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La Amistad en Cristo(Catolic.

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La amistad como la entiende Jesús.

Nuestro objetivo no es hacer un profundo estudio teológico sobre la forma como Jesús entiende
la amistad. Más bien queremos hacer una lectura espiritual de las veces en que Jesucristo se
refiere a los hombres como sus amigos. Si el objetivo de la vida cristiana es vivir la misma vida
de Cristo a través de un encuentro personal con ÉL, conocer lo que piensa Cristo de la amistad,
será fundamental para poder seguir a Cristo, imitando y viviendo lo que él pensó y vivió sobre la
amistad.

Surge en primer lugar la pregunta sobre qué es la amistad para Jesucristo. Y más que un discurso
teórico o una explicación filosófica, quisiera decir que para Cristo la amistad es un acto teológico
que inicia en su corazón. Cuando Jesucristo dice hacia el final del evangelio, “ya no os llamo
siervos, sois mis amigos”, nos está diciendo más que mil palabras la forma en la que él entiende la
amistad. En primer lugar la contrapone con los siervos, con las personas que están al servicio de
un patrón, viviendo con él, compartiendo con él, pero su corazón está muy lejos de su señor.
Jesucristo en su discurso hace la diferencia entre siervo y amigo. El amigo conoce lo que el señor,
lo que el piensa, el siervo está sólo al servicio del amo y desconoce lo que piensa su amo.

Conocer el pensamiento de una persona es conocer a la persona misma. Si el siervo no sabe lo que
piensa el amo, este desconocimiento lo mantiene alejado de la persona. La amistad acerca los
corazones porque permite conocer el corazón del amigo. Y esto es precisamente lo que ha hecho
Jesucristo con los apóstoles… A lo largo de su vida el estar con ellos, la intimad que ha desarrollado
con ellos le ha permitido darles a conocer muchas cosas. Pero estas muchas cosas no han sido
elementos teóricos sobre el Reino, ni la forma de hacer milagros, ni siquiera la forma de rezar. Lo
que ha comunicado Cristo a sus amigos es su propia vida, los deseos más íntimos que había en su
corazón. Sólo así puede entenderse la amistad con Cristo: conocer su pensamiento, su corazón y
su voluntad. Sólo así es posible decir que somos amigos de Jesucristo porque sabemos lo que él
piensa, lo que él es y no sólo lo que él hace.

En base a ello, podemos entonces establecer que para Cristo la amistad es algo más que un
sentimiento, es la comunicación de corazones, la comunicación de voluntades. Entre amigos por lo
tanto no hay secretos, porque un amigo comunica al otro sus pensamientos, su ser, su propia vida
en pocas palabras.

Cuando Jesucristo indica a los apóstoles que ya no son siervos, sino amigos, está definiendo la
amistad. Ha pasado la vida con ellos, compartiendo tantas cosas, pero sobre todo les ha dejado su
legado espiritual, es decir su propia vida y su propia misión. “Yo estaré con vosotros hasta el final
de los tiempos”. No pedirá cuenta de las enseñanzas sino de la aplicación de las enseñanzas,
puesto que “no todo el que dice Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que cumple la
voluntad de Dios”. Las enseñanzas si no son puestas en práctica terminan en vanos formalismos o
ritualismos, de los que estaban llenos los fariseos y los sacerdotes de la Antigua Alianza los cuales
reducían la amistad con Dios a un mero culto. “Muéstranos al Padre y nos basta. Felipe desde hace
ya tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conocéis? El que me ve a mí, ve a mi Padre”.
Tener a Dios por Padre es tener a Cristo como hermano y como amigo. Esta es la nueva relación
que Cristo viene a establecer, basada en un sentido nuevo de la amistad.

