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Ruedas en el Corazón

Ruedas en el Corazón

Javier Rivas Mauleón

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RUEDAS EN
EL CORAZÓN

Javier Rivas Mauleón

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CAPITULO 1
Milosh Albescu era un sobreviviente, un sexagenario patriarca de
un clan Kalderech, cuya caravana en la postguerra tenía como
destino las tierras siempre alegres de Andalucía, España, donde
esperaba olvidar el Holocausto y reencontrar la felicidad.
Aquella que lo había acompañado durante casi toda su vida, al
recorrer en inolvidables viajes en carreta, los países de Europa
Central.

Sus hijos, durante buena parte de la guerra, se habían refugiado


con unos familiares gitanos que, dada la coyuntura, habían
dejado de ser itinerantes y convivían con un poblado de
montañeses serbios.

Habían logrado huir milagrosamente de la región boscosa de


Krapje, lugar donde se encontraba la caravana cuando su padre y
el resto del clan fueron capturados por soldados croatas.

Hitler había decidido que los gitanos eran una raza impura, y que
tenían que correr la misma suerte que los judíos, siendo
trasladados Milosh y quienes estaban con él, al temible campo
de concentración de Jasenovac, que era dirigido por el fraile
franciscano Miroslav Filipovic y sus ustachas, cuyo salvajismo
hacía ver como piadosos a los cancerberos de Auschwitz.

Eran marcados con una zeta, abreviando la palabra alemana


Ziegeuner, que significa gitano. Y dentro de la larga lista de
culpas que tenían que expiar, se les atribuía el robo de los clavos
de Cristo, el haber traído el Tarot a Europa, el uso del mal de ojo,
el ocultismo y las artes paganas, el rapto y la explotación infantil,
además de otros males menores como la vagancia y la
mendicidad.

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Todo esto como una leyenda negra, que en la mayoría de los


casos distaba de la realidad.

El anti ziganismo en los campos de concentración tuvo como


ejemplos más funestos las esterilizaciones en Dachau, utilizando
en forma experimental la planta Calladium Seguinem; la muerte
de niños en Buchenwald, usados como conejillos de indias por el
carnicero doctor Hans Kurt Eisele, hasta la noche gitana en
Auschwitz, donde el diabólico doctor muerte, Josef Mengele,
supervisó la muerte de miles de gitanos gaseados con Zyklon B.

Sin embargo, el genocidio del pueblo gitano a manos de los


fascistas nazis llegó a su pico de crueldad en Jasenovac, donde la
temible compañía catorce de los ustachas exterminó a miles de
ellos.

El régimen de Ante Pavelic, responsable del asesinato del rey


Alejandro de Yugoslavia y aliado incondicional de los alemanes
nazis, arrasó sin piedad con judíos, gitanos y población civil
serbia. Pavelic, además de robar el cofre del tesoro de los
Balcanes, fue una de las hienas más sedientas de sangre que
tuvo Hitler.

Lo más lamentable es que el terror de los Balcanes era católico, y


sumiso con el Papa pero sólo en apariencia, porque la Biblia que
seguía era la nazi.

Frailes franciscanos bajo su mando, dirigieron masacres que


incluyeron ahogamientos y degollaciones masivas.

El padre Petar Brzica, lugarteniente del demonio de Jasenovac,


se sentía todopoderoso jugando con las vidas de los prisioneros,
llegando al extremo de organizar innombrables concursos, donde
el ganador era quien degollaba más prisioneros en una noche.

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Como no podía ser de otra manera, el ganador fue el insaciable


Brzica, atribuyéndosele la muerte de 1,350 prisioneros, en una
orgía de sangre donde un filudo cuchillo de cocina fue su
instrumento de placer.

Cómo sobrevivió Milosh Albescu, en condiciones tan adversas y


con todos los cálculos de posibilidades en su contra, es también
una historia manchada de sangre y dolor que el líder gitano, pese
a su fortaleza, nunca logró superar.

El Sitra Achra o pelea gitana se originó en el siglo XVII, siendo


inicialmente una modalidad de lucha con espadas para después,
con el tiempo, terminar siendo una vulgar pelea con navajas o
cuchillos.

El padre Brzica, siempre sediento de fluidos hemorrágicos, traía


el circo romano a las hostiles tierras de Jasenovac, donde
gitanos, judíos y serbios se convertían en famélicos gladiadores,
sin más escudos que sus prominencias óseas, y teniendo como
única arma para la esgrima, sus oxidados cuchillos.

Milosh era un experto en el Sitra Achra y muy a su pesar, para


lograr sobrevivir, tuvo que convertirse en el campeón de la
improvisada arena del campo de concentración.

Los gladiadores tenían que transformarse en criaturas de


corazón vacío y crueldad sin límites, para ganarse el perdón de
Brzica y poder ver un nuevo día.

Complacer a un maniático asesino era cada vez más difícil, ya


que su mirada alucinada sólo volvía a la normalidad cuando un
mar de sangre lo apaciguaba.

Milosh sufría en silencio, evitando mostrar debilidad para no


terminar ahogado en el río, con bolsas de hormigón atadas a la
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cintura, técnica de aniquilamiento utilizadas preferentemente


con enfermos, ancianos y serbios.

Y es que en Jasenovac, a falta de gas, se utilizaban otros métodos


llenos de tormento y atrocidad.

Pese a ello, los franciscanos no consideraban que pecaban. Todo


lo contrario, se sentían orgullosos de la barbarie, justificando sus
actos porque se trataba de eliminar parásitos, que se
propagaban robando cultura y sangre ajena.

Es decir, no habían remordimientos, ya que sólo eran vidas sin


ningún valor que tenían que ser eliminadas como parte de un
gran plan de purificación.

Estos pseudo religiosos habían dejado de seguir la cruz de Cristo,


cambiándola por la cruz gamada, que flameaba en la bandera de
sangre alemana.

Esta cruz o esvástica, palabra que viene del sanscrito y significa


buena fortuna, no fue creada por los nazis, sino que fue tomada
de otras milenarias culturas, que la utilizaron con otros fines.

Mientras la bota nazi pisoteaba todo lo que encontraba en su


camino, los hijos de Milosh trataban de pasar desapercibidos en
una pequeña aldea de la región montañosa de Serbia. Por
recomendación de los familiares que los acogían, tuvieron que
dejar de usar sus vestimentas tradicionales y reservar sus
costumbres sólo para la intimidad.

Y es que en dicha zona, sólo se consideraba decente al gitano


que había perdido su gitanería y dejado atrás la vida
trashumante y los drabarimós.

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Drabarimós es la costumbre gitana de adivinar el porvenir a


cambio de dinero o joyas. Pero ni la más experta adivinadora
pudo aprovechar su más preciado talento, transmitido a través
de generaciones, para prevenir a su pueblo y evitar su exterminio
masivo.

La mitad de los gitanos de Europa habían sido aniquilados


durante la guerra. Milosh había logrado sobrevivir al Holocausto.
Su esposa Jovanka no había tenido la misma suerte, y terminó
sus días embelleciendo el fondo del río Sava.

El caos reinaba en Jasenovac. Las tropas fascistas y sus líderes


huían despavoridos ante el avance de la milicia rusa. Los pocos
prisioneros sobrevivientes estaban confundidos y no sabían que
hacer al verse libres: si esperar la protección del ejército
victorioso, o escapar sin pérdida de tiempo del probable nuevo
opresor.

Milosh presentía que el genocidio continuaría, ya que sabía que


los comunistas calificaban a los gitanos como una raza
degradada. Por lo tanto, emprendió inmediatamente el camino
en busca de sus hijos, que se hallaban bajo el alto cielo serbio.
Para ello, con gran desgaste físico cruzó el inmenso bosque de
fresnos que rodeaba Jasenovac.

Se desplazaba al ritmo de la poca fuerza que aún tenía, evitando


el contacto con lugareños y caminantes, forasteros como él.
Únicamente la soledad y la oscuridad absoluta lo tranquilizaban.
Hasta que al fin y casi sin saber cómo, pudo llegar al pequeño
pueblo que cobijaba a su prole, siendo recibido con emoción
indescriptible por sus hijos, que lo daban por muerto en el
campo de concentración.

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Estos habían tenido una vida muy distinta a la que estaban


acostumbrados, dedicados a la agricultura, mientas esperaban el
fin de la guerra. La familia que los acogió también era gitana y
tenían antepasados en común, aunque la consanguinidad era
lejana

En el pueblo gitano, la fuerza de una familia se mide por el


número de varas que dispone, y se llama vara a todo hombre o
muchacho con capacidad de lucha. Los Albescu contaban
entonces con cinco varas, incluyendo a Milosh. Y en esa época,
después del exterminio gitano, era un número respetable.

Gyula, uno de los hijos de Milosh, en su faena como agricultor,


no dejaba de mirar a una hermosa joven que proveía de agua a
los sedientos trabajadores, bañados en sudor.

Coraima tenía dieciséis años y era nieta de Janfri Petran,


patriarca del clan que les daba su protección. Tenía el cabello de
color negro azulado, y su tez bronceada hacía perfecto contraste
con sus ojos aguamarina. Sus manos largas y delgadas hubieran
sido envidiadas por cualquier pianista, y su figura delgada pero
curvilínea, sumada a sus anchas caderas, indicaba que la niña
daba paso a una joven mujer.

Su abuelo Janfri se había comprometido en casarla con el hijo


mayor de un importante miembro del clan, el cual tenía
veintidós años y esperaba impacientemente que la niña
floreciera. En esa época, la costumbre era casarse muy joven: las
mujeres a los dieciséis años en promedio, y los hombres a los
veintiuno.

Gyula sufría en silencio y no expresaba sus sentimientos,


principalmente por evitar problemas con aquellos que los habían
recibido y aceptado como parte de su Raí. La supervivencia a la
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barbarie ya había sido demasiado, y agregar la violencia de un


duelo por una mujer, hubiese rebasado los límites.

Yanko era el elegido por su patriarca. Su fortaleza y poderosa


musculatura adquirida en interminables jornadas en el arado, lo
hacían un adversario temible. Además, existía la ancestral
consideración a los años. Todo gitano debe respetar y no
confrontar al mayor, aunque sólo le llevase unos años.

Todo estaba en su contra, incluido su padre Milosh, que como


viejo zorro, ya había advertido por quien latía el corazón de su
hijo. Habían tenido una conversación privada, en la que le
recomendó respetar las costumbres, la hospitalidad, y en
especial, los mandatos de Janfri Petran.

En los planes del líder de los Albescu estaba emprender una


caravana hacia Andalucía, pero las condiciones no eran
favorables por el momento, y era mejor permanecer por un
tiempo con el clan Petran.

De los cuatro hermanos, Spiro era el mayor. Tenía treinta y cinco


años y era el que había heredado la habilidad con los cuchillos.
Su esposa Kefa era probablemente la gitana más bella de
Yugoslavia. Cuando bailaba al amor de la lumbre, ni los Jardines
de Monet podían comparársele. Tenían dos hijos: Milosh, como
el abuelo, de doce años, y Mako, de siete.

Milan era el segundo de los hermanos, y tenía treinta y dos años.


Poeta y cantor, era el alma de las fiestas y de los espectáculos.
Su esposa Devoica, era experta cocinera. Nadie preparaba el té
frutado gitano como ella. Sus inmensos ojos negros eran los que
mejor veían la suerte. Era morena, de cabello ondulado cubierto
siempre por coloridos pañuelos, y sus rasgos faciales eran

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marcadamente moros. Provenía de un clan Calé español, y se


había tenido que pagar una cuantiosa dote a sus padres.

Es costumbre gitana que la familia del hombre pague la dote,


estilándose en el pasado el pago de veinticinco monedas de oro.
Tenían una sola hija, Tiara, de cinco años.

El tercero de los hermanos era Stevo. A sus veintinueve años ya


era viudo. Su esposa, después de tres años de matrimonio sin
haber podido tener hijos, había muerto luego de una penosa
lucha contra la tuberculosis. Stevo era experto ventrílocuo y
cultor de la magia blanca. No había podido superar la muerte de
su esposa, y manifestaba que no volvería a casarse. Para
satisfacer sus necesidades sexuales, les había comprado a unos
navegantes una dama de viaje, que era una muñeca de tela de
dimensiones similares a las de una mujer adulta, y que fue en
dicha época la precursora de las muñecas inflables.

El menor de los cuatro, Gyula de veinte años, había nacido


muchos años después, cuando sus padres no esperaban más
bendiciones. Era un experto danzarín, y un mimo que en sólo
segundos cambiaba lágrimas por risas.

Cuando los hermanos huyeron de las inmediaciones de


Jasenovac, antes de que el resto del clan fuera apresado, lo
hicieron en tres de los mejores vagones que les proporcionó su
padre. Los vardos o vagones gitanos, eran amplios y en algunos
casos lujosos por dentro. Sus colores llamativos y los recargados
adornos eran símbolos de la riqueza del clan.

Janfri Petran era también de la opinión de no emigrar, dados los


riesgos de la postguerra. Y en realidad parecía que se había
acostumbrado a la tranquilidad de la vida sedentaria y la
agricultura.
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Así transcurrían los días, en medio del trabajo en el campo y las


veladas nocturnas, donde el baile, el té y el café eran infaltables.

Hasta que llego el día en que Gyula se armó de valor, y en una


tarde soleada, cuando Coraima se retiraba del campo en busca
de más agua, la siguió hasta alcanzarla, y sin atreverse a hablarle,
la tomó firmemente de una mano. Coraima dejó caer el jarrón
metálico y lo miró con los ojos humedecidos por la emoción.

Gyula quiso hablar, pero fue su corazón quien se adelantó, y


entonces la abrazó con fuerza. No hubo besos ni caricias, pero
ambos sintieron que llegaba el amor. Coraima no quería
contraer matrimonio con Yanko, se había enamorado de Gyula y
estaba dispuesta a afrontar las consecuencias.

Para evitar situaciones incómodas y probables enfrentamientos,


decidieron fugarse por unas semanas.

Cuando una mujer gitana huye con un hombre, la pareja es


reconocida como casada, pero la familia del hombre debe dar un
resarcimiento a los padres de la mujer, el Kepara, que consiste
en el doble de la dote normal.

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Puerta de Ingreso al Campo de Concentración de Jasenovac

Padre Franciscano Miroslav Filipovic, a Petar Brzica con la cabeza de un


cargo del Campo de Jasenovac prisionero degollado

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CAPITULO 2
Coraima y Gyula preparaban todo lo necesario para la fuga,
tratando de no despertar sospechas. Ella había separado su
vestido rosa y llevaba siempre su Putsi, una bolsita de seda roja
que se usa como amuleto de buena suerte.

Gyula por su parte, había conseguido un vino tinto húngaro, y ya


tenía las copas, el mantel y las velas rojas. Además, portaba
siempre en su cuello su Bar Lachi o piedra buena, que es un
talismán que atrae la prosperidad y el amor. Por eso, también es
llamada “la piedra imán”.

Juntos habían escogido un lugar de pureza territorial, donde


había un manantial de aguas termales, y que se encontraba a
unos cinco kilómetros del pueblo de Gorev, donde residían. Solo
esperaban la proximidad de los días de luna nueva para llevar a
cabo su plan.

La vida transcurría con normalidad en Gorev. Ni el ejército ruso,


ni los partisanos de Tito, y menos los ustachas, se habían
aproximado a interrumpir su tranquilidad.

En realidad, era una región montañosa casi olvidada, que vivía de


la agricultura, y en menor proporción de la ganadería. La
población serbia no pasaba de dos mil habitantes, y los gitanos
eran casi un centenar.

Yanko era poco comunicativo, y no había entablado amistad con


los hermanos Albescu. No sospechaba del secreto romance
entre Coraima y Gyula. Estos lo respetaban, y hasta lo
apreciaban, ya que se trataba de un miembro ejemplar del clan.

Pero ni los consejos de Milosh ni la decisión del patriarca de los


Petran fueron suficientes para vencer al amor.
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Sabían el sufrimiento que le podían ocasionar a Yanko, pero peor


hubiera sido traicionar sus propios sentimientos, por lo que la
decisión era definitiva.

Llegado el día, se levantaron sigilosamente horas antes de la


madrugada, buscaron sus bolsos que habían escondido en el
campo, y emprendieron la caminata, siguiendo las estrellas.
Juntos, tomados de la mano, continuaron bordeando la noche,
hasta que el amanecer les ofreció un descanso.

El sol o Khama, como lo llaman los gitanos, iluminaba el paisaje y


los hacía sentir libertad por sobre todo, dándole sentido al
periplo. Tenían que llegar al manantial antes que anocheciera, y
la luna empezase un nuevo ciclo. Siendo jóvenes, recorrieron a
paso firme los escarpados caminos, llegando al territorio soñado
dos horas antes del crepúsculo.

Buscaron acampar en un claroscuro, cerca de las aguas termales


que fluían, dejando un vapor cálido que invitaba al baño. La zona
escogida para instalarse estaba parcialmente cubierta por un
promontorio rocoso, y en sus faldas, el césped rodeado de flores
ofrecía un romántico jardín.

Bajo la faz de la luna nueva, colocaron el mantel sobre el césped,


y encendieron varias velas rojas alrededor. Un jarrón con flores
silvestres coronaba el centro de la improvisada mesa. Gyula sacó
las tres copas y el vino tinto que había traído, y los colocó en el
lado izquierdo del mantel.

Luego, ambos se desnudaron e ingresaron al agua caliente,


donde se frotaron todo el cuerpo con pétalos de rosas rojas,
hasta estar completamente perfumados. Después, siguiendo el
ritual, salieron y se vistieron: Coraima con el vestido rosa que
había traído, y Gyula con un inmaculado traje blanco.
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Procedieron a descorchar el vino, y Gyula lo sirvió en dos de las


copas, las cuales chocaron como haciendo un brindis.
Posteriormente, el contenido de las dos copas fue vertido en la
copa vacía, de la cual ambos tomaron, finalizando el ritual.

Ambos sabían que éste se realizaba para ayudar a sortear los


obstáculos, y fortalecer el amor. Gyula cargó en sus brazos a
Coraima y bailaron bajo la luz de las estrellas, a los compases de
las voces de la naturaleza.

Las dos semanas pasaron en medio de un ambiente de amor


puro, donde sólo los besos estaban permitidos. Habían acordado
que Coraima conserve su virginidad, y que al regresar al
campamento, se someta al ritual Yeli para comprobarla.

La convivencia en soledad les había permitido conocerse mejor y


los había unido sólidamente. Ya estaban listos para regresar a
Gorev y afrontar las consecuencias de su huida.

En el campamento todos estaban sorprendidos, excepto Milosh,


que pese a sus esfuerzos, no había podido detener lo inevitable.
El Kris o Tribunal Gitano los esperaba, y teniendo en cuenta las
circunstancias, la decisión iba a ser difícil.

Finalmente, la Asamblea de Ancianos se pronunció a favor del


casamiento, siguiendo todas las viejas costumbres, siempre y
cuando se comprobara en el Yeli o prueba de las tres rosas, que
la novia era virgen. Realizada la prueba y verificada la virginidad,
se procedió al casamiento y se suspendió el Kepara.

Todo se realizó según las costumbres, al mediodía, y se danzó y


comió durante dos días sin parar. Gyula estaba feliz, ya que era
un bato con todas las de la ley, es decir, un gitano casado
perfectamente según los ritos.

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Sin embargo, el segundo mandato del Kris fue que, una vez
finalizada la celebración de la boda, el clan de los Albescu tenía
dos semanas para marcharse, ya que no habían respetado la
hospitalidad y habían ofendido a Yanko.

Entre Milosh, los hijos, nueras y nietos, eran un total de once los
miembros del Raí. Disponían de tres vagones amplios, pero
necesitaban de otro para emprender la caravana. También
tenían que obtener dos caballos más.

No contaban con dinero, y las pocas joyas y relojes que se


pudieron salvar al huir de Jasenovac fueron entregadas como
parte de la dote.

La familia de Coraima, que era humilde como casi todas en esa


época, les obsequió una de sus más valiosas posesiones, un
caballo originario de los Países Bajos, el frisón, cuya poderosa
musculatura lo hace perfecto como equino de tiro.

Conseguir el vagón que faltaba en dos semanas parecía una tarea


imposible. Construir un carruaje tardaría más de un mes, esto si
se contaba con todos los materiales e implementos necesarios,
los cuales escaseaban.

La única solución era convencer al clan Petran para que les


proporcione uno. Tenían los suficientes, y algunos no los usaban
pues gran parte de sus miembros habían preferido la amplitud
de las cabañas. Y es que habían dejado de ser nómadas por
varios años, durante la guerra.

Sandor, el nieto mayor de Janfri Petran, a sus diecinueve años,


estaba aburrido de vivir en Gorev, y había hecho público su
interés en incorporase a la caravana rumbo a tierras ibéricas.

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Sus padres se oponían, pero Sandor era un joven decidido y no


iba a dejar pasar la oportunidad de volver a la vida que añoraba.
Había conocido Hungría y la totalidad de su natal Yugoslavia,
pero ahora sentía que Francia y España lo llamaban.

Muy a su pesar, el patriarca de los Petran aceptó la decisión de


su nieto, y como regalo de despedida, le dio un carromato con
todas las comodidades.

Sandor, generosamente, cedió su vagón a los recién casados, y él


compartiría el que usaban Milosh y Stevo, el viudo.

Las dos semanas transcurrieron rápidamente, mientras se


realizaban todos los preparativos y se trazaba la ruta a seguir.
Existía gran alegría, porque volverían a ser verdaderos gitanos,
pero también temor al no saber lo que encontrarían en el
camino.

“El alma en libertad,


con el corazón sobre ruedas,
y aunque sientas que no puedas,
la tradición se impondrá”

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CAPITULO 3
Mientras los Albescu se preparaban para emprender su camino a
tierras españolas, en Génova, Italia, la familia de Max Bejakar
hacía lo imposible por conseguir pasajes para embarcarse rumbo
a Sudamérica. El puerto era un hervidero de gente de diversas
nacionalidades, que pugnaba por un boleto para escapar de
Europa. Entre ellos, muchos criminales de guerra, que habían
modificado su aspecto, y que con nuevos documentos de
identidad, pretendían emigrar, especialmente a tierras gauchas,
ya que Buenos Aires era en esos años, la capital más europeizada
del continente.

Pero definitivamente, la más poderosa razón era el terreno que


el régimen nazi había preparado con años de anticipación, y la
protección política que esperaban encontrar. Ya que en
Argentina había muchos nazis instalados, que tenían todo
preparado para recibir a sus partidarios.

Es un hecho conocido que Juan Domingo Perón realizo un viaje


para visitar a Hitler en la primavera de 1940, quedando muy
impresionado del poderío nazi, que también se encontraba en
auge primaveral. Acompaño a Hitler durante su marcha triunfal
en Paris, y convenció al Fuhrer para que financie su campaña
política, y lo ayude a desprestigiar a la oposición.

Los altos mandos alemanes veían en la Patagonia, el nuevo


paraíso, la tierra prometida para sus futuras generaciones.

Hitler no solo ayudó económicamente a Perón, sino que además


los alemanes compraron miles de kilómetros cuadrados de
praderas en la Patagonia. Asimismo, enviaron a Buenos Aires
millonarias sumas de dinero, además de joyas y obras de arte,

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obtenidas en los saqueos a los enemigos derrotados. Todo esto


como parte de un seguro, en caso de cualquier eventualidad, si la
guerra no les terminaba siendo favorable.

Finalmente, y gracias a una fuerte suma de dinero que tuvo que


pagar, Max Bejakar, su esposa y dos hijos, estaban listos para
emprender la larga travesía que los alejaría del viejo continente,
arrasado por la guerra y el holocausto.

Los Bejakar eran una de las familias judías más ricas de Zagreb,
con grandes inversiones en el negocio inmobiliario, siendo
dueños también de una tradicional mueblería, famosa por su
perfecta ebanistería. La esposa de Max, Raquel, también era
judía y pertenecía a una familia acaudalada de expertos joyeros
por generaciones.

Raquel era amiga de la infancia de María Lovrencevic, esposa del


poderoso Ante Pavelic, nuevo líder de Croacia. Las esposas de
muchos de los lugartenientes de Pavelic eran también judías.

Otros, como Dido Kvaternik, jefe de la “Gestapo Ustacha” y de


las fuerzas militares croatas, era hijo de judía.

Lo cierto es que Pavelic, cuando regresó a Zagreb en 1941,


después que Hitler y Mussolini se dividieran Yugoslavia, fue
nombrado como Poglavnik o Fuhrer del gobierno pro nazi de
Croacia, e inmediatamente inicio el masivo exterminio de cuanto
serbio encontraba en sus terruños, apoderándose de sus
propiedades, y de las de los judíos croatas.

Los Bejakar fueron prevenidos por María Pavelic de las


inminentes expropiaciones y saqueos, logrando esconder sus
joyas y dinero, realizando un total de diez entierros, en lugares
estratégicos en las afueras de la ciudad, quedándose con una

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cantidad suficiente, que escondieron en su casa. Parte en una


caja fuerte bien escondida, y la mayoría en el trasfondo del cajón
de un viejo escritorio, fabricado en la mueblería familiar.

Llegado el momento, los negocios familiares fueron expropiados


por los ustacha, lo mismo que todas sus propiedades menos su
casa, favor obtenido como una consideración especial, por la
amistad de tantos años con la esposa de Pavelic.

Ante Pavelic estaba obsesionado con el extermino serbio, y no


tenía antipatía y mucho menos odio a los judíos. Sin embargo,
ante los ojos de sus patrones nazis y de los muchos ustachas
antisemitas, no podía mostrar esa imagen, que hubiera denotado
debilidad o preferencias.

Por lo tanto, apoyo las expropiaciones y tomó la decisión de


enviar a todos los judíos al campo de concentración de
Jasenovac, distante a más o menos cien kilómetros de Zagreb.

Los prisioneros, serbios en su mayoría, junto con judíos y gitanos,


llenaban la estación del tren, y los hacían subir a los vagones,
excediendo largamente la capacidad de éstos, como si fuera un
globo exageradamente inflado a punto de estallar. Durante el
viaje, los más débiles, que eran muchos, morían sofocados por el
aplastamiento.

Los Bejakar, en medio de la desgracia, tuvieron suerte. Raquel y


sus dos hijos fueron protegidos por la señora Pavelic, y pudieron
continuar viviendo en su casa, como ciudadanos croatas. Max
era muy conocido en Zagreb, y los ustachas lo tenían en la mira,
siendo inevitable su traslado a Jasenovac.

Pero su ingenio y la relación de amistad de su esposa con los


Pavelic eran su seguro de vida.

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Raquel había logrado convencer a María Pavelic, para que le


envíe una carta a Miroslav Filipovic, que dirigía el presidio de
Jasenovac, para que de protección a su esposo Max.

Conseguir ello en Jasenovac no era fácil. El campo de


concentración era amplio, con decenas de kilómetros de
extensión, donde los prisioneros estaban divididos por áreas.
Los gitanos ocupaban el extenso campo III C, llamado también el
campo gitano. Los serbios, que eran mayoría, estaban
ampliamente distribuidos en diversas zonas.

Los judíos fueron ubicados en campos colindantes al lugar donde


habían sido confinados los homosexuales, que eran considerados
la casta más baja de todo el campo de concentración. Llevaban
la marca de un triángulo rosa invertido, y la razón de su condena
era que se consideraba la homosexualidad como un delito,
incluso entre los alemanes.

“El homosexual no se reproduce, y no puede perpetuar la raza


aria”, era uno de los tantos argumentos en su contra.

Filopovic y sus frailes franciscanos dirigían Jasenovac, y tras ellos


en orden jerárquico, estaban los vigilantes y los capos que
seguían al pie de la letra sus indicaciones y mantenían el orden.
Además, eran expertos en obligar a los prisioneros a realizar
trabajos forzados, impulsados por el restallar de sus látigos. Los
kapos de Jasenovac eran reconocidos como los más sádicos de
todos los campos de concentración existentes.

Jasenovac, ciudad croata en Eslovenia, estaba situada junto a las


líneas ferroviarias entre Zagreb y Belgrado, a orillas del río Sava,
cien kilómetros al sureste de Zagreb. Su nombre en croata
significa Bosque de Fresnos, esto por su cercanía con el Bosque
de Krapje.
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En los jardines cercanos al río Sava abundaban las flores, en


especial los rosales, estando sus orillas siempre perfumadas.

Con la guerra y la instalación del campo de concentración de


Jasenovac, las aguas del Sava se ensangrentaron, adquiriendo el
olor inarrancable de la muerte.

Para sobrevivir, a Max Bejakar no le fue suficiente la carta de la


esposa de Pavelic. Tuvo que apelar al seguro de vida que
ingeniosamente había preparado.

Bejakar, como hábil negociante, convenció a sus captores de


indicarles el lugar donde escondía sus tesoros, a cambio de su
vida. Obviamente, solo les indicaría el lugar de uno de los
entierros, ofreciéndoles que luego de unos meses volverían a
negociar por otro.

Estos, al comprobar la existencia de una importante cantidad de


dinero en el lugar indicado, se dejaban llevar por la ambición y
aceptaban seguir protegiendo a Bejakar, con la promesa de éste,
de realizarle nuevas entregas luego del periodo de cuatro meses
convenido.

Sobrevivir también significaba convivir con la barbarie, y llenar el


alma de profundas e imborrables cicatrices.

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Líder croata pro nazi Ante Pavelic Hitler y Ante Pavelic en Berlin

Dido Kvaternik Jefe de la Gestapo Ustacha El argentino pro nazi Juan Perón

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CAPITULO 4
Esconderse en el viento o en los sueños era lo único que
desconectaba a Max de la realidad.

Muchos de los capos eran prisioneros que llevaban el triángulo


verde en el uniforme, que correspondía a los criminales
comunes. Estos, a cambio de dinero y otros beneficios
penitenciarios, aceptaban con gusto y hasta con placer, el poder
que le daba ser un capo.

Siendo lacras sociales o sociópatas, su crueldad junto con su


sadismo extremo, complacía a los vigilantes y directores del
campo de concentración.

Dido Kvaternik quería hacerle un regalo sorpresa a Pavelic, por lo


que dio la orden en Jasenovac de obtener varios kilos de ojos
humanos de prisioneros serbios. Ni el más experimentado
oftalmólogo hubiera podido soportar la diabólica carnicería.

Lo más terrible e infrahumano era que primero les sacaban los


ojos y luego, cuando deambulaban agonizantes con las cuencas
vacías, usando cuchillos, machetes y martillos procedían a
ultimarlos, para después arrojarlos al río Sava, contaminando sus
aguas. Pero la real contaminación estaba en las mentes
pervertidas de los asesinos que tenían a su cargo Jasenovac.

Las mujeres prisioneras estaban separadas de los hombres, y


antes de ser enviadas al campo de concentración, eran
cuidadosamente examinadas por los chacales de Pavelic. Las
más hermosas y de cuerpos perfectos, sin interesar raza o
antecedentes criminales, eran seleccionadas para formar parte
del grupo de “afortunadas” que tenían que complacer al
Poglavnik y su lujurioso círculo.

31
Ruedas en el Corazón

Las que no eran elegidas seguían el camino hacia Jasenovac.


Ancianas, adultas y niñas eran asignadas a sus respectivas zonas
dentro del campo de concentración. La perversión era tal que al
llegar, pasaban por una nueva selección, donde militares y frailes
escogían a las más atractivas para integrarlas al burdel de la
prisión.

En el colmo de la degeneración, algunas niñas precozmente


desarrolladas eran ubicadas en un sector exclusivo, donde tenían
un trato preferencial y eran visitadas sólo por los más altos
jerarcas de campo, que tomaban su virginidad, como si se tratase
de una esclava o un animal indefenso.

Algunos frailes se hacían los de la vista gorda. Otros participaban


activamente en todas las atrocidades perpetradas.

El ensañamiento con los rabís judíos superaba lo imaginable. La


influencia maligna de Brzica hacía que las torturas aplicadas a los
religiosos judíos sean insufribles. El arrancamiento de todas las
uñas, los baños de agua helada desnudos en pleno invierno, la
flagelación siendo atados a un poste, eran las más utilizadas,
existiendo además una infinidad de enfermizas alternativas.
Como cuando hacían llevar a los rabís a unos corralones, donde
mantenía por varios días hambrientos a un buen número de
perros Dogos. Luego los obligaban a ingresar diciéndoles:
“Ingresen a nuestra Sinagoga, donde, como en las suyas,
encontrarán sólo perros”.

Max Bejakar continuaba existiendo, ya que no podía llamarse


vida al infierno por el que estaba pasando. Había tenido que
negociar tres entierros de dinero para mantener la esperanza de
reencontrar algún día a su familia.

32
Ruedas en el Corazón

Max era un prisionero considerado como antiguo. La mayoría de


los reos morían durante los primeros meses. Los vigilantes y los
capos lo conocían, y tenían órdenes superiores de no matarlo.
Pero esto no lo libraba de agresiones, y de haber pasado en
algunas oportunidades por la tortura del maniquí. Las marcas de
los latigazos lo acompañarían siempre como un tatuaje,
simbolizando el horror.

El uniforme utilizado en todos los campos de concentración era


de color celeste, con rayas verticales azules. El sistema de
marcado de prisioneros se basaba en triángulos invertidos. El
triángulo amarillo identificaba a los judíos, el rojo a los presos
políticos, el verde a los criminales comunes, el azul a los serbios,
el púrpura a los Testigos de Jehová y a otros religiosos estudiosos
de la Biblia, el rosa a los homosexuales varones, el negro a las
prostitutas, lesbianas, enfermos mentales, drogadictos y
alcohólicos, y finalmente el marrón a los gitanos.

En dichos triángulos se abreviaba con una letra su origen. Los


gitanos, por ejemplo, llevaban la zeta. De todas las castas, la más
considerada era la que llevaba el triángulo púrpura, ya que eran
inofensivos seguidores de la Biblia.

Si una judía era prostituta, al triangulo amarillo se le sobreponía


en sentido inverso un triángulo negro, formando una estrella,
pudiendo realizarse diversas combinaciones siguiendo el código.

En una ocasión, un grupo de partisanos seguidores de Tito que


portaban el triángulo rojo, tomaron en sus barracas como
rehenes a dos vigilantes y un fraile. La respuesta inmediata
ordenada por el demonio de Jasenovac, fue ametrallar sin piedad
al interior de ésta, sin importar que todos murieran.

33
Ruedas en el Corazón

En otra oportunidad, un fraile subalterno de Brzica organizó una


orgía de homosexuales, la cual presenció durante casi dos horas.
Luego los hizo vestirse con un uniforme especialmente diseñado
por él, camisa y pantalón rosa con rayas verticales rojas, para
luego llevarlos al hospital del campo, donde se les realizó un
método de tortura conocido como “Hacedor de Eunucos”, una
prensa perfectamente diseñada para obtener torsión y
aplastamiento testicular.

Luego de la quinta entrega de dinero de Bejakar a los ustacha, el


rumor del avance de los aliados tomaba fuerza en cada rincón
del campo.

Los ustachas eran en sí una organización terrorista nacionalista


croata, fundada por Ante Pavelic en 1929. Era un grupo de
extrema derecha, supuestamente católico, y defendían la
supremacía étnica del pueblo croata, al que consideraban
emparentado con los germanos. Su nombre viene de la palabra
“ustanik” que significa rebelde o insurrecto.

Estos, ante la inminente derrota, no pretendían marcharse de


Jasenovac sin exterminar a los prisioneros serbios que aún
quedaban. Los últimos días antes de su huida fueron un mar de
sangre, desembocando paradójicamente en un río.

Max Bejakar se refugió sin comer ni dormir en una región


pedregosa y de crecida mala hierba, en un rincón alejado del
campo de concentración. No quería llevarse las últimas
imágenes terroríficas que protagonizaron unos derrotados y
desesperados genocidas, que luego huyeron cobardemente.

Los trenes hacia Zagreb estaban saturados y no funcionaban en


su totalidad. La mayoría de sobrevivientes emprendieron su
camino siguiendo las vías ferroviarias, unos hacia Belgrado y
34
Ruedas en el Corazón

otros hacia Zagreb. Max, siguiendo el consejo de un partisano


que conocía la zona, decidió seguirlo y cruzar el Bosque de
Fresnos, para hacer más corto el camino.

Luego de cuatro días agotadores casi sin alimentarse, llegaron a


una convulsionada ciudad de Zagreb, donde el caos imperaba.
Muchos pobladores huían, llevando todo lo que podían de sus
pertenencias. Otros, simpatizantes de Tito, decidieron
permanecer en sus hogares y soñar con una Yugoslavia unida.

Max, envejecido y en avanzado estado de desnutrición, llegó al


fin a su hogar, donde gracias a Dios, encontró a su amada esposa
y a sus dos hijos.

Raquel había administrado admirablemente el dinero que Max


dejó en casa, e incluso tenían un remanente. Max fue parco en
contarles sus penurias en Jasenovac, y le explicó que aún
quedaban cinco entierros de joyas y dinero, que eran más que
suficientes para marcharse de Europa e iniciar una nueva vida en
América del Sur.

El plan quedó establecido. Recuperar los entierros tomando


todas las precauciones para evitar ser robados, para luego
dirigirse al puerto de Génova, donde se embarcarían en busca de
paz y libertad.

“A cualquier precio lograr la salida,


para huir buscando restañar las heridas,
de una enfermedad por siglos conocida.
La guerra no cesa en su loca embestida,
y el poder no deja de ser genocida,
sólo cambiaremos la causa perdida,
en un mundo nuevo de amor por la vida”

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 5
Retrocediendo en el almanaque sólo unos meses, otra historia se
gestaba en Albania. La joya misteriosa de los Balcanes, la tierra
innumerables veces conquistada, con influencias griegas,
romanas, y especialmente las que dejó el Imperio Otomano, que
islamizó el país (con amplios territorios boscosos, con excepción
de las llanuras frente al Mar Adriático, en la costa central de
país).

Antes de la segunda guerra mundial, su capital Tirana, había sido


sede del larguísimo mandato de Ahmed Zogù, primero como
presidente y luego como rey, siempre acosado por los partidos
comunistas, que pretendían implantar la República Popular.

La segunda guerra mundial se adelantó a estas disputas. Albania,


desde el comienzo de ella, fue ocupada por tropas italianas,
quedando bajo el yugo de Mussolini.

En el norte del país, en un poblado cercano a la frontera con


Serbia, vivía la familia Bajko. Tropeye no tenía más de veinte mil
habitantes, y como casi en toda Albania, los musulmanes eran
inmensa mayoría.

La familia Bajko era católica, y le costaba mucho aceptar la


homosexualidad de su hijo mayor Pal. Su padre Konstantin
perteneció por años a la milicia fiel al rey, y su carácter explosivo
atemorizaba a toda la familia, en especial a Pal, que era muy
sensible y apegado a su madre. Sus preferencias por el arte,
sobre todo por la música y el teatro, no eran bien vistas por su
padre, que quería que sus hijos fueran militares como él.

Pal, desde niño, no disfrutaba de los juegos propios de su sexo, y


tenía afinidad con las niñas del colegio. Sabiendo lo que ocurría

37
Ruedas en el Corazón

en su interior y para no despertar las sospechas de su padre, se


había refugiado en la música, llegando a convertirse con el
tiempo en un excelente violinista.

Tropeye no era una ciudad donde un artista pudiese labrar un


futuro y además, los musulmanes no toleraban a los
homosexuales, y los apartaban socialmente.

Pal, con la ayuda de su madre que vendió sus pocas joyas y tomó
parte de los ahorros que su padre guardaba en el ático de su
casa, emprendió viaje rumbo a Viena, donde soñaba formar
parte de la Orquesta Sinfónica. Talento no le faltaba, pero eran
épocas difíciles en una Europa dividida por la guerra.

Austria era un gran país, donde se valoraba el arte, y había


decidido retar al destino y mostrar su talento. Con su viejo
violín, que conservaba desde niño, y una maleta con sus
modestos trajes, estaba listo para iniciar una nueva vida.

Para llegar a su destino tenía que cruzar Yugoslavia. Viajar a


través de un país no sólo afectado por la guerra sino también por
la mortal rivalidad entre croatas y serbios, fue traumático para el
sensible Pal.

La mayoría de las veces era tratado despectivamente como


“arbereshe”, término utilizado para referirse a los albaneses, que
por culpa de unos cuantos, tenían fama de mafiosos, siendo la
especialidad de estas mafias el tráfico de drogas y la “Trata de
Blancas”. Esta última expresión tiene su origen cuando
proxenetas europeos llevaron prostitutas a países asiáticos,
donde los clientes de los burdeles de lujo quedaban
impresionados por las hermosas mujeres “blancas”.

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Ruedas en el Corazón

Pal había logrado tomar el tren rumbo a Zagreb, cuando este fue
interceptado por terroristas ustachas que habían bloqueado el
camino. El pánico se apoderó de los pasajeros mientras eran
obligados a descender en medio de la gélida noche. El fornido
maquinista exigió airadamente una explicación, y recibió como
respuesta una ráfaga de metralla, que congeló aún más a los
espantados pasajeros.

Luego de una minuciosa revisión de documentos y pertenencias,


los ustachas procedieron a ejecutar a los serbios mayores de
cincuenta años. Sólo los croatas y bosnios, que eran mayoría,
fueron liberados, así como también una pareja de origen alemán.

Todos los demás, incluyendo serbios jóvenes, judíos, y


extranjeros de países no fascistas, fueron tomados como
prisioneros, obligándolos a caminar toda lo noche, cruzando el
Bosque de Krapje. Lo hacían cargando sus pertenencias, y en su
mayoría pensaban que serían aniquilados en el medio del
bosque.

Al llegar a Jasenovac, todos comprendieron que llegaban al


infierno, y fue el mismo diablo quien los recibió. Filipovic hizo
que los nuevos prisioneros formaran filas en el inmenso patio de
ingreso.

Uno tras otro fueron llamados e interrogados, para luego


decomisar sus pertenencias y apropiarse de cualquier objeto de
valor. Posteriormente, procedían al marcado con el triángulo del
color correspondiente y los enviaban a sus respectivas barracas.

Filipovic disfrutaba de realizar personalmente la inspección de


“bienvenida” con la colaboración de sus más temibles asistentes,
dentro de ellos Iván, hijo de uno de sus primos más queridos.

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Ruedas en el Corazón

Cuando le tocó el turno a Bajko, Filipovic no entendía bien el


motivo de su captura. No siendo judío, serbio ni gitano, le
preguntó si era político, criminal u homosexual. Pal, presionado
por la pregunta, le confesó ser homosexual y que era albano
católico, encontrándose sólo de paso por la región, rumbo a
Austria.

Filipovic, al revisar sus pertenencias, se quedó enamorado de su


viejo violín Stradivarius, preguntándole si era músico. Pal, con
humildad, le contestó que pretendía serlo, recibiendo la orden
de interpretar en ese instante un solo de violín.

Con los ojos llorosos y las manos temblando por el temor de no


complacer a su inquisidor, Pal tomo el violín en un ambiente gris
y de tristeza y procedió con su ejecución. Sabía que podía estar
jugándose la vida en caso de no agradar al tirano, por lo que
escogió una sonata de Bach, que dominaba a la perfección.

Filipovic había solicitado una silla para escuchar el improvisado


concierto, y el silencio total hacia que la música resuene en el
alma. El temible asesino parecía haber perdido su fiereza,
apaciguado por la melodía.

Una vez terminada la interpretación, todos quedaron


sorprendidos por los aplausos de Filipovic. Mayor sorpresa aún
causó cuando éste le pidió muy amablemente si dentro de su
repertorio estaba el concierto en Re menor de Sibelius, que era
uno de sus favoritos.

Pal, que tocaba desde niño, ofreció otra magistral interpretación


del pedido de Filipovic ganándose su simpatía, por lo que no fue
asignado en el grupo de los homosexuales, colocándosele el
triángulo purpura de los estudiosos de la biblia.

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Ruedas en el Corazón

Filipovic parecía tener doble personalidad. Cinco minutos


después de haber parecido un culto y relajado amante de la
música, mandó degollar a un joven serbio porque no le gustó su
mirada.

Así transcurrió la revisión, como un ruleta donde la suerte del


prisionero estaba en manos de un trastornado. Un tercio fueron
ejecutados en el acto por degollamiento, dos judías adolescentes
y cinco mujeres pasaron a formar parte del venusterio. Dentro
de ellas, una belleza rubia de aspecto nórdico, a la que no se le
preguntó por su credo político, religión o motivo de su captura.
Simplemente, los ojos libidinosos de Filipovic y sus secuaces
recorrieron su alta y esbelta figura, para luego indicar que se le
asignara un cómodo recinto “privado”.

No había lugar para el amor en Jasenovac, mucho menos a


primera vista, pero a Iván, el sobrino del demonio, se le veía
impresionado y la quería sólo para él.

Hannah Nilsson era realmente hermosa. Sus ojos verde


esperanza con largas pestañas que se proyectaban hacia el cielo,
su pelo rubio oro parecía una extensión del sol. Su cutis
impecable, y su boca una fruta en el mejor momento de la
estación. Hablar de su cuerpo sin recurrir al erotismo, ni el más
tímido poeta lo hubiera conseguido.

A sus veintidós años, soñaba con ser modelo. Nacida en


Estocolmo, su padre era sueco, con todas las características
propias de los escandinavos. Cuando se enojaba, parecía la
reencarnación de un vikingo. Su madre, una exótica belleza
griega que no tenía nada que envidiar a Helena de Troya o a la
poderosa Artemisa.

41
Ruedas en el Corazón

Se habían conocido durante unas vacaciones en Francia,


visitando el Palacio de Versalles. El rudo, ella delicada,
cumplieron con la ley de los polos opuestos. A los pocos meses
la llevó a vivir a Estocolmo y se casaron. Tuvieron dos hijas, una
de ellas Hannah, y vivieron una vida apacible y llena de amor,
hasta que Hannah cumplió veinte años.

El negocio de los Nilsson, con la guerra, fue empeorando


gradualmente, pese a que Suecia era un país neutral, hasta llegar
a un punto crítico. Nadie compraba juguetes en esos años. El
padre de Hannah murió de un infarto meses después del cierre
de la fábrica de juguetes.

Hannah, su madre y su hermana decidieron dejar las frías tierras


nórdicas y viajar a Grecia, donde contarían con la ayuda de la
familia materna. Trípoli, ciudad continental en el corazón del
Peloponeso, las esperaba.

Grecia había sufrido la ocupación de los países del Eje. Primero


Italia y después Alemania, no sólo la Grecia continental estaba
invadida, sino también la insular, en el Egeo y en el mar de Creta.
Hannah, cansada del acoso de la oficialidad nazi, cuyo principal
entretenimiento en Grecia eran las mujeres, y también como
gran parte de la economía de la región estaba dedicada a la vid,
el trigo, el olivo y el ganado, decidió que su futuro como modelo
tenía que buscarlo en otros horizontes.

Por ello decidió viajar por vía terrestre con destino a Milán, ya
que era más económico. Cuando se encontraba en el tren cerca
de Zagreb ocurrió su lamentable captura por los ustacha.

Hannah, prisionera en Jasenovac, analizó fríamente su situación.


Era preferible estar cómodamente instalada y sin riesgo de ser
ejecutada, que ser parte del burdel del campo de concentración.
42
Ruedas en el Corazón

Además, siendo amante de uno de los líderes de la prisión,


gozaba de privilegios y de una posición influyente que le
permitirían salvar vidas.

Es decir, todo lo contrario a lo que hacía Irma Griese, amante del


doctor Mengele en Auschwitz, a la que se le conocía como el
“Ángel de la Muerte”.

Hannah se sometería a las bajas pasiones de un demente, para


ser un Ángel Salvador.

