esa es mi chica!
Desde algún lugar profundo de las entrañas de la villa, Kat grita:
—¡Chicos! ¡Venid a ver las habitaciones! ¡Son enormes!
Antes de hacer un movimiento, un ataque de náuseas me golpea con tanta
fuerza que me tapo la boca con la mano mientras corro hacia el baño. Escucho a
Grace llamándome, pero no puedo parar; el contenido de mi estómago está
subiendo y están montado en el tren expreso. Apenas llego al baño antes de
inclinarme y vomitar en la taza.
—Dios, cariño, ¿qué comiste? —Grace me ha seguido hasta el baño. Como
buena amiga que es, me aparta el pelo de la cara mientras toso y escupo.
—Nada. No he comido nada en todo el día. —Esas lágrimas extrañas y sin
emociones que siempre acompañan a los vómitos corren por mis mejillas. Me
dejo caer al suelo y me apoyo contra la pared, jadeando, con el estómago hecho
un nudo. Grace me pasa un pañuelo de papel y me sueno la nariz. Arrastro el
dorso de mi mano por mi cara, limpiando la humedad de mis mejillas—. Guau.
Eso me golpeó de la nada.
—Deberías verte la cara, está totalmente verde. —Grace abre el grifo del
lavabo, hace correr agua sobre una toalla de mano y me la pasa para que pueda
secarme la cara. Ella bromea—. No son las náuseas matutinas, ¿verdad?
El mundo se paraliza.
Los relojes dejan de hacer tictac, los pájaros dejan de cantar, la tierra deja de
girar bajo mis pies. Un sonido como el de mil lobos aullando se hincha dentro de
mi cabeza.
Cuento, vuelvo a contar, entonces vuelvo a contar. Lentamente, levanto mi
mirada hacia ella. Mis ojos, que acabo de secar, se vuelven a llenar de agua.
—Grace—susurro.
Sus labios se abren. Ella me mira con horror, sin palabras. Niega con la
cabeza con incredulidad.
—No.
—No sé. Creo… creo que perdí la regla. No puedo… no estaba prestando
atención. He estado… he estado…
Mi mente parpadea. No puede soportar la posibilidad de lo que se está
gestando, por lo que simplemente se apaga por completo, dejándome mirando
estúpidamente a Grace con la boca abierta.
Ella se arrodilla en el suelo frente a mí. Su rostro está pálido. Agarra mi
muñeca con tanta firmeza que duele.
—Piensa. ¿Cuándo fue tu última menstruación?
Trago.
—Mayo. A principios de mayo digo con voz débil y vacilante.
Sus ojos se abren ampliamente.
—Y es principios de agosto.
Empiezo a temblar.
—No. No puede ser. Es… es solo porque he estado deprimida, no he comido
bien y he trabajado demasiado, y… y… —Cuando me quedo sin excusas
inverosímiles, la miro suplicante, rogándole con los ojos otra explicación.
Ella exhala un suspiro lento y se desploma al suelo a mi lado.
—Solo hay una forma segura de averiguarlo. Necesitas hacerte una prueba de
embarazo .
Por favor, Dios. Por favor. No dejes que esto me esté pasando. Ahora no. No
después de todo lo que he pasado. No esto también.
—No podemos decirle a Kat. Es su gran fin de semana. No puedo
arruinárselo.
Grace y yo nos miramos, y puedo decir por la expresión de su rostro que
entiende exactamente a qué me refiero. Hay una historia terrible en el pasado de
Kat sobre un embarazo que no terminó bien. No hay forma de que pueda sacar a
relucir mis miedos sin estar cien por cien segura de cualquier manera.
Grace se acerca y aprieta mi rodilla.
—Tienes razón, esperaremos hasta el lunes para lidiar con esto—dice en voz
baja. Sus ojos están tan tristes que me dan ganas de romper a llorar—. Pero,
cariño, no puedes esperar más que eso. Si realmente ha sido desde mayo, hay
decisiones que debes tomar…
Ella sigue hablando, pero dejo de escuchar, porque me invade un alivio
repentino e inexplicable.
He obtenido un respiro de la realidad. Durante otros dos días, no tengo que
enfrentar la posibilidad de estar embarazada del hijo de AJ.

Yupiiii.
El fin de semana pasa en un borrón. No sabría decir qué hicimos, ni adónde
fuimos, ni a quién vimos, todo es un revoltijo de recuerdos. Luces intermitentes,
colores del arco iris, risas estridentes y olor a cigarrillos, todo subrayado por la
preocupación que me roía el estómago. Mi insomnio no ayuda en nada. No
importa lo que intente, simplemente no puedo dormir. Mi mente corre en una
rueda de hámster en el momento en que me acuesto, y finalmente me levanto y
dejo a Grace roncando suavemente en la otra cama king-size de nuestra
habitación, y deambulo sola por la oscura villa.
Mientras veo salir el sol sobre el desierto, digo una pequeña oración de
agradecimiento porque mi sugerencia de que Nico pasara su fin de semana de
soltero al lado de Kat no prosperó. Tengo la sospecha secreta de que Kat puso fin
a eso después de lo que sucedió entre AJ y yo, pero la idea nunca se volvió a
mencionar.
Nadie pronuncia su nombre a mi alrededor. Todos hemos adoptado una
política tácita de “no preguntes, no hables”, que me va muy bien.
Una cosa que sí sé con certeza, AJ sigue siendo el padrino de boda de Nico, y
Kat no está muy feliz por eso. Escuché una conversación telefónica unilateral en
la que Kat siseó:
—¡No me importa por lo que esté pasando, Nico, Chloe lo encontró con una
prostituta!
Me di la vuelta y me alejé antes de que pudiera escuchar más, antes de que
mi mente pudiera pasar demasiado tiempo pensando en lo que podría estar
pasando. No puedo permitirme preocuparme por sus problemas. Ya será bastante
malo verlo en la boda.
Cuando pienso en eso, me siento enferma.
Volamos de regreso desde Las Vegas de la misma manera en que llegamos:
en el jet privado de Nico. Hasta que desembarcamos, ¿o es bajamos del avión?
Nunca puedo recordar la diferencia; estoy segura de que Grace y yo hemos
hecho un buen trabajo al disimular cualquier posible tufillo de que algo podría
andar mal. Pero mientras esperamos que el conductor de la limusina termine de
poner nuestro equipaje en el maletero, Kat me lleva a un lado y me exige:
—Ok, esto ha durado bastante. ¿Qué sucede?
No me preocupo por las evasiones. Ella lo descubrirá pronto de cualquier
manera; me dirijo directamente a la farmacia después de que ella me deje en mi
apartamento.
—Ok. Dos cosas. Uno: No quería decir nada hasta estar segura, y
definitivamente no quería que te cabrearas conmigo. Porque creo que esto podría
cabrearte.
Ella frunce el ceño y yo me apresuro a seguir hablando.
—Y dos: antes de que te lo diga, tienes que prometerme que lo mantendrás
en secreto. No puedes decírselo a nadie. Ni siquiera a Nico.
Sus cejas se disparan.
—Cariño, no hay nada que no le diga. Lo sabes.
Asiento con la cabeza.
—Pero esa es mi condición. No puede saberlo. Porque si lo sabe, existe la
posibilidad de que se lo diga a AJ, y no estoy lista…
Me apago porque la boca de Kat se ha abierto. Sus ojos se agrandan de la
misma manera que los de Grace.
—Oh, Dios, Chloe, no.
Ella ya lo ha descubierto. Debería haberlo sabido.
—¿Estás cabreada conmigo?
Ella también se da cuenta de eso. Más rápido de lo que puedo parpadear, me
abraza.
—No, idiota, no estoy cabreada contigo, ¡solo estoy preocupada por ti! —
Ella se echa hacia atrás y agarra mis brazos—. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿No
usaste protección? ¡Pensé que estabas tomando la píldora!
De repente, se siente como si la gravedad estuviera trabajando horas extras, y
estoy a punto de ser absorbida por el suelo y tragado para siempre. Lo que podría
no ser tan malo.
—No he tomado la píldora en meses, no desde Eric. Y AJ y yo usamos
condones, solo esa vez… nos dejamos llevar un poco. —La risa que hago suena
inquietante, incluso para mí—. Y solo se necesita una vez, ¿verdad?
Kat gime.
—Oh, cariño. ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé, Kat. Honestamente, ya no sé nada. Solo, por favor, no se lo digas
a Nico. No, aún. Todavía, ni siquiera estoy segura. Crucemos los dedos y que
todo esto se deba al estrés. —Ensayo una sonrisa sombría—. O tal vez tenga
suerte y sea cáncer.
Kat me abraza con todas sus fuerzas.
—Estoy aquí para ti, pase lo que pase. ¿Lo sabes bien?
Miro por encima del hombro a Kenji y Grace mirándonos con ojos
preocupados, y estoy agradecida de tener gente de mi lado, porque tengo la
terrible sensación de que los voy a necesitar.
Si mi viaje a la farmacia termina con una pequeña línea azul en un palo en el
que oriné, los necesitaré todos.

Capítulo 38

Tres horas después, miro el palito de plástico blanco en mi mano y me rio.
Me rio y rio y rio, hasta que finalmente me pongo a llorar.
Sollozando, miro hacia el techo de mi baño.
—Dios, solo me gustaría que supieras que oficialmente odio tus tripas. Y no
esperes tener noticias mías nunca más.
Tiro el palito a la basura y voy a la sala para llamar a mi madre.
Ella siempre quiso ser abuela.

Capítulo 39

Mi madre reacciona a mi noticia con su típico aplomo; después de una larga
pausa, simplemente dice:
—Oh, cariño.
Luego, debido a que es la nueva cosa favorita del universo para joderme, mi
padre toma la otra extensión del teléfono en su habitación y pregunta:
—¿Qué es 'oh cariño'? ¿Qué ocurre?
—Hola, papá. ¿Cómo estás? —Me detengo, porque él no va a reaccionar tan
bien como mi madre. De hecho, apuesto a que en algún momento de los
próximos cinco minutos amenazará con una demanda y arrojará cosas a las
paredes.
—Escuché el tono de tu madre, Chloe. Dime qué está mal contigo—responde
mi padre con firmeza.
Ja. ¿Por donde empezar?
—Técnicamente no hay nada malo conmigo, papá, es solo… yo um... —Me
tomo un momento para tratar de reunir mi coraje. Cuando mi coraje permanece
acurrucado debajo del sofá, cierro los ojos y lo hago—. Estoy embarazada, papá.
Todavía no he visto a un médico, pero me acabo de hacer una prueba de
embarazo en casa y es positiva.
Un silencio furioso restalla en el teléfono.
—Thomas—dice mi madre suavemente.
—Está bien, mamá. Yo también estoy enojada conmigo.
—¿Es de él?
Mi padre se niega incluso a pronunciar el nombre de AJ. No les hablé de
Heavenly, ni de los detalles de lo que sucedió ese día. Solo les dije que habíamos
roto, pero ellos han sido testigos de primera mano del estado en el que he estado
durante los últimos meses y no les agrada mucho solo por eso.
Bueno, a mi madre le desagrada mucho. Mi padre podría estar planeando la
muerte de AJ.
Escucho la respiración irregular de mi padre al otro lado de la línea e inclino
la cabeza avergonzada.
—Sí, es suyo. Escucha, sé que esto es… no es lo ideal…
—¿Lo sabe él?—interrumpe mi padre.
La idea de informar a AJ que va a ser padre hace que mi estómago se caiga a
algún lugar cercano a mis rodillas. Hablando de conversaciones incómodas. Se
me ocurre con una explosión de disgusto que mi hijo crezca pasando fines de
semana alternados con una prostituta llamada Heavenly.
Pero no. AJ no querrá participar de esto. Recordar la expresión de su rostro
cuando me despidió con tanta crueldad es un triste recordatorio de lo mucho que
no querrá estar involucrado en nada que tenga que ver conmigo.
—No. Me acabo de enterar, ahora mismo.
—¿Y supongo que ya que nos lo estás informando, el aborto está fuera de
discusión?
Me sorprende la dureza de su voz.
—¡No voy a tener un aborto!
Mi madre dice con dulzura:
—Por supuesto que no lo tendrás, cariño. Nadie está sugiriendo eso—dice mi
madre con dulzura. Su voz gana un tono—. ¿Lo estamos sugiriendo, Thomas?
Esa última parte está dirigida a mi padre. Los imagino en lados opuestos de
su dormitorio, mirándose el uno al otro.
Mi padre empieza a ladrar instrucciones.
Irás a Londres. Te quedarás con tu abuela hasta que nazca. El doctor
Mendelsohn se encargará de la atención prenatal y tendrás que dar a luz en casa,
pero es la única forma de mantenerlo fuera de la prensa para que ese hijo de puta
no se entere…
—¿De qué estás hablando?—lo interrumpo, esperando que de alguna manera
haya malinterpretado lo que ha dicho. No puede estar diciendo lo que creo que
está diciendo.
—Estoy hablando de hacer lo único lógico que se puede hacer con este
desastre, Chloe: adopción privada. Los registros se sellarán, por lo que nadie
podrá averiguar la identidad del niño. Y una vez que termine, lo dejaremos atrás.
Volverás a casa y no volverás a mencionarlo—gruñe mi padre.
Está diciendo lo que pensé que estaba diciendo. Me quedo sin aliento.
Inmediatamente después de eso, hago erupción como el Monte Vesubio.
—No me estás diciendo en este momento que crees que debería esconder un
hijo de su padre, ¿verdad, papá? No estoy escuchando eso, porque si lo estoy
haciendo, colgaré este teléfono y pasará mucho, mucho tiempo antes de que tú y
yo hablemos de nuevo. ¡Si alguna vez lo hacemos!
Hay un silencio de muerte al otro lado de la línea.
Finalmente, con escalofriante suavidad, mi padre dice:
—Te abandonó, Chloe. Te acogió cuando estabas más vulnerable, prometió
protegerte, me prometió que te protegería y después te echó cuando estaba
cansado de ti. Te has negado a darnos los detalles, pero sospecho que ese es el
caso. Dime que me equivoco.
No puedo, por supuesto. Él tiene toda la razón. Pero el hecho es que tengo la
obligación de contarle a AJ sobre este bebé, incluso si prefiero apuñalarle los
ojos con una pluma estilográfica.
—Esto es lo que va a pasar, papá. Como sé que estás molesto, voy a fingir
que no tuvimos esta conversación. Voy a programar una cita con un doctor, no
con el doctor Mendelsohn, sino con un doctor propio, y cuando esté segura de
que todo está bien físicamente, le informaré a AJ. Lo que él elija hacer con la
información es asunto suyo. Y me voy a preparar para ser una madre soltera,
trabajadora, que va a sacar lo mejor de las cosas—Mi voz se rompe porque lloro
de nuevo—y seré la mejor maldita madre que pueda ser. Y si estás interesado en
tener algún tipo de relación con tu nieto, me vas a dar apoyo moral incluso si eso
te mata. Si no estás interesado, esa es tu elección. ¡Ahora, si me disculpáis tengo
que ir a vomitar!
Cuelgo el teléfono y vuelvo corriendo al baño, por lo que sospecho que
pasaré la mayor parte de los próximos meses con la cabeza metida en la taza.