La amistad para Cristo no es más que una relación cordial de dos personas que se conocen
mutuamente y que de alguna manera buscan el bien mayor para el otro, por el conocimiento
mutuo que se tienen. Cuando decimos conocimiento no expresamos solamente un saber nocional
de la persona, como lo pudiera hacer desde el punto de vista de su respectiva ciencia un psicólogo,
un pedagogo o cualquier otro científico de las ciencias sociales. Nos referimos más bien al saber
cordial de la persona, es decir al conocimiento que brinda el entrar en sintonía con la persona a
partir del propio corazón. Es el corazón que conoce el corazón, entendiendo por corazón el afecto
profundo que una persona tiene por la otra y que desemboca en la voluntad de querer hacer
aquello que produce el mayor bien para la persona. Conocer a la persona será en pocas palabras,
buscar lo que más agrada a la persona, porque se llega a tener tal conocimiento de la persona que
nace una búsqueda por lograr su mayor bienestar. El conocimiento racional o nocional
simplemente aprehende una serie de datos de la persona, pero deja a quien posee tal
conocimiento de la misma manera en la que se encontraba antes de poseer esos datos racionales
de la persona. En cambio, el conocimiento cordial, el que nace de la afectividad del propio
corazón, aprehende de la persona ciertos datos que no pueden dejarla igual que antes. Estos datos
no provienen de la periferia de la persona, como podría ser su psicología, su aspecto físico o su
afectividad. La persona que conoce cordialmente a otra persona, conoce lo que es esa persona, no
solo cómo es, o como actúa, sino su núcleo fundamental como persona, lo que la constituye a esa
persona, ser esa persona y no otra. Hablaríamos por tanto desde el punto de vista filosófico que la
amistad une las sustancias de la personas, pues sólo se puede conocer a una sustancia, desde otra
sustancia, lo que nos lleva a explicitar otra característica de la amistad. La amistad proviene de dos
espíritus que se conocen mutuamente. Decimos espíritus porque solo quien parte de su espíritu
puede conocer el espíritu de otra persona, de ahí la diferencia entre conocimiento racional y
conocimiento cordial de la persona.

Cuando la persona llega a conocer cordialmente a la otra persona, nace en su espíritu esa simpatía
por la otra persona que lo lleva siempre a buscar lo mejor para ella. Este sentimiento de atracción
(simpatía) que desemboca siempre en la búsqueda activa de lo mejor para el otro es lo que
caracteriza básicamente la amistad en Cristo. El conocer a una persona plenamente lleva a buscar
siempre su bien porque el conocimiento cordial no permanece indiferente frente a aquello que
puede agradar y beneficiar a la persona.

La amistad para Jesucristo fue y es precisamente eso. Llama amigos a sus apóstoles, porque los ha
conocido íntimamente, desde su corazón y por ello, porque “sólo Él conocía lo que hay en el
interior de la persona”, nace esa voluntad de buscar lo mejor para esas personas que ha conocido.
Surge entonces ese deseo de encontrar lo que más pueda agradar y beneficiar a las personas. Lo
mejor para sus apóstoles y que es también lo mejor para cada hombre, es llevarlo a la felicidad
plena. Por eso Jesucristo “les ha dado a conocer todo lo que había oído de su Padre”, puesto que
esos conocimientos, esas vivencias mejor dicho, son lo que harán feliz al hombre.

Vemos entonces no sólo a los apóstoles como amigo de jesús, sino que es Jesús quien se presenta
como amigo de los apóstoles. Su corta vida pública es un afán por dar a conocer a todos los
hombres la mejor manera de vivir esta vida, de ser feliz. Y como conoce al hombre desde su
interior les va transmitiendo aquellos conocimientos y vivencias que pueden hacer al hombre feliz.

Una característica importante de esta amistad es que inicia en Cristo. El tiene esta pasión por el
hombre que lo lleva a buscar su bien. Una pasión que lo llevará a dar la vida por ellos. “Nadie tiene
más amor por sus amigos que el que da la vida por ellos”. Nadie da la vida por alguien que no es su
amigo. El amor de los amigos es más que un sentimiento, un fervor pasajero o un conocimiento
profundo de las personas. Es buscar lo mejor para el otro, como ya lo hemos venido exponiendo. Y
no hay más bien que “dar la vida por el otro”. La muerte del Dios hecho hombre era lo que más
convenía al hombre, para que el hombre pudiera recuperar su condición original de ser creado a
imagen y semejanza de Dios. La muerte del Hijo de Dios logra recuperar en el hombre su condición
divina. Es Jesucristo quien primero se acerca al hombre porque lo conoce, porque sabe lo que le
falta para llegar a la plenitud.