“Salvar la vida,
de una infortunada desconocida,
es un acto de amor.
Salvar cientos de ellas,
una de las lecciones más bellas
de humanidad y valor”

43
Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 6
Hannah era el símbolo del amor y la compasión en Jasenovac.
Ayudaba a cuantos podía, y se había encargado de organizar la
orquesta con la ayuda de Pal Bajko.

Dentro de las pocas alegrías que se podía tener en un infierno, la


música, mientras duraba, liberaba el espíritu y devolvía
humanidad a los prisioneros.

Una mañana, cuando visitaba el campo de mujeres judías, una


niña que aparentaba tener seis años, abrazaba con fuerza una
vieja muñeca. Ni un capo hubiera podido arrebatársela. Hannah
se acercó con una sonrisa y con dulzura le preguntó:

-¿Cómo se llama tu muñeca?-

-No te diré su nombre y no es una muñeca. Es mi hermana


menor- contestó cortante la pequeña.

Ruth, la madre de la niña, se acercó a Hannah, y llevándosela a


un rincón lejos de su hija, le explicó que hace unos meses, su hija
menor había presentado una infección bronquial que no
mejoraba por falta de tratamiento. A los pocos días llegaron los
capos con una lista, cuyos nombres fueron leyendo,
encontrándose dentro de ellos el de la pequeña Marion. Se la
llevaron y nunca más regresó, dejándole un trauma insuperable a
su hija mayor Judith.

Hannah se encariño con Judith y la visitaba diariamente,


ganándose su confianza. Hasta que llegó el día en que le prestó
su muñeca. Hannah se conmovió hasta las lágrimas cuando
identificó en una pequeña etiqueta la marca de la juguetería de
su padre. La hermana imaginaria de Judith había sido hecha por
alguien que llevaba su sangre.
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Ruedas en el Corazón

La relación se hizo más fuerte, y Hannah sentía en carne propia


el sufrimiento de las judías.

La muerte tocaba a la puerta todos los días, y Judith con su


madre se habían convertido en sus protegidas.

Pal, que estaba ubicado con los estudiantes bíblicos como


director de la orquesta tenía algunos privilegios. El principal era
no realizar trabajos forzados, y además disponía de tiempo para
los ensayos con el resto de los músicos. Dentro de ellos había
algunos presos políticos que estaban bien informados sobre el
desarrollo de la guerra. Pal sabía que sus días en Jasenovac
estaban por terminar, y que tenía que resistir, hacerse invisible y
evitar incidentes.

Erjon Skela era un militar croata que se había unido a los


ustachas, siendo un idealista que soñaba con la reivindicación de
los derechos de sus compatriotas. Fue asignado como vigilante
en el campo de concentración de Jasenovac, y fue allí donde
comprendió que los métodos usados por sus compañeros
excedían todos los límites y que la sangre había oscurecido sus
mentes.

Tenía veinticinco años y se oponía a la violencia. Nunca imaginó


que luchar por su patria lo llevaría a un mundo de tinieblas, lleno
de espectros a los que hacían desaparecer sin compasión. Ser un
ustacha había dejado de ser un orgullo para él. Se habían
convertido en una secta criminal tristemente célebre e
irreconciliable con Dios.

Los frailes franciscanos hacían misa todos los domingos, los


absolvían de pecado, y cínicamente hasta comulgaban.

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Ruedas en el Corazón

Erjon, como vigilante, había contratado a un capo para que


realice por él los crueles mandatos que recibía de sus superiores.
Se encontraba totalmente aturdido y la trinchera donde obtenía
refugio era el amor platónico que sentía por Hannah.

Como era evidente que no participaba en ejecuciones y torturas,


fue reasignado a la vigilancia de prisioneros especiales, dentro de
ellos Hannah Nilsson, a la que veía como una princesa prisionera
en los aposentos de un malvado.

Erjon era soltero e hijo único de una pareja de orfebres croatas.


De aspecto imponente con casi metro noventa de estatura, su
rostro de finas facciones se había endurecido con la guerra. De
pelo castaño, presentaba una precoz tonsura que lo hacía
aparentar más edad.

Su mirada expresiva delataba sus sentimientos y también su


repudio a los que sucedía en el campo. Amaba a su patria y
estaba dispuesto a luchar por ella, pero no de la forma en que
Pavelic lo hacía, arrasando con la indefensa población serbia.

Hannah siempre le sonreía amablemente, y es que había


percibido la actitud sobreprotectora que Erjon tenía con ella.

Erjon le había confirmado que la mayor parte de la dirigencia de


la prisión ya estaba planificando su huida. También le había
ofrecido su protección para ayudarla a escapar cuando llegara el
momento. Hannah, que se había encariñado con Judith le dijo a
Erjon que aceptaba su ayuda, siempre y cuando Judith y su
madre fueran incluidas en los planes.

Erjon no tenía nada en contra de los judíos, pero le advirtió que


el antisemitismo era endémico en gran parte de Europa, y que
estar acompañados de dos judías podía traerles problemas.

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Ruedas en el Corazón

Hannah fue firme en su decisión, manifestándole que Pal Bajko


también se había ofrecido para acompañarla hasta Milán.

La reacción instintiva de Erjon fue de celos, pero luego, una vez


más calmado, comprendió que entre Hannah y Pal solo podía
existir una relación de amistad.

Como un viento indeciso sin saber dónde ir, la mayoría de


sobrevivientes de Jasenovac esperaban el ansiado día, sin dejar
de sentirse aun fuera de peligro.

El capo de capos, Skender Kola, también veía una sombra que se


cernía sobre su futuro inmediato. Tenía cuarenta y cinco años, y
estaba en Jasenovac por ser un avezado delincuente.
Camorrista, extorsionador y ladrón eran solo unos cuantos de los
tantos delitos que se le imputaban.

Recibía una paga mensual, y había logrado hacer crecer su dinero


mediante los timos y apuestas que realizaba con otros
encargados del orden en Jasenovac. Era temido y hasta odiado
por la mayoría de capos y ni que decir de los prisioneros.

El único que se le había acercado con buenas intenciones era el


fraile Mathias, religioso franciscano por más de dos décadas en
Zagreb. Utilizando sus influencias en la iglesia, había solicitado
ser enviado al lugar donde él estaba seguro que más lo
necesitaban. Jasenovac era lo más parecido al infierno, y su
misión era salvar almas, y de ser posible, vidas.

No podía entender el comportamiento de otros frailes de su


orden, y estaba dispuesto a llevar su hábito con amor al prójimo,
costase lo que costase.

Inicialmente no fue bien recibido por los prisioneros, que


cautelosos, dudaban de su bondad.
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Ruedas en el Corazón

Los gitanos llamaban “mengues” a los frailes franciscanos, voz


que en su idioma significaba demonio, y todos los que llevaban la
sotana marrón eran considerados así.

El hábito original de los franciscanos era de lana negra con


blanca, dándole un color cenizo. Luego, con los años, fue
cambiando hasta llegar al marrón con un cordón blanco con tres
o cinco nudos.

Al fraile Mathias le costó meses de intensa lucha para, con fe


inquebrantable y amor a la humanidad, lavar una imagen
manchada por un grupo de fanáticos.

Skender Kola también fue tocado por la mano bondadosa del


bien. Nunca nadie le había tratado con cariño y menos con
genuino interés en ayudarlo.

El fraile Mathias, en el día a día, había hecho crecer las ocultas


naves de esperanza que todos tenían. Bastó un poco de amor
para que el despiadado Skender comprendiera que tenía
oportunidad de cambiar. Y así lo hizo y colaboró con el padre
Mathias y Hannah durante los meses previos al fin de la guerra.

Lo que sí les fue imposible evitar fueron las represalias que los
ustachas tomaron antes de huir con los pocos prisioneros serbios
que aún quedaban.

¿Cuantas veces se tiene que morir?, ¿cuantos corazones se


tienen que despedazar por una disputa étnica irracional?

“Arrancar una flor del jardín,


no lo justifica ningún fin.
Arrancar flores del corazón,
sólo quien perdió la razón”.

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Ruedas en el Corazón

Un grupo heterogéneo se había formado y estaban listos para


emprender juntos el camino hacia la libertad.

Hannah, la rubia belleza nórdica; Judith, su pequeña “hermana


adoptiva” judía y Ruth, su madre; Pal, el violinista albano que
conmovió a un tirano; Erjon, el militar ustacha que desertó por
amor; Skender, el temible delincuente croata arrepentido; y
finalmente el fraile Mathias, el único en el campo que llevó la tau
franciscana como el santo de Asís lo hubiera querido.

50
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 7
La raza aria, la raza nórdica, o la raza del sol fueron diversas
denominaciones usadas por la elite nazi para referirse a su
supremacía racial.

Ario viene del sanscrito y significa noble. Los hindúes lo


utilizaban también cuando un pueblo era de origen homogéneo y
puro. En el budismo se menciona a la raza solar como un pueblo
ario o de pureza racial.

Existen estudios que concluyen que el pueblo ario es de origen


hindú, otros que es persa y que son descendientes del gran
Darío. Finalmente, también existe la teoría muy aceptada del
origen indoeuropeo de los arios.

Cuando los nazis decían ser la raza nórdica, era por los países
escandinavos del norte de Europa, donde predominaban los
rubios, y se hablaban lenguas de origen germano.

El proceso de arianización soñado por Hitler necesitaba de chivos


expiatorios. En medio de sus delirios mesiánicos, tenía que
escogerlos. Judíos, gitanos y homosexuales fueron sus
principales elegidos.

Eliminar las razas impuras y degradadas, convenciendo al pueblo


alemán que los judíos eran responsables de parasitar su
economía.

En relación a los gitanos, Hitler tuvo algunas dudas por su origen


indoeuropeo, donde existían culturas que él respetaba, pero
finalmente también los condenó.

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Ruedas en el Corazón

El pueblo gitano no tiene un territorio propio ni historia escrita.


Es originario del noroeste de la India, en la región Panyab.
Salieron de la India en el siglo X para iniciar su largo peregrinaje,
pero fue en el siglo XVI donde ocurrió el movimiento migratorio
más importante, llegando a Europa, principalmente en su región
central, en los Balcanes, desde donde se distribuyeron por todo
el continente.

Otros cruzaron África del Norte hacia la península ibérica, siendo


Andalucía y Cataluña los lugares elegidos por la mayoría.

Su idioma, el romaní, es una lengua indoeuropea muy similar al


panyabi o hindú occidental. El caló es una variante del romaní,
utilizado principalmente en España, Francia y Portugal.

Los calés son una de las cinco grandes familias gitanas y


proceden del norte de África. La palabra calé se origina del
Indostán Kalé, que significa negro.

Los Kalderech son la familia más numerosa, y está constituida


por los gitanos balcánicos, que casi nunca se casaban con gaches,
manteniendo la pureza de su raza.

En España si hubo un mezcla racial y muchos gitanos se casaron


con payos o gaches, como se les llamaba a los comunes o no
gitanos. Por ello, en dicho país existían los gitanos por la manta
para arriba o de padre gitano, y los por la manta para abajo
cuando lo eran por la madre.

Otras versiones indican que la ciudad de origen de los gitanos en


la India era Kannaus. Incluso Kali, una divinidad muy popular
entre los gitanos, es la diosa de Kannaus.

Existe también la versión menos aceptada que manifiesta que los


gitanos podrían ser una de las tribus perdidas de Israel. Hay un
52
Ruedas en el Corazón

paralelismo de costumbres y migraciones semitas podrían haber


llegado a la India.

Los Albescu eran católicos y no querían ser una tribu perdida.


Estaban listos para emprender su camino rumbo a España.
Habían tenido el tiempo suficiente para planificar su recorrido
inicial, y cruzar Hungría rumbo a Austria fue la opción elegida.
Recorrer la gran llanura húngara como lo hicieron las tribus
magiares en el pasado.

La gran llanura húngara:

“Donde lo mitos cruzaban el Danubio,


Hasta el Lago de la Princesa.
Donde los Habsburgo cazaban faisanes y jabalíes,
Ayudados por los duendes.
Donde la música de las gaitas magiares,
Dejó su eco en los horizontes infinitos”.

La caravana tenía cuatro carruajes o vardos gitanos, los cuales


estaban acondicionados como pequeñas casas sobre ruedas. Por
indicación de Milosh, se habían eliminado los adornos y el exceso
de colorido para no llamar la atención.

Los ocho caballos que disponían eran siete hermosos Gypsy


Vanners, y el imponente Frisón que la familia de Coraima les
había obsequiado por el matrimonio.

El Vanner es el caballo gitano bohemio, raza ideal para el tiro,


creada por gitanos en la Bretaña. El vagón de Coraima y Gyula
era amplio y tenía todas las comodidades indispensables. Antes
de partir, los Petran les habían proporcionado los suministros
necesarios para buena parte de su viaje.

53
Ruedas en el Corazón

Las gitanas, como signo de femineidad, utilizan el cabello largo.


Una gitana con el cabello corto es símbolo de castigo y deshonra.
A las mujeres casadas se les identifica porque llevan pañuelos en
la cabeza.

Cuando Coraima, en la intimidad de su carruaje se soltaba el


pelo, era como miel sobre las hojuelas, y el brillo de sus ojos
dejando la inocencia era como polvo de oro. Gyula la observaba
embelesado. Como buen gitano, era supersticioso y había
colocado en el interior de su vagón clavo de olor, que simboliza
la fertilidad, y varias piedras gitanas como el ámbar, la amatista y
el berilio, para fortalecer el amor.

Coraima había tenido su menarquia a los once años, y a sus casi


diecisiete, estaba lista para ser madre.

Los Albescu disfrutaban nuevamente su vida al aire libre, y se


respiraba la fragancia de la esperanza mientras se dirigían a la
ciudad de Baja, situada a ciento cincuenta kilómetros al sur de
Budapest, a las orillas del rio Danubio.

En las noches acampaban y danzaban alrededor de la hoguera, la


cual según la costumbre, tenía que permanecer encendida hasta
que emprendieran nuevamente la marcha.

Devoica, esposa de Milan, preparaba todas las noches el té


gitano de frutos hervidos. Nadie lo hacía como ella, utilizando
las tradicionales ollas de cobre llamadas Samovar.

Una noche, mientras danzaban a la lumbre del fuego, un extraño


se acercó al campamento. Su aspecto era tosco; con voz bronca
saludo a los presentes, para luego dirigirles una sonrisa
amarillenta por el tártaro dental.

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Ruedas en el Corazón

Milosh, que se encontraba descansando, se incorporó


bruscamente como presintiendo el peligro. Se acercó al recién
llegado y lo miró fijamente. Nunca olvidaba un rostro, y menos
el del que había sido un kapo croata en Jasenovac.

Luego de una señal casi imperceptible, todo el clan se arracimó


tras Milosh, el cual encaro al recién llegado con cara de pocos
amigos, para luego preguntarle si viajaba solo.

-Soy un viajero solitario que sigue el Danubio rumbo a Budapest-


contestó el extraño, que prosiguió explicando que se acercó al
campamento al escuchar la música y observar la fogata.

La música y la alegría eran parte de la esencia gitana, pero las


circunstancias aconsejaban prudencia. La guerra recién había
terminado y nadie se sentía seguro.

Milosh llamó al visitante, que se identificó como Jorska, para


tener una conversación privada. Ya estando a solas, le advirtió
que debía retirarse inmediatamente del campamento. Jorska le
clavó una mirada inquisidora, como pidiendo una explicación a la
falta de hospitalidad y a la premura con que se le exigía que se
marche.

-Un kapo de Jasenovac no puede ser bien recibido por ningún


gitano, y menos por quien vivió en carne propia sus abusos-

Jorska se quedó casi paralizado al verse descubierto, y luego de


pensar unos segundos como en trance, rompió el silencio al
decir:

- Albescu, casi no lo reconozco con el pelo y la barba ordenada, y


en buen estado nutricional. Ahora entiendo porque quería
hablar en privado, entre sombras tan oscuras como nuestro

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Ruedas en el Corazón

pasado, en el que ambos asesinamos para sobrevivir. Ahora las


espadas están rotas-

“Se acabó, debemos enterrar nuestros pecados y dejar de ser


marionetas, que la vida mueve, a veces con la diestra, otras con
la siniestra”.

Milosh se quedó pensando. Luego llamó a sus hijos y les ordenó


que le proporcionen provisiones al desconocido, que ya se
marchaba.

Jorska recibió los alimentos y las mantas, agradeció y se alejó,


silbando despreocupadamente.

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 8
No había podido enterrar sus pecados y no iba a poder lograrlo si
no le contaba la historia a sus hijos. Estaba decidido a hacerlo,
pero antes decidió preparar una botella mágica. Consiguió
cabellos de cada uno de ellos y los puso en el interior de esta,
agregando carbón mineral, nueve pétalos de flores silvestres y
esencia de frutos rojas.

Dejó la botella expuesta tres noches al rocío y a tres soles de


mediodía. El objetivo era que la botella sea contenedora
simbólica de la prosperidad, la unión familiar y el amor.

La luz de la luna discurría sobre el Danubio mientras una


mariposa emperador púrpura se posaba sobre el pelo de Tiara,
hija de Milan. Milosh tomó esta ocurrencia como señal de buen
augurio y decidió que esa noche narraría a sus hijos su historia
en el campo de concentración.

Milan, aficionado a coleccionar mariposas, tenía diversas


variedades de las cuales la Esfinge de las Adelfas, la Nacarada y la
Emperador Púrpura eran sus favoritas. Sin embargo, su obsesión
era conseguir la Mariposa Gitana de alas anaranjadas y manchas
negras puntiformes que le daban un aspecto atigrado. Siguiendo
la gran llanura hacia el lago Balatón, con suerte podría obtenerla.

Otras mariposas invisibles revoloteaban en los estómagos de


todo el clan, ya que las provisiones de pan, quesos y frutas se
estaban terminando por lo que el racionamiento era obligatorio
hasta conseguir nuevas reservas.

Terminada la austera cena, Milosh llamó a sus hijos y los llevó a


orillas del río azul, y principió a narrarles lo ocurrido en
Jasenovac y el río rojo, el Sava. No había hablado nunca de la

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Ruedas en el Corazón

muerte de su esposa Jovanka, ni de cómo sobrevivió gracias a su


habilidad en el Sitra Achra.

Las imágenes volvían a su memoria mientras las lágrimas que


nunca se habían marchado caían como lluvia por sus mejillas.

Cuando terminó su relato, sus hijos besaron sus mejillas y


también sus lágrimas.

Permanecieron juntos en silencio observando el río legendario, la


noche en retirada, un nuevo amanecer. Al día siguiente llegaron
al otro lado del río, dejando atrás la Puszta, región de la llanura
comprendida entre el río Tisza y el Danubio. Puszta en húngaro
significa “Tierra Desnuda”, la gran llanura de arena.

“Donde galopaban los panonios, los hunos y los ávaros, donde


está enterrado Atila y la invencible espada de Marte”.

Ahora recorrerían la región trans danubiana de la llanura, hasta


llegar al lago Balatón, el más grande de Europa Central, el mar
húngaro, la dulce princesa del Alfold. Cruzarían el Hontobagy,
zona central de la llanura, rica en viñedos, trigales y ganado,
rodeada de bosques de robles, abetos y álamos, donde la caza
fue una tradición ancestral.

El trayecto por recorrer era interminable, pero la riqueza de la


región les facilitaba alimento y ofrecía tranquilidad.

En la Puszta el terreno árido y en buena parte desolado, hacía


que la leyenda del Hada de la Lluvia cobrara fuerza. En la región
tradanubiana la lluvia era frecuente, y además la caravana se
había fortalecido con la obtención de dos caballos de silla y de
carruaje. Milosh no había perdido la habilidad para negociar los
trueques y había conseguido dos espléndidos nonius de gran

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Ruedas en el Corazón

alzada y hermoso color bayo, a cambio de un anillo de oro con


incrustación de esmeralda, que les obsequió Sandor Petran.

Los nonius, también conocidos como el caballo de la llanura


húngara, eran más útiles que cualquier joya, de poco valor real
en esos tiempos.

El viaje transcurría apacible. Acampaban junto a los arroyuelos y


disfrutaban de las veladas nocturnas donde las canciones de
Milan, el ruiseñor de la caravana alegraban el espíritu y
anunciaban buenos tiempos.

Durante el día sentir el viento en el rostro o algo tan simple


como descansar bajo la sombra de un árbol, era un placer.

Una mañana soleada se acercó a la caravana una joven


acompañada por tres perros dorados. Atraída por la curiosidad,
observaba sonriente los carruajes y a sus pintorescos ocupantes.
Los perros corrían alborotados alrededor de los caballos, y
Milosh ordenó que la caravana se detuviera.

La joven intentó calmar a los briosos bracos húngaros que luego,


como por arte de magia, se inmovilizaron al recibir la orden de
un gulya que apareció de la nada. Los gulyas o pastores
húngaros tienen gran afecto por sus perros, con los que
convivieron desde el pasado, en especial por los vizcia, el perro
dorado de la llanura, el braco de caza húngaro.

Sandor Petran no había podido apartar la mirada de la doncella,


que llamó padre al gulya. Sus ojos eran la quintaesencia de la
belleza, como girasoles primeros mirando al sol. El gulya,
dirigiéndose a Milosh, se presentó diciendo:

-Soy Ivo, de la familia Kovacs, pastores de esta región por varias


generaciones-
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Ruedas en el Corazón

Milosh procedió a presentar a su clan, indicando que eran


forasteros camino al lago Balatón.

Sandor no pudo contenerse y con voz malsonante por los


nervios, preguntó al gulya por el nombre de su hija. Esta no
había dejado de sonreír, y más aún al ver el nerviosismo de
Sandor, cuyas mejillas rubicundas parecían las mejores cerezas
de la estación.

-Nadia es su nombre, y es la menor de cuatro hermanos, todos


los demás hombres y muy celosos- dijo Ivo con expresión
burlona.

-Por cierto- continuó, -hoy cumple dieciocho años y lo


celebraremos con una gran fiesta, con carrera de equinos y baile
incluido- Los Albescu escuchaban con interés a Ivo Kovacs, que
procedió a invitarlos a la fiesta.

Milosh agradeció y solicitó a Kovacs que le permitiera agradecer


su gentileza participando en los actos.

Kovacs, sintiéndose satisfecho, pidió a sus invitados gitanos que


lo siguieran hacia la granja. Al llegar, los hermanos de Nadia se
acercaron y los miraron con desconfianza. Vania, su madre,
intervino diciéndoles:

-Tranquilos, muchachos. Esta debe ser otra de las locuras de su


padre. Traer extraños a la casa en un día de fiesta-

-Extraños seremos todos si no nos reconocemos como


hermanos- contestó Ivo. –La guerra aún no ha terminado. Y los
soviéticos avanzan hacia Budapest que heroicamente alista su
defensa. De nuestros aliados nazis sólo rescato los miles de
naranjos que sembraron en las inmediaciones del Balatón. Ojalá

60
Ruedas en el Corazón

que las batallas sigan sin tocar nuestra granja, y agradezcan que
aún podemos celebrar días como este-

Luego de estas palabras, los preparativos continuaron. Las


mujeres utilizaban paprika para aderezar los estofados, entre
ellos el goulash, plato típico de la región cuyos principales
ingredientes eran la carne de res, las cebollas y el tocino.

Los hombre, algunos ensillaban sus caballos, otros afinaban sus


instrumentos y todos bebían el famoso vino blanco húngaro.

El almuerzo fue un banquete para los Albescu, que comieron


como no lo hacían hace mucho tiempo. Los niños comían
cerezas y albaricoques, frutos que abundaban en la región, como
si se tratara de deliciosos caramelos.

Cuando todos estuvieron satisfechos, se dirigieron a un estrado


especialmente preparado para la ocasión donde Nadia, que
estaba vestida como una princesa, tomó el lugar preferencial.

Ante ella desfilaron los mejores jinetes de la región, jóvenes que


habían heredado el virtuosismo de sus antepasados magiares.
Habían preparado especialmente a sus cabalgaduras,
cepillándoles cuidadosamente el pelaje y adornando sus crines
con lazos de colores.

Eran llamados czicos, los gauchos de Europa, y mientras se


preparaban para la gran carrera, hacían acrobacias para
demostrar sus habilidades e intimidar a sus adversarios. El
ganador de la competencia, siguiendo la costumbre, sería la
pareja de baile de la agasajada.

Mientras se desarrollaba la carrera, Sandor alentaba a los jinetes


sin saber aún el premio que le correspondía al ganador.

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Ruedas en el Corazón

Una vez terminada la trepidante competencia, los Albescu


procedieron a iniciar su actuación. Sandor tenía talento para el
baile y el canto, y además poseía la magia del simsonte,
pudiendo imitar cualquier sonido a la perfección. Milan
entonaba las más alegres canciones gitanas y Spiro hacia una
demostración de lanzamiento de cuchillos.

Terminada la presentación que fue del agrado de todos, Ivo


danzó con su hija, dando inicio al baile. Sandor esperó
pacientemente hasta que Nadia esté sin compañía, se acercó y la
invitó a bailar una czarda que los músicos comenzaban a
interpretar. La czarda es un baile húngaro romaní y Sandor,
como buen bailarín, lo conocía a la perfección. Danzaron muy
compenetrados, y Sandor le preguntó a Nadia si creía en el amor
a primera vista.

Esta sólo sonrió y Sandor, antes de terminar el baile, le pidió si


podían charlar más tarde. Nadia esta vez sí le contestó
diciéndole:

-Zíngaro soñador, sería bueno que despiertes-

La palabra zíngaro es de origen griego y significa intocable y era


una expresión muy utilizada para denominar a los gitanos.
Cuando más tarde Sandor pudo conversar con Nadia, éste le dijo:

-Intocables seremos los dos hasta que yo pueda regresar por ti.
Juro que respetaré el valor de esta promesa-

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Ruedas en el Corazón

El Vizcia, el perro de caza húngaro

El Czico, llamado el Gaucho Europeo

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 9
Aunque estaban acostumbrados a la penumbra, esa noche era
especialmente oscura. Las estrellas no se habían asomado pero
sí la tristeza en el corazón de Sandor, que se marchaba junto con
el clan, dejando una promesa.

Se dirigían al sur del lago Balatón, para después seguir rumbo a


Szombathely.

El Balatón, el imponente mar dulce que sobrevuela el faisán. Los


Albescu nunca habían tenido el placer de saborear el ave
preferida por los aristócratas, cuya caza era famosa en esos lares.

El camino hacia el gran lago en esos tiempos estaba bastante


transitado por todo tipo de viandantes: forasteros, lugareños,
gente de mal vivir, y hasta militares. Pero lo que más llamó la
atención de los Albescu fue un grupo de soldados españoles
pertenecientes a la División Azul que marchaba a toda prisa en
dirección al Balatón. Eran probablemente desertores huyendo
de las fuerzas soviéticas que se acercaban victoriosas a territorio
húngaro.

Los nazis, como último manotazo de ahogado, se organizaban


para dar batalla a los rusos, y la operación “Despertar de
Primavera” estaba germinando, ofensiva que sería apoyada por
gran número de panzers. La batalla de Balatón era cuestión de
tiempo, y los Albescu tenían que salir rápidamente y sin llamar la
atención de la zona bélica.

Los soldados españoles, que eran tres, marchaban siguiendo el


mismo camino que la caravana y en las noches acampaban cerca
de ésta. Milosh tenía curiosidad por conocer su historia. Sabía
que la División Azul española había apoyado a las fuerzas

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Ruedas en el Corazón

alemanas en el sitio de Leningrado, pero de aquello ya había


pasado casi dos años.

Serían prisioneros de los soviéticos que habían logrado escapar,


o desertores que permanecieron escondidos por un tiempo en
algún poblado recóndito. O simplemente habían seguido
luchando con los nazis en otros frentes y ahora, al verse
derrotados regresaban a España.

La curiosidad la mayoría de las veces es más fuerte que la


prudencia, y por ello Milosh decidió visitar el lugar donde
acampaban los ibéricos. Fue recibido amablemente pero la
actitud de cautela era evidente. Milosh, para romper la barrera
de la desconfianza, les dijo:

-Desde hace dos días viajamos juntos y nos detenemos a


descansar en los mismos lugares. Quisiera invitarlos a cenar al
campamento y así dejar de ser desconocidos-

Al llegar se sentaron en torno al fuego encendido, y luego de


intercambiar miradas con los hombres del clan, procedieron a
presentarse.

El primero en hablar fue Francisco Linares, natural de Madrid,


hijo de un fanático fascista que había formado parte de la
Falange de la Sangre en la guerra civil española. Cuando el
general Franco cambia la posición española de neutral a no
beligerante, Hitler solicita apoyo militar para combatir a los
soviéticos.

Había una deuda que saldar. Los alemanes habían combatido


junto al generalísimo en la guerra civil, enviando la famosa
Legión Cóndor. Fue entonces que nace la División Española de
Voluntarios, que tuvo gran acogida entre los miembros de la

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Ruedas en el Corazón

Falange. De Madrid, Valencia, Burgos y Barcelona partieron


cerca de cincuenta mil jóvenes comandados por experimentados
militares que combatieron en la guerra civil.

Marcharon llevando como emblema la bandera española con


una esvástica, y cantando el famoso himno “De Cara al Sol”.
Francisco y su hermano menor Santiago combatieron junto con
los alemanes en el gélido territorio soviético, donde diariamente
desafiaron a la muerte. Lamentablemente, Santiago no
sobrevivió a tantas heridas recibidas en batalla durante el sitio
de Leningrado. Del otro lado, había muerto en Stalingrado el hijo
de la pasionaria, Rubén Ruiz.

La guerra civil española se prolongaba en el fragor de los


enfrentamientos en Rusia, donde seguían muriendo falangistas y
comunistas.

Cuando Hitler, en octubre de 1943, ordena el retiro de la División


Azul, muchos regresaron a España. Otros se enrolaron en otras
divisiones alemanas.

Francisco, junto con Miguel y Sergio, estuvieron juntos en una


división nazi en Yugoslavia, luchando contra los partisanos de
Tito. Ante el avance de la poderosa milicia soviética, decidieron
regresar a España. Francisco fue enfático en señalar que no eran
desertores, sino que seguían tardíamente la orden de Hitler de
regresar a España.

Los tres españoles continuaban usando sus uniformes


harapientos, lo que hacía recordar lo que Hitler mencionara al
referirse a la División Azul:

“La Banda de los Andrajosos, valientes, duros e indisciplinados.


El compañero que uno siempre quisiera tener cerca en batalla”.

67
Ruedas en el Corazón

Milosh consideró que era favorable para la caravana que los tres
españoles continuaran junto a ella. Les ofreció vestimenta,
incluyendo los kalches o pantalones anchos gitanos para que no
los identifiquen como soldados, sino como inofensivos miembros
de un clan gitano.

La caravana, junto a sus nuevos integrantes, logró remontar la


región del Balatón antes que se iniciaran las hostilidades. Ya en
el condado de Vas no se detendrían hasta llegar a Szombathely,
la ciudad más antigua de Hungría, capital de la Pannonia en el
Imperio Romano, la tierra que tiñeron de sangre el caballero
negro Francisco Nadansky y su esposa, la Condesa Sangrienta.
La tierra donde las hadas húngaras, con sus inmaculados
vestidos blancos lanzaban conjuros en las gotas de lluvia, para
purificar la vida.

Sandor, después de conocer a Nadia, sabia de la belleza de las


mujeres magiares y de sus hadas. Francisco, dándole la razón, le
mencionó que en España, a las mujeres hermosas se les llamaba
majas, y que este término deriva de magiar ya que muchas bellas
jóvenes húngaras llegaron a España.

Los recuerdos volvían como melodías y Sandor seguía bailando


una czarda interminable, que resonaba al compás de sus latidos,
y en cada árbol donde tomó descanso, había tallado un corazón
para no olvidar el camino de regreso.

La caravana continuó rumbo a la frontera con Austria. Estaban


dejando atrás la gran llanura, el fértil lago, los montes Bakony y
el cielo donde el ave mítica, el Turul, voló hasta quedarse en el
Escudo de Armas de Hungría.

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 10
Las nubes parecían oscuras naves surcando la tarde y entre ellas,
se asomaba el cielo como un mar azul grisáceo que espera
tormenta.

La caravana se encontraba cerca de la frontera austriaca y habían


tenido varios días de lluvia torrencial. Pero la verdadera
tormenta felizmente ya la habían dejado atrás. Las encarnizadas
batallas de Hungría ya habían empezado.

La lluvia terminó súbitamente como llegó y un impactante arco


iris invitaba a buscar los tesoros que los duendes dejaban a sus
pies. Pero el único tesoro que hallaron fue el que Milan había
esperado por tanto tiempo.

El murmullo de las hojas fue un presagio, y luego en tropel


surgieron las mariposas gitanas volando hacia el sol. El reflejo las
hacía más anaranjadas que nunca y Milan decidió atesorarlas
solo como un recuerdo, no quiso atraparlas. Eran libres como los
gitanos.

Continuaron su recorrido y ya en territorio austriaco se decidió


tomar un día completo de descanso para reponer energías.

Coraima y Gyula cada día fortalecían un amor que ya germinaba


desde hace pocos meses. No se lo habían comunicado todavía al
clan y esperaban el momento propicio para hacerlo.

Esa mañana el canto de las aves fue perfecto, como dulces


campanillas llamando a dejar el sueño. Gyula apenas abrió los
ojos, sintió como cada día, el placer de ver despertar a su gitana.
El embarazo la embellecía como si el sol estival amaneciera en su
rostro, y ahí se quedaba como la miel de sus labios y la de su
corazón, más dulce que una colmena.
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Ruedas en el Corazón

Eran tan jóvenes y su amor había volado tan de prisa, pero


también seguro, que ni los vientos del norte se atrevían a
oponérseles.

En la ceremonia del agua en las orillas del río Mur, anunciarían la


buena nueva. La caravana transitaba sobre la hierba mojada,
siguiendo sinuosas rutas pastoriles a través de la Estiria, el
corazón verde de Austria. Su destino, la ciudad de Graz y su
Torre del Reloj, donde el tiempo que marcaban sus agujas
sobrevivió pese a la destrucción del castillo.

Al llegar a un pétreo puente sobre el río Mur y estando ya cerca


de Graz, se decidió acampar para al día siguiente muy temprano
realizar la ceremonia de purificación.

Antes de la madrugada, todos, incluidos los españoles, se dieron


un baño florido que finalizó al despuntar el sol. La purificación
por el agua representaba la unión de un pueblo esparcido por el
mundo.

Llegaron a Graz cuando la cuidad aun no despertaba. La torre,


mientras se acercaban, se hacía cada vez más bella. Pese a las
guerras del pasado y a la que estaba terminando, su estado de
conservación era notable. La campana de fuego y los caracteres
del reloj permanecían intactos.

Los Albescu sentían la mística del ambiente, y siguiendo la


costumbre local las parejas del clan se acercaban al pie de la
torre para darse el “Beso de los Enamorados”, el cual aseguraba
que el amor de la pareja perduraría, con el tiempo por testigo.

Los lugareños que ya empezaban a circular por las calles


observaban con curiosidad la caravana, y la belleza de las
jóvenes gitanas deslumbraba a los transeúntes.

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Ruedas en el Corazón

Kefa, exóticamente bella, era un imán atrayendo a los curiosos.


Devoica, experta en la quiromancia y la cartomancia,
aprovechaba la circunstancia para demostrar sus habilidades
adivinando quienes podían dejar más dinero. Coraima y los
niños ponían la cuota de alegría cantando y bailando como
gitanillos.

El mundo musical de Austria no solo se limitaba a los valses de


Strauss o Schubert, o a las sinfonías de Mozart. El pueblo
austriaco también disfrutaba del arte en todas sus expresiones.

Milosh decidió que el clan se quedase unos días en Graz, ya que


había que aprovechar las pocas oportunidades que se
presentaban para hacer dinero. Una vez cumplida la tarea, al
tercer día se marcharon.

El estado de Salzburgo los esperaba con sus tradiciones y riqueza


histórica. Las Casa Hagenauer, donde nació Mozart, las
construcciones barrocas que dejó la monarquía de los
Habsburgo. Pero más que de estos monumentos históricos, los
Albescu disfrutarían de la majestuosidad de la región sur alpina
del estado.

Todos estaban cansados de las guerras y sus venenos


ideológicos. Por ello, cuando la caravana bordeaba los Alpes se
respiraba una inmensa paz.

Los caballos habían respondido extraordinariamente durante el


viaje. Miguel Rivera, uno de los españoles, como buen hijo de
andaluces, era aficionado a los equinos y disfrutaba atendiendo a
los vanners, los nonius y al frisón que formaban la caballada de la
caravana.

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Ruedas en el Corazón

Miguel mencionaba orgulloso que el caballo andaluz era el que


había dado origen al famoso corcel blanco austriaco.

Los lipizanos son originarios de las tierras de Kanz en Lípica,


Eslovenia, región que en dichas épocas formaba parte del reino
de Austria.

La cría de caballos en España era la más prestigiosa de Europa, y


como tal tenían un importante número de lipizanos. El
archiduque Carlos II de Austria importó nueve sementales y
veinticuatro yeguas de España, para fundar la Escuela Española
de Equitación de Viena.

Los celebrados caballos que nacían negros o castaños se iban


aclarando hasta llegar a su color blanco típico, y eran una de las
joyas principales del palacio de Hofburg, junto con la esmeralda
más grande del mundo y la lanza de Longinos.

Cuenta la historia que el poseedor de la santa lanza podía


levantar imperios. Por eso Hitler la había confiscado y llevado a
Núremberg a comienzos de la guerra.

El otro español, Sergio Fernández, era el más callado del grupo.


Tenía un extraño tic nervioso que probablemente había
adquirido durante la guerra. Parpadeaba como el aleteo de un
colibrí a la vez que desviaba los ojos al extremo de ponerlos en
blanco. Era tan delgado que las sombras lo ignoraban, y sus
extremidades eran tan largas que le daban un aspecto de
marioneta. Natural de Salamanca, había estudiado idiomas en
una prestigiosa universidad de esa localidad.

Sergio era el que más se había familiarizado con las costumbres


gitanas y disfrutaba su compañía. No parecía un soldado como

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Ruedas en el Corazón

Francisco o Miguel, y era muy difícil imaginar que había estado


en batalla.

Escuchaba atentamente los relatos en las veladas nocturnas, y


tomaba nota en un cuaderno raído, de las ocurrencias diarias y
de las leyendas de cada región.

En territorio austriaco le había llamado la atención la leyenda del


Basilisco, una bestia horrible de mirada candente y aliento
tóxico, que se originó de un huevo de gallo incubado por un
sapo, y al que sólo se le podía matar haciendo que vea su fealdad
en un espejo.

Un gallo había dado origen a un ser monstruoso, pero para los


gitanos, éste tenía un significado muy distinto e incluso tenían
una celebración llamada el Día del Gallo.

Esta festividad se origina cuando los turcos ordenaron matar a


todos los niños varones gitanos. Una joven madre, en su
desesperación por salvar a su hijo de tres años, mató a un gallo y
esparció su sangre sobre el dintel de la puerta de ingreso a su
casa. Más tarde, al pasar los soldados y ver la sangre, pensaron
que otros ya habían pasado por ahí y se fueron.

Así nació la Fiesta del Gallo, también llamada la Fiesta del Niño o
Ihtimya. Todo aquel que tiene un primogénito varón debe matar
a un gallo y verter su sangre por debajo de la puerta.

El clan se aprestaba a dejar Salzburgo, la región que en el pasado


se había salvado de la destrucción gracias a un toro y al ingenio
de sus pobladores.

Estando la ciudad sitiada y diezmada por el hambre, para


desmoralizar a los enemigos que esperaban pacientemente su
rendición, todos los días paseaban un toro distinto por la plaza,
73
Ruedas en el Corazón

para que estos lo vieran desde lo alto donde estaban apostados y


creyeran que aún tenía alimentos de sobra.

Hasta que llegó el día que, cansados de esperar, se retiraron,


viéndose Salzburgo liberada del sitio. La población estaba al
límite de la inanición y los toros eran tan solo uno, al que
pintaban diariamente de distintas tonalidades.

Los colores crepusculares caprichosamente dibujaban un círculo


dorado alrededor del sol que se ocultaba. La caravana se marchó
de Salzburgo llevándose la melodía que de ella brotaba, como si
fuera la música del propio Mozart. Se internarían en la región
del Tirol, rumbo a Innsbruck, su capital.

Al día siguiente, poco después del amanecer, bajo los tenues


rayos de un sol indeciso, la caravana recorría un pintoresco
trayecto. La vista no podía abarcar la inmensidad de los Alpes en
el horizonte. Milosh había decidido acercarse a las faldas de la
cordillera para complacer a Gyula y a Sandor, que buscaban la
flor de la luna.

Penetraron un profundo valle, y ya al pie de la montaña, los


gitanos se aprestaban a convertirse en alpinistas.

Edelweiss, la flor de leyenda, la blanca flor del romance que huye


de los humanos elevándose cada vez más en la montaña,
soportando las inclemencias del clima para sobrevivir. Pero ni las
heladas extremas ni las temidas alturas pueden impedir que el
hombre que quiere demostrar su amor escale rumbo al cielo
para conseguirla.

Su color, de una blancura especial como la luna entre la nieve,


hace que se camufle dificultando ser hallada. “Símbolo del
fervor y el coraje, del amor verdadero y eterno”.

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Ruedas en el Corazón

Gyula y Sandor querían una flor para sus amadas, y llevados por
la fuerza que manaba de sus pechos como un torrente, nunca
perdieron pie al trepar, hasta conseguir la prueba de su amor.

Coraima, al recibirla, colgó la flor en su pecho, como en el


corazón.

Sandor, enloquecido de amor, sufriendo del mal romántico que


lo consumía, guardó la flor para Nadia en un cuaderno, entre
sentidos poemas cortavenas. Sus días lóbregos eran aún más
sombríos sabiendo que Hungría se encontraba ensangrentada.

Tenía que regresar cuando antes por Nadia, con o sin el


consentimiento de Milosh. El clan de los Petran había
depositado su confianza en que los Albescu cuidarían bien de él.

Pero mientras más se alejaban de tierras magiares, la salud


mental de Sandor se resquebrajaba, por lo que en reunión del
clan se decidió darle todo el apoyo para que busque la felicidad.

“Como el eco vuelve fortalecido de la montaña, como el viento


puede llevar una flor a la distancia, el corazón puede desandar
los caminos, y volver más fuerte que el eco, que el viento, que el
amor de ayer”.

Miguel Rivera se ofreció de voluntario para acompañarlo, y


juntos prepararon a los nonius, aquellos que habían comprado
con el anillo de Sandor. Juntos volverían a cruzar la llanura
húngara, como dos invencibles hunos reencarnados, a la
conquista de un sueño.

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Ruedas en el Corazón

76
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 11
El Tirol. La región de ensueño que se extiende adornando
territorio austriaco en el Tirol del norte y del este, e italiano en el
Tirol del sur, con sus valles asemejando obras de arte con el
corazón de los Alpes como marco. Con sus fértiles campos de
labranza y sus riachuelos de aguas transparentes, donde la
pureza del aire se respira hasta limpiar cada alveolo, y el olor de
la naturaleza evoca los mejores tiempos.

Con todos los sentidos exaltados, los miembros de la caravana


perdían las ganas de ser gitanos y hubieran deseado ser parte de
ese mundo onírico, de ese paraíso lleno de paisajes, donde el
verde en todas sus expresiones compite con la blancura que
corona las montañas desde el cielo.

Habían llegado a una tradicional granja del valle para abastecerse


de víveres. El aroma de las flores que adornaban las ventanas de
las casas invitaba a acercarse.

La joven que despachaba los quesos y Stevo, el tercer hijo de


Milosh habían quedado visualmente conectados, como si no
existiera nadie a su alrededor. Era una sensación extraña para
Stevo que desde que había quedado viudo no se había
interesado seriamente en alguna mujer. Olenka no era una
beldad, pero su voluptuosidad y su mirada pícara no podían ser
fácilmente ignoradas.

Derrochaba simpatía, y su alegría contagiante la convertía en una


vendedora irresistible.

Los Albescu se aprovisionaron especialmente de lácteos y


hogazas de pan, y Milosh, al ver que la hora de la cena se

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Ruedas en el Corazón

aproximaba, ofreció pagar por alimentación típica de la región y


posada por una noche.

En realidad, lo que se necesitaba era que la caravana


permaneciera en la granja hasta el día siguiente, y una habitación
para los españoles, que hacía varias lunas que no dormían en
una cama.

Utilizarían buena parte del dinero que las gitanas del clan habían
ganado en Graz, pero necesitaban de buena comida y
esparcimiento.

A la hora de la cena fueron atendidos por los tiroleses, los


hombres con el Tracht, traje típico con el característico pantalón
corto de piel o cuero, de color negro o café, llamado Lederhosen,
que se usa con tirantes, las pantorrillas cubiertas con calcetines
de lana gruesa, y la cabeza con variadas y coloridas gorras con
plumas y otras características, que indicaban si el portador era
casado, soltero, y el oficio que desempeñaba.

Las mujeres llevando su Dirndl, con la blusa blanca y la falda con


delantal.

Las danzas no se hicieron esperar. Las alegres canciones al


compás del acordeón, el tradicional baile tirolés o Schuplattler,
contagiaban con su zapateo.

Coraima y Gyula se animaron bailando y girando tomados de un


dedo, como en una carola.

Milosh disfrutaba de la variedad de quesos y de la abundante


cerveza, para luego saborear el Schnitzel, plato típico de carne
apanada, patatas y mermelada de arándanos, y finalizar la cena
dulcemente con una tarta de manzana, el Apfelstrudel.

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Ruedas en el Corazón

Stevo y Milan estaban hipnotizados con los bailes, y hasta Sergio,


cuando fue invitado a bailar, mostraba una alegría desbordante.
Parecía una marioneta de Salzburgo en el teatro paradisiaco del
Tirol.

La velada continuó en medio de un intercambio cultural


matizado por bailes y relatos.

Stevo aprovechó la oportunidad de practicar algunos actos de


magia, donde como única condición solicitó la colaboración de
Olenka como asistente.

Milan por su parte, aprendió rápidamente el baile tirolés para


poder incorporarlo a su repertorio en el futuro.

Milosh y las mujeres escuchaban con atención la leyenda de los


Perchten, cuyo ardid era el engaño, como la sangre del gallo de
los gitanos.

Cuenta la leyenda que los diablos llegaban a la región del Tirol


cada diciembre. Los pobladores se disfrazaban de demonios
para que estos piensen que otros llegaron antes que ellos. Los
Perchten con sus máscaras y trajes, recorrían los pueblos
prendiendo fogatas y pintando sorpresivamente con cenizas los
rostros de las mujeres jóvenes, el tizón que protegía a las
vírgenes de dragones y demonios.

Al día siguiente, antes de partir, Kefa le obsequió a Olenka una


piedra gitana, la amatista, la cual atrae al ser amado. Esta,
retribuyendo el gesto, le regalo un collar con cristales Swarovski,
las idílicas piedras cristalinas producidas en la región del Tirol.

Lo inesperado de esa mañana fue el anuncio de Stevo, que


comunicó haber sido contratado por el padre de Olenka para
trabajar en la granja. Tenía experiencia en la agricultura y la
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Ruedas en el Corazón

ganadería, adquirida trabajando con los Petran en Serbia, y su


deseo era afincarse en esa región paradisiaca alpina de Austria,
donde tal vez también conseguiría el amor.

Al otro extremo del país, Sandor y Miguel Rivera se disponían a


cruzar la frontera rumbo a Hungría. Los pobladores de la Estiria
austriaca les habían recomendado no regresar a tierras magiares.
Budapest aún resistía la brutal embestida de las tropas rojas, que
desangraban el territorio húngaro a su paso.

Ambos jinetes, ya en Hungría, volvían sobre sus pasos,


recorriendo lugares salpicados de recuerdos. El clima no los
favorecía y el cielo desenfrenado embarraba los caminos
dificultando su recorrido.