El período de dos semanas entre descubrir que estoy embarazada y la boda


son probablemente los dos más extraños y emotivos de mi vida.
Debido a que Kat y Nico han publicado fotos de sus muestras de flores de
boda en sus diversas cuentas de redes sociales con crédito a Fleuret, los teléfonos
del trabajo no paran de sonar. Literalmente. Tengo que apagar los timbres porque
el constante ruido estridente empieza a volverme loca. Las revistas solicitan
entrevistas. Las noticias locales solicitan una transmisión. Todos los miembros
de la alta sociedad, los organizadores de eventos y las futuras novias de los
Estados Unidos se arrastran y nos piden a gritos que les demos cotizaciones para
sus fiestas. Tengo que contratar a tres diseñadores independientes solo para
manejar los pedidos de entrega diarios que no dejan de llegar.
Es emocionante y agotador, pero sobre todo estoy agradecida por la
distracción. Decidí no decírselo a AJ hasta después de la boda. Ya será bastante
malo posar juntos para las fotos de la fiesta nupcial, no puedo imaginar qué
diablos sería hacerlo después de que me dijera que el bebé no es suyo.
Al menos, ese es el tipo de movimiento de polla que supongo que hará. Mis
expectativas de que haga lo caballeroso y se ofrezca a participar, incluso solo
financieramente, son nulas. Ya ha demostrado que no es un caballero. Y al
menos, me ha enseñado a esperar lo peor.
Aunque me enteré de que las náuseas matutinas deberían rebautizarse como
náuseas matutinas y nocturnas, los días pasan volando. Entierro mi dolor en el
trabajo. Veo a un doctor, que confirma lo que ya sé, además de confirmar que AJ
no me transmitió ninguna ETS ingeniosa. Paso demasiado tiempo navegando por
Internet en busca de remedios homeopáticos para las náuseas y libros con títulos
como Sobrevivir Al Embarazo: Una Guía Para Madres Sin Pareja.
Soy consciente de que estoy deprimida, pero no hay mucho que pueda hacer
al respecto, así que como todo lo demás en mi vida en estos días, lo acepto como
mi suerte. Para cuando la revista People llama para programar la entrevista para
el artículo sobre Fleuret que le prometieron a Kat y Nico a cambio de la
exclusiva de las fotos de su boda, mi montaña rusa emocional me ha pasado
factura y estoy extrañamente entumecida. Doy la entrevista, sonriendo
inexpresivamente cuando me toman la foto, respondiendo a todas sus preguntas
con una sensación de desapego, como si fuera otra persona de quien estoy
hablando. Como si este no hubiera sido mi sueño durante años.
Creo que ya no tengo sueños. Creo que todos murieron el mismo día que yo,

esa tarde soleada de primavera.


La mañana de la boda me despierto temprano, con una terrible sensación de
fatalidad colgando sobre mi cabeza.
No puedo quitármela de encima. Incluso después de salir a correr, ducharme
y vestirme, todavía siento que hay un objetivo láser en la parte posterior de mi
cráneo, o que el gran terremoto que Los Ángeles ha estado esperando finalmente
está a punto de ocurrir. Recojo mi vestido de dama de honor, zapatos, joyas y
ropa interior (me vestiré en la suite de Kat en el hotel después de supervisar el
arreglo de las flores) y salgo a mi coche. La boda es a las cinco en punto, y todas
las flores deben estar en su lugar para las fotos a las tres, así que tengo una
agenda apretada. Pero cuando abro la puerta del conductor me detengo en seco,
mirando lo que ha quedado en una esquina de mi parabrisas.
Esta vez no es un pájaro de origami. Es una placa de LAPD de metal
brillante.
Es la placa de Eric.
El miedo me agarra por la garganta y aprieta. Rápidamente miro a mi
alrededor, pero él no está a la vista. Trago, mi corazón se acelera y recojo la
placa. Le doy la vuelta en la mano; una de esas pegatinas redondas y amarillas
con caritas sonrientes está pegada en la parte posterior.
Nunca había visto nada tan siniestro.
Tan rápido como puedo, guardo la placa en mi bolso y cargo mis cosas en el
coche. En menos de dos minutos, salgo del estacionamiento y me dirijo a la
tienda. En el camino llamo a mi padre. No contesta en su móvil, ni en la casa, así
que dejo un mensaje de voz.
—Papá, soy Chloe. Acabo de encontrar la placa de policía de Eric en el
parabrisas de mi coche. La tengo conmigo. Estoy un poco asustada. ¿Puedes
llamarme cuando recibas esto, por favor?
Cuelgo, tomando una esquina demasiado rápido, ignorando el grito del
peatón al que casi atropello. Para cuando llego a la tienda, estoy hecha un
desastre.
Trina ya está allí, cargando los arreglos de la mesa de cóctel en las cajas de
entrega. Se detiene en seco cuando ve mi cara.
—¿Qué pasa, jefa?
Dejo mi bolso en el mostrador y me paso una mano temblorosa por el
cabello.
—Eric dejó su placa en mi parabrisas esta mañana.
Ella me mira boquiabierta.
—¡Mierda! ¿Estaba en tu apartamento? ¿No es eso una violación de la orden
de restricción?
—No sé. La orden dice que debe permanecer al menos a noventa metros de
mí. Pero estaba estacionado en la calle porque nunca hay un estúpido
estacionamiento en mi casa. Y ni siquiera sé si cuenta si no lo veo.
—¡Pero dejar su placa es como, intimidación o algo! ¡Viendo que fuiste tú
quien hizo que lo despidieran!
Le lanzo una mirada de muerte.
—Muchas gracias.
—No quiero decir que no se lo mereciera, Chloe, solo digo que un ex oficial
de policía que dejó su antigua placa en el parabrisas de su ex novia, que resulta
ser la novia a la que golpeó, lo que resultó en su salida de la fuerza policial, eso
es totalmente jodido.
—Soy consciente de eso. Lo que no sé es si podemos hacer algo al respecto.
—Tiro de mi cabello—. ¡Y tiene que elegir hoy, de todos los días!
Trina deja de cargar las cajas para mirarme. Detrás de sus gafas, sus ojos
marrones no parpadean.
—No crees que haría nada en la boda… ¿Tú… lo crees?
Exasperada, lanzo mis manos al aire.
—¡No lo había pensado!
—Lo siento. —Ella está disgustada por un momento, entonces se ilumina—.
¿Por qué no tomas mi arma?
La miro con incredulidad.
—No te escuché decir eso.
—En serio, es lo suficientemente pequeña como para caber en tu bolso. La
llevo en mi bolso todo el tiempo. La tengo aquí ahora.
—¿Traes un arma al trabajo? ¿Por qué?—grito.
Me mira como si fuera lenta de entendederas.
—Porque, tía, tu ex es un policía que se volvió loco y te golpeó y consiguió
que su estúpido culo fuera despedido de la fuerza por eso. ¡Eso es un desastre
esperando suceder! No me agacharé debajo del escritorio tranquila como un
pato, si él decide entrar aquí, con las armas en la mano; ¡le voy a disparar en el
culo! — Ella sonríe—. Entonces probablemente tendré mi propio reality show.
Cerrando los ojos, me masajeo las sienes al mismo tiempo que respiro
profundamente. Cuando me he calmado lo suficiente para hablar, le digo:
—No voy a tomar tu arma, Trina. Y te agradecería mucho que ya no la
trajeras al trabajo, ¿Ok?
Ella parece insultada.
—Tengo una CCW, amiga.
—No tengo idea de lo que eso significa.
Ella pone los ojos en blanco.
—Una licencia de portación oculta. Es totalmente legítimo si llevo un arma.
Estoy atónita por esta información.
—¿Por qué necesitarías una licencia para portar un arma oculta?
—¿Crees que eres la única chica que alguna vez fue golpeada por un ex
loco?
Ella lo dice inexpresivamente. Ni siquiera es una pregunta, en realidad, es
solo una de esas cosas retóricas para las que ya sabes la respuesta.
—No claro que no. ¿Pero una arma?
La expresión de Trina se endurece. Por un momento veo a la chica de la
pandilla de Venece de su juventud, toda ojos agudos y bordes ásperos.
—¿Conoces el viejo dicho, 'No te presentes a un tiroteo con un cuchillo'?
Bueno, a mi ex le encantan las armas. Así que ahora, a mí también. Porque si él
decide volver a perseguirme, tendré que combatir fuego con fuego.
Ni siquiera sé adónde ir con esta conversación.
—Está bien, por el momento olvidémonos de la potencia de fuego y
concentrémonos en lo que tenemos que hacer hoy. Continuaremos con esto en
otro momento. —Me apresuro a entrar en mi oficina y empiezo a revisar todas
mis listas.
A las pocas horas, todo el personal está adentro, todo se carga en las
camionetas y partimos hacia el Hotel Bel-Air.
La placa de Eric todavía está en mi bolso, haciendo un agujero en la tela.

Capítulo 40

En el hotel, todo va viento en popa. La descarga es un dolor de cabeza
porque el salón de baile está en el lado opuesto de la propiedad desde el muelle
de carga, lo que significa que tenemos que llevar todas las flores por las entrañas
del hotel, serpenteando por pasillos traseros, estrechos y abarrotados, evitando
cuidadosamente los carritos de comida a la habitación, las pilas de cristalería y
sillas de banquete hasta el techo, y todo el personal de limpieza, del restaurante,
del banquete y de cocina que corre por ahí como ratas uniformadas de gran
tamaño.
Aparte de tardar más de lo necesario en descargar debido a la disposición del
hotel, no hay ningún problema. El equipo de iluminación ya ha instalado los
focos para las mesas del comedor y los globos para las paredes que le darán a la
habitación ese brillo cálido y hermoso. El escenario está listo para la banda de
swing (se supone que Bad Habit debe subir y tocar una canción o dos si no están
demasiado borrachos) y los camarógrafos y fotógrafos han llegado. Jennifer, la
coordinadora de bodas, está teniendo un colapso en la esquina del salón de baile
y le está gritando al capitán del banquete sobre seguridad, lo que significa que
todo va bien según lo programado.
No es una boda hasta que alguien sufre un colapso. Estoy feliz de que no sea
yo.
Aún.
Cuando estoy segura de que toda la decoración de Fleuret se ha completado,
pongo a Trina a cargo y me dirijo a la suite de Kat para vestirme.
Cuando llamo a la puerta, escucho el pulso de la música electrónica y
chillidos de risa.
—¡Adelante!—grita alguien por encima de la música.
Entro a la suite de luna de miel y me encuentro cara a cara con un stripper
masculino. Es joven, demasiado bronceado y lleva un tanga negro y nada más.
Eso está enloqueciendo a Kenji.
—¡El mejor regalo de bodas de todos los tiempos!—grita Kenji, levantando
los brazos como si estuviera volando… lo cual se debe a que el stripper
masculino ha comenzado a caminar rápidamente por la habitación.
Grace, Kat y tres chicas con camisas y pantalones negros, que supongo que
son el equipo de peluquería y maquillaje, están al otro lado de la suite. Cuatro
sillas de director están colocadas frente a las puertas abiertas del balcón, y en
ellas se sientan Kat y Grace con túnicas blancas, bebiendo champán, mientras las
otras chicas se entretienen con rulos calientes y kits de maquillaje.
—Porque no le regalaron un stripper para su cumpleaños, ¿verdad?—grita
Grace cuando me ve, echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—Me parece que él es más para Kenji, que para Kat—respondo, viendo el
regalo de bodas de Grace presionar a Kenji frente a un espejo junto a la barra.
Cada vez que el stripper presiona, Kenji grita—. ¡Otra vez, perra!
Claramente la fiesta ha comenzado sin mí.
—Ven aquí, Lo, y dame un abrazo. —Cruzo la habitación y dejo mi
portatrajes y el bolso en el sofá, después abrazo a Kat, notando el brillo
emocionado en sus ojos, el rubor en sus mejillas.
—Te ves feliz, chica—le digo en voz baja—. ¿Nerviosa?
—¡Nah! Me voy a casar con el amor de mi vida, ¿por qué estar nerviosa?
Una punzada de dolor atraviesa mi pecho y mi sonrisa flaquea.
La ópera fue el amor de su vida.
Me pregunto cuánto tiempo pasará antes de que todo lo que digan no me
recuerde a AJ.
—Oye. Olvídate de mí, ¿Ok?
Kat me mira con ojos suspicaces, pero que me aspen si voy a estropear el día
más feliz de su vida. Dejo a un lado todos los pensamientos sobre AJ y mis
preocupaciones sobre Eric.
—¡Estoy genial! Se ve increíble abajo, sé que te va a encantar.
Mi sonrisa debe ser convincente, porque Kat me la devuelve, toda suspicacia
ha desaparecido.
—¿En serio? ¿Cómo se ve la glorieta?
—Como un cuento de hadas. Incluso atrapé un unicornio para ti. Sin
embargo, es un poco exigente, así que lo soltaremos al final de la ceremonia
junto con las palomas.
Kat suspira de felicidad.
—¿Cuándo veo mi ramo?
—Trina lo traerá tan pronto como le envíe un mensaje de texto de que
estamos listas. ¿Cuándo llega el fotógrafo?
—En cuarenta y cinco minutos. Primero le hará fotos a las chicas y después
llevará a los hombres al lago antes de la ceremonia.
Los hombres. Mi corazón comienza a latir más rápido, sabiendo que en poco
tiempo estaré en la misma habitación con AJ, viéndolo por primera vez desde
que me arrancó el corazón con un martillo.
Mis pensamientos deben reflejarse en mi rostro, porque Grace insiste:
—Todo estará bien, Chloe. Kat y yo te ayudaremos a superar esto.
—Estoy bien, chicas, honestamente. No os preocupéis por mí. Hoy es todo
sobre ti, Kat.
Detrás de nosotros, Kenji chilla. El stripper está haciendo aberturas en el
medio del suelo, y Kenji está de pie junto a él, aplaudiendo. Me vuelvo hacia
Kat.
—Está bien, tal vez no se trate solo de ti.
Sacude la cabeza, bebe el resto de su champán y mira mi busto.
—Solo por curiosidad, cariño, ¿estás segura de que todavía te quedará bien tu
vestido? Te ves un poco más llena en la parte superior.
Miro el escote hinchado del cuello en V de mi camiseta. Aunque también
estoy un poco más llena en la barriga, realmente no he empezado a mostrarlo.
Mis senos han tenido un impulso como todas las demás partes de mi cuerpo.
Y, por supuesto, no me he probado mi vestido de dama de honor desde el día
que lo compré.
—Mierda—murmuro. Al instante, Kat y Grace estallan en carcajadas.

