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El 

Diario Perdido de Carlos Manuel de Céspedes


Por Eusebio Leal Spengler

La Tizza reproduce de forma digital la introducción del Historiador de la


Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler a Carlos Manuel de
Céspedes. El Diario Perdido, de su propia autoría (edición corregida y
aumentada), Ediciones Boloña (Colección La Puerta Vieja), [La Habana],
1998, págs. 21-76. La Tizza ha tomado esta versión de Patrias. Actos y
Letras, medio al cual agradecemos la posibilidad de acceder —que sepamos,
por vez primera— al texto íntegro del Diario en versión digital (aquí)

I
 
 
Este Diario ve la luz 117 años1 después de escrita su última página. El
viernes 27 de febrero de 1874, en las horas finales de aquella mañana, el
autor ofrendó la vida a la causa de su pueblo, rubricando su historia política.
Existió posteriormente, entre algunos de sus contemporáneos y biógrafos, la
convicción de que en los últimos instantes, viéndose en peligro de caer en
manos de sus enemigos, apresuró el final, tal y como lo había previsto:
«...morir con la dignidad como debe morir un cubano; aunque creo que ese
caso no llegará, porque mi revólver tiene seis tiros, cinco para los españoles y
uno para mí: muerto podrán cogerme, pero prisionero, ¡nunca!»2. Si así
aconteció, no fue éste un acto ajeno al concepto más elevado del honor, y
ante esa opción en un trance y circunstancias como aquellas, ha de inclinarse
reverentemente la posteridad.
 
El escenario, por lo demás majestuoso, donde tuvo lugar el drama, evoca
pasajes de la antigüedad clásica y pudiésemos aceptar como válido el
devenir trazado por el índice del destino. Cuanto ocurrió fue digno del hombre
y de la fama del héroe.
 
Ante la naturaleza hermosa y feraz de Cuba, la soledad súbita fue la última
prueba para aquel que había desencadenado a un pueblo entero de la
1
Se refiere a la primera edición (Malmierca, Zamora, 1992).

2
Hortensia Pichardo, «La muerte de Céspedes», en María Cristina Llerena, Sobre la Guerra de los 10 Años 1868-
1878, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1971, p. 218.

1
esclavitud y la servidumbre, trayendo a nuestra memoria la agonía del
Libertador Simón Bolívar en Santa Martha, la inexplicable decisión del mayor
general Ignacio Agramonte de atravesar virtualmente solo el potrero de
Jimaguayú, o el galope desenfrenado del corcel del Apóstol José Martí que le
lleva a la cita inesperada con la muerte. Por lo demás, San Lorenzo evoca el
martirio y la purificación como los hierros candentes entre los que una vez
padeció el joven Lorenzo, aunque en realidad fue Lorenzo González el que
«...ha dado nombre al sitio p[r]. haber sido el primero q. lo habitó»3.
 
 
Si fue la traición o el azar lo que guió al Batallón de Cazadores de San
Quintín hasta el apartado, y al parecer seguro refugio de la Sierra, poco
importa ya en definitiva. Los ignotos perseguidores del hombre de La
Demajagua eran portadores, sin saberlo, de la corona de laurel para ceñir su
frente. Al ilustre caído se le han de tributar las solemnes y emotivas palabras
del Apóstol: «La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de
la vida...»4.
 
Para estupor y admiración aún de los que le conocieron, se viste con
elegancia insospechada el día crucial: «... chaqué de paño negro, pantalón de
casimir obscuro, chaleco de terciopelo a cuadros con rayas punzó...»5, todo lo
cual parece paradójico en la rusticidad del ambiente circundante; «S. Lorenzo
está situado á la marjen derecha del Contramaestre entre varios arroyos»6.
Se ignora quién hirió a su caballo Telémaco, que cae espantado y
desfallecido en las aguas cristalinas de una charca no distante, en que solía
hallar solaz su señor casi todas las mañanas; espejo de agua, idílico remanso
de paz y quietud entre lirios florecidos, para un alma sin reposo, para un
pensador que había alimentado sus meditaciones en trágicas lecturas, como
señalara Martí, para quien considera su obra, inacabada:
 
...y así aceptó solo, aunque por breves momentos, el gran combate
de su pueblo, mientras ganaba la selva cercana, envuelto por el
humo de sus detonaciones; pero había llegado al borde del alto
barranco; acorralado, perdido, no vacila en el instante supremo, se
ofrece al porvenir como ejemplo magnífico de fortaleza, se ofrenda
a la patria en holocausto, y con el corazón destrozado por su propia
3
Carlos Manuel de Céspedes, Diario, Libro Segundo, 1874, enero, sábado 24, folio 24 del manuscrito original. (En
nota del autor, inscrita a pie de página.)
4
José Martí, Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 6, p. 420.
5
Gerardo Castellanos García, En busca de San Lorenzo, Editorial Hermes, La Habana, 1930, p. 236.
6
Diario citado, Libro Segundo, 1874, enero, viernes 23, folio 23 (reverso).

2
mano en el último disparo, desaparece en el foso, como un sol de
llamas que se hunde en el abismo7.
 
El cuerpo fue levantado del fondo de la barranca en donde cayó, y dejó en un
trecho del camino las huellas de sus ropas y el rastro de sangre que hallaron
más tarde su hijo Carlos Manuel y sus compañeros. La turbación y el duelo
les abatió en aquel instante de orfandad, aún más, al comprobar que, aunque
sin vida, los asaltantes del campamento habían llevado consigo el cadáver
del hombre del 10 de octubre.
 
La noticia se extendió por el territorio de Cuba Libre, los campesinos
comarcanos vieron cumplirse el augurio de los fatales peligros que
asechaban al presidente viejo, y muchos lloraron por aquel caballero extraño
que compartía por doquier sus escasísimos bienes personales, con la misma
serenidad con que una vez, siendo señor de vidas y haciendas, había optado
por la vocación infinitamente superior de revolucionario.
 
Es de suponer que el enemigo hurgó en los últimos rincones de lo que fue su
aposento, y que fue allí donde se posesionó de los cuadernillos del Diario, de
su archivo, y de otros objetos de uso personal —como la escribanía de plata
— seguramente robados. ¿Quién sabe dónde estarán hoy aquellas reliquias?
Quizá la cartilla de madera, donde se ejercitaba enseñando las letras a los
niñitos de la aldea, quedó como algo de poco interés, olvidada para siempre.
 
Llevado el cuerpo a la ciudad de Santiago de Cuba, se expuso públicamente
en el Hospital Civil; muchos le vieron y nadie, al parecer, tuvo valor para
ultrajarle. Me he detenido al pie de la ventana del vetusto hospital, en aquella
antigua ciudad, donde una lápida recuerda la presencia del cuerpo
inanimado; dicen que tenía los ojos grandes y abiertos, que su apariencia era
de extraordinaria serenidad. El agente secreto de Céspedes en Santiago de
Cuba -–Leonidas Raquin, o sea Calixto Acosta Nariño– le explicaba a Ana de
Quesada en carta próxima a la fecha: «Su cadáver llegó aquí (Santiago de
Cuba) en la mañana del 1[o] del corriente (marzo); fue conducido al Hospital
Civil y puesto a la expectación publica... Se notaba una herida en la tetilla
derecha, el ojo del mismo lado muy amoratado y el cráneo hundido. Según
opinión de algunos el mismo se quitó la vida...»8.
 

7
Manuel Sanguily, «Discurso pronunciado en Chickering Hall, New York, 10 de octubre de 1895», en Breve
Antología del 10 de octubre, Publicaciones de la Secretaría de Educación, La Habana, 1938, p. 131.
8
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, Editorial de Ciencias Sociales,
La Habana, 1982, t. 1, p. 93.

3
Manos piadosas exhumaron sus restos la noche del 25 de marzo de1879, en
el cementerio de Santa Ifigenia; de tal manera, pudo salvarse de la fosa
común y del olvido.
 
Ansiosamente he buscado la última página del Diario, donde una mano ajena
escribió al pie de una cruz, el siguiente epílogo:
 
2[a]Parece que el Bon de San Quintín (ó sea su jefe) recibió un
aviso o confidencia del punto donde se encontraba el expresidente;
y que este aviso se lo dió un negro presentado que habia sido
sirviente, ordenanza ó asistente (algunos dicen que fue esclavo) del
Presidente, Marques de Santa Lucia el C. Salvador Cisneros.
Céspedes se queja continuamente en su Diario de la vejaciones
que sufre del sucesor suyo, y teme (así Io demuestra y dice) que le
retarden el pasaporte para el estrangero con algun fin siniestro9.
 
Atraído por la curiosidad, recorrí los testimonios dejados por el autor el día
25, donde aún bajo la impresión de un sueño premonitorio, se ve
transportado por un rapto onírico al templo donde se celebraría su matrimonio
con una novia desconocida, escena interrumpida súbitamente por la aparición
de una dama luctuosa, en la que reconoce a su difunta esposa Carmelita, y
se abraza contrito a aquella sombra.
 
Hay aquí —al pie de la página— otra referencia y en ella el exégeta
desconocido, se sorprende al comprobar que en vísperas de su muerte el
protagonista de esa historia soñase con muertos y aparecidos.
 
Ahora descorremos el velo que el pasado interpone entre lo sucedido en San
Lorenzo y su vida anterior, renunciando exprofeso a la narración
convencional de su biografía, tratada con tanto acierto por no pocos autores.
Tomaré pasajes y momentos sobresalientes que den sentido a la
presentación de estos papeles, que sólo podrán ser interpretados por
aquellos que apasionadamente estén ya iniciados en los estudios cubanos, y
que conociendo la historia patria encuentren en la de sus grandes hombres,
los aportes que ellos hicieron a la forja de la nacionalidad.
 
El papel que el hombre juega en la historia no puede ser obviado, es esto lo
que da sentido cabal a la afirmación de que es el pueblo el verdadero actor
en todo proceso político; el liderazgo, la capacidad de decisión y el genio,
solamente pueden ser negados por los mediocres, por los pequeños de
9
Diario citado, Libro Segundo, «Notas», folio 44.

4
espíritu, sin que ello nos prive de comprender la ley física de que las figuras
que más luz reciben, son las que más grandes sombras proyectan. Solo
acercándonos despacio, muy despacio, al inmenso resplandor, puede
adaptarse la visión humana al encanto de las penumbras.
 
Lo cierto es que, de mucho atrás, él llegó a la serena e íntima convicción de
que la Revolución reclamaría el último aliento de su vida, en las misivas
escritas a su esposa, que ansiosamente le espera lejos de la Patria, y en sus
anotaciones en el Diario, patentiza, sin acento fatal ni desesperanzado, el
sentimiento de la utilidad de su sacrificio: «... q. mis huesos reposen al lado
de los de mis padres, en esta tierra querida de Cuba, después de haber
servido a mi patria hasta el día postrero de mi vida»10.
 