Cada kilómetro que descontaban era un triunfo y las


adversidades climáticas les impedía conseguir alimento. Tenían
tanta hambre que si se les cruzaba cualquier fiera, se la
hubieran devorado.

Miguel sabia del hambre canina o voraz, pero sólo había


escuchado hablar de la carpanta o hambre violenta, y temía estar
comenzando a vivirla.

Casi llegando al Balatón, después de dos días sin comer, el sol


logró romper los cerrojos de las nubes. Sandor y Miguel
observaban el horizonte mientras la brisa les besaba la frente y
atizaba el fuego en sus corazones.

Como un fulgor a lo lejos, el inmenso lago los llamaba. Sandor


trató de ocultar una lágrima y Miguel al instante le dijo:

“La virilidad no se escapa con las lágrimas, ni se pierde en las


derrotas”:

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Ruedas en el Corazón

Descansaron bajo la protección del sol a orillas del lago, y se


alimentaron de los exquisitos frutos de la región, incluyendo los
naranjos nazis. Los alemanes ya habían dejado el lago y
avanzaban hacia Budapest.

Tras el obligatorio descanso, todo quedó listo para tomar el


camino con destino al Hontobagy, donde esperaban encontrar a
Nadia.

“Su recuerdo iluminaba los senderos como una canción en los


días sin sol”:

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 12
El horizonte reflejaba la firmeza de su mirada. Sus facciones,
duras como roca cincelada, denotaban preocupación. Los
poblados que iban recorriendo estaban casi despoblados y esto
era una señal de mal agüero para Sandor.

Sabía muy bien que se estaba librando una lucha desigual, y del
temperamento de los gulyas que defenderían sus tierras a capa y
espada.

Galopaban casi desbocados en dirección a la granja de los


Kovacs. Los nonius parecían incansables potrillos que se
sumaban a la acción como si supieran de la premura del tiempo.

Miguel sabía que la loca carrera probablemente no tendría un


final feliz, y agarrándose firmemente de las riendas de su
cabalgadura, miraba el horizonte que parecía un punto ciego
inalcanzable.

De todos los silencios, el de la incertidumbre era el que estallaba


en su interior. Al mirar de reojo a Sandor, Miguel confirmó que
el corazón no puede guardar silencio. Sandor se mordía los
labios mientras cabalgaba frenéticamente, pero éstos no podían
contener el grito libertario que explotaba en su garganta.

Cuando finalmente llegaron a la granja de los Kovacs, ésta se


encontraba prácticamente destruida, y para colmo de males no
se divisaba un alma.

Miguel y Sandor, mientras inspeccionaban la casa principal,


encontraron a una pareja de ancianos escondidos en una
habitación. Estos observaron horrorizados a los recién llegados,
cuyo aspecto descuidado después del largo viaje los hacía ver
temibles.
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Ruedas en el Corazón

Entre el miedo por un lado y la exaltación por el otro, no


lograban entenderse, hasta que Sandor, tranquilizándose,
preguntó:

-¿Conocen a Nadia, Nadia Kovacs?-

Ambos ancianos se miraron con los ojos humedecidos y se


acercaron a Sandor, como si lo hubieran reconocido.

La mujer lo tomó de la mano y le dijo:

-Zíngaro, cumpliste tu promesa-

Les pidió que la sigan fuera de la casa y caminaron a través de lo


que quedaba del jardín, hasta la única zona aún florida. Había
una cruz rodeada de toda suerte de flores con los capullos
abiertos hasta siempre, como el amor maternal.

-Aquí yace mi hijo Ivo- dijo la anciana. –Asesinado por no


rendirse, por no bajar nunca la cabeza y mucho menos lamer las
botas invasoras-

Sandor y Miguel, conmovidos, leyeron el epitafio:

“Ahora labrarás el cielo bajo tus pies, inolvidablemente, Ivo”

-¿Cómo fue?- preguntó Sandor.

El anciano padre de Ivo perdió su mudez y procedió a relatar lo


acontecido.

Era muy de mañana cuando sorpresivamente golpearon las


puertas. Los perros no habían ladrado y ningún ruido extraño
había perturbado el sueño familiar.

Expertos en el asalto por sorpresa, llegaron a la hora del sueño


profundo y eliminaron cobardemente a los áureos canes.

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Ruedas en el Corazón

Lo que vino después fue el saqueo y la captura de los hombres y


mujeres jóvenes. Vania, que intentó defender a sus hijos, fue
ultimada de un certero balazo en la cabeza.

Ivo, desarmado y con los brazos extendidos se paró delante de su


hija, intentando impedir su captura. Un sargento que conocía el
idioma húngaro le exigió que no oponga resistencia si quería
salvar su vida. Ivo, enardecido, le respondió que sólo obedecería
órdenes de su madre y retó al sargento a viva voz, diciéndole si
tenía el valor de enfrentársele uno contra uno.

Este sonrió sarcásticamente y dio una orden a sus subalternos,


que sin piedad dispararon sobre Ivo, que cayó sin dejar de mirar
a su asesino.

Después de un vergonzoso silencio, el sargento a duras penas


pudo ordenar que se lleven del lugar a los prisioneros. Se acercó
al cadáver como si quisiera verlo más de cerca, cuando en ese
momento apareció Sonya, la madre de Ivo, y lo abofeteó.

El avezado soldado ruso se limpió la sangre de sus labios, pero no


la de su alma, se dio media vuelta y se marchó.

De esto habían pasado cinco días y era seguro que las tropas
soviéticas seguían el Danubio camino a Budapest, que aún se
defendía. Sonya, dirigiéndose a Sandor, le dijo:

-Tú eres el gitano, pero yo soy la que adivina. Estoy segura que
irás en busca de Nadia y sus hermanos. No dejes que sea sólo la
tristeza quien habite esta granja-

Los padres de Ivo ofrecieron a Miguel y Sandor la ayuda de Franz,


un joven pastor huerfano de padre y madre, que tuvo la suerte
de no estar presente cuando llegaron los rusos.

85
Ruedas en el Corazón

Franz había dejado de ser un niño y era conocedor de las trochas,


los atajos del camino, los riachuelos y los rincones seguros de los
bosques.

Aceptaron complacidos el refuerzo y decidieron descansar para


partir temprano al otro día.

Sandor soñó esa noche con lo valiosa que hubiera sido la ayuda
del resto del clan. La serenidad de Gyula, el coraje de Coraima,
el poder del Tarot de Devoica, la belleza distractora de Kefa, las
mariposas fosforescentes de Milan, y sobre todo, los cuchillos de
Milosh y Spiro.

La mañana se abrió entre la bruma, y el sol apareció como una


luz argentina, como el recuerdo de los ojos brillantes de Nadia.

Se aprestaban a escribir otra historia. Miguel otra vez se


enfrentaría con los rusos. Esta vez no lo respaldaría el poderoso
ejército alemán, sino un loco gitano enamorado, sin más armas
que un corazón a prueba de balas.

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 13
El astro rey brillaba en todo su esplendor como un sol de justicia,
mientras tres nuevos “mosqueteros” avanzaban junto al
Danubio. Rápidamente, Franz les había enseñado a desplazarse
sin hacer ruido y a diferenciar los sonidos característicos de la
región.

Franz era un adolescente de casi diecisiete años, que aún


conservaba la cara de niño. Su cabello era largo de color
castaño, y sus ojos como la miel. Tenía el mentón prominente
sin llegar al prognatismo, y los pabellones auriculares pequeños
pero abiertos, como si quisieran escucharlo todo.

Su talla mediana y contextura delgada le facilitaban ser un


virtuoso jinete, acostumbrado a ganar todas las competencias
ecuestres. Hijo de un hermano de Ivo Kovacs, había crecido
junto a Nadia y, pese a que eran primos hermanos, muchos
pensaban que podrían casarse en el futuro.

Sandor no lo había reconocido, pero Franz había sido el cziko que


ganó la carrera de caballos el día del cumpleaños de Nadia, y por
tanto su pareja durante el baile.

Después de dos días de marcha, Franz decidió que mejor era


descansar a buen recaudo durante el día y avanzar protegidos
por la noche, siguiendo la senda que la luna iluminaba.

Se encontraban muy cerca de las tropas rusas, que habían


llegado a las inmediaciones de Budapest para reforzar a las que
luchaban por varias semanas.

En tiempos de caos, abundan los bandoleros. Jorska, el capo de


Jasenovac que en su camino a Budapest se había cruzado con los
Albescu, ahora lideraba a un grupo de malhechores que asolaban
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Ruedas en el Corazón

los caminos y saqueaban los poblados que la guerra había dejado


a su merced.

Sandor y sus compañeros, mientras trotaban en plena noche, se


detuvieron al escuchar débilmente a la distancia el crepitar de la
leña bajo el fuego. Se alejaron de la ribera del río, buscando una
mejor visibilidad en una zona alta desde la cual divisaron a unos
doscientos metros, la débil luz de una fogata.

Estaban tan concentrados tratando de observar a quienes


acampaban que no percibieron que unos metros a sus espaldas,
se acercaba sigilosamente un grupo de salteadores comandados
por Jorska.

Este, con voz amenazante y apuntándoles con un fusil ligero


ruso, les ordenó desmontar y colocarse a contra luna para
observarlos mejor. Al verlos tan jóvenes y desarmados, les dijo
en son de broma:

-Este es nuestro territorio y no aceptamos competencia- para


luego reír a carcajadas, contagiando al resto de los bandidos.

Miguel y Franz se miraban preocupados. Sabían que perderían


los caballos y la mayoría de sus pertenencias. Sandor por su
parte, se rompía la cabeza pensando donde había visto el rostro
de Jorska.

No podían oponer resistencia al grupo de asaltantes que, como


por arte de magia, había triplicado su número inicial. Muchos de
los que acampaban a corta distancia habían llegado portando
pistolas, machetes y otros elementos contundentes.

Jorska los apaciguó y les ordenó que tomen los caballos y todo
aquello que sea de algún valor. Mientras esto sucedía, Jorska
observaba el cielo estrellado, silbando alegremente.
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Ruedas en el Corazón

El silbido fue como un haz de luz aclarando la mente de Sandor,


que al fin pudo recordar donde había visto a Jorska. Trató de
soltarse de dos corpulentos bandidos que lo contenían y gritó
“Jasenovac”, llamando la atención de Jorska, que se acercó.

Sandor lo miró fijamente y le dijo:

-Los Albescu, que son como mis hermanos, me contaron la


historia de su padre Milosh en el campo de concentración. Sé
que ahí fue usted un capo y veo que ahora continúa siendo un
criminal. Sin embargo, espero que recuerde la noche en que se
acercó al campamento gitano, y donde Milosh Albescu, aun
sabiendo quien usted era, lo provisionó de alimentos-

Jorska lo interrumpió y gritó sonriente:

-Muchachos locos, creo que están extraviados. Deberían estar


yendo en sentido contrario, alejándose de Budapest, que arde en
batalla-

Luego prosiguió preguntándoles con curiosidad, si era una


casualidad producto de la desorientación la que los había traído
por esas tierras.

Franz ofendido, intervino manifestando que conocía la región


como la palma de su mano, y que estaban muy lejos de estar
perdidos.

Jorska hizo un gesto de incredulidad y Franz prosiguió indicando


que pretendían alcanzar al contingente ruso de retaguardia,
donde se encontraban los prisioneros civiles húngaros.

-Intuyo que pretenden realizar un rescate heroico- contestó


Jorska. –Pero sin armas y una preparación adecuada, su
incursión no deja de ser más que una gesta imposible, a menos

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Ruedas en el Corazón

que estén ocultando el Martillo de Thor o que hayan


desenterrado la Espada de Marte-

-No estamos para bromas. No podemos perder más tiempo-


replicó Sandor.

Jorska lo miró desafiante y le recordó que no estaban en


situación de exigir, y que su futuro estaba en sus manos.

Pese a ser gitano, Sandor sabia cuando callarse, a diferencia de


Miguel, que como buen español, siempre quería tener la última
palabra.

Miguel, perdiendo la calma, encaró a Jorska preguntándole si


alguna vez había conocido el amor. Este cerró los ojos por un
largo momento y cuando los abrió, su mirada ya adelantaba un
cambio en su actitud. Jorska recorrió los rostros de los tres
jóvenes y ordenó a sus hombres que los liberen y les devuelvan
sus pertenencias.

Luego se acercó a ellos diciéndoles:

-Para demostrarles que no soy malasombra ni siempre mendaz,


voy a ofrecerles mi ayuda-

Les pidió que caminen con él hacia el campamento. Al llegar, se


sorprendieron al ver que era mucho más grande de lo que
aparentaba a la luz de la fogata en la oscuridad.

“La débil luz que percibimos a lo lejos, no significa que la estrella


sea pequeña”.

Ya en el campamento, los integrantes de la banda salían de sus


tiendas y observaban con recelo a los recién llegados. No todos
tenían aspecto de truhanes o criminales. La mayoría
aparentaban ser desposeídos campesinos del condado.
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Ruedas en el Corazón

Jorska ordenó comida, y mandó llamar a los principales líderes


del grupo para que lo acompañaran. Estos sí tenían una
apariencia intimidante y era evidente que se trataba de curtidos
forajidos.

Después de escuchar atentamente el relato de Jorska, todos


estuvieron de acuerdo en apoyar la incursión que deseaban
realizar los tres jóvenes.

Les proporcionaron uniformes rusos, dos fusiles ligeros


semiautomáticos Tokarev, una pistola Luger, y finalmente, un
revolver Nagant, todo ello obtenido de soldados soviéticos y
alemanes caídos en batalla. Sus caballos nonius, llamativamente
húngaros, fueron cambiados por equinos usados por la caballería
rusa.

Sandor y sus compañeros guardaron sus ropas en una alforja, y


vestidos como soldados rusos, partieron al amanecer camino al
condado de Pest, donde atravesarían bosques y riachuelos hasta
llegar a la pintoresca ciudad de Erd, lugar donde esperaban
encontrar a Nadia y sus hermanos.

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 14
Febrero de 1945. Budapest, sitiada y atacada por todos los
frentes, estaba a punto de caer ante el avance del ejército rojo.

Destruida casi en un ochenta por ciento, no podía resistir mucho


más tiempo. Hasta el Castillo de Buda, corazón de la ciudad,
estaba derruido. Las tropas rusas, concentradas especialmente
en el norte de Budapest, arremetían incontenibles.

Los nazis, desde el Balatón, preparaban una contraofensiva como


última esperanza.

Mientras tanto, Sandor y sus compañeros, escondidos en un


bosque cercano a Erd, aguardaban el momento propicio para
intentar el rescate de Nadia, buscando un aliado en las
condiciones climatológicas, por lo que esperarían una noche fría
y lluviosa.

Uno de ellos se infiltraría previamente para espiar y localizar


donde dormían los prisioneros. Decidir quién era difícil. Miguel,
enemigo confeso de los comunistas, podía delatarse por su odio.
Sandor, cegado por el amor, podía cometer una imprudencia en
su afán de ubicar a Nadia. Por último, Franz era demasiado
joven, y con el uniforme parecía un niño disfrazado.

Por otro lado, Miguel era el único que tenía experiencia como
soldado, Sandor era el que mejor podía improvisar si se
presentaba una complicación, y Franz, siendo un gulya húngaro,
reconocería fácilmente a sus coterráneos.

Todos se habían ofrecido como voluntarios, pero tenían que ser


fríos como la noche que esperaban, y Miguel, teniendo la ventaja
adicional de estar familiarizado con el idioma ruso, era el

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Ruedas en el Corazón

candidato más indicado. No era un mercenario ni buscaba


recompensa. Estaba ayudando a Sandor por solidaridad.

Miguel tomó un fusil Tokarov a la vez que Sandor le alcanzaba


unos prismáticos y una botella de vodka, que les había facilitado
Jorska. Se despidieron con un fuerte abrazo, y siendo ya
medianoche, Miguel inició su camino hacia el fortín ruso.

Mientras Miguel se alejaba con su característico modo de andar,


Franz y Sandor observaban al español y al cielo como pidiendo
una doble ayuda.

No había llovido, y las noches desde que llegaron a Erd habían


sido caprichosamente estrelladas, como las que uno hubiera
deseado en tiempos de paz. Tal lo acordado, esperarían que el
clima entre en juego y les ofrezca una noche ideal para darle el
alcance a Miguel.

Éste ya se había infiltrado entre los camaradas soviéticos, y sabía


que su actitud era su mejor camuflaje. Mantener los labios bien
cerrados y mostrar el rostro de la arrogancia para que nadie le
hiciera preguntas. Se había propuesto encontrar la ubicación de
los prisioneros antes de que amanezca.

Mientras deambulaba en la oscuridad aguzaba todos sus


sentidos. Las tiendas del ejército rojo ocupaban una verde y
extensa explanada frente a un arroyo. En la zona central de ésta,
se encontraba el Hospital de Campaña, donde pudo comprobar
muy poca actividad, lo que confirmó lo que él y sus compañeros
presumían: las fuerzas que allí se encontraban no habían
intervenido aun en las Batallas de Hungría. Sólo habían arrasado
con poblados indefensos y tomado prisioneros en su camino.

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Ruedas en el Corazón

Los motorizados y los tanques se ubicaban en las afueras del


campamento, y al otro extremo, cerca del arroyo, estaba las
caballerizas.

Miguel, experto en caballos, decidió esperar al amanecer para


después ingresar al establo y atender a los equinos, como si
fuera un mozo de cuadra.

Al llegar la mañana, el movimiento de la milicia era inusual y se


había perdido la rígida disciplina. Se escuchaban gritos,
risotadas, y muestras de algarabía. Budapest al fin había caído, y
todos se aprestaban a celebrar.

Miguel observaba atentamente y aprovechando la confusión, se


mezcló entre los soldados. Llevaba su botella de vodka, y el
rostro enmascarado con una sonrisa.

La alegría era desbordante y era presumible que en pocas horas,


muchos estarían bebiendo como cosacos.

La mañana era clara como un manantial que despertaba al sol, y


Miguel tenía que aprovechar las circunstancias para localizar a
los prisioneros.

Caminando hacia el extremo norte de la zona de caballerizas, en


un declive del llano, Miguel divisó lo que parecían ser unas
improvisadas barracas. Al acercarse, las ráfagas de hedor que se
percibían en el ambiente confirmaron el hacinamiento y las
precarias condiciones de higiene en que se solía tener a los
prisioneros. El contingente ruso que vigilaba este sector no
pasaba de una docena de hombres.

Miguel regresó hacia el Hospital, consiguió un mandil que se


colocó sobre el uniforme, y tomó un estetoscopio para colgárselo
del cuello.
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Ruedas en el Corazón

Al retornar, los vigilantes charlaban distraídos y eufóricos,


comentando los últimos sucesos ocurridos en Budapest. Miguel
ingresó adonde estaban confinados los prisioneros sin que se le
pida una contraseña o autorización. Fue mirado de reojo, y al
verlo con la bata blanca, no desconfiaron de él.

El espacio era pequeño y ocupado en su mayoría por hombres


que observaban al supuesto doctor implorando ayuda. Al fondo,
tras las sombras, estaban arrinconadas las mujeres, buscando
protección en la suciedad para esquivar las tentaciones de los
guardias.

Miguel se acercó a ellas, que no eran más de cincuenta, y se


sorprendió al comprobar que pese a las circunstancias, la
mayoría no conseguía pasar desapercibidas como lo hubieran
deseado. No podían, su belleza las traicionaba.

Todas lo observaron con incertidumbre y Miguel pidió que se


acercara la prisionera Nadia Kovacs. La joven que se presentó
ante él, pese a la tierra impregnada en el rostro y al cabello
enmarañado, pese al desaliño y a los harapos que vestía, era una
flor exuberante, cautiva pero inmarchitable.

Miguel la tranquilizó diciéndole que hacía las veces de un


heraldo enviado por Franz y Sandor, para luego darle unos versos
que éste último le había entregado:

“Hoy que regresé para buscarte,


Quien sabe entre la vida y la muerte,
Tan solo la esperanza me hace fuerte,
Para seguir hasta encontrarte”

No podía creerlo. El zíngaro con el que apenas se conocía


cumplía su promesa y arriesgaba su vida por ella.

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Ruedas en el Corazón

Nadia, confiando en Miguel, aprovechó para informarle que tan


solo uno de sus hermanos, el mayor llamado Ivo como su padre,
continuaba prisionero junto con ella.

La huida no era imposible. No había cercos ni estaban


acorralados. Los centinelas estaban distraídos por el furor de la
victoria y además ya empezaban a beber. La mayoría no eran
verdaderos soldados, sólo eran hombres que luchaban y morían
por su patria.

Miguel estaba seguro que los rusos morderían el anzuelo, y que


su plan haría que no sea necesario que Sandor y Franz
intervengan.

Buscó a Ivo entre los prisioneros, explicándole detalladamente lo


que tenía que hacer. Él fingiría ser un enfermo afectado por la
tisis, por lo que tendría que toser constantemente y respirar a
bocanadas. Nadia, con la ropa ensangrentada por una
hemorragia vaginal, sería la otra paciente por ser trasladada al
hospital. Para esto, Miguel se hizo un corte en la región ventral
de la muñeca, embadurnando el vestido de Nadia con su sangre.

El “médico” y sus dos pacientes no tuvieron inconvenientes en


dejar el recinto de prisioneros y después, al caminar entre los
soldados tampoco despertaron sospechas. El mandil médico los
hacia invisibles y tenían que sacar ventaja inmediata de esta
situación. Miguel rápidamente los condujo hacia la zona norte
de las caballerizas para seguir el arroyo, como si fuera la senda
secreta de Epialtes.

El arroyo corría inocente, mientras la vegetación ribeteaba sus


márgenes. Su agua pura saciaba la sed de Ivo y Miguel, mientras
Nadia intentaba lavar la sangre de su vestido.

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Ruedas en el Corazón

Persiguieron el curso un kilómetro más allá del campamento


ruso y después se adentraron en el bosque, para regresar por
Sandor y Franz.

La luz del sol de mediodía se filtraba entre los árboles, dándole al


bosque un encantamiento casi de cuento.

Miguel, mientras caminaba con los dos hermanos, pensaba en


las dificultades que se avecinaban. Sabia de primera fuente que
el ejército rojo se dirigía hacia la región del Balatón, para detener
la última ofensiva nazi. Además, en el territorio por recorrer
hasta la granja de los Kovacs, podían volverse a topar con
rufianes.

Ivo trataba de aclarar sus ideas y no comprendía como sus


hermanos menores habían escapado sin él.

Nadia, como un hada húngara, caminaba dejando rosas tras cada


paso. Sus sentimientos flotaban como una nube indecisa a
punto de llover. Sandor le parecía atractivo y su promesa
cumplida la tenía fascinada, pero aún no lo conocía lo suficiente
como para amarlo.

La marcha por el bosque continuó hasta que llegaron a un claro


al pie de una pequeña colina. Miguel reconoció el lugar donde
había dejado a Sandor y Franz, y corrió cuesta arriba, gritando
sus nombres.

Sandor y Franz, parapetados en la colina, observaban


sorprendidos sin entender bien lo que sucedía. Miguel los
alcanzó y jubiloso, les explicó que había logrado rescatar a Nadia
y a Ivo. Todos corrieron para darse el alcance en medio de la
colina, que se revestía de sueños.

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Ruedas en el Corazón

Los corazones zumbaban ante el enjambre de emociones. Era


como si estuvieran naciendo a una segunda vida.

Sandor, con un fuerte abrazo, estrechó a Nadia contra su pecho,


para después mirarla como un selenita lo haría ante una
protoestrella. Y en medio de ese espacio interestelar apareció
Franz, que besó a su prima en ambas mejillas.

Mientras esto sucedía, el ejército rojo ya había hecho su ingreso


triunfal a Budapest, y las divisiones que se encontraban al sur de
la ciudad iniciaban su marcha al encuentro de los nazis, que
arremetían desde el Balatón.

Todos sabían que los alemanes serían derrotados y que los


levantamientos patrióticos de algunas ciudades solo serían
refriegas fácilmente controlables para los soviéticos. Era más
que evidente que los comunistas pronto cerrarían las fronteras,
por lo que no había tiempo que perder.

Decidieron tomar ruta bien hacia el sur, alejándose de las


carreteras y a prudencial distancia de las aglomeraciones
urbanas, para intentar llegar primero a la granja de los Kovacs y
luego dirigirse a la frontera con Austria.

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 15
El crepúsculo ya había aceptado el trueque de la luna por el sol, y
la estrellas aparecían como nudos donde se trababan los hilos
luminosos de la enorme red de la noche.

La tensa espera había sido desgastante para Sandor y Franz,


cuyos pensamientos habían zozobrado en mares de ansiedad,
mientras estuvieron aguardando el momento de intervenir, que
finalmente nunca llegó.

Miguel había aparecido hace unas horas acompañado de Nadia e


Ivo, y los planes se facilitaban. Descansarían esa noche para
partir temprano al amanecer.

En la mañana la lluvia llegó como una visita inesperada y con


intensidad tal, y que los obligó a refugiarse en la espesura del
bosque aledaño. No había llovido en varios días, pero el
aguacero llegó para salvarlos.

Minutos después de haberse cobijado bajo las copas y el ramaje,


apareció en el camino que habían dejado una división de tanques
rusos, que precedía a un numeroso contingente de infantería.
Permanecieron en silencio tras las líneas enemigas, mientras los
T-34 desfilaban como una comparsa mortal.

Inmóviles y camuflados como la más oscura de las sombras,


esperaron a que las tropas de a pie dejaran sólo su rastro. Todos
recuperaron el aliento y después de un tiempo prudencial,
retomaron el camino. La lluvia cesó rápidamente y el cielo era
completamente azul. Sandor tenía la corazonada de que el buen
clima les devolvería el tiempo perdido.

Después de seis horas de marcha ininterrumpida, se encontraron


con un poblado característicamente rural. Las casas pequeñas
101
Ruedas en el Corazón

con techos inclinados cubiertos de tejas perfectamente


imbricadas, las puertas y ventanas como un lienzo pintado con
flores y en el jardín, una hamaca para mecerse entre sueños.

Se les acercó un joven de aspecto extraño, con grandes orejas


como las del Fenec y el cabello con la tonalidad que da el agua
de manzanilla o la madreselva. Éste les informó que la mayoría
de los aldeanos se encontraban en la iglesia, celebrando un
matrimonio.

La curiosidad y la necesidad de que la travesía sea bendecida, los


llevó a asistir al oficio religioso. Cuando ingresaron al templo, se
sorprendieron al observar la expresión de temor en los rostros
de los feligreses.

El sacerdote ya finalizaba el sacramento y su voz resonó


diciendo:

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

Los recién casados no llegaron a besarse al verse interrumpidos


por el murmullo general. Soldados rusos irrumpiendo en la
iglesia en pleno matrimonio. Nadie podía creerlo. Los ánimos se
sobresaltaron y el sacerdote pidió a los enemigos de Hungría que
se retiren del templo.

En ese momento Sandor y Miguel hicieron conciencia de que aún


vestían el uniforme ruso y buscaron las palabras para aclarar el
malentendido.

Franz intervino identificándose como un campesino húngaro y


explicó que el uso del uniforme ruso había sido un artilugio para
rescatar a sus familiares.

102
Ruedas en el Corazón

Ya esclarecida la situación, los novios se besaron entre aplausos.


El temor vivido instantes previos dio paso a la algarabía, y los
nuevos esposos fueron llevados en andas hacia el patio posterior
de la iglesia, donde se realizaría la fiesta.

El sacerdote se acercó a Sandor y al resto del grupo, y después


de darles su bendición, los invitó a participar de la celebración.

Mirna, la recién casada, era robusta pero mantenía las formas.


Su cabello castaño caía sobre sus ojos de iris verdoso punteado
de granadilla. Sus mejillas, pletóricas como rosas encendidas,
iluminaban su sonrisa triunfal, como la de todas las novias.
Bailaba como llevada por alas de ángel, con Viktor, su esposo,
que nerviosamente intentaba secar su rostro bañado por un mar
de sudor, que también empapaba su elegante y ajustada tenida.

Sandor pidió la palabra y se acercó a los novios con resolución.


Todos se volvieron para observar al gitano vestido con uniforme
ruso, que ya había tomado a la pareja de las manos. Con una
amplia sonrisa, se dirigió a los presentes solicitando dos pañuelos
y dos canastas colmadas de variadas flores.

Luego explicó que pertenecía al clan gitano de los Petran y que


era una tradición en sus bodas, intercambiar flores a ciegas.

Para hacer más idílico el momento, la magia de la música de


fondo ofreció sus más deliciosas notas. Con los pañuelos
vendando sus ojos y las canastas en sus manos, Mirna y Viktor
iniciaron el intercambio floral.

Cada uno tomaría al azar una de su canasta y se la ofrecería al


otro, recitándole románticas palabras. Continuarían
entregándose flores y frases de amor hasta que ambos
coincidieran en tomar la misma flor.

103
Ruedas en el Corazón

Lila con lila, tulipán con tulipán. La misma flor en ambas manos
indicaría cual representaría a la pareja. Mirna y Viktor, después
de cinco intentos, coincidieron en sacar rosas blancas de sus
canastas. La flor nacional de Rumania simbolizaría su amor.

Cada país tiene su flor nacional. España el clavel, Italia la


margarita, Francia la amapola, Portugal la lavanda. Pero que una
pareja tenga su propia flor fue algo que todos tomaron con sana
envidia y simpatía.

Lazlo, el padre de la novia, intervino y agradeció a Sandor por su


gesto, y a los presentes por su asistencia. Después continuó con
las buenaventuras y parabienes para los novios y terminó
diciéndoles:

“Recuerden que el enamoramiento es locura, y el amor


sensatez”.

El abuelo de Viktor, pícaro y experto en el contrapunto,


completó el verso:

“Si el enamoramiento es locura, y el amor es sensatez, entonces


para mantener la cordura, mejor no me enamoro otra vez”-

La alegría en la fiesta aumentaba como el caudal de un río,


alimentado por el vino y la cerveza. Sandor y Nadia bailaron una
czarda, como aquella primera vez en la granja de los Kovacs.

La joven se encontraba en un dilema, ya que consideraba que


aún no se encontraba en edad casadera y además recién estaba
descubriendo los arcanos de amor.

Mientras esto sucedía, un extraño personaje observaba sigiloso


desde una parcela de trigo cercana al patio de la iglesia donde se
desarrollaba la fiesta. A Sandor le pareció reconocer al

104
Ruedas en el Corazón

muchacho de las prominentes orejas que les dio información al


llegar al pueblo.

Viktor, el novio, que también se había percatado de esta


presencia, le explicó a Sandor.

-Su nombre es Lajos.- Perdió a sus padres al comenzar la guerra,


y desde entonces su conducta fue alterándose progresivamente-

Se había convertido en un hombre esquivo y de mirada glacial,


tan solitario que ni su sombra lo seguía. La única persona con la
que hablaba en el pueblo era con Mirna. Cuando se enteró de la
boda, su estado mental se deterioró aún más, y era algo
cotidiano verlo caminando perdido y lamentándose por los
rincones.

Sandor, conmovido, le explicó a Viktor que Lajos había sido quien


les había informado que se estaba realizando un matrimonio.
Viktor se sorprendió inicialmente, ya que Lajos no se comunicaba
con nadie. ¿Por qué iba a hacerlo con extraños?

Luego comprendió que éste había pensado que se trataba de


soldados rusos que interrumpirían el matrimonio y tomarían
prisioneros.

La fiesta prosiguió hasta entrada la noche. El claro de luna


iluminaba las pestañas de Nadia y hacia que a Sandor sólo le
importaran esos ojos. Antes que los novios se retiren, Sandor le
reveló a Viktor un secreto gitano:

“Si la zanahoria se sirve con vino, actúa como unos de los más
poderosos afrodisiacos”.

105
Ruedas en el Corazón

A la mañana siguiente, cuando fueron a los pastizales donde


habían dejado sus caballos, se dieron con la sorpresa que éstos
habían desaparecido.

Sandor y Miguel regresaron al pueblo donde todos aun dormían.


Solo hallaron despierto a Lajos que al verlos, intentó ocultarse.
Al ser alcanzado, se mostró indiferente, sin contestar las
repetidas preguntas de sus interrogadores. El silencio se había
adueñado de su voz y Sandor tenía la certeza de que era él quien
se había apropiado de sus caballos. Horas más tarde, ni con la
ayuda de los pobladores fue posible sacarle una palabra a Lajos.

Tendrían que vencer esta nueva dificultad. Sandor, como buen


gitano, estaba acostumbrado a carretear y a caminar. La
fortaleza de Franz e Ivo, siendo ambos gulyas, no dejaban la
menor duda. Miguel, acostumbrado a cabalgar, tenía un reto
que vencer, el cual afrontaría con su habitual terquedad.

En cuanto a Nadia, marcharía como una princesa escoltada por


cuatro lacayos.

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 16
Después de una larga jornada a pie, donde recorrieron unos
veinte kilómetros, cruzaron el vado de un afluente del Danubio y
se detuvieron a descansar, pensando en la posibilidad de utilizar
algún medio de transporte terrestre. Pero la falta de dinero
alejaba esta opción. No tenían ni un penique ni objetos de valor
que pudieran vender, salvo sus piedras gitanas y talismanes.
Lamentablemente, no estaban en el lugar adecuado para
hacerlo.

Miguel y Sandor, que no eran húngaros, habían aprendido a


conocer la gran llanura, el “Hunuguri” la morada de Atila y sus
inquebrantables hordas, y marchaban a paso firme junto con sus
compañeros magiares, intentando alejarse cuanto antes de las
sombras de la guerra. Dejar atrás a los destacamentos rusos
como a un depredador vencido en carrera por un ciervo
inalcanzable.

En medio de una tarde solariega, se encontraron ante una vasta


extensión de campos fértiles y al fondo, como si fuera la imagen
de una postal, divisaron una granja rodeada de dorados trigales.

Caminaron entre las espigas hasta llegar a un cuidado jardín


bordeado de ramilletes de rosas y lirios. Frente al pórtico de la
casa observaron con envidia un reluciente Opel Olympia modelo
1936.

-No está en venta- les dijo un hombre de unos cincuenta años


que hizo su aparición fantasmal desde el granero.

De aspecto rudo y estatura cercana a los dos metros, dejó su


mirada de águila clavada en los ojos de los recién llegados.

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Ruedas en el Corazón

Luego, haciendo tamborilear los dedos en la culata de su


escopeta, les pidió que se marcharan a la brevedad.

Franz intervino tratando de calmarlo diciéndole que eran


compatriotas de paso, en largo camino de regreso al hogar. Miró
a sus compañeros que ya no vestían el uniforme ruso, sino
sencilla ropa de faena, e intentó hacerle ver al amenazante
granjero que éstos no representaban ningún peligro.

Éste, sin dejar de apuntarles, les reiteró que los forasteros no


eran bienvenidos. De pronto, una voz dulce pero firme silenció a
los presentes.

-Gigantón, baja el arma. No ves que es sólo un doncel-

Franz la miró y ésta continuó diciéndoles:

-Mi esposo adolece de falta de modales, y ser cascarrabias es


atávico en su familia-

Obviamente detentaba el poder en la pareja y su marido parecía


haberse transformado en un manso corderito.

-¿Cuál es su historia?- preguntó con curiosidad.

Franz narró las peripecias y los curiosos episodios que habían


vivido. Durante cerca de media hora, detalló la secuencia de los
acontecimientos, contando con la colaboración de Miguel, que
relató cómo había rescatado de la boca del lobo a Nadia e Ivo.

-¿Todavía eres capaz de creer que han improvisado un cuento?-


le dijo Yrina a su esposo. Luego, sin mencionar una palabra, tan
solo con la mirada, le hizo saber lo que tenía que hacer. Este, a
regañadientes, invitó a los intrusos a pasar al interior de la casa.

108
Ruedas en el Corazón

La primera visión que tuvieron al ingresar fue la de un anciano


sentado en un viejo sofá. Estaba casi totalmente cubierto por
una manta de algodón muy blanco que lo hacía ver más pálido.
Su piel y sus labios descoloridos parecían haber estado
escondidos por buen tiempo de los disparos del sol.

Médico de profesión, se había retirado a comienzos de la guerra,


luego de haber ejercido durante muchos años en el famoso
Hospital en la Roca de Budapest.

A la usanza de la vieja escuela, había sido muy dedicado y


minucioso con las enfermedades de sus pacientes, pero
testarudo para aceptar y tratar las propias. Padecía de diabetes
desde hacía veinte años y ya las complicaciones de este mal le
estaban pasando factura.

Sin embargo, era imposible convencerlo de acudir al Hospital de


la localidad de Dég, donde residían. Había sido un destacado
internista en Budapest y consideraba que ningún médico
pueblerino podría aportarle algo que él no supiera.

Como doctor se había caracterizado por las pocas palabras y el


diagnóstico certero. Como paciente, gritaba y renegaba sin parar
cada vez que su hija Yrina lo quería llevar al Hospital.

Era un cuadro pintoresco ver al viejo médico escrutando con ojo


clínico a los recién llegados.

Miguel, luego de presentarse, aprovechó la ocasión para tener


consulta gratuita. Desde hace dos días había presentado dolor e
inflamación en la pierna izquierda, molestias que había asociado
con el desgaste propio de las exigentes caminatas, pero en la
noche previa se agregaron intensos escalofríos y fiebre alta, lo
que motivó su preocupación y la de sus acompañantes.

109
Ruedas en el Corazón

El anciano se incorporó impulsado por la satisfacción de sentirse


útil y examinó detenidamente a Miguel.

Luego lo miró con actitud contemplativa y tomándose la barbilla


con la mano derecha, comenzó su disertación:

-Paracelso, hace siglos, estableció que la presencia de rubor,


calor y dolor conforman una triada característica de los procesos
inflamatorios. En este caso particular, la inflamación es debida a
una infección estreptocócica del tejido celular subcutáneo, y
teniendo en cuenta la severidad de la afección, recomendaría la
hospitalización inmediata del paciente- finalizó diciendo el
doctor.

-Entonces serán dos los pacientes que irán al Hospital- dijo Yrina
con decisión.

-Solamente si vamos al Hospital General de Dunávjvaros, que


está mucho mejor equipado que el de nuestra ciudad- replicó su
padre.

Era casi un milagro que el viejo cascarrabias al fin hubiera


aceptado acudir a un centro hospitalario.

Esa noche cenaron y después de la tertulia, todos estuvieron de


acuerdo que tanto rusos como alemanes deberían arder en el
infierno. También reconocieron que era vergonzante que
después de la caída de Budapest, ya muy pocos se atrevían a
alzar la voz y la bandera.

Deseaban fervientemente que la tristeza se convierta en polvo,


pero hacía falta más que un gran médico para curar el alma. Se
decidió también esa noche que los enfermos partirían muy de
mañana, acompañados por Yrina e Ivo, que era el único que
podía manejar. Los demás esperarían en la granja y
110
Ruedas en el Corazón

aprovecharían de ganar algún dinero trabajando, ya que eran


tiempos de siega y faltaban manos.

A las seis de la mañana del día siguiente, en medio de un plomizo


amanecer por la densa neblina, partieron con destino al hospital
de Dunávjvaros.

Pese a que había estado fuera de uso por más de un año, el Opel
Olympia respondió de maravilla. Su color perla con una franja
ocre llamaba la atención de los otros conductores, y pese a tener
casi diez años de antigüedad, flotaba en la carretera como un
velero acariciado por la brisa.

El veterano doctor viajaba tomado de la mano de su hija Yrina,


sentada en el asiento posterior. Miguel, sin esbozar una mueca
de dolor, resistía estoicamente los embates de la infección. Se
había remangado el pantalón, ya que sólo el roce de la tela le
provocaba insoportables punzadas. Su piel había tomado un
color encarnado y el edema casi había duplicado el volumen de
su miembro inferior.

En estas circunstancias se desplazaban en sepulcral silencio,


hasta que el doctor lo interrumpió diciéndoles:

-Les puedo revelar un secreto-

Todos convinieron en escucharlo y el doctor procedió a relatarles


su confidencia.

-Hace muchos años, cuando Yrina era pequeña, antes de laborar


en el Hospital de Budapest, trabajé como residente casi diez
meses en el Hospital de Dunávjvaros. En esos años de deliciosa
irresponsabilidad, un médico joven era fácil blanco de los
encantos de las enfermeras. Lo mismo que un toro de lidia
embistiendo el rojo intenso, era muy difícil contenerse y no
111
Ruedas en el Corazón

sucumbir a las provocaciones, y casi todos se veían obligados a


demostrar su desbordante virilidad, para que su hombría no sea
puesta en duda-

-Sophia era su nombre- continuó el médico. –De hermoso


rostro, apetecibles caderas y piernas bien torneadas. Tuvimos
un apasionado romance que finalizó cuando me ofrecieron una
vacante en Budapest. Aún conservo la flor que le coloqué esa
última noche en el cabello. Y ni el paso del tiempo pudo borrar
su recuerdo que fue una estrella, siempre presente y azul-

El médico hizo una pausa y continuó.

-Años después, en Budapest, una colega que había sido


transferida del Hospital de Dunávjvaros me confesó el secreto de
Sophia. Teníamos un hijo, al cual había inscrito con mi nombre,
Fred. Desde ese momento me encargué de su manutención, y
posteriormente pagué sus estudios de medicina- dijo.

-Para terminar la historia les contaré que Fred actualmente


ostenta la Jefatura del Servicio de Nefrología en Dunávjvaros y lo
más probable es que finalmente él sea el encargado de mi
tratamiento- terminó el hombre.

Yrina, conmovida por la noticia, no pudo hacer comentario


alguno. Miguel en cambio, aprovechó la oportunidad para
decirle:

-Enhorabuena, doctor Fred. Al fin tendrá un médico tratante en


el que pueda confiar-

El doctor, tratando de calmar los nervios y haciendo lo imposible


por contener las lágrimas, giró el rostro hacia la ventana y se
distrajo el resto del camino contemplando los durmientes de la
vía férrea aledaña a la carretera.
112
Ruedas en el Corazón

Cerca de las once de la mañana llegaron a destino. El color


desvaído y el anticuado aspecto del Hospital contrastaban con la
frescura despedida a raudales por los eucaliptos que circundaban
el nosocomio.

-Estos árboles cantan en las ventanas de los pabellones de


Hospitalización y las melodías de sus pajarillos son un remedio
que sí funciona- dijo el doctor Fred, mientras ingresaban por la
puerta de emergencia.

Miguel caminaba rengueando, y el doctor Fred perdiendo la


calma, solicitó una silla de ruedas. Dos fornidos técnicos de
enfermería se acercaron inmediatamente, y con fuerza hercúlea
levantaron al doctor como si fuera una pluma, y lo sentaron en la
silla.

Esta situación provocó un instante de comicidad insuperable, ver


al doctor peleando y lanzando improperios, mientras trataba de
liberarse de los dos forzudos provocó la risa incontenible de
todos sus acompañantes.

Calmados los ánimos y esclarecida la confusión, Miguel ahora sí


en la silla de ruedas fue llevado a la Sala de Emergencias para ser
evaluado. Después de cerca de una hora, se les acercó un
Asistente Social informándoles que el médico de guardia había
dispuesto el internamiento de Miguel.

Sin embargo, al no ser ciudadano húngaro, esto no sería posible


y sólo se limitarían a estabilizar la emergencia.

El doctor Fred, luego de identificarse, replicó diciendo que el


estado del paciente podía agravarse si la infección progresaba, y
que él asumiría los gastos de hospitalización. El asistente, desde
que revisó los documentos, se había quedado con la curiosidad

113
Ruedas en el Corazón

de preguntar la relación de consanguinidad que tenía con el


doctor Fred Pataki. Luego de la obligada pregunta, el doctor
despejó la incógnita al decirle que era su hijo.

-Tratándose de un recomendado del padre del nuevo Director


Médico, haremos una excepción con el paciente español- dijo el
asistente.

Miguel fue hospitalizado en el ala este del segundo nivel, en la


sala de Medicina Interna. Era un ambiente amplio con quince
camas por lado colmada de pacientes crónicos, muchos de ellos
esperando la estocada final.

Pese a la gravedad de los casos, la mayoría no se quejaba y


mucho menos había gritos atronadores ya que todos parecían
acostumbrados al sufrimiento. Los doctores y el personal
paramédico estaban en constante movimiento y atendían a los
enfermos con total sangre fría. La diaria rutina parecía haber
cegado sus sentimientos.

Grande fue la sorpresa de Miguel cuando en una de las camas


contiguas reconoció a Jorska. Tenía aspecto saludable y
enamoraba a todo el personal femenino. Enfermeras, técnicas,
nutricionistas, e incluso doctoras no se salvaban de sus piropos
subidos de tono.

Jorska también reconoció a Miguel y se le acercó para


preguntarle en voz muy baja si también se estaba escondiendo
en el Hospital.

Miguel se distrajo observando los múltiples cortes y los grotescos


tatuajes que la menuda bata dejaba al descubierto.

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Ruedas en el Corazón

-Son cicatrices rituales- le explicó Jorska, condecoraciones en el


mundo del hampa. Miguel, sin comprender el motivo de orgullo
del maleante, le pidió que se retire y lo dejara descansar.

Jorska se alejó, no sin antes decirle:

-Espero pueda confiar en ti-

-Tu secreto está bien guardado. No revelaré tus antecedentes- le


contestó Miguel entre dientes.

-Favor con favor se paga- le respondió Jorska haciéndole una


señal de advertencia.

Ya avanzada la tarde y tal como el doctor Fred lo había


anticipado, un coro de aves iniciaba su concierto sanador.
Mientras tanto, en el primer piso, en el área de Consulta Externa,
el doctor Fred aguardaba su turno con resignación.

La voz de la secretaria llamando al paciente Fred Pataki rompió la


tensa espera. Éste ingresó al consultorio donde fue recibido por
su hijo, con pulcros modales pero con frialdad. El viejo doctor
quiso abrazar a su hijo, pero se contuvo ante la barrera de su
indiferencia. En los vericuetos de la memoria trataba de rescatar
las últimas imágenes que guardaba de él. No lo veía desde que
cumplió diez años.

Habían pasado veinte años y el pequeño Fred se había


convertido en uno de los más respetados médicos del Hospital.

Recibió la indicación de tomar asiento y mientras lo hacía, dirigió


a su hijo una mirada suplicando perdón. Este se conmovió
mínimamente y le dijo:

-Acaso querías que te recibiera con una guirnalda de flores


tropicales-
115
Ruedas en el Corazón

El anciano, con profundo arrepentimiento, le declaró:

-Desde lejos he seguido tus pasos, como quien persigue un sueño


perdido. Por eso te entrego mi corazón como una flor, a cambio
de un último rayo de sol en el ocaso de mi vida-

El joven médico se levantó y abrazó al enfermo más que al padre.


Sabía que su resquebrajada salud lo necesitaba. El diagnostico
de insuficiencia renal realizado por su hijo no fue novedad para
el doctor Fred. Lo que sí no esperaba fue recibir la orden de
internamiento para completar estudios y evaluar la posibilidad
de realizar hemodiálisis.

Su hijo le explicó con paciencia que de acuerdo a los resultados


de la depuración de creatinina, se decidiría la conducta a seguir.
Y que de ser necesaria la diálisis, que era lo más probable, tenía
que hacerle una fistula arteriovenosa. Todo esto ameritaba por
lo menos unos tres días de internamiento.

En otras circunstancias el viejo galeno no hubiera aceptado el


tratamiento, pero tratándose de una indicación de su hijo, la
acató sin murmuraciones.

Yrina e Ivo, ya informados de la situación y sabiendo que ambos


enfermos permanecerían por unos días en el Hospital, decidieron
despedirse y regresar al día siguiente debidamente preparados.

