Está en la página 1de 12

Fanatismo y traición: motivos de amor y oscuridad en la obra de Amos Oz

El motivo es la unidad mínima con sentido musical que funciona como elemento generador de
elaboraciones. El motivo está construido por una o dos organizaciones rítmico-melódicas
mínimas, llamadas células. Se distingue del tema o sujeto por ser mucho más breve y
generalmente fragmentario

Amos Oz 1939-2018
Sobre el concepto de fanatismo:

● Contra el fanatismo: Conferencias dadas entre el 2001 y el 2002. Fanatismo /


Compromiso / Escritura y compromisos

● Queridos fanáticos: 2017. Es el libro anterior con algunos añadidos (por ejemplo,
extraídos del libro “Los judíos y las palabras”. Libro: lo plantea como su testamento
político, cultural, histórico y sionista. Lo mandó traducir y regalar en Cisjordania. En
Israel se puede comprar por poco más de una taza de café. Dedicado especialmente
a sus nietos. Secciones: Queridos fanáticos (Kanaím-Zelotes) / Luces, no luz (de
“Los judíos y las palabras”) / Sueños de los que Israel debería liberarse

● Conferencia en julio de 2018 en universidad de Tel Aviv: “La cuenta no está


cerrada.”

El fanatismo brota a partir de la convicción de la propia superioridad moral que impide llegar
a cualquier acuerdo con quien piense distinto.

Conformismo, seguimiento ciego de la corriente, obediencia ciega sin ninguna reflexión ni


objeción al líder, deseo feroz de pertenecer a un grupo humano unido y compacto, son
elementos de la estructura de personalidad fanática. Podemos encontrar muchos de los
elementos señalados por Freud en “Psicología de las masas y análisis del Yo” (1921).

Los fanáticos suelen vivir en un mundo maniqueo, bipolar: blanco o negro, bueno o malo.

Fanatismo vs pragmatismo, pluralismo, tolerancia.

Fanatismo y traición: traidor es uno que cambia a ojos del que no cambia. Algunos libros
que abordan este tema: “Una pantera en el sótano”, y “Judas”.

Documental de Galia Oz sobre el fanatismo religioso judío y sus manifestaciones


clandestinas.

No es el volumen de tu voz lo que define como fanático, sino tu tolerancia o intolerancia


hacia la voz de tus oponentes.
Quien no es capaz de clasificar el mal puede convertirse en un servidor del mal. Meter en el
mismo saco el apartheid, el colonialismo, el Daesh, el sionismo, el apartarse de lo
políticamente correcto, las cámaras de gas, el sexismo, la riqueza desmesurada de los
magnates, la polución, está sirviendo al mal por negarse a distinguirlo y ordenarlo.

En el deseo de obligar a los demás a cambiar. Por altruismo, bondad o aún por amor
(Fragmento de Judas).

La imaginación limita al fanatismo, lo inmuniza. El sentido del humor, el reírse de uno


mismo, también. Y la literatura, que quizás nos permite ver cómo los demás nos ven,
operando un cierto descentramiento.

Para un pacifista europeo, el mal supremo sería la guerra. Para el no, ya que fue gracias a
la guerra que se le puso un límite y se liberaron los campos, y si no fuese por la guerra no
habría un estado para los judíos perseguidos, sean europeos u orientales. Para el, el mal
supremo sería la agresión. Cuando uno percibe agresión, hay que luchar contra ella, venga
de donde venga.

Donde tenemos razón no pueden crecer flores = Amijai

Genealogía del fanatismo en Israel:

● desde Europa llegó el fanatismo revolucionario de los pioneros y fundadores: el


“nuevo hombre hebreo” es un ejemplo, borrando toda herencia cultural de los judíos
de distintas procedencias (Fotos: Walter Zadek, Liselotte Grschebina, Helmar
Lerski)
● desde Europa también llegó el fanatismo nacionalista, con el culto al militarismo y los
delirios de grandeza imperialista (el sionismo revisionista, que conoce tan bien por
su lado paterno: ver fragmento de Amor y oscuridad);
● De europa también llegó el fanatismo ultraortodoxo, que pretende encerrarse en un
gueto fortificado y se defiende y desprecia todo lo diferente.
● Mientras que los judíos procedentes de medio oriente trajeron una tradición de
moderación y tolerancia religiosa, y la costumbre de vivir en buena vecindad con
aquél que es diferente. Pero ellos ya se contagiaron del fanatismo europeo.