Él sabe que escribe para las generaciones futuras, aunque como todo
hombre racional se rebele y quiera apartar de sí la visión de ese Gólgota. El
verdadero valor no está en inclinar la cerviz a lo inevitable, está en asumir su
utilidad a una causa justa; no otra es la verdadera cualidad de la condición
humana.
 
En su retiro en la Sierra Maestra, donde debió someter a examen cada acto
de su vida, le llegan mensajes de fidelidad personal y gratitud. El mimo con
que le cuidan el prefecto José Lacret Morlot, su asistente Jesús Pavón, su
hijo Carlitos, su cocinero franco-alemán Alberto Hatfge, y la hospitalidad de
las familias Millán, Beatón, Rodríguez, y del capitán Quintín Banderas, entre
otras, alivian la tristeza de su estado; en realidad se hallaba allí en condición
de residenciado, y él mismo se encarga de explicar el sentido de ese término
al joven Lacret: «... quiere decir que no podré moverme del lugar que usted
me señale sin expresa orden de usted»11.
 
Varios meses —y hasta que se determina su relativo libre albedrío— ha
permanecido unido, involuntariamente, al Consejo de Gobierno; ha resistido
estoicamente ultrajes y maledicencias incalificables. A pesar de la mesura y
precisión de sus anotaciones, hay momentos en que es inevitable el
desahogo de sus más íntimos sentimientos, empleando para ello el epíteto
que en nuestra tierra resume todas las cobardías. Pero son borrascas
fugaces: «Este "Diario" es el mejor mentis. Por mi no se derramara sangre en
Cuba»12. Sabe que no puede ser tentado y a pesar de no ser ya el primer
10
Diario citado, Libro Segundo, 1874, enero, martes 13, folio 19 (reverso).

11
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, p. 86.

12
Diario citado, Libro Primero, 1873, noviembre, martes 4, folio 42.

5
magistrado de la República en Armas nadie pudo, ni podrá, arrebatarle el
título de Primer Ciudadano.
 
Sus propios detractores y antagonistas han sido arrastrados por la vorágine
de la espiral de los acontecimientos; algunos, si no la mayoría, fueron
hombres de probados valores, no pocos cayeron bajo la espada afilada de la
guerra; pero tiempo tuvo el ex-Presidente de poder asistir a la agonía o al
deceso de muchos de ellos. Siempre será generoso ante estos compañeros
caídos, y debemos seguir ese ejemplo pues sólo la traición es imperdonable,
y se requiere entereza para extender la mano y dar una palmada en los
hombros del amigo que, extraviado, ha cometido errores, echándonos a la
espalda las saetas del qué dirán.
 
¿Quién podrá, en la pasión de un culto legÍtimo, omitir los desaciertos en que
necesariamente toda labor gubernativa puede incurrir? Pero suele ser ésa la
excusa predilecta, o el error real en que caen habitual y voluntariamente los
que miran las revoluciones desde un otero al que no llegan las salpicaduras
del lodo y de la sangre. No fue este el caso de los coetáneos de nuestro
Libertador, ellos sí estaban inmersos en la lucha; pero el común denominador
indica que su visión no superaba el horizonte de lo inmediato, no
reconocieron los valores del hombre-símbolo, no vieron a la Patria como
parte de una realidad continental y universal, muchos fueron héroes de patria
chica; solo así podemos interpretar lo irreflexivo de sus actos que José Martí,
en análisis sincero, comentó: «Decía Céspedes, que era irascible y de genio
tempestuoso: —"Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el
más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter." Esto es, dominó lo
que nadie domina»13.
 
El autor del Diario fue absoluto en algunas valoraciones individuales; pero el
margen de error es mínimo. Solo contados individuos de los por él analizados
en la complejidad o simpleza de sus caracteres, tuvieron la oportunidad de
sobrevivir muchos años y ocupar el lugar que, por actos posteriores, le
correspondiera legítimamente en la historia. Nos causa asombro que haya
visto rasgos de conducta imperceptibles incluso para sus más íntimos amigos
y compañeros.
 
  
 

13
José Martí, «Carlos M. de Céspedes», en ob. cit., t. 22, p. 235.

6
II

 
En cuanto á mi, solo diré q. estreché la mano del q. me trajo la deposición,
diciéndole:
"Gracias, amigo mío! Me ha traído V. mi libertad!"14.
 
Carlos Manuel de Céspedes

 
Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo fue depuesto por acción legal de la
Cámara de Representantes el día 27 de octubre de 1873; los lectores podrán
acudir a la bibliografía para consultar los cargos e imputaciones que le fueron
señalados, fundamentando el acto jurídico que aconteció en Bijagual de
Jiguaní, en presencia de un fuerte contingente de tropas mambisas y de altos
mandos militares de la Revolución.
 
A estos últimos, la vida daría cumplidas pruebas de las razones cespedianas
en torno a la necesidad de un mando coherente, prestigioso y centralizado en
la conducción de la lucha armada. La unión política y militar en un proceso de
participación popular es absolutamente irrebatible.

Para el mayor general Vicente García, esa probabilidad de reflexión


sobrevendría cuando recae en él la alta magistratura republicana, en vísperas
del colapso definitivo que conduce al Zanjón, al señalar que parecía que
querían que la República muriera en sus manos; luego quizá a bordo de la
nave donde ve desdibujarse en la distancia las costas de su Cuba amada, y
finalmente en el exilio, del cual no pudo regresar jamás.
 
El mayor general Máximo Gómez, a quien estaba reservado un rol
protagónico principalísimo en el porvenir, ha dejado en su propio diario, en su
epistolario, y en las proclamas y órdenes militares, conceptos en los que se
transparentan sus experiencias más disímiles de la década gloriosa.

Tomamos esta cita de una carta dirigida a Tomás Estrada Palma, fechada el
8 de diciembre de 1895, donde expone diáfanamente la idea central del
principio de autoridad en la prosecución de la lucha armada, coincidiendo con
los postulados del ex-Presidente:

14
Diario citado, Libro Primero, 1873, octubre, martes 28, folio 36 (reverso).

7
 
...Los cubanos no buscamos, no queremos tener primero, más que honor
Patria y Libertad—Todo lo demás llega obligado y grande después de todo
aquello. Lo que se necesita es triunfar, y los medios más eficaces y más
resueltos, aunque parezcan duros, para llegar hasta allí, siempre serán los
mejores, los más decorosos y aplaudidos. Lo malo, lo desgraciado lo
deshonroso es no triunfar—y lo malo, lo cruel y torpe, es dilatar el triunfo. Eso
es no amar el País. Siempre he pensado que no se debe ser sanguinario,
pero sí Revolucionario radical...15
 
 
Pero jamás se patentizará en tan alto grado, como en el instante en que sabe
que la Asamblea de Representantes reunida en el Cerro en 1899, ha
determinado deponerle del cargo de general en jefe del Ejército Libertador de
Cuba, ultraje que dará sentido pleno a la admonitoria previsión de Martí
cuando al llamarle de nuevo al combate prevé como recompensa «...la
ingratitud probable de los hombres»16.

Para el mayor general Antonio Maceo —a quien le correspondió sustituir al


general Gómez cuando Céspedes le separa de su cargo— lo acontecido en
Bijagual fue motivo de hondas cavilaciones en los días de la Protesta de
Baraguá, cuando deviene protagonista del acto más trascendental para Cuba,
después del 10 de octubre de 1868; cuando iniciada la Guerra Chiquita las
mezquindades e intrigas pusieron en riesgo algo más que su propia
participación en los planes y proyectos que debían dar a la Patria su total y
definitiva independencia; y aún más —y de qué manera— cuando estando en
Pinar del Río, en 1896, disputando palmo a palmo el suelo occidental a las
aguerridas tropas españolas, recibiera las alarmadas misivas de sus
compañeros que le advierten de la ineptitud y de1a vanidad incalificable con
que el gobierno civil imponía torpemente obstáculos al ejercicio de los
mandos, hasta que la orden del Generalísimo le llama con toda urgencia a
unírsele ante la gravedad de los hechos.
 
En aquella salida sin su escolta y sin los jefes que había llevado junto a él en
la invasión a occidente, y en el móvil que la promueve, han de encontrarse,

15
Copia facsimilar de dicha carta, en Ramón Infiesta, Máximo Gómez, Imprenta "El Siglo XX", La Habana, 1937,
pp. 106-107.
16
José Martí, «Carta a Máximo Gómez, Santiago de los Caballeros, 13 de sep. de 1892», en Papeles de Martí,
Imprenta "El Siglo XX", La Habana, 1933, t. 1, p. 17.

8
en última instancia, las razones de su caída en combate, en San Pedro, el 7
de diciembre.

El mayor general Calixto García Íñiguez, optaría por quitarse la vida antes de
entregarse prisionero a los que le sorprenden en su campamento de Veguitas
en 1874; pero, ave fénix, tendría la oportunidad largamente codiciada de
volver a luchar en los campos de la Patria, para, en los últimos instantes,
cuando la victoria ha sido alcanzada por el inenarrable sacrificio de todo un
pueblo, verse agraviado, desconocido y humillado a las puertas de Santiago
de Cuba por las tropas yanquis.
 
Céspedes se desempeñó en su cargo por espacio de cuatro años y seis
meses, en ese tiempo la Revolución vivió momentos de apogeo, resistió la
reacción y el embate de un ejército poderoso y experimentado en tácticas de
contrainsurgencia. Sus academias militares se nutrieron y forjaron con la
enseñanza de los ex-combatientes de las campañas militares americanas. No
pocos de los libertadores de nuestro continente formaron filas en aquellos
ejércitos.
 
La guerra de guerrillas la pusieron en práctica, en tiempos antiguos, jefes
como Viriato; fuerzas irregulares mandadas por Mina aniquilaron a las
mejores agrupaciones napoleónicas. Nada puede decirse en menoscabo del
valor y la capacidad del soldado español. El siglo XIX vio a la Península
sacudida por las guerras, el fuego y la destrucción, asolando aldeas y
ciudades españolas, enconada además la pasión política por el fanatismo
religioso.
 
En contradictoria lucha con el absolutismo, los nombres del General del
Riego, o de Torrijos y sus compañeros de infortunio, eran invocados en
asonadas y motines como los de la Granja de San Idelfonso o el de los
Sargentos de San Gil. La nación española se debatía angustiosamente en la
crisis económica más profunda, la creciente deuda exterior, el cíclico
recrudecimiento de la guerra civil, el Carlismo y el sordo enfrentamiento entre
la Iglesia y el liberalismo; apuntando en aquel escenario de incertidumbres y
desventuras, las demandas de obreros y campesinos arrastrados por el
sistema de levas al servicio militar, donde tantas veces suplían a los señoritos
que, por privilegios de la cuna y por el pago que los exoneraba del
cumplimiento del sagrado deber, no irían a caer en las desérticas estepas de
Marruecos o en los bosques y maniguas de Cuba. El levantamiento de los
cubanos coincidió con el momento de mayor descrédito del régimen
monárquico.