Tomaron nota de todos los encargos del doctor Fred, incluyendo


su pijama favorito, y subieron por las escaleras al segundo piso
para despedirse de Miguel, aprovechando que era hora de visita.

Mientas caminaban por el pasillo junto con la multitud que se


dirigía a las Salas de Internamiento, Ivo se quedó paralizado al
reconocer a su hermano Karl, que salía del Pabellón de
Traumatología en una silla de ruedas.
116
Ruedas en el Corazón

Recuperado de la impresión, corrió a darle el alcance y se


fundieron en un abrazo interminable.

Yrina era una espectadora privilegiada del conmovedor


encuentro y observaba entre lágrimas a los hermanos. El
parecido físico era impresionante. La misma nariz, el mismo
porte, las mismas manos curtidas y poderosas, como las garras
del halcón. Pero sobre todo, la misma mirada rebelde del gulya
húngaro que vive y muere por sus tierras.

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 17
Miguel se entretenía observando a cada uno de los pacientes con
los que compartía la amplia Sala de Hospitalización de Medicina
Interna. Curiosos personajes golpeados por las enfermedades y
por la vida, compartiendo sus miedos y también sus historias.

Miguel los miraba a hurtadillas, como quien contempla a los


protagonistas de una obra aun por estrenar. Allí estaban el
párroco desahuciado, besando obsesivamente un crucifijo; el ex
político retrograda y sus insoportables arengas; el viejo marino
estrellero, presumiendo que podía leer el cielo sin astrolario, cual
antiguo navegante

También estaba el capo de un campo de concentración, que


fingió un ataque de isquemia transitoria y que con la complicidad
de un mal médico, consiguió su internamiento. Parecía la
reencarnación de un corsario y además, le tenía más miedo al
agua que un gato callejero. Podía pasarse semanas sin mudarse
de ropa.

Pero de todos, la figura principal era un joven hojalatero, experto


en reparar carrocerías de vehículos militares. Presentaba una
extraña enfermedad autoinmune que deterioraba sus
articulaciones en forma incontenible. Discapacitado y postrado
en una silla de ruedas, tenía como pasatiempo escribir poéticas
cartas a una amante imaginaria.

“MI amor lucha contra tu ausencia, violentando el tiempo,


cual enemigo declarado, de cada minuto sin ti”

Escribía, declamaba y hacía preguntas en voz alta, que el mismo


se contestaba, y siempre sus respuestas eran las menos

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Ruedas en el Corazón

esperadas. Nadie le prestaba atención, sólo Miguel con su


indisimulable admiración por los soñadores.

La Sala era fría como en cualquier hospital. En sus techos altos


las miradas dolientes se perdían entre las telarañas. Compartían
un baño que no tenía espejos, no por austeridad sino por
indicación médica. Era mejor que los enfermos no se
deprimiesen observando la imagen que la consunción mostraba.

“Lo que tantos otoños se encargan de arrancar,


La enfermedad lo consigue en pocos meses”

Jorska, como no, con sus malas artes había conseguido una
radio, y las noticas del desenlace final de la guerra junto con las
canciones de Carlos Gardel, eran lo único que mantenía la
atención general.

Mientras todos escuchaban los compases del afamado tango


“Volver”, irrumpió en la Sala un angustiado Ivo. La suma de
sentimientos no lo dejaba expresarse con claridad. Había
encontrado a Karl, pero a su vez había recibido la noticia de la
pérdida de su otro hermano, János.

Brevemente le explicó a Miguel lo sucedido, para posteriormente


manifestarle que el doctor Fred también había sido internado.
Esa noche Yrina y él volverían a la granja por provisiones y
artículos personales que el doctor había solicitado.

Regresarían temprano en la mañana junto con Franz, que los


ayudaría a movilizar a Karl, que ya estaba por ser dato de alta.
Horas después, ya en la granja de los Pataki, Ivo le narró a Nadia
lo sucedido con sus hermanos.

Una noche, Karl y János, junto con otros dos prisioneros, fueron
llevados por milicianos rusos a las afueras del fortín que habían
120
Ruedas en el Corazón

montado en Erd. Tenían que ayudar a cargar las cajas de


municiones que transportaba un camión con pertrechos que se
había averiado a unos kilómetros del lugar.

En esas circunstancias fueron sorprendidos por el ataque de un


grupo de rebeldes, que terminó por ultimar a los soviéticos.
Durante el intenso enfrentamiento János fue herido de
gravedad, y Karl resultó con múltiples lesiones en las piernas por
las esquirlas.

Jorska, el líder de los rebeldes, ofreció llevarlos al Hospital de


Dunávjvaros, por ser la ciudad más cercana que aún no estaba
bajo el yugo soviético. Lamentablemente, la hemorragia interna
descompensó a János, llevándolo a un shock hipovolémico, que
le ocasionó la muerte.

Karl tuvo el penoso deber de enterrar a János en las


inmediaciones de Dunávjvaros, bajo la sombre de un antiguo
roble.

Finalmente, cuando llegaron a la Clínica, Karl fue internado para


la cura quirúrgica de sus heridas y Jorska, como buen encantador
de serpientes, convenció a un joven neurólogo de aceptar un
soborno para que le indique su hospitalización. Necesitaba
esconderse por un tiempo, ya que después del asalto al camión
de pertrechos, los rusos seguramente le iban a poner la puntería.

Nadia, que abrigaba la secreta esperanza de que los dos


hermanos perdidos pudiesen estar vivos, lloró desconsolada
cuando Ivo finalizó su relato. Las lágrimas, como cascada de
rocío, caían por sus mejillas, y su imaginación parecía haberla
transportado hasta el sepulcro de János, donde un viejo roble
había sido testigo de su injusta partida.

121
Ruedas en el Corazón

Luego de unos minutos, salió de su estado de trance y le suplicó


a Ivo acompañarlo a Dunávjvaros. Este la abrazó consolándola, y
le explicó que necesitaban comodidad para transportar a su
hermano aún convaleciente. Entonces, Nadia se quedaría en la
granja con Sandor y Bernát, el esposo de Yrina.

Yrina y Bernát conformaban un sólido matrimonio católico,


profundamente arraigado a las costumbres y tradiciones del
pueblo húngaro. Habían tenido un solo hijo, Mark, que no dudó
en alistarse en el ejército nacional que defendió Budapest.
Infortunadamente, murió abatido en los primeros escarceos de
la defensa de la capital.

Los esposos habían quedado con el alma tambaleándose en un


hilo, ante el terrible precipicio de su ausencia. Desconsolados, se
habían abocado a trabajar sus tierras de sol a sol.

Cuando el grupo de jóvenes llegó a su granja, el sentimiento


maternal de Yrina restituyó su caudal, como si el pasado
estuviera de vuelta. Estaba decidida a ayudarlos en todo lo que
estuviera a su alcance.

Al día siguiente, a la hora del sol, Yrina, Ivo y Franz tomaron


rumbo al Hospital de Dunávjvaros. Llevaban provisiones como
para quedarse un par de días y no habían olvidado los encargos
del doctor Fred, incluyendo su pijama favorito.

Franz viajaba pensativo, sin saber cómo reaccionaría al


encontrarse con Jorska. Sabía que su incursión ante los rusos
había sido precursora de la libertad de Karl, pero también de la
muerte de János. Sus ideas se ordenaron cuando observó de
reojo a Yrina, que rezaba en voz baja con un rosario y una biblia
en las manos.

122
Ruedas en el Corazón

Al llegar al Hospital, encontraron a un renovado doctor Fred.


Había tenido su primera sesión de hemodiálisis y estaba
desintoxicado. Miguel también estaba respondiendo
favorablemente al tratamiento para combatir la infección.

Mientras esto acontecía en el Hospital, Sandor y Nadia


disfrutaban la esperada ocasión de estar a solas. El destino
siempre les había puesto la tierra por en medio, y ahora
trabajaban juntos.

Esa despejada tarde de un viernes de mayo, bajo un aire de


contagiosa complicidad, ambos esperaban el final de la jornada.
Nadia se había trenzado el cabello y tenía puesto un vestido de
color azul, que a Sandor le parecía como el del cielo.

La ardua faena hacia que los colores de sus mejillas se tornen


más vivos, como un ramillete de rosas rojas recién florecidas,
mientras sus deliciosos pechos se columpiaban al ritmo de su
agitada respiración, que era un susurro melodioso para Sandor.

Casi al caer la tarde y ya finalizadas sus tareas de labranza,


Sandor tomó de la mano a Nadia y la invitó a contemplar juntos
el atardecer. Mientras buscaban una zona empinada dentro del
campo, el chirrido de los grillos bajo la llovizna vespertina los
acompañaba.

El dulce rumor del riachuelo, el batir de las alas del jilguero,


siguiendo al sol que se escondía entre las lejanas colinas, creaban
el ambiente perfecto para el romance.

Sandor sorprendió a Nadia al entregarle la flor que sube cada vez


más alto en la montaña, la alba flor de los Alpes que había
guardado para ella. Cuando Sandor le explicó lo que la flor

123
Ruedas en el Corazón

austriaca, el Edelweiss, representaba, Nadia se sintió acribillada


de dulzura.

En el cielo, los astros se colocaban como un collar en derredor de


la luna. Entonces una estrella fugaz, como una perla
desprendida, cayó sobre la pareja, ofreciéndoles un deseo.

Se tenían al alcance del corazón, los latidos se hacían cada vez


más fuertes, y la luz tenue invitaba al acercamiento. Luego de un
intenso beso, donde los labios no querían separarse, se dejaron
llevar por la pasión.

“Los corazones resonando,


y los cuerpos rítmicamente danzado.
Sin pedir tregua y a máxima demanda,
bañados en sudor como agua de lavanda”

124
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 18
En los Hospitales, el frío invariablemente está presente
paseándose por todos los rincones, hasta por los más oscuros e
impenetrables. Llega siempre con rigurosa puntualidad y todos,
tanto enfermos como familiares pueden sentirlo casi con
exactitud. Y no es como el frío climático que puede atenuarse o
esconderse durante meses. Es constante, impostergable y cala
hondo hasta los huesos y el alma.

Pero debajo de este hielo también surge incontenible y más


poderosa aun, la fe. Venciendo síntomas y signos, potenciando
tratamientos médicos, pero sobretodo, uniendo más a las
familias.

El doctor Fred se había reconciliado con su hijo, Ivo y Franz le


daban todo su apoyo a Karl, y Miguel ya muy recuperado,
intentaba alimentar los sueños de sus compañeros de Sala.

Yrina, pese a ser una mujer luchadora, su expresividad somática


reflejaba dulzura, y a diferencia de la mayoría de las mujeres,
hablaba poco y sin levantar la voz al hacerlo. Franz le recordaba
a su hijo. Por ello, cuando supo que era huérfano, la idea de
adoptarlo no dejaba de dar vueltas por su mente.

Franz ni siquiera imaginaba la existencia de esa posibilidad. Veía


a Yrina con simpatía y admiración, pero no como una figura
materna.

Transcurrieron dos días y los tres enfermos ya estaban en


condiciones de salir del Hospital.

El Opel de la familia Pataki no tenía espacio suficiente para


todos, por lo que el doctor Fred junior dio la autorización para
que una de las ambulancias del Hospital movilice a su padre y a
125
Ruedas en el Corazón

Karl. La Phanoment Granit 30, de origen alemán, era amplia y


equipada especialmente para atender a heridos de guerra. Dos
enfermeros habían sido asignados para atenderlos durante el
viaje.

Por más que intentaron viajar en convoy, el chofer de la


ambulancia era más experimentado y estaba acostumbrado a la
velocidad propia de su oficio, por lo que llegaron con antelación
a la finca de los Pataki. Era cerca de mediodía y los frutos
iluminados en las ramas de los árboles eran un regalo del sol.

Nadia y Sandor, más enamorados que nunca, trabajaban


arduamente en la siembra, siguiendo el ritmo del canto de los
bosques aledaños.

“Una semilla, una flor.


Una melodía, una canción de amor”

La llegada de la ambulancia interrumpió su labor y motivó que se


acercaran a la casa, donde junto con Bernát, intercambiaron
miradas confusas. Por sus mentes pasaron diversas ideas, hasta
la posibilidad que estuvieran presenciando la llegada de una
improvisada carroza fúnebre con los restos del doctor Fred.

Sin embargo, la ausencia del Opel como cortejo alejaba esta


presunción. Mientras se acercaban a la ambulancia, un hilo de
sudor frío corría por la frente de Bernát, que no dejaba de
preguntarse si ya le había llegado la hora a su anciano suegro.

No tuvieron que esperar mucho. Apenas se abrió la puerta


posterior del vehículo, los gritos del doctor Fred resonaron,
dando indicaciones y quejándose con los enfermeros. Llevárselo
todavía no estaba en los planes celestiales.

126
Ruedas en el Corazón

Nadia corrió hacia la ambulancia al ver a su hermano Karl, que


descendía con dificultad. Estaba extremadamente delgado y su
rostro mostraba las huellas del dolor. Sus ojos reflejaban
bondad, pero a su vez la firmeza y el honor de un samurái.

Nadia lo estrechó entre sus brazos y sin mediar palabra, ambos


lloraron recordando a János. El abrazo fraternal fue
interrumpido cuando llegó a sus oídos el mugir del ganado
vacuno que estaba inquieto en el cercado. Era un presagio de
tormenta, por lo que procedieron a refugiarse al interior de la
casa.

Minutos después y ya bajo una intensa lluvia, llegó el Opel


manejado por Ivo, que se apeó junto al pórtico para que todos
pudieran ingresar sin mojarse al hogar de los Pataki.

Sentados al calor de la chimenea, relucía la camaradería propia


de la gente del campo. El doctor Fred hacía gala de su refinado
gusto musical, tocando al piano las melodiosas notas de la ópera
53 de Chopin.

Yrina le resumía a Nadia la trama del último libro que había caído
en sus manos, una novela de Margaret Mitchell de poético
nombre “Lo que el Viento se Llevó”. Nadia la escuchaba
ensimismada como si se hubiese transportado a Tara, junto a
Scarlet y Ashley. Con los cabellos sueltos hasta la espalda y sus
deliciosos bucles cayendo sobre su rostro, era también una
belleza de novela. Sandor la miraba deslumbrado y ella le
correspondía con una sonrisa.

Entretanto Franz, que ya había recibido la propuesta de adopción


de Yrina, se encontraba en una encrucijada. De aceptarla,
contaría con todas las facilidades para terminar los dos años

127
Ruedas en el Corazón

escolares que había perdido, y luego tenía la promesa del hijo del
doctor Fred de ayudarlo a estudiar medicina.

Ivo y Karl, aun sabiendo que ya resonaban los clarines y


tambores de victoria de los rusos, habían decidido quedarse en
Hungría y trabajar la tierra de sus padres.

Miguel por su parte, no quería regresar derrotado a España y


sólo había ido a casa de los Pataki para despedirse de Sandor.
Retornaría con la ambulancia a Dunavjvaros para reencontrase
con Jorska, cuyo plan al salir del Hospital era volver con sus
secuaces y enrumbar hacia el norte de Italia, y que mejor en esos
tiempos que hacerlo resguardado por un grupo armado.

Nadia se había dado cuenta que había amado a Sandor desde el


primer momento, y no se veía a sí misma en el futuro sin su
compañía.

Franz finalmente decidió quedarse con los Pataki, para felicidad


de Yrina y Bernát.

Al día siguiente, los Kovacs y Sandor madrugaron para iniciar el


camino hacia su granja. Al llegar, se despidieron de su hermana,
probablemente para siempre. Sandor y Nadia cruzarían la
frontera austro-húngara para dirigirse hacia el Tirol, donde los
Albescu los esperaban en un pequeño poblado, al pie de la
alpestre cordillera, como la llamaba El Dante.

128
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 19
Meses antes, en el puerto de Génova, Italia, la actividad era
febril. El movimiento portuario, de por sí intenso, se había casi
triplicado. Innumerables familias pugnaban por conseguir un
lugar en los transatlánticos que zarparían con destino a Norte y
Sur América.

Los hoteles cercanos al puerto habían sido virtualmente


invadidos por miles de foráneos, convirtiendo la ciudad en una
nueva Babel, donde todos hablaban lenguas diferentes.

La mayoría buscaban nuevos horizontes donde volver a


comenzar. Otros simplemente huían como ratas buscando salvar
el pellejo y no ser juzgados.

Max Bejakar había logrado conseguir boletos de embarque en


primera clase, pero aun en esa privilegiada zona de la nave no se
sentía seguro. Sabía que encontraría pasajeros tan peligrosos
como aves de rapiña, volando en círculo sobre su presa.

Por ello tenía que tomar todas las precauciones del caso, para
proteger su dinero y las joyas que aun conservaban. Raquel, su
esposa, había preparado unas pequeñas bolsas de tela para
guardar el dinero. Cada uno de los miembros de la familia se
colocaría una debajo de la ropa interior, asegurándola con
imperdibles. En estas bolsas cuidadosamente escondidas, sus
valores estarían íntimamente protegidos.

Los Bejakar en pleno sentían la angustia que precede a un largo


viaje, y se encontraban en primera fila en la zona de embarque,
esperando iniciar el abordaje.

129
Ruedas en el Corazón

Acoderado en el muelle los esperaba el “Principessa Margarita”,


embarcación de mediano tonelaje, fabricado cinco años atrás por
la línea Lloyd y con capacidad para mil personas.

La tripulación estaba lista para recibir a los pasajeros, que ya


iniciaban el abordaje llevando sus ilusiones como equipaje
principal.

El capitán y el primer oficial, ambos italianos, inspeccionaban el


ingreso de los viajeros. Su actitud impaciente denotaba que
esperaban a alguien.

De los últimos en subir a bordo fue un grupo numeroso como de


diez familias, que ordenadamente y casi en silencio subieron a la
embarcación. Su vestimenta poco llamativa y aspecto
descuidado contrastaba con la importancia que el capitán y el
primer oficial parecían darles. Era evidente que intentaban pasar
desapercibidos.

Cuando Max los vio llegar a primera clase con tan importante
escolta, inmediatamente tuvo un mal presentimiento, como un
sabueso intuyendo lo que escondían.

Así como il Duce y sus camisas negras habían sido partidarios de


los nazis, no era extraño que oficiales italianos aun mantuvieran
firme esa alianza.

Los Bejakar habían conseguido dos camarotes contiguos, cada


uno de los cuales contaba con cómodas literas, una pequeña sala
y baño privado. Se habían aprovisionado de alimentos Kosher no
perecibles como para buena parte del viaje, y habían comprado
media docena de libros, dentro de los cuales destacaba “El
Extranjero” de Albert Camus, autor que conmovía a Max, ya que

130
Ruedas en el Corazón

narraba con crudeza el impacto que la Segunda Guerra estaba


generando en la humanidad.

Los hijos de los Bejakar eran adolescentes, pero las condiciones


en que les había tocado vivir, los había hecho madurar
precozmente.

El mayor, Jacob de diecisiete años, tenía contextura delgada y


estatura mediana como su padre. Su cabello castaño ensortijado
parecía que jugaba a ocultar su frente prominente. Dueño de
una sonrisa fácil y un semblante dulce, tenía el poder de cautivar
de primera impresión.

Gabriel, el menor, era la otra cara de la moneda. Pese a tener


sólo dieciséis años, su aspecto intimidaba. Era más alto y
corpulento que su hermano, con los cabellos negros pulcramente
peinados hacia atrás. La expresión de sus ojos saltones era casi
tan belicosa como su nariz, afilada como un cuchillo. Parecía
encontrarse siempre absorto en sus pensamientos, como
intentando vencer sus conflictos internos, viviendo en un mundo
en el que nadie estaba invitado a participar.

Raquel, su madre, pese a que había nacido en cuna de oro y


crecido rodeada de todas las comodidades, la guerra la había
convertido en una mujer luchadora.

Fue padre y madre cuando su esposo estuvo preso en el campo


de concentración, logrando sacar adelante a sus hijos. Pese al
sufrimiento y a las privaciones, mantenía su atractivo. De
esbelta figura y cabellos negros muy largos que contrastaban con
su cutis de brillo anacarado. Sus ojos, de mirada cambiante
como la luna, llamaban la atención tanto como sus labios, de un
color rojo muy similar al encausto de los emperadores.

131
Ruedas en el Corazón

Max la amaba intensamente y estaba dispuesto a devolverle la


felicidad que el destino les había arrebatado. Era un hombre de
carácter apacible, pero valeroso cuando lo requerían las
circunstancias.

Aun siendo respetuoso de la ley judía, le era muy difícil perdonar


a quienes habían sido sus opresores. Había elegido emigrar
hacia la floreciente ciudad de Buenos Aires para abrir una
mueblería, siguiendo la tradición familiar. Tenía muchas
expectativas y ansias por llegar, pero el viaje recién estaba
comenzando.

Los primeros días de navegación transcurrieron casi sin que la


familia deje sus habitaciones. No sólo por el poco deseo de
socializar, sino también por los efectos que el balanceo del barco
les había ocasionado.

Luego de dos días y ya más acostumbrados a la danza del mar,


los Bejakar decidieron salir de sus camarotes y establecieron una
rutina. Paseaban mañana y tarde por la cubierta, que era donde
se sentían más cómodos. En ella alternaban pasajeros de todas
las clases hoteleras, sin distinciones. Y es que en realidad solo
habían comprado su pasaje en primera clase porque fue el único
sector en que encontraron disponibilidad.

No eran amigos del lujo y mucho menos del despilfarro, pero la


situación incierta de los judíos en Europa los obligó a abrirse
paso cuanto antes hacia un mejor destino.

En relación a la alimentación, no podían vivir sólo de las


provisiones que tenían en sus habitaciones, por lo que siguiendo
las reglas, tenían que acudir al comedor de primera clase en los
tres horarios establecidos.

132
Ruedas en el Corazón

Siempre a la derecha, como los primeros violines de una


orquesta, ocupando un amplio sector del comedor, se ubicaba el
misterioso grupo que había abordado a última hora.

Max estaba seguro que se trataba de criminales de guerra


ocultando su identidad con la complicidad de la oficialidad
italiana.

Con el paso de los días, éstos fueron tomando confianza,


quitándose la máscara y dejando sentir su desprecio por los
Bejakar y el resto de los comensales. Desafiar a aquellos
hombres que habían hecho suyo el comedor de primera clase,
era algo que Max estaba a punto de no poder evitar.

Su esposa Raquel trataba de calmarlo con sabias palabras,


diciéndole que cada estrella tiene su lugar en el cielo, y que era
mejor evitar conflictos por un ridículo espacio en el comedor.

-Pueden quedarse con un lugar en el cielo si quieren, pero su


tierra no sólo la perdieron sino que además ahora los rechaza-
replicó Max. Luego llamó a sus hijos para que lo sigan hacia la
cubierta, donde les dijo:

-El hombre que teme a sus enemigos, tiene el deshonor como


castigo- Max prosiguió su alocución bajo la atenta mirada de
Jacob y Gabriel.

-Los nazis fueron a la guerra sin seguir un ideal sino a un caudillo.


Por ello sólo fueron soldados de barro moldeados por un tirano.
Fuertes ante los débiles, poderosos únicamente en superioridad
de condiciones-

“El hombre que por un ideal no lucha,


es porque a su corazón no escucha”

133
Ruedas en el Corazón

134
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 20
Heinrich Himmler, uno de los jerarcas más importantes del
nazismo, era el encargado de la seguridad del partido y del
manejo de los campos de concentración.

En el ejercicio de estas funciones verificaba in situ que sus


órdenes se cumpliesen al pie de la letra. Tenía especial interés
en Mauthausen, campo de concentración donde se enviaban a
los enemigos políticos incorregibles.

Situado muy cerca del Danubio, a unos veinte kilómetros de Linz,


Austria, en una región dedicada a la explotación de las canteras
de granito, era considerado un campo de concentración de
Grado III.

Esta terrible denominación, la más alta en la escala, era sinónimo


de muerte. Como lo era también el doctor Aribert Heim, el
tristemente célebre médico austriaco educado en la Universidad
de Viena, quien realizó en Mauthausen experimentos similares a
los de Mengele en Auschwitz.

Luego de la ocupación de Francia por las fuerzas del Reich, cerca


de diez mil españoles que habían luchado junto a la resistencia
gala fueron deportados a Mauthausen, siendo conocido desde
entonces como el Campo Español.

Franco no los reconocía como españoles, ya que eran enemigos


de su régimen que se habían refugiado en Francia. Desterrados y
sin la protección de su gobierno, sus uniformes fueron marcados
con el triángulo azul de los apátridas, que en centro llevaba la S
de Spanier.

135
Ruedas en el Corazón

Pese a que con el paso del tiempo más de la mitad morirían,


todos se caracterizaban por su inquebrantable fe en la derrota
del nazismo.

El campo de concentración era comandado por Franz Zereis,


bautizado como “el Pavo” por los españoles, y aunque no
mostraba satisfacción con las atrocidades perpetradas, era
implacable en el cumplimiento de sus órdenes.

Contaba con la ayuda de Georg Bachmayer, al que no le


temblaba su inútil mano para mandar y hacer cumplir las
siniestras indicaciones que el alto mando encargaba a Zereis.

Gunter Fromm era un oficial de la SS asignado por Himmler a


Mauthausen para encargarse de la seguridad del penal. Era un
hombre de carácter fuerte pero de corazón blando.

Hijo único de un militar alemán que había combatido en la


primera guerra había tomado las armas más por obligación que
por vocación. Himmler, impresionado por su impecable legajo,
lo había promovido a formar parte de las exclusivas fuerzas de
las SS, donde siempre cumplió a cabalidad las misiones
encomendadas

Nunca había sido asignado a un campo de concentración y fue


allí donde atestiguó la insania de sus líderes. Había estado en
batalla, donde se mata y se muere con la dignidad de un soldado,
pero los asesinatos que se perpetraban a diario en Mauthausen
eran para él inaceptables.

Se abocó entonces a sus tareas relacionadas con la seguridad, y


cerraba los ojos ante la barbarie, el genocidio. Sólo pensaba en
ser transferido y había solicitado al propio Himmler que le dé un
lugar en batalla.

136
Ruedas en el Corazón

Estaba cansado de ver morir a los prisioneros, no sólo víctimas


de los más diversos y sádicos métodos utilizados, sino también
como consecuencia del esclavizante trabajo en las canteras de
granito, donde acarreaban pesadas piedras para luego subirlas
por interminables peldaños, en repetidas ocasiones durante la
jornada. Los prisioneros, exhaustos hasta desfallecer, caían por
las fatídicas “Escaleras de la Muerte”.

Fromm también sentía desprecio por el doctor Aribert Heim, al


que los españoles llamaban “El Banderillero”, porque inyectaba
sustancias tóxicas directamente al corazón de los prisioneros,
sólo para observar las reacciones que presentaban antes de
morir.

De otro lado, aprendió a admirar la fe y el valor de muchos, que


aún cautivos, no dejaban de intentar ser libres cada uno a su
manera. Como Antonio Terres, que al morir un preso músico
como él, decidió homenajearlo con un concierto de clarinete que
estremeció a propios y extraños, lo que motivó que fuera
bautizado como el clarinetista de Mauthausen.

Desde entonces, Antonio no dejó de tocar y fue su clarinete un


arma de paz, retumbando en las conciencias y sonando en los
corazones.

Otro caso fue el de Saturnino Navazo, que fue salvado por sus
dotes como futbolista profesional. Austriacos y alemanes eran
muy aficionados al futbol y apreciaron las habilidades de Navazo,
que había jugado en un importante equipo de Madrid. Para
protegerlo, lo nombraron Ayudante de Cocina, posición que
dentro de un campo de concentración era un verdadero
privilegio.

137
Ruedas en el Corazón

Navazo, desde su cocina, sentía la libertad de poder ayudar a


innumerables prisioneros, sobrealimentando a los débiles y a los
enfermos.

Cuando la guerra dio un vuelco y la derrota de Alemania


comenzó a tomar forma, muchos oficiales de alto grado iniciaron
su escape hacia la Argentina, siguiendo lo que habían planificado
si se daban estas circunstancias.

Fromm no quería quedarse a esperar la llegada de los aliados así


que, contando con la autorización de Himmler, viajó a Berlín para
encontrarse con sus familiares. Ya en la capital germana se le
encomendó, como última misión, establecer la “Ruta de los
Monasterios”, que consistía en escoger los conventos
franciscanos más seguros donde podían ocultarse
temporalmente durante su camino a Italia.

Siguiendo este recorrido fue que la familia Fromm y otras más


que lo acompañaban llegaron a Génova, para embarcarse en el
“Principessa Margarita”.

La ruta de los monasterios continuó siendo usada en los años


venideros, no sólo por los alemanes, sino también por la máxima
criminalidad de guerra croata, que en su mayoría viajaron al
Plata.

Gunter Fromm abordó el “Principessa Margarita” con un sueño:


empezar una nueva vida en Río Negro, la Patagonia argentina. La
ciudad de San Carlos de Bariloche, sobre las costas del lago
Nahuel, era el destino final por alcanzar.

Fromm, aun siendo un valeroso militar, le tenía temor al mar.


No había aprendido a nadar y la travesía en la embarcación de
ciento cincuenta metros de eslora iba a ser un martirio para él.

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Ruedas en el Corazón

Se había memorizado las cartas de navegación y tenía su propio


cuaderno de bitácora, junto con su brújula. En su obsesión por
conocer los riesgos del viaje, había revisado la historia de las
tragedias marítimas ocurridas a navíos que zarpaban de Génova.

El naufragio de El Sirio, frente a las islas Hormigas en el Atlántico


Norte en 1906 y el del Principessa Mafalda en 1927, que se
hundió frente a las costas de Brasil, “El Titanic del Atlántico Sur”,
eran una pesadilla que se repetía cada noche, por lo que Fromm
tenía temor a dormir.

Era un hombre de un metro ochenta de estatura, con el cabello


cortado casi al rape, de ojos muy pequeños cubiertos por unas
toscas gafas. Su rostro poco agraciado y alargado, no reflejaba
emociones. Max le calculaba unos cincuenta años, y de todos los
miembros del misterioso grupo, era el que más le había llamado
la atención. Y no porque destacara por su porte o carisma, sino
porque siempre estaba acompañado por su esposa y dos hijas,
que eran impresionantes beldades bávaras.

Romy, la mayor de las hijas de Fromm, tenía diecisiete años pero


era ya una mujer en todo su esplendor. Sus atributos físicos eran
un imán atrayendo todas las miradas. Pero no fue su blonda
cabellera, ni sus esculturales caderas o sus erguidos pechos lo
que encandiló a Jacob, sino sus ojos de mirada pícara y sus pecas
sobre sus mejillas con hoyuelos.

Los jóvenes, pese a que se habían sorprendido entre miradas, no


habían tenido la libertad de poderse hablar. Ambos pertenecían
a familias marcadas por la guerra, y donde ahora a la que le
tocaba esconderse era a la de Romy.

139
Ruedas en el Corazón

Jacob, además de alimentar su amor platónico en el comedor de


primera clase, se entretenía paseando por la cubierta, donde
conoció a una familia judía que viajaba en tercera clase.

Los Landowski eran una familia polaca numerosa, pese a que


muchos habían caído en el campo de exterminio de Treblinka.
Tres de cinco hermanos habían logrado huir de Polonia con sus
familias.

Cuando en setiembre de 1944 se fundó la brigada de infantería


judía del ejército británico, los tres no dudaron en alistarse.
Posteriormente, y ya cuando los nazis mordían el polvo de la
derrota, los hermanos Landowski decidieron usar el poco dinero
que aún tenían para costear el viaje y aventurarse hacia el nuevo
continente.

En tercera clase también viajaba la miseria, familias apiñadas en


pequeños camarotes, soportando con austeridad cada día de
navegación. Y es que la mayoría de los que ahí viajaban lo hacían
sin más pertenencias que su dignidad de hombres libres.

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Ruedas en el Corazón

Campo de Concentración Nazi de Mauthausen o Campo Español

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 21
Los pasajeros de tercera clase eran en su mayoría sobrevivientes
de la guerra y formaban una gran familia. Por ello, además de la
pobreza, se percibía un ambiente de solidaridad y sinceridad.

Daniel, el hijo mayor de Abel Landowski, tenía quince años y vivía


orgulloso de su padre, que se había atrevido a levantar las armas
formando parte del ejército británico. Cuantos hubieran
deseado tener la oportunidad de pertenecer a la Brigada Judía y
poder luchar en igualdad de condiciones contra las fuerzas del
Reich.

Daniel y Jacob habían congeniado y formaban parte de una


nueva generación, que había vivido el Holocausto en carne
propia. El alma endurecida de estos jóvenes viajeros no deseaba
probar el sabor de la venganza, pero tampoco volver a sentirse
prisioneros. Por ello, caminaban libremente no sólo por la
cubierta, sino también por todos los sectores del barco.

Siendo Jacob un pasajero de primera clase, no tenía


impedimentos, y Daniel simulaba ser su hermano menor. Una
mañana, durante sus andadas, descubrieron una escotilla y se
aventuraron a descender por las escalinatas. El ruido
ensordecedor de la sala de máquinas hirió sus tímpanos, y el
calor sofocante los paralizó por un instante.

Se encontraban en pleno corazón de la nave, donde las arduas


labores de los tripulantes eran como latidos impulsándola.
Hombres rudos de diferentes nacionalidades, desafiando los
mares, de rostros curtidos inconmovibles y mirada severa,
parecían que no habían llorado ni cuando nacieron.

143
Ruedas en el Corazón

A Jacob le pareció como si fueran esclavos sin grilletes, remeros


de un galeón moderno.

Entonces, una voz surgió más poderosa que el ruido y preguntó:

-¿Quiénes son ustedes, que irrumpen en una zona restringida?


¿Serán novatos listos para la brega? ¿Quizás afanosos
voluntarios o simplemente niños traviesos fuera de lugar?-

Su pregunta quedó sin respuesta, como el canto de la ballena


solitaria. Se acercó y observó a los jóvenes de pies a cabeza para
luego decirles:

-Apostaría doble contra sencillo a que son hijos de sufridos judíos


askenazi, escapando del pasado-

Jacob y Daniel observaban asombrados al Jefe de Máquinas, un


experimentado marino genovés conocido como El Mago. No
tenía estudios de Hidrografía Naval, pero conocía como nadie los
secretos del Atlántico. Tampoco era Ingeniero Mecánico y sin
embargo, hasta el capitán más exigente lo hubiera querido tener
al cuidado de sus fierros.

Su experiencia y habilidad para solucionar lo irreparable lo


habían hecho ganarse merecidamente el sobrenombre. El Mago
también era judío, pero sefardí. Sus antepasados, de origen
español, emigraron a Génova en la diáspora de 1492.

Jacob y Daniel, tal como afirmó El Mago, eran judíos askenazi,


descendientes de los jázaros, pueblo caucásico que extendió el
judaísmo por Rusia y el centro de Europa.

El Mago los invitó a seguirlo hasta donde se encontraba un


inmenso barril del cual sirvió un destilado con el que todos
brindaron.

144
Ruedas en el Corazón

Después de varias copas y ya desinhibidos por el efecto del


alcohol, los jóvenes se retiraron con la promesa de volver.

Mientras el Principessa Margarita se adentraba en la inmensidad


del mar, Jacob y Daniel cantaban mientras caminaban
tambaleándose por la cubierta. Negligentemente se asomaban
por la borda para observar mejor la enormidad de ese desierto
azul en el que sólo podían dibujar los vientos y la luna.

El cielo embustero parecía calmo y las aguas, hasta hace unos


instantes tranquilas, se tornaron agresivas y violentamente
arremetían contra la embarcación. Como por arte de magia
aparecieron oscuras nubes que descargaban su furia con
perfecta puntería.

La marinería hacía lo imposible por estar a la altura de las


circunstancias y dos de sus miembros llevaron por la fuerza a
Jacob y Daniel a sus habitaciones.

Después de haber permanecido refugiados en sus camarotes


durante la tarde y gran parte de la noche, casi todos los
pasajeros salieron a la cubierta para contemplar un impactante
amanecer.

La pureza de la brisa marina y el mar inmóvil hacían perfecto el


momento. Pero el sol matinal para Jacob fue la presencia de
Romy, excelsa, luminosa, dueña de un nuevo cielo. La
oportunidad era única para Jacob. El padre de Romy, su habitual
guardaespaldas, dormía con un lirón.

Gunter Fromm había pasado en vela toda la noche, atormentado


por un mar inclemente, como el de sus pesadillas. Su esposa
Helga lo había acompañado en su vigilia, por lo que finalizada la
tempestad, habían caído rendidos.

145
Ruedas en el Corazón

La ocasión fue aprovechada inmediatamente por Romy y Hertha,


su hermana menor, que no dudaron en pasear a su libre antojo
por la cubierta de la nave.

El Mago, que también disfrutaba del alba, al ver a Jacob se le


acercó y lo saludó efusivamente. Éste, sin desenfocar la mirada
de su musa, le devolvió el saludo sin entusiasmo.

El experimentado marino, conocedor de las lides amorosas,


nunca se había casado ni tenía hijos, pero se jactaba diciendo:
“Cada travesía, un amor”. Y el tradicional dicho marinero, “Un
amor en cada puerto”, lo había modificado por “El amor termina
en cada puerto”.

No conforme con la poco cortés respuesta a su saludo, tomó a


Jacob de un brazo haciéndolo girar y perder de vista a Romy.
Entonces lo encaró preguntándole:

-¿Por qué un amor prohibido?-

Para proseguir su alocución diciéndole:

-Ella, a la legua, se nota que es germana. Y tú, siendo judío, es


muy difícil que la historia pueda tener un final feliz. Sin
embargo, si te sirve de consuelo, la rubia no ha dejado de
mirarte un solo instante. Con esos ojos de belleza tentadora,
lanzando promesas de amor.

Jacob, de un tirón, se desprendió de El Mago y atraído por el


irresistible néctar, se acercó a la doncella y se presentó. Tenerla
cerca era como descubrir la estrella oculta de las Pléyades. Sus
labios eran como un sueño, donde Jacob deseaba posarse. Sus
pestañas caían como pétalos sobre sus ojos primaverales y una
catarata de rosas le salpicaba las mejillas.

146
Ruedas en el Corazón

Todos los sentidos surgían como un vendaval mientras Romy y


Jacob charlaban animadamente sobre la soleada cubierta. Un
imposible, una quimera, o sólo el despertar de tiempos nuevos,
donde dos jóvenes ignoraban los fantasmas del pasado.

Y en esa romántica mañana el astro rey caprichosamente volvió


a salir. Había otra rubia reinando en el Principessa Margarita.
Alta y exuberante, pero delicada; glamorosa pero a la vez
sencilla. Hannah Nilson, la joven escandinava que iluminó
Jasenovac, también viajaba en tercera clase.

Cuando dejó el campo de concentración junto con su dispar


grupo de acompañantes, lo primero que hubiera querido era
desaparecer. El caos y el peligro estaban presentes en cada
esquina de los poblados que recorrían. Sin ley ni bandera, en
varias ocasiones se habían salvado por un pelo.

La presencia del padre Mathias y la del kapo Skender Kola


conformaban los dos extremos del grupo, ambos útiles en
situaciones de riesgo.

Al llegar a Zagreb, el fraile franciscano decidió abandonar la


marcha hacia Milán y regresó a su congregación. Skender, por su
parte, no imaginaba el futuro en tierras itálicas por lo que
también desistió para unirse a los partisanos de Tito.

De la camarilla inicial sólo permanecían Hannah, Ruth y su hija


Judith, el albano Pal Basko y Erjon Skela, el ustacha arrepentido.
De acuerdo a lo planificado, se dirigían a la ciudad de Liubliana,
en Slovenia. Siguiendo el río de los siete nombres, llegaron al
Puente de los Dragones, también conocido por los lugareños
como el Puente de las Suegras.

147
Ruedas en el Corazón

Luego, ya en la ciudad, la Fuente de Robba, el parque Tívoli, y


sobre todo las innumerables bicicletas llamaron la atención de
los recién llegados.

Erjon, que era el único que disponía de dinero, adquirió cinco


bicicletas en muy buen estado de conservación y la vestimenta
deportiva correspondiente. Bien uniformados, emprendieron la
ruta hacia Milán, haciéndose pasar por un club de ciclistas.

Luego de un forzado tour, llegaron a la capital de la región de


Lombardía. Pal quedó impactado por el estado en que se
encontraba el Teatro de la Scala de Milán. Construido en una
iglesia, la Santa María alla Scala que dio origen a su nombre,
llegó a convertirse en uno de los teatros de ópera más famosos
de Europa

Lamentablemente, en 1943, durante los bombardeos, fue


dañado seriamente y tardaría todavía unos años su total
restauración. Hannah, pese a que Milán era una de las capitales
de la moda, no conseguía trabajo. Y es que la oferta laboral en
ese rubro no era de las mejores en esa época.

Ruth no lograba superar sus traumas y además su hija Judith era


aún pequeña, por lo que tampoco estaba en condiciones de
laborar.

Erjon era el sustento de esta nueva familia sin lazos de


consanguineidad pero sí de amor. Sus ahorros se estaban
menguando considerablemente, por lo que decidió aceptar un
empleo en una panadería.

El sueño italiano no estaba haciéndose realidad y sólo Pal, que


había logrado ingresar al Conservatorio de Milán, podía avizorar
un futuro.

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Ruedas en el Corazón

Fue entonces que Erjon propuso financiar la expedición a tierras


gauchas. Estando todos de acuerdo, se despidieron de Pal y
partieron al puerto de Génova, donde los esperaba el Principessa
Margarita.

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Ruedas en el Corazón

150
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 22
El mar océano, el mar tenebroso o de las tinieblas, fueron
algunos nombres que recibió el Atlántico en el medioevo.

Su nombre se debe al titán Atlas, tan colosal como el mar de las


sirenas y los atlantes. Con sus impenetrables brumas e
indescifrables vientos, con sus olas gigantes cuyas crestas
acarician las estrellas.

Con sus siete ciudades de oro y un continente perdido. Con sus


bosques submarinos de algas gigantes y sus jardines
septentrionales, atrapando navíos con sus sargazos. Con sus
míticas y alegres islas sureñas colmadas de doncellas sedientas
de amor.

El “Principessa Margarita” navegaba milla tras milla abriendo el


inmenso océano, mientras la brisa temprana ofrecía su canto de
esperanza.

Jacob y Daniel, como parte del entretenimiento a bordo, habían


decidido publicar un semanario, y para ello solicitaron la
colaboración de El Mago y la de Erjon, al que habían conocido
recientemente en una fiesta. Eran dos adolescentes y requerían
el apoyo de hombres más experimentados.

El Mago, apelando a sus buenos oficios, consiguió el permiso del


capitán para obtener la colaboración de la imprenta. Elegir el
nombre de la publicación fue motivo de entusiastas veladas en
las que cada quien defendía ardorosamente su moción.

El Mago argumentaba en favor de “El Vértigo”, un nombre fuerte


que reflejaría el movimiento de las más diversas ideas. Erjon,
por su parte, propuso nombrarla “El Viajero Invisible”, ya que
expresaría el sentir hasta del pasajero menos notorio.
151
Ruedas en el Corazón

Jacob y Daniel deseaban ponerle un nombre lúdico, “La


Almohada Voladora”, donde los sueños volarían como en un
irresistible juego. Esta última propuesta finalmente fue la
elegida y todos se abocaron a preparar la primera edición.
Además del entretenimiento y los temas de actualidad, la poesía
y el humor también tendrían su espacio.

Las tareas fueron repartidas y todos prometieron ofrecer sus


mejores artículos, para evitar que el semanario se convirtiera en
un pasquín.

El Mago prepararía una detallada descripción del recorrido que


realizaba el Principessa Margarita en su camino al Atlántico Sur,
donde no podía faltar la mención del “Conte Verde”, que hizo el
cruce inaugural de Génova a Buenos Aires en junio de 1923.

Su artículo se vio casualmente enriquecido cuando un grupo de


pasajeros, durante la navegación nocturna, creyó avistar un viejo
navío desplazándose con marcado ángulo de eslora sobre el mar
encrespado. La aparición fue fugaz como la de un barco
fantasma, o tal vez sólo se trató de una ilusión óptica disfrazada
por el reflejo lunar en la penumbra.

Es un hecho conocido entre los navegantes la ocurrencia de


fenómenos luminosos, como el Fuego de San Telmo, la llama
azulada que sucede a la tormenta. Ilusión, efecto luminoso o
fantasmal aparición, El Mago no podía desperdiciar la
oportunidad e incluyó en su artículo la historia de los más
famosos espectros marinos que surcaban el Atlántico.

Las andanzas de El Octavius, El Mary Celeste, y especialmente las


del holandés errante condenado a navegar sin rumbo
eternamente, serían relatos de gran interés para los lectores.

152
Ruedas en el Corazón

Erjon, como militar en retiro, decidió escribir sobre el honor y el


verdadero valor de un soldado. El mea culpa de un ustacha
criticando a los camisas grises de Hitler y a los camisas negras de
Mussolini, y reivindicando al hombre de la camisa roja, el león
italiano Giuseppe Garibaldi.

Daniel se encargaría de las noticias de actualidad en su columna


“La Oreja tras la Puerta”. De la magnitud de estas primicias
dependería en buena medida el éxito del semanario. Por ello, sin
importarle involucrar a sus colegas, Daniel decidió publicar sus
historias. Entre ellas el romance prohibido de un judío con una
alemana.

El padre de la joven Fromm, al descubrir que su hija Romy era


pretendida por Jacob, puso el grito en el cielo y decidió tenerla
“encarcelada”. Los jóvenes enamorados no podían verse y el
dolor de la separación los fortalecía.

“Sin tu adorada presencia,


todo el mar es una lágrima salobre”

Tampoco podía dejar de narrar las peripecias de El Mago


flirteando con una viuda judía. Ruth había perdido a su marido
en Jasenovac y su vida giraba en torno a su hija Judith. No
dejaba ni un resquicio por donde pudiese pasar el amor, pero El
Mago sí que sabía de magia y transformó el rostro triste y
apagado de Ruth en otro “tan radiante como el de Mahoma
cuando visitó el monte Arafat”.

Pero otro truco de magia era el que realizaba un grupo de


criminales de guerra que, utilizando el dinero como varita
mágica, intentaban desaparecer su pasado escondiéndose tras

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Ruedas en el Corazón

falsas identidades, como si fueran inocentes empresarios


buscando un futuro en la Patagonia.

Daniel pretendía desenmascararlos y hacerlos sentir los


proyectiles de su artillería de papel y tinta.

Por último, el humor malicioso no podía faltar en la columna, y


para ello estaba la historia de un oficial sonámbulo que siempre
terminaba en el camarote de un plomero dominicano, y a los
vecinos de aquel cuarto les constaba que sólo el moreno era
capaz de despertarlo.

“El secreto mejor guardado del sonámbulo,


no está en no revelar su sueño noctámbulo.
Tampoco en cómo evitar los tropiezos en su recorrido,
Sino en impedir se descubra que nunca estuvo dormido”

Jacob demostró ser un hábil editor, revisando y enriqueciendo el


semanario con su toque poético y su estricta ortografía.

En su nota editorial hizo una enérgica defensa de las etnias


arrasadas por la guerra, sin perdonar a los que participaron
activamente ni a los que hicieron apología. En contraparte a esta
dura crítica, Jacob dejó correr su vena poética y no se cansó de
escribir dulces poemas para su amor Romy.

“No puede quedar el corazón ileso,


Después de la mirada que me diste.
Porque cambiar mi vida conseguiste,
aun sin poner en mis labios un beso”

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Ruedas en el Corazón

El Holandés Errante

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 23
A los que habían estado en un campo de concentración, hasta las
modestas instalaciones de tercera clase les parecían
prodigiosamente amobladas. Los camarotes eran pequeños,
pero con todas las comodidades indispensables para resistir la
travesía. No era un crucero de placer, pero los pasajeros hacían
lo posible por hacerlo llevadero.