Conferencia Oz: la cuenta no está cerrada (retoma la parte final del libro “queridos
fanáticos”).
Una herida infectada, un absceso casi.

◦ No se cura una herida con un garrote. El garrote sirve para determinadas


situaciones (wwii, guerras de supervivencia 48, 67, 73), pero no para curar. Para ello se
necesita un lenguaje reparador, y no un lenguaje de disuasión o de castigo. Decir: “sé
cuanto te duele, porque a mí también me duele”. No pasarse para el otro lado, decir que
somos los malos absolutos, o que nos avergonzamos.

Los palestinos luchan dos guerras simultáneamente: una por su derecho a la


autodeterminación, lo es cuál justo, y otra por negarnos ese mismo derecho que reclaman.
Dr. Jekyll y mister Hyde.

Israel lucha también esas guerras: para ser un pueblo libre en su tierra (hatikva) y para
ampliar el territorio del estado. Jekyll y Hyde nuevamente.

Si no hay una solución de dos estados, pronto, habrá un solo estado desde el Jordán hasta
el Mediterráneo: un estado árabe. Un estado binacional es imposible. Y ese único estado es
cuestión de tiempo, sea con una dictadura judía intermedia, o cualquier otra solución
violenta en su etapa intermedia, la demografía no miente. Y eso sería un problema porque
el sionismo es la declaración fuerte de que no los judíos no quieren ser una minoría.
En ningún lugar del mundo.

Las dificultades para definir un proyecto sionista, más allá del deseo de no ser una minoría:
reconstruir el templo de Salomón? Reconstruir el shtetl? O un barrio tipo mélaj, de norte de
África? Crear una democracia ejemplar como en los países escandinavos? O realizar una
réplica del imperio austro húngaro, con casas rojas y gente educada que duerme la siesta?
Aldeas tolstoyanas tipo kibbutzim (Aharon David Gordon)?

Fragmentos de “Una historia de amor y oscuridad” (edición de 2008)

Sobre qué es lo que duele


(este argumento lo usará en relación a los palestinos que reclaman el derecho al retorno)
p.296:

“De todo el Rovno judío no quedó con vida casi nadie: sólo aquellos que se
vinieron aquí a tiempo, los pocos que huyeron a América y los que lograron salir
indemnes de los cuchillos de los bolcheviques. Al resto los asesinaron los alemanes, a
excepción de aquéllos a los que asesinó Stalin. No, no me gustaría volver allí: ¿para
qué? ¿Para volver a añorar desde allí un Eretz Israel que ya no existe y que
posiblemente nunca existió salvo en nuestros sueños juveniles? ¿Para condolerme?
Para condolerme no necesito moverme de la calle Wiesel y puede que ni de casa.
Todos los días me paso varias horas condoliéndome en el sillón o mirando por la
ventana. No, no me conduelo por lo que ya no existe sino por lo que nunca existió.
No tengo por qué condolerme por Terlo, han pasado casi setenta años, de todos
modos hoy ya no estaría vivo, habría muerto a manos de Stalin o si no aquí, en una guerra
o en un atentado, y si no de cáncer o diabetes. ¡No! Me conduelo sólo por lo
que nunca existió. Por los bellos cuadros que nos hacíamos y que ya se han borrado.

Sobre la exaltación del espíritu nacional y los “bellos cuadros que nos hacíamos” (p.
290-291)

[Le cuenta su tía materna Sonia]:


“Nadie imaginaba lo que realmente iba a suceder, pero en los años veinte casi todo el
mundo sabía que los judíos no tenían futuro ni con Stalin, ni en Polonia ni en ningún
lugar de la Europa del Este y, por tanto, fue tomando fuerza la idea de marchar en
dirección a Eretz Israel. Por supuesto no todos pensaban así, los ultraortodoxos se
oponían tajantemente, y los bundistas, los yiddishtas, los comunistas y los asimilados,
que se consideraban más polacos que Paderevsky y Moycechovsky, pero muchas
personas normales de Rovno en los años veinte se preocupaban de que sus hijos
estudiaran hebreo y fueran al instituto Tarbut. Los que tenían dinero mandaban a sus
hijos a estudiar a Haifa, a la Universidad Politécnica, o al instituto de Tel Aviv, o a las
escuelas agrícolas, y los ecos que nos llegaban de vuelta de Eretz Israel eran
sencillamente maravillosos: los jóvenes sólo esperábamos que nos llegara el turno.
Mientras tanto, todos leíamos periódicos en hebreo, discutíamos, cantábamos
canciones de Eretz Israel, recitábamos poemas de Bialik y Tchernijovsky, nos
dividíamos en montones de partidos y grupos, confeccionábamos uniformes y
banderas, había una gran pasión por todo lo nacional. Se parecía mucho a lo que
ocurre hoy con los palestinos, pero sin el derramamiento de sangre que ellos
provocan. En el pueblo judío hoy apenas se aprecia un espíritu nacional así.
Por supuesto conocíamos las duras condiciones de vida en Eretz Israel: sabíamos que
hacía mucho calor, que había desierto y pantanos, que faltaba trabajo, y sabíamos
que había árabes pobres en los pueblos, pero veíamos en el gran mapa que colgaba en
la pared de la clase que los árabes no eran muchos, habría entonces aproximadamente
medio millón, con seguridad menos de un millón, y existía la total certeza de que
había sitio para unos cuantos millones de judíos más, y que a los árabes tal vez se les
instigaría contra nosotros, como al pueblo llano de Polonia, pero podríamos
explicarles y convencerles de que de nosotros sólo obtendrían beneficios, beneficios
económicos, sanitarios, culturales y otros muchos. Creíamos que pronto, en unos
pocos años, los judíos serían mayoría en Eretz Israel y entonces le mostraríamos al
mundo entero una conducta ejemplar con la minoría árabe: nosotros, que siempre
habíamos sido una minoría oprimida, nos comportaríamos con la minoría árabe con
honestidad y justicia, con generosidad, participaríamos con ellos en la construcción
de la patria, compartiríamos todo con ellos y de ningún modo los convertiríamos en
gatos. Era un bonito sueño.”

Sobre la fuerza (p. 632):

[Habla Efraim, compañero del kibutz Hulda: Oz es adolescente y él un veterano; luego


harían shmirá juntos]

“Ellos, Begin y sus compañeros, hablan de la mañana a la noche de


la fuerza, pero aún no tienen ni la más remota idea de lo que es la fuerza, de qué está
hecha, de cuáles son las debilidades de la fuerza. Pues la fuerza también tiene una
parte de peligro terrible para quien la posee. El desgraciado de Stalin dijo una vez que
la religión es el opio del pueblo, ¿no? Así pues, escúchame: yo te digo que la fuerza es el
opio de los poderosos. Y no sólo de los poderosos. La fuerza es el opio de toda
la humanidad. La fuerza es la tentación del diablo, me atrevería a decir, si creyese en
la existencia del diablo. Y de hecho creo un poco.”

Sobre los términos que se utilizaban (p. 634)

Eran las noches de fedayines y de represalias anteriores a la campaña del Sinaí de


1956. Casi cada noche los fedayines atacaban una colonia agrícola, un kibbutz o los
suburbios de alguna ciudad, dinamitaban casas con sus habitantes dentro, disparaban
o arrojaban granadas de mano por las ventanas de los bloques de viviendas y a su
paso dejaban todo sembrado de minas. (...) La retórica santurrona y heroica de una
sociedad asediada dominaba aquellas transmisiones, del
mismo modo que dominaba nuestra educación kibbutziana: «Rodeamos con una
guirnalda la hoz y la espada», «Se entonará una canción en honor a los soldados
desconocidos», «Han tomado las montañas de Efraim/ una joven víctima más», «El
filo de la espada enemiga espera a las puertas». Nadie utilizaba entonces la palabra
«palestinos»: se les llamaba «terroristas», «fedayines», «enemigos» o «refugiados
árabes sedientos de venganza».