9
 
Alentada la reina Isabel II por el consejo desacertado de sus validos,
intentóse por la fuerza el restablecimiento de fueros y privilegios coloniales en
América, lo que condujo a trágicos sucesos como el del 2 de mayo de 1865,
en que una Armada Española bombardeó, con suerte adversa, el puerto del
Cayao en el Perú, luego de haberse experimentado otro duro revés en
Valparaíso, Chile. Este acto de arrogancia galvanizó la voluntad de unión de
las repúblicas suramericanas, y forjó la alianza cuatripartita entre Chile,
Ecuador, Perú y Bolivia.
 
Colofón del proyecto político fue el desastre de Santo Domingo, también en
1865, donde un movimiento patriótico, de honda raíz, restauró la República.
 
Sujetas Cuba y Puerto Rico a la Metrópoli, como último reducto de lo que fue
una vez el más vasto imperio colonial, el Grito de Lares, el 23 de setiembre
de 1868, significó la señal para el estallido de la Revolución en las Antillas, y
aunque la esperanza borinqueña fue abortada, este sacudimiento precedió,
en solo unos días, el pronunciamiento de los militares en la Península, que
tuvo como resultado inmediato el exilio de la Reina, y la consecuente
afirmación del poder militar, que tendría en la guerra de Cuba una válvula de
escape para dar salida a la profunda crisis estructural que socavaba los
cimientos de la nación española.
 
Céspedes conoció esta problemática en toda su complejidad, observaba la
integración de la sociedad norteamericana posterior a la guerra civil, calculó
el interés que los políticos de aquella nación podrían tener en una Cuba
independiente donde hubiese sido abolida la esclavitud. Su correspondencia
con don José Manuel Mestre y con el doctor José Morales Lemus, su ministro
plenipotenciario y encargado de negocios en Washington, esclarece las
intenciones más intimas:
 
Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez esté equivocado,
pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse
de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto
que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse
en poder independiente; este es el secreto de su política y mucho
me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y
que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o
desinteresados17.
17
Carlos Manuel de Céspedes, «Carta a José M. Mestre. Fines de julio de 1870», en Fernando Portuondo y
Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, p. 80.

10
Como Martí, años después, confía en la eficacia de una victoria militar que se
anticipe a toda reacción adversa al nuevo estado soberano. «A la imparcial
historia tocará juzgar si el gobierno de esa República ha estado a la altura de
su pueblo...»18. Y razones tiene, sobradas, para temer el predominio de la
facción anexionista, en la cual militan calladamente algunos de los más
connotados dirigentes del exilio cubano, que no pudieron, por estar alejados
de los campos de batalla, superar su falta de fe en la reserva moral y
espiritual que vivificaba la sagrada causa de Cuba.

La acción del Presidente tuvo varias proyecciones; en lo internacional,


alcanzó para la República en Armas el reconocimiento diplomático y la
simpatía de las Repúblicas del hemisferio, que unas tras otra pronunciaron su
adhesión: México, Chile, Venezuela, Perú, Bolivia, Colombia, Brasil, El
Salvador y Honduras. La correspondencia del líder cubano surcó mares y
traspuso las fronteras más apartadas, y si este clamor halló en unos cruel
indiferencia, promovió en otros ardorosa simpatía.
 
Desde la isla de Guernesey, se levantó el verbo incomparable de Víctor
Hugo, que había escuchado el lejano clamor de nuestros compatriotas, él
puede devenir símbolo de la solidaridad que se hizo sentir en los rincones
más distantes de la tierra.
 
El periodista irlandés James O'Kelly, que publicaría más tarde su reportaje en
un volumen titulado La tierra del mambí, se sorprende al asistir al encuentro
del presidente Céspedes; en su descripción ha captado el perfil de aquel
estadista, que le invita a acomodarse en el recinto pulcro de su bohío que fue,
en propiedad, Palacio de la Revolución:
 
Aunque el presidente Céspedes es un hombre de corta estatura,
posee una constitución de hierro. Nervioso por temperamento,
permanece siempre en posición erecta. Los rasgos de su fisonomía
son pequeños, aunque regulares. De frente alta y bien formada, y
ojos entre grises y pardos, aunque brillantes y llenos de
penetración, refleja en su cara oval las huellas dejadas por el
tiempo y los cuidados. Además, ocultan su boca y la parte inferior
de su cara un bigote y barba de color gris, con unos cuantos pelos

18
Carlos Manuel de Céspedes, «Documento al Sr. C. Sumner, Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores
del Senado de los Estados Unidos de América. Las Tunas, agosto 10, de 1871», en Fernando Portuondo y Hortensia
Pichardo, ob. cit., t. 2, p. 264.

11
negros entrelazados; muestra al sonreírse sus dientes
extremadamente blancos, y con excepción, muy bien
conservados19.
 
Lo encontró informado de los acontecimientos internacionales por los
ejemplares de la prensa que el correo patriótico ponía en sus manos,
atravesando sigilosamente las playas y los montes. En realidad el testimonio
de O'Kelly coincide plenamente con el de todos los que le conocieron, le
trataron, o le escucharon hablar alguna vez.
 
Podía leer y expresarse con facilidad en inglés, francés e italiano, era erudito
en las fuentes latinas; solía, sin humillar a los circunstantes, hacer paralelos
entre los héroes de la epopeya y de la mitología, insertando todo esto de
manera natural en las raíces del saber y el decir de nuestras gentes.
 
El placer de la buena mesa, que había cultivado en sus prolongados viajes a
Europa en años juveniles, no le impedía al gourment [sic] deleitarse
igualmente con la cocina criolla. Disfrutaba y agradecía los platos que
especialmente le preparaban, y en tan difíciles circunstancias tenía el cuidado
de anotar los alimentos que en ocasiones resultaban una obligación
desagradable, pero indispensable, como aquel jueves 15 de enero de 1874
en que hubo de comerse una desabrida lechuza. O aquellos cotidianos como
el andarax —especie de jutfa carabalí— en fricasé, con frijoles o en ajiaco,
con ñame cimarrón, boniato, casabe, huevos de gallina, caña de azúcar,
raspadura; maíz asado, en tortas o atole; biajacas, jutía; pocas veces cerdo,
mulo, buey y venado. Como fruta, la naranja de China. El agua mona —agua
de jenjibre endulzada— y el café, constituían la cortesía en cada visita.

Resalta dulces, que anota cuidadosamente, así los matahambres que le trajo


la morena Brígida, especificando que son una «...especie de dulce hecho de
catibia, coco y miel...»20, o la «... pasta de Almidón con dulce llamada
vulgarm[e]. "suspiros"...»21. Sobre el aderezo señala: «...todo bien sazonado
con grasa de coco y vinagre de miel de abejas»22. Refiere platos raros como
el calalú de coles, o el caro «... q. es una sabrosa preparación de los huevos
19
James O'Kelly, La tierra del mambí, Editorial Cultural S. A, La Habana, 1930, pp. 277-278.

20
Diario citado, Libro Segundo, 1874, febrero, lunes 2, folio 30.

21
Ibidem, 1873, diciembre, jueves 11, folio 3.

22
Ibidem, 1874, febrero, domingo 1, folio 29 (reverso).

12
del cangrejo»23, y reflexiona: «En esta costa hacen muchas aplicaciones del
coco a la alimentación; lo usan como grasa, como leche, como fruta, como
dulce, como agua, fabrican de la cáscara varias clases de vasijas; finalm. lo
administran como medicina»24.

Cumplido en extremo, como se decía, se descubre al llegar a las casas de


familia, asiste invitado a los festejos organizados en un apartado
campamento de la Sierra, y en la anotación correspondiente al día 19 de
febrero de 1874, nos deja una vívida estampa de la fraternidad con que la
Revolución ha vencido la discriminación padecida por los más humildes.
 
Yo entré en el salon antes de empezar la danza y saludé a todos, quitandome
la gorra con cortés respetuosidad: luego recorrí la fila de señoras, q. me
recibieron sentadas con mucho aplomo: á todas, una pr. una, le estreché la
mano, y me informé de su salud y la de su familia; atención q. demostraron
haberles agradado sobremanera. Por último, me senté entre dos etiopes y
entablé con ellas una amena conversación: lo mismo hice pr. turno con todas
las demás concurrentes... Estaba yo sentado junto á una de las niñas más
bellas, cuando la liberta Bríjida, ...me dijo en su jerga con voz un tanto
doliente: "Presidente, ...hagame el favor de salir á oirme una palabra!" Yo salí
muy risueño con la ocurrencia, cuando ella tomandome las manos, me dijo:
"Mi Presidente, mi amo..." ..."Hija, le contesté: "yo no soy tu amo, sino tu
amigo, tu hermano...25["]
 
Muchas anécdotas podrían citarse, para iluminar los contornos de su retrato,
pero hay un momento que resume más que todos los juicios la dureza
inquebrantable de su integridad, aquel cuando sobreviene la disyuntiva de
salvar al precio de sus ideas la vida de su amado hijo Oscar; entonces,
puestos en una balanza este entrañable afecto de un lado y del otro,
colocadas las lágrimas de incontables familias cuyos vástagos habían sido
inmolados, decididamente responde: «Duro se me hace pensar que un militar
digno y pundoroso como V.E., pueda permitir semejante venganza, si no
acato su voluntad, pero si así lo hiciere, Oscar no es mi único hijo, lo son
todos los cubanos que mueran por nuestras libertades patrias»26.
23
Ibidem, miércoles 25, folio 42.

24
«Fragmentos del Diario del Presidente Céspedes. 1872», en Cartas de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa,
Instituto de Historia de Cuba, La Habana, 1964, p. 231.
25
Diario citado, Libro Segundo, 1874, febrero, jueves 19, folio 40.

26
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 3, p. 74.

13
 
Aquí nacerá el título imponderable de Padre de la Patria.
 
EI gobierno peregrino recorrerá en una u otra dirección el territorio
republicano, ganado y perdido en disputa mortal con el enemigo, quien no
reservará al pueblo cubano un destino mejor que aquel que aterradoramente
revela Francisco de Goya en sus grabados Los desastres de la guerra.
 
Al Presidente corresponderá levantar su voz ante el mundo civilizado cuando
se consume en La Habana la ejecución de los ocho estudiantes de medicina,
el 27 de noviembre de 1871. Seguirá paso a paso las noticias que
continuaron al apresamiento de su esposa Anita: bella joven y apasionada
camagüeyana, capturada instantes antes de que llegase la nave que había
de conducirle al exterior, acompañada del poeta Juan Clemente Zenea, sobre
cuyo nombre caería el afrentoso estigma de la traición, baldón que solo pudo
ser disipado más de un siglo después cuando se abrió paso un rayo de
verdad sobre su ejecutoria27. Solo ahora, en la triste soledad del Foso de los
Laureles, en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, ante las piedras del
muro, comienzan a levantarse el sauce y el ciprés evocados en su poema A
una golondrina.
 