El clima era cambiante. A veces tenían que soportar un calor


embrutecedor, y en ocasiones un viento helado limpiaba la
cubierta, haciendo que todos se refugien al calor de una gran
chimenea en la Sala de Esparcimiento, la cual estaba
modestamente acondicionada con dos desgastadas mesas de
billar y una de ping pong, con las raquetas a punto de quebrarse.

Lo importante es que era lo suficientemente amplia para


disfrutar de improvisadas fiestas, donde no había rangos ni
reglas de etiqueta. Tripulantes y pasajeros confraternizaban al
ritmo de la música, que se prolongaba hasta el amanecer.

Los emigrantes del sur de Italia demostraban su alegría


desbordante en las tarantelas, mientras que los norteños lo
hacían a los compases de las danzas tirolesas. Los valses, las
czardas y los zapateos aflamencados, mantenían el entusiasmo
de todos los participantes.

La improvisada orquesta, conformada en su mayoría por


pasajeros, demostraba su versatilidad y rompía la noche con la
intensidad de sus ejecuciones.

Jacob fingía divertirse, pero su corazón estaba en primera clase,


buscando a su amor Romy. Daniel, pese a su corta edad,
disfrutaba como el que más, y aunque su asma silbaba tan fuerte

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Ruedas en el Corazón

como la música, era un bailarín incansable. Erjon y Hannah no se


perdían un vals. Su romance había derrotado cada obstáculo y
navegaba viento en popa, rumbo al Plata. Habían planificado
casarse apenas estuvieran afincados en Buenos Aires.

El Mago, como viejo lobo de mar, siempre había sido un


arponero infalible, haciendo blanco en su presa. Pero los
tiempos habían cambiado y sólo tenía ojos para Ruth. Esta le
había abierto su corazón, y hasta su hija Judith se había
encariñado con él.

El Mago, que no era un advenedizo y que cada ascenso lo había


conseguido sólo por mérito propio, era también un libro vivo,
lleno de historias que fascinaban a la pequeña Judith. Y no es
que fuera sólo un excelente narrador de cuentos, sino que
conocía la historia marítima al derecho y al revés.

Por ello, lo ocurrido con el trasatlántico británico Lusitania, que


fue torpedeado por un submarino alemán en 1915, formaba
parte de sus relatos habituales. Como también, a contraparte, la
mayor tragedia marítima de la historia, cuando el trasatlántico
alemán Wilheim Gustloff fue hundido por los aliados en 1945 con
nueve mil personas a bordo.

El Mago tenía un llamativo tatuaje en el antebrazo derecho.


Cuando Judith le preguntó por él, éste le explicó que se trataba
de la Jolly Roger, la famosa bandera pirata con la calavera y las
dos tibias cruzadas.

De esta circunstancia aprovechó para narrarle a la niña, no sólo


acerca del origen de la bandera, cuya creación se le atribuye a
Emmanuel Wynne en el año 1700, sino también sobre las
felonías de los piratas más famosos, desde Barba Roja, el temible
almirante otomano hasta Anne Bonny, la hija de un abogado
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Ruedas en el Corazón

irlandés, que se hizo pirata por amor. Había perdido la cabeza


por Jack “Calico” Rackham, y luego de robar juntos un barco, se
convirtieron en el terror de las Bahamas.

Calico usaba la temible bandera con la calavera y dos sables


cruzados en lugar de tibias. Rackham, como casi todos los
piratas, era mujeriego y muy amigo del alcohol. Por ello, al ser
capturado, su amante Anne Bonny, ya cansada de sus
infidelidades, le envió un mensaje que éste recibió antes de
morir: “Si hubieras luchado como un hombre, ahora no tendrías
que morir ahorcado como un perro”.

Pero también existía una excepción a la regla. El galés


Bartholomew Roberts era abstemio, y tal vez por ello fue uno de
los piratas más exitosos. Muy efectivo y “profesional”, llegó a
tener en su haber la captura de casi cuatrocientos barcos.

En otros casos como el del inglés Francis Drake, “El Azote de


España”, nunca aceptó ser llamado pirata sino corsario. Él y su
embarcación “El Ciervo Dorado” eran legales, ya que tenían la
patente de corso que era entregada a los capitanes por los
monarcas, como un permiso para atacar y apoderarse de
cualquier barco enemigo.

Además de piratas y corsarios, también estaban los filibusteros,


que no se adentraban en altamar y permanecían cerca de los
puertos, siendo su especialidad el saqueo de localidades
costeras.

Y todas esas historias no podían finalizar sin mencionar al icono,


al rey del abordaje con las mechas encendidas sobre su
sombrero, “El Pirata de Fuego”, Edward Teach, más conocido
como “Barba Negra”. Era muy alto y también muy culto. Con
sus casi dos metros de estatura y poblada barba renegrida, era
159
Ruedas en el Corazón

una imagen terrorífica para quienes lo veían acercarse al


comando del “Queen Anne’s Revenge”. Su leyenda es inmortal y
su barco, cuyo nombre en español sería “La Venganza de la Reina
Ana” quedó embrujado, no pudiendo ser dirigido nunca por otro
capitán.

La imaginación de Judith volaba con las alas gigantescas que El


Mago le ofrecía en cada narración. Mientas que su madre Ruth
sentía el encantamiento, al ver a su hija recuperar la alegría.
Mejor que las joyas o los perfumes florales, mejor que unos finos
bombones o un ramo de rosas, El Mago había preferido ganarse
el cariño de Judith para terminar de conquistar a Ruth.

El amor tomaba su lugar en el “Principessa Margarita” y sólo


faltaba que Romy y Jacob pudieran encontrar los besos perdidos,
el sueño arrebatado.

Jacob estaba dispuesto a arriesgarlo todo, sin importarle quien


ostentaba el poder ni quien imponía las reglas. Había decidido
dejar de permanecer fuera del alcance del fuego enemigo y
enfrentarse cara a cara con Gunther Fromm. Este ni siquiera lo
tomaba en cuenta. Había aislado a su hija porque no toleraba la
posibilidad de un romance interracial, y menos con un judío
adolescente. Los nazis habían perdido la guerra, pero no los
prejuicios.

Max Bejakar, padre de Jacob, no bajaba la guardia y sólo


confiaba en sus familiares. Para él, todo aquel que se desplazaba
en torno a sus camarotes era un potencial merodeador. Tenía su
dinero y joyas muy bien escondidos, pero aun así dormía con un
ojo cerrado y el otro abierto.

El estado de salud de su hijo le causaba preocupación. Había


bajado significativamente de peso, y en todo momento lucía
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Ruedas en el Corazón

somnoliento. Restarle importancia a lo que ocurría entre dos


adolescentes perdidamente enamorados podía tener fatales
consecuencias. Por ello había tenido una charla con Jacob,
ofreciéndole su apoyo, pero sin dejar de mencionarle la
peligrosidad del grupo al que se pretendía encarar.

“Acercarse a un nido de ametralladoras sin nadie que te cubra,


no es una prueba de valor, sino un garrafal error”.

Esa noche las estrellas estaban adormecidas, apagadas como


pálidos candiles. En medio de la oscuridad, padre e hijo
caminaban por la cubierta en dirección a tercera clase. Al llegar
a la Sala de Esparcimiento, se sorprendieron al encontrar al
capitán escoltado por dos miembros de la seguridad de la nave.

Jacob miró el semanario que el capitán tenía en las manos, y ya


cuando él y su padre estuvieron más cerca, pudo escuchar como
el capitán recriminaba a Erjon y a El Mago.

-Les di todo mi apoyo y facilidades en la imprenta- les decía, -y


ustedes me pagan con un semanario subversivo, con notas
injuriosas, afectando a un oficial, con comentarios políticos
afiebrados e insinuaciones en relación a supuestos criminales de
guerra, camuflados y protegidos por el mando italiano a cargo de
la embarcación- continuó.

Pese a que trataba de personificar a un enérgico y honorable


capitán, el peso de sus palabras no superaba al de su cinismo.
Los pasajeros que se encontraban en el salón se habían
arremolinado en torno a El Mago y a Erjon en señal de apoyo, y
observaban al capitán con insolencia.

161
Ruedas en el Corazón

Este palideció ligeramente mientras que los guardias de


seguridad que lo acompañaban, permanecían a la defensiva, con
los brazos cruzados.

Luego, sin perder la arrogancia, ordenó la prohibición de una


nueva edición del semanario, y se marchó.

El ambiente de tensión en la sala se disipó con la llegada de


Hannah y Ruth. La urgencia de flores frescas que exigía el
momento fue colmada por la fragancia de ambas beldades., que
llegaron como dos valquirias para proteger a sus guerreros, Erjon
y El Mago, deleitándolos con su belleza y emitiendo una
luminosidad como aquella que da origen a la aurora boreal.

Eran herederas de Freyja, la primera valquiria, la deidad nórdica


del amor, la luz del mar, la mujer más deseada de los nueve
reinos.

“La luz del mar recorre el cielo polar,


En sus fantásticos carruajes tirados por gatos salvajes.
Recorre el cielo y en su vuelo,
Va repartiendo la lluvia, coronada de flores La Rubia”

Las notas del Anillo de los Nibelungos, provenientes del viejo


tocadiscos que había en el salón de esparcimiento, fueron un
tributo a las nuevas valquirias.

Finalizada la pieza de Wagner, Hannah y Ruth buscaron a los


músicos entre la muchedumbre agolpada en el aposento,
solicitándoles que interpretaran música bailable. Tras las
primeras notas, fueron en busca de sus parejas para iniciar el
baile. Max y su hijo, sentados en un sillón junto a un librero,
observaban a los danzantes mientras bebían un escocés de mala

162
Ruedas en el Corazón

calidad. El librero no era más que un viejo estante con pocos


libros, casi todos en italiano y unos cuantos en inglés.

De pronto apareció Daniel, que desafiando las órdenes del


capitán, procedió a repartir entre los presentes los ejemplares de
“La Almohada Voladora” que le habían restado, colocando
también muchos de ellos en el viejo estante.

La fiesta prosiguió hasta que la noche y el mar fueron uno solo.

Los Bejakar, luego de la agitada velada, caminaban de retorno a


sus camarotes, mientras los vientos alisios soplaban con fuerza
inusitada, arrancándole a Jacob algunos semanarios que llevaba
para repartir en primera clase. A este sólo le quedó seguirlos con
la mirada. Parecían aviones de papel cantándole al viento.

Horas después, el amanecer llegó signado por la tragedia.


Gunther Fromm y su esposa habían muerto envenenados.

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Ruedas en el Corazón

Trasatlántico Británico Lusitania

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CAPITULO 24
La escena del crimen mostraba que la muerte ocurrió en medio
de instantes de agitación. Las tazas rotas, las sábanas en el
suelo, los cadáveres golpeados por la caída.

Al parecer, la agonía había sido rápida pero dolorosa, los Fromm


no habían logrado salir del camarote, y sus cadáveres yacían en
el piso de la desordenada habitación.

El doctor Rinaldi, médico de a bordo, pese a que era un hombre


de modales bien cultivados, lanzó una maldición cuando observó
el trágico cuadro. Alto, con el rostro agrietado por los años,
tenía los ojos tan negros como la calle más oscura. Había
dedicado su vida profesional íntegramente a la medicina
marítima y el inmenso océano siempre había sido su hospital.

Pese a que no era un experto en tanatología, conocía bien los


signos del envenenamiento por cianuro. El olor a almendras y el
aspecto pletórico de los cadáveres por las livideces rojo
escarlata, eran característicos.

Tenía que ser frío en su diagnóstico y no prestar oído a las


muchas historias que circulaban dentro del barco.

El capitán y otros curiosos miembros de la tripulación, lo


observaban esperando sus autorizados comentarios. Este aún
permanecía en silencio mientras sus ojos buscaban la respuesta.
Sabía que la muerte se debía a un envenenamiento por cianuro,
pero intentaba deducir si se trataba de un suicidio o un
asesinato.

Los nazis estaban familiarizados con el uso del cianuro en las


cámaras de gas, y sabían que ocasionaba una muerte llena de
dolor y sufrimiento. Era difícil que los esposos Fromm hubieran
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Ruedas en el Corazón

escogido terminar con su vida de esa manera. Por otro lado,


todo indicaba que la pareja se había enfrentado a una situación
sorpresiva, y no a una perfectamente planificada.

El doctor Rinaldi rompió el silencio y le pidió al capitán que lo


acompañara a su despacho. Ya en él, le explicó que los Fromm
habían muerto debido a la ingesta de cianuro, probablemente
adicionado en el café. Luego prosiguió manifestándole que a su
criterio, se trataba de un asesinato y no un suicidio.

El capitán, visiblemente afectado por los hechos, dejó el


consultorio del doctor y fue en busca de aire fresco a la cubierta,
donde quiso respirar todo el mar de una bocanada.

Más calmado, regresó a la escena del crimen, donde se


conmovió al encontrar a las hijas de Fromm consternadas junto a
los cuerpos de sus padres. Romy no dejaba de mirar el rostro
siempre bello de su madre, en el que el sol se apagaba
lentamente sobre sus labios, que habían dejado de ser de rosa
para tornarse violáceos.

Los cuerpos aún estaban tibios, lo que indicaba que la muerte


habían ocurrido recientemente y Birgit, la hermana menor,
abrazaba fuertemente el cuerpo de su padre, como si intentara
impedir la llegada del algor mortis.

El capitán ordenó que trasladaran a los occisos a la morgue de la


nave y se quedó en el camarote con el Jefe de Seguridad y las
señoritas Fromm. Les solicitó entonces que revisaran
cuidadosamente las pertenencias de sus padres, para saber si
faltaba algún objeto de valor.

Romy sabía que su padre transportaba una maleta con dos obras
de arte de un famoso pintor, y también lo que era considerado

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Ruedas en el Corazón

más valioso: una libreta con nombres y direcciones de oscuros


personajes del Reich, que habían escapado y residían en
Argentina. Esta maleta la recibió en Berlín, antes de partir a
Génova, con la orden de entregarla al llegar a Buenos Aires.

Gunther Fromm no pudo contener su curiosidad y a mitad de


camino a Génova, cuando estuvieron alojados en un monasterio
franciscano fue donde decidió violar sus instrucciones y descubrir
el secreto guardado en la maleta. Toda la familia quedó
sorprendida y se decidió entregarla lo más pronto posible al
llegar a destino.

Luego de inspeccionar el camarote, Romy y Birgit no hicieron


sino confirmar lo que temían. No faltaba el dinero ni las joyas,
sólo la fatídica maleta. Como desconfiaban del capitán, no le
mencionaron dicha ausencia, indicándole que al parecer todo
estaba completo.

Las hermanas Fromm tenían la certeza que la misteriosa


camarilla con la que viajaban era la responsable de la muerte de
sus padres. Con los ojos rojos y la inocencia lavada de sus
rostros por las lágrimas de dolor, le solicitaron al capitán que les
permita retirarse a su camarote.

Ya en él, Romy convenció a su hermana que era más seguro


abandonar sus aposentos en primera clase y buscar un lugar en
tercera.

Esa misma tarde le comunicaron al capitán su deseo de ser


reubicadas. Justo después del atardecer, ambas huérfanas,
hechas un manojo de nervios, se dirigían con todas sus
pertenencias a su nuevo alojamiento, mientras que en el cielo, la
luna se adueñaba del rostro de la noche, como una señal de que
se avecinaban tiempos nuevos.
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Ruedas en el Corazón

Jacob, que se encontraba en la Sala de Esparcimiento, se


sorprendió al verlas llegar y corrió a darles el alcance. Sabía del
asesinato de los padres de Romy, pero no estaba al tanto de las
circunstancias en que había ocurrido.

Había tratado de acercarse a buscarla, pero un férreo despliegue


de seguridad impedía el acceso a los camarotes de los Fromm.
Todos los que estaban en el salón entonando alegres estribillos,
se silenciaron en señal de respeto a las recién llegadas y se
acercaron a ofrecerles sus condolencias.

Jacob, luego de ayudarlas a instalarse en su nuevo camarote, le


manifestó a Romy que tanto él como su padre habían sido
citados por el Jefe de Seguridad para ser interrogados. Como
siempre, las sospechas recaían sobre los judíos, y los Bejakar
eran los únicos que se alojaban en primera clase.

Sabido es que no existe el crimen perfecto, pero los


perpetradores del asesinato de los Fromm habían corrido con
singular suerte. No habían pruebas que los incriminaran y
además, según constaba en la declaración de las hermanas
Fromm, nada había sido sustraído del camarote de sus padres.
Tenían el botín y supuestamente nadie sabía de su existencia. Al
menos eso era lo que Romy deseaba que pensaran.

La sed de venganza no se apaga fácilmente, y la historia distaba


de haber llegado a su final. Ambas hermanas estaban
seriamente afectadas y les era muy difícil dormir aquella noche.
Jacob, sentado al pie de la cama en una vieja silla de roble, se
había quedado para velar los sueños de las Fromm.

Romy, antes de caer rendida de cansancio, le había confesado el


secreto que guardaba y las sospechas que tenía sobre quienes
serían los culpables del asesinato de sus padres.
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Ruedas en el Corazón

El joven Bejakar pasó casi toda la noche en vigilia. Por


momentos intentaba idear el más ingenioso plan para hacer
pagar sus culpas a los criminales nazis.

En otros instantes, se sentía atrapado por la melancolía y la


impotencia de no tener como enfrentar a tan poderoso enemigo.

“Muchas veces la ley,


ata de manos a la justicia”

Romy se despertó poco después del amanecer. Parecía una rosa


recién brotada. Le dio un breve beso en los labios a Jacob, que
salió del camarote para permitir que esta se cambiase. Después
de un desayuno frugal, fueron a charlar a la zona menos
transitada de la cubierta.

El sol rayaba sobre el horizonte azul intenso, mientras el


Principessa Margarita continuaba su marcha hacia el sur.
Estaban a sólo cinco días de finalizar la travesía, y el gran Buenos
Aires los esperaba.

Jacob, sin mucha retórica, le explicó a Romy los riesgos de un


enfrentamiento con criminales experimentados. Esta, pese a
que hubiera deseado ver a los criminales en el cadalso,
reflexionó sobre los peligros a los que se exponían y decidió
mejor olvidar por completo los terribles acontecimientos, y
borrar de su mente ese mundo de intrigas, traición y muerte.

Su mirada brillante, como si de sus ojos pendieran racimos de


sol, confirmaba su decisión de iniciar una nueva vida. Su voz
joven pero segura, dejó en claro una promesa: llegarían a la
ciudad cosmopolita, a la pequeña Europa, a invertir y trabajar

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Ruedas en el Corazón

honradamente, a labrar un futuro del que se enorgullecieran sus


generaciones venideras.

Los últimos días de viaje sirvieron para tomar decisiones


importantes. Se formó un sólido grupo de trabajo conformado
por cinco familias en el que se asociaban la fuerza laboral y el
capital.

Los Landowski, la laboriosa familia judío polaca, aportarían su


experiencia como eficientes obreros. En cuanto a Hannah y
Erjon, la primera con su impactante presencia sería importante
en las relaciones públicas, además de tener un talento innato
para el diseño. Erjon, como militar, estaría a cargo de la
seguridad y también contribuiría con sus ahorros.

El Mago y Ruth esperaban hacer realidad su confeso propósito


de casarse apenas llegasen a Buenos Aires. Ya habían empezado
la preparación para el Kidushin, y tanto la novia o Kallah y el
novio o Chatan, cumplían con el tradicional periodo sin verse por
una semana antes de la boda.

El Mago había acumulado un caudal considerable durante su


vida como soltero, y su aporte a la sociedad no sólo sería
financiero sino que se desempeñaría en el área comercial, donde
confiaba que con su temeridad y su poder de convencimiento,
lograría provechosos negocios.

Las hermanas Fromm, que hasta hace unos meses atrás vivían
cómodamente en Berlín, ahora huérfanas, confiaron su dinero y
joyas a un grupo predominantemente judío, que las había
acogido. Romy sabía que el amor de Jacob haría que su
semblante volviera a iluminarse con una sonrisa, y que la
fragancia de la flor del jazmín llenaría nuevamente sus mañanas.

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Ruedas en el Corazón

La familia Bejakar con Max a la cabeza, completaba la naciente


agrupación. Su presencia inspiradora sumada a su legado
familiar en los negocios, era garantía que las futuras empresas
florecerían.

Cuando finalmente llegaron a destino, compraron sus viviendas


en Palermo, en las inmediaciones del viejo Hipódromo. Ya
instalados y siguiendo con lo planificado, constituyeron sus
comercios en tres rubros.

La afamada mueblería Bejakar iniciaría sus actividades en un


amplio local de la calle Lavalle. Muy cerca, en Florida, una
exclusiva joyería abriría sus puertas. Finalmente, la inversión
principal se hizo en una moderna fábrica textil, en el barrio de
San Telmo.

Todo estaba dispuesto, y el grupo “Renacer”, que a la postre


llegaría a ser muy poderoso, iniciaba sus operaciones a mediados
de 1945.

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPITULO 25
Terminaba la segunda semana de abril de 1945 cuando Nadia
Kovacs y Sandor Petran, después de haber cruzado el territorio
austriaco sin contratiempos, lograron alcanzar al Clan de los
Albescu, que los esperaba cerca de la frontera con Liechtenstein.

El diminuto país escondido en el corazón de Los Alpes, entre


Suiza y Austria, y cuya supuesta neutralidad en la guerra nunca
fue sostenible, siendo un país de habla y costumbres germanas.

La caravana había tomado camino a Vaduz, capital del Principado


en la orilla oriental del Rin. El encanto de Los Alpes era
inspirador para los gitanos, que derrochaban alegría durante el
recorrido.

La tarde enrojecía cada vez más, sin apiadarse de los acalorados


viajeros. Al llegar a Treisenberg, poblado colindante con Vaduz,
se detuvieron para un reparador descanso. Mientras las mujeres
sentadas en la hierba se trenzaban el pelo, los hombres se
refrescaban en un bebedero.

Un anciano que los había estado observando, se les acercó para


preguntarle si se dirigían al sendero de los Walsers de
Treisenberg. Milosh, mostrando interés, le explicó que eran
forasteros y que no tenían la menor idea del sendero en
mención.

El anciano se quedó mirándolo fijamente. Sus ojos celestes de


una claridad asombrosa, parecían haberse disfrazado de cielo.
En su rostro, el carcicoma basocelular se asomaba en la región
frontal, y su sonrisa mellada lo avejentaba aún más.

De estatura pequeña y contextura muy delgada, sus huesudas


caderas hacían prominencia bajo los costados de su pantalón.
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Ruedas en el Corazón

Era difícil calcularle la edad, pero a Milosh le parecía que


bordeaba los noventa.

-Soy escritor- dijo, -y voy con regularidad al sendero de los


paseantes solitarios, en busca de inspiración. Es una tradición en
Treisenberg recorrer el famoso sendero, donde la vena artística
despierta.

“El Sendero de Treisenberg,


y sus escritores imaginarios,
robándole palabras al camino,
versos al paisaje”

El español Sergio Fernández, que escribía un libro sobre las


leyendas de los poblados que iban recorriendo, decidió
acompañar al anciano. Quien sabe, recibiría los dones que el
paseo ofrecía.

Fernández se sorprendió de la vehemencia con la que el anciano


deseaba realizar el recorrido. Era tal, que parecía que su
organismo se lo demandaba.

-No es una necesidad física, sino espiritual- aclaró el anciano. –


He escrito cerca de veinte libros y todos nacieron en este
sendero-

Sergio regresó a la caravana poco después del anochecer. La


luna llena se proyectaba sobre los carruajes y el viento nocturno
refrescaba a los gitanos, ya que la noche era cálida. Todos se
encontraban cenando y el abuelo Milosh recibió a Sergio con un
té frío. Enseguida le preguntó si había regresado inspirado del
famoso lindero.

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Ruedas en el Corazón

-No sé si tanto como el anciano- contestó Sergio, que estaba


impresionado por aquel hombre que, pese a tener encima tantos
inviernos, seguía buscando primaveras.

Francisco, el otro español, escuchaba con poco entusiasmo la


conversación. Últimamente había cambiado, y se mostraba
taciturno. Su buen talante había quedado atrás, y no se
adaptaba como Sergio a las costumbres gitanas. Sólo esperaba
llegar a Madrid para intentar incursionar en la política, siguiendo
el ejemplo de su padre.

Pocos kilómetros los separaban de Vaduz, y con el nuevo día los


recorrieron a campo traviesa. La imagen imponente del Castillo
de Schloss los recibió aquella mañana apacible de domingo. La
ciudad, de pocos habitantes, parecía desierta y en sus casas
todos los habitantes se preparaban para asistir al oficio religioso
de mediodía.

La caravana se estacionó en la Plaza, frente a la antigua iglesia de


San Florian, que aún no abría sus puertas a los parroquianos.
Gitanos y gitanas deambulaban por la Plaza. Como buenos
cristianos, también esperaban asistir a la liturgia.

Mientras Kefa y Nadia jugueteaban alimentado a las palomas, un


grupo de novicios que se dirigía a la iglesia pasó muy cerca de
ellas. La mayoría no pudo resistir la tentación de observar con
ojos mundanos a tan atractivas mujeres. La vida monástica
demandaba privaciones, pero la ceguera selectiva no era una de
ellas.

Tras los novicios apareció un sacerdote con hábito jesuita, el cual


superó con creces a sus predecesores. Su mirada libidinosa
parecía la de un impío y no la de un hombre de Dios.

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Ruedas en el Corazón

Más tarde, cuando Milosh y todo el clan se acercaron para


ingresar a la iglesia, se sorprendieron ante la ausencia de
mendigos. Se ubicaron en la zona posterior de la nave, cerca de
los confesionarios, justo en el momento en que el párroco
iniciaba la misa.

Cerca de ellos, un grupo de feligreses esperaba al sacerdote para


la confesión. Los gitanos se indignaron al ver llegar al que no era
otro que aquel que momentos antes, en la Plaza, había
desvestido con la mirada a Kefa y a Nadia.

El encargado de absolver los pecado ajenos, bien habría hecho


primero en empezar por los suyos.

La ceremonia prosiguió, y poco después de comenzado el Padre


Nuestro, un grito estremeció a los presentes. Un hombre
ensangrentado, caminando con dificultad por el pasillo central,
intentaba perseguir a otros dos, que vestidos con hábitos
franciscanos, huían raudamente.

Milosh, al verlos pasar, pudo observar que el que empuñaba el


cuchillo tenía un tatuaje en el antebrazo, que le despertó
aterradores recuerdos. Definitivamente, eran lobos con hábitos
de monje, cual piel de oveja.

El persecutor, gravemente herido, cayó al suelo, a unos metros


de donde se encontraban los gitanos. Los asesinos, como un
felino sigiloso, habían esperado pacientemente por su presa para
actuar en el instante preciso, y huir en medio de la confusión.

La víctima, Klaus Weber, era el banquero más acaudalado de la


ciudad, y se rumoreaba que estaba implicado en malos manejos.
El Principado era un paraíso fiscal, y por su cercanía con
Alemania, el lugar perfecto para que los jerarcas nazis

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Ruedas en el Corazón

escondieran ingentes sumas de dinero. Weber manejaba las


cuentas secretas y al caer el Reich, vio la oportunidad de
transferir fondos en beneficio propio.

Muchos líderes nazis habían muerto, y otros se encontraban


prisioneros o en la clandestinidad, por lo que Weber calculó que
no sería descubierto. Desde el otro lado del mundo, un
remanente de miembros del partido de la esvástica había
ordenado su ejecución.

Los asesinos de Weber, mientras escapaban, dejaron sus hábitos


y el arma homicida debajo de uno de los vagones de la caravana.
La policía local, que había acordonado la zona, no tardó en hallar
lo dejado por los criminales e incriminó a los gitanos.

Spiro y Milosh fueron detenidos como sospechosos, ya que en su


carruaje se encontró también un buen número de cuchillos. El
comisario hizo caso omiso a las explicaciones de Milosh, en
relación a las costumbres de su pueblo, donde la habilidad en el
uso de los cuchillos era tradicional.

Todo estaba en su contra. La sucesión de hechos los


comprometía. Habían llegado recién esa mañana, estaban entre
los que asistieron a la iglesia, existían pruebas incriminatorias y
finalmente, eran expertos en el uso de armas punzocortantes.

El clan estaba conmocionado, sin saber cómo ayudar a sus dos


miembros prisioneros. Francisco y Sergio eran españoles, y de
haber sido ellos los acusados, hubieran podido conseguir ayuda
de su país. Pero a los gitanos no había quien los defienda. Es
más, de antemano ya eran potenciales culpables.

Los hijos y la mujer de Weber, al prestar su declaración,


coincidieron en que los supuestos frailes irrumpieron

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Ruedas en el Corazón

intempestivamente desde el extremo izquierdo de la iglesia. El


primero, muy alto y corpulento, abrió el camino a empellones. El
segundo, ágil y rápido, fue el que perpetró el apuñalamiento.
Boris, el hijo mayor, fue el único que aportó información
adicional. El asesino tenía un tatuaje en el antebrazo derecho.
Su descripción de las características de este no fue muy clara.
Sólo recordaba lo que parecía ser un escudo.

Cuando la policía examinó a Milosh y a Spiro, comprobó que


estos no tenían tatuaje alguno. Además Milosh, al ser
interrogado, había manifestado que el asesino portaba un
tatuaje que para él, como ex prisionero del campo de
concentración de Jasenovac, era de fácil recordación. La letra U
con el escudo rojo y blanco ajedrezado en su interior, el
tristemente célebre símbolo de los Ustacha. El hijo mayor de los
Weber logró identificar la imagen que había visto cuando se le
mostró el símbolo.

En otra pesquisa, los gitanos tuvieron que probarse los hábitos


que fueron utilizados durante el asesinato, evidenciándose que
estos no eran de la talla de los inculpados, en especial uno de
ellos, que era como para un hombre muy alto y de contextura
gruesa.

El caso había tomado un giro importante, y la policía investigaba


el posible móvil del crimen. El enriquecimiento repentino de
Weber y la presencia de criminales ustachas dio un vuelco a las
hipótesis policiales.

Todo indicaba que el banquero había sido víctima de una ajuste


de cuentas, ordenado por el nazismo y ejecutado por sicarios
ustachas.

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Ruedas en el Corazón

Luego de cuatro días de tensa espera en la carceleta, Milosh y


Spiro fueron liberados. Fríamente se les invito a que se retiren,
sin recibir disculpa alguna de por medio.

Eran tiempos difíciles y la libertad volvía a ser su más valiosa


posesión. Después de la desagradable experiencia, el clan
resolvió marcharse cuanto antes de Vaduz y seguir la ruta hacia
la frontera con Suiza, desde donde se dirigirían a la ciudad de
Saint Gall.

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Treinsenberg

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CAPITULO 26
El traqueteo de los cascos de los caballos sobre la calzada, era
una música monótona resonando en los oídos de los que
conducían los carruajes. Como si esto no fuera ya bastante
tedioso, ese día parecía que el sol nunca iba a declinar. Al
interior de los vagones, las gitanas abanicaban a los niños y se
refrescaban untándose el cuerpo con agua de lavanda.

Se encontraban en el Cantón de Saint Gall, recorriendo el valle


de Steinach, siguiendo el río. Estaban por llegar a la famosa
Abadía Benedictina, desde donde el santo irlandés San Gallo
evangelizó Suiza siglos atrás.

Imposible no detenerse a conocer su biblioteca, famosa por


tener la mayor cantidad de incunables y libros medievales del
mundo.

Sergio y Gyula se perdieron en la amplitud del recinto y


terminaron en lo que parecía ser el Scriptorium, la habitación
donde los escribas monásticos transcribían los textos. Esta era
amplia pero austera, amoblada sencillamente y con un viejo
crucifijo de madera en la pared.

Sergio, muy apegado a la literatura, se transportó al siglo XV,


tratando de imaginar a un monje en devastadora soledad,
traduciendo y transcribiendo incasablemente.

Al momento de retirarse de la Abadía, les llamó la atención el


Escudo de Armas de Saint Gall, colgado en un lugar preferente de
la Sala de Recepción. Lo llamativo en él era la presencia de un
oso identificando a la ciudad.

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Ruedas en el Corazón

Los osos formaban parte de la fauna del lugar, pero el motivo de


su presencia en el Escudo de Armas se acercaba más a la
leyenda.

Como la que decía que hubo un tiempo de hambruna en la


ciudad, por lo que se envió por provisiones a un poblado
cercano. Cuando la carreta regresaba cargada más allá del
límite, los dos caballos que tiraban de ella desfallecieron. Fue
entonces que un oso tomó su lugar y ayudó a hacerla llegar a
destino.

Otra, más popular aun, narraba que un oso ayudó al propio San
Gallo a cortar leña para sobrevivir a una gélida noche invernal.

Lo cierto es que la caravana no había avistado osos en su camino.


Los únicos animales salvajes con los que se habían topado fueron
un tigre y un elefante, pertenecientes a un circo que se había
instalado en la periferia de la ciudad.

La vida ambulante, los carromatos habitados por los artistas, la


magia del espectáculo, hacían que Milosh y su familia se
sintieran identificados con ellos. Después de todo, había
bastante similitud con su forma de vida.

La caravana acampó en el valle, a cerca de un kilómetro de


donde se encontraba el circo, y el líder del clan de los Albescu
decidió hacer una visita.

Milosh se acercó a la carpa en cuya pista ensayaban


malabaristas, acróbatas y payasos. Sobre ellos, los trapecistas
volaban soñando que algún día no necesitarían de la malla
protectora. El ambiente tenía fascinado al curioso gitano, que no
tardó en encontrarse con el dueño del circo. De alrededor de
sesenta años, tenía una mirada cruzada, producto del estrabismo

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Ruedas en el Corazón

convergente y un frondoso bigote, que trataba de disimular su


nariz a lo Bergerac.

Milosh lo abordó y éste le manifestó que venían de una exitosa


temporada de un mes, en un pueblo al norte de Saint Gall, cerca
del lago Constanza. Luego prosiguió preguntando cuál era el
motivo de su visita. Milosh procedió a contestarle y le dijo:

-Antes tenía la agilidad de un gato salvaje y la puntería infalible


en el lanzamiento de cuchillos. Ahora he comenzado a sufrir los
terribles ataques de la gota que afectan mis articulaciones,
restándome destreza-

El dueño del circo lo escuchaba sin terminar de entender a


donde quería llegar el visitante, por lo que le pidió que sea breve
y vaya al grano.

-Necesitamos trabajo. El dinero nos hace mucha falta- contestó


Milosh. –Somos gitanos y tenemos habilidades que bien podrían
aprovecharse en beneficio del espectáculo circense- continuó.

Giacomo, que era como se llamaba el cirquero, trató de


enderezar la vista y le dirigió una mirada sarcástica, acompañada
de una amplia sonrisa burlona. Su dentadura muy blanca y de
estructura armoniosa evidenciaba que se trataba de una perfecta
prótesis dental, probablemente elaborada en la cercana ciudad
de Schwann, famosa por su fábrica de dentaduras postizas, de
las mejores del mundo.

Giacomo cambió su sonrisa por una expresión pensativa. Era


hasta cierto punto normal que desconfíe de un gitano. Milosh,
percibiendo su actitud recelosa, le aclaró que su clan siempre
obraba guiándose por bien asentados principios, e

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Ruedas en el Corazón

inmediatamente procedió decididamente a ponderar las virtudes


artísticas de sus hijos.

-Estoy cansado de fanfarronería y ruedas de molino- le contestó


Giacomo.

-Denos una oportunidad y le aseguro que no lo lamentará-


insistió Milosh.

Desde el otro lado de la pista, buena parte del elenco los


observaba con curiosidad. El Maestro de Ceremonias, que ahí se
encontraba, se acercó al lugar donde Milosh y Giacomo
dialogaban para preguntar si había algún problema.

Era un tipo malhumorado, con un irrespirable olor a tabaco


negro. Sus ojos chispearon de cólera cuando se enteró de las
intenciones del gitano.

Muchos grupos circenses eran como sociedades secretas donde


era muy difícil ingresar, en especial en aquellas en que las
ganancias eran compartidas. Dirigiéndose a Giacomo, dijo:

-Espero que no cometas la locura de contratar a esta gentuza, a


la que llamo peyorativamente como gitanillos-

Este, ignorándolo y demostrando su autoridad, levantó la voz


dirigiéndose a Milosh y le dijo:

-Los espero esta noche después de la función-

Después de expresar su agradecimiento, el gitano se retiró, no


sin antes fulminar con la mirada al Maestro de Ceremonias.

Estaba por finalizar la tarde y Milosh sentía ansiedad por llegar


pronto a la caravana para hacer practicar a Spiro el acto que
presentarían esa noche.

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Ruedas en el Corazón

Mientras caminaba a paso ligero, podía sentir el murmullo del


agua del río, que corría profusamente, como la sangre impulsada
por su corazón acelerado. La brisa que llegaba del valle le ofrecía
un perfume incomparable, que hasta la reina de Saba hubiese
envidiado.

La noticia traída por su líder entusiasmó al clan, que ya casi se


había quedado sin alimentos. La posibilidad de obtener un
beneficio económico no podía ser desaprovechada y todos se
empeñaban en los preparativos.

Las mujeres ayudaron a Kefa con el peinado y la selección del


vestido que luciría esa noche. Spiro pacientemente afilaba sus
cuchillos, y haciendo gala de su sangre fría, se mostraba risueño
y confiado.

Francisco era el único que no estaba contento. Sabía que los


recientes acontecimientos podían prolongar la estancia de la
caravana en Saint Gall. No veía la hora de estar de nuevo en
España, y el recorrido se le hacía cada vez más largo. Su único
entretenimiento era corretear siguiendo a la caravana,
acompañado de un perro callejero que había adoptado durante
su paso por el Tirol.

De color caramelo y orejas muy largas, asemejaba a un spaniel.


Su aguzada inteligencia y fidelidad sorprendían cada día a los
miembros del clan. Pese a que la alimentación que se le ofrecía
era austera, parecía que el cariño era suficiente para el buen
Lorenzo, que fue como lo bautizó el español. Y es que Francisco
argumentaba que los animales nobles tenían bien ganado un
nombre cristiano.

Todo quedó listo y casi todo el clan acudiría esa noche a


presenciar el espectáculo circense.
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Ruedas en el Corazón

Kefa, vestida con un llamativo traje color rojo bermellón, lucía


más hermosa que nunca. La resolana de las tardes la había
perseguido hasta dorar su piel, teñida de oro como un espejo del
sol.

Kefa, además de bella, era astuta y de mente brillante, lo que


dejaba sin sustento la asociación que se hacía entre el exceso de
belleza con la escasez de inteligencia.

Spiro también estaba listo, con un pañuelo rojo sujetándole el


cabello y un llamativo cinturón plateado, que brillaba sobre el
negro de la totalidad de su vestimenta.

Lo noche era clara, mientras los miembros del clan ya estaban


por llegar al circo. Las estrellas en el cielo se veían cercanas
como luciérnagas, confundiéndose con las coloridas luces de la
carpa circense.

Una multitud se arremolinaba en torno a las boleterías, en medio


de un ambiente festivo, donde los globos, los juguetes y los
dulces devolvían la ilusión a los presentes.

Milosh y los suyos fueron ubicados en la parte posterior de la


pista circense, cerca al escenario donde tocaba una pequeña
orquesta. Desde ese lugar, además de presenciar el espectáculo,
también podían observar lo que sucedía entre bastidores.

A Francisco se le fueron los ojos tras una joven de tipo latino, con
el cabello muy negro recogido en un moño. Vestía una malla de
ballet color salmón con escarcha rojo y plata.

Iba y venía de un lado para otro del patio trasero, mientras


realizaba sus ejercicios de calentamiento, esperando que llegase
el turno de su número de acrobacia.

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Ruedas en el Corazón

Francisco la veía pasar y giraba de cuerpo entero para seguirla


observando.

Gyula y Milosh, intrigados, buscaban la razón por la cual el


español le daba la espalda al espectáculo.

-No ven. Es la primavera rondando por ahí- les explicó Francisco.

Llegado el momento de su acto, su asombro fue mayor al verla


pasar tan cerca. La fuerza de esos ojos principiaban a conquistar
su corazón.

El Maestro de Ceremonias, que parecía que recitaba de memoria


un breve texto, la anunció simplemente como Zarella.

El bullicio del público crecía mientras las fantásticas piruetas de


Zarella iban cobrando mayor grado de dificultad.

La función continuó con la gracia y extravagancia de los payasos,


la coordinación y mano firme de los trapecistas y el aplomo del
domador, haciendo que el tigre vuele entre los aros de fuego.

La alegría, la admiración y el suspenso acompañaban el


transcurrir de cada presentación, hasta finalizar la gala.

El Maestro de Ceremonias abordó a los gitanos, que


permanecían a la espera, sin moverse de su ubicación.

-Como verán- les dijo, -el espectáculo ha sido un éxito, y la


contratación de nuevos artistas no es una necesidad. Sus
posibilidades de hallar trabajo bajo esta carpa son menores que
encontrar un mensaje arrojado al mar en una botella- continuó.

-El pesimismo es más contagioso que la esperanza, pero


felizmente nosotros estamos vacunados- le contestó Milosh.

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Ruedas en el Corazón

Luego, hablando en romaní, para que éste no los entendiera, se


dirigió a sus compañeros con las siguientes palabras:

-Si en un acto de lanzamientos de aproximación al blanco,


tuviera que arrojarle cuchillos a este malintencionado
presentador, erraría deliberadamente un disparo y se lo daría en
la lengua-

Giacomo, el dueño del circo, llegó en ese preciso instante junto


con su hija, para preguntarle a Milosh si ya tenían todo
preparado para la demostración.

Spiro, con una media sonrisa y expresión confiada, tomó siete


cuchillos con su diestra, y se quedó en actitud expectante. Kefa,
por su parte, se adueñó de todas las miradas, esta vez no por su
belleza sino por el coraje de colaborar, exponiéndose a tan
peligrosos lanzamientos.

Se colocó con las extremidades extendidas, apoyándose sobre


una gran pieza de madera especialmente preparada a pedido de
Milosh, el cual la ató de pies y manos, inmovilizándola, para
finalmente vendarle los ojos.

Spiro, pasándose los cuchillos de la diestra a la siniestra con una


rapidez impresionante, realizó los siete lanzamientos, cada cual
más certero, casi rozando a Kefa. Los gitanos presentes
permanecieron inmutables. Los demás, incluyendo a Francisco,
en su mayoría habían terminado cerrando los ojos y con el
corazón desbordándolos.

Giacomo mostró su aprobación y Zarella, su hija, se impresionó


aún más al saber que Kefa y Spiro eran esposos.

Francisco estaba maravillado de tener tan cerca a Zarella. Su


rostro no tenía casi imperfecciones y sus finas manos, detalle
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Ruedas en el Corazón

que Francisco admiraba mucho en una mujer, estaban


delicadamente dibujadas por un laberinto de venas bajo su
lozana piel.

El español la miraba fijamente y pese a que no era


correspondido, el movimiento de los ojos de ella esquivándolo lo
hipnotizaba. No pudiendo contenerse, se atrevió a lisonjearla
diciéndole:

“Si tuviera que dibujar el paraíso,


tendría que tomarte a ti como modelo”

-Milosh, me has traído un lanzador de cuchillos y un poeta-


expresó Giacomo.

-Bien sabes que los hombres se transforman cuando una mujer


los encandila. Muchos hasta se vuelven poetas. Y qué decir
después, cuando el misterioso estado mental del
enamoramiento, cual vendaval, desplaza a la razón- contestó.

Ante esta respuesta de Milosh, el dueño del circo asintió con un


gesto casi imperceptible, como restándole importancia a las
pretensiones de Francisco.

Mientras esto sucedía, nada hacía presagiar que una mortal


bacteria había contaminado buena parte de las carnes en la
despensa del circo.

Spiro y Kefa fueron contratados y su debut fue un suceso la


noche siguiente. Ese día, más temprano, a la hora del almuerzo,
muchos de los miembros del elenco, incluyendo a Zarella, habían
comido la carne en mal estado y sin saber, incubaban la terrible
enfermedad de Kerner.

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CAPITULO 27
Los labios resquebrajándose por la deshidratación originada por
los vómitos incoercibles. Los párpados cayendo sobre los ojos,
cuyas pupilas dilatadas casi borraban el iris. Las manos y los pies
con la sensación de estar cargando pesadas piedras, como parte
de un cuadro de debilidad generalizada.

El doctor de la unidad de Infectología del Hospital de Saint Gall


había reconocido los síntomas y signos que presentaban varios
integrantes del elenco circense.

La toxina botulínica, antes llamada “Veneno de Salchicha”,


comenzaba a producir sus devastadores efectos.

Giacomo, el dueño del circo, y su joven hija Zarella se


encontraban entre los afectados.

El circo se había convertido en un improvisado hospital, donde


los lamentos y el dolor habían reemplazado a las risas y la
alegría.

Kefa y Spiro intentaban ayudar, limpiando las evacuaciones y


ahuyentando a los mosquitos que rondaban en torno a los
enfermos. Habían tenido la suerte de no probar los alimentos
que se dispensaron en el comedor del circo.

Francisco caminaba de un lado para otro de la carpa, abrumado


por la impotencia de ser sólo un inútil espectador.

El doctor, luego de inspeccionar la cocina y las ollas con las


sobras del almuerzo, determinó que se trataba de una
intoxicación producida por la carne de res en mal estado,
confirmado su diagnóstico de botulismo. La neurotoxina no
tardaría en afectar los músculos encargados de la dinámica

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Ruedas en el Corazón

respiratoria, y con ello, el inicio del martirizante y angustioso


final.

Siendo una enfermedad de un alto índice de mortalidad, era de


esperarse que muchos fallecieran, a no ser que se consiguiese la
antitoxina lo más pronto posible.

El médico, sabedor de que en Saint Gall no se disponía de ella y


siendo Zurich el lugar más cercano donde obtenerla, considero
que era imperativo que alguien fuese a conseguirla.

Héctor, el Maestro de Ceremonias, se ofreció como voluntario y


partió acompañado por la esperanza de todos aquellos que
aguardaban su pronto retorno.

Los enfermos, que ya sumaban una docena, se encontraban en


estado de extrema quietud por la debilidad progresiva. Sus
rostros rígidos y descoloridos terminaban de darles el aspecto de
estatuas vivientes.

Zarella, inmóvil en su lecho, tenía las manos sobre el vientre


como intentando contener el dolor. Francisco se le acercó,
inclinó la cabeza y le susurró algo al oído. Luego de un silencio
cómplice, ella con gran esfuerzo, levantó los párpados para
mirarlo y sólo con los ojos se dijeron todo.

El permaneció junto a ella, que exánime se había dormido. Ni la


proximidad de la muerte conseguía velar su belleza. Francisco
había encontrado una razón para permanecer en Saint Gall, y sus
deseos de retornar cuando antes a España habían quedado
relegados a un segundo plano.

Las horas pasaban y la necesidad de la antitoxina era cada vez


más urgente. La insuficiencia respiratoria se agravaba en los
pacientes y ya había cobrado su primera víctima. El payaso Tony,
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Ruedas en el Corazón

de pequeña estatura y caja torácica estrecha, sufría de asma


crónico, el cual siempre le había mermado el oxígeno.

Esta condición, sumada a una situación extremadamente


agresiva como la actual, había acelerado el proceso.

El terror se reflejaba en los ojos del médico, que sabía que en


pocas horas se avecinaría una seguidilla mortal.

La noche cenicienta había sido sorprendida por las primeras


luces del alba, y las aves matinales recibían cantando al nuevo
día. La alegría de la naturaleza contrastaba con la tristeza que
llenaba cada rincón del circo.

Héctor, en Zúrich, se dejaba llevar por sus macabras intenciones


y no mostraba apuro alguno en conseguir la preciada antitoxina.
Siempre había deseado adueñarse del circo y su mente retorcida
pensaba que las circunstancias le eran propicias.