Es solo cuestión de segundos antes de que me una a ellas.


Una hora después, el stripper fue despachado y estamos listas.
Nuestro maquillaje es perfecto. Nuestro cabello está impecable. Estamos
vestidas y listas para partir. Tuve un momento de terror cuando me abroché el
vestido de noche, pero afortunadamente debí haber perdido peso por todos los
vómitos antes de comenzar a recuperarlo; el vestido todavía me queda. Creo que
incluso se ve mejor que antes, porque ahora mis copas B probablemente estén
más cerca de una C, y por primera vez en mi vida tengo escote.
Le envío un mensaje de texto a Trina para que traiga los ramos. Cuando
llegan y le paso las flores a Kat, ella trata valientemente de no llorar. Sus ojos se
ponen enormes y llorosos, y me mira con los labios entre los dientes.
—¡No llores!—la amonesto, frotando sus ojos con un pañuelo de papel—.
Todavía no, de todos modos, se supone que debes guardar eso para los votos.
Ella solloza, mirando su ramo de novia.
—Es tan hermoso, Lo. Es tan hermoso—dice en voz baja.
Dos fotógrafos se ciernen sobre el fondo, tomando fotografías. Escucho otro
sollozo detrás de mí, y me vuelvo para ver a Kenji mirando su propio ramo de
flores que Trina le acaba de entregar. Lleva un par de pantalones de seda
ajustados en el mismo verde celadón pálido que nuestros vestidos, pero encima
tiene una túnica de alta costura de Saint Laurent bordada con peonías doradas.
Su cuello está envuelto en una bufanda adornada con plumas de pavo real
teñidas de un verde traslúcido. En sus pies hay un par de pantuflas marroquíes
doradas con cuentas y los dedos de los pies curvados. Se ve increíble, como un
personaje del Mago de Oz.
—¿Qué pasa, Kenji?
Me mira.
—Siempre una dama de honor, nunca una novia—dice, luego pasa el brazo
por encima de la cabeza como si estuviera diciendo adiós a una multitud—. Pero
a la mierda. ¡Sé que un día mi príncipe vendrá corriendo!
Grace dice con cariño:
—Probablemente en toda tu cara.
Jennifer irrumpe en la habitación.
—¡Muchachas! ¿Estamos listas? ¡Tenemos que bajar a la glorieta ahora para
las fotos si vamos a cumplir el horario!
Las cuatro nos miramos.
—Showtime—le digo a Kat.
Ella toma una respiración profunda.
—Ok. Aquí vamos.

Y nos marchamos.
Hasta el segundo en que vi a AJ, estoy bastante tranquila.
Los padrinos de boda se han tomado sus fotos por separado de las damas de
honor, de acuerdo con la tradición de que el novio no ve a la novia antes de que
camine por el pasillo. Los invitados se han sentado en el jardín, el cuarteto de
cuerdas de la filarmónica ha comenzado a sonar. El distante zumbido de los
helicópteros sólo me distrae ligeramente; Nico ha organizado una zona de
exclusión aérea directamente sobre el hotel, por lo que los paparazzi y los
helicópteros de noticias se quedan en la distancia. La seguridad es
increíblemente estricta; incluso las calles alrededor del hotel están bloqueadas,
de modo que nadie que no viva en esta área súper exclusiva de Bel Air pueda
entrar.
Respiro un poco más tranquila por eso. Esta mañana, la pregunta de Trina
sobre la llegada de Eric a la boda me asustó, pero a juzgar por la cantidad de
policías y personal de seguridad privada acechando discretamente en las
esquinas, dudo que incluso el presidente pudiera entrar si quisiera.
Estamos esperando en una pequeña sala de banquetes adyacente al jardín, la
señal de Jennifer para comenzar a caminar por el pasillo. Como padrino y dama
de honor, AJ y yo deberíamos caminar juntos después del resto del cortejo
nupcial, pero por razones obvias, eso no sucederá. Brody y yo caminaremos
juntos. Nos seguirán Grace y AJ, luego Ethan y Chris, el teclista y bajista de Bad
Habit, escoltarán a Kenji entre ellos. Nico viene después, luego Kat.
Cuando Jennifer dice mi nombre, mi corazón comienza a latir con fuerza,
pero todavía lo mantengo unido. No es hasta que salgo de la habitación y me
meto en la pasarela de ladrillos a la sombra donde los padrinos de boda están
esperando que me desmorono.
Porque ahí está, un poco apartado de los demás bajo las ramas extendidas de
un sauce llorón. Casi me había olvidado de lo hermoso que es. Cuán
básicamente masculino.
Al igual que los otros padrinos de boda, lleva una camisa de vestir blanca
abotonada con las mangas subidas por los antebrazos, un chaleco negro ajustado
(sin abrigo), una corbata negra ajustada, pantalones negros y zapatos de cuero
negros. Tiene un brazalete ancho de cuero en una muñeca que, por alguna razón,
logra hacerlo lucir aún más sexy, más sexy y peligroso de lo habitual. Su cabello
está más corto, justo por encima de sus hombros, un desorden dorado
despeinado.
Parece nueve kilos más delgado que la última vez que lo vi. Eso me
sorprende, pero no tanto como la otra cosa que me sorprende. Como si hubiera
estado mirando la puerta, esperando a que la atravesara, me mira fijamente,
atravesándome con esos hermosos ojos ámbar.
Y me muero de nuevo. Todas las costras son arrancadas. Todo el progreso
que pensé que había hecho se revirtió con la bofetada de una perra gigante en mi
cara. Empiezo a temblar. Se me humedecen los ojos. Mi garganta se cierra.
Todavía lo amo mucho, como siempre. Todavía lo deseo con todas mis
fuerzas. Sigo siendo un tonta solitaria y enamorada.
Gracias a Dios por Brody, porque no podría apartar los ojos de AJ sin su
ayuda.
—Aquí vamos—murmura, tomando firmemente mi brazo y girándome hacia
el camino que conduce a la glorieta—. Te tengo.
Casi gimo por el dolor insoportable que esas dos palabras evocan. Son
exactamente lo que me dijo AJ la noche que Eric me mandó al hospital.
Pero Brody solo está siendo amable. Entrelaza su brazo con el mío,
estabilizándome, y me guía fuera de la sombra de los árboles y sobre la pequeña
colina cubierta de hierba hasta el área de la ceremonia. Cuando Jennifer nos
indica, comenzamos a caminar lentamente por el pasillo. Apenas noto a los
invitados, la música, las flores. Solo puedo ver la cara de AJ. Sus ojos. La forma
en que me miró…
Cuánto peso ha perdido.
A mitad del pasillo, después de recuperar la capacidad de hablar, pregunto:
—¿Por qué está tan delgado?
Brody está sonriendo, mirando de frente a la glorieta donde aguarda un
pastor vestido de blanco.
—No sé. Apenas lo hemos visto en los últimos dos meses. No ha venido a los
ensayos.
Mi corazón se vuelve loco, haciendo ping-pong dentro de mi pecho. ¿Qué
podría significar esto? ¿Ha estado enfermo? ¿Por qué no aparecería en los
ensayos de la banda? Mis pensamientos frenéticos se interrumpen cuando Brody
carraspea.
—Chloe, hay algo que debes saber. Pensé que sería más fácil para ti si no
fuera una sorpresa. Y solo para que conste, le dije que no lo hiciera. Todos lo
hicimos.
Mi estómago se aprieta. Sé que todo lo que diga será malo.
Pero no sé qué tan malo, hasta que me arroja una bomba en la cabeza tan
poderosa que tropiezo y tiene que agarrarme del brazo y tirar de mí para que no
me caiga de bruces en el pasillo.
—AJ trajo a Heavenly como su invitada.
De repente, los violines suenan desafinados y chirriantes. El sol que brilla tan
alegremente sobre mi cabeza quema mis hombros desnudos. Los cisnes blancos
que flotan en el lago junto al área de la ceremonia se ven enfermizos y malvados.
Todo lo bello de este día se vuelve feo y quiero dejar caer mis flores y correr.
Por supuesto que no lo hago. Esbozo una sonrisa, aprieto los dientes y me
quedo en silencio, porque no confío en mí misma para no empezar a gritar si
abro la boca.
Brody nos lleva con éxito por el pasillo. Tomamos nuestros lugares a ambos
lados del pastor. Aunque todo dentro de mí es un páramo de cenizas, me
enderezo y sonrío más.
No miro hacia el pasillo para ver a AJ acercarse con Grace. Cuando toma su
lugar frente a Brody, giro la cabeza y veo a Kenji, Ethan y Chris avanzar.
Observo a Nico caminar por el pasillo, pavoneándose, sonriendo de oreja a oreja.
Entonces la música cambia y todo se ponen de pie para la novia.
Un murmullo recorre la multitud cuando la ven, y entiendo por qué. Kat
nunca se había visto tan deslumbrante. Su cabello oscuro está recogido hacia
atrás a los lados y sujeto bajo un velo largo, que está bordeado de cristales y
perlas. Su vestido de gasa de seda color marfil se ajusta a lo largo del corpiño, se
ciñe alrededor de su diminuta cintura y se ensancha en una falda de bailarina.
Lleva más de un millón de dólares en diamantes Fred Leighton que Nico le
compró, incluido un par de aretes colgantes de veinte quilates y una gargantilla
con una piedra central de diez quilates. Parece una princesa de fantasía.
Parece una novia perfectamente feliz y sonrojada, lo cual sé en el fondo de
mi alma que nunca lo seré. Seré la madre soltera por la que todo el mundo sienta
lástima y tratará de emparejar con sus amigos divorciados. Seré la chica de
amargada que se arruga temprano y bebe hasta tarde.
Seré la tía solterona.
Trago, mirando hacia abajo. Sin pensar, giro la cabeza y encuentro a AJ
mirándome fijamente. Como siempre, nuestra conexión es instantánea y
eléctrica: una sacudida de calor abrasador, un enchufe en un toma corriente.
Siento que me voy a desmayar. Respiro profundamente. Su mirada se mueve
rápidamente a mi boca, luego vuelve a mirarme a los ojos. Cuando veo la mirada
en sus ojos, ese interminable anhelo oscuro con el que solía mirarme, mi corazón
se detiene.
No aparta la mirada. Yo tampoco. Me tiemblan las manos con tanta fuerza
que las flores de mi ramo tiemblan.
Finalmente puedo romper el contacto visual cuando Kat se encuentra con
Nico al final del pasillo. La boda comienza oficialmente, pero no escucho una
palabra. No veo nada.
Todo de lo que soy consciente es del calor ardiente de la mirada de AJ sobre
mí durante todo el tiempo.