La lucha armada, escogida como única vía para alcanzar la independencia de
Cuba del yugo colonial, suponía, en primera instancia, la organización del
Ejército Patriótico; pasar aceleradamente de la fase emotiva a una
concepción realista y objetiva de cómo llevar adelante una guerra con
probabilidades de victoria. La experiencia desde los albores del levantamiento
fue una maestra rigurosa para los cubanos. No sería con un Ejército
ordenado de forma convencional que vendría el triunfo. Necesariamente
había que beber en las fuentes de la historia latinoamericana, donde los
grandes generales de la gesta independentista habían sabido introducir
variantes que nos asombran aun hoy por su osadía; y aunque muchos no lo
entendiesen, aferrándose a concepciones clásicas, la vida demostró que la
guerra total era la única salida y Céspedes lo vio con nitidez ya en 1871.
Máximo Gómez guardaba este recuerdo:
 
En mis conferencias con el Presidente tratábamos del modo de hacer
avanzar la revolución hacia occidente y recuerdo con placer las palabras del
noble caudillo. "Un millón de combatientes en Oriente no bastarán para volver

27
Se refiere al ensayo Rescate de Zenea, (Cintio Vitier, Editorial Union, La Habana, 1987).

14
a la Revolución sus días de esplendor y se hace preciso que invadamos Las
Villas", desde entonces nació en mi ánimo el pensamiento de la invasión...28
 
Avizora que este avance al occidente golpearía mortalmente al enemigo, que
había lanzado sobre los territorios insurrectos una avalancha de batallones,
llamando al servicio activo al voluntariado peninsular comprometido
raigalmente con los intereses del capital, íntimamente imbricado en el tráfico
y venta de esclavos, cegado por la pasión integrista; poseedor de las más
importantes inversiones azucareras en occidente, beneficiado, en principio,
por los negocios para el abastecimiento de las tropas y la transportación de
los contingentes de ultramar; representado en la Península por los voceros
más recalcitrantes de la reacción que clamaron frenéticamente por una Cuba
española, y que juzgaban a aquí y allá toda disidencia como delito que debía
ser castigado con energía.
 
La ausencia de una información veraz sobre los sucesos en la gran Antilla,
había anulado a la prensa y a la cúpula política; Saturno no vacilaría, una vez
más, en devorar a sus hijos. La guerra se encargaría de colocar un crespón
luctuoso en la puerta en la puerta de cada hogar, tras la partida de decenas
de miles de jóvenes arrancados al campo y a la mina. Mas no faltaron en
España voces que se alzaron clamando justicia, paz y libertad, pero
desafortunadamente ese clamor fue apagado por la sombra negra de la
guerra que segaba por igual a lo mejor de la juventud cubana y española.

 
III
 
No desmaya la voluntad del fundador. En sus cartas y discursos nadie puede
hallar fundamento para el desaliento. Elocuente y sereno poseía una
capacidad de persuasión y un razonamiento dialéctico privilegiado:

En vista de nuestra moderación, de nuestra miseria y de la razón que nos


asiste ¿qué pecho noble habrá que no lata con el deseo de que obtengamos
el objeto sacrosanto que nos proponemos? ¿qué pueblo civilizado no
reprobará la conducta de España y no se horrorizará a la simple
28
Máximo Gómez Báez, «Convenio del Zanjón. Relatos de los últimos sucesos de Cuba», en Revoluciones... Cuba
y Hogar. Imprenta y Papelería Rambla, Bouza y Ca., La Habana, 1927, p. 144.

15
consideración de que para pisotear ésta los derechos de Cuba, a cada
momento tiene que derramar la sangre de sus más valientes hijos? No: ya
Cuba no puede pertenecer más a una potencia que como Caín mata a sus
hermanos y como Saturno devora a sus hijos29.

Pequeño de estatura y de modales elegantísimos, no se apartó ni un solo


instante en medio de las peores carestías y escaseces del cuidado y pulcritud
que hacían siempre resplandecer su imagen. Podría reconocérsele, como
alguien dijo una vez, por una dignidad que manaba de todos sus gestos sin
afectación ni fingimiento. Buen equitador, conocía los vericuetos y pasos de
las montañas, y muy útil le fue el haber practicado las disciplinas gimnásticas.
Con esta dignidad y natural elegancia, va apreciando críticamente los
cambios que en su aspecto imponen las adversas condiciones, que ya desde
Las Tunas, el 5 de agosto de 1871, refiere a su esposa:

Yo estoy muy delgado: la barba casi blanca y el pelo no le va en


zaga. Aunq. no fuertes, padezco frecuentes dolores de cabeza. En
cambio estoy libre de llagas y calenturas. Todo no ha de ser rigor.
La ropa se lava sin almidon: de consiguiente no se plancha, no se
hace mas que estirarla p[a]. ponersela30.

Y dos años después, como algo que le hace meditar, recoge en su Diario:

Cambié mis pantalones de casimir, q. me acompañaban desde


antes de la revolución, p[r]. otros nuevos de igual jénero, aunque
ordinario. Ya de esas memorias no me queda mas q. una toalla de
holanda bordada. Asi todo va abandonandonos en este mundo
hasta q. nosotros mismos lo abandonamos todo31.

Enamorado y galán, mas siempre caballero, el amor le prodigó exquisitas


celadas a las cuales él no fue esquivo, y esto, más que defecto, es en la
estructura de su ser íntimo, encanto. De aquellos devaneos amorosos
sobrevivió una estirpe que no llevó con sonrojo su nombre. ¡Quién podría
enjuiciar con ojos puritanos al vigoroso genitor a quien sorprende la muerte
con un último beso de mujer en la mejilla! Consuelo para el hombre, que
29
Carlos Manuel de Céspedes, «Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba», en Fernando Portuondo
y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, p. 108.

30
Cartas de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa, Instituto de Historia de Cuba, La Habana, 1964, p. 47.

31
Diario citado, Libro Primero, 1873, agosto, viernes 8, folio 4, y 4 (reverso).

16
reside en apartado campamento de la abrupta Sierra Maestra, los retratos de
los gemelos Carlos Manuel y Gloria de los Dolores, a los que no conoció y a
los cuales con paternal ternura envía algunos recuerdos personales y
guedejas de sus cabellos: «Mandé con el Cap[n]. Quintin Bandera, q. lleva á
Vega a Jamaica, un paquetico q. contiene pelos de mi cabeza y barba p[a].
mis hijitos q. están en el estranjero y tal vez sea lo único q. vean de mi
persona»32.

 
IV
 
Las sesiones de la Asamblea Constituyente de Guáimaro concluyeron con el
nacimiento de la República, proclamada en una de las más emotivas escenas
que el historiador pueda recordar. Quedó constituida la Cámara de
Representantes adjudicándosele por la Constitución la facultad de elegir al
presidente y al general en jefe.

La magna reunión supuso una voluntad de conciliación entre dos


proyecciones de cómo conducir la acción revolucionaria. De una parte
Oriente, con la preeminencia que le había otorgado el Grito de La
Demajagua, anticipación enunciada por Céspedes en la memorable reunión
conspirativa en San Miguel del Rompe: «Señores: La hora es solemne y
decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aun nos parece
fuerte y grande, es porque hace mas de tres siglos que lo contemplamos de
rodillas. ¡Levantémonos!»33.
 
Determinación que se concreta la mañana del levantamiento y en la acción
de Yara que tan significativamente recordara Céspedes en 1871: «Yara, que
es el grito de independencia; Yara, donde hace tres años se le arrojó el
guante al enemigo de las libertades de Cuba...»34.

 
32
Ibidem, Libro Segundo, diciembre, miércoles 31, folio 13 (reverso).

33
Carlos Manuel de Céspedes, «Arenga en la convención de Tirsán , 4 de agosto de
1868», en Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, p. 101.

34
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 2, p. 114.

17
 
No es necesario volver a enjuiciar lo que el propio Martí analizó, más cercano
en el tiempo a los hechos que nosotros, y escuchando de actores y testigos
privilegiados, matices y circunstancias que ni siquiera fueron escritas. Él
comprende la encrucijada en que se hallaron los padres fundadores, y lo que
nos ha dejado dicho, arroja un haz de luz sobre aquellas jornadas.

El 10 de Abril, hubo en Güáimaro Junta para unir las divisiones del


Centro y del Oriente. Aquella había tornado la forma republicana;
ésta, la militar. —Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la
creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones.
Sacrificaba su amor propio —lo que nadie sacrifica35.

Nos parece escuchar el timbre de su voz, la intención unitaria y siempre


positiva de su mensaje. Céspedes tenía entonces 50 años.

El Comité Revolucionario del Centro compareció proclamando en sus


postulados la preocupación, por todos compartida, de no consentir en una
autoridad superior que pudiese desembocar, por el abuso o por el predominio
de bastardas ambiciones, en la dictadura que privase al nacer la voluntad
democrática.

Y es Martí, en su ingente deseo de no dejar cabos desatados de los


elementos cardinales de nuestra historia, el que nos ayuda a razonar: «Se le
acusaba de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. Él decía:
''Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país
y frente a mi mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo
pongo, y así tranquilizo mi conciencia"»36.

Se ha dicho con fundamento, que en Guáimaro los revolucionarios todos


cedieron, y aquella Asamblea, cuna de la tradición civilista y parlamentaria
cubana, resplandece como la más noble utopía de la cual pueden y deben
enorgullecerse los cubanos. En ella, como en el volante de un mecanismo de
relojería, estaba la suerte y el devenir de la futura república.

Cuanto hemos dicho hasta aquí no presupone, en primer término, que


Céspedes abrigase una ambición desordenada de autoridad. Quería el poder,
porque sabía que solamente con él se pueden hacer las grandes

35
José Martí, Obras completas, Editorial Trópico, La Habana, 1936, t. 22, p. 235
36
Idem.

18
transformaciones. Jamás pueblo alguno pudo cifrar sus esperanzas en los
resultados de una reunión, en un trance de vida o muerte como el que
entonces vivía Cuba. Se imponía actuar, sin trabas ni cortapisas, la República
necesitaba de un presidente, pero la Revolución de un líder. Y así lo deja
señalado el Apóstol en sus apuntes: «...El creía que la autoridad no debía
estar dividida, que la unidad del mando era la salvación de la revolución; que
la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos. —El
tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria»37.
 
Frente  a esta disyuntiva estaba la opción de  la juventud camagüeyana y
occidental, que como Céspedes, Aguilera, Figueredo, Mármol, etc. se había
formado también con las experiencias de los grandes sucesos de la Europa
posterior a la Revolución Francesa de 1789 y a los sacudimientos intensos de
1848; tenía el sueño legítimo de jugar un papel protagónico y quería, si se
equivocaba, hacerlo con su propia cabeza.
 