Después de haberse tomado todo el tiempo del mundo, Héctor


llegó al fin a Saint Gall pasado el mediodía, cuando sólo
sobrevivían seis de los doce afectados. Aplicada la dosis
inmediatamente por el doctor, sólo quedaba rezar y esperar que
esta actúe cuanto antes, bloqueando la letal toxina.

Para Giacomo y otros dos miembros del elenco, la enfermedad


fue más rápida que el remedio, siendo inevitable el fatal
desenlace.

Zarella, pese a su frágil aspecto y gracias al duro entrenamiento


como acróbata, había fortalecido y mejorado su capacidad
pulmonar. Ella, un trapecista y la contorsionista respondieron
favorablemente al tratamiento y lograron regresar por la cuerda
floja que pende entre la vida y la muerte.

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Los trágicos acontecimientos habían conmocionado a toda la


ciudad, y después de los funerales, los cuerpos fueron cremados
a pedido de las autoridades sanitarias del cantón.

Zarella decidió conservar la urna con las cenizas de su padre.


Huérfana de madre desde su nacimiento, no tenía más familia
que su recién fallecido progenitor.

El circo, símbolo de algarabía, se había convertido en un recinto


donde reinaba la desolación y la nostalgia. Zarella,
sobreponiéndose a las terribles circunstancias, decidió tomar la
batuta dejada por su padre y dirigiéndose a los que quedaban del
elenco, les dijo con convicción:

-La función debe continuar-

Héctor se pronunció a favor de que el espectáculo abra sus


puertas a la brevedad, pero mostró su enfático desacuerdo en
que Zarella tome las riendas del negocio circense.

-Es una joven brillante- dijo con hipocresía, -pero carece de


experiencia y además, su tiempo está copado entre los ensayos y
las funciones artísticas-

-El problema lo tengo solucionado- le contestó Zarella. –He


contratado a un asistente- y procedió a presentar a Francisco, en
medio de la sorpresa de todos los presentes.

-Es un extraño que nunca ha pisado un circo- gritó Héctor,


perdiendo la compostura. Luego, dejándose llevar por la ira,
quiso agredir a Francisco con una varilla metálica que encontró a
la mano. Este lo tomó firmemente torciéndole la muñeca,
haciendo caer la improvisada arma.

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-La guerra terminó. He luchado en Rusia y Yugoslavia, y lo último


que quisiera es que hagan despertar al soldado- Con estas
palabras Francisco dio por terminado el incidente.

Zarella tomó inmediatamente la palabra y ofreció que todo


seguiría como antes. Cada quien tendría un porcentaje de las
ganancias y la libertad de dejar el circo en el momento deseado.

La función con la que se despidieron de Saint Gall fue a lleno


total. Todos los pobladores quisieron estar presentes,
mostrando su solidaridad.

El circo continuaría su gira por Suiza y Francia, para después


tomar rumbo a España.

Kefa y Spiro decidieron que los acompañarían hasta llegar a


tierras hispanas, donde se reencontrarían con su clan.

Francisco había sido contratado para asistir a Zarella en la


dirección del circo, pero el motivo más poderoso para arriesgarse
en la aventura era su interés sentimental por la bella acróbata.

Dejó la caravana gitana y se llevó con él a Lorenzo, su fiel


compañero, sin saber que con el tiempo, el astuto can llegaría a
ser protagonista del espectáculo.

Durante la gira, entre penas y alegrías, Francisco y Zarella fueron


fortaleciendo su relación, y ella no se cansaba de pedirle que
repita las palabras que le susurró al oído, cuando se encontraba
postrada y al filo de la muerte:

“Viniste para recoger la luz de la luna, para llevarte el brillo de


cada estrella, y ser tú el sol de mi noche”.

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CAPITULO 28
Los gitanos estaban en boca de todo el pueblo de Saint Gall.
Habían sabido ganarse la admiración participando del
espectáculo circense, pero sobre todo, al colaborar atendiendo a
los enfermos durante el fatal brote de botulismo.

Ahora se marchaban teniendo a un nuevo sol de esperanza como


compañero. La claridad de un cielo casi perfecto y la suave brisa
que llegaba de la cordillera se confabulaban para hacer más
agradable el recorrido.

Se dirigían a la ciudad de Berna y el camino, sin tramos difíciles,


prometía un viaje apacible. La paz podía respirarse mientras
transitaban por pequeñas villas incensadas. La mirada serena de
Milosh se perdía en un mar de paisajes que hacían del lugar una
región difícil de olvidar.

Una ráfaga de aire soñador lo invadió, y por un momento pensó


en no dejar aquellas tierras paradisiacas. El sonido del crujido de
las ruedas de las carretas lo regresó a la realidad. Echar raíces no
estaba en los planes gitanos. Tenían otra idea de la vida, de la
felicidad.

La caravana continuó sin percances acercándose a Berna, capital


federal de Suiza.

Todos extrañaban los silbidos con los que Francisco daba


instrucciones a Lorenzo, el noble animal que se había ganado el
cariño general y cuya ausencia también se hacía sentir.

En un alto en el camino, ya muy cerca de la capital helvética, dos


hermosos perros llamaron la atención de los miembros de la
caravana. Estos, con innata habilidad, colaboraban en la

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Ruedas en el Corazón

conducción del rebaño que cruzaba los pastizales cercanos al


lugar donde el clan había acampado.

Eran dos magníficos ejemplares de una raza canina que


representaba a la ciudad, el boyero, el perro tricolor bernés,
cuyo parecido con el San Bernardo, el famoso perro de
salvamento de los Alpes del Mont Blanc trajo inspiración a la
pluma de Sergio.

El español nunca ocultó su deseo de que la caravana hubiese


tomado rumbo hacia los Alpes infinitos, para cruzar el paso
fronterizo del Monte Júpiter y llegar al hospicio del gran San
Bernardo, donde las historias de los monjes agustinos y sus
legendarios perros salvando a los viajeros de la muerte blanca,
hubiesen llenado muchas páginas de su cada vez más logrado
libro.

Aunque parecía difícil de creer, su paso por Treisenberg había


potenciado su vena literaria, y ahora no sólo escribía sobre las
leyendas regionales, sino que novelaba las ocurrencias que
diariamente se suscitaban.

Había comenzado a llover a cántaros y Milosh decidió que era


mejor que acamparan, a la espera de un nuevo día. La lluvia
cesó justo con la llegada del anochecer, y las luces que
comenzaban a iluminar la ciudad de Berna parecían al alcance de
la mano.

Después de cenar y estando todo el clan junto a la fogata, Milan


cantaba mientras las mujeres practicaban con las castañuelas
para llegar preparadas a tierras hispánicas. El talento corría por
sus venas y Milan tenía una voz que de ser educada, podría dar
que hablar.

202
Ruedas en el Corazón

La velada continuó entre cantos y ritmos aflamencados hasta


pasada la medianoche, hora en la cual uno tras otro fueron
cayendo rendidos.

Al llegar el nuevo día, la caravana se dirigió a Berna siguiendo el


curso del río Aare. Sus aguas rumorosas cruzaban la ciudad
arrullando las edificaciones de arquitectura medieval. Además
de su bella estructura urbana, Berna ofrecía otros atractivos
como su majestuoso Jardín de Rosas, de todas las variedades,
tamaños y colores. Visitarlo era un premio que no sólo
regocijaba a los amantes de la jardinería.

Milan, Gyula y Sandor buscaron en la rosaleda los botones más


delicados para entregárselos a sus amadas.

Nadia, emocionada con el ramillete recibido, sentía como


mariposas en el estómago.

Las rosas rojo escarlata escogidas por Milan parecían competir


con los labios de Devoica, cuya pícara sonrisa insinuaba una
compensación.

Coraima, que ya se encontraba en los últimos meses de


gestación, vivía antojada de flores, y el rocío junto con los
pétalos de las rosas blancas traídas por Gyula, colmaron sus
deseos.

Para Sergio, el aroma del jardín era como el de un licor


espirituoso que estimulaba sus sentidos y le facilitaba escribir.
Le había llamado la atención un gran arreglo floral, que
representaba el escudo de la ciudad de Berna, donde el oso era
también el animal heráldico, como en Saint Gall.

Milosh, que se había acostumbrado a tener ojos y oídos siempre


alertas, no podía dejar de mirar a una niña, que aun teniendo un
203
Ruedas en el Corazón

aspecto angelical, reflejaba una honda tristeza. Sus ojos


suplicantes bajo sus rizos anaranjados eran como una luz
parpadeante solicitando auxilio.

Le decían Eva, pero después todos sabrían que se llamaba Ivana.


Secuestrada desde hace tres años por un oficial alemán y su
esposa infértil, vivía el drama de no conocer la suerte que había
corrido su familia, condenada a un campo de concentración.

Arrancada de los brazos de su madre cuando sólo tenía cinco


años, la última imagen que recordaba era la de las siluetas de sus
familiares alejándose hasta perderse entre las sombras.

Los Seller, pese a que habían volcado todo su cariño hacia la


niña, a la que llamaron Eva, no habían podido conquistarla.
Gunther Seller era un joven ofician nazi asignado a Yugoslavia,
que una vez terminada la guerra, había conseguido trabajo como
administrador del Jardín de Rosas de Berna, el lugar ideal donde
podría pasar desapercibido.

La pequeña pelirroja se había acercado a los nietos de Milosh y


los sorprendió al hablarles en serbio. Los niños, que habían
aprendido un poco de este idioma cuando estuvieron con los
Petran durante la guerra, le preguntaron su nombre.

-Tengo ocho años y me llamo Ivana- les respondió, justo en el


momento en que apareció su madre, que tomándola de la mano
y llamándola Eva, le pidió en alemán que la acompañe.

Por la mente de Milosh, que seguía atentamente la escena,


pasaron ideas disparatadas, que luego fueron haciéndose
razonables.

La niña era un misterio. Tenía dos nombres y hablaba en serbio,


pero su madre se había comunicado con ella en alemán.
204
Ruedas en el Corazón

Además, no existía ni un mínimo parecido físico entre ellas. Ni


tampoco con su padre, como pudo comprobar luego Milosh al
ver como éste la recriminaba por andar a su libre albedrío.

La pareja no había logrado ganarse el afecto de la niña, la cual


sospechaba casi con certeza, que sus padres adoptivos eran
responsables de la desaparición de su familia.

Milosh, que había sufrido en un campo de concentración y que


había sido testigo del martirio de las familias serbias, se
solidarizó inmediatamente con la pequeña Ivana, y dejándose
llevar por el corazón, se acercó a ella y le preguntó en serbio si la
pareja que estaba a cargo de ella eran sus verdaderos padres.

Cuando Ivana quiso contestar, fue silenciada abruptamente por


su supuesto padre, el cual le increpó recordándole que le tenía
prohibido hablar con gitanos.

Milosh, que entendía bien el alemán, le contestó:

-Somos gitanos y damos la cara. No como otros que ahora


esconden su vergonzoso pasado-

Seller lo miró y con tono amenazante le exigió que se retire y


deje de perturbar a Eva.

La niña, aprovechando un instante de distracción del alemán,


corrió hasta alcanzar al gitano que ya se retiraba.

-No son mis padres, e hicieron que se lleven a mi familia- le


musitó entre sollozos.

Milosh, tomándola de la mano, se dirigió a Seller diciéndole:

-Humana es la curiosidad, y por ello me acerqué a esta niña.


Pero inhumana sería la indiferencia al permitir que continúe un

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Ruedas en el Corazón

secuestro. Recurriré a las autoridades para que vengan por


Ivana, y todo mi clan se quedará junto a ella esperándolas. Le
sugiero que no intente una locura- prosiguió diciéndole Milosh-
si no me veré obligado a denunciarlo como criminal de guerra
nazi-

Seller y su esposa, consternados, parecían haber perdido el


habla. Sentían que la posibilidad de ser descubiertos era
inminente. Por otro lado, no podían recuperar a la niña por la
fuerza, ya que los Albescu eran numerosos.

La idea de llamar la atención del público que visitaba el Jardín y


acusar a los gitanos con la repetida historia del robo de niños
pasó por la mente de los Seller. Pero el problema era que la niña
no corroboraría dicha versión. Y todo lo contrario, la acusación
podría caer sobre ellos.

En un arrebato de desesperación, Seller sacó su pistola Luger y se


acercó a los gitanos. Estando muy cerca, se detuvo un instante
sin expresar palabra alguna. Miró pensativo a la niña y luego,
con el fuego del odio en los ojos, quiso fulminar a los gitanos.

Milosh lo miró peor que a un recaudador de impuestos, y le


advirtió que era mejor que aceptase las cosas como ahora
estaban.

La niña quedaría a cargo de una institución especializada, que


intentaría encontrar a su familia o conseguirle una adecuada. A
cambio de ello, la identidad de los Seller no sería revelada y así
podrían conservar el trabajo.

El alemán y su esposa se retiraron cabizbajos, mientras los


Albescu esperaron hasta que las autoridades competentes se
llevaran a la pequeña Ivana.

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Ruedas en el Corazón

Luego de un día agotador, Milosh contemplaba en actitud


reflexiva una plateada media luna, donde sintió reflejada su
conciencia. Había actuado siguiendo sus principios, y aquello era
lo único que importaba.

Al recibir el nuevo día, la caravana se marchó de Berna, no sin


antes pasar, a pedido de Sergio, por la casa donde Albert Einstein
escribió su famosa “Teoría de la Relatividad”.

El destino al que se dirigirían luego de cruzar la frontera franco-


suiza era la soñada ciudad de Lyon.

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Casa de Albert Einstein en Berna, Suiza

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CAPITULO 29
Una invasión de estrellas sobre el Valle del Ródano hacía
recordar el famoso cuadro de Vincent van Gogh. La caravana
seguía el curso del río que daba nombre al valle y que nace en
Suiza, en el macizo de San Gotardo, donde también nace el Rin.

El río Ródano, el más mediterráneo de toda Francia, discurría


hacia el sur en busca de la ciudad de Lyon.

Al llegar la mañana, los Albescu disfrutaban del embrujo que les


ofrecía el valle y sus viñedos, y cada vez que se detenían a
descansar a campo abierto, holgazaneaban como inocentes
criaturas sobre la hierba que el sol entibiaba. Milosh sentía que
su deseo de llegar a España era un sueño que se agigantaba con
cada kilómetro que recorrían.

Los campos fértiles y las acequias de regadío fueron dando paso


a poblados rurales y a caminos empedrados, cuyos adoquines
probablemente habían sido colocados durante el dominio
romano.

Lyon había sido la capital de la Galia romana, y la herencia del


Imperio aún se conservaba en algunas construcciones, en
especial en el famoso Teatro Romano.

Sergio sabía que llegaban a una ciudad llena de historia, la capital


de la seda y de la gastronomía. El lugar donde los hermanos
Lumiere dieron partida de nacimiento al cine al filmar las
primeras imágenes en movimiento.

Y sumándose a todo ello, lo ocurrido recientemente durante la


guerra, donde Lyon se convirtió en la capital de la resistencia
francesa durante la ocupación nazi.

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Ruedas en el Corazón

Heroicos relatos aguardaban por un lugar en las páginas del libro


del español.

El viejo Lyon y su río el Saona, principal afluente del Ródano


recibieron a la caravana mostrándole todo su encanto. Milosh
tenía la mirada perdida sobre un mar de techados rojizos y grises
chimeneas, que le daban a la ciudad un aspecto característico.

Milan y Sandor parecían hipnotizados por la magia que llenaba


cada rincón del viejo barrio.

Las gitanas y Nadia se habían colocado sus mejores pañuelos,


que las identificaban como mujeres casadas, y así evitar ser
acosadas por los galantes lioneses, mientras intentaban ganar
algo de dinero vendiendo talismanes.

Sergio tomaba nota de una pinta en una pared que decía:

“Nuestro eterno agradecimiento a Jean Moulin y al ejército de


las sombras, héroes de la resistencia”

Milan, cuya afición por el canto crecía cada día, mientras


paseaba por la Plaza Principal, se detuvo a escuchar a un hombre
manco que cantaba y declamaba con profundo sentimiento.
Pese a que no entendía el francés, Milan se emocionó con las
sentidas interpretaciones.

Sergio, que también se había acercado a presenciar la actuación,


una vez finalizada ésta, le preguntó al cantante callejero si
hablaba español.

Éste respiró hondo, como llevado por los recuerdos, y después


de unos instantes le contestó:

-Tuve una novia española que murió hace más de un año,


luchando conmigo en la resistencia. Yo hubiera deseado correr
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Ruedas en el Corazón

la misma suerte, pero sólo perdí un brazo. Y aquí me tienes,


cantando sin poder olvidarla-

Sergio, conmovido y tratando de cambiar de tema, le preguntó


por el repertorio que había ofrecido minutos antes.

-Son temas que nacieron con la resistencia, entre ellos el Canto


de los Partisanos, la marsellesa de la resistencia, y el poema
Liberte.

A Sergio se le iluminaron los ojos con la información obtenida


para su libro, y estaba decidido a conocer más a fondo la historia
de aquel hombre, al que preguntó por su nombre.

-Soy Pier Giresse, más conocido como El Rey de los Traboules- le


respondió.

-Traboules- repitió Sergio con curiosidad.

-Es una palabra que en latín significa atravesar- le manifestó Pier,


el cual continuó explicándole que se trataban de sombríos
zaguanes, pasadizos secretos que permitían ir de un lugar a otro
a través de las edificaciones, sin seguir el trazado de las calles o
avenidas.

-Un verdadero lionés conoce sus callejones, pero modestamente


creo conocer mejor que nadie, al derecho y al revés, los más de
quinientos traboules que existen en la antigua ciudad- terminó
diciendo Pier.

-¡Quinientos!- exclamó Sergio sorprendido.

-Así es, y en ellos yo soy el rey- prosiguió el orgulloso lionés.

Los hay de todas las dimensiones. Algunos estrechos casi


claustrofóbicos, otros sinuosos e interminables. La mayoría

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Ruedas en el Corazón

oscuros y de paredes grises. Pero también los hay de color rosa.


Pero lo más importante es que estos recónditos caminos fueron
usados por la resistencia, para pasar de un lugar a otro de la
cuidad, sin ser atrapados por las fuerzas de ocupación.

Los maquis, como eran llamados los miembros de la resistencia,


no sólo luchaban refugiándose en los bosques aledaños, sino
también en el corazón de la ciudad y sus traboules.

Milan y Sergio le pidieron al rey si les podía hacer el intrincado


tour. Luego de varias horas recorriendo las secretas arterias de
la ciudad, volvieron a la Plaza, donde se despidieron de Pier
agradeciéndole su amabilidad. Éste, dirigiéndose a Sergio,
también le agradeció la solidaridad que habían tenido los
españoles, luchando hermanados en la resistencia.

Eran cerca de las tres de la tarde y todo el clan se había reunido


en la Plaza. Las mujeres habían logrado vender algunas piedras
mágicas y talismanes, mientras que Milosh se había tomado
fotos con varios transeúntes junto a las carretas.

Habían obtenido dinero, y no habiendo almorzado, decidieron


disfrutar de la gastronomía francesa.

Los Meres Lyonnaises o restaurantes de las Madres Lionesas


eran refinados “gourmets” y no estaban a su alcance, por lo que
optaron por ir a los no menos famosos bouchons, posadas donde
se servía buen vino y deliciosa comida casera.

Satisfechos y con el corazón contento, emprendieron camino


hacia el sur de Lyon, siguiendo el río Saona hasta su
desembocadura en el Ródano.

Habían dejado atrás el viejo Lyon, con sus abandonadas fábricas


de seda y el laberinto de sus traboules.
214
Ruedas en el Corazón

Ahora se encontraban en una metrópoli moderna, rodeada de


inmensos parques, los más grandes del país, quien sabe de
Europa.

Ya en esta parte del recorrido, el clan se sentía seguro y gozaba


plenamente de su libertad, sin sentirse marginados. Los grandes
parques con su multitudinaria afluencia de público, eran el lugar
ideal para que los gitanos desarrollen sus artes para hacer
dinero.

Después de tres días de Tarot, canto, baile y magia, el clan, con


los bolsillos llenos, emprendió su marcha con dirección a Saint
Remy, donde Van Gogh, en un sanatorio, pintó “La Noche
Estrellada”.

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Traboules, pasadizos secretos en Lyon

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CAPITULO 30
El sol caía lentamente cambiando de colores, y el cielo tras él, se
ruborizaba intensamente al sentirlo tan cerca.

Transitaban por la región de Provenza, encontrándose en las


inmediaciones de la ciudad de Avignon. El buen clima embellecía
aún más los campos agrícolas, donde la vid y los olivos reinaban.

Milan, como en un déjà vu, sentía como si hubiese estado allí. Y


esa sensación se magnificó cuando la caravana se detuvo ante la
irresistible tentación de los racimos de uva. La imagen del
viñedo y los miembros del clan saciándose con sus frutos, era
como la repetición de un sueño.

La superstición de comer doce uvas cada una por la dicha de un


mes del año, la habían superado con creces, y tenían para varios
años de felicidad.

Entretanto, a sólo unos kilómetros, el puente de Avignon y su


leyenda los esperaba.

Construido por insistencia de un joven pastor llamado Bénezet,


el cual manifestaba haber recibido un mensaje divino que
indicaba su edificación.

Como los pobladores de Avignon no creían en su historia,


Bénezet, para demostrar que se trataba de una orden celestial,
cargó con fuerza sobrehumana un enorme bloque de piedra y lo
arrojó al río, justo en el lugar donde se debía hacer el puente.

“La primera piedra de un sueño, el milagro de un puente entre la


ciudad y el cielo”

Mientras la caravana cruzaba el puente, Coraima, al interior de


su carreta, sintió una oleada de vibraciones en su vientre, los
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Ruedas en el Corazón

movimientos fetales se hacían cada vez más intensos.


Íntimamente deseaba que su hijo fuera varón, y había decidido
llamarlo como el padre.

Gyula, que parecía escuchar los pensamientos de su amada, la


miraba embobado. El rostro de Coraima era para él como una
bandera en el asta de sus sueños. También deseaba que su
primer hijo fuese hombre, pero sobretodo, ansiaba que la espera
al fin termine.

Faltaban ocho semanas para el parto, y de no mediar


contratiempos, el primer llanto de la criatura se escucharía en
tierras hispanas.

Avignon era una ciudad pequeña, pero no por ello poco


importante. Sus murallas habían protegido la Residencia Papal
durante un periodo de casi setenta años, habiendo sido la capital
de la cristiandad en el siglo XIV.

El Palacio Papal, pese al paso del tiempo, continuaba siendo el


monumento emblemático de la ciudad. La caravana de los
Albescu recorrió Avignon sin detenerse, dejando atrás el corazón
de Provenza, sin haber bailado sobre su famoso puente, como
mandaba la costumbre.

Tampoco tuvieron la oportunidad de admirar la belleza de sus


jóvenes mujeres, que inspiraron a Picasso a pintar “Las señoritas
de Avignon”, lienzo cubista que fue uno de los simientes del arte
moderno.

La noche era clara y Milosh deseaba aprovechar lo mejor que les


podía dar la luna llena, para continuar la marcha sin escalas hasta
Saint Remy, donde pretendía llegar después del amanecer.

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Ruedas en el Corazón

Los primeros rayos del alba los sorprendieron muy cerca de la


ciudad. La campiña y sus pintorescos poblados eran herederos
de la magia del pasado donde, en lo que fue antes una pequeña
aldea provenzal, nació el astrólogo Nostradamus. Sus profecías
eran respetadas y temidas por los gitanos, que sentían la mística
del lugar.

Cargados de energía continuaron camino a Saint Remy,


encontrándose con unas ruinas romanas donde se detuvieron.
La ciudadela de Glanum los transportó a tiempos lejanos, y al
hallar su fuente sagrada, todos los miembros del clan pidieron
deseos.

La tierra de Nostradamus y la Fuente Sagrada de Glanum eran


señales de buen augurio para Milosh, quien tomó la
determinación de quedarse unos días en Saint Remy.

Coraima había presentado contracciones, acompañada de un


leve sangrado vaginal, por lo que Gyula convenció a su padre de
buscar la comodidad de un cuarto de hotel.

Milosh, acompañado de Sergio, fueron en su vagón a conocer el


terreno y se desplazaron por toda la ciudad buscando un
alojamiento adecuado. Una vieja casona, en cuyo frente
ondeaban las banderas francesa y española les llamó la atención.

El curioso nombre del motel y su acogedora arquitectura


despertaron la curiosidad de Milosh y Sergio, que se acercaron
hasta el mostrador de la sala de admisión.

La amabilidad del recepcionista, la simpatía de las mucamas,


esmeradísimamente arregladas, y la amplitud del restaurante
donde se servía comida española y francesa, convencieron a
Milosh, que procedió a reservar tres habitaciones.

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Ruedas en el Corazón

Sergio se había quedado fascinado por una de las mucamas, y


pese a que su tic nervioso, el parpadeo incontrolable se
acentuaba en esas circunstancias, su mirada buscando los ojos
de ella, no dejaba de ser dulce.

Ésta, con actitud llena de coquetería, se acercó a él y con


zalamería le dio la bienvenida. Luego, se dio media vuelta y se
alejó, moviendo rítmicamente el derriere.

Mirella tenía un cuerpo esbelto, que sólo perdía la armonía en


sus caderas, generosamente desproporcionadas. Milosh tomó
del brazo a Sergio y lo llevó por la fuerza hasta el vagón,
sacándolo de su estado de estupefacción.

Tenían que ir a buscar al resto de la caravana para traerlos al


motel.

Al regresar, las parejas se instalaron en tres habitaciones


contiguas. Milosh, los hijos de Spiro, Tiara, la hija de Milan, y
Sergio, permanecerían en las carretas estacionadas en el patio
trasero del motel.

A la hora del almuerzo, todos menos Coraima, que descansaba,


se reunieron en el restaurante.

El dueño del motel, un español de origen valenciano, se acercó a


la mesa de los gitanos para saludarlos y departir con ellos. De
mediana estatura y contextura gruesa y fornida, tenía una voz
exageradamente nasal que llegaba a molestar. Su nariz
aplastada, las cejas blandas y la asimetría facial, mostraban las
secuelas típicas de un ex boxeador.

Su conversación fácil y amena se ganó la atención de clan, que le


escuchaba con creciente interés.

222
Ruedas en el Corazón

Milosh, tomando confianza, le preguntó por el curioso nombre


de su motel, al que había llamado “La Siesta Brava”. Acto
seguido, el valenciano, como si le hubiesen dado en la yema del
gusto, procedió con su explicación.

Su familia tenía un restaurante de comida típica valenciana, que


había pasado de mano en mano por tres generaciones, y si bien
su vocación era el pugilismo, en el que con entrenamiento
espartano había logrado hacerse de un nombre, al heredar el
restaurante tuvo que alejarse del boxeo, para asumir la dirección
de éste.

Cuando la guerra civil española se inició, se vio obligado a vender


sus propiedades y emigrar a Francia, donde se enamoró de la
ciudad de Saint Remy, lugar donde compró una antigua casona,
la cual refaccionó.

Además del boxeo, era muy aficionado al espectáculo taurino,


también llamado “La Fiesta Brava”. Jugando con este nombre,
reemplazó la palabra fiesta por siesta, la cual implica el descanso
luego del buen comer, lo que definía también el rubro del
negocio.

Terminada la explicación y habiendo llegado los platos de comida


a la mesa, el dueño del restaurante se despidió, deseándoles
buen provecho.

El clan saboreó una deliciosa paella valenciana, condimentada


con el mejor azafrán manchego.

Sergio, como buen español, se relamió con el suculento platillo e


inmediatamente le vino a la mente la imagen de las roseras
recolectando por cientos, las preciadas flores moradas de cuyos
estambres se extrae la especia más cara del mundo, el oro rojo.

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Ruedas en el Corazón

Finalizado el almuerzo, Sergio tenía planificado visitar el


sanatorio de Saint Paul, donde Van Gogh, abandonado en su
soledad, pintó muchas de sus más grandes obras.

Al salir del motel por la puerta trasera, coincidió con Mirella, que
se retiraba luego de finalizar su turno. Eran las cuatro de la
tarde, y la joven mucama avergonzaba al sol con el brillo de su
sonrisa.

Sergio, venciendo su timidez, la abordó para proponerle que lo


acompañe en su visita. Mirella, sin pensarlo dos veces, aceptó la
invitación y sin recato alguno, tomó de la mano a Sergio,
indicándole que ella le mostraría el camino.

En un santiamén, Sergio sintió lo que luego describiría en su libro


como amor a segunda vista. Había recibido el flechazo cuando la
vio por primera vez en el motel. Ahora, al sentirla cercana, un
sentimiento nuevo se apoderaba de él.

Nunca se había enamorado, y pese a todo lo que le había tocado


vivir durante la guerra, continuaba manteniéndose casto.
Mirella era una mujer liberal, joven pero experimentada. Su
intuición femenina muy desarrollada, le había hecho percibir
inmediatamente la inocencia de Sergio, lo que despertaba aún
más su curiosidad.

Estaba decidida a poner a prueba su capacidad de seducción,


para conseguir tener una aventura con Sergio.

Mientras recorrían la milla de distancia que los separaba de Saint


Paul, el sol, como un ojo entre las nubes, los seguía, dejando una
estela de flores blancas y amarillas. Dentro de estas margaritas,
que Sergio deshojaba esperando quedarse con el “Si me quiere”.

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Ruedas en el Corazón

Luego de una romántica caminata, llegaron a Saint Paul, el


monasterio franciscano que se convirtió en un sanatorio para
enfermos mentales. El lugar donde Van Gogh se internó luego
del altercado con Gauguin en el que perdió la oreja.

La tarde caía sobre la cada vez más oscura fachada del


nosocomio. Los enormes ventanales enrejados, sus muros
cubiertos por agostadas enredaderas, y el césped de los jardines
a medio podar, avejentaban aún más el aspecto del recinto.

Sergio y Mirella saludaron al portero e ingresaron al amplio salón


de recepción.

Una mujer ya entrada en años los recibió con una sonrisa


forzada. La hora de visitas estaba por terminar y era evidente el
poco entusiasmo que tenía por atenderlos. Los miró con un
rictus de indisimulable desagrado, y les preguntó en qué podía
ayudarlos.

Sergio le pidió disculpas por haber llegado casi al límite del


horario de atención, y de inmediato le solicitó la autorización
para visitar la habitación que había ocupado el famoso pintor
impresionista.

-Otro loco que viene a buscar a Van Gogh- murmuró la


recepcionista.

-Siendo este un hospital psiquiátrico, creo no estar en el lugar


equivocado- le contestó Sergio.

La mujer, cortando la conversación de raíz, elevó su voz


indicándole el número del que fue el cuarto del artista, para
finalizar advirtiéndoles:

-Tienen diez minutos, sólo diez minutos-

225
Ruedas en el Corazón

Mirella y Sergio subieron al segundo nivel, y siguiendo un


apagado pasillo de altos techos, llegaron a destino.

Pese al paso de los años, el mobiliario continuaba tal como Van


Gogh lo dejó, después de su productiva estancia de casi un año.

La habitación era modesta, con un viejo caballete al pie de una


amplia ventana. La cama era una reliquia, y cerca de ella se
hallaban los restos de una silla de ruedas.

No habían oleos ni acuarelas originales. Sólo sencillas réplicas en


las paredes. Sergio se acomodó en una desgastada silla de
madera y permaneció en silencio, imaginando la frustración del
artista, quien pese a su fecundo y talentoso pincel, sólo logró
vender un cuadro.

Se levantó satisfecho de haber cumplido su misión, pues ya tenía


el material necesario que había venido a buscar para su libro. Le
pidió a Mirella que lo siguiera, y juntos procedieron a retirarse.
Ya había anochecido, y la intensa lluvia que caía sobre Saint
Remy invitaba a buscar refugio.

Aunque lo hubiese planificado, las circunstancias no podían


haberse presentado de mejor manera. Mirella alquilaba un
cuarto que se encontraba a unos doscientos metros del lugar, y
era allí donde pretendía llevar a Sergio.

Minutos más tarde, al calor de la habitación, Sergio se sintió


invadido por un tumulto de emociones, cuando Mirella comenzó
a morderle los labios suavemente, hasta terminar en un beso
apasionado, que lo dejó sin aliento.

Sergio actuaba atropelladamente, sin saber dónde posar sus


manos, mientras Mirella le desabotonaba la camisa y le
desajustaba el pantalón.
226
Ruedas en el Corazón

Ésta, para facilitarle el camino, se paró delante de la cama,


prendió todas las luces, y se desnudó con irresistible sensualidad.
No tenía la menor intención de refugiarse en la media luz. Sabía
de la belleza de su cuerpo y lo mostraba orgullosa.

Sergio sintió las mejillas como un carbón incandescente atizado


por la excitación, y en su pubis, una llamarada de incontrolable
deseo estaba por llevarlo al éxtasis.

Mirella, tomando la iniciativa, se posicionó sobre él y comenzó a


moverse rítmicamente, haciendo que el descontrolado español
llegue al orgasmo precozmente.

La ardiente mujer no pretendía descabalgar hasta lograr lo


propio, por lo que prosiguió en su frenesí hasta que ambos
quedaron exhaustos.

Con la respiración agitada y a media voz, Sergio sorprendió a


Mirella al decirle que la amaba.

Mirella lo miró con cariño, se levantó de la cama y fue a buscar


en su joyero una cadena con un dije en forma de luna en cuarto
creciente. Se lo colocó a Sergio en el cuello mientras que al
mismo tiempo le dijo con dulzura:

-Cherí, no confundas la atracción con el amor. Ojalá que la


media luna que te obsequio siempre sea un bello recuerdo-

Sergio había tenido su noche estrellada, y también su primera


derrota en las lides del amor.

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La Noche Estrellada, de Vincent Van Gogh

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CAPITULO 31
Hacia el final de esa noche, la llovizna caía como rocío sobre sus
labios aún sensibles por los besos recibidos.

Mientras enjugaba una última lágrima intentando borrar su


tristeza, Sergio aún confundido, caminaba de regreso hacia el
motel para reencontrarse con el clan. Lo hacía lentamente,
intentando volver sobre sus pasos, recordando los lugares por
donde había transitado horas antes.

La lluvia del día anterior se había empozado en los declives de la


pista, junto a las aceras y Sergio, al cruzar una esquina, vio lo que
parecía ser una rosa en el agua, iluminada por la luna.

Todo lo que ya tenía de gitano lo ayudó a descifrar el mensaje:

“Nuevas y mejores flores le deparaba el futuro”.

Pero por el momento estaba decidido a refugiarse en otros


amores que sí le correspondían. Amaba la literatura, y aunque
sabía lo difícil que era llegar a convertirse en un escritor
reconocido, ansiaba seguir jugando con las palabras.

La agradable brisa de la madrugada y el canto de los pájaros que


volaban de rama en rama lo arrullaban, renovando su estado de
ánimo.

Poco antes que el sol, llegó al motel y se dirigió al patio posterior,


donde se encontraba la caravana. Intentó ingresar al vagón con
cautela, para no despertar a sus ocupantes.

Milosh, aunque estaba acurrucado en su lecho, no había


dormido y sus ojos enrojecidos lo demostraban. Como si fuera a
uno de sus hijos, lo recriminó duramente por su injustificada
ausencia.
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Ruedas en el Corazón

Sergio trató de darle una explicación, pero Milosh, haciendo


valer su autoridad, lo silenció con una mirada penetrante. Lo
tomó del hombro con actitud paternal y lo llevó fuera del vagón.

-Te considero un miembro más del clan- le dijo. –Y como tal,


tienes la libertad de dejar de serlo cuando así lo desees.
También puedes disfrutar tu juventud como mejor te parezca.
Pero si quieres seguir formando parte de esta agrupación, debes
informarme, tan solo informarme, cuando no vayas a pasar la
noche con nosotros-

Lejos de sentirse fastidiado por la reprimenda, Sergio se sintió


feliz de saber que Milosh lo veía como parte del Rai. Estaba
orgulloso de ser español, y ahora también gitano. Había dejado
de ser un payo con costumbres gitanas, para convertirse en uno
de ellos.

Ambos se estrecharon en un conciliador abrazo, para luego


dirigirse al comedor del motel a tomar desayuno.

Coraima se había recuperado con el reposo y en especial, con el


té medicinal que le preparaba Devoica. La sanadora infusión
logró detener el sangrado y calmar los dolores, dejando a la
joven gestante en condiciones de continuar el viaje.

Todos desayunaron como si no fueran a comer nada más en el


resto del día, y al finalizar, cada quien se dirigió a realizar sus
preparativos para marcharse esa misma mañana.

Dejaron la Hospedería y salieron de Saint Remy siguiendo la


carretera hacia el sur, la cual los conduciría hasta Arles.

El paisaje que les ofrecía el campo distaba mucho de ser


camaleónico. El verde era tediosamente uniforme hasta
perderse en el horizonte.
232
Ruedas en el Corazón

El cielo esa mañana había dejado de ser propiedad común, y


parecía obsequiarles sólo a ellos sus mejores matices turquesa.

Con el reloj arañando las dos de la tarde, se detuvieron en un


poblado cercano a la vía principal. En lo que parecía ser la Plaza
Mayor, se había instalado una pequeña feria, donde los
vendedores vociferaban promocionando sus mercancías.

Milosh se acercó a uno de los puestos, donde se vendía el vino


producido por los mismos agricultores. Estos estaban
convencidos que la calidad de su producto mejoraba si se
elaboraba con pasión y alegría.

Milosh convenció a los vendedores de intercambiar dos botellas


por una de sus piedras mágicas, y un amuleto que garantizaba la
prosperidad.

Momentos después de realizada la transacción, Milosh, que


regresaba junto con Gyula hacia las carretas, escuchó el bullicio
que provenía de una taberna. Le ordenó a su hijo que fuera por
el resto del clan, para tomar unas cervezas que acompañarían
con pan y embutidos.

La taberna estaba muy concurrida, en su mayoría por


campesinos del lugar. Al ingresar los gitanos, no fueron recibidos
con miradas amistosas por los comensales.

Una mujer obesa con un descuidado delantal los acomodó en


una enorme mesa de madera labrada, ubicada en una esquina
junto a una columna.

Al llegar las botellas de cerveza, su contenido fue vaciado


instantáneamente, sin lograr refrescar a plenitud las secas
gargantas de los sedientos bebedores. Milosh pidió una segunda
ronda, y poco después una tercera.
233
Ruedas en el Corazón

Los Albescu, como casi todos los gitanos, eran alegres y


sociables, no siendo la excepción aquella tarde, en la que
charlaban y reían, desinhibidos por el alcohol.

Apoyado en la columna junto a la mesa, un hombre con


apariencia de mendigo los observaba con creciente curiosidad.
Sus cejas pobladas y sus mejillas abultadas sobresalían en un
rostro que no tenía otras características destacadas. Vestía
harapos pero estos, como él, estaban extrañamente limpios.

Milosh lo llamó, e hizo un espacio para que se sentara junto a él.


Éste, aún sorprendido, se acomodó junto al líder de los gitanos.
Después de unos segundos de silencio en los que recorrió todos
los rostros, procedió a presentarse.

-Mi nombre es Luka, y mi familia llegó a esta región desde hace


casi una generación. Somos de origen balcánico, como creo que
lo son también ustedes-

Milosh lo interrumpió e hizo un brindis por su invitado y


coterráneo. Luka prosiguió, disculpándose por su aspecto, y sin
apartar la vista de Milosh, le dijo:

-Tal vez sea un indigente, pero no pido ni acepto limosna. Y


aunque mi ropa pueda estar vieja y despedazada, la limpieza es
un hábito que no he perdido. Por eso pernocto cerca de un
arroyo de aguas limpias-

-He pasado a la intemperie las noches más oscuras y frías-


continuó diciendo, -pero siempre la vida me ofrece un nuevo
amanecer-

-¿Un nuevo amanecer?- repitió Milosh en tono de pregunta.

234
Ruedas en el Corazón

-Así es- le reiteró Luka, -y explicarlo sería una larga historia, por
lo que basta con decirles que llevo viviendo sin obligaciones ni
preocupaciones desde hace poco más de un año. Hasta
entonces mi vida había sido una odisea. Ahora, en cambio,
disfruto de las maravillosas ocurrencias cotidianas que antes no
percibía.

“Como el estallido del sol,


iluminando cada rincón de la mañana,
o la competencia de fragancias
y color entre las flores.
Del vuelo altivo de las aves,
sobre las copas de los árboles,
y de las caprichosas nubes,
juguetes del cielo venciendo la gravedad.
De las corrientes de agua rumorosa,
cantándole al amanecer,
y de la otra cara de la luna,
la que pocos vemos,
la que vigila los sueños”

-La naturaleza nos enseña a vivir en libertad- siguió Luka. –Nos


acoge en su regazo y nos provee. Es por ello que no necesito de
finas ni ostentosas vestimentas. Tampoco de distintivos de
rango ni del poder que da el dinero. No necesito de adulante
compañía ni le temo a la soledad. Y menos a caminar entre la
niebla-

-Pero no vayan a pensar por ello que soy un asceta, un psicótico


o simplemente un haragán. Trabajo eventualmente en tiempo
de cosecha, y una vez a la semana colaboro en la limpieza de la
iglesia, donde mi hermano es el párroco-

235
Ruedas en el Corazón

Milosh, que reconocía muy bien cuando alguien decía la verdad,


intervino para detener el monólogo, y propuso un nuevo brindis.
Todos levantaron sus copas, ahora llenas con el vino obtenido en
la feria, y brindaron por un nuevo amanecer.

La llegada de un sacerdote llamó la atención de los gitanos. La


presencia de un religioso en una taberna no estaba en el libreto.
Ni siquiera en el del imaginativo Sergio, quien a renglón seguido
le preguntó a Luka si se trataba de su hermano.

Éste asintió con un movimiento de cabeza, y procedió a intentar


una explicación:

-Un sacerdote en un pueblo pequeño tiene pocas ocupaciones,


pero muchas tentaciones. Sólo las misas los fines de semana y
alguna actividad benéfica a las quinientas. El ocio y el
aburrimiento avivan debilidades e invitan a deshonrar el hábito-

-No es indecoroso que un cura tome vino. Todos los hacen


durante la consagración- le dijo Sergio, tratando de poner paños
fríos.

-El problema es que no sólo se ha bebido la sangre de Cristo, sino


también la de todos sus apóstoles- afirmó Luka entre sonrisas,
que luego se transformaron en carcajadas, cuando éste agregó
que otro pecado de su hermano menor, era tener más mujeres
que un sultán.

-Es un hombre joven y bien parecido, y después de la guerra, en


el pueblo predominan las mujeres-

-¿Y el flirteo también lo hace a vista y paciencia de todo el


mundo?- preguntó Sergio.

236
Ruedas en el Corazón

-No- le respondió Luka con énfasis. –Mi hermano en ese terreno


es muy delicado y siempre inicia sus romances en la privacidad
del confesionario-

“Secretos de confesión,
de una adúltera sin conciencia,
no deja al cura más opción,
que compartir penitencia.
Secretos de confesión,
de la que perdió la inocencia,
se expían con devoción,
al repetir la experiencia.
Secretos de confesión,
de una viuda sin decencia,
el perdón y bendición,
si no opone resistencia”

Después de una divertida velada en la taberna, el clan descansó


hasta el día siguiente. Casi de amanecida iniciarían el recorrido
hacia Arles, en busca de las violáceas flores de lavanda.

237
Ruedas en el Corazón

238
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 32
Los campos de lavanda abarcaban todo el panorama,
suplantando al cielo. Sus colores entre el morado y el lila, de una
belleza casi irreal, hacían que la visión pareciera un espejismo.

La fragancia flotando en el ambiente trasmitía lo que la flor


simbolizaba: la calma, la pureza, la perfección del silencio.

Sergio escribía intentado describir el paisaje con fidelidad, como


si presenciara una inmensa exposición de arte, o una obra
inolvidable sin entreactos.

El río Ródano dejaba atrás los campos floridos y buscaba su delta


en el Mediterráneo. La caravana lo seguía y la ciudad de Arles
estaba cada vez más cerca.

Fundada por los griegos, recién alcanzó su auge con el imperio


romano, el cual dejó monumentos salpicados por doquier.

Arles, la ciudad elegida por el pelirrojo holandés, que soñaba


convertirla en sede de la comunidad artística más importante de
Europa. Van Gogh, en su taller al que llamó El Estudio del Sur,
deseaba acoger a jóvenes promesas y experimentados pintores.

Lamentablemente, sus obras no se vendían y no tuvo el éxito


esperado en el reclutamiento de talento. El único que lo
acompañó en la Casa Amarilla fue su amigo Paul Gauguin, con el
que terminó enemistándose luego de unos meses de febril
actividad creativa, y controvertida convivencia.

La caravana, ya en Arles, había llegado a la plaza Lamartine, y


dentro de los vagones muchos aun dormían como un lirón.
Milosh ordenó a los conductores que aparcaran y recorrió uno a
uno los carruajes, despertando a los que aún descansaban.

239
Ruedas en el Corazón

Algunos sólo dormitaban. Otros superaban el estado de letargo


del roedor y parecían anestesiados. Luego de intensos
zarandeos y algunos gritos en el oído, los durmientes se
incorporaron y el clan en su totalidad procedió a dar un paseo
por la plaza, para reconocer el lugar.

El cielo estaba completamente claro, y el astro rey se derretía


sobre las acacias que engalanaban los jardines. La luz natural
llenaba de vida y color cada rincón y explicaba el por qué Van
Gogh se había enamorado del sur de Francia.

Los gitanos recorrieron presurosos la inmensa plaza, donde


pululaban vendedores ambulantes, en especial artistas. La Casa
Amarilla había sido destruida no hacía mucho por un bombardeo
de los aliados y en las inmediaciones, pintores arlesianos vendían
replicas y afiches de los cuadros del famoso pintor.

A Sergio le impresionó el que mostraba uno de sus autorretratos


con la oreja parchada, sobre el que habían escrito un verso que
decía:

“La verdadera historia no contada,


de una disputa por una mujer mal reputada,
en la que con de esgrima una estocada,
Gauguin dejó a Van Gogh con una oreja cortada”

El nombre de la manzana de la discordia fue Rachel, y se ganaba


la vida trabajando en una casa de tolerancia, donde las disputas
por las complacientes rosas del deseo, muchas veces terminaba
con las más arraigadas amistades, tal como sucedió con los dos
excéntricos pintores.

240
Ruedas en el Corazón

Sergio ya había disfrutado de la belleza de la mujer francesa, y


sabía que estas no sólo podían hacerte perder una oreja, sino la
cabeza.

Tenía la curiosidad y más la necesidad de visitar un prostíbulo, y


esa noche pensaba comunicarlo a Milosh, para no recibir una
nueva reprimenda por ausentarse.

Arles, con su actividad portuaria, era un buen lugar para los


gitanos. Marinos y pescadores gustaban de los amuletos, y sus
ociosas esposas hacían cola, esperando la predicción de su
futuro.

Devoica adivinaba valiéndose del Tarot y la Quiromancia,


mientras Sandor colaboraba con Nadia en la venta de los
talismanes.

Milosh supervisaba complacido, y al ser informado por Sergio de


sus planes nocturnos, lo miró con un gesto de aprobación y le
proporcionó el dinero necesario.

Temprano esa mañana, conversando con un vendedor de


souveniers en la plaza, Sergio ya había conseguido la información
que necesitaba para llegar a la zona rosa.

Llegada la noche, se acicaló en un baño público, donde tuvo la


suerte de que el encargado del mantenimiento del lugar le
proporcionara un poco de agua de colonia, y fijador para el
cabello.

Perfumado y engominado, emprendió una rauda caminata. El


parpadeo eclipsaba su mirada, mientras que el pecho le apretaba
como si tuviera un corsé.