Sobre la perspectiva palestina (p. 635-636)

Le pregunté a Efraim si, en la guerra de la


Independencia o en los sucesos de los años treinta, había tenido ocasión de disparar y
matar a alguno de esos asesinos.
No podía ver la cara de Efraim en la oscuridad, pero cierta ironía rebelde, cierta
tristeza sarcástica y extraña había en su voz cuando me contestó, tras un breve
silencio reflexivo:
–¿Asesinos? ¿Pero qué esperas de ellos? Desde su punto de vista, nosotros somos
extraterrestres que hemos aterrizado aquí y hemos invadido su tierra, poco a poco
hemos ido apoderándonos de ella y, mientras les asegurábamos que habíamos venido
para ayudarles, para curarles la tiña y el tracoma, para liberarles del atraso y la
ignorancia y del yugo de la opresión feudal, con artimañas nos íbamos quedando con
su tierra pedazo a pedazo. Así pues, ¿qué pensabas? ¿Que nos iban a agradecer
nuestra bondad? ¿Que iban a salir a recibirnos con tambores y máquinas fotográficas?
¿Que nos iban a entregar respetuosamente las llaves de todo el país sólo porque
nuestros antepasados estuvieron aquí alguna vez? ¿Qué tiene de raro que se hayan
alzado en armas contra nosotros? Y ahora que les hemos causado una derrota
aplastante y cientos de miles viven en campos de refugiados, ¿qué quieres?, ¿esperas
tal vez que compartan nuestra alegría y nos deseen lo mejor?
Me quedé atónito. A pesar de que ya me había alejado mucho de la retórica del
Jerut y de la familia Klausner, aún no era más que un dócil producto de la realidad
sionista. Las palabras nocturnas de Efraim me espantaron e incluso me hicieron
enfadar: por aquellos días un pensamiento de ese tipo se consideraba una traición.
Estaba tan asombrado y asustado que repliqué a Efraim Avneri con una queja
mordaz:
–Si es así, ¿por qué vas por aquí con un arma? ¿Por qué no te vas del país? ¿O
coges el arma y te pasas a luchar a su bando?
En la oscuridad oí su risa triste:
–¿A su bando? Pero en su bando no me quieren. En ninguna parte del mundo me quieren.
Nadie en el mundo me quiere. Ésa es la cuestión. Parece que en todos los
países hay demasiados como yo. Sólo por eso estoy aquí. Sólo por eso llevo un arma,
para que no me echen también de aquí. Pero no usaré la palabra «asesinos» para
hablar de los árabes que han perdido sus pueblos. De ninguna manera, no usaré a la
ligera esa palabra para referirme a ellos. Con respecto a los nazis, sí. Con respecto a
Stalin, también. Y con respecto a todos los saqueadores de tierras ajenas.
–¿Pero no se deduce de tus palabras que nosotros aquí también somos
saqueadores de tierras ajenas? ¿Qué pasa?, ¿es que no estábamos aquí hace dos mil
años? ¿No nos expulsaron de aquí a la fuerza?
–Es muy sencillo –dijo Efraim–: si no es aquí, ¿dónde está la tierra del pueblo
judío? ¿Debajo del mar? ¿En la luna? ¿O es que sólo el pueblo judío, entre todos los
pueblos del mundo, no se merece una pequeña patria?
–¿Y qué pasa porque se la hayamos quitado a ellos?
–Tal vez hayas olvidado que, casualmente, ellos intentaron matarnos a todos en el
48. En el 48 hubo una guerra terrible y ellos mismos fueron quienes plantearon la
cuestión en términos de o ellos o nosotros, y nosotros vencimos y les quitamos las
tierras. ¡No hay que enorgullecerse de ello! Pero si ellos nos hubiesen vencido en el
48, habría que enorgullecerse mucho menos: ellos no habrían dejado con vida ni a un
solo judío. Y realmente en todo su territorio no vive hoy día ni un solo judío. Pero
ésta es la cuestión: como les quitamos lo que les quitamos en el 48, ahora ya tenemos.
Y como ahora ya tenemos, no debemos quitarles más. Se acabó. Ésta es toda la
diferencia entre tu señor Begin y yo: si algún día les quitamos más, ahora que ya
tenemos, sería un grave pecado.
–¿Y si dentro de un momento aparecen aquí los fedayines?
–Si aparecen –suspiró Efraim–, tendremos que tirarnos aquí mismo al suelo, en el
barro, y disparar. Y nos esforzaremos mucho en disparar mejor que ellos y más
deprisa que ellos. Pero no les dispararemos porque sean un pueblo de asesinos, sino
por la sencilla razón de que también nosotros tenemos derecho a vivir, y por la
sencilla razón de que también nosotros tenemos derecho a tener un país. No sólo
ellos. Y ahora, por tu culpa, me siento como Ben Gurión. Si me perdonas, me voy a ir
un rato al establo a fumarme un cigarro en silencio y, mientras tanto, vigila bien.
Vigila por los dos.
“Una pantera en el sótano” (1995)