Radiantes aparecen en aquella pléyade de creadores vehementes: Rafael
Morales, Eduardo Machado, Antonio Zambrana, Miguel Jerónimo Gutiérrez,
Antonio Lorda... y el joven letrado Ignacio Agramonte y Loynaz, quien
contaba a la sazón 27 años. La sola observancia de la disímil naturaleza
oriental y camagüeyana, ya establece diferencias, pues nada hay tan
diferente, en su proyecto urbanístico, como Bayamo y Manzanillo en relación
con Puerto Príncipe.
 
Si hoy no son tan perceptibles las diferencias en la ya cristalizada unidad
nacional, entonces, hasta las formas de vivir acentuaban distanciamientos y
antagonismos; bastaría recorrer el cementerio camagüeyano para penetrar
en la psicología de un patriciado seguro de sí mismo, austero y aristocrático.
Sin embargo, recorriendo a la caída de la tarde los mausoleos de la
necrópolis evocada, hallé la losa sepulcral de los marqueses de Santa Lucía
y, al pie de los blasones nobiliarios, una inscripción elocuente: «Mortal ningún
título te asombre. Polvo eres. Polvo, cualquier otro hombre».
 
La juventud nacida de aquellas estirpes reacciona dramáticamente contra
ellas, se niega a aceptar que las leyes de la heráldica primen en el diseño de
la bandera, y quieren que ella sea la misma que una vez enarboló en esa
comarca Joaquín de Agüero, la que el general Narciso López trajo a Cuba en
1851. Creen, porque no tienen razones para dudarlo todavía, que la
democracia antiesclavista ha triunfado finalmente en los Estados Unidos y el
37
Ibidem, p. 236.

19
eco de la oración de Abraham Lincoln en Guettysburg [sic], les viene tras las
huellas de las encendidas predicas de El Lugareño.
 
La bandera gloriosa de La Demajagua quedaría depositada como tesoro de la
nación en la Sala de Juntas de la Cámara, unida a los manuscritos de la
Carta Magna que todos suscribieron.
 
Nadie podrá soslayar que permanecieron latentes angustiosas rivalidades.
Como dos astros, apuntaban al cenit Céspedes y Agramonte. Hoy
apreciamos aún el valor de sus discrepancias, aunque nos dejen un nudo en
la garganta y el alma en vilo. Los acontecimientos que al parecer se
conjuraban para distanciarlos, traerán finalmente la íntima comunión, primero
presentida y luego cristalizada entre el uno y el otro, en el interés fundamental
de la Patria. Aunque no es lícito presuponer cuál habría sido la actitud de El
Mayor en los acontecimientos políticos que sucedieron a su muerte en
Jimaguayú el 11 de mayo de 1873, muchos comparten la absoluta convicción
de que no habría acontecido la deposición del presidente Céspedes, y si
fatalmente hubiese concordado con esa determinación, su ética, su
inflexibilidad moral, y su autoridad indiscutible, que el Presidente había
reafirmado al nombrarle con plenos poderes en los mandos de Camagüey y
Las Villas, impedirían el acorralamiento, el ostracismo, la indefensión y el
abandono, que se abatieron ingratamente sobre el Padre de la Patria, quien
unos días antes de su muerte anota en el Diario: «En cuanto á mi, soy una
sombra q. vaga pesarosa en las tinieblas»38.
 
La Cámara nombró al ciudadano mayor general Francisco Vicente Aguilera,
vice-presidente de la República, preeminencia merecida para uno de los
precursores del levantamiento. Austero y desinteresado, no tenía, sin
embargo, el carisma que habría necesitado para cohesionar las fuerzas
heterogéneas y tumultuosas, a las que era necesario encauzar sin cerrarles
el paso. La bondad innata, el aspecto patriarcal de quien había encanecido
tempranamente, se consideró como un balance ante el ímpetu de Céspedes.
 
Designó también, el flamante Cuerpo Legislativo, a Manuel de Quesada
recién venido de México, donde se desempeñó como general del Ejército,
cosechando en aquellas tierras hermanas merecidos laureles. Mas el general
Quesada no sería favorecido por el numen; en el planteamiento de las
acciones bélicas chocó una y otra vez con limitaciones absurdas impuestas
por quienes no tenían la más mínima experiencia en el arte y las ciencias
38
Diario citado, Libro Segundo, 1874, enero, lunes 12, folio 19.

20
militares, llegándose al extremo de ser propuesto, y aceptado que cesara en
su alto cargo, poco después.
 
Esta crisis, que fue la más aguda, pero no la primera, estaba agravada por el
hecho de ser Quesada cuñado del Presidente. El dardo tocaba directamente
a aquél más que al agraviado. Céspedes resumiría lo acontecido en palabras
admonitorias y proféticas:
 
Llegó Felix Figueredo y dice q. la Cámara se ha retirado al
Mameicito; q. trata de eliminar á Barreto p[r]. ser hechura lo mismo
que Bravo, de Quesada (!) y no atreviéndose á deponerme, me
hará tal oposición q. me vea obligado a renunciar con otras
vaciedades p[r]. el estilo. Es decir q. toda la gran política de esos
venerandos Padres de la Patria se reduce, segun se descubre p[r].
su manejo á hacerle la guerra al Gral Quesada. ¡Que vergüenza!39
 
El ejecutivo tenía facultades para proveer nombramientos y encargar
misiones excepcionales en el exterior, y tratando de preservar al general
Quesada, Céspedes, lo hace portador de un encargo trascendental, como era
el de recabar fondos y recursos para traer una poderosa expedición que
fuese capaz de inclinar la fortuna en favor de los cubanos.
 
Céspedes creía y aun mas, confiaba, en la capacidad y lealtad de su cuñado;
esperó que su arribo resultara providencial y no ocultaba su regocijo ante esa
expectativa, pero el General no regresó.
 
En el epistolario intercambiado entre él y su esposa, y en las anotaciones
del Diario, aparece la interrogante del por qué no se ha hecho a la mar la
nave con los expedicionarios.
 
En realidad, la presencia del general Quesada en los Estados Unidos fue el
catalizador, o quizá el pretexto, para justificar las discordias y las
desavenencias que no pudo apaciguar ninguna voz, ninguna autoridad, ni
dentro ni fuera del exilio.
 
Unos tomaron el partido de Miguel Aldama y José Manuel Mestre, otros las
banderas del general Quesada, apoyados en un hervidero de clubes y
asociaciones patrióticas donde campearon no pocos mercaderes de la
palabra, chismosos y aduladores, que dividieron en querellas irreconciliables
39
Diario citado, Libro Primero, 1873, octubre, domingo 12, folios 28 y 29 (reverso).

21
a los emigrados; comunidad formada por gente humilde, trabajadores
manuales, artesanos, familias procedentes de una u otra latitud de Cuba, y
también ex-magnates, terratenientes, y señores encabezados por los
dignatarios de la Junta Revolucionaria, hasta quienes llegaban distorsionadas
las noticias. Unas veces el anuncio de una victoria inminente los enardecía,
en otras oportunidades el telégrafo les traía nuevas sobrecogedoras que les
sumían en la decepción o el escepticismo.
 
Habían pasado ya los momentos en que la misión diplomática encomendada
por el Presidente de la República en Armas al doctor José Morales Lemus,
cerca del gobierno de la Unión Norteamericana, concitara halagüeñas
esperanzas de un probable reconocimiento al derecho de beligerancia, y
pocos juzgaban posible que los Estados Unidos admitiesen la existencia
jurídica de un gobierno rebelde a España en territorio de Cuba. Esas
esperanzas fueron sepultadas luego de ocurrir el deceso de Morales Lemus,
que al decir de Enrique Piñeyro:
 
Ante palabras explícitas y promesas halagadoras, llegó al fin a
creer que Cuba podría anticipar la hora de su separación de
España por medio del gabinete de Washington. Pocos meses
después, vió defraudadas sus esperanzas, derruídos todos sus
cálculos, y con la misma fé que desde el principio lo había animado,
se consagró en cuerpo y alma a la tarea más oscura y lenta de
auxiliar desde los Estados Unidos sólo con armas y pertrechos la
guerra...40
 
Céspedes actuaba desde lejos tomando medidas que a la larga resultaron
contraproducentes, tales fueron las tareas dadas al vicepresidente Aguilera y
al secretario de Relaciones Exteriores, Ramón Céspedes, o la remoción de
Mestre y Aldama de la Directiva de la Junta.
 
Lo objetivo e histórico fue el fracaso final de la mediación del vice presidente
de la República, acosado por disgustos e ingratitudes incontables que le
impidieron, como al general Quesada, traer los recursos indispensables al
campo revolucionario. El presidente Céspedes, con sus esperanzas puestas
en los nuevos delegados, le escribía a Ramón Céspedes el 30 de noviembre
de 1872, con objetivo análisis:
 

40
Enrique Piñeyro, Morales Lemus y la Revolución de Cuba, Municipio de La Habana, 1939, p. 35.

22
Los aldamistas ni dieron el resultado que de ellos se esperaba, ni
han ocurrido acontecimientos que hagan plausible su vuelta al
poder. Es necesario, pues, experimentar a los quesadistas y si
éstos tampoco sirven, será preciso pero doloroso, confesar que la
causa de Cuba sucumbirá en el extranjero por culpa de la
emigración; pues no es posible que entre tantos patriotas ilustres
falte uno que no ya represente el papel de Franklin, sino el más
modesto del agente contemporáneo de Haití41.
 
Si alguien pudo suponer que Céspedes ansiaba la presencia de Quesada
para rescatar su poder de las manos de la Cámara, nadie podrá tildar al
general Aguilera de pretender tan oscuros designios, la verdad se manifestó
en toda su amarga e incontrastable crudeza; ni Manuel de Quesada, ni
Francisco Vicente Aguilera pudieron regresar, al primero se le atribuyó todo
género de interpretaciones en torno a su conducta y proceder; al segundo
porque la muerte le llegó en la ciudad de Nueva York, en 1877.
 
Qué fácil resultaría hoy expresarse sobre los actos y decisiones de aquellos
hombres, ignorando de antemano las dificultades de comunicación y los
primeros resultados del ensayo político y militar del que fueron actores. Hubo
errores: el Céspedes hombre y dirigente incurriría en ellos, sus alternativas
eran pocas, sus opciones limitadísimas; fue un estadista que se anticipó a su
tiempo y a las condiciones objetivas de su Estado.

 
V
 
La ciudad de San Salvador de Bayamo fue tomada por las armas el 20 de
octubre de 1868. Este suceso fue, sin dudas, el más importante después del
Grito. La antigua villa, beneficiada años atrás con el comercio prohibido, lucía
el esplendor de sus construcciones civiles y religiosas; celebrados artistas
habían contribuido a su engrandecimiento; la iglesia Parroquial Mayor
deslumbraba con el lujo de sus retablos, entre los cuales el de la capilla de
Dolores —el único que hoy se conserva— asombra por la obra imaginativa
del artista o del maestro que enriqueció el estilo barroco con los frutos del

41
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 2, pp. 467-468.