Características de la amistad en Jesús.

Con su vida y sus palabras y gestos, Jesucristo nos da a conocer muchos aspectos necesarios para
vivir con plenitud nuestra vida. Y la amistad no es la excepción.
El tiene sus amigos y goza estar con ellos. Los evangelios nos presentan en una forma clara y
contundente que Jesús tenía sus amigos. Lázaro es quizás un ejemplo claro al respecto. Las
expresiones que logra arrancar en aquellos que lo ven conmoverse al acercarse a la tumba de su
amigo Lázaro, no pueden dejar de mostrarnos el afecto que Jesús tenía por Él. Esto nos ayuda a
hacer una diferenciación entre amistad y exclusividad.

Nadie puede tildar a Jesucristo de tener las así llamadas amistades particulares o quizás mejor
expresado como particularismos. La amistad no es un particularismo, es decir una dedicación
especial y exclusiva en la relación con una persona en detrimento de su relación con el grupo al
que pertenece o a la sociedad. Esta diferencia es esencial, pues ha causado muchos problemas en
la historia de la vida consagrada. Todo aquello que no entrara en el estándar de la vida
comunitaria que se reducía a hacer todos juntos las mismas cosas en el mismo momento, de la
misma manera y en el mismo lugar se veía como sospechoso y de alguna manera tenía que ser
corregido. Así, una atención especial hacia una persona en la comunidad fuera de las normas
establecidas a través de las constituciones o el reglamento, se veían como manifestación de un
afecto desordenado que habría que ser eliminado. A este respecto, bástenos recordar lo sucedido
a Santa Teresita de Lisieux cuando esforzándose por ser más servicial a una hermana que le era
antipática y que le hacía sufrir, sus superioras la corrigieron con severidad.

La amistad es producto de la sana afectividad. Si hemos dicho que la amistad es saber lo que es el
otro, y que este conocimiento proviene no tanto de la razón sino del corazón, estamos hablando
de la facultad afectiva que tiene el hombre, es decir de su capacidad que su corazón tiene de sentir
y de reaccionar frente a estímulos internos y externos. Jesucristo como hombre tiene también esa
capacidad y así lo vemos conmoverse con la tristeza de una mujer viuda que lleva a enterrar a su
único hijo, el amigo muerto que va a visitar a su tumba después de tres días de fallecido, el
asombrarse y maravillarse ante las flores del campo que “ni hilan ni tejen pero se visten con más
esplendor que en la corte de Salomón”. Esta misma afectividad nace por tanto de la naturaleza del
hombre, por lo que no podemos llamar antinatural a lo que nace de la naturaleza misma del
hombre, ni tampoco que es algo malo, lo que de por sí es bueno.

Esta capacidad de afectarse frente a estímulos origina que se den preferencias que podríamos
llamar naturales en las personas. Existen personas que prefieren los lugares de solo a los lugares
oscuros y las hay que prefieren los lugares oscuros a los soleados. Y lo mismo se aplica a las
personas. Se dan por tanto las preferencias entre una persona hacia la otra, en exclusión de las
demás. La amistad no es excluyente, el particularismo sí que lo es. La amistad no es un
particularismo ni una exclusividad, porque no excluye a los demás del radio de acción. El
particularismo fija su atención en una determinada cualidad de la persona de la cual se está
pendiente, no tanto para beneficiar a esa persona, buscando su felicidad como en el caso de la
amistad, sino que esa cualidad resulta de provecho para la persona con la cual se tiene la relación
de exclusividad o particularismo. Sin entrar en el campo de la Psicología es común que en el trato
de particularismos o exclusividades llegue a darse una dependencia afectiva basada
fundamentalmente en la cualidad por la cual esa relación se hace exclusiva. Dicho esto bien
podemos concluir como una amistad no es excluyente, pues no necesita fundamentarse en la
persona para vivir. En muchos casos, los tratos particularistas y excluyentes ven en los otros una
amenaza para la relación particular. En la amistad sucede lo contrario, ya que al buscarse la
felicidad del otro sin preocuparse de buscar la propia, ya que en esa búsqueda de la felicidad del
otro se encuentra la felicidad propia, la relación con los demás enriquece la relación de amistad
con el amigo. El relacionarse con las demás personas asegura un constante intercambio de
experiencias, abre la persona a dar lo mejor de sí mismo en forma constante y de las formas más
variadas. Podemos decir que la relación con los demás oxigena el corazón para mantenerlo
siempre en forma permitiendo a la persona amar mejor y más a todas las personas, incluyendo los
propios amigos.