Capítulo 41

Miseria: sustantivo, miserias en plural. 1. miseria de condición o
circunstancias. 2. angustia o sufrimiento causado por necesidad, privación o
pobreza. 3. gran angustia mental o emocional; infelicidad extrema. 4. una causa
o fuente de angustia.
—Sí—digo, mirando la aplicación de diccionario en mi teléfono—eso casi lo
cubre todo.
—Guarda tu maldito teléfono y ve a bailar—dice Jamie, arrebatándome el
móvil de la mano.
Hago una mueca.
—¿Con quién? ¿El padre de mi bebé, o su puta pagada al lado?
—No hay razón para revolcarse, bichito, es impropio. Es como la línea de
esa canción de Metric, 'No hay brillo en la cuneta'.
Lo miro.
—¡No me hables de cunetas! Eres el genio que me dijo que podría encontrar
un diamante allí, cubierto de barro, y confundirlo con una mierda. Pues resulta
que, consejero, ¡en realidad era una mierda!
Estoy en la mesa de Jamie y mis padres porque no podía soportar ni un
instante más la mía, que estaba inconvenientemente al lado de la de AJ y la puta.
La recepción está en pleno apogeo. Se ha servido el plato principal, la banda está
a la mitad de su primera actuación y nunca me he sentido tan miserable. De ahí
la búsqueda en el diccionario; cuando Jamie me preguntó cómo estaba, quería
estar segura de que estaba usando la palabra correcta para describir mi condición
actual.
Jamie suspira y busca ayuda en mi madre. Ella le da una palmadita en la
mano.
—Déjala en paz, James. Ella se ganó el derecho a ser miserable.
Levanto mi vaso de agua para brindar por mi madre.
Mirando a AJ al otro lado de la habitación, mi padre murmura:
—Tengo la mitad de la mente en hacer que alguien más se sienta miserable
en este momento.
—No nos avergonzarás en la boda de Kat, Thomas—dice mi madre sin
mover los labios—. ¡Por el amor de Dios, compórtate!
Aparte de nosotros cuatro, nuestra mesa está vacía, al igual que la mayoría de
las demás en el salón de baile. Todos están en la pista de baile, divirtiéndose.
Todos menos AJ y Heavenly, es decir, que están sentados en su mesa, sumidos
en una acalorada conversación. Ambos lucen enojados.
Espero que estén discutiendo sobre la virulenta cepa de herpes que ella le ha
transmitido.
—¿Recibiste mi mensaje esta mañana, papá?—le digo, tratando de
distraerme.
Se vuelve hacia mí, frunciendo el ceño.
—No. ¿Qué mensaje?
—Sobre lo que Eric dejó en mi coche.
Mi padre se sienta derecho como una baqueta en su silla.
—¿Qué?
Asiento con la cabeza.
—Cuando salí a mi coche esta mañana, la placa de Eric estaba en la esquina
de mi parabrisas. La puse en mi bolso.
Sus ojos se abren de par en par.
—¿Lo viste?
—No.
Jamie y mi padre comparten una mirada.
—¿Es una violación de su orden de restricción?
—Absolutamente. La orden de restricción cubre tanto a tu vehículo como a
ti. Ojalá lo hubiera sabido antes, lo habría llamado.
—¡Te dejé un mensaje!
Él niega con la cabeza.
—No importa. Lo reportaré ahora. Y después obtendremos una orden civil
por desacato para ese hijo de puta. —Se levanta abruptamente de la mesa con su
teléfono en la mano y se aleja, dirigiéndose a la salida.
Quiero dejar caer mi cara entre mis manos o, mejor aún, arrastrarme debajo
de la mesa y esconderme, pero que me condenen si voy a hacer algo que incluso
se parezca a parecer que estoy tan afectada por la presencia de AJ como de
hecho lo estoy. Aunque no estoy bailando, me duele la cara por todas las sonrisas
falsas que he estado haciendo, especialmente después de que Kat vino a
disculparse por la invitada sorpresa de AJ. Aparentemente, ella y Nico no sabían
lo que sabía el resto de la banda, y están furiosos no solo por su cruel
movimiento, sino por el hecho de que nadie tuvo las pelotas para decírselo.
Le dije qué, si eso era lo peor que pasaba esta noche, debería estar
agradecida. En la última boda a la que asistí, un invitado borracho cayó sobre la
mesa de postres y destruyó el pastel de bodas de cinco mil dólares de los novios.
—Voy al baño—anuncio, sabiendo que si no le digo a mi madre adónde voy,
asumirá que es para ir a llorar afuera sobre un arbusto y querrá seguirme.
Para demostrar mi punto, ella dice:
—Iré contigo. —Ella comienza a levantarse, pero mi hermano le pone la
mano en el brazo y la empuja suavemente hacia su asiento.
—Dale un minuto—dice, lanzándome una mirada comprensiva.
Doy las gracias, agarro mi bolso y me alejo antes de que ella pueda atacarme.
Salgo apresuradamente del salón de baile, soltando el aliento solo una vez que
estoy afuera en el aire fresco de la noche. El baño de mujeres más cercano está a
un corto paseo a través de un exuberante jardín. Me tomo mi tiempo, repitiendo
en mi cabeza todo lo que ha sucedido hasta ahora, parpadeando para contener las
lágrimas.
En cierto modo desearía no haberle dicho a Dios que nunca más volvería a
saber de mí, porque tengo un fuerte impulso de levantar los ojos hacia el cielo y
gemir ¿Por qué?
¿Cómo sobreviven las personas a este tipo de dolor?
Empujo la puerta del baño de señoras. Dentro está tranquilo; soy la única
aquí. Me paro frente al espejo y miro mi reflejo, preguntándome cuánto tiempo
razonablemente puedo esconderme aquí antes de que mis padres envíen un
grupo de búsqueda.
La puerta se abre detrás de mí. Rápidamente miro hacia abajo y abro el
pequeño bolso que he traído por mi teléfono y mi lápiz labial. No quiero que me
atrapen llorando, así que me muerdo el interior de la mejilla y respiro
profundamente, hurgando dentro del bolso, tratando de parecer ocupada.
—Nunca me ha follado—dice una voz.
Sobresaltada, miro hacia arriba. Cuando veo quién me ha seguido dentro del
baño, se me desliza el bolso de las manos y cae al suelo con estrépito.
Heavenly se cruza de brazos, se apoya contra el costado del baño y se sacude
el cabello de la cara.
—¿Perdón?
—AJ y yo nunca hemos tenido relaciones sexuales. Pensé que deberías
saberlo.
La sangre corre a mi cara. Me enfrento a ella con los puños cerrados.
—Sea cual sea el tipo de juego, no quiero jugar.
Su rostro permanece impasible.
—Es la verdad. Nunca ha tenido sexo conmigo. Él nunca quiso hacerlo; solo
quería alguien con quien hablar. Me paga por mi tiempo, no por mi cuerpo.
Estoy segura de que voy a vomitar. Y esta habitación se siente como un
horno; empiezo a sudar.
—¡Tiene muy mala memoria, señora, porque os vi a los dos desnudos!—
siseo.
Sus pestañas bajan; creo que está avergonzada.
—Esa pequeña actuación fue para tu beneficio. Sabía que encontrarme allí
era lo único que te haría dejarlo, así que me pagó para que me desnudara
mientras esperaba que tú volvieras a casa. —Ella levanta los ojos y se encuentra
con mi mirada—. Era su plan que nos encontraras, ¿lo entiendes?
Estoy atónita. De repente, mis piernas están tan débiles que tengo que
apoyarme en el lavabo.
—No. No, no lo entiendo.
Ella suspira, se endereza, descruza los brazos. Se mueve hacia el lavabo a mi
lado y se muerde el cabello mientras se mira en el espejo. Lleva un vestido largo
de color lavanda sin mangas con una abertura lateral prácticamente hasta el
ombligo y sin sostén. Sus pezones se ven a través de la tela.
—No me miró en ningún momento. Creo que estaba demasiado avergonzado.
Piensa en mí como una hermana. ¿Quién quiere ver a su hermana desnuda?
Nadie. —Se vuelve de un lado a otro frente al espejo, mirándose—. Incluso si su
hermana se parece a mí.
Su tono, expresión y modales indican que me está diciendo la verdad, por
increíble que sea. Hay una silla en un rincón; me hundo en ella.
—¿Por qué? ¿Por qué tendría que hacer eso? ¿Por qué querría que lo dejara?
—pregunto con voz ronca.
Hay un momento de silencio mientras se mira en el espejo. Entonces vuelve
la cabeza y me mira. En sus ojos veo lástima y también una profunda y
aterradora tristeza.
—Porque se está muriendo.
No puedo respirar. No puedo moverme Ni siquiera puedo parpadear. Solo la
miro, los latidos de mi corazón retumban en mis oídos.
Se da la vuelta, apoya su peso en el lavabo y mira al suelo.
—Es un tumor cerebral. Lo sabe desde hace años. Es de crecimiento muy
lento, pero se negó a operarse. Los médicos no pensaron que llegaría tan lejos;
pensaron que estaría muerto a los veinticinco. Ahí es donde estaba ese día,
cuando te dijo que iba a ver a su manager. Ve a su doctor cada tres meses. Y ese
día… le dijeron que se estaba quedando sin tiempo.
Esto no es real. Estoy teniendo una pesadilla. Esto no puede estar pasando.
No me doy cuenta de que he hablado en voz alta hasta que Heavenly me
mira.
—Creen que el tumor es lo que provocó su cromestesia. Presiona los nervios
ópticos. Probablemente lo ha tenido desde la infancia, pero solo se enteró hace
cuatro años, cuando se sometió a una tomografía computarizada después de que
le arrojaron una botella en la cabeza en el escenario. ¿Esa pequeña cicatriz sobre
su ceja? Es de esa botella.
Con un escalofrío de horror, recuerdo algo que AJ me dijo una vez.
Entonces empezaste a luchar por tu sustento.
Antes que la mayoría, porque era grande y siempre estaba enojado de todos
modos. No entendía por qué era tan diferente, por qué veía colores en los
sonidos y nadie más lo hacía. Me sentía como un bicho raro.
—Entonces, como se negó a la cirugía para extirpar el tumor, le dieron un
año. Era más fuerte de lo que pensaban, obviamente. —Se ríe suavemente para sí
misma, negando con la cabeza—. Es demasiado terco para morir a tiempo.
Estoy enferma y tambaleante, pero me las arreglo para preguntar:
—¿Por qué rechazaría la cirugía?
Ella toma una respiración profunda por la nariz y exhala de una vez.
—Porque incluso si pudieran extirpar el tumor con éxito, quedaría ciego.
Dijo que prefería morir. —Ella me mira, sus ojos brillan—. Eso es lo que él cree
que se merece, de todos modos.
Las lágrimas corren por mis mejillas. No me molesto en limpiarlas. No
importan. Nada más importa.
Heavenly mira al techo.
—Solía hablar de ti. Todo el tiempo, de lo único que podía hablar era de ti.
Sabes que fue él quien arregló el ascensor y la puerta de seguridad en tu edificio
de apartamentos, ¿verdad? La empresa gestora no se movió lo suficientemente
rápido cuando los amenazó con una demanda, por lo que pagó de su propio
bolsillo. El doble de lo que debería haber costado, no es que le importara. Habría
pagado cualquier cantidad para asegurarse de que estuvieras a salvo.
Mi boca está abierta. No sale ningún sonido. Pero Heavenly no está
prestando atención; sigue hablando, contando su historia como si estuviera
agradecida de finalmente sacarlo de su pecho.
—¡Vimos esta película juntos una vez, Moulin Rouge! Hay una parte en la
que alguien canta algo como De repente, mi vida no parece un desperdicio, se
volvió hacia mí y me dijo: Eso es. Eso es lo que siento por ella. Fue antes de que
estuvierais juntos. Y después, cuando se reunieron, no lo volví a ver hasta la
fiesta del Día de los Caídos. —Su voz se quiebra—. Y estaba muy feliz por él.
Por ambos. Y también, muy, muy triste porque sabía que no lo sabías. Él no
quería que lo supieras.
Me mira de nuevo y ahora tiene los ojos húmedos.
—Se odiaba por dejar que te enamoraras de él, sabiendo que no le quedaba
mucho tiempo. Y al final, pensó que sería mejor si te hacía odiarlo también.
Pensó que sería más fácil para ti, cuando llegara el momento, si ya lo habías
dejado muy atrás. Él no tenía la fuerza para alejarse de ti, así que lo hizo para
que tú fueras quien se marchara Y sabía que la única forma en que podría
mantenerse alejado de ti hoy, es si me traía, para que lo odiaras de nuevo. Pensó
que estaba haciendo lo correcto. Por ti.
Heavenly hace una pausa, tragando.
—Bien o mal, Chloe, todo lo que ha hecho AJ desde el día en que te conoció
ha sido por ti—susurra.
Estoy moviéndome. La decisión no se tomó en ninguna parte consciente de
mi cerebro; mis pies solo están obedeciendo una orden subconsciente urgente.
Salgo corriendo por la puerta, volando sobre el camino corto de regreso al salón
de baile con el corazón en la garganta.
Muriendo. Muriendo. Muriendo. Resuena dentro de mi cabeza. No puedo
dejar que eso suceda. No puede morir, ni ahora, ni nunca. Tengo que decirle,
tengo que hacerle saber sobre el bebé, hacerle cambiar de opinión sobre la
cirugía...
El sonido de la gente gritando me hace vacilar y detenerme. De repente, la
música dentro del salón de baile se interrumpe. El chillido agudo de la
retroalimentación de un micrófono llena el aire de la noche, y entonces hay un
silencio inquietante.
Desde algún lugar detrás de mí, viene corriendo un policía. Me aparta de un
empujón, , ladrando a una radio de mano. En su otra mano sostiene su arma.
Corro hacia el salón de baile. La gente ha comenzado a fluir presa del pánico,
algunos gritando, otros silenciosos y pálidos por el miedo. Paso corriendo junto a
ellos, me abro paso a empujones a través de una de las puertas y miro
salvajemente a mi alrededor, tratando de encontrar la causa del alboroto. Veinte
pasos adentro, llego a un punto muerto.
En el centro de la pista de baile vacía está Eric. Tiene a mi madre
aterrorizada y llorando en un estrangulamiento. Le apunta con una pistola a la
cabeza.
—¿Dónde está ella?—grita, mirando a su alrededor salvajemente. Arrastra a
mi madre hacia atrás hacia el escenario abandonado.
Todo adquiere la calidad de un sueño. Me muevo a cámara lenta, con los pies
pesados, el sonido de las voces ahogadas y distorsionadas como si estuviera bajo
el agua. Alguien está diciendo mi nombre; es mi hermano, de pie cerca de
nuestra mesa, sus brazos extendidos hacia mí, sus ojos aterrorizados. Lo ignoro y
sigo moviéndome, caminando aturdida hacia Eric.
No se trata de mi madre; ella es solo una sustituta. Sé que la dejará ir cuando
obtenga lo que realmente ha venido a buscar.
Me ve. Me muestra los dientes. Noto que está forzando su pierna derecha, la
que AJ le rompió.
—¡Tú!—gruñe.
Mi madre solloza. Varios policías con armas desenfundadas avanzan
lentamente entre la multitud que se retira, gritándole que suelte el arma.
Eric levanta el arma y me apunta directamente.
—Me arruinaste la vida—grita, con los ojos enloquecidos.
Estoy congelada de terror. Mi visión se reduce a un círculo con el rostro de
mi madre y el de Eric detrás. Sé que éste es el final. Instintivamente, mis manos
cubren mi vientre.
Justo antes de que Eric apriete el gatillo, me empujan hacia un lado. Empiezo
a caer, agitando los brazos. Suena un disparo. Golpeo el suelo con fuerza; mi
aliento sale de mis pulmones. Escucho varios disparos más en rápida sucesión,
bam bam bam bam bam, y grito.
Alguien más está gritando. Es mi madre; está inmóvil, sus manos están
temblorosas cubriéndose el rostro.
Eric está tumbado en el suelo detrás de ella. Un charco cada vez mayor de
líquido oscuro rodea su cabeza.
Me vuelvo para ver quién me ha hecho caer a un lado y gimo de horror.
AJ está tumbado de espaldas en el suelo a unos metros de distancia, con los
ojos cerrados, inmóvil. Un solo agujero perfecto atraviesa la tela de su camisa,
justo por encima de su corazón.
La sangre brota del agujero, manchando de rojo la prístina tela blanca.