23
país tropical. Descúbrense aún los azulejos de Delf, la pequeña ciudad de los
Países Bajos, que ornamentan el exterior de la cúpula.

En ese templo penetra la comitiva encabezada por Céspedes, bajo palio,


como capitán general del Ejército Libertador de Cuba —título que había
asumido— asiste a la Acción de Gracias y a la bendición de la bandera,
descubriéndose en este gesto el tacto y la cautela de su proceder, tratando
de ganar, de atraer, de no enfrentarse innecesariamente al poder innegable
de la iglesia. Actuando sin prejuicio, masón, extenderá su mano a los
sacerdotes que se comprometen con la causa del pueblo, sin que nadie que
le conozca soslaye que es un librepensador, consecuente con la acepción del
término en la España del siglo XIX. A él, que fue un defensor a ultranza del
carácter laico de la República, ningún extremismo le arrastró con sus
seducciones, y en el Ayuntamiento de la Villa capitulada hará que ocupen
asiento junta a los cubanos, españoles honestos y hombres negros,
estableciendo las premisas de la igualdad en una tierra donde estaban
vigentes las amargas reflexiones dejadas ya en el siglo XVI por el maestro de
Santiago de Cuba, Miguel Velázquez: «Triste tierra, como tiranizada y de
señorío!»42.

La mediación, que siempre encontró celestinas a lo largo de la historia, había


tratado de hallar arreglos para impedir la victoria de los rebeldes, pero la
guarnición encabezada por el coronel Udaeta rindió las armas. El júbilo fue
indescriptible en los seis meses que duró el gobierno patriótico; en ese
período se tomaron numerosas medidas en las que debemos ver la raíz y
fuente del poder popular:

 Decreto estableciendo el servicio militar obligatorio.


 Orden del día disponiendo se dé cuenta de las depredaciones que
cometen las tropas colonialistas.
 Orden del día contra los malhechores que se aprovechan del
estado insurreccional.
 Orden del día disponiendo concurrir a la bendición de la bandera.
 Aviso autorizando a los inconformes con la Revolución a salir de las
jurisdicciones sublevadas.
 Bando apercibiendo con la ejecución a quienes subleven esclavos,
atenten a la propiedad o ayuden al enemigo.
 Decreto organizando el racionamiento de las tropas.

42
Ramiro Guerra, Historia de la Nación Cubana, Editorial Historia de la Nación Cubana, La Habana, 1952, t. 1, p.
281.

24
 Decreto de abolición condicionada de la esclavitud43.

Pero el hecho más recordable de aquellas jornadas fue la interpretación del


Himno Nacional, obra del doctor Pedro Figueredo, quien lo había hecho
estrenar temerariamente durante los ritos religiosos del Corpus Cristi, en
presencia de las autoridades españolas.

Ahora, tomando como escenario las escalinatas del atrio de la iglesia, fue
interpretado con su letra que, según dice la nobilísima tradición, el mayor
general Figueredo escribió sobre la montura de su caballo. Canto patriótico,
inspirado en los aires de La Marsellesa del pueblo francés.

La evolución de los acontecimientos determinaría la necesidad de evacuar la


primera capital de Cuba Libre, no sin que antes los noveles soldados de la
Patria intentasen, fallidamente, cerrar el paso a las columnas del Ejército
Español que lograron atravesar los vados del río Cauto, forzados a sangre y
fuego, donde se les disputó el camino a Bayamo.

En su carta al capitán general de la Isla, el jefe de operaciones del Ejército


Español, conde de Valmaseda, que conducía la agrupación principal de
tropas enemigas, nos ha dejado una dramática descripción de ese avance,
interceptado por árboles derribados y todo tipo de obstáculos que dificultaban
el paso a sus soldados, para finalmente, al ingresar en la prolongada llanura,
contemplar en el horizonte el incendio que reduce a pavesas la ciudad.
Debieron venir entonces a su memoria, grandes hechos similares en la
historia del pueblo español, desde Numancia y Sagunto, revelándose a aquel
soldado tenaz e implacable, la voluntad y firmeza del pueblo cubano, en cuya
sangre corría igualmente la española.

Por último, penetran en la ciudad desierta, haciendo todo género de


conjeturas sobre sus moradores por no hallar ninguno; atraviesan las calles
desoladas entre derrumbes y humaredas para detenerse ante la que otrora
fuera Plaza de Armas, y encontrar en ella un letrero fijado en lugar visible:
Plaza de la Revolución.

Seguimos caminando lentamente, las casas incendiadas, las paredes


hundidas y las maderas aun humeantes poco menos que nos asfixiaban;
caminábamos sobre brasas sin que se crea hipérbole, y algunas veces les

43
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, pp. 115-141.

25
aseguro á ustedes era menester apartar las vigas y horcones encendidos
para poder facilitarnos paso por en medio de las calles44.

Una leyenda, contada por los ancianos en el Oriente cubano, era la de la luz
de Yara, visible entre las penumbras de la noche como un anuncio de
catástrofes y calamidades. Decíase, con absoluta certeza, que era la visión
de la hoguera en la que padeció tormento el cacique Hatuey; en Yara se
habla de ese árbol encendido, de esa antorcha de esperanza. Es por lo tanto
una coincidencia y un símbolo, que no siendo Yara el escenario del
levantamiento, le haya legado su nombre, a partir de la escaramuza librada
allí en la noche del 11 de octubre de 1868; pero lo que sí está más allá de
toda discusión es que, en aquel breve enfrentamiento, se evidenció el temple
del jefe revolucionario que ante el atolondramiento y la dispersión que sucede
a la sorpresa de su aún indisciplinada hueste, reclama la enseña tricolor y
alienta a aquellos que han sabido permanecer firmes en su puesto: «¡Aún
quedamos doce hombres; bastan para hacer la independencia de Cuba!»45.

Yara está por lo tanto unida a este gesto de firmeza y determinación de un


puñado de hombres, semilla de un pueblo que nace. Yara es el revés, pero
no fue la primera oportunidad ni será la última en la historia, en que un
proceso revolucionario tiene su nombre en circunstancias parecidas.

No lejos de la ciudad de Manzanillo la naturaleza edificó, antes de que lo


hiciesen los hombres, el monumento al Grito de La Demajagua. Sobre las
ruinas calcinadas de lo que otrora fue el ingenio de producir azúcar, un
jagüey fue levantando lentamente el eje y las ruedas dentadas, sus ramas
dieron sombra a los basamentos de lo que una vez fue fábrica en la que
trabajaban obreros y esclavos, reliquias de un pasado social que Céspedes
contribuyó a derribar violentamente al otorgarles la libertad el 10 de octubre.

Fue precisamente aquel hecho el más trascendental, que abrió el largo


camino de nuestra gesta independentista. Un puñado de hombres
escucharon la lectura del Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de
Cuba, redactado por Céspedes, dirigido a sus compatriotas y a todas las
naciones.

44
Antonio Pirala, Anales de la guerra de Cuba, Imprenta F. González, Madrid, 1895, t.1, p. 393.

45
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, p. 62.

26
Fue precisamente aquel hecho el más trascendental, que abrió el largo
camino de nuestra gesta independentista. Un puñado de hombres
escucharon la lectura del Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de
Cuba, redactado por Céspedes, dirigido a sus compatriotas y a todas las
naciones. En ese texto breve hay cinco elementos esenciales: independencia
política y económica, igualdad de derechos para todos los hombres, libertad
para los esclavos africanos, voluntad de insertar a Cuba en solidaridad activa
con los pueblos de América y del mundo, y la decisión de iniciar de inmediato
la lucha armada como única vía para alcanzar la independencia.

Como en otros documentos de su carácter, lo que le imprime valor y


autenticidad al Manifiesto... es la acción inmediata de los revolucionarios. A
algunos estudiosos, que jamás han corrido el menor riesgo, y que han
juzgado de prudente o excesivamente cauteloso el programa de La
Demajagua, cabría preguntarles si levantarse en armas contra el colonialismo
español era un acto de cautela; enarbolar una bandera republicana a la
sombra del pabellón de la monarquía, un acto prudente; declarar libres a los
propios esclavos, actuar de forma conservadora; y, por último, preguntarles si
abandonar resueltamente sus bienes y entregarlos al fuego, podía
enmascarar un solo adarme de egoísmo. El propio Céspedes años después
—en 1873— evocará aquel día augural y sus palabras nos hacen revivir el
alba de 1868:

Pocos dias antes de empezar la revolución, estando á la mesa


conmigo en mi Ynjenio Demajagua, me preguntó Fran[co] Aguero
Arteaga con q. armas nos habíamos de levantar contra los
españoles? —"Ellos las tienen", le conteste al momento. —"Vd. es
mas arrestado q. yo...", me replicó riendo46.

Abocada la crisis más profunda que había vivido la sociedad cubana, sin
correspondencia posible entre las viejas relaciones de producción, y la
acelerada modernización de la industria azucarera en Occidente —donde fue
posible asimilar este impetuoso desarrollo— creábase un emporio de riqueza
donde se fusionaban los capitales exportadores, la acumulación creciente de
los comerciantes y las pingües ganancias de banqueros y prestamistas que,
como es lógico, aspiraron a apoderarse de las grandes propiedades agrarias
de los criollos. Favorecidos por la corrupción administrativa del gobierno
venal y autoritario, las camarillas que integraban la pirámide de la reacción,
estaban aferradas, contradictoriamente, a mantener hasta el límite de las
46
Diario citado, Libro Segundo, 1874, enero, domingo 11, folio 18 (reverso).

27
posibilidades, el uso de esclavos; pero además impulsaban, desde años
atrás, la[s] inmigraciones que, como la asiática y la canaria, enmascaraban
una forma no menos vil de servidumbre.

En ese ambiente de contrastes tan marcados, donde la ambición y el ánimo


de lucro se convertían en obsesión para criollos y peninsulares, se vivía en
algunas ciudades de Cuba, en un medio de aparente y hasta deslumbrante
riqueza, evidenciado por la imponente imagen de La Habana, con sus paseos
y alamedas, teatros y jardines, palacios y casas quintas, tantas veces
descritas por los ilustres viajeros a lo largo del siglo; pero bastaría horadar un
tanto la resplandeciente superficie de la sociedad, para quedarnos atónitos:
juego, prostitución, contrabando, especulación, usura, pobreza, marginalidad,
analfabetismo, epidemias, oscurantismo y, reinando sobre todo ello, el poder
político, rentado espléndidamente, verdadera profesión para los funcionarios
favorecidos con nombramientos y prebendas.