241
Ruedas en el Corazón

En el momento que llegó al barrio de las luces rojas, se detuvo


un instante para calmarse, y fue allí donde vio un cartel luminoso
sobre una puerta rosa, que en letras escarlatas decía: “La Casa de
Muñecas de Rachel”.

Se llenó de coraje e ingresó como un corcel impetuoso, cuyos


bríos disminuyeron al no poder evitar sentirse azorado cuando
fue blanco de las miradas insinuantes de las atrevidas damiselas.

Decidió no sentarse en la barra, y buscó una mesa en la


tranquilidad de un rincón, al extremo de la pista de baile.
Distraído por la danza de las desnudistas, no se percató de la
presencia del Garzón, hasta que éste por tercera vez le preguntó
que deseaba beber.

Para envalentonarse ordenó un brandy, que llegó justo en el


momento en que era abordado por una voluminosa rubia de ojos
color pistacho, y grandes pestañas postizas. Era una mujer
madura entrada en carnes, cuyo atractivo principal eran sus bien
dotados pechos, que se desbordaban por el amplio escote de su
blusa.

Sergio, con la mirada esquiva, intentaba no dejarse seducir por la


abundancia glandular que tenía al alcance de sus manos.
Prefería a las mujeres delgadas y curvilíneas, por lo que la
robusta cuarentona que ya casi lo acosaba, distaba mucho de ser
la musa que deseaba elegir.

Su timidez con las féminas no le permitía herir susceptibilidades,


por lo que para sacarse el problema de encima, lo único que se le
ocurrió fue ampararse en las necesidades fisiológicas.

Excusándose, se levantó de la mesa y a media luz, cruzó el lugar


hasta el extremo opuesto, donde se encontraban los baños.

242
Ruedas en el Corazón

En el camino, una visión fugaz alborotó sus sentidos. Una


hermosa muchacha sentada en la barra le había regalado una
sonrisa.

Permaneció casi diez minutos en el lavabo, tratando de armarse


de valor y esperando que el brandy haga su efecto. Aun nervioso
y con la incertidumbre de que si la joven aún permanecía en el
mismo lugar, Sergio salió del baño y se dirigió a buscarla.

Apesadumbrada por no encontrarla, y temiendo que la visión


haya sido sólo una ilusión, le preguntó al barman por la belleza
ausente. Éste, mientras preparaba un coctel, lo miró de reojo y
luego, sin mediar palabra, le señaló la pista de baile.

Iluminada por una tenue luz magenta, su musa perdida danzaba


poniendo la miel en todas las miradas.

Sergio, que no quería volver a perderla de vista, se acercó lo más


que pudo a la pequeña plataforma que hacía de escenario.

Rosario bailaba con una sensualidad exquisita. Sus manos


seguían a la perfección el ritmo de la música, evocando al
flamenco.

Sus provocativos movimientos de cintura, mientras caía la


lencería, eran como intimas caricias, un estímulo sexual
incontrolable. Su desnudez no tenía defectos.

“La piel como el trigo, bajo el sol del estío,


los senos firmes con las areolas acarameladas,
los glúteos esculturales, y el lugar donde todas
las artísticas líneas de su silueta convergían,
Y a orillas del monte de Venus,
un jardín deliciosamente cuidado,
donde las flores se convertían en labios”

243
Ruedas en el Corazón

Sergio hubiera querido observarla eternamente, pero los


aplausos al finalizar el acto interrumpieron lo que ya empezaba a
ser un sueño.

Rosario desapareció tras el escenario y Sergio se fue a la barra, a


soñar que regresaba. Después de una hora y varias cervezas, fue
sorprendido al sentir el suave toque de unos dedos sobre su
hombro, y una voz que le preguntaba si deseaba compañía.

Volteó esperanzado y al verla no supo que decirle. Tragó saliva,


y después de interminables segundos sus paralizadas cuerdas
vocales recién le obedecieron y la invitó a sentarse.

La cercanía le permitió contemplarla en detalle. Sus cabellos


larguísimos y ondulados, de un color negro brillante; sus ojos
enormes, con una mirada que endulzaba el café tostado de su
iris; su nariz, una joya finamente pulida sobre sus labios jugosos
de un rojo que sólo podía nacer de un frutal.

Sergio trataba de disimular su nerviosismo pero el parpadeo,


siempre su incontrolable parpadeo, y el golpeteo del latido
carotideo, lo delataban.

Rosario, para darle confianza, le dijo que era especial, muy


distinto a los clientes habituales, y le preguntó si era nuevo en la
ciudad.

-Sólo de paso- le contestó. –Formo parte de una caravana de


gitanos camino a España-

-¡Gitanos!- exclamó la joven.

-Así es. Y a mucha honra- le reafirmó Sergio, esperando una


respuesta.

244
Ruedas en el Corazón

-Me estás malinterpretando. Mi expresión no fue de rechazo,


sino de sorpresa, ya que yo soy merchera-

Sergio, como español, sabía que gitanos y mercheros tenían


muchas costumbres en común, tantas que la mayoría de las
veces los confunden.

Así como a los gitanos se les atribuía un sinnúmero de defectos y


conductas delictivas, lo mismo sucedía con los mercheros, que
eran considerados violentos y aficionados al robo.

Su persistente negativa a realizar tareas agrícolas hacía que


también sean señalados por vagancia. Finalmente, sus mujeres
eran consideradas expertas en el arte de la mercha, que consistía
en vaciar establecimientos comerciales escondiendo artículos
entre sus prendas.

-Soy descendiente de un pueblo nómade y aventurero, amante


de la libertad y de habitar en carruajes, de una estirpe de
artesanos, cantores y bailadores, fieles seguidores de sus
costumbres. Tenemos defectos, sí, pero también muchas
virtudes- terminó diciendo Rosario.

-¿Y cómo es que ahora eres una madame arlesiana?- preguntó


Sergio con curiosidad.

-Como casi todos los mecheros, mi familia es del norte de


España, y pertenecemos a una pequeña comunidad en Galicia,
cerca al puerto de Ferrol. Mi padre y sus hermanos, como
buenos quinquilleros, han dedicado sus vidas al trabajo con
metales en sus diversas modalidades, desde la chatarra hasta la
bisutería-

Rosario continuó con su relato.

245
Ruedas en el Corazón

-Su éxito económico hizo que se establecieran, pero no por ello


dejaron de lado sus carruajes. Al nuestro, el más amplio y lujoso,
lo llamaban “El Carro de los Espejos”, y tenía todas las
comodidades. Mi vida transcurrió por la senda de la felicidad, sin
ningún tipo de privaciones. Hasta que me enamoré
perdidamente de un marinero francés, con el que me fugué a
Marsella para contraer matrimonio-

-Para resumir el cuento, debo decir que éste no tuvo un final


feliz. Nunca nos casamos, y la convivencia fue un desastre, con
palizas incluidas. Además, era celoso y un mujeriego
empedernido, por lo que volví a fugarme. No tenía cara para
regresar con mis padres, ni medios económicos para viajar lejos,
por lo que terminé en Arles, donde el mejor trabajo que
encontré fue como bailarina exótica-

Sergio quiso continuar con la conversación, pero Rosario fue


llamada al escenario para una nueva presentación. Ésta se
incorporó y con un beso en la mejilla, se despidió diciéndole:

-Es mi última actuación de la noche. Me gustaría que vinieses


mañana para seguir charlando-

Sergio esta vez no se acercó a mirarla. Se quedó solo en la barra,


pensando en cómo hacer para regresar a verla.

246
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 33
Había ido a la zona rosa a satisfacer lo que su cuerpo le pedía, y
solamente se llevó una sonrisa y un beso en la mejilla.

Llegó a su vagón en la caravana, justo cuando las aves con su


trino madrugador, llamaban al sol.

Antes de dormir, quiso llevar a su libro los recientes sucesos


vividos. Pese a la excitación, escribió con buen pulso y mejor
redacción. Describió sus impresiones, como si estuviera frente a
un espejo, que sólo reflejaba la belleza de Rosario.

Le había quedado claro que era una bailarina exótica, y que el


placer carnal no estaba a la venta. Pese a ello, sentía la
necesidad de volver a verla y no se trataba tan solo de un
capricho.

Descansó unas horas y cuando despertó, se encontró solo en la


caravana. La sensación de paz que se apoderó de él esa mañana
lo hizo pensar en la felicidad que había encontrado junto al clan
de los Albescu.

Un grupo unido, sin celos ni luchas intestinas, y al que Milosh


como patriarca, guiaba con salomónica sabiduría.

De pronto, los momentos compartidos durante el largo periplo


fueron apareciendo uno a uno en su memoria. Imágenes
imborrables, pinceladas que fueron dibujando el cuadro de su
vida.

Habían recorrido lugares maravillosos sin afincarse en ninguno


de ellos. Su hogar estaba en la caravana y Milosh se había
convertido en una figura paternal para él.

247
Ruedas en el Corazón

Sergio, no pudiendo disimular su impaciencia, devoró con avidez


dos hogazas de pan y enseguida, a paso ligero, recorrió el medio
kilómetro que lo separaba del puerto.

El clan en su totalidad desplegaba sus habilidades, para hacer


que el dinero terminara en las pequeñas carteras que las gitanas
usaban atadas a la cintura, sobre sus faldas largas y coloridas.
Kisi las llamaban, y además de guardar en ellas monedas y
billetes, servían para llevar los elementos necesarios para
adivinar la suerte, o mejor dicho en romaní, “la Bají”.

Milan cantaba mientras los niños, perfectamente ataviados


como adultos, bailaban derrochando simpatía. Los pañuelos
rojos en el cuello, las camisas blancas con las mangas apretadas y
los típicos kalches, los hacían ver como irresistibles gitanillos.

En medio de este escenario, Milosh llevaba la batuta como el


más experto director de orquesta.

Sergio no quiso interrumpir la faena y decidió aguardar hasta que


hicieran un alto para almorzar. Mientras tanto, al observarlos
detenidamente, se preguntaba si algún día llegaría a
desenvolverse con la teatralidad casi instintiva de la que hacían
gala sus compañeros.

Apenas pasado el mediodía, bastó una señal de su líder para que


todos se detuvieran como si se les hubiera acabado la cuerda.

Sergio aprovechó para abordar a Milosh, que le prometió tener


una conversación cuando sus quejidos estomacales se hubieran
calmado.

Las mujeres fueron al mercado por lo ingredientes necesarios


para guisar la berza gitana. Los varones, a su vez, se abocaron en
conseguir agua potable.
248
Ruedas en el Corazón

Milosh se relamió con su platillo favorito y después de una breve


siesta, fue a buscar a Sergio, que ansioso lo esperaba. Caminó
con él hasta la fresca sombra de un eucalipto, donde se sentó y
le dijo:

-Soy todo oídos-

-Sin oídos no hay secretos- replicó Sergio, que procedió a


solicitar discreción, ya que no quería que, de ocurrir un nuevo
fracaso amoroso, sea vox populi dentro del clan.

-No seas pesimista- intervino diciéndole Milosh, para enseguida


pedirle que le contara de una vez por todas lo que acontecía.

-Sucede que conocí a una joven y bella mujer, pero


lamentablemente en el lugar menos indicado. Es desnudista de
una casa de luces rojas, pero no ejerce el oficio. Sólo baila y
encandila-

-Según puedo ver, también despierta pasiones- acotó Milosh.

-Es medio gitana y además, entre todas, la gema más radiante-


continuó Sergio con entusiasmo. Luego, cambiando de
expresión, reveló su intención de ayudarla.

Milosh se encogió de hombros y se quedó mirando a Sergio sin


entender qué se traía entre manos. Después de un breve
silencio, sólo atinó a repetir a media voz:

-Medio gitana. Ayudarla-

Sergio sintió que era la oportunidad de convencerlo y procedió a


relatarle.

-Su nombre es Rosario y pertenece a una familia merchera,


dedicada al negocio de los metales en el norte de España. Nunca

249
Ruedas en el Corazón

fue una oveja descarriada hasta que, cegada por el


enamoramiento, se fugó con un marinero marsellés. Llegó al
famoso puerto del sur de Francia llena de ilusiones y con una
promesa de matrimonio en el corazón. Nunca se casaron, y el
galante hombre de mar, resultó ser un celoso violento y
demencial, con el agravante de ser también un Don Juan poco
exigente, que corría detrás de cualquier falda. Maltratada física
y sicológicamente, a Rosario no le quedó más remedio que poner
pies en polvorosa. Así llegó a Arles, con una mano atrás y otra
adelante, siendo lo que ocurrió después, historia conocida-

Milosh, que lo había escuchado atentamente, no necesito de ser


gitano para adivinar sus intenciones. Era obvio que Sergio
pretendía vestirse de príncipe y rescatarla.

También le era claro que al español no sólo lo movía su espíritu


caritativo. Su experiencia le había enseñado a oler la sangre a la
distancia. Y en este caso, percibía que las flechas de cupido
podían dejar una profusa herida en el corazón de Sergio.

Pese al mal presentimiento, no quiso apresurarse en decidir si lo


apoyaba o no. Entonces le pidió que le explique con sinceridad
cuál era su real interés en la joven merchera.

-Es una mujer desdichada, alejada de su familia y traicionada en


el amor. Anoche al despedirse, luego de haberme confiado su
historia, pude ver en sus ojos una súplica, una llamada de auxilio.
Creo que merece mejor suerte y que con nosotros podría tener
una oportunidad-

Sergio hizo una pausa, se secó el sudor de la frente y agregó:

-No puedo mentir y negar que también albergo una ilusión y que
haré todo lo posible para ayudar a que me favorezca el destino-

250
Ruedas en el Corazón

Milosh tenía programado partir hacia Montpellier esa misma


tarde, pero los argumentos que Sergio había esgrimido tuvieron
la fuerza para conseguir que dé su brazo a torcer.

Se quedarían en Arles un día más para que Sergio pueda llevar a


cabo su planes. La expresión soñadora del rostro de Sergio ante
la buena noticia animó a Milosh a darle un consejo.

-Debes llevarle flores. De preferencia las que crecen en la


península ibérica. Los claveles llegaran como un emisario
anunciando una esperanza-

A Sergio le pareció una magnífica idea. Se despidió besando la


frente del maestro y se fue hacia la plaza Lamartine por un
manojo de claveles.

Una anciana florista le preparó un ramillete, combinando el rojo


y el rosado, con tal delicadez que los pétalos parecían turmalinas
y rubíes.

Personalmente fue a dejarlo hasta la zona rosa, donde fue


recibido por la madame, que regentaba el lugar.

-Flores para la gitana- exclamó la mujer con sorpresa.

El arreglo floral, pese a ser pequeño, era tan bello y vistoso que
hasta la misma afrodita se hubiera sentido halagada al recibirlo.

-No es gitana. Es merchera- aclaró Sergio, que se despidió


prometiendo regresar esa noche.

Sabiendo que aún faltaban más de cinco horas para que el


establecimiento abra sus puertas al público, Sergio decidió tomar
un reparador descanso.

251
Ruedas en el Corazón

Horas más tarde, siendo cerca de las once de la noche, Sergio


caminaba deprisa mientras una fuerte ventisca aguijoneaba su
rostro.

El cielo extrañamente vacío, mostraba a la luna agazapada en un


rincón, acompañada de tan solo dos estrellas. Preguntándose si
los astros lo favorecerían, se encaminó directamente a la casa de
lenocinio.

Con más corazón que razón, ingresó al local que, para su


sorpresa, estaba abarrotado de público. Al preguntar por
Rosario, fue informado que después de haber recibido las flores,
nadie había vuelto a verla.

Con sus escasos diecinueve años, era la niña mimada, la mejor y


más deseada manzana de la Casa de Muñecas de Rachel.

Aunque no se prostituía, madame Amelie, su celestina, tenía la


seguridad que esto sucedería y que era tan solo cuestión de
tiempo.

Ya habían pasado diez minutos de la hora programada para la


presentación de Rosario y los ansiosos concurrentes, batiendo
palmas, exigían su presencia.

Madame Amelie, para solucionar el impase, anunció que ésta se


encontraba indispuesta y llamó a otras de sus pupilas para que la
reemplace. Luego fue a buscar a Sergio, al cual observó de pies a
cabeza. Distaba mucho de ser un galán. Tampoco era un joven
lechuguino ni tenía aspecto de ser adinerado.

En su mente retorcida, Amelie no hallaba explicación de cómo las


flores enviadas por tan insignificante Romeo podían haber
sensibilizado a su diamante en bruto.

252
Ruedas en el Corazón

-Ya veo que el viejo truco de las flores, hasta en un burdel, aun
funciona- le dijo en tono despectivo.

Amelie, que había leído sin darle importancia la tarjeta que


Sergio envió junto con las flores, decidió que las circunstancias
ameritaban un cambio de estrategia e intentando desanimarlo,
le dijo sin rodeos:

-Las veces que la ilusión logra deslumbrarte se pueden contar


por cientos. Por ello debes evitar dejarte cegar por esos
resplandores. Si no, nunca podrás distinguir el verdadero amor-

Sergio, que la escuchaba atentamente, comprendió que la


intención del mensaje era desalentarlo. Esto, sumado a la
ausencia de Rosario, hacían que su presencia en el lugar ya no
tenga sentido, por lo que decidió marcharse.

Cuando estaba a punto de salir, una mano lo tomó por la espalda


y lo detuvo. Era la robusta mujer que lo había abordado la noche
anterior. Disimuladamente le alcanzó un pedazo de papel
doblado, que Sergio ocultó entre sus dedos.

Apresurado, se alejó del recinto y doblando la esquina, bajo la luz


de un farol, pudo ver que la nota indicaba una dirección.
Consultó con un transeúnte que amablemente hizo su mejor
esfuerzo por detallarle como llegar al lugar, que se hallaba en un
barrio muy pobre, río arriba.

Después de una hora de marchar a largos trancos, Sergio al fin se


encontró frente a la vieja edificación donde domiciliaba Rosario.
La reja oxidada que hacía las veces de puerta estaba abierta, así
que aprovechó para ingresar.

El pasadizo que conducía hacia las escaleras tenía un aspecto


tétrico, y en sus paredes abundaban los dibujos obscenos con
253
Ruedas en el Corazón

inscripciones soeces. El olor amoniacal procedente de las


letrinas de los baños comunes era tan insoportable como la
suciedad que se impregnaba en la ropa.

Sobreponiéndose a sus temores, subió al segundo piso, donde la


oscuridad le hacía difícil distinguir el número de los
apartamentos. Como casi siempre sucede, el que buscaba era el
último de todos, ubicado al fondo, en las tinieblas del corredor.

No había timbre, así que tocó la puerta a lo Beethoven. Esperó


unos minutos y al no obtener respuesta, decidió hacer un toque
más enérgico y rudimentario.

Cuando estaba a punto de marcharse, escuchó unos pasos


acercándose y una voz femenina que preguntó:

-¿Quién es?-

Sergio, traicionado por los nervios, no podía articular ni dos


palabras, hasta que al fin, con voz trémula logró decirle:

-Soy Sergio, el que te mandó las flores-

El ruido de una taza fragmentándose en el piso, seguido de un


silencio sepulcral, lo dejaron paralizado. El suave crujido de la
puerta entreabriéndose finalizó con la callada espera.

Rosario se asomó tímidamente. Su rostro desencajado y el rímel


deslizado hasta las mejillas, evidenciaban que había estado
llorando. Con un tierno gesto lo invitó a pasar, para luego
ofrecerle asiento en una rústica silla de madera, ubicada al pie de
una pequeña mesa redonda, que eran el único mobiliario con
que contaba la modesta sala.

254
Ruedas en el Corazón

Rosario se paró frente a él y ambos fijaron la mirada en los


claveles que ella había colocado como centro de mesa. Junto al
arreglo floral, resaltaba la tarjeta con su dedicatoria:

“Un clavel entre la mala hierba,


su destino es marchitarse,
sólo el corazón es el jardín,
donde puede resembrarse”

Rosario le agradeció el detalle de las flores, y en especial el verso


en la tarjeta, el cual la había hecho reflexionar.

-¿Por qué no me esperaste?- preguntó Sergio, que continuó


diciéndole que de no haber sido por el alma caritativa de una
blonda dama de la noche, nunca la hubiera podido encontrar.

-Me sentí tan avergonzada- le contestó Rosario, -que decidí


escaparme de la Casa de Muñecas de Rachel. Luego, ya en mi
cama, no pude dormir y después de haber llorado unas horas,
me hice la promesa de nunca regresar-

Sergio se levantó de su silla para abrazarla, y así permanecieron


más de un minuto sin hablarse.

Luego la miró con sinceridad, y la invitó a unirse al clan de los


Albescu para regresar a España. Rosario no lo pensó dos veces y
se fue al cuarto, donde empacó rápidamente.

Dejaron atrás el ruinoso edificio y caminaron bajo las mismas dos


estrellas que Sergio había avistado horas antes.

Como gitano que ya era, interpretó el simbolismo como el


nacimiento de una nueva pareja. En ese momento, Rosario se
detuvo y lo besó con extrema dulzura, haciendo que ambos
sientan el fluir de su sangre, como un rio.
255
Ruedas en el Corazón

“El enamoramiento es como la naciente de un río en la montaña,


y el amor es el caudal que impulsa su curso hasta el océano”.

256
Ruedas en el Corazón

CAPITULO 34
Recorrieron las serpenteantes callejuelas hasta dejar atrás el
mísero barrio del que había rescatado a Rosario. Mientras se
acercaban al puerto, la noche se despedía y había señales
inequívocas de que la luna estaba a punto de ser besada por el
sol.

Los pajarillos se encaramaban sobre las copas de los árboles,


como un coro aprestándose a celebrar el amanecer. Entretanto,
la brisa se abría paso como un fugitivo robándose el olor del mar.

Bajo la complicidad de los primeros destellos solares, Sergio y


Rosario caminaban tomados de la mano y ya se encontraban a
poco menos de medio kilómetro del lugar donde pernoctaba el
clan.

Durante esta última parte del trayecto, ambos permanecieron en


silencio, pensando en lo que acontecería en los próximos
minutos. Rosario tenía la seguridad de que su decisión no había
sido una insensatez y esperaba un buen recibimiento.

A Sergio, a su vez, la ansiedad le cortaba el aliento y no lo dejaba


hilvanar bien sus ideas.

En la caravana, como era su costumbre, los Albescu amanecían


poco antes que el sol. Las mujeres preparaban el desayuno,
animadas por Nadia, que tarareaba una pegajosa melodía
húngara.

La noticia de la probable llegada de una nueva integrante al clan


había sido recibida con favorables augurios. La aparición de
Sergio acompañado por la bella merchera puso punto final al
suspenso. No hubo interrogatorios. Ni siquiera miradas
inquisitivas.
257
Ruedas en el Corazón

Con total naturalidad, las gitanas ayudaron a Rosario a instalarse


en el vagón de Spiro y Kefa, que aún no retornaban de su
aventura circense.

Su primer día con el clan había comenzado de manera


promisoria, e íntimamente albergaba la esperanza de poder
remendar su corazón.

Milosh, que había estado observando en detalle lo que


acontecía, se dirigió a Sergio para decirle:

-No sé si he envejecido de prisa con la guerra, pero hoy me


siento como un abuelo que chochea y no me queda más que
felicitarte por tu buena elección, ya que, pese a que sabemos
poco de ella, su presencia ha irradiado carisma desde que llegó-

-Es una joven adorable, y no dudo que se ganará un lugar


importante dentro del clan- aseguró Sergio.

Milosh asintió, dándole unas palmadas en el hombro y luego dio


la indicación al clan para que se preparen para seguir viaje.
Luego de una hora, se marcharon de Arles y tomaron el camino
de Santiago, aquel que era usado para “La Peregrinación a
Compostela”, donde estaba enterrado el santo.

La caravana se adentró en la Cataluña francesa, y después de


seguir durante un trecho por el camino de los peregrinos, se
desviaron hacia el sur, con destino a Montpellier, ciudad que a
diferencia de las que habían recorrido recientemente, no tenía
raíces romanas.

Ostentaba como principal atractivo histórico su afamada


universidad y su facultad de medicina, la más antigua de Europa
en actividad.

258
Ruedas en el Corazón

Milosh tenía programado tomar un breve descanso en


Montpellier, para enseguida enrumbar hacia Toulouse, la rosa de
Francia.

La intensa actividad de la ciudad universitaria llamó la atención


de los gitanos. Feria de libros, teatro callejero y festival de danza
eran parte de la variada oferta artística.

Nadia y Sandor, contagiados por el entusiasmo reinante entre los


estudiantes, decidieron participar y se inscribieron para bailar en
representación de los gitanos.

Sergio y Rosario visitaron la feria, en donde descubrieron que por


módicas sumas, se podían obtener los más variado títulos.

El canturreo de las bellas estrofas de la Marsellesa los atrajo


hacia uno de los puestos de venta. Cuando estuvieron a pocos
pasos del lugar, la entonada voz ya había finalizado su
interpretación y como acto seguido, arremetía con soflamas
revolucionarias.

Sergio lo escuchaba y observaba con detenimiento. Era un


hombre de aspecto descuidado y vestimenta estrafalaria, que
distaba mucho de parecer un intelectual o un erudito en
Literatura.

Sus ojos eran intimidantes, con las cejas muy negras y delgadas,
como flechas apuntando hacia su frente, y los párpados casi
desprovistos de pestañas, como si éstas hubieran sido
consumidas por el fuego de su mirada.

Sergio había aprendido a no dejarse llevar por las apariencias,


por lo que se aproximó y procedió a dar una mirada a los libros
que estaban desparramados sobre un mesón. Cuando ojeaba un
poemario, el librero, que era todo un personaje, le dijo:
259
Ruedas en el Corazón

-Buena elección. “Los Heraldos Negros”, del autor peruano


César Vallejo-

Luego, haciendo gala de su buena memoria, declamó uno de los


versos más sentidos del poema:

“Son pocos, pero son…


Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero,
Y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas,
O lo heraldos negros que nos manda la muerte”

Sergio, con total convencimiento, compró el libro para después


quedarse charlando con el librero, sobre el origen de la etnia
gitana.

Rosario, con una sola frase, interrumpió lo que parecía iba a ser
una conversación interminable.

-Mi amor, vamos a llegar tarde a la presentación-

Era la primera vez que lo llamaba de esa manera, y Sergio no


cabía en sí. Solamente se habían besado la noche en que la
rescató, y aún conservaba en su boca la mariposa roja de los
labios de Rosario. Ansiaba volver a hacerlo. Repetir el mágico
momento donde los sentidos se juntan.

Minutos más tarde, mientras caminaban hacia el campus


universitario para acudir al festival de danza, Sergio parecía
encontrarse en otro mundo, abstraído en sus pensamientos.

Rosario, con su natural picardía, intuía lo que Sergio necesitaba.


Así que al adentrase en un parque, lo abrazó sorpresivamente y
le estampó un beso, que lo hizo aterrizar en la tierra.

260
Ruedas en el Corazón

La pareja se sentó en una banca, donde las caricias y juramentos


de amor sólo pudieron ser interrumpidos por una fuerte lluvia,
que arreciaba minuto a minuto. El cielo parecía caerse sobre
Montpellier mientras los jóvenes enamorados corrían sin
protección alguna. Totalmente empapados, se refugiaron bajo el
toldo de una cafetería.

Parecía que nunca dejaría de llover, pero el torrencial cesó tan


bruscamente como había llegado.

Sergio y Rosario se apresuraron en dar el alcance al clan, que


aguardaba con gran expectativa el inicio de la velada artística.

Los danzantes, con sus coloridas vestimentas y vistosas


coreografías, empezaron a desfilar ante los ojos de la multitud.
Cada acto era recibido calurosamente y despedido con el
estruendo de los aplausos.

La gracia de las esbeltas muchachas y el cadencioso movimiento


de las caderas y muslos femeninos, alimentaban la fantasía del
público masculino.

Mientras tanto Milosh, acompañado por la totalidad el clan,


esperaban ansiosos la presentación de Sandor y Nadia.

El alegre ritmo del golpe de los palos flamencos anunció el


esperado momento. La pareja, sin dejarse atrapar por el
nerviosismo, encandiló a los espectadores bailando por bulerías.
Grande fue la sorpresa de Milosh, al ver la cantidad de adeptos,
que jubilosos celebraban cada interpretación de los gitanos.

Todo había salido a pedir de boca, y el clan se marcharía esa


misma noche de Montpellier, llevándose un grato recuerdo.

261
Ruedas en el Corazón

La mañana los sorprendió siguiendo la senda de la carretera


hacia Toulouse. Las frescas tonalidades de los campos y el
perfume afrutado del ambiente los acompañaban, mientras la
caravana descontaba la última parte del trayecto que los
separaba de la ciudad ribereña, a orillas del Garona.

Al llegar al puente Neuf, todos entendieron el porqué de la fama


que lo precedía. Era realmente el lugar perfecto para que los
enamorados disfruten de un romántico atardecer.

Al continuar cuesta abajo por la vía principal, avistaron los


llamativos colores de las edificaciones de ladrillos, que le daban a
Toulouse el nombre de la Ciudad Rosa.

Poco después, ya en la urbe, admiraron sus palacetes y también


la imponente Basílica de San Sernin, construida en homenaje al
santo que murió arrastrado por un toro.

Al no encontrar en el corazón de la ciudad un espacio adecuado


donde la caravana pudiera quedarse, la voz de Milosh se hizo
escuchar, indicando que buscarían acampar en las afueras de
Toulouse, cerca al Garona.

El lugar elegido fue una amplia hondonada frente a las aguas


cristalinas del río, la cual presentaba en su zona central un
espacio despejado, en el que el viento del diablo se dejaba
sentir.

En sus extremos, una frondosa vegetación marcaba sus


fronteras. En ella predominaba el glasto, de cuyas hojas y tallos
se extraía el oro azul de Toulouse, que fue la tinta añil con la que
se pintó toda una época.

262
Ruedas en el Corazón

La caravana de los Albescu, al encontrar que otros grupos ya se


habían apoderado de las mejores ubicaciones, optó por
instalarse en la periferia de la hondonada.

Mientras se desplazaban hacia dicho lugar, pudieron observar


con detenimiento a quienes ahí habitaban. Desheredados,
indigentes, desterrados; corazones solitarios en su mayoría. El
lenguaje de sus miradas expresaban el sufrimiento y la
impotencia de que, pese a que habían luchado a brazo partido,
no habían conseguido mejorar su suerte.

Y aunque en el aire se respiraba la tristeza, a Milosh lo invadió


una llama de inspiración, la cual se encendió aún más cuando se
encontró con la agradable sorpresa de la presencia de otra
caravana gitana.

Apenas terminaron de posicionarse, Milosh dejó su vagón y se


adelantó en ir en busca del líder del otro clan. A pocos pasos,
Milan y Gyula iban tras él, como si fuesen parte de su séquito.

Al llegar Milosh, contó diez vardos con sus respectivas


cabalgaduras, además de otros dos más pequeños adaptados
para ser remolcados.

Tres silbidos provenientes de diferentes lugares dieron la señal


de alerta, de que Milosh se había acercado más de lo permitido a
la caravana.

Cuatro fornidos gitanos con marcada actitud amenazadora,


aparecieron para interrumpirle el paso y preguntarle en romaní,
qué era lo que deseaba.

Milosh, con sangre de horchata, los saludó con cortesía y se


presentó, explicándoles también que el motivo de su visita era
saludar a su patriarca.
263
Ruedas en el Corazón

-¿Qué pasó? ¿Acaso han perdido los modales? Así no se recibe a


un hermano- dijo una voz que se fue haciendo más cercana.

Quien hablaba era un hombre larguirucho y barbicano, con unas


cejas tan pobladas que a gritos exigían un recorte. Sin mediar
más palabras, se acercó a Milosh y se saludaron con un fuerte
apretón de manos.

Ambos se presentaron, y luego de conversar en privado durante


varios minutos, se anunció que el clan de los Albescu había sido
invitado al banquete que se ofrecería esa noche.

Al retirarse, Milosh le explicó a Milan y Gyula la situación.

-Marcel es su nombre, y recién desde hace dos días asumió el


liderato. Su padre, que había sido patriarca del clan Sinti por
más de treinta años, había fallecido de una neumonía fulminante
cuando se encontraban en un pequeño pueblo de Burdeos, cerca
al mar Cantábrico. Antes de morir, le hizo prometer que el
funeral debía ser en Toulouse, su ciudad natal-

Milosh continuó con su explicación.

-Marcel, como buen hijo gitano, sabía que una promesa era
sagrada, y que si no se cumplía, quedaría maldito (“Prókleto”). El
funeral y el ritual, incluyendo la exhibición pública del dolor, ya
se había realizado muy de mañana el día anterior. Y esa noche
se celebraba el banquete en honor al muerto o “Pomana”, al cual
hemos sido invitados- terminó Milosh.

Apenas estuvieron de regreso, Milosh reunió al clan y comunicó


la noticia. Las mujeres inmediatamente procedieron a buscar sus
mejores atuendos, mientras los hombres hacían tiempo
tomando café. Hacia muchas lunas que no compartían un
evento con otros gitanos y todos se mostraban expectantes.
264
Ruedas en el Corazón

Coraima, por su avanzado estado de gestación, prefirió no asistir


y Gyula se quedaría con ella, cuidando de los niños.

A las ocho de la noche, con exacta puntualidad, el clan de los


Albescu se presentó a la ceremonia. Milosh tenía la costumbre
de llegar justo en hora, ni tarde ni temprano, para no ocasionar
molestias.

Inmediatamente fueron recibidos por Marcel, que los acompañó


hasta el lugar que les había sido reservado. La comida fue
abundante, no faltando la col verde, las alubias y los garbanzos.

En la sobremesa, ambos líderes relataron la historia de sus


clanes, y como sucede entre gitanos, siempre se terminaba
hallando una raíz que los emparentaba.

La tranquilidad fue interrumpida cuando uno de los hijos de


Marcel y un extraño elevaron sus voces, enzarzados en una
acalorada discusión. Los hechos sucedían a unos treinta metros
de donde se celebraba el banquete, muy cerca de las carretas.

El extraño era un hombre extremadamente delgado, con el


cabello largo y desgreñado, y con un parche cubriéndole el ojo
derecho. Unas pústulas a punto de estallar en la piel de su
rostro, completaban su mal aspecto.

Probablemente su intención era robar, aprovechando la


distracción, pero al ser descubierto, argumentó que sólo se había
acercado porque el hambre lo vencía.

Marcel, tratando de apaciguar la situación, envió a una de las


gitanas con un plato, rebalsándose de comida.

265
Ruedas en el Corazón

El famélico intruso, al ver que ésta portaba una cadena de oro


colgando de su cuello, se la arrancó bruscamente para luego
tomarla de rehén, amenazándola con un cuchillo.

Sin que nadie se diera cuenta exactamente cómo lo hizo, Milosh


apareció para reducir al agresor y liberar a la joven. Todos
quedaron sorprendidos con la rapidez y agilidad que Milosh
mostró, pese a sus años. Había recuperado la dorada cadena y
portaba en sus manos el filoso cuchillo que había logrado
arrebatarle. Con éste lo amenazó, obligándolo a marcharse.

El avezado malhechor, pese a encontrarse desarmado, no perdió


su agresividad y se retiró lanzando imprecaciones.

-“Malditos egiptanos”- fue lo que a gritos repitió hasta


desaparecer en la noche. La errada creencia de su origen egipcio
motivó que durante un tiempo fueran llamados así. Luego, la
denominación se abrevió para quedar finalmente como gitano.

Pasado el mal rato, entre sorbos de té y sorbos de café, ambos


clanes confraternizaron al calor de una fogata. La amena
conversación dio paso al discurso de Marcel en honor al muerto.

Con la voz entrecortada y los conductos lacrimales vertiendo un


río imparable, las emotivas palabras de Marcel se adueñaron de
las sístoles y diástoles de todos los presentes. Los vítores por el
viejo líder caído y por el que ahora asumía su lugar se dejaban
escuchar.

Marcel no quiso terminar su alocución sin agradecer a Milosh por


haberse arriesgado en defender a una de las gitanas de su clan.

Finalmente, ambos líderes se estrecharon en un fuerte abrazo, y


Marcel, llevándoselo a un lado, le preguntó si tenían alguna
necesidad.
266
Ruedas en el Corazón

Milosh asintió con la cabeza y luego, dudando por la magnitud


del pedido, le comentó:

-El clan ha crecido y nos hace mucha falta una carreta-

-Nuestra condición económica es bastante holgada por el


momento- respondió Marcel. –Pero una carreta con sus dos
caballos es una petición que sobrepasa mi generosidad. Sin
embargo, puedo ofrecerles un remolque para ser tirado por una
carreta grande, en el que cómodamente puede instalarse una
pareja-

Una vez más, la solidaridad entre los gitanos se había puesto de


manifiesto, y el regalo recibido por Milosh le venía a la caravana
como anillo al dedo.

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Ruedas en el Corazón

CAPÍTULO 35
Las estrellas curioseaban bajo el techo de la noche, mientras los
Albescu se retiraban del banquete con su preciado obsequio.

Milosh había decidido que el nuevo vagón sería enganchado a su


carromato para ser remolcado, y que en él se instalarían Sergio y
Rosario. Esta nueva distribución permitiría que el clan pueda
disfrutar de mayor comodidad en lo que restaba del viaje.

Pocas horas los separaban del amanecer, y era urgente recuperar


energía para afrontar la jornada que los llevaría hasta la frontera
con España.

Esa noche, Milosh, por más que lo intentaba, no lograba conciliar


el sueño. Los recuerdos se presentaban uno tras otro y lo
llevaban a cada lugar que la caravana había pisado durante su
inolvidable expedición.

Como si estuviera en medio de una encarnizada partida de


ajedrez, por su mente pasaba cada movimiento realizado desde
que todo se inició en las montañas de Serbia.

Había conocido lugares de inenarrable belleza y disfrutado de


intensas emociones. Pero también había tenido que aprender a
mirar el rostro del dolor y a superar los baches del destino.

Ahora, después de tan largo camino, sentía a España tan cerca,


tanto que no dormía soñando con ella.

Pese a que no había cerrado los ojos en toda la noche, su reloj


biológico le indicaba que ya era hora de levantarse. Milosh como
el gallo, cantó por la ventana de cada vagón, adelantándose al
amanecer.

269
Ruedas en el Corazón

Muchos, aun cansados ya que se habían acostado tarde, se


despertaron a regañadientes. La expresión facial de todos
cambió cuando una bandada de mirlos se apostó deliciosamente
sobre las ramas de los robledales, ofreciendo una imagen de
incomparable armonía natural, como la que cualquier ornitólogo
hubiera soñado captar.

Sergio, que había pasado su primera noche a solas con Rosario,


tenía los ojos más abiertos que un cielo de primavera. Parecía
que había estado toda la noche muy despierto, pero por motivos
muy distintos a los de Milosh.

Su alegría era más contagiosa que un bostezo y estaba más


inquieto que un saltimbanqui. Rosario, la responsable de su
euforia, mordía una sonrisa y cruzaba miradas de complicidad
con el resto de las gitanas.

Tan solo unas palabras de su líder bastaron para producir una ola
de entusiasmo general.

-Hagan los preparativos para salir a la brevedad. Hoy no nos


detendremos hasta cruzar la frontera- fue lo que indicó Milosh,
haciendo hincapié en que se prepare bien a los caballos para
afrontar el exigente trayecto.

Los herrajes de los equinos repiqueteaban sobre el asfalto


marcando el ritmo de la marcha, mientras la garúa rociaba los
pastizales que a la vera de la carretera, verdeaban regalando
esperanza.

La caravana se mantuvo andariega hasta llegar a un pequeño


poblado al pie de una explanada.

270
Ruedas en el Corazón

El reloj ya vencía a la mañana y el sol de mediodía se abalanzaba


sobre los capullos de las flores, que se abrían dando vida a un
nuevo arco iris.

El césped bien cortado invitaba a caminar descalzo y los Albescu,


que ya habían estacionado sus carruajes, decidieron acercarse
hasta la aldea.

Las visiones que fueron presentándose ante sus ojos eran como
golosinas que endulzaban el alma.

Unos niños desafiaban al viento volando sus cometas, otros


corrían imparables detrás de una pelota. Las niñas bailaban
haciendo una ronda, y el sonido de sus brazaletes al mover las
muñecas, era como un cascabel llamando a la alegría.

Las mujeres se mostraban activas en sus quehaceres domésticos


y comunitarios, mientras las más jóvenes portaban sus cestas
llenas con la fruta recolectada.

A los hombres se les podía ver dedicándose al pastoreo en la


llanura, y también como campesinos trabajando la tierra.

Finalmente, los ancianos parecían disfrutar de amenas


conversaciones asoleándose en las bancas de la Plaza.

Así se presentaba la vida en el apacible pueblo pirenaico al que


habían llegado los Albescu.

Un racimo de curiosos rodeó a los gitanos, que ya se


encontraban en la pequeña Plaza. Como movidos por una señal
de alarma, una marea humana llegó del campo ante la posible
situación de riesgo.

271
Ruedas en el Corazón

La desconfianza que generaban los gitanos era evidente, y es que


la mala fama que los precedía se había diseminado por todo el
mundo, peor que una epidemia.

La tensión inicial dio paso a la calma cuando Milosh aclaró que el


motivo de su presencia era para aprovisionarse de alimentos,
que pagarían con dinero contante y sonante.

Mientras realizaban la transacción, un hombre de aspecto


cadavérico se aproximó a Devoica, que intentaba calmar a su
pequeña hija Tiara, que lloraba víctima de violentos cólicos
abdominales.

El hombre tenía la cabeza rapada, y su aspecto hacía recordar a


un lama, pero con una delgadez exagerada. Sus ojos sumergidos
en lo profundo de las órbitas hacían difícil saber a dónde estaba
mirando.

Con voz gutural se dirigió a Devoica para solicitarle autorización


para darle a su hija unas gotas de valerianato. Tras unos largos
minutos de espera, el cuadro clínico comenzó a revertir. La
palidez de la niña y unos hilos de sangre que se asomaban por las
fosas nasales habían llamado la atención del solícito y menudo
hombre, que resultó ser un enfermero jubilado recientemente.

Había trabajado toda una vida en la más prestigiosa clínica


pediátrica de Toulouse, y estaba familiarizado con las diversas
patologías que afectaban a los niños.

Por ello recomendó que Tiara sea evaluada por un doctor en la


cercana localidad de Pau.

-Podría tratarse de una leucemia- les dijo a los incrédulos padres


de la niña.

272
Ruedas en el Corazón

Devoica lo escuchaba con desconfianza, y es que el extraño


aspecto del hombrecillo le provocaba temor. Siempre había
creído en el “mal de ojo” y las circunstancias requerían de acción
inmediata.

Como experta echadora de cartas, recurrió al Tarot buscando


una respuesta. Los números, símbolos y figuras fueron claros
para ella. Nada presagiaba una enfermedad grave ni había
señales de fatalidad.

Luego, le pidió a Milan que consiguiera una cinta roja para ser
atada en el cabello de su hija, y hojas aromáticas de angélica
para protegerla del embrujo.

El enfermero no podía creer lo que sucedía y recriminó


duramente a los gitanos, exigiendo que la niña sea puesta cuanto
antes en manos especializadas.

Milosh intervino pidiendo respeto y diciendo:

-Tenemos nuestras leyes y costumbres, pero nada que nos haga


muy distintos a otras etnias, que también tienen supersticiones y
extrañas creencias-

El enfermero se disculpó, pero no dejó de insistir en la necesidad


urgente de atención médica para Tiara.

-Debo reconocer que mi nieta ha perdido el color cereza de sus


labios, y que las oquedades de su rostro están finamente
bordadas de sangre. Por ello estoy de acuerdo en visitar al
doctor que nos recomienda, en la ciudad de Pau- le contestó
Milosh.

273
Ruedas en el Corazón

-El nombre del médico es Víctor Durand y les será fácil


encontrarlo- replicó el hombre. –Díganle que el enfermero
Bernard los envía.

Milosh era un hombre agradecido y reconocía la ayuda


desinteresada que habían recibido, por lo que antes de partir,
invitó al enfermero a compartir con él una taza de té frutado,
que Devoica prepararía.

Milosh no ocultaba su adicción al té y a diferencia de los ingleses,


no lo tomaba a las seis de la tarde, sino que lo hacía por lo
menos tres veces al día.

-Es una bebida deliciosa y saludable- decía, -y te mantiene


sereno y lúcido durante la jornada-

Después de haber departido brevemente con Bernard, los


gitanos se despidieron y partieron con destino a Pau.
Deslumbrados por la belleza del paisaje, el camino se les hacía
más corto. Por ello, casi sin darse cuenta llegaron a la ciudad
donde los hermanos Wright, en 1909, fundaron la primera
escuela de aviación.

Pau era una ciudad pequeña y el doctor Durand, tal como se los
había anticipado Bernard, era más conocido que el Presidente
del Ayuntamiento.

Encontrar la dirección del consultorio del doctor no fue tarea


difícil. Ubicado en una vieja casona en la avenida principal,
disponía de una amplia sala de espera, la cual estaba colmada de
pacientes.

Milosh y Devoica se formaron casi al extremo de la larga fila que


se hacía para obtener una cita. Eran las dos de la tarde, y la hora
aproximada en que habían logrado programar la consulta para
274
Ruedas en el Corazón

Tiara era a las cuatro. No podían retirarse y volver más tarde,


porque correrían el riesgo de perder su turno.

Se acomodaron en un viejo sillón de cuero negro, donde


inmediatamente se convirtieron en el centro de atención de
todas las miradas.

Milosh también observaba con detenimiento a todos aquellos


que aguardaban por atención médica. En ese recorrido, sus ojos
fueron hallando miradas perdidas, rostros desencajados, y las
más variadas expresiones de dolor y temor.

Todos esperaban ansiosos en una sala donde se respiraba el


hedor de la enfermedad. En ese momento, Milosh se preguntó
el porqué de llamarle pacientes a quienes visitan a un doctor.

Quien sabe por la paciencia que deben tener al esperar. Sin


embargo, tomando en cuenta todas las circunstancias que
rodean a una consulta médica, la forma correcta como debería
ser anunciado el enfermo sería:

“Doctor, lo busca un impaciente”.

Después de más de una hora de espera, Tiara se encontraba


acurrucada en brazos de su madre. Ya tenía casi una semana
enferma y la fiebre se negaba a ceder. Además de los cólicos
abdominales, que calmaban con las gotas que les proporcionó el
enfermero Bernard, Tiara presentaba fuertes dolores articulares
y de garganta.

Su imagen era el reflejo de la debilidad, como una hoja caída que


había perdido su verdor.

275
Ruedas en el Corazón

El llamado para ser atendidos los encontró adormilados. Se


acercaron nerviosos hacia el consultorio, donde el doctor los
esperaba de pie junto a una camilla.

Desde que Tiara ingresó, el ojo clínico del experimentado galeno


comenzó a funcionar. Tras una breve anamnesis, Durand
procedió a realizar un exhaustivo examen físico.

Después de unos minutos de angustioso silencio, el doctor, con


mirada serena, se dirigió a su escritorio donde con rapidez
garabateó unas anotaciones en la Historia Clínica.

Milosh lo observaba. Era un hombre que mantenía su buen


porte pese a los años. Con el cabello casi totalmente conservado
y teñido de un color castaño poco natural, la piel de su rostro
poco castigada por el tiempo, tenía un color trigueño y sus ojos
pardos oscuros hacían su mirada más intensa.

Su imagen inspiraba confianza mientras que su seguro accionar


era sinónimo de conocimiento. Al terminar sus apuntes, el
doctor procedió con su explicación.