[Dice el padre del protagonista]

—La verdad es que en nuestros días casi todos usan el apelativo traidor con
demasiada facilidad, pero ¿quién es traidor? Ciertamente, alguien sin honor. Uno
que a escondidas, por la espalda, a cambio de algún dudoso beneficio, ayuda al
enemigo en contra de su pueblo. O para perjudicar a su familia y a sus amigos.
Es más despreciable que un asesino. Y por favor termínate el huevo. El
periódico dice que en Asia la gente se muere de hambre.
Mi madre arrastró el plato hacia ella y se comió el huevo y el resto de pan
con mermelada, no por hambre sino por amor a la paz. Dijo:
—El que ama no traiciona.

[Comenta Oz en su conferencia “Contra el fanatismo”]


Más avanzada la novela, e
l lector puede descubrir que la madre estaba totalmente
equivocada. Sólo el que ama puede convertirse en traidor. Traición no es lo contrario
de amor; es una de sus opciones. Traidor —creo— es quien cambia a ojos de aquellos que
no pueden cambiar y no cambiarán, aquellos que odian cambiar y no pueden
concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras
palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia. Y es dura la elección
entre convertirse en un fanático o convertirse en un traidor. No convertirse en
fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, un traidor a ojos del
fanático. Yo he hecho mi elección y este libro es prueba fehaciente de ello.

Judas (2014, situada en 1959)


Sobre el amor y la violencia

Aunque, en el fondo, el recelo, la manía persecutoria e incluso el odio a todo el género


humano son cosas mucho menos mortíferas que el amor a todo el género humano: el amor
a toda la humanidad desprende un olor ancestral a ríos y ríos de sangre. El odio gratuito, en
mi opinión, es mucho menos malo que el amor gratuito: los que aman a toda la humanidad,
los paladines de la justicia social, esos que generación tras generación se nos echan
encima para salvarnos sin que nadie pueda librarnos de ellos, acaso no son de hecho…

Sobre la fuerza

—Eso es lo que usted cree. Eso mismo creen los judíos de Israel, porque no tienen ni idea
de cuáles son los límites de la fuerza. Lo cierto es que toda la fuerza del mundo no podría
convertir a un enemigo en aliado. Se puede convertir a un enemigo en esclavo, pero no en
aliado. Con toda la fuerza del mundo no podría convertir a una persona fanática en una
persona tolerante. Y con toda la fuerza del mundo no podría convertir a quien está sediento
de venganza en un amigo. Y resulta que estos son los problemas actuales del Estado
de Israel: convertir a un enemigo en aliado, a un fanático en moderado, a un
vengativo en amigo.(...) El poder de la fuerza puede evitar de momento nuestra
aniquilación. Siempre y cuando recordemos siempre, a cada instanet, que en nuestro
caso la fuerza solo puede evitar. No arreglar ni solucionar. Solo evitar el desastre por
un tiempo.

Dos figuras del traidor: Judas y Shaltiel Abravanel

Shaltiel Abravanel:

Shaltiel decía una y otra vez que toda aquella guerra era una locura de Ben Gurión y de un
pueblo entero. Que, de hecho, era la locura de dos pueblos. En su opinión, la juventud de
ambos bandos debía deponer las armas y negarse a luchar. Shaltiel viajaba al menos dos
veces por semana para intentar convencer a sus amigos árabes. Incluso después de que
empezara el baño de sangre en el otoño del cuarenta y siete, y los bloqueos de carreteras y
los disparos de francotiradores, no dejó de ir a hablar con sus amigos. Los vecinos lo
llamaban «amigo de los árabes». Lo llamaba el Almuecín. Lo llamaban el Devoto
Musulmán. Yhubo quienes lo llamaron traidor, porque en cierta medida justificaba la
oposición de los árabes al sionismo y tenía buenas relaciones con ellos. Pero, a pesar de
todo, él siempre insistía en llamarse a sí mismo sionista, e incluso opinaba que formaba
parte del pequeño puñado de sionistas auténticos que no estaban ebrios de nacionalismo.
Se denominaba el último discípulo de Ahad Haam. Sabía árabe desde pequeño y le gustaba
mucho rodearse de árabes en los cafés de la Ciudad Vieja y pasarse horas y horas
hablando.