La Iglesia, que había compartido y disfrutaba de los beneficios del sistema,


aparecía intocable en sus privilegios, a pesar de su enfrentamiento con los
prominentes políticos del liberalismo que habían dictado y aplicado las leyes
de desamortización y la disolución de las órdenes monásticas. Asentábanse
en la isla de Cuba el trono y el altar sobre las espaldas de 370 553 esclavos
africanos, en relación con una población total de 1 396 470 habitantes.

Precipitada la hora de la confrontación extrema, y dado el grito de


independencia, la jerarquía lanzaría el anatema y la excomunión sobre los
patriotas, e invocaría el poder de Dios en favor de las armas españolas, lo
cual provocaría la escisión en el seno del sacerdocio, donde no pocos
siguieron, tras la memoria del preclaro Félix Varela, sumándose a las huestes
insurgentes, de lo cual resulta símbolo la ya antes referida bendición de la
bandera, hoy recordada con un fresco en la iglesia de Bayamo.

Con los humildes estarían los predicadores consecuentes que exclamaban,


para rubor y asombro de los explotadores, que por el amor de Dios habían
consagrado su vida a los pobres y a la raza esclavizada, convirtiéndose en
piedra de escandalo, cuando eran ya muy distantes en el tiempo los días de
los obispos beneméritos e ilustres como Compostela y Espada. Ante el
problema religioso nuestro Libertador actúa con lucidez, sentando las bases
del laicismo sin hacer concesiones a las consignas anticlericales que en el
pueblo español alcanzan su clímax precisamente en este siglo, hartos la
intelectualidad y el pueblo de los abusos de los frailes, de la supervivencia
insólita de la Inquisición y el oscurantismo.

28
En el Diario aparecen escenas como las del deceso del teniente coronel
Francisco Aguilera, esclavo que fue del general y vicepresidente de la
República en Armas.

El día 22. falleció el Ten. Corl. Franco.Aguilera. Fue esclavo calecero del Mor.
Gral... empezó a servir de soldado en el levantamto. y ascendió hasta el
grado q. tenía (...) Se le hizo un entierro muy lucido, después de haberlo
velado conforme á los ritos de la Masonería de q. era miembro (...) Celebró
las honras fúnebres el Presbítero Braulio Odio y los masones le tributaron
tambien las q. le son peculiares47.

Otro ejemplo fue la inhumación, en la soledad del monte, de Maceo Osorio.


Allí se evidencian, igualmente, los rituales católicos y las ceremonias
masónicas. Fe y militancia no dividen a los patriotas: la que escinde será la
actitud ante la Revolución.

 
 
 
 
 
VI

Sería parcial, injusto y deshonesto absolutizar las virtudes y las cualidades


morales, así como la actitud cr[í]tica ante los males y vicios de la sociedad
cubana en alguno de sus componentes. Se había llegado a un callejón sin
salida; voces cubanas y españolas lo habían denunciado en reiteradas
ocasiones, pero el sistema político reinante en la metrópoli y en sus colonias
era obsoleto, se cumplió en él, amargamente para todos, la sentencia «nadie
da lo que no tiene», y España no podía dar a Cuba las reformas que
reclamaban los ilustres y perseverantes editores del periódico El Siglo, en
torno al cual había girado una intelectualidad brillante, seriamente
preocupada por la cultura y por el patrimonio espiritual del país, pero que no
le fue dado romper el fanal de vidrio de una concepción dieciochesca de la

47
Cartas de Carlos Manuel de Céspedes a su esposa, ob. cit., p. 161.

29
vida, y en quienes se intuye, generalmente, el temor a la emancipación
revolucionaria de los esclavos y a una conflagración generalizada que
pusiese en peligro sus cuantiosos bienes materiales.
 
Sería mezquino disminuir el aporte que aquellos pro-hombres hicieron en el
ciclo vital de su actuación, que dejó frutos en papeles de mérito para las
ciencias sociales, la literatura, la oratoria y la educación, aunque no pudiese
brillar en todo su esplendor «ese sol del mundo moral» de que hablaba con
tanta vehemencia José de la Luz y Caballero, el insigne maestro del colegio
El Salvador.

El epílogo del reformismo cubano parece haberse helado en las cinco líneas
escritas para su tumba por el que fuera el más descollante de sus talentos —
que vivió demasiado largamente, llegando a condenar la lucha armada en
que, como reformista cabal, no creyó jamás—: «Aquí yace José Antonio Saco
que no fue anexionista porque fue más cubano que todos los anexionistas».

Por otra parte, el escepticismo o el rechazo había aislado a aquellos que


pretendieron que la solución al dilema cubano debía hallarse en la anexión de
Cuba a los Estados Unidos. La consigna de que Cuba llegaría a ser, por un
mandato del destino, una estrella más de la constelación americana, no fue
grata a los precursores de la independencia, mas no puede ser desconocida
la existencia de esa corriente latente antes y después de 1868. Pero se
requiere aquí establecer una diferencia.

Antes del Grito pudo ser el extravío inevitable por la atracción que la
poderosa nación emergente del norte ejercía sobre nuestra tierra, donde ya
sus intereses estaban afincados económicamente, y su política aconsejaba
reservarla como la «fruta madura» que, por la Ley de Gravitación Universal,
vendría a caer en sus manos. Después del 10 de octubre de 1868 y en los
diez años de terrible, heroica y solitaria contienda que le sucedieron, el
extravío no era probable, pues existía la experiencia política para Cuba en
sus relaciones con el acomodado vecino.

En la tendencia anexionista hubo varios grados, antes y después de la


Guerra Grande. Del primer período, el más difundido puede ser considerado
como el de la inocente cooperación para hacer de Cuba un estado de la
Confederación del Sur —utilizando indistintamente términos ambiguos al
definir el status del ente político separado de España— aquel que es
presentado a sus prosélitos «como un cálculo y no como un sentimiento», si
tomamos la sutil estratagema ideológica propuesta por Gaspar Betancourt

30
Cisneros, El Lugareño, y que partía de la hipótesis de que la Isla, una vez
libre de España, sería luego desgajada del sistema político norteamericano;
utopía que hoy nos parece absurda, y que solo puede ser entendida si nos
colocamos no en el borde, sino en el fondo de la espiral del fenómeno donde
vagaban la sombra del general Narciso López, portando la bandera de la
estrella solitaria, y sus últimas palabras pronunciadas ante el cadalso el 1 de
setiembre de 1851, las que se musitaban al oído de los adolescentes criollos:
«mi muerte no cambiara los destinos de Cuba».

Otra forma del llamado anexionismo, que no podemos negar pues sería
renunciar de antemano, apresurando soluciones fáciles, a este gravísimo y
complicado problema político, es aquella que tantean algunos, como el propio
Céspedes —independentista convencido y poseedor de una intuición
clarísima sobre cómo llevar adelante las relaciones cubano-norteamericanas
— ante el desesperado holocausto de sus compatriotas, de volver los ojos a
la nación de Jefferson y Washington en demanda de solidaridad y ayuda, sin
que nadie pueda atreverse por ello a suponer debilidad en sus arraigadas
convicciones. Tendríamos que preguntarnos si esta acción coyuntural, de
carácter político y basada en el principio de salvar la Revolución a cualquier
precio, es una forma de anexionismo. Yo respondería categóricamente que
no. Y podría la historia demostrar que fue la actitud de los Estados Unidos,
invariablemente prepotente y discriminatoria para los pueblos de América, la
que se encargó de acerar la voluntad de los dirigentes históricos de la
Revolución cubana, la que definiera en José Martí, años más tarde, su
convicción: «Y Cuba debe ser libre de España y de los Estados Unidos».
 
Luego del 10 de octubre sólo sobrevivió en los patriotas la creencia de una
identidad entre sus ideales democráticos y libertarios, y los de la nación
norteamericana. Es lógico que así fuese, no eran evidentes las razones para
dudarlo; pero se agitaban en el seno de aquella nación fuerzas antagónicas
en cuanto al porvenir de Cuba; fatalmente prevalecieron las enemigas de
nuestra verdadera libertad.
 
Finalmente contamos con los anexionistas conceptuales, los que jamás
creyeron en su Patria y que se dieron la mano con aquellos autonomistas de
los últimos tiempos coloniales, a los que el Apóstol definiría magistralmente
como el partido irracional.

 
 

31
VII

Todas las conspiraciones prolongadas terminan siendo descubiertas. La que


debía culminar en 1868 estuvo a punto de ser abortada, y los cadalsos se
habrían levantado como en las décadas anteriores.
 
Podemos imaginar las tenidas en la Logia Buena Fe, fundada en abril de
1868. ¡Qué fácil es militar en las revoluciones cuando otros, en días que no
vivimos, se echaron a la clandestinidad o a la lucha armada dejándonos el
camino marcado con un rastro de su propia sangre! La masonería, institución
de hombres libres, acogió a cubanos y españoles liberales al amparo de las
columnas y los triángulos equiláteros de los temples, unidos como los
indestructibles eslabones de una cadena y llevando los atributos de la ciencia
y la razón: el cartabón y la escuadra. Los seguidores de aquellos primitivos
constructores de las grandes catedrales europeas, unidos por el infortunio y
viendo al Divino Creador, no como Rey, sino como Gran Arquitecto del orden
universal, fueron conspiradores por la libertad.

Céspedes deja constancia en más de una oportunidad de las disciplinas y


obligaciones de los Hermanos, y en estas prácticas parece estar iniciado
desde tempranos días. Rebelde ante la tiranía colonial, fue encausado
sucesivamente, y en esa proscripción lo acompañaron amigos de la juventud,
ya en el confinamiento de Manzanillo, o en la prisión a bordo del navío
Soberano, en Santiago de Cuba.

Desde entonces conocemos el carácter acusadamente bayamés del joven


Carlos Manuel, rodeado siempre de la flor y nata de sus contemporáneos en
tierra de bardos y trovadores. Con José Fornaris y Francisco Castillo
compondría La Bayamesa, delicada y evocadora canción de aquellos años;
más tarde, en 1868, escribiría el Himno Republicano48. Junto a sus fraternos
amigos Pedro Figueredo y José Joaquín Palma, poeta mayor de esta
generación, Céspedes daba lustre y belleza a la vida citadina.

Al llegar a esta etapa de su vida arroja luz su poema autobiográfico


Contestación, creándonos la temperatura emocional que se requiere para
seguirle en sus pases de estudiante, andando tras sus huellas apenas
perceptibles en La Habana, a donde llega el joven hidalgo provinciano para
cursar estudios en dos círculos de alta enseñanza académica, pero de
48
Incluido en la presente edición. Ver Anexos, p. 435.

32
diversas proyecciones: la Universidad de San Jerónimo, y el Real Seminario
de San Carlos y San Ambrosio.
 