-Con gran satisfacción debo decirles que el diagnóstico de


leucemia realizado a ojo de buen cubero por el buen Bernard,
gracias a Dios está errado. Los síntomas y signos no mienten. La
fiebre pertinaz, la lengua aframbuesada, las manchas
puntiformes color carmesí y la faringoamigdalitis nos dicen que
estamos ante un cuadro de escarlatina, cuyo curso se ha
exacerbado por falta de tratamiento. Por ello, se han agregado
complicaciones como la fragilidad capilar y los cólicos- terminó
diciendo Durand.

-¿Es grave, doctor?- preguntó Devoica.

276
Ruedas en el Corazón

-Pese a su delicado estado por la toxemia, la niña mejorará con


un nuevo antibiótico del que disponemos, gracias al ejército
aliado- replicó.

El doctor hizo una pausa para tomar una caja llena de


medicamentos que puso sobre su escritorio, y continuó.

-Un teniente británico al que atendí hace unos meses en el


Hospital de Toulouse, me proporcionó un lote de ampollas de
penicilina, que sólo utilizo en situaciones críticas. El antibiótico
descubierto por Fleming en 1928 recién ha comenzado a ofrecer
sus beneficios y está llamado a convertirse en la principal
alternativa de tratamiento antibacteriano. En este caso,
considero que la pequeña debe recibir mínimo tres dosis-
terminó diciendo el doctor.

-No sé si tenga el dinero suficiente para pagar por tan valioso


medicamento- replicó Milosh.

-No se preocupe por el dinero. La penicilina fue donada y no


puedo cobrar por ella- respondió Durand, que inmediatamente
procedió a inyectar la primera dosis.

Tiara estaba tan decaída que ni se quejó. El doctor le dio unas


palmadas en el hombro y se despidió diciéndole:

-Niña valiente. Mañana te espero-

Las circunstancias cambiaban los planes del clan, y el ansiado


cruce de frontera quedó postergado hasta terminar el
tratamiento.

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPÍTULO 36
El doctor Durand era un apasionado investigador y estaba
decidido a documentar la evolución clínica de sus pacientes,
sometidos al nuevo tratamiento.

Disponía de la penicilina desde hace pocos meses y seguía cada


caso con avidez científica. No veía la hora de poder reevaluar a
Tiara para cuantificar sus progresos, luego de la primera dosis
recibida.

Eran cerca de las cuatro de la tarde, la hora pactada desde el día


anterior, cuando Milosh y Devoica llegaron con la niña. La
mejoría saltaba a la vista. Había recuperado el brillo de sus ojos
y la frescura de su piel.

-Por el amor de Dios, parece otra- exclamó el doctor con


satisfacción.

Tiara ya no sentía ardor al pasar los alimentos y revoloteaba por


el consultorio. Su renovada vitalidad hacía difícil imaginar que
unas horas antes se había mostrado huraña y decaída.

Después de examinarla y comprobar que la evolución había sido


mejor de lo que esperaba, el doctor fue por la penicilina para
aplicarle la segunda dosis.

Cuando desinfectaba la zona del brazo donde iba a efectuar la


inyección intramuscular, fue interrumpido por Devoica, que le
dijo:

-Doctor, por favor. No ponga esa sustancia extraña en el brazo


de mi hija. Hágalo como lo hizo ayer, en la región glútea-

Al ver dudar a Durand, le explicó:

279
Ruedas en el Corazón

-Nosotros creemos que el cuerpo humano, de la cintura para


arriba es puro, y de la cintura para abajo, es impuro. Es por ello
que le pido que no la contamine inyectándola en su mitad
superior-

Devoica pensaba que la sanación de su hija era consecuencia de


sus sortilegios y no de la penicilina. Había aceptado que Tiara
reciba dicho tratamiento sólo por mandato de Milosh.

Al doctor le pareció insólito lo que había escuchado. Pero como


era un hombre inteligente, decidió que lo más juicioso era
acceder al pedido de la gitana.

Una vez terminada la consulta, Milosh agradeció al galeno por su


esmerada atención y por la cortesía de no haberles cobrado.

-No puedo dar la espalda a mi juramento, cuando una paciente


me necesita- le contestó Durand. Luego prosiguió indicándole
que el tratamiento debía prolongarse hasta el día siguiente.

-Con la última dosis de penicilina más los benéficos efectos del


clima local, Tiara conseguirá recuperarse del todo- dijo el médico

-Tiene usted razón- admitió Devoica. –Pero no debemos restar


importancia a la cinta roja y a las hojas de angélica- agregó.

El doctor le respondió afirmativamente, meneando la cabeza.


Pero a juzgar por la expresión de su rostro, era evidente que lo
hacía sólo por compromiso.

Devoica aprovechó el momento para obsequiarle un talismán.

-Úselo con los pacientes amigos del alcohol, y verá como la


piedra amatista les quita la borrachera- explicó.

280
Ruedas en el Corazón

-Entonces, como esta noche se celebra una fiesta en el pueblo,


creo que voy a necesitar más de una- contestó bromeando el
doctor.

Luego, los acompañó hasta la puerta de calle para despedirlos.


Grande fue su sorpresa al encontrar que todo el clan aguardaba
instalado frente a la casa.

Milosh, sonriendo, le explicó la situación:

-Mucha gente habla mal de los gitanos, pero no somos hijos de


mala madre. Nuestros clanes son muy unidos y el problema de
uno, lo es de todos. Se nos critica también por nuestra manera
de ganarnos la vida, pero sólo son recursos para escapar del
hambre- dijo.

Después de las palabras de su líder, el clan en coro le deseo


buenas tardes al doctor y se marchó.

Habían acampado cerca al club de golf de la ciudad, famoso por


ser el campo no escocés más antiguo de Europa.

Los vagones estaban aparcados en una florida explanada, donde


abundaban los girasoles y las amapolas, que con sus pétalos en
todo su esplendor, agradecían a la tarde que resplandecía.

La claridad invitaba a contemplar la gran cordillera, la misma que


tiempo atrás deslumbró a Napoleón, quien al alojarse en el
castillo de la ciudad, dijo:

“Lo mejor de Pau es la vista sobre los Pirineos”.

Aquel mismo día, llegada la noche, todas las parejas del clan se
dirigieron a la plaza principal, donde se llevaba a cabo la fiesta.
La celebración era en honor a dos pilotos gascones, que recién
habían regresado de la guerra.
281
Ruedas en el Corazón

En un pequeño escenario que se había montado en el centro de


la plaza, el ex director de la Escuela de Aviación de Pau los
recibió con un emotivo discurso.

A Sergio le impresionaron las palabras con las que éste finalizó su


intervención:

“Hoy vuelven a brillar dos estrellas, que creíamos perdidas en la


noche ennegrecida de la guerra”.

Terminado el homenaje y después de algunas arengas


patrioteras venidas de la multitud, se dio paso a la comida y al
baile.

Los gitanos tuvieron la oportunidad de saborear la comida del


suroeste de Francia. Dentro de ella, el Garbure, la tradicional
sopa de col y hortalizas que durante largo tiempo fue el alimento
principal de los campesinos gascones.

En un ambiente de contagiosa alegría, el vino y la cerveza se


habían adueñado de la preferencia de casi todas las sedientas
gargantas.

Cerca del lugar donde Sergio y Rosario se habían sentado, un


grupo de lugareños discutía acaloradamente. Al parecer, uno de
ellos se negaba a beber alcohol, pese a la insistencia de los
demás.

Minutos después, cuando los alborotados beodos se marcharon,


el hombre que se había rehusado a beber, se acercó a la pareja
que había estado observando lo que sucedía.

-Disculpen por el bochornoso espectáculo- les dijo. –Pero


sucede que los que beben hasta alcoholizarse no entienden
cuando alguien no los quiere acompañar con un trago- continuó.

282
Ruedas en el Corazón

Luego, al ver que Sergio hacía anotaciones en un cuadernillo, le


preguntó si era escritor. Éste asintió con la cabeza y sin dejar de
escribir, le ofreció asiento.

-No vaya a pensar que soy maleducado, pero la inspiración a


veces llega en los momentos más inesperados- le dijo Sergio
disculpándose.

-Así es- le respondió el recién llegado, que procedió a


presentarse:

-Mi nombre es Cedric Durand y soy hijo de un médico francés y


una cantante cubana. Me he divorciado dos veces y enseño
literatura y lengua occitana- explicó.

-¿Durand, como el doctor?- preguntó Sergio sorprendido.

-Es mi hermano mayor. Sin duda, la máxima autoridad médica


en la región de Aquitania, pero también el hombre más aburrido.
Imposible hacerlo concurrir a una fiesta- explicó.

-Cada quien con sus ideas- argumentó Sergio.

Cedric se quedó unos segundos pensando y comentó: “El


reciente altercado que tuve con los ebrios despertó mi
inspiración. Por ello, para que nada se quede en el tintero, voy a
pedirle una pluma para plasmar en el papel estos versos”:

“De su virilidad y buena cabeza presumían,


y tachaban de afeminados a los que no bebían.
Pero lo que estos beodos no sabían,
es que horas más tarde, cuando la mona dormían,
eran los sobrios los que a las mujeres complacían”

Los gitanos continuaron en la fiesta hasta poco después de la


medianoche, hora en la que se retiraron a descansar. Al día

283
Ruedas en el Corazón

siguiente se marcharían de Pau y necesitaban estar en buenas


condiciones físicas.

Aún no amanecía, y el campamento gitano estaba más silencioso


que una biblioteca.

El viento, las aves, el río, todos parecían haberse puesto de


acuerdo para permanecer callados y dejar dormir a los que
habían trasnochado.

Milosh, que era el único que se había levantado, intentaba


enfriar su café dándole vueltas con una cucharita a la vez que
hojeaba un mapa de la región, en el que pudo comprobar que
estaban a sólo cincuenta kilómetros del paso fronterizo hacia
Navarra.

No había acudido a la fiesta y debido a la ansiedad, se había


despertado más temprano que de costumbre. Sentía cercano el
momento de llegar a España y no quería aplazar más la partida.
Sólo los detenía en Pau el tratamiento que Tiara debía
completar. Faltaba solamente la última dosis de penicilina, y
Milosh estaba decidido a visitar al doctor Durand a primera hora.

No eran aún las ocho de la mañana y ya se encontraban sentados


en la sala de espera del consultorio. El doctor los había citado a
las cuatro de la tarde pero Milosh, utilizando su poder de
convencimiento, logró que la secretaria les adelantara la cita.

Tiara fue atendida y dada de alta por Durand, que se mostró


complacido con los resultados obtenidos con el nuevo
antibiótico.

Devoica, que había confiado en el Tarot y en el poder de los


sortilegios, también evidenciaba su satisfacción.

284
Ruedas en el Corazón

Ciencia, magia blanca, o lo que quiera pensarse, lo cierto es que


Tiara había sanado y tanto el doctor como Devoica tenían
distintas maneras de entenderlo.

Sin pérdida de tiempo, la caravana dejó la ciudad de Pau saliendo


por la carretera principal.

Los caballos no necesitaron ser exigidos para tomar buen paso, y


trotaban rítmicamente sin levantar polvareda. Los Pirineos se
veían cada vez más cerca y sus cumbres parecía que montaban
guardia, esperando a los viajeros.

Esa tarde llegarían al paso de Roncesvalles, el cual les abriría las


puertas hacia tierras hispánicas.

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Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPÍTULO 37
Después de viajar por varias horas, se detuvieron para estirar las
piernas. Ya habían franqueado el último trayecto del camino
hacia los Pirineos y se encontraban al pie de la gran cordillera
que separa a España del resto de Europa.

Frente a sus ojos se asomaban las escarpadas tierras donde aún


reinaba el oso pardo. Las cumbres, que eran el hogar del
quebrantahuesos que volaba cada vez más alto, para protegerse
de los cazadores furtivos; los riscos en cuyas laderas germinaba
la Flor de Nieve y el Pino Negro; los montes de la luna, donde
Pirene, la mitológica hija de Atlas, murió enamorada de Hércules.

Los Albescu, hechizados por la majestuosidad del paisaje, no


tenían cuando reiniciar la marcha.

El sol en un cielo deliciosamente celeste, comenzaba su


descenso, enclavándose entre los picos que iluminados, parecían
mágicos torreones.

Un arroyuelo traía las aguas minerales que fluían desde el


corazón de las montañas. Los gitanos aprovecharon de bañarse
en ellas, beneficiándose de su poder curativo.

Renovados en cuerpo y alma, decidieron continuar siguiendo la


cordillera. Luego de unos kilómetros, se encontraron cara a cara
con el paso de Roncesvalles, tan imponente que parecía obra del
cincel de un colosal escultor.

La caravana se encaminó decididamente hacia el cruce


fronterizo, por donde transitaban comerciantes, turistas y
migrantes, la mayoría dirigiéndose hacia España.

287
Ruedas en el Corazón

Sergio, orgulloso, comprobó que la preferencia de los viajeros


era entrar y no salir de la península ibérica.

Los vardos gitanos se desplazaban por el histórico paso, aquel


por donde siglos atrás, el invencible ejército de Carlomagno
accedió a tierras hispanas y en cuyos desfiladeros se libró la
batalla de Roncesvalles. En ella, la retaguardia del ejército
carolingio fue emboscada y aniquilada por montañeses vascones.

Carlomagno fue golpeado por partida doble, al perder su primera


batalla y al morir en ella el duque Roldán, uno de sus más leales
comandantes.

Roldán, herido mortalmente, arrojó su espada invencible para


que no caiga en manos enemigas, y justo en el instante postrero
de su vida, tocó su famoso cuerno, “El Olifante”.

Carlomagno, muy a la distancia, a la vanguardia de su inmenso


ejército, escuchó el llamado de auxilio, pero nada pudo hacer
para salvar al que se decía era su hijo incestuoso.

Si lo vencedores fueron vascones o sarracenos, y si la batalla fue


en Roncesvalles, Valcarlos o en un paraje cercano llamado
Corona de la Muerte, es asunto en que los historiadores no se
ponen de acuerdo.

Lo cierto es que Roldán y miles de francos murieron, siendo los


sucesos inmortalizados en un famoso cantar.

Pero otro cantar era el que la fecunda pluma de Sergio estaba


gestando. Había recopilado innumerables relatos confiados por
cada uno de los miembros del clan, en especial por Milosh.

Como autor, no deseaba que su libro fuese un espejo roto frente


al pasado, y estaba decidido a mostrar toda su verdad.

288
Ruedas en el Corazón

Milosh, que conducía el carromato que guiaba la caravana, lo


miraba de soslayo, mientras Sergio, sentado junto a él, intentaba
escribir pese a la media luz. Se había convertido en un
inmejorable observador y describía cada región que iban
recorriendo.

Ya estaban por terminar de sortear el legendario desfiladero, y


los empinados peñascos dejaban caer sus sombras, como un
manto azabache cubriendo el horizonte.

Al dejar atrás Roncesvalles, fueron recibidos por un viento


arrollador, que levantaba grandes nubes de polvo, tan grises
como las que oscurecían el cielo nocturno.

Los caballos bregaban contra las inclemencias del clima y Milosh,


sabiendo que se acercaba un aguacero, apuró la marcha para
llegar al cercano poblado de Valcarlos, donde descansarían hasta
que esclareciera.

El nuevo día llegó sereno y desde muy temprano, el sol latía


poderoso en el corazón del cielo. La brisa matinal les traía el
aroma del pan recién horneado. Y es que a poca distancia de
donde habían pasado la noche, un gran horno de piedra
humeaba frente a una cabaña.

Milosh caminó rápidamente los casi doscientos metros que los


separaban del lugar y se detuvo a observar.

El panadero, que era un hombre muy joven, recolectaba el pan


en canastas que acomodaba sobre sus acémilas. Hacía el trabajo
solo y al parecer no había nadie más en la cabaña.

Sergio, que había llegado dándole el alcance a Milosh, le dio los


buenos días y comentó:

289
Ruedas en el Corazón

-Hemos venido, atraídos por el olor del pan, como lo haría un


afiebrado buscador de riquezas tras el oro-

El joven sonrió ampliamente, mostrando una envidiable


dentadura, y dándose cuenta de que eran foráneos, les preguntó
de dónde procedían.

-Venimos desde tierras lejanas en Yugoslavia, y al fin estamos


cerca de llegar a nuestro destino, en la región de Andalucía- le
respondió Milosh.

Al joven le sorprendió la facilidad del balcánico para expresarse


en español, y lo felicitó por su buena pronunciación.

Milosh le explicó que su difunta esposa le enseñó su lenguaje


materno, ya que era hija de una gitana sevillana.

Además, su nuera Devoica pertenecía a un clan calé, y hablaba


perfectamente el idioma de Cervantes. Por si esto fuera poco,
tres soldados de la División Azul se habían incorporado a la
caravana. Así que razones para aprender y practicar el español le
habían sobrado.

El muchacho, que lo había escuchado atentamente, le obsequió


unas hogazas en señal de bienvenida, y luego se excusó, diciendo
que debía marcharse a repartir las canastas.

Sergio, al verlo tan apurado, quiso saber si alguien más podía


atenderlos, ya que necesitaban comprar más pan.

El joven, que ya se retiraba, frenó a sus acémilas y dirigiéndose a


Sergio, exclamó con entusiasmo:

-Voy a venderte el mejor pan blanco, hecho con la flor de nuestra


harina-

290
Ruedas en el Corazón

Cuando finalizó de despachar, procedió a relatarles el porqué de


su soledad.

-Todos en casa se fueron ayer a Pamplona, y de los tres


hermanos que somos, esta vez me tocó a mí quedarme a cargo
de la panadería. Faltan pocos días para la Feria de San Fermín y
está anunciado que toreará Manolete. Por ello la precaución de
ir con anticipación para conseguir las entradas-

El joven continuó con su relato.

-La feria del toro es un acontecimiento por el que mi padre


espera todo el año. No sólo por las corridas, sino también por la
música. Toca su gaita navarra en una bulliciosa peña, que alegra
la fiesta desde las gradas de sol-

Al terminar, se quedó unos instantes en silencio, con expresión


melancólica. Luego, antes de marcharse con resignación,
susurró:

-Este año me quedaré con las ganas de correr con los toros-

Sergio sabía cuáles eran las fiestas regionales más importantes


en España. Y como no, la de Pamplona era una de las más
populares.

Nunca había tenido la oportunidad de hablar con un sanfermín, y


ahora, al hacerlo con este joven panadero que se lamentaba de
no poder participar en la riesgosa carrera, comprendió que el
orgullo y la tradición son más fuertes que el temor a ser arrollado
por los toros.

Las grandes celebraciones, la alegría colectiva y la francachela,


creaban el ambiente propicio para que los gitanos desplieguen
sus habilidades.

291
Ruedas en el Corazón

Por ello, Milosh no quiso perder más tiempo, y al regresar con el


pan a la caravana, ordenó que todos se alisten para partir rumbo
a Pamplona, la capital de Navarra, la ciudad de Pompeyo, el lugar
de la fiesta de San Fermín de Amiens.

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Ruedas en el Corazón

El Paso de Roncesvalles

293
Ruedas en el Corazón

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Ruedas en el Corazón

CAPÍTULO 38
Eran las seis de la tarde del 5 de Julio de 1945 cuando los
Albescu, desde sus carretas, contemplaban como la vieja
Pamplona los recibía engalanada.

Habían llegado a la zona antigua de la ciudad justo en la víspera


de la gran fiesta, y los pamplonicas estaban abocados en
finiquitar los preparativos para la semana más esperada del año.

La actividad era intensa y el júbilo contagiante. Sólo se hablaba


del encierro y de los cambios de última hora en el cartel.
Manolete se había fracturado la clavícula izquierda hace unos
días, lo que le impediría estar presente en la Feria.

La imposibilidad de contar con la participación del afamado


matador, motivó el desconsuelo de los fanáticos. Pero ni esta
significativa ausencia era tan importante como para opacar la
Fiesta del Pueblo.

La ciudad se aprestaba a tirar la casa por la ventana, mientras


que los turistas y residentes confraternizaban en las peñas, que
por esa época convertían sus locales en bares.

Los Albescu, como no, aprovechaban la ocasión para pasearse en


medio del jolgorio, repartiendo magia e ilusión.

Llegada la medianoche, la caravana se retiró buscando un lugar


cercano donde estacionarse. Persiguieron el río Arga, y junto a
uno de sus meandros hallaron un parque.

Bajo un cielo denegrido, se adentraron entre álamos, robledales


y cipreses, hasta que finalmente se detuvieron, cuando la
semitiniebla fue vencida por dos estrellas fugaces de radiante
trayectoria, como si fueran flechas lanzadas por la luna.

295
Ruedas en el Corazón

Meteoritos o fenómenos luminosos para la ciencia; simplemente


buenas señales para Milosh y los suyos.

Sólo durmieron unas horas, y aun siendo de noche, echaron a


andar en busca de un lugar en la Plaza Consistorial.

Coraima y Gyula, una vez más, se quedaron al cuidado de las


carretas. La joven gitana estaba a menos de diez días de su fecha
probable de parto, y Gyula no quería que estén apretujados en
medio del tumulto de la Plaza, y menos exponerla a los riesgos
de la alborotada celebración.

La caminata desde el parque hasta la zona céntrica de la ciudad


pudieron realizarla a paso ligero. Ya en el corazón de la vieja
urbe, el tránsito por sus estrechas calles abarrotadas de gente se
hizo cada vez más lento.

El amanecer los encontró llegando a la Plaza que ya estaba casi


colmada, pese a que aún faltaban más de seis horas para el inicio
de las festividades.

La música y el alcohol hacían más grata la espera y calmaban la


ansiedad. Rápidamente, minuto a minuto, la alegría y el bullicio
se iban adueñando de cada rincón de una Plaza que, siendo
pequeña, cada 6 de Julio se hacía inexplicablemente más grande.

Los Albescu habían logrado ubicarse en el tercio posterior, y


desde ahí tenían una buena visión de la imponente fachada del
Ayuntamiento. En ella destacaban sus hermosos balcones
jónicos y la estatua de Hércules en lo más alto.

Toda la atención estaba puesta en los balcones de hierro de la


Casa Consistorial. En ellos, las autoridades y sus invitados
aguardaban la llegada del mediodía.

296
Ruedas en el Corazón

Sergio, desde su ubicación en la Plaza, también esperaba con


creciente curiosidad el desarrollo de los acontecimientos. Sabía
que estaba siendo testigo de una de las fiestas populares más
grandes de España, y no pensaba perderse ni un solo instante.

Junto a él, en medio de la multitud, un mozo de elevada estatura


observaba los balcones con unos enormes prismáticos. Sergio lo
miraba con sana envidia. Cuanto hubiera deseado contar con
tan valioso instrumento óptico, para poder ver con exactitud
todo lo que sucedía en el Ayuntamiento.

El joven se mantenía imperturbable, como si sólo existiesen en la


Plaza, él y la imagen que enfocaba.

Sergio esperó el momento propicio para iniciar una conversación


y se presentó. El joven hizo lo propio, identificándose como Raúl
Ferrer. Luego manifestó que pertenecía a una familia de
artesanos, y que además era miembro activo de “La Única”, la
peña más antigua de la ciudad.

-El arte y las actividades recreativas hacen buena combinación- le


expreso Sergio, para luego preguntarle cuál era el tipo de arte
manual en el que se especializaba.

-Somos herederos del talento de Tadeo Amorena, y trabajamos


con cartón piedra- contestó Raúl.

Después de una pausa, al darse cuenta que Sergio no había


entendido exactamente a qué se refería, le explicó.

-Utilizamos cartón prensado y yeso para fabricar objetos muy


requeridos en la decoración de interiores. También hacemos
esculturas y todo tipo de figuras. Pero lo más importante para
nosotros es que cada año, retocamos y les damos
mantenimiento a las grandes figuras que animan la Fiesta-
297
Ruedas en el Corazón

-¿Te refieres a los famosos gigantes?- preguntó Sergio.

-No sólo a los gigantes- replicó. –También a los Cabezudos,


Zaldikos y Kilikis, es decir, a la comparsa completa- recalcó Raúl,
el cual inmediatamente procedió a detallar las peculiaridades de
estos curiosos personajes de cartón.

-Los gigantes son ocho- continuó. –Cuatro parejas de reyes, que


representan a los continentes. Lamentablemente, no existe la
pareja de Oceanía, ya que cuando las figuras fueron creadas, no
se tenía mucho conocimiento de dicho territorio. Los gigantes
desfilan a ritmo de los tambores y las gaitas, siendo precedidos
por los Kilikis o gigantillos. Éstos últimos están conformados por
las figuras del Alcalde y el Concejal, que junto a una pareja de
japoneses y a una acalorada abuela, hacen las delicias del
público infantil-

Raúl continuó con su explicación.

-De la que no podía decirse lo mismo era de la Fuerza


Antidisturbios, constituida por los Cabezudos y los Zaldikos o
Caballitos de Euskera, que intentaban mantener el orden
repartiendo golpes con sus varas de espuma a todo aquel que se
les cruzaba en el camino- explicó.

-Algunos niños se asustan, pero la mayoría goza viendo al


inquieto “Caravinagre”, el más popular de los Cabezudos, y a sus
compañeros tocados con sus llamativos tricornios. Estos
personajes están presentes durante todos los actos y podrás
conocerles cuando se inaugure la Fiesta- terminó diciendo Raúl.

Sergio, que lo había escuchado tratando de memorizar cada


detalle, le agradeció la explicación y tomando confianza, le
preguntó si le podía prestar sus prismáticos.

298
Ruedas en el Corazón

Raúl, sin estar muy convencido, accedió pero haciendo hincapié


que sólo sería por un corto tiempo. Pasados cinco minutos, Raúl
exigió la devolución de sus binoculares y se excusó diciendo:

-Cada año disfruto de este momento, aunque sólo pueda verla a


la distancia-

Después de escucharlo, Sergio tuvo el presentimiento de que el


joven no tardaría en contarle su historia. Y eso fue exactamente
lo que sucedió. Raúl, dejándose ganar por la emoción, le dijo:

-La conocí hace cuatro años, cuando ambos estábamos por dejar
la adolescencia. Recuerdo muy bien ese verano. El calor era
infernal y las hormonas incontrolables. Todos los mozalbetes
andábamos alborotados tras las muchachas, y la seguidilla de
fiestas era interminable. La ropa ligera por el clima y la
desinhibición por la alcoholemia invitaban a cometer el único
pecado del cual no nos arrepentimos-

Raúl hizo una pausa y continuó con su relato.

-Y así fue como en una de esas fiestas apareció Isabel. Era una
hermosa morena clara, muy espigada y endiabladamente
coqueta. No puedo negar que, pese a sus disfuerzos y aires de
grandeza, me dejó impactado. Hija de un acaudalado
empresario, vivía en la zona moderna de la ciudad, y sólo visitaba
el barrio antiguo cuando de diversión se trataba- Raúl entrecerró
los ojos por un instante evocando el pasado, y luego prosiguió.

-Isabel continuó frecuentando nuestras fiestas, y yo tuve el


privilegio de ser su pareja favorita de baile en muchas de ellas.
Hasta que, sin haberlo planificado, llegó la noche en que le pude
robar un beso y declararle mi amor. Isabel sonrió y sin mediar
palabras, me tomó de la mano y me llevó hacia la calle. Y fue

299
Ruedas en el Corazón

ella, quien utilizando el conocido argumento masculino, propuso


buscar un lugar más íntimo donde conocernos mejor. Y vaya que
nos conocimos, tanto que sólo el amanecer pudo interrumpir
nuestro aprendizaje. Sorprendidos por lo rápido que habían
pasado las horas y sin saber que excusas daríamos a nuestros
padres, salimos disparados del hotel-

Sergio lo miraba mientras Raúl continuaba con su narración.

-Ese día, Isabel se marchó junto con el verano, y así como el sol
se fue, ella tampoco regresó. Después de unos días, me enteré
por comentarios de amigos en común, que se había ido a
estudiar Diseño de Modas a Paris. Tal vez lo ocurrido sólo fue
para ella una travesura juvenil, pero para mí, fue el primer y
hasta ahora único amor- finalizó Raúl.

Sergio, a medida que había ido escuchando el relato, se fue


identificando con la historia, por lo que preguntó:

-¿Han pasado los años y no puedes dejar de observarla?-

-Ella nunca falta a las celebraciones por San Fermín. Y como su


padre es un importante funcionario municipal, tiene un lugar
asegurado en los balcones del Ayuntamiento- contestó Raúl,
para luego ofrecerle sus prismáticos, diciendo:

-Puedes verla en el balcón principal, hacia la derecha, junto al


Obispo. Con su vestido negro y lunares dorados, es el paradigma
de la gracia y el buen gusto femenino-

Sergio, al observarla, terminó de comprender. Era realmente


bella. Parecía una estatua llevada a la vida, como la musa de
Pigmalión.

300
Ruedas en el Corazón

-Sé que debe ser muy difícil olvidar a una mujer así, pero tienes
que intentar ponerle otro final a tu historia- le aconsejó.

Enseguida le enseñó la cadena con el dije en forma de medialuna


que la había regalado Mirella.

Raúl se quedó mirándolo, esperando una explicación.

Sergio se explayó, narrándole como había fracasado en su


primera experiencia amorosa, y también como después había
encontrado el verdadero amor.

La alegría del público en la Plaza y la voz del Alcalde en los


parlantes interrumpieron la conversación.

Se había iniciado el conteo regresivo y sólo faltaban segundos


para el ansiado momento.

A las doce en punto, desde el balcón del Ayuntamiento se lanzó


el Chupinazo, el cohete con el que se daba inicio a la Fiesta.

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Los Gigantes de la Fiesta de San Fermín

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304
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CAPÍTULO 39
La explosión del cohete lanzado desde el balcón principal del
Ayuntamiento, fue poca cosa en comparación con los decibeles
que alcanzó el griterío de la multitud. Para decirlo mejor, el
Chupinazo fue seguido de un dinamitazo de júbilo que detonó
simultáneamente en todas las gargantas.

La muchedumbre en una Plaza peligrosamente repleta, intentaba


con gran dificultad desplazarse hacia las calles aledañas. Los
empujones y pisotones se recibían a diestra y siniestra mientras
la reverberación de los repiques de las campanas, retumbaban
en todos los oídos.

Los Albescu, en medio del tumulto, eran testigos de cómo la


fiesta en la calle iba tomando por asalto todos los rincones.

Acto seguido, en el Ayuntamiento, después de la inauguración,


los miembros de la Corporación Municipal celebraban el
acontecimiento con típicos potajes y mejor vino.

Así continuaron hasta poco después de las cuatro de la tarde,


hora en que iniciaron los preparativos para asistir a la liturgia en
la Iglesia de San Lorenzo, donde se encuentra la Capilla de San
Fermín.

Pasada la hora nona, las peñas ya habían tomado sus


emplazamientos en el recorrido, y esperaban el paso de la
comitiva, rumbo al oficio de las vísperas.

Cerca de las seis de la tarde, cuando los funcionarios municipales


se desplazaban por la Calle Mayor, los integrantes de las peñas,
siguiendo la tradición, los obstaculizaban bailando delante de
ellos y cantando a voz en cuello “La Alegría de San Fermín”,
conocido popularmente como el Riau Riau, el famoso vals de
305
Ruedas en el Corazón

Miguel de Astráin que se canta cada 6 de Julio, cuando se da


inicio a la fiesta.

Los estribillos “Chunda, chunda, tachunda, tachada”, así como el


Riau Riau, quedaron grabados en la memoria de Mako, el hijo
menor de Spiro. Tenía el don del oído musical y había heredado
de Kefa la habilidad para el baile.

Estaba por cumplir ocho años y era el vivo retrato de su padre,


pero con la mirada esplendente de su madre. Y aunque había
crecido durante la guerra, con la angustia rondando y la pobreza
siempre presente, Mako era un niño feliz.

No había tenido casi juguetes, pero sí amor a manos llenas, tan


llenas como las páginas de su único tesoro, un cuento con
ilustraciones para colorear que Mako había repintado una y mil
veces.

Era muy curioso. Siempre andaba husmeando, pero también


sabía ser obediente. Como buen gitanillo, admiraba casi con
devoción a su hermano mayor.

Esa tarde estaban embelesados con las enormes figuras de la


Comparsa. No sólo los niños. Todos, incluido Milosh, admiraban
a los gigantes con sus casi cuatro metros de altura y también a
los “Cabezudos”, alborotados personajes de enormes cabezas.

Concluida la misa, el gentío se fue a parrandear a Estafeta, la


calle de la Fiesta del Toro, llena de bares y ambiente.

Otros prefirieron el baile y el canto de la verbena en la Plaza del


Castillo.

Muchos también, en especial los que estaban con niños, fueron


en busca del tradicional chocolate caliente con churros.

306
Ruedas en el Corazón

Los Albescu, contagiados por el entusiasmo, decidieron quedarse


y participar de las celebraciones.

Sergio y Rosario, los españoles del clan, guiaron al grupo con


buen olfato para rastrear el camino de la diversión. Después de
unas horas de andar de aquí para allá, terminaron visitando el
corral de Santo Domingo.

Ahí estaban los seis toros de lidia y los ocho cabestros


seleccionados para participar en el primer encierro.

El vallado a lo largo de los ochocientos cincuenta metros del


camino hacia el coso taurino ya había sido terminado de colocar,
y todo había quedado listo para la emocionante carrera.

Agotados después del intenso trajín, regresaron a descansar a los


carruajes. Milosh tenía planificado levantar a todos muy
temprano para encaminarse al Parque de la Taconera, lugar
donde pretendía reubicar la caravana.

El amanecer llegó aromado por la brisa que traía consigo el


sueño de las flores. Las pocas nubes en el cielo permitían que el
sol ilumine desde muy temprano la mañana, que mostraba toda
su belleza, como si también se hubiera alistado especialmente
para la ocasión.

Mientras tanto, la caravana ya había dejado los desolados


pastizales donde habían pasado la noche, y se dirigía hacia los
Jardines de la Taconera.

Se encontraban cruzando el río Arga, por el antiguo Puente de la


Magdalena, aquel que era paso obligado para ingresar al centro
de Pamplona, en el peregrinaje hacia Santiago.

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Ruedas en el Corazón

Al irse acercando a la Taconera, pudieron comprobar que el gran


Parque, que en el pasado estaba ubicado puertas afuera de la
ciudad amurallada, ahora era corazón y pulmón de la urbe.

Al llegar, Milosh decidió aparcar los carruajes en un vasto jardín,


donde el aire fresco daba los buenos días a los muchos que ahí
acampaban.

Nuevamente Coraima y Gyula se quedarían con las ganas de


asistir a las festividades. No les quedaba más remedio. El
avanzado estado de gestación de la gitana no le permitía darse
esos trotes.

El clan se despidió de la pareja e inició la caminata rumbo a


Santo Domingo. Antes de salir del parque, se detuvieron unos
instantes para hacerle peticiones a la Mariblanca, la nívea
estatua que representa la abundancia.

Al continuar, comprobaron que no sólo ellos habían madrugado.


Todo Pamplona estaba despierto buscando un buen lugar para
presenciar el encierro.

Los sanfermines, que se contaban por cientos, aguardaban


apostados frente a los corrales. Lucían impecablemente vestidos
de blanco, y con el pañuelo rojo atado al cuello.

La mayoría ya había cumplido con el ritual de encomendarse a


San Fermín. Unos pocos, los que se habían envalentonado a
última hora, rezaban y se santiguaban dejando notar su
nerviosismo.

Los más experimentados cantaban y reían, mientras esperaban


para cumplir con un nuevo desafío.

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Ruedas en el Corazón

En los corrales, los toros se mostraban inquietos. No sólo por el


bullicio proveniente de la calle, sino también porque su instinto
parecía advertirles la proximidad del peligro.

A las ocho en punto, Santo Domingo abrió sus puertas y la


manada salió briosa, intentando embestir desde un principio a
los más osados sanfermines.

Los observadores celebraban las riesgosas maniobras de los más


curtidos, y exclamaban atemorizados cuando los novatos
presentaban contratiempos. Y es que eludir a un descontrolado
y furioso animal de quinientos kilos era una tarea difícil, tanto
más si los corredores se dejaban dominar por el miedo, que les
hacía sentir las extremidades más pesadas.

De esta forma, la manada era conducida hacia la Plaza de Toros,


en una atmósfera en que la adrenalina se podía respirar, y donde
la euforia parecía contagiosa.

Tras el vallado, el entusiasmo era incontenible y muchos corrían


acompañando a los sanfermines y a los toros en su recorrido. El
desorden y el descontrol estaban a la orden del día, y Milosh
hacía lo imposible por mantener juntos a los miembros del clan.

Pese a sus esfuerzos, no pudo contener a los más jóvenes.


Sandor, Nadia y los niños se habían sumado a la multitud que
perseguía a la manada. En cierto modo era un hecho
prácticamente inevitable, ya que la juventud se había dejado
llevar por la estampida de emociones.

Milosh, con los nervios evidentemente alterados, llamó al orden


a los que estaban con él y les dijo:

-Espérenme en este lugar y no vayan a separarse-

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Ruedas en el Corazón

Luego, abriéndose paso a través del tumulto, se dirigió hacia la


Plaza de Toros. Los sanfermines ya habían llegado al coso y se
divertían en el ruedo, corriendo con los cabestros y las vaquillas.

Mientras tanto, los toros bravos eran conducidos hacia los


chiqueros, donde permanecerían unas horas hasta ser lidiados.

Cuando Milosh por fin pudo ingresar a la arena, se encontró con


una plaza abarrotada. Tratar de hallar a los suyos era como
buscar una aguja en un pajar.

Después de varios minutos de insoportable tensión, Milosh


suspiró aliviado cuando Sandor lo llamó a gritos desde la barrera,
subido en un burladero.

El líder de los Albescu se acercó raudamente y al ver la expresión


de pánico en el rostro de Sandor, supo que le esperaban malas
noticias.

Mako había desaparecido y no había una explicación.

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Mariblanca, Estatua de la Abundancia en el Parque de la Taconera

Pamplona, la Ciudad Amurallada

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Ruedas en el Corazón

CAPÍTULO 40
No habían pasado más de veinte minutos desde el momento en
que Sandor, Nadia y los niños se fueron tras los toros, hasta que
Milosh recibió la infausta noticia en la arena.

Ninguno de los miembros del clan que habían estado corriendo


junto a Mako, se había percatado de su ausencia hasta que
llegaron al coso.

Era un hecho que no podía estar lejos y había que desandar el


camino para buscarlo. La multitud que se dirigía a la Plaza era
como la marea alta, cuya crecida se desbordaba en torno al
recinto taurino.

Milosh, que tenía que ir en sentido contrario, se abría paso entre


empujones y zarandeos.

Sandor y los que se quedaron con él, continuaron con la


búsqueda en la Plaza. Si no hallaban a Mako en una hora, debían
regresar al punto de encuentro que les había indicado Milosh.

Con el paso de los minutos la situación se fue haciendo más


crítica. Mako no aparecía, pero sí un sinnúmero de ideas que
daban vueltas en la cabeza de Milosh. ¿Estaría el pequeño
gitano extraviado, quien sabe accidentado, o peor aún, raptado?

No se podía perder más tiempo. Por ello Milosh corría por las
calles gritando el nombre de su nieto. La gente lo miraba
extrañada y hasta con temor. Y es que el hombre parecía una
fiera enseñando los dientes.

Huelga decirlo, pero al líder gitano le había tocado pasar por


momentos muy difíciles en los últimos años. Era como si a la

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Ruedas en el Corazón

bolilla de la ruleta de su vida, le hubiera dado por caer en


números malos.

Pasada una hora de búsqueda infructuosa, el clan se reunió en el


lugar acordado. Los que recién se enteraban de lo ocurrido se
mostraron consternados.

La inesperada noticia dejó sin aliento a Milan, quien luego de


permanecer unos instantes sin pronunciar palabra, quiso salir
corriendo en busca de su sobrino.

Milosh lo detuvo e intentó apaciguarlo. Sabía que se debían


tomar medidas urgentes, pero era necesario tener la cabeza fría
para no equivocarse.

Sergio, que seguía las incidencias con atención, intervino para


decir:

-De repente anduvo perdido y optó por regresar a la caravana-

Milosh no descartó dicha posibilidad y envió a Milan a echar un


vistazo al campamento, no sin antes advertirle que tomara la
precaución de no alarmar a Coraima.

Milan partió raudo, siguiendo la calle Estafeta hasta tomar la


Curva de Mercaderes. Luego continuó su desbocada carrera
hasta la Plaza del Ayuntamiento, desde donde la calle mayor lo
conduciría hasta los Jardines de la Taconera.

Milan corrió imparable, venciendo la distancia con una rapidez


que no pensaba tener.

Cuando llegó al lugar donde habían acampado, Gyula se


encontraba cepillando a los caballos, mientras Coraima lo
observaba descansando en una silla frente a su vagón.

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Ruedas en el Corazón

La resolana de la mañana los iluminaba, dándole a la imagen un


aspecto pictórico.

Milan se detuvo bruscamente frente a su hermano y esperó unos


segundos, buscando aire para poder hablar.

Gyula, intrigado, le preguntó si había ocurrido algún percance.


Coraima, a su vez, se incorporó de la silla y se acercó, sin poder
ocultar su inquietud.

Milan hizo su mejor esfuerzo para disimular la procesión que


llevaba por dentro y procedió con su explicación:

-La multitud se ha dejado llevar por el vértigo del encierro. En


medio de tal caos, a los miembros del clan les ha sido imposible
mantenerse juntos. Por eso estoy aquí. Para ver si a alguno se le
había ocurrido regresar al campamento-

-Coraima y yo estamos solos y ahora preocupados- le contestó


Gyula.

Milan, que había evitado mencionar quién se había extraviado,


no quiso extenderse en detalles y se despidió diciéndoles:

-Quédense tranquilos y no tengan la menor duda de que pronto


todos estaremos juntos-

Milan se apuró en regresar a la ciudad. No le llevaba buenas


noticias a Milosh, pero al menos se había descartado una
posibilidad.

Ahora se tenía que centrar la búsqueda en las calles de la vieja


Pamplona. Para esto, Milosh ya había diseñado una estrategia.
Él iría a la Comisaría a presentar la denuncia. Sergio buscaría en
los hospitales. Finalmente, Milan, las mujeres y los niños

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Ruedas en el Corazón

recorrerían las calles, regando la noticia para que esté en boca


de toda la ciudad.

Al llegar a la estación de policía, Milosh se sorprendió al


encontrarla desolada. Un solo efectivo de las fuerzas del orden
se encontraba a cargo de la atención.

Milosh se aproximó al escritorio donde éste revisaba una ruma


de papeles y le preguntó:

-¿Podría informarme si se encuentra el Comisario?-

El policía levantó la mirada, y después de sonreírle


sarcásticamente, le dijo:

-En la fiesta de San Fermín sólo trabajan los subalternos-

-Y según parece no son muchos- acotó Milosh.

-En realidad, todo el contingente se encuentra custodiando la


ciudad, la que por estos días necesita vigilancia adicional-
argumentó el policía.

Milosh escuchaba y a la vez observaba a aquel hombre bajito y


regordete, que representaba la ley. Su imagen más bien parecía
la de un pacífico oficinista, y distaba mucho de aquella que
infundiría respeto o temor a un delincuente.

Milosh, que había acudido a la Comisaría para sentar una


denuncia y a solicitar que se organice un operativo para
encontrar a su nieto, no había encontrado al Comisario ni a un
grupo de agentes del orden con quien contar.

El policía, que se identificó como el sargento Ilarramendi, con voz


pausada y cordial le preguntó al absorto gitano, si iba a presentar
su denuncia.

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Ruedas en el Corazón

Éste así lo hizo, y procedió a detallar las circunstancias en que


Mako había desaparecido.

El sargento, mientras finalizaba de tomar nota, comentó:

-Es la segunda denuncia similar que recibimos estos días.


También nos ha llegado el rumor de la presencia de una mafia
dedicada al tráfico de niños. Es una pena que no podamos tener
una reacción inmediata, pero le prometo que el caso será
prioritario, apenas dispongamos de efectivos-

Milosh salió de la Comisaría más preocupado que cuando había


llegado. Tenía que enfrentarse a un enemigo sin rostro, y la
ayuda policial iba a tardar en llegar.

Los que no tardaron en hacer correr la noticia fueron Milan,


Devoica y Rosario. Los gitanos actuaban rápidamente,
preguntando o informando sobre lo sucedido, a todo aquel que
encontraban en su camino hacia la Plaza.

Mako era un niño sociable pero desconfiado, por lo que


resultaba difícil pensar que hubiese podido ser raptado sin
resistirse. Con tanta gente a lo largo del recorrido, alguien tenía
que haber observado cómo ocurrían los hechos, o la menos
presenciado una situación sospechosa.

Ese era el testigo al que estaban buscando y el que por ventura


no tardaría en aparecer.

Cuando circulaban por el callejón, la estrecha calle que conducía


al coso taurino, Rosario se topó con un grupo de jóvenes que
salían de la Plaza.

Eran los llamados Pastores, que con su uniforme blanco y


brazalete verde, tenían la tarea de guiar a los toros que se

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rezagaban durante el encierro. Caminaban con porte militar y


era evidente que se sentían importantes.

Rosario no dudó en acercárseles y sin más preámbulo les contó


la historia del pequeño perdido.

Los jóvenes miraban embobados a la exótica gitana. Sólo uno


parecía escucharla con atención. Éste, al finalizar Rosario su
narración, le dijo:

-Hace más de una hora, cuando trotaba por la calle Estafeta,


pude ver cómo tres frailes con sotana y capucha marrón,
forcejeaban con un niño que vociferaba en un idioma
desconocido. Ahora recién me vengo a dar cuenta de que se
trataba de un gitanillo-

Con esta versión, Rosario confirmaba lo que todos temían. Al


verla llorosa, Milan y los demás no necesitaron de una
explicación inmediata para comprender lo que sucedía.

Después de unos minutos, ya más tranquila, Rosario les relató lo


que el joven había mencionado.

Ahora tenían que ir en busca de Milosh, para juntos intentar


hallar dónde se escondían los supuestos frailes.

No muy lejos de ahí, en el Hospital General de Nuestra Señora de


la Misericordia, Sergio se hallaba en la Sala de Emergencias,
averiguando si un niño con las características de Mako se
encontraba hospitalizado.

Como sucedía en todas las fiesta de San Fermín, se contaba con


muchos casos de accidentados, pero por fortuna no con heridos
graves.

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La enfermera encargada del triaje fue enfática al afirmar que


ningún niño había sido atendido esa mañana.

Sergio, terco como era, no quiso retirarse sin antes dar una
mirada por las salas y pasillos del nosocomio.

La puerta de un consultorio se abrió bruscamente justo cuando


él pasaba. En ese instante el doctor despedía a un paciente,
cuyo rostro Sergio reconoció.

Se trataba de Raúl Ferrer, el joven con quien había estado en la


Plaza del Ayuntamiento el día anterior. Ambos se saludaron
efusivamente, como si fueran amigos de toda la vida.

Después de preguntarle por su salud y de saber qué mal había


presentado, un esguince leve de tobillo durante el encierro, a
Sergio no se le ocurrió mejor idea de contarle lo sucedido con
Mako.

Raúl, después de escucharlo, le prometió que convencería a


todos los miembros de su peña para que colaboren en la
búsqueda. Luego se despidieron, habiendo acordado
encontrarse después del almuerzo, en la Plaza del Castillo.

Sergio dejó el Hospital esperanzado por la ayuda conseguida, y


se dirigió a la calle Estafeta en busca de los suyos.

Al llegar, encontró lo que parecía la escena de una tragedia.


Rosario ya le había dado la información a Milosh, quien se
encontraba desconsolado.

El líder gitano pensaba en voz alta y se preguntaba hacia dónde


apuntaba con mayor frecuencia la naturaleza humana, ¿hacia el
bien o hacia el mal?

Bastaba con mirar sus ojos para saber su respuesta.


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Carteles alusivos a las festividades de San Fermín, en Pamplona, en 1945

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