Así lo vemos en Jesucristo. Su amistad con Lázaro no le impide acercarse y relacionarse con los
demás. Se siente parte de un todo y aunque ama algunas de esas partes, esa parte no le impide
amar, entregarse y darse al todo. Tiene como amigo Lázaro, llora su muerte, compadece a sus
hermanas, se alegra en su resurrección y participa en banquetes con él. Pero esta amistad no le
impide estar cercar del pueblo, dolerse con él, sentirse solidario y hacer lo posible para estar con
él y ayudarlo. “Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el
corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos! Si hablaba con alguien, miraba
sus ojos con una profunda atención amorosa: «Jesús lo miró con cariño» (Mc 10,21). Lo vemos
accesible cuando se acerca al ciego del camino (cf. Mc 10,46-52) y cuando come y bebe con los
pecadores (cf. Mc 2,16), sin importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt11,19). Lo
vemos disponible cuando deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7,36-50) o cuando
recibe de noche a Nicodemo (cf. Jn 3,1-15)”5.

La amistad en Jesús

Veamos ahora la forma concreta en la que esas cualidades y ese concepto que Jesús tenía de la
amistad se hacen concretos en su vida misma.

La amistad con Judas. Una de las páginas evangélicas que más nos causan impresión es la situada
en Mt., 26, 50, cuando Jesús en Getsemaní, sabiendo que sería traicionado por Judas, lo recibe con
la palabra amigo, cuando éste se acerca para darle el beso que sería la señal convenida para
entregarlo. Estamos hablando por tanto de un momento crítico en la historia de Jesús en la que se
definía su futuro: o vida o muerte. Podría muy bien haberlo delatado abiertamente en eses
momento o quizás tratar de disuadirlo de la acción que estaba por cometer. Independientemente
de los pensamientos e intenciones que pasaran por la mente de Jesús y de la cual solo podemos
especular, nos queda claro que él lo sigue llamando amigo. La amistad para Jesús no consiste en
un juego de equilibrio de fuerzas en las que la lealtad es resultado de componendas mutuas, de
intereses encontrados muchas veces, pero puestos en equilibrio por el bien de uno de ellos. Soy tu
amigo mientras correspondas a mi amistad o soy tu amigo mientras pueda obtener algo de ti.

Jesús había elegido a sus doce apóstoles y era consciente de lo que hacía en esa elección. Nos lo
dice la misma Biblia. “Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado
Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé;
Tomás y Mteo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote el
mismo que le entregó”. (Mt. 10, 3 – 4). Sabía por tanto quien lo traicionaría y sin embargo lo invita
a formar parte del grupo de sus íntimos durante sus años de vida pública. Y a pesar de ello lo llama
amigo al final de su vida y a punto de traicionarlo. La amistad cuando es sincera permanece aún
después de la traición. Ya muerto y después de haber resucitado no encontramos ninguna
reprimenda, ningún juicio negativo contra la persona de Jesús. La amistad brindada por esta
persona va más allá de las traiciones. Jesucristo como hombre se sintió traicionado en lo más
profundo de su ser porque había puesto su confianza en Judas y le había dado a conocer todo lo
que había oído de su Padre, como a los otros apóstoles y por eso en justicia, Jedas había adquirido
también el título de amigo. Si el amigo como hemos dicho es el que conoce a la otra persona,
Judas a pleno título puede se considerado amigo de Jesús. Y a pesar de que Judas va cambiado con
el pasar del tiempo llegando al momento culminante de la traición, Jesús no le retira su amistad.
Jesús lo sigue considerando su amigo y le da ese título a pesar de que en ese momento se
consolida la traición.