Judas
Judas Iscariote es el fundador de la religión cristiana. Él era un hombre pudiente
de Judea, no como el resto de los Apóstoles, que eran pescadores y campesinos
sencillos de pueblos remotos de Galilea. (...) Por tanto, la casta sacerdotal de Jerusalén
decidió elegir a Judas Iscariote, un hombre acomodado, instruido, sobrio, versado en la Ley
Escrita y en la Ley Oral y cercano a los fariseos y a los sacerdotes, para que se uniese al
puñado de fieles que seguían a ese joven galileo de pueblo en pueblo, se hiciese pasar por
uno de ellos e informase a los sacerdotes de Jerusalén de cómo era el carácter de ese
excéntrico y de si había en él algo especialmente peligroso. (...)
Enseguida consiguió ganarse el afecto de los miembros de la secta, una
comunidad de harapientos que seguía a su profeta de pueblo en pueblo. Judas
también logró el afecto del propio Jesús. Por su mente clara y por su apariencia de
discípulo fiel, pronto se elevó en uno de los favoritos de Jesús, en su confidente, en
parte de su círculo íntimo de devotos, en el tesorero de aquel grupo de indigentes, los
doce Apóstoles. El único de ellos que no era galileo y que no era un campesino o un
pescador pobre.
Sin embargo, en este punto, se produce un giro inesperado en la historia. El
hombre enviado por los sacerdotes de Jerusalén para espiar al galileo impostor y a sus
devotos y para quitarles la máscara de la cara, se transformó en un discípulo fiel. (...) El
más fiel de los Apóstoles. Y más aún: él fue la primera persona del
mundo que creyó con absoluta certeza en la divinidad de Jesús. Creyó que Jesús era
omnipotente. Creyó que muy pronto se abrirían los ojos de todas las personas de un
extremo a otro de los mares y verían la luz, y que la redención llegaría a la tierra.

Pero para ello, decidió Judas, que era un hombre de mundo y entendía bastante de
relaciones públicas y de amplias repercusiones, para ello Jesús tenía que dejar Galilea
y llegar a Jerusalén. Tenía que conquistar el poder allí donde estaba instaurado. Tenía
que realizar en Jerusalén, frente a todo el pueblo y delante del mundo entero, un
milagro sin parangón desde que Dios creara el cielo y la tierra. Jesús, que caminó
sobre las aguas en el mar de Galilea, Jesús, que hizo volver de entre los muertos a la
niña muerta y a Lázaro, Jesús, que convirtió el agua en vino, que expulsó demonios y
curó enfermos con el contacto de su mano y de sus ropas, tenía que ser crucificado
ante toda Jerusalén. Y ante toda Jerusalén él descendería vivo de la cruz y se plantaría
sano y salvo sobre la tierra a los pies de la cruz. El mundo entero, sacerdotes y pueblo
llano, romanos, edomitas y helenizantes, fariseos, saduceos y esenios, samaritanos,
ricos e indigentes, cientos de miles de peregrinos que irían a Jerusalén desde todas
partes y también desde las tierras vecinas para celebrar la fiesta de la Pascua, todos se
postrarían para venerarlo. Así comenzaría el reino de los cielos. En Jerusalén. Ante el
pueblo y ante el mundo. Y precisamente el viernes anterior a la fiesta de la Pascua. La
mayor de las todas las aglomeraciones.

Sin embargo, Jesús dudó mucho si seguir el consejo de Judas de marchar a


Jerusalén. En lo más profundo de su corazón de niño le roía el gusano de la duda:
¿Soy yo el hombre?