Capítulo 42

—¡Déjame verlo! ¡Necesito verlo!—le grito a la enfermera que me frena en
las puertas que conducen al pasillo de quirófanos del hospital. Ella está tratando
de calmarme, pero estoy completamente loca.
No puedo perderlo de nuevo. No puedo. No lo haré.
—¡Chloe, shhh, déjalos hacer su trabajo! ¡Detente! ¡Ven conmigo ahora,
detente, bichito! —Jamie me envuelve en un abrazo de oso, alejándome de la
enfermera. Me aferro a él, sollozando histéricamente. Mis padres están en la sala
de espera, junto con la banda; su administrador, Saul; Kat y Nico, Grace y Kenji,
con unos cincuenta policías apostados afuera.
—Tengo que verlo—me lamento, mi rostro enterrado en el cuello de Jamie
—. No puede terminar así.
—Nada termina, Chloe. Está en cirugía, lo están cuidando. Va a estar bien.
—¡No lo sabes! ¡Viste cuánta sangre había!
Jamie me abraza fuerte, dejándome llorar en su chaqueta. Pasa una mano por
mi cabello.
—Él lo logrará, bichito. Y tú también. Ahora intenta calmarte. La histeria no
puede ser buena para el bebé.
Tiene razón. Probablemente estoy empapando a mi bebé con algunas
hormonas de pánico realmente malas. Intento respirar y solo consigo empezar a
tener hipo. Jamie me da su pañuelo y me hace sonarme la nariz.
—Vamos a ir a sentarnos en la sala de espera hasta que tengan algo que
decirnos, ¿de acuerdo? No podemos hacer nada más ahora que esperar.
Asiento con la cabeza, gimiendo mientras trato de contener los sollozos. Sé
que Jamie tiene razón, pero esperar sin hacer nada cuando tengo tanto que
decirle a AJ, cuando de todos modos nos queda tan poco tiempo juntos, parece
un castigo cruel e inusual.
Jamie me guía a través de los pasillos silenciosos y estériles del hospital
hasta la sala de espera. Todos se acercan de prisa cuando entro. Kenji, Grace y
Kat, que todavía está vestida de novia, me rodean y me dan un abrazo grupal.
Mis padres están ahí con ellos, abrazándonos. Mi madre está llorando; creo que
todavía está en estado de shock. Mi padre está sombrío y tenso, al igual que
Nico, que está detrás de Kat con su mano en su hombro. Ethan y Chris están un
poco separados con la cabeza inclinada y los brazos cruzados sobre el pecho.
Brody está en la esquina con las manos en las caderas, sacudiendo la cabeza.
Saul es el único que permanece sentado. Por la expresión de su rostro, es
posible que no pueda pararse.
—Nico—le susurro.
—¿Sí, cariño?
—¿Lo sabías? ¿Sobre el tumor cerebral de AJ?
Parpadea. Sus ojos azul cobalto se agrandan.
—¿Tumor cerebral?
Entonces él no lo sabía. Miro a Brody, Chris y Ethan, quienes me miran con
horror. Obviamente, ellos tampoco lo sabían. Pero cuando miro a Saul, parece
derrotado.
—Saul—digo, mi voz se ahoga.
Suspira.
—Me hizo jurar que guardaría el secreto. No quería que nadie supiera que se
estaba muriendo.
La habitación estalla en un caos. Nico, siempre exaltado, se acerca a Saul y
comienza a ladrar preguntas. Mientras Chris intenta que se calme, mis padres
miran a Kat y Grace, y todos empiezan a hablar a la vez. Kenji está parloteando
consigo mismo como un loco, Brody está interrogando a Ethan en busca de
información y niega cualquier conocimiento de algo. Mi hermano es el único
que no dice nada, y eso es porque está mirando hacia la puerta.
Mi corazón da un salto; ¿es el doctor?
Me doy la vuelta para seguir su mirada, pero no es un doctor. Allí, en la
entrada, hay un hombre de aspecto muy corriente, vestido con un traje, que lleva
un maletín y contempla con desconcierto la escena.
—¿Señorita Carmichael? ¿Hay una Chloe Carmichael aquí?
La habitación se queda en silencio.
—Sí, soy yo. ¿Quién es usted?
Saul se levanta.
—Es el señor Wells, Chloe. El abogado de AJ.
Saul y el señor Wells se dan la mano.
—Llegué aquí tan pronto como pude—dice Wells con voz apagada.
—Gracias por venir—responde Saul. Me mira—. Hay algún papeleo para ti.
Escuchar la palabra “papeleo” en relación con un abogado inmediatamente
pone los pelos de punta a mi padre. Da un paso adelante y exige:
—¿Qué tipo de papeleo?
Wells, mira a todas las personas que le devuelven la mirada y se ajusta
incómodo la corbata. Me mira.
—¿Hay algún lugar más privado donde podamos hablar?
—Cualquier cosa que tengas que decir, puedes decirlo delante de todos. De
todos modos, les contaré a todos .
Wells levanta un hombro.
—Como desee. —Se acerca a la mesa de café, deja su maletín y lo abre con
un movimiento rápido de las muñecas. Saca una carpeta negra. Me lo tiende.
—Documentos de planificación patrimonial señor Edwards.
Cuando lo miro en silencio, agrega:
—Testamento, fideicomiso en vida, poder notarial duradero, directiva
anticipada sobre atención médica. —Su voz se suaviza—. Tuvo mucho tiempo
para prepararse.
Con manos temblorosas, tomo la carpeta.
—¿Qué tiene que ver conmigo?
—Usted es la beneficiaria de su testamento, del fideicomiso, que tiene todos
sus activos, incluida la propiedad, y su apoderado designado para tomar
decisiones financieras y de atención médica en su nombre.
Cuando sigo mirándolo con la boca abierta, suspira.
—Si no puede tomar decisiones por sí mismo, usted está autorizada a
tomarlas por él, ¿comprende?
—Por ejemplo, si él está… en coma—dice gentilmente Saul.
En un instante, lo entiendo. Si se reduce a eso, soy el responsable de tomar la
decisión de desconectarlo o no.
Mi hermano me atrapa justo antes de que me desplome. Mientras aprieto la
carpeta contra mi pecho, me arrastra a una silla cercana.
—Que alguien le traiga un poco de agua—ladra Jamie.
—Estoy en eso. —Brody sale corriendo de la habitación.
—Déjame ver eso, Chloe.
Entumecida, le entrego la carpeta a mi padre. La abre, escanea las primeras
páginas, luego pasa a varias secciones con pestañas, leyendo rápidamente, su
dedo hojeando la página. Después de un momento, murmura:
—Dios.
—¿Thomas? —La voz de mi madre atrae su atención de nuevo a la
habitación y a todos los que están esperando a que él hable.
Mira a su alrededor, luego me mira de nuevo.
—Bueno, nunca más tendrás que preocuparte por el dinero, eso es seguro.
Tiene propiedades en todo Estados Unidos. Parece que son hoteles, en su
mayoría.
Cierro mis ojos.
¿Estuvo vacío mucho tiempo antes de que lo compraras?
Años. Originalmente fue construido como un hotel resort, pero nunca llegó a
serlo. Lo compré porque se ve como me siento.
¿Solo?
Corroído. En ruinas.
Estoy seguro de que todos los hoteles en el testamento de AJ son como el que
él vivió, lugares solitarios y abandonados con un pasado accidentado. Pájaros del
mismo plumaje, había dicho él. Pájaros del mismo plumaje.
—Hay un error aquí.
Abro mis ojos. Mi padre está mirando una página con el ceño fruncido. Mira
al señor Wells.
—Está fechado el 1 de Julio de este año.
Wells asiente.
—Es correcto. El señor Edwards actualizó su fideicomiso en vida en esa
fecha para incluir a la señorita Carmichael en los documentos.
—Pero tú y él ya habían terminado—dice mi padre, mirándome.
Las lágrimas corren por mis mejillas.
—Él nunca terminó conmigo. Solo quería que yo terminara con él, porque
sabía que me iría. No quería que tuviera que verlo morir. Pero lo haré de todos
modos. —Vuelvo a romper a sollozar.
Brody regresa con un vaso de agua, que Jamie deja a un lado. Luego se
arrodilla frente a mí y toma mis brazos.
—Escúchame, bichito.
Devastada, lo miro.
—Pase lo que pase, siempre tendrás una parte de él. El bebé, Chloe, no es
solo tuyo. También es suyo. De ambos. Y siempre lo será. Siempre tendrás una
parte de AJ contigo—dice en voz baja.
—Gracias—susurro.
—¿Bebé?—dice Nico, Brody y Chris al unísono.
Kat va hacia Nico y lo abraza por la cintura.
—Quería dejar que se lo dijera a AJ primero, cariño.
Él la mira fijamente.
—¿AJ va a tener un bebé?
—En realidad, es Chloe quien va a tener el bebé, querido. Aunque tu amigo
ciertamente hizo su parte—dice mi madre, que parece estar un poco más firme
en sus pies. Probablemente porque acaba de descubrir que soy una heredera de
bienes raíces.
Nico me mira, sus ojos se iluminan por primera vez en horas.
—¿Kat y yo vamos a ser tíos?
Niego con la cabeza lentamente.
—No. Serán padrinos.
—¡Grace y yo seremos tíos!—dice Kenji con orgullo.
—Tía Kenji suena muy bien—dice Grace y le sonríe a Kenji.
—También tío Grace—le responde él.
Por un momento el ambiente es más ligero, pero se hace añicos cuando una
mujer con bata blanca entra en la habitación.
—Señores. ¿El grupo de Edwards? —pregunta, mirándonos. Es una morena
alta y esbelta de unos cuarenta y cinco años, formal y fría, con un rostro
absolutamente inexpresivo.
Me da un vuelco el estómago. Me pongo de pie, sosteniéndome del brazo de
Jamie como apoyo.
—¿Sí?
Su mirada fría descansa sobre mí. Sus ojos son del color del pedernal.
—¿Es usted la pariente más cercana?
Asentí en silencio con la cabeza.
—Soy la doctora Rhoades. Venga conmigo por favor—me dice.
—¿Qué es lo que está sucediendo?—exige mi hermano. Todos se acercan.
La doctora Rhoades hace una pausa por un momento.
—Necesitamos obtener algo de información. Y me temo que no tenemos
mucho tiempo. Ahora, ¿me puede seguir?

Ella sale de la habitación.


—Me temo que está en estado crítico. La bala dañó el ventrículo derecho de
su corazón y desarrolló un hemoneumotórax...
—¡En castellano por favor!—interrumpo, desesperada por entender lo que
dice la doctora Rhoades. Mi hermano, mis padres y yo estamos parados cerca de
la estación de enfermeras fuera de la sala de operaciones, donde AJ todavía está
en la mesa.
—Hay una acumulación de sangre y aire en su cavidad torácica, lo que hace
que uno de sus pulmones colapse. Además, su corazón no está bombeando de
manera eficiente debido al daño en el ventrículo. La herida es severa; aún no
sabemos si se puede reparar.
—Oh, Dios. —Agarro la mano de mi madre.
—Cuando reciba una actualización del cirujano, se lo haré saber, pero
mientras tanto, ¿tiene un DNR?
—¿DNR?—repite mi madre.
—No resucitar—explica mi padre—. Ella necesita saber si él quiere estar con
soporte vital o no.
—No solo eso, sino qué medidas se deben tomar para reanimarlo en caso de
que sufra un paro cardíaco…
—¡Hagan de todo!—le suelto, tan fuerte que la doctora Rhoades parpadea—.
¡Hagan todo lo que puedan para salvarle la vida! ¿Me entiende? ¡Hagan de todo!
Mi padre me pasa el brazo por los hombros. Vuelvo mi rostro hacia su pecho
y lloro.
—Tiene un poder del abogado—explica tranquilamente a la doctora—.
Hagan todo lo que puedan.
—Está bien. Le avisaré cuando tenga más noticias. ¿Tiene su directiva de
atención médica con usted por casualidad? Necesitaré obtener una copia de la
documentación.
—Aquí—dice Jamie, entregándole la carpeta.
Ella asiente.
—Simplemente fotocopiaré lo que necesitemos y lo traeré de vuelta. Puede
sentarse en la sala de espera y lo enviaré en breve. Gracias, amigos.
Ella se da vuelta y se aleja rápidamente. Sé que debe lidiar con este tipo de
cosas todos los días, pero creo que no tiene corazón. Quizás así es como lidias
con esto todos los días.
Mi familia me lleva de regreso a la sala de espera, y después de que le damos

al grupo la actualización, todos nos sentamos en silencio, a esperar.


Pasan cuatro horas, luego cinco. Nico y los chicos traen bocadillos y café de
la cafetería, pero no puedo comer. Lo estoy repasando una y otra vez en mi
cabeza, todo lo que AJ me dijo, cada vez que estuvimos juntos.
Todo tiene mucho sentido ahora. Todo tiene un sentido perfecto y espantoso.
La policía toma las declaraciones de todos sobre los hechos de la boda. Nos
dijeron que Eric estaba muerto al llegar al hospital. Cuando escucho eso, no
siento nada en absoluto. El entumecimiento se ha filtrado en cada célula y nervio
de mi cuerpo, y estoy agradecida por eso, porque es lo único que me mantiene en
movimiento.
Exactamente veinte minutos después de las dos de la madrugada, regresa la
doctora Rhoades.
Todos se ponen de pie. Nadie dice nada. Ella parece exhausta.
—Está en recuperación. La cirugía salió bien —dice ella finalmente.
Mi corazón se aprieta hasta convertirse en un puño.
—¿Como está?
Ella me mira. Por primera vez en esta noche, logra sonreír.
—Creemos que está fuera de peligro.
Todo el mundo grita. Empiezo a llorar, cayendo de rodillas sobre la fea
alfombra gris. Kat y Grace caen sobre mí y nos acurrucamos en un grupo de
sollozos en el suelo, tres mujeres con trajes de boda de diseñador abrazadas,
llorando hasta que la doctora llama la atención de todos.
—Si permanece estable, debería ser trasladado a una habitación normal
dentro de la próxima hora. —Ella me mira—. Vendré a buscarte, ¿Ok?
Me paro, sostenida por Kat y Grace a ambos lados. Entonces cierro
rápidamente los pocos metros entre nosotros y le rodeo el cuello con los brazos.
—Gracias, muchas, muchas gracias—le susurro.
Ella se ríe, dándome palmaditas en la espalda con torpeza.
—De nada. Pero deberías agradecerle al cirujano. Haré que hable contigo
cuando haya terminado.
La suelto, asintiendo con la cabeza, demasiado exhausta para hacer mucho
más que sonreír. Me da una palmadita en el brazo y se va.
Entonces, una vez más, esperamos.