La amistad para Cristo no depende de la respuesta que se dé a dicha amistad. La felicidad de


transmitir lo que se ha conocido del Padre, fundamenta la amistad con los apóstoles. Su gozo es
verlos crecer en ese conocimiento vivencial de lo que ha transmitido. Y permanece fiel en esa
donación de vida que ha dado, a pesar de lo que el otro pueda hacer de esos conocimientos y de
su propia persona.

La amistad con Lázaro.“Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo” (Jn 11, 11). Este
es uno de los pasajes en que Jesús muestra su gran afecto por un hombre, al grado que otros
llegan a percibirlo. “Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: (…) Entonces Jesús se
conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro” (Jn 11, 35 – 38)”. La amistad queda
demostrada en este pasaje con pinceladas que rayan en la poesía. Es una amistad que se da entre
dos hombres y que va más allá de la muerte.
Jesús no tiene ningún empacho en mostrar sus sentimientos más profundos que guarda con
respecto a su amigo por lo que llora y se conmueve. Esta amistad quedará demostrada también
por el tiempo que comparte con su amigo Lázaro. La famosa escena de Marta afanándose en el
servicio y María escuchando la palabra de Jesús a sus pies, se desarrolla precisamente en la casa
de Lázaro. Después de la resurrección de Lázaro y ya estando cercano el momento de la muerte de
Jesús, lo vemos a éste en un banquete nuevamente en la casa de Lázaro. Jesús nos demuestra por
tanto que la amistad verdadera requiere de signos que expresen la felicidad de estar juntos. Para
ello, es necesario buscar esos momentos de convivencia en la que los amigos simplemente están
juntos. El conocimiento mutuo que es elemento de la felicidad, indica las formas mejores en que
puede darse esta convivencia, sin menoscabo del interés por los otros. Los evangelistas son muy
finos en describir las situaciones en que Jesús compartía con sus amigos, sin menoscabo de sus
actividades apostólicas con los demás.

La amistad con Lázaro nos hace ver también que Jesús busca lo mejor para su amigo Lázaro. Si lo
devuelve a la vida es porque juzga que es lo más conveniente para él y para todos aquellos con los
que convive Lázaro. La amistad de Cristo con Lázaro va más allá de la muerte, no acaba cuando
termina la vida, continua. La amistad por tanto no se fundamente en lazos meramente humanos,
sino en lazos espirituales que hacen posible su continuidad más allá de la muerte. Bien sabemos
que por el espíritu, el hombre cuando muere no acaba su vida, sino que la transforma. La vida
terrena deja el lugar a la vida eterna y si bien el alma es inmortal, al dejar el cuerpo sufre una
transformación. Pero la amistad que se establece entre dos personas, si es verdadera, no se
establece sobre lazos de la carne o de la sangre, sino en lazos espirituales. Esto nos habla de la
característica atemporal y fuera del espacio que tiene la amistad. No queda fijada por un espacio
físico ya que al establecerse en el espíritu puede crear vínculos que trascienden la realidad
espacial. Si bien es cierto que la amistad se alimenta y se nutre con la frecuencia de los
encuentros, no necesita de ellos para sobrevivir. Los medios de comunicación actuales pueden
favorecer la creación de estos vínculos fuera del espacio, pero sólo en base a una amistad basada
en una realidad espiritual. Jesucristo así lo demuestra cuando le anuncia que Lázaro su amigo ha
muerto. “Vayamos a despertarlo”. No se preocupa por ir en el momento preciso, deja que pasen
varios días demostrando que su amor por el amigo no se establece en base a la proximidad física.
Cuando la persona está inquieta por la ausencia física de otra persona, puede pensarse en una
dependencia afectiva severa que hace necesaria la presencia física del otro para sostenerse en la
vida. La verdadera amistad no requiere de la presencia física del otro. Basta la certeza de saberse
cercanos en el espíritu.