Y como Jesús seguía temiendo y


dudando, Judas Iscariote se encargó de organizar la crucifixión. No le resultó
sencillo: los romanos no tenían ningún interés en Jesús, ya que aquella tierra estaba
llena de profetas, milagreros y videntes lunáticos como él. No le resultó fácil a Judas
convencer a sus amigos de la casta sacerdotal de que llevasen a su profeta a juicio:
Jesús no les parecía más peligroso que decenas como él que andaban por Galilea y
por las provincias remotas. Judas Iscariote tuvo que mover los hilos, utilizar sus
influencias en los círculos de los fariseos y de los sacerdotes, cambiar voluntades,
puede que incluso pagar sobornos, para arreglar la crucifixión de Jesús entre dos
delincuentes de poca monta poco antes de la fiesta de la Pascua. Por lo que respecta a
las treinta monedas de plata, eso fue una invención de los enemigos de Israel en las
siguientes generaciones. O puede que el propio Judas se inventara lo de las treinta
monedas de plata para completar la historia. Porque ¿qué eran para el rico hacendado
de la ciudad de Cariot treinta monedas de plata? Treinta monedas de plata en aquellos
tiempos era una cantidad que equivalía al precio de un esclavo normal y corriente. ¿Y
quién pagaría ni siquiera tres monedas de plata por la detención de un hombre a quien
todo el mundo conocía? ¿Un hombre que ni por un solo instante intentó ocultarse o
encubrir su identidad?

Judas Iscariote fue, por tanto, el inventor, el organizador, el director y el


productor del espectáculo de la crucifixión. En eso tenían razón sus calumniadores y
difamadores de todas las épocas, tal vez acertaron más de lo que creían. Cuando Jesús
estuvo horas y horas agonizando en la cruz con terribles tormentos bajo un sol
abrasador, manando sangre de todas sus heridas cubiertas de moscas, incluso cuando
le dieron a beber vinagre, la fe de Judas no flaqueó ni por un instante: ya ha ocurrido.
Ahora se alzará el Dios crucificado, se desprenderá de los clavos, descenderá de la
cruz y le dirá a todo el atónito pueblo postrado en tierra: Amaos los unos a los otros.

¿Y Jesús? También en los momentos de agonía en la cruz, en la hora sexta,


cuando la multitud se burlaba de él gritando «sálvate a ti mismo si puedes y
desciende de la cruz», le entró la duda: ¿Soy yo en efecto el hombre? Y a pesar de
todo, tal vez siguió intentando aferrarse en el último instante a la promesa de Judas.
Con sus últimas fuerzas tiró de sus manos sujetas con clavos a la cruz y tiró de sus
pies clavados, tiró y se torturó, tiró y gritó de dolor, tiró y clamó a su padre que
estaba en el cielo, tiró y murió con las palabras del libro de los Salmos en los labios,
«Eli Eli lama shavaktani», que significan «Dios mío, Dios mío, por qué me has
abandonado». Palabras como esas solo pudieron surgir de los labios de un hombre
agonizante que creía, o que creía a medias, que en efecto Dios lo iba a ayudar a
arrancar los clavos, a hacer el milagro y a descender sano y salvo de la cruz. Y con
ebookelo.com - Página 112
esas palabras agonizó y murió exangüe como cualquier hombre, como un hombre de
carne y hueso.
Y Judas, ante cuyos ojos conmocionados acababan de derrumbarse el sentido y la
finalidad de su vida, Judas, que comprendió que había causado con sus propias
manos la muerte del hombre al que amaba y admiraba, se marchó de allí y se ahorcó.
Así, escribió Shmuel en su cuaderno, así murió el primer cristiano. El último
cristiano. El único cristiano.
(...)
Qué irónico resulta, escribió Shmuel en su
cuaderno, que el primer y último cristiano, el único cristiano que no abandonó a Jesús
ni por un instante y que no lo negó, el único cristiano que creyó en la divinidad de
Jesús hasta su último momento en la cruz, el cristiano que creyó hasta el final que
Jesús descendería de la cruz ante toda Jerusalén y ante el mundo entero, el único
cristiano que murió con Jesús y que no lo sobrevivió, el único al que realmente se le
rompió el corazón cuando murió Jesús, precisamente él sea considerado por cientos
de millones de personas en los cinco continentes y durante miles de años el judío más
indiscutible. Y el más abominable y despreciable. La encarnación de la traición, la
encarnación del judaísmo y la encarnación de la relación existente entre judaísmo y
traición.(...)
¿Acaso no hay?, escribió Shmuel en su cuaderno, ¿ni un solo creyente que se
pregunte cómo es posible que un hombre que ha vendido a su maestro por la
insignificante cantidad de treinta monedas de plata, inmediatamente después, se
ahorque movido por la pena? Ninguno de los otros apóstoles murió con Jesús de
Nazaret. Judas fue el único que no quiso seguir viviendo tras la muerte del Salvador.

También podría gustarte