Capítulo 43

Cuando entro por la puerta de la habitación del hospital de AJ, tengo que
taparme la boca con la mano para no gritar de horror.
Parece muerto.
Su piel es de un gris ceroso y sin vida. Sus ojos están profundamente
hundidos en su cabeza. Su cabello está manchado de sangre. Tiene un tubo en la
nariz, más tubos atorados en sus brazos, pecho y el dorso de una mano, y está
conectado a todo tipo de equipo médico con luces parpadeando que produce
ruidos molestos como chirridos y suspiros mientras respira.
Temblando, me acerco a su cama y me paro junto a ella, mirando hacia abajo.
Está dormido o drogado, no sé cuál; de cualquier forma está inconsciente. El
cirujano me ha dicho que sentirá mucho dolor cuando se despierte y que no
espere que tenga fuerzas para hablar.
No me importa si habla. Solo necesito que me vea. Necesito que sepa que
estoy aquí.
Tomo su mano, me inclino y le doy un beso en la frente. Ambas están
heladas. A pesar de las garantías del médico de que AJ está estable por el
momento, me parece como si estuviera pendiendo de un hilo.
Todos me han dado tiempo para entrar sola y verlo primera.
Arrastro una silla junto a la cama y me siento, tomando su mano de nuevo.
Envuelvo mis manos alrededor de su manaza grande e inmóvil, me inclino y la
presiono contra mi mejilla.
Suspiro.
—Idiota.
Es lo primero que pienso. Decido que probablemente no sea lo correcto para
decir, así que sigo equivocándome, esforzándome hasta que una diatriba de un
torrente de conciencia está brotando de mí.
—No puedo creer que pienses que sería mejor para mí odiarte que estar
juntos. Eso es todo lo que siempre quise, que estuviéramos juntos. Y siempre te
reprimiste. Ahora entiendo que solo estabas tratando de protegerme, pero lo que
no entiendes es que nos privaste a los dos de tiempo, durante meses, que
deberíamos haber pasado juntos. Estoy muy enojada contigo por eso, cariño.
—Tu amiga Heavenly es todo un personaje, por cierto. ¿Es eso de lo que
estaban discutiendo en la mesa durante la cena? ¿Quería que me lo dijeras y
estabas siendo tu yo obstinado normal y te negaste? Bueno, ella me siguió al
baño de mujeres y me lo dijo, así que ahora lo sé todo. Y de todos modos, tu
pequeño plan para hacer que te odie no funcionó. No seguí adelante. Quiero
decir, no podría haberlo hecho de todos modos, porque te amo demasiado, pero
también por el pequeño AJ, junior. O si es una niña, estaba pensando en Abigail.
¿Te gusta el nombre Abigail? Podríamos llamarla Abby. Abby Aleksandra, ¿te
gustaría eso? Mi madre probablemente me matará si no consigue su nombre allí
de alguna manera, por lo que podría tener dos segundos nombres. Abby
Aleksandra Elizabeth Edwards. Eso es realmente hermoso, de hecho. A menos
que no te guste. Supongo que podríamos resolverlo más tarde. —Suspiro de
nuevo, exhausta—. Tenemos mucho de qué hablar, cariño. Cuando te despiertes
voy a hablar sin parar.
—Ya lo estás haciendo—dice una voz débil y áspera.
Miro hacia arriba, mi corazón da un salto. AJ me está mirando con una media
sonrisa en los labios. Me pongo de pie de un salto, ya llorando, y lo abrazo.
Sisea de dolor.
—¡Oh Dios, lo siento! —Me aparto de un tirón, consciente de que en mi
ansiedad lo he lastimado, pero me agarra de la muñeca con una fuerza
sorprendente, sin dejarme llegar muy lejos. Me mira directamente a los ojos.
—¿Estas embarazada?
Asiento con la cabeza, secándome las lágrimas de las mejillas con el dorso de
la mano.
Él inhala, las pestañas revolotean y entonces susurra:
—¿Estás embarazada de mi hijo? ¿Vamos a tener un bebé?
Asiento de nuevo, estallando en una risa ligeramente histérica.
Su agarre en mi muñeca se afloja. Abre su mano, alcanzando mi rostro. Me
inclino, mucho más cuidadosamente esta vez, y presiono un suave beso en sus
labios. Sus ojos se cierran. Sus dedos acarician mi mejilla, trazando mi
mandíbula.
—Bien entonces. Supongo que esta no será la única cirugía que tendré este
mes.
La esperanza me atraviesa. Lo miro, esperando, sin atreverme a hablar.
—No sé si pueden removerlo todo; es demasiado grande ahora. Dijeron que
solo me quedan unos meses. Pero podría ganarme más tiempo—dice débilmente.
—Pero… Heavenly… ella dijo… ella dijo que si te sacaban el tumor te
quedarías ciego.
Sus pestañas se levantan y me mira con tanto amor y adoración que mi
corazón se hincha hasta sentir que va a estallar.
—Un pequeño precio a pagar por escuchar a alguien llamarme 'papi', ¿no
crees?—susurra.
Mi provisión de lágrimas es inagotable, porque vuelven.
—¡Si quisieras que te llamaran papi, te habría complacido felizmente!
Sonríe. Sus ojos se cierran.
—Pensé que habías dicho que no te gustaban las cosas pervertidas.
Sollozo, riendo y llorando al mismo tiempo.
—Nunca tuvimos la oportunidad de probar ninguno de tus movimientos
avanzados, ¿verdad?
Su sonrisa se vuelve perversa.
—Aún no.
Con cuidado, porque no puedo contenerme, beso a AJ en toda la cara.
—Te amo—murmuro con cada presión de mis labios contra su piel—. Te
amo. Te amo tanto. Me salvaste, AJ. Me salvaste la vida.
—Nos salvamos, ángel—murmura, y se vuelve a dormir.
Capítulo 44

Cinco semanas después de que AJ se recuperara lo suficiente para someterse
a una cirugía cerebral, lo ingresaron nuevamente en el hospital, esta vez para que
le extirpen el tumor.
Nos hemos mudado a una pequeña casa que alquilamos en Laurel Canyon
mientras decidimos cuáles deberían ser los próximos pasos. Mucho depende del
resultado de la cirugía, es difícil planificar con anticipación, pero no quería
quedarme en mi apartamento y AJ ya no quería vivir en el hotel, así que
encontramos un lugar que serviría como nuestro nuevo hogar temporal juntos,
con Bella, donde no hay malos recuerdos que estropeen un solo segundo.
Vivimos en tiempo prestado.
No hay garantía de que la cirugía sea un éxito. De hecho, los cirujanos nos
han informado que es muy riesgosa; es posible que la ceguera no sea el único
efecto secundario. La lista de cosas terribles que podrían salir mal es
abrumadora, incluida la parálisis, pero AJ insiste en que la quiere. Si hay una
pequeña posibilidad de que le permita unos años más, se está arriesgando.
Mientras tanto, nos hemos preparado para lo peor.
—¿Tienes todos los papeles? No puedo encontrarlos. ¿Y qué he hecho con
mis gafas de lectura? Definitivamente las necesitaré. Compré el nuevo libro de
Grisham, pero no puedo leer sin mis gafas, especialmente con la iluminación del
hospital.
—¡Mamá, cálmate! Tengo los papeles. Y tus gafas para leer están ahí en la
encimera, al lado de tu bolso.
Mi madre viene con nosotros al hospital. Desde que se enteró de que AJ, a su
manera desordenada, estaba tratando de hacer algo heroico al dejarme ir, es su
nueva fan más grande.
Además, recibir una bala por mí no vino mal.
Mi padre todavía tiene sus reservas, pero ha dejado de gruñirle a AJ y le está
dando algo de respeto a regañadientes.
Naturalmente, nunca mencioné mi pequeño encuentro con AJ y Heavenly.
Creo que incluso los padres más comprensivos tendrían dificultades con eso, sin
importar cuán bien intencionadas sean.
Hablando de Heavenly, hemos llegado a una tregua. Todavía no me agrada,
probablemente porque es demasiado hermosa para tener sentimientos de
simpatía hacia ella y estaba desnuda en la misma habitación que mi hombre,
pero después de varias discusiones, estoy convencida de que ella realmente solo
quiere lo mejor para AJ y para mí. Se reunirá con nosotros en el hospital, junto
con el resto de la banda.
—¡Aquí están! —Mi madre sonríe momentáneamente cuando encuentra sus
gafas, justo donde le dije que estaban, pero con la misma rapidez su rostro cae
—. ¿Deberíamos llevar almohadas? Esas sillas de la sala de espera son
terriblemente incómodas.
—¡Mamá, detente! ¡Llegaremos tarde! Ayúdame con mi bolso, por favor,
tengo las manos ocupadas con todas estas otras mierdas.
—Lenguaje, querida—me regaña.
Soy la única mujer en el hemisferio occidental cuya madre considera que la
palabra “mierda” es lenguaje soez. Incluso consiguió que AJ dejara de maldecir.
A su alrededor, de todos modos.
—¿Estás molestando a la abuela de nuevo?
Mi madre y yo nos volvemos para ver a AJ entrar en la habitación. Está
sonriendo, luciendo relajado, mientras yo soy un manojo de nervios.
—Nadie está molestando a nadie, solo llegamos tarde. —Frunciendo el ceño,
trato de levantar el bolso de lona que contiene ropa, artículos de tocador, libros y
otros artículos para distraerme mientras espero saber cómo le irá a AJ en su
operación. Probablemente será otra noche más, pero independientemente de la
duración de la operación, me quedaré en el hospital hasta que le den de alta, lo
que podría ser de dos a cinco días. Estoy buscando desesperadamente mi Kindle
cuando un par de manos fuertes rodean mi parte superior de los brazos.
—Ángel.
Lo miro.
—Sí, cariño.
—Todo va a estar bien. Voy a estar bien. —Su mirada es cálida y firme, la
presión de sus manos reconfortante; él sabe que me estoy volviendo
completamente loca.
Trago alrededor del nudo en mi garganta.
—Ok.
Me da un abrazo. Entierro mi cara en mi lugar seguro, el hueco entre su
hombro y cuello, y lo respiro.
—¿Cómo está mi chica?—susurra, acariciando mi cabello.
Sollozo un poco, decidida a no llorar.
—Estoy bien.
—¿Y el frijol?
No puedo evitar sonreír. Decidimos no averiguar el sexo del bebé, así que por
ahora solo lo llamamos “el frijol”. Empezó a mostrase. Creo que mi pequeña
tripa es linda y no puedo dejar de pasar mis manos por ella.
—Cómodo en el vientre de su mamá.
Los labios de AJ encuentran mi cuello.
—¿Él? ¿Y si es una niña? Tenía mi corazón puesto en una pequeña Abigail
Aleksandra Elizabeth.
Mi rostro se arruga. Cierro los ojos con fuerza y respiro por la nariz.
AJ se echa hacia atrás y toma mi rostro entre sus manos.
—Oye. Escúchame. Voy. A. Estar. Bien. Tenemos la casa bien preparada para
cuando regrese, tenemos al especialista en rehabilitación programado para
ayudar, estoy aprendiendo braille. Y si Stevie Wonder puede tocar el teclado sin
su vista, estoy seguro de que puedo tocar la batería sin la mía. —Hace una pausa
—. Oh, no.
Inmediatamente, el pánico se desliza por mi garganta.
—¿Qué?
Me mira, completamente serio.
—Me olvidé de aprovisionarme de gafas de sol geniales.
Le doy un golpe en el hombro.
—¡No es gracioso!
Él sonríe.
—Vamos, es algo gracioso.
No sé cómo está tan tranquilo. Una parte de mí sabe que lo está haciendo por
mí, otra parte sabe que él es fuerte. Espero que nuestro bebé herede su fuerza,
porque estoy necesitando cada gramo de mi concentración para no disolverme en
un desastre lloroso.
Me atraen en otro abrazo. AJ y yo nos quedamos así por un momento, en
silencio, abrazándonos, hasta que mi madre carraspea suavemente.
—Creo que es hora de irse, amores.
—Sí—asiente AJ, dándome un apretón final. Me suelta y nos sonríe a las dos
—. Pero estoy conduciendo. Y si ésta es la última vez que me pongo al volante
de un automóvil, es posible que las damas quieran agarrarse el sombrero. Puede
que no me importen los límites de velocidad. O cualquiera de las reglas de
tránsito.
—Me va bien—dice mi madre alegremente—. Thomas conduce como una
anciana; será un buen cambio ir rápido.
La expresión de mi rostro los hace reír a los dos.
Partimos hacia el hospital y AJ cumple su palabra. Mi madre y yo nos
sujetamos con fuerza, mientras me digo una cosa una y otra vez.
Él lo va a lograr. Él lo va a lograr. Él lo logrará.

Rompo mi prohibición autoimpuesta de hablar con Dios y empiezo a orar.