Y la verdadera amistad es también atemporal, no hay tiempo que la limite, ya que basada en el
espíritu trasciende los límites que le impone el tiempo, tanto el tiempo como accidente del
devenir como el tiempo que separa a dos personas. Esto último quiere decir que la amistad no
necesita darse necesariamente entre personas de la misma edad o de la misma generación. Si los
vínculos que la amistad establece son vínculos cimbrados en el espíritu, este no se fundamenta en
simpatías basadas en aspectos humanos o psicológicos como podrían ser la de tener más o menos
la misma edad. He sido testigo algunas veces de amistades fuertes y duraderas entre personas de
distinta generación. Recuerdo incluso la de un niño de once años con una religiosa anciana. Ambos
se volvieron amigos gracias al común interés que ambos tenían por el huerto del convento. Un
factor humano sirvió de detonante para establecer fuertes vínculos espirituales.

Además, como en el caso de Jesús con Lázaro, el tiempo no impide el desarrollo de la amistad.
Puede pasar el tiempo sin que se vean los amigos. Si los lazos que se han establecido entre ambos
han sido fuertes y espirituales, no es necesario frecuentarse para mantener la amistad a lo largo
del tiempo. El conocimiento que se ha logrado, si ha estado basado en fundamentos espirituales,
es suficiente para que aunque se interrumpa la frecuencia en el trato, pueda continuar a lo largo
del tiempo. Las empresas apostólicas de Jesús lo mantenían frecuentemente alejado de Lázaro. Sin
embargo podía llegar a su casa sabiendo que encontraría ahí a un amigo.

Las amistades ocultas de Jesucristo. “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de
Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo
de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo –aquel
que anteriormente había ido a verle de noche – con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en aromas, conforme a la costumbre judía de
sepultar” (Jn 19, 38 – 40).

Un amigo, porque conoce el interior de su amigo, lo respeta porque quiere para él lo mejor. La
amistad que Jesucristo desarrolla con José de Arimatea y con Nicodemo son emblemáticas y nos
hablan mucho de la verdadera amistad que un consagrado puede y debe desarrollar. La amistad es
respetuosa del estado de vida del amigo. Jesucristo no impone condiciones para desarrollar con
alguna una amistad. Si el evangelista menciona en forma discreta que José de Arimatea “era
discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos” está consolidando la discreción que
el caso ameritaba. Ambos tenían miedo de que su amistad fuese descubierta. No eran dobles, sino
que cuidaban sus intereses personales sin traicionar la amistad con Jesús. Y llegado el caso son
valientes al pedir uno de ellos el cuerpo de Jesús a la autoridad romana y al ofrecer el otro el
sepulcro nuevo, excavado en la roca. Y Jesús acepta y goza en este tipo de amistades.

El sabe, porque es amigo de ellos y los conoce interiormente, que no pueden desarrollar una
amistad con él como la de los apóstoles. La amistad no impone condiciones, se da libremente
respetando a cada persona. Ser amigo no es poner condiciones, es aceptar al otro tal cómo es y
desarrollar vínculos de ayuda en base a las posibilidades mutuas. Y Jesús no impone nada a estos
dos miembros prominentes del sanedrín.

Así como Jesús ama y tiene una preferencia especial por los pobres, de la misma manera acepta y
tiene como amigos a cualquier persona. Su espíritu es abierto, demostrando lo que decíamos
renglones arriba. La verdadera amistad no es excluyente, se abre a todos. Y Jesús acepta y abre su
corazón a la situación de estos dos hombres. No los excluye, sino que los considera dentro de su
círculo de amigos. La persona consagrada bien puede aprender de Jesús a no tener preferencias ni
exclusividades teniendo amigos que no le impidan la libertad de espíritu para cumplir con la
misión que el Padre le ha encomendado.

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