La cirugía dura seis horas. Son las horas más largas de mi vida. Como sabía
que esto iba a suceder, de alguna manera es peor que cuando AJ estaba en
cirugía después de que Eric le disparara. Las semanas y semanas de anticipación
han tensado cada uno de mis nervios y apenas puedo respirar.
Me paseo. Bebo café. Le ruego a Dios.
Cuando el cirujano entra para decirnos que AJ lo logró con éxito y fue
transferido a la UCI, nadie estalla en vítores como lo hicieron la noche de la
boda. Todavía hay mucho en juego; esto es solo la mitad de la batalla. Sin
embargo, hay un profundo alivio. Nico y Kat se abrazan; Chris, Ethan y Brody
comparten una ronda de choca los cinco; Kenji y Grace se abrazan, al igual que
mis padres. Jamie regresó a Nueva York semanas antes, pero le envío un
mensaje de texto con la noticia con manos temblorosas y lágrimas silenciosas
corrían por mi rostro.
Heavenly pone su mano en mi hombro. Parece casi tan destrozada como yo
me siento. Sin hablar, nos abrazamos.
Cuando llega el momento de ir a verlo, mi madre me aprieta la mano.
—Recuerda lo que dijo el cirujano, cariño. Es demasiado pronto para decir
algo todavía.
Es demasiado pronto para saber si estará paralizado, si podrá hablar o
recordar mi nombre. Es demasiado pronto para saber si mi hijo crecerá con un
padre ciego o uno que no puede funcionar en absoluto sin un asistente de
enfermería las veinticuatro horas del día.
Pero está vivo. Sigue siendo mi AJ. Y no importa cuán discapacitado esté, lo
amaré de todos modos. Siempre.
El cirujano me lleva a su habitación. Me quedo fuera de la puerta, mirándolo.
Su cabeza ha sido completamente afeitada; le pedí a la enfermera que guardara el
pelo.
—Parece tranquilo—le murmuro al médico.
Se vuelve hacia mí.
—Tengo que hacer algunas pruebas sencillas. Puedo volver más tarde si lo
prefieres.
—No—digo rápidamente—. No voy a salir de esta habitación hasta que él lo
haga.
Una sonrisa parpadea brevemente en su rostro.
—Está bien. Después de ti.
Extiende la mano y ambos entramos en la habitación. Sintiendo una enorme
sensación de déjà vu, me paro al lado de la cama de hospital de AJ y tomo su
mano.
Hace frío de nuevo. Toda la habitación se siente fría. Me da un escalofrío y
tiemblo.
El doctor se inclina sobre AJ y dice en voz alta:
—¿Señor Edwards? ¿Puedes escucharme?
Los ojos de AJ se mueven debajo de los párpados, pero no los abre. Aprieto
su mano con más fuerza.
—¿Es así de malo?—le susurro, tratando de mantener la calma.
—No. Todavía está muy sedado. —Saca una delgada linterna plateada del
bolsillo de su abrigo, abre el párpado izquierdo de AJ y le ilumina el ojo. Repite
el procedimiento con el ojo derecho, pero, a diferencia del otro lado, hace una
pausa y dice—. Hmm.
Me inyectan agua helada en las venas.
—¿Qué significa eso?—pregunto aterrada.
Me mira brevemente antes de enderezarse.
—Hay una respuesta pupilar en su ojo derecho.
¡Este maldito doctor! ¿Voy a tener que apuñalarlo?
—¿Y?—digo en voz alta.
Mi arrebato no le molesta en absoluto.
—Y no debería haberlo.
Dejo caer la mano de AJ, me inclino sobre la cama y agarro al médico por las
solapas.
—¡Y qué significa eso!
Obviamente puede decir que lo estoy perdiendo, por lo que rápidamente
agrega:
—Significa que, al menos en su ojo derecho, el nervio ocular todavía tiene
alguna función. Es una buena señal, señora Carmichael. Es una señal muy buena,
muy inesperada. —Con cuidado, quita mis dedos de su abrigo.
Mi corazón está latiendo con esperanza, mis pulmones tragando aire, me
balanceo sobre mis talones.
—¿Cuándo sabremos más?
Obviamente, tiene mucha experiencia lidiando con parientes locos de
personas enfermas, porque me sonríe suavemente en lugar de huir.
—Le voy a dar una hora más o menos, y haremos algunas pruebas más. Hay
una serie completa por la que pasamos para evaluar su condición a medida que
comienza a recuperar el conocimiento, así que no tendré nada definitivo para ti
hasta más tarde, pero por ahora, está estable. ¿Estás bien?
Estoy tan aliviada que quiero deslizarme al suelo. En lugar de eso, lloro.
—Gracias.
Él asiente.
—Y si se despierta, dale de comer trocitos de hielo. Haré que los envíen. Va a
tener mucha sed, pero todavía no puede tomar agua. Y lo siento, pero el límite de
tiempo para las visitas en la UCI es de diez minutos, así que os dejo.
Se da la vuelta y se aleja.
Miro a AJ. Hay una especie de gelatina extraña en su cuero cabelludo y la
incisión es espantosa. Pensé que los puntos de sutura en mi mejilla eran malos,
pero esto es territorio total de Frankenstein. Estamos hablando de grapas de
metal. Apoyo suavemente mi mano en su frente y suspiro.
—Mmrpph.
Salto.
—¿Qué? AJ, Dios mío, ¿estás diciendo algo?
Sus párpados parpadean. Sus ojos se mueven de un lado a otro debajo de
ellos nuevamente. Agarro su mano y me inclino cerca de su cara, muriendo por
arrancar el tubo que está atorado en su nariz porque tal vez lo está lastimando.
Aprieto su mano.
—Bebé, estoy aquí. Lo estás haciendo genial. Descansa, el doctor dice...
—¡Mmrpph!—insiste, frunciendo el ceño.
No sé si llorar o tener un ataque de pánico, así que me aferro a su mano con
tanta fuerza como puedo y mi labio inferior tiembla. ¿No podrá hablar? ¿Es
esto? ¿Será ese sonido todo lo que pueda hacer a partir de ahora?
Sus ojos se abren. Se ponen en blanco como si estuviera girando. Dejo de
respirar. Parpadea unas cuantas veces más, entrecerrando los ojos. Su mano se
aprieta en la mía.
—Cariño, estoy aquí. Estoy aquí. No voy a ir a ninguna parte, ¿ok?
Vuelve la cabeza hacia mi voz. Verlo abrir y cerrar los ojos lentamente es
desgarrador. Puedo decir que no puede verme parada aquí. Su mirada está
desenfocada, como si estuviera mirando algo muy lejano.
No puedo evitarlo; me pongo a llorar. Cierro los ojos, inclino la cabeza y
simplemente lo dejo ir, porque cuando él se recupere por completo, tendré que
ser lo suficientemente fuerte para los dos. Esta será la última vez que me
permitiré derrumbarme. De ahora en adelante, tendré que ser la más fuerte de la
familia.
Pasan varios minutos antes de que me calme. Trago, sorbiéndome la nariz y
alcanzo un pañuelo de papel de la caja en la mesita al lado de la cama de AJ.
Y me congelo cuando escucho un “Drama queen” un poco confuso, pero aún
comprensible.
Con un grito de sorpresa, me enderezo. Los ojos de AJ están cerrados, pero
está sonriendo con una sonrisa feliz y soñolienta. Levanta la mano que no estoy
sosteniendo ni un centímetro de la manta y hace un movimiento con el dedo
índice. Está apuntando a algo al otro lado de la habitación. ¿La televisión? ¿El
pequeño tocador?
—¿Qué?—pregunto sin aliento—. ¿Qué pasa, cariño?
Traga y se pasa la lengua por la boca como si estuviera seca como un
desierto. Intenta decir algo más, pero la enfermera entra con los trozos de hielo y
pierdo lo que sea cuando nos saluda alegremente.
Le arrebato la taza de hielo de la mano y ladro:
—¡Está hablando! ¡Cállate, está hablando!
Me mira enarcando las cejas, pero no dice una palabra más.
Me vuelvo hacia AJ y me acerco, desesperada por entender lo que quiere.
—AJ dime lo que quieres. ¿A qué estás apuntando?
Traga de nuevo. Le doy de comer unos trocitos de hielo y suspira de
satisfacción. Pasan dos minutos insoportables mientras los mastica lentamente,
chupando la humedad. Luego levanta ese dedo de nuevo y señala.
—Armario. Chaqueta. —Su voz es débil, las palabras arrastradas.
—Creo que quiere su abrigo—dice la enfermera.
Estoy a punto de discutir con ella que no tiene sentido que él quiera su
abrigo, pero AJ asiente lentamente.
—Por favor, ¿lo traerías?—le pregunto. No quiero soltar su mano.
La enfermera, una pequeña dama filipina vestida con un uniforme rosa y el
pelo recogido en un moño desordenado en la parte superior de la cabeza, rebusca
en el armario y saca la gran bolsa de plástico con cierre que contiene la chaqueta
de AJ. Todo fue etiquetado e ingresado en un registro de propiedad personal
antes de la cirugía, lo cual es bueno, porque cuando lo saquen de la UCI, se
asegurarán de que todas sus cosas se muevan con él. Me entrega la chaqueta de
cuero. Me quedo allí sosteniéndola, sin saber qué hacer a continuación.
—Está bien, cariño, la tengo. ¿Tienes frío? ¿Quieres que te ponga esto
encima?
AJ sonríe. Es una sonrisa extraña, una que no creo haber visto antes, astuta y
satisfecha. Me provoca una pausa de un momento, pero luego él susurra:
—Bolsillo.
Ahora entiendo; hay algo que quiere y está en el bolsillo de su chaqueta.
Aliviada, la sostengo y busco en el bolsillo interior. No hay nada allí. Intento con
el bolsillo derecho, pero tampoco hay nada. Espero que lo que sea que él quisiera
no se cayera.
Pero entonces busco en el bolsillo izquierdo. Cuando mis dedos se cierran
alrededor de lo que hay dentro, me quedo inmóvil. AJ se mueve inquieto en la
cama, con los ojos cerrados, esperando que yo diga algo.
Lentamente saco la mano del bolsillo y miro lo que he sacado.
Es una caja de anillos de terciopelo negro. Dejo caer la chaqueta al suelo.
AJ hace un movimiento de “dame”. Con mano temblorosa, pongo la caja en
su palma. Lentamente, con gran esfuerzo, levanta la otra mano y abre la caja.
Mirando el anillo origami increíblemente hermoso, lloro. Encima de un
círculo trenzado se posan un par de pájaros pequeños de color naranja ardiente
en vuelo, con las puntas de sus alas tocándose. Nunca había visto nada tan
exquisito, tan finamente elaborado.
—¿Qué son?
—Fénix.
Levanto mi mirada hacia la suya. En el susurro más leve y entrecortado, AJ
dice:
—Porque aunque podría quemar el mundo entero hasta los cimientos, el
amor verdadero nunca puede morir. Cásate conmigo, ángel.
Y lloro a moco tendido como un bebé, aunque ni tres minutos antes me
prometí que sería fuerte.
Saco el anillo de la caja y lo deslizo en mi dedo tembloroso. Entonces bajo la
barra de metal del costado de la cama y me arrastro con cuidado junto a él,
ignorando las protestas de la enfermera. Beso su cuello y su cara, llorando y
riendo, tratando de ser gentil mientras lo abrazo y apoyo mi cabeza en su pecho.
Entonces digo lo único que queda por decir:
—Sí.

Epílogo

Hoy, por centésima vez, reviso el teléfono para ver si he recibido algún
mensaje nuevo de Trina.
Es un hermoso y soleado domingo, cinco meses después de la cirugía de AJ.
Se supone que debo relajarme, pero no puedo porque este hermoso y soleado
domingo en particular es el día de San Valentín… el día más ajetreado del año en
Fleuret.
Y estoy en una barbacoa en la casa de Nico y Kat.
También estoy tan grande como una ballena. El frijol, que ha crecido hasta el
tamaño de una sandía con esteroides, debe llegar en cualquier momento. De ahí
que AJ me prohibiera la entrada a la tienda y me dijera rotundamente hacía un
mes que ya no estaría de pie durante doce horas al día. (Si pudiera ver la forma
en que se me hinchan los tobillos, me habría expulsado de la tienda mucho antes,
pero ser ciego tiene su lado positivo: no hay imágenes perturbadoras de las
partes hinchadas del cuerpo de su prometida embarazada).
Un cálido beso en la nuca me distrae del teléfono. Echo la cabeza hacia atrás
y veo a AJ inclinado sobre mí, sonriendo. El sol brilla dorado y cobrizo en su
cabello. Como siempre sucede cuando lo miro, mi corazón se acelera y se salta
un latido antes de estabilizarse en un ritmo normal.
—Te vas a convertir en un ninja, cariño—me quejo—. ¡Nunca puedo oírte
acercándote sigilosamente!
Él se ríe.
—Déjame adivinar… estás aquí revisando el teléfono.
Me pongo el teléfono bajo el brazo con sentimiento de culpa.
—¡Solo estoy disfrutando del sol!
Su sonrisa se convierte en risa.
—¿Mintiéndole a un ciego? Eso es algo jodido, ángel.
Mis labios se tuercen.
—Lo que es jodido es esta acidez de estómago. En serio, se siente como si
me hubiera tragado un chile habanero. Y mi espalda me está matando. Para
colmo, hoy estoy llena de gases. Es posible que desees ir contra el viento. Puaj.
Moviéndose con cuidado, AJ se sienta en la silla a mi lado, gira la cabeza y
sonríe brillantemente, bañándome en un calor aún más caliente que el sol.
—No pares, cariño, me encanta cuando hablas sucio. En serio, dímelo:
¿estreñimiento? ¿Venas de araña? ¿Estrías? Da lo mejor de ti, toda esa mierda
me pone tan cachondo que podría tirarte al césped y hacer lo que quisiera
contigo ahora mismo.
Pensarías que está bromeando, pero no es así. Le encanta escuchar cada
detalle sobre el embarazo, sin importar cuán crudo sea.
—Eres asqueroso.
Toma mi mano. Se la doy y se la lleva a los labios y la besa.
—Estoy enamorado—dice en voz baja—. Cada pequeña cosa que haces es
mágica.
Aunque se me nublan los ojos por eso, todavía tengo que resoplar.
—No es justo citar letras de canciones de los ochenta, superestrella. Olvidas
que soy la chica que sabe cada palabra de 'Bohemian Rhapsody'.
—Esa es de los setenta—responde con una sonrisa.
—Cállate.
Juguetonamente muerde uno de mis dedos.
—Oblígame.
—¡Ja! Ten cuidado con lo que deseas.
Su sonrisa se desvanece. Abre mi mano y presiona mi palma contra su
mejilla.
—Eres todo lo que deseo—dice con voz ronca, y se me corta el aliento. De
repente, no puedo esperar para ir a casa y tenerlo para mí sola.
Siempre, siempre este calor entre nosotros, esta dulce y crepitante urgencia.
Apenas puedo creer que sea real.
Me inclino y presiono un beso en sus labios.
—Y tú eres todo lo que necesito—le susurro.
—Excepto tal vez algo de ropa interior color marrón. ¿Cuántas costillas extra
picantes de Tennessee te comiste, cariño? Porque estoy entendiendo totalmente
esa cosa del gas de la que estabas hablando...—dice inexpresivamente.
Maldiciendo, lo golpeo en sus musculosos bíceps. Se descostilla de risa,
entonces me agarra, me sube a su regazo y me acaricia el cuello con la cara.
—Tienes suerte de ser tan lindo—le digo con fingida severidad.
—¿O qué? ¿Me patearías el culo?
—¡En la próxima semana, amigo!—grito.
Me hace cosquillas, chillo y me retuerzo en su regazo, y entonces, detrás de
nosotros, alguien carraspea. Miro hacia arriba y Nico está de pie en la puerta
corrediza de vidrio del patio, luciendo un poco avergonzado.
—No quiero interrumpir el tiempo de juego, pero se supone que tu hombre
me está ayudando a limpiar el desorden en la cocina. Considerando que hizo la
mayor parte—dice arrastrando las palabras,.
—No puedo evitarlo si tengo mucho apetito—dice AJ despreocupadamente
—. Estoy comiendo por dos.
Nico me mira con las cejas arqueadas.
—Hambre solidario—le explico encogiéndome de hombros—. Es una cosa
extraña de pareja durante el embarazo. Incluso piensa que tiene náuseas
matutinas. Juro que gritará más fuerte que yo en la sala de partos.
—Y aquí pensé que la envidia del pene era extraña—murmura Nico.
—¡Oh, eso es dulce, hombre! Pero no te preocupes, estoy seguro de que tu
paquete de tamaño común y corriente funciona bien. Kat parece muy feliz—dice
en broma AJ. Él sonríe y Nico pone los ojos en blanco.
—Vete a la mierda, hermano.
—Lo mismo tú, hermano.
Ambos sonríen.
Salgo pesadamente del regazo de AJ, gimiendo mientras me enderezo; mi
espalda baja está anudada.
—Está bien, ya he tenido suficiente del vínculo masculino. Vamos, Big
Daddy, entremos.
Sí, sé lo que estás pensando. Pero ahora que AJ es papá, o un futuro papá,
llamarlo “Big Daddy” parece encajar, incluso si antes me molestara tanto.
Además, la forma en que hace estremecer a Nico vale la pena. No hay mucho
que haga sonrojar a ese hombre.
AJ toma mi mano extendida y suavemente lo conduzco a través del soleado
patio hacia la casa. Todavía puede ver luces y sombras, y algunos colores, pero
las formas y los rostros lo eluden. Conducir está fuera de discusión, al igual que
ir a cualquier lugar solo fuera de nuestra casa, que aprendió a manejarse de
manera experta. Usa gafas de sol la mayor parte del tiempo porque cree que a la
gente le incomoda mirar su mirada perdida y distante, pero no se molesta en
ponérselas alrededor de la banda y de sus amigos cercanos.
Y, gracias a Dios, su ceguera no ha afectado en absoluto su capacidad para
tocar la batería. Se sienta detrás de su equipo y todavía lo golpea hasta que sus
dedos sangran. Creo que su sincronización podría ser incluso mejor ahora que
está confiando completamente en sus otros sentidos.
Definitivamente puedo dar fe de lo agudos que se han vuelto sus otros
sentidos, especialmente su olfato. Juro que puede oler cuando estoy cachonda.
Ni siquiera tengo que decir una palabra. Desde el otro lado de la casa, se dirigirá
directamente hacia mí, y estaremos en la cama.
Optimismo, gente. O te concentras en lo malo o en lo bueno.
Elegí concentrarme en lo bueno. No es difícil; hay mucho de eso.
En el interior, Kat está tratando de alimentar a Barney con otra de las
increíbles costillas de Nico. Barney protesta que ya ha tenido suficiente, pero la
forma en que mira el plato que sostiene Kat hace que sea obvio que no lo ha
hecho. Ethan y Chris están descansando en el sofá de la sala de estar, jugando un
videojuego e insultándose con insultos afables, mientras Kenji se sienta a un
lado, examinando su manicura y luciendo aburrido.
No veo a Grace, ni a Brody por ningún lado.
—Está bien, AJ, yo los lavo, tú los enjuagas—dice Nico. Está parado frente
al fregadero de la cocina. Un lado está lleno de esponjosas burbujas blancas; al
lado del fregadero en la encimera hay una pila de platos, un montón de tazas y
cubiertos de toda la comida que devoramos para el almuerzo.
Llevo a AJ a la encimera. Me sigue con una mano apoyada ligeramente sobre
mi hombro derecho, y se coloca frente al fregadero al lado de Nico, palpando el
borde de la encimera, el grifo de agua y el estante para platos. Una vez que está
listo, extiende una mano para el primer plato.
Me encanta que nadie lo trate como si fuera diferente de lo que era antes.
Todavía tiene que hacer su parte. Con la banda, con todo. No hay lástima, otro
regalo por el que estoy agradecida.
—¿Quién hubiera pensado que nuestros hombres eran tan domésticos?—le
digo a Kat, mirando a dos de las estrellas de rock más famosas del planeta lavar
y enjuagar cubiertos.
Kat suelta un bufido.
—Oh, por favor, es todo para mostrar. Tan pronto como todos se vayan, Nico
llamará al ama de llaves. Ni siquiera lava su ropa interior.
—Esa pobre mujer. Espero que le pagues seis cifras—bromea AJ.
Nico le da a AJ otro tenedor.
—Al menos tengo ropa interior.
—Apuesto a que también tiene pequeñas flores.
Nico niega con la cabeza, riendo.
Dejo mi teléfono en la gran isla de mármol en el medio de la cocina y
acomodo mi bulto en una de las sillas a su alrededor, gimiendo. Kat se acerca y
comienza a frotarme la espalda.
—¿Dolorida?
Gimo de nuevo cuando ella clava sus nudillos en un nudo en mi hombro que
se ha ido agrandando en proporción directa a mi vientre. No tenía idea de que el
embarazo fuera tan incómodo. Es un milagro que alguien tenga más de un hijo.
—Sí, pero eso está ayudando. Gracias. —Cierro los ojos por un momento,
disfruto del masaje, después pregunto—. ¿Qué están haciendo Grace y Brody?
Las manos de Kat vacilan. Me vuelvo para mirarla y ella frunce el ceño.
—No sé. Ella se fue para ir al baño como… hace diez minutos. Y ahora que
lo mencionas, Brody estaba prácticamente detrás de ella.
Nico se vuelve para compartir una mirada con Kat y conmigo.
—Bueno, no es eso interesante—dice arrastrando las palabras.
Antes de que nadie más pueda comentar, Grace cruza la esquina de la cocina,
luciendo como un gato que acaba de tragarse un ratón.
O a un guitarrista principal.
—Ese tocador del frente es fantástico, Kat, ¡todos esos espejos! Es como una
casa de diversión. —Se ahueca el pelo, se sienta en una silla frente a mí, cruza
las piernas y suspira. Hay dos manchas de color en lo alto de sus mejillas.
—Énfasis en 'diversión'—murmuro, mirándola intencionadamente.
Ladea la cabeza, frunce el ceño y dice inocentemente:
—¿Qué quieres decir?
Exactamente en ese momento, Brody entra en la cocina y se sienta junto a
Grace. Ella no lo mira, pero las manchas de color en sus mejillas se oscurecen.
Se pone de pie abruptamente y anuncia:
—Creo que iré a tomar el sol.
Entonces pasa rápidamente a nuestro lado y se dirige a las puertas del patio.
Tan pronto como está en el patio trasero y fuera del alcance del oído, Kat
dice:
—¿Sol? Odia el sol, no puede broncearse.
Brody, luciendo todo tipo de arrogancia, se reclina en su silla y cruza los
brazos sobre el pecho. Sin decir una palabra, sonríe.
—Oh, es eso ¿verdad?—dice Nico.
La sonrisa de Brody se ensancha.
—Estoy trabajando en ello.
—¡Dios mío!—digo.
AJ se vuelve del fregadero.
—¿Qué me estoy perdiendo?
—¡Brody está con Grace!
Nico le guiña un ojo a Kat.
—Te lo dije.
Ahora estoy confundida.
—Espera, ¿sabían esto?
Kat se sienta a mi lado.
—Según Nico, Brody tiene un fetiche de toda la vida por las pelirrojas. Son
como su kriptonita; se le debilitan las rodillas cada vez que ve una pelirroja.
Brody dice:
—Culpable. Y tu amiga me debilita todas las partes del cuerpo excepto una.
Arrugo la nariz.
—Demasiada información, Brody.
Él sonríe más ampliamente.
—¿Le gustas?—pregunta Kat emocionada.
Brody se encoge de hombros.
—Hasta ahora me ha dicho que soy demasiado joven para ella, que no sale
con músicos, sería extraño si no funcionara porque tendría que verme todo el
tiempo por vosotros, y ella no podría estar con un hombre que viste mejor que
ella.
—Suena como si te estuvieras ponchando, hermano—dice AJ.
Pero Brody no parece convencido. Su sonrisa no ha vacilado.
—Quizás. O tal vez a ella le gusta la persecución tanto como a mí. Nunca he
conocido a una mujer que me diga que me pierda mientras mira la entrepierna
como si fuera la piedra Rosetta.
AJ y Nico se ríen, pero Kat y yo estamos demasiado ocupadas teniendo una
conversación sin palabras para unirnos. Por su cara, puedo decir que está
pensando lo que estoy pensando: Uno, ¿no sería maravilloso si se juntaran? Dos,
¿cuál es la verdadera historia de por qué ella no va por él?; y tres, ¿por qué
diablos no nos ha contado nada de esto?
Vamos a averiguarlo.
Mientras tanto, ayudaré a Brody.
—¿Un consejo? Relájate un poco. Si cree que vas demasiado en serio con
ella, la asustarás.
Brody ladea la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
Miro a Kat. Ella asiente, sabiendo lo que voy a decir y aprobándolo. Pienso
un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Grace no es la chica que quiere rosas, poemas de amor y felices para
siempre. Pensar demasiado en el futuro la incomoda. Así que mantenlo casual y
tendrás muchas más oportunidades.
Por primera vez, la sonrisa arrogante de Brody se desvanece. Apoya los
codos sobre la mesa y se inclina hacia mí.
—¿Tuvo una mala ruptura? ¿Alguien la lastimó?
Miro a Kat.
—Adelante. Si se entera, le diré que fue idea mía —dice.
Con expresión confundida, Brody dice:
—Está bien, ahora tengo que saberlo.
Pensando, tamborileo con los dedos en el mármol. No sé en qué detalle
entrar. Después de todo, es la historia de Grace, no la mía. Pero la tentación de
ver a Grace con un hombre que la entienda, que entienda por qué nunca habla
del pasado o mira hacia el futuro, es demasiado grande. Si a Brody realmente le
gusta, y él sabe qué es lo que la motiva, tal vez tengan una oportunidad.
—Está bien, no es un gran secreto ni nada por el estilo, y ella nunca nos ha
hecho jurar guardar silencio, así que te lo voy a decir, pero te agradecería que
tuvieras cuidado con la forma en que le mencionas esto. Si alguna vez lo haces.
Brody asiente con entusiasmo.
—Cuando tenía dieciocho años, Grace se vio involucrada en un grave
accidente automovilístico. Sus padres fueron asesinados.
—Mierda. —Brody parece angustiado—. ¿Resultó gravemente herida?
Miro por las puertas corredizas de vidrio que dan al patio. Grace está
tumbada en la tumbona, los ojos cerrados y el rostro vuelto hacia el sol. Aunque
está fuera del alcance del oído, bajo la voz.
—Ella perdió la memoria. No recuerda nada antes del accidente. Tuvo que
volver a aprender quién era cuando se despertó; no reconoció a nadie, no
recordaba nada de su vida. Así que ahora tiene toda esta filosofía de “vivir el
momento”. Especialmente con las relaciones. Si cree que alguien con quien está
saliendo se está poniendo serio, eso es todo. Se acaba. Porque cree que se lo
podrían quitar todo de nuevo, así. —Chasqueo los dedos.
Brody se hunde hacia atrás en su silla, aturdido.
—Eso es horrible. Ni siquiera puedo imaginarlo.
Suspiro.
—Sí. No ayuda que nunca hayan encontrado al bastardo que se topó con
ellos.
La mirada de Brody se cruza con la mía.
—¿Perdón?
—Fue un atropello y fuga—dice Kat—. Un idiota pasó una luz roja, golpeó
la parte trasera del coche de los padres de Grace justo para hacer que cayera en
picada. Terminaron envueltos alrededor de un poste de teléfono, y el otro tipo
simplemente se fue.
El rostro de Brody palidece. Traga.
—¿Atropello y fuga?
—Al menos el bastardo tuvo la decencia de detenerse y sacar a Grace del
coche. Si no lo hubiera hecho, ella habría… el fuego… —Niego con la cabeza
—. De todos modos, ella logró salir y sus padres no. Así que mi punto es…
Y entonces me doblo con el peor dolor que he sentido. Me golpea de la nada,
irradiando desde mi vientre en ondas violentas. Esto es diferente de la leve
molestia que he tenido durante el último mes, las punzadas y pellizcos en mi
abdomen. Esto es agresivamente doloroso.
—¡Cariño!—dice Kat frenéticamente, agarrándome por los hombros—.
¿Estás bien?
AJ está a mi lado antes de que pueda recuperar el aliento, su rostro
preocupado a centímetros del mío.
—¿Ángel?
—Contracción—jadeo—. Oh, Dios, duele...
Un líquido tibio empapa mi ropa interior y comienza a deslizarse por mis
piernas. Dios santo, he roto aguas.
Me estoy poniendo de parto.
—¡Viene el bebé!—grito y todos saltan a la acción.
Kat se levanta de un salto y corre hacia la puerta del patio, gritando por
Grace.
—¡Voy a buscar el coche!—grita Barney y corre hacia el garaje. Kenji,
aplaudiendo y chillando, salta del sofá de la sala de estar, mientras Ethan y Chris
abandonan su videojuego y corren a la cocina, gritando. Nico agarra el pequeño
bolso de lona con mis artículos de tocador y ropa que he estado llevando a todas
partes conmigo durante las últimas dos semanas, y AJ me levanta en sus brazos.
—¡Cariño, bájame, no puedes cargarme!
—Una mierda si no puedo—gruñe AJ—. No voy a dejar que mi mujer
camine hasta el coche cuando esté a punto de tener a mi bebé. Nico, despeja el
camino.
Entonces Nico, moviéndose lo más rápido y con cuidado posible mientras
conduce a un ciego y una mujer embarazada, nos guía a través de la casa hasta el
garaje. AJ solo me suelta para ayudarme a subir al asiento trasero del Range
Rover de Nico, que Barney tiene listo y esperando, luego me toma en sus brazos
nuevamente. Kat y Grace se amontonan con nosotros, mientras Kenji, Ethan y
Chris se suben al Hummer de Ethan.
Entonces partimos, volando por el camino estrecho y sinuoso hacia el
hospital.
—Vamos a tener un bebé de San Valentín, ángel—susurra AJ en mi oído.
No puedo evitarlo; me pongo a llorar. Nunca supe que podría ser tan feliz.
No es hasta que estoy en una silla de ruedas y me empujan a través de las
puertas del hospital que me doy cuenta de que hemos dejado a Brody en la casa,
inmóvil y silencioso en la mesa de la cocina, con la cara tan pálida como un
hueso.

Fin

EL CONO del SILENCIO

Traducción

Colmillo
Corrección

La 99
Edición

El Jefe
Diseño

Max




Notas

[←1]
M.I.L.F.: mother-I'd-like-to fuck: madre que me gustaría follar.

[←2]
Es la persona que toca la batería. Si vives en España se los menciona con el
termino batería. Si vives en países de América como baterista.
[←3]


[←4]
Coño.
[←5]
La Three Strike Law es la respuesta a las demandas políticas y públicas
para exigir políticas de sentencias más duras para los delincuentes
habitualmente violentos. Estas leyes se conocieron como la política de
“Tres faltas y estás fuera”, donde un tercer delito grave resulta en una
sentencia que va desde 25 años hasta cadena perpetua sin libertad
condicional.
[←6]
Televisor de pantalla plana gigante, maraca Sony. Son parte de la
emblemática Times Square en Nueva York.

También podría gustarte