Apenas distantes unas pocas cuadras, la juventud aristocrática y pudiente
colmaba las aulas de una y otra casa de altos estudios. En el jardín del
Seminario debieron mostrarle la retorcida higuera de cuyos frutos gustaba
tanto el eximio autor de las Cartas a Elpidio; estaban allí el laboratorio de
física experimental y, sobre todo, la biblioteca, continuamente enriquecida
desde que el Obispo Santiago José de Hechavarría49 reformase las reglas de
admisión para los jóvenes postulantes, que ya no necesariamente debían ser
aspirantes al sacerdocio.

Andando el claustro o descendiendo en tropel la escalinata que se abre al


pórtico de la calle Tejadillo, le hablarían los condiscípulos de su coterráneo
José Antonio Saco, o del ciego Escobedo, de José Agustín Govantes, de
Domingo del Monte o de la elocuencia impar del filósofo José Agustín
Caballero. En aquella encrucijada de dos épocas, escuchó nombrar apellidos
de gran significación en el futuro no distante: Suárez, Romero, Villaverde, Luz
y Caballero...

La Universidad tenía sus preceptos, la pervivencia de la metodología


escolástica generó una reacción contraria y positiva. En la enseñanza del
Derecho, la escuela habanera exhibía con orgullo los estamentos del foro;
jurisconsultos y eruditos impartían clases en la cátedra, aquí también podría
hallar el joven bayamés no pocos ejemplos que imitar en la que habría de ser,
como era previsible, su vida profesional.

En esta Habana, en la que vivió no sabemos dónde, debió recorrer los sitios
de la tradición y el recuerdo, y extraviado por el dédalo de las calles, quizá
pensó como el infortunado Gabriel de la Concepción Valdés ante la Fuente
de la India Habana, en 1842:

Mirad la Habana allí, color de nieve,


Gentil indiana de estructura fina,
Dominando una fuente cristalina,
Sentada en trono de alabastro breve;
 
Jamás murmura de su suerte aleve,
49
El primer Obispo de Cuba nacido en la isla: Santiago José de Hechavarría y Elguezúa, llevó a cabo en 1774 el
traslado de la Parroquial Mayor y el Seminario de San Ambrosio a la iglesia y convento de San Ignacio de Loyola,
desocupados a causa de la expulsión de los jesuitas en 1767. Además de trasladar el Seminario y cambiar su nombre
por el de San Carlos y San Ambrosio, reformó el reglamento y amplió sus cátedras y becas.

33
Ni se lamenta al sol que la fascina,
Ni la cruda intemperie la extermina,
Ni la furiosa tempestad la mueve.
 
iOh beldad! es mayor tu sufrimiento
Que ese tenaz y dilatado muro
Que circunda tu hermoso pavimento;
 
Empero tú eres toda mármol puro,
Sin alma, sin calor, sin sentimiento
Hecha a los golpes, con el hierro duro50.

Pero ella, sin embargo, debió ofrecerle también el amor y el placer en la


tentadora noche tropical en que solían pasearse, en lujosos carruajes, las
bellas doncellas, ataviadas con sus vaporosas batas blancas, haciendo girar
sus caballerías frente a la Plaza del Teatro Tacón, o ante la rotonda de la
fuente de la India, recibiendo los piropos de los atildados señoritos de la
Acera del Louvre, círculo al que necesariamente debió ser introducido a
quebrar espadas y levantar copas de champán.

En 1839 está de nuevo entre los suyos, y la casa patricia se vestirá de fiesta
para celebrar las nupcias de Carlos Manuel de Céspedes con su prima María
del Carmen Céspedes y López del Castillo, de cuyo enlace, en este primer
instante, vendrá al mundo Carlos Manuel, su primogénito. Pero los esposos
deberán separarse una vez fijada la fecha para el inicio de un largo recorrido
que afectivamente pesó en el joven bayamés, pues aún en 1873 recuerda y
compara con su lamentable situación: «Nunca he estado tanto tiempo...
separado de una persona amada. De mi primera esposa solam[e]. lo estuve
dos años, cuando fui a concluir mis estudios en España»51.
 
Como parte de la educación de un joven de su clase, Céspedes viaja a
Europa con la finalidad de ampliar sus conocimientos y finalizar sus estudios
de Derecho. Imaginadlo allá, en 1840. Acertadamente fue seleccionada entre
otras la ciudad de Barcelona donde se esbozaban ya, en aquellos años, las
bases sólidas de una sociedad moderna. Es necesario haber vivido en la
Ciudad Condal para tener una idea exacta del espíritu ilustrado de aprecio a
la libertad y a las propias tradiciones que en el seno de la hispanidad
distinguen al pueblo catalán.

50
Cintio Vitier y Fina García Marruz, Flor oculta de poesía cubana (siglos XVIII y XIX),
Editorial Arte y Literatura, Ciudad de La Habana, 1978, p. 98.
51
Diario citado, Libro Segundo, 1873, diciembre, sábado 13, folio 4.

34
 
El culto a los fueros y derechos de la Generalitat era sentido en el corazón de
cada hogar. El nombre de un héroe —Casanovas— y una fecha —11 de
setiembre— se enseñaba a los niños con los primeros pasos. Barcelona vive
y vibra cada mañana de domingo cuando las gentes bailan la sardana ante la
Catedral en el barrio gótico, o al escucharse las voces de los niños que
entonan el virulai, allá en la Basílica de la virgen de Monserrat, en lo alto de la
montaña.
 
El viajero a quien ahora seguimos, asistió regularmente a clases en la
Facultad de Derecho; allí recibió los lauros de carrera, pero algo más:
habiéndose producido las dramáticas jornadas de 1841, participará con
orgullo en los contingentes de la milicia ciudadana y de esto deja dicho en el
poema autobiográfico:
 
De la milicia ciudadana, el sable
empuñe con vigor y mano osada,
y el popular tumulto formidable
contuve con lanzar una mirada,
y oí mi oscuro nombre mal formado
por la voz de la fama balbuceado52.
 
Este último verso alude, con certeza, a las formas y cadencias en la
pronunciación del catalán.
 
En el azar y vértigo de aquellos días tuvo su origen la hipótesis de haber
conocido e intimado con un joven oficial del Ejército Español nacido en Reus:
Juan Prim y Prats. La leyenda les atribuye haber compartido ideales
progresistas; el tiempo otorgaría oportunidad a Prim de actuar con lucidez, al
disponer la retirada de sus tropas en México, acción por la que aquel país le
conserva gratitud y respeto, al no contribuir a afirmar las aspiraciones del
archiduque Maximiliano de Austria, apoyadas por Napoleón III.
 
Se llegó a creer que una vez estallada la insurrección de Cuba, y
encabezando el marqués de los Castillejos el gobierno militar en la metrópoli,
existió entre Céspedes y Prim algún tipo de comunicación política. Mas nada
de eso pudo probarse.
 
Los militares en el poder luego de la Revolución de setiembre de 1868, no
supieron hallar, a pesar de haberlo tanteado, una salida airosa ante la
52
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, p. 405.

35
conflagración desencadenada en las Antillas; el general Prim murió como
consecuencia de las heridas sufridas en el atentado de que fue víctima, en
una oscura callejuela de Madrid en 1870. Se ha supuesto que tras aquel
trágico suceso que puso fin a la vida del ilustre soldado, estuvieron las manos
de los enemigos de la libertad de Cuba que le señalaban como proclive al
entendimiento y a las reformas políticas, ideario que compartían otros
dirigentes del movimiento setembrista, entre ellos el general Serrano, «ex-
capitán general de Cuba», cuyas intervenciones en las Cortes le habían
hecho acreedor de la gratitud criolla.
 
Con tantas experiencia inolvidables, y la revelación de no pocas incógnitas
sobre la historia de España, había captado con su exquisita sensibilidad
tantas y tantas obras de la antigüedad, pues como páginas de un libro abierto
estaban al alcance de sus ojos los vestigios de la civilización romana en
Ampurias, la tumba de los Escipiones, la murallas ciclópeas de Tarragona, el
rastro del paso de lo Caballeros de la reconquista por las tierras antes
ocupadas por los árabes.
 
Con tales recuerdos y visiones se hace a la mar llevando como destino el
Reino Unido, allá perfeccionará su dominio del idioma de Shakespeare,
recorrerá ciudades y abadías castillos y museos, practicará la caza clásica de
la zorra y la vida social, tan peculiar de los británicos, que atraerá
poderosamente la atención. Gran Bretaña vivía momentos de apogeo de su
desarrollo industrial, tal y como lo habían imaginado Adam Smith y David
Ricardo. Por doquier se levantaban —como otrora ciudadelas y castillejos—
las fábricas con sus pueblos tiznados por el hollín, conformándose ante su
mirada atónita las estructuras fabriles, movida por la contradicción entre el
capital y el trabajo. Albión sería para él una escuela como lo fue para
Francisco de Miranda, para Simón Bolívar o para Carlos Marx.
 
En este periplo que se prolongó por varios meses, hasta que procedente del
puerto de Havre arriba a La Habana, anduvo por tierras de Italia y de Francia.
Presumimos su interés por las ciudades del sur de la península itálica, donde
los viajeros no dejaban de recomendar la atractiva y tan española ciudad de
Nápoles, en cuyas inmediaciones y al pie del Vesubio, podían visitarse las
ruinas de Pompeya y Herculano, además de sitios de tentadora e
incomparable belleza como la isla de Capri, el antro de la Sibila en Cuma, o la
Costa Amalfitana.
 
Francia vivía la plenitud de aquellos años febriles que sucedieron a la caída y
muerte de Napoleón I, acontecida en la isla de Santa Elena el 5 de mayo de

36
1821. Apenas dos décadas después se creaban las condiciones favorables
para la Revolución de 1848. Conocerá y gozará del esplendor de París, de
sus museos, de las ruinas y recuerdos augustos dejados por la Revolución de
1789, y de seguro, como todo latinoamericano, buscó entre los nombres
cincelados en las lapidas del Arco de Triunfo, el de Francisco de Miranda,
héroe de la batalla de Valmí.
 
Como siempre suele ocurrir, alguien le sirvió de Cicerone en sus recorridos,
en los que no pudieron faltar ni la Plaza de Vendome, ni los Jardines de
Luxemburgo, el Palacio del Louvre o la Catedral de Notre Dame, adonde
Simón Bolívar había asistido entre los invitados a la coronación del joven
corso, devenido emperador de los franceses.
 
Completando esta gira vital para su formación intelectual, irá a Alemania,
cuyo espíritu estaba expresado en la severa y hermosa ciudad de Berlín,
atravesada en una u otra dirección por paseos y avenidas donde no
necesariamente, como en casi toda la Europa de la época, se tomaba
inspiración de los Campos Elíseos parisinos.
 
La arquitectura neoclásica imponía ese distanciamiento que viene del culto a
la antigüedad. Debió nuestro viajero detenerse a la sombra de los tilos y
observar los detalles de la Puerta de Brandemburgo, transitar por la Plaza de
la Academia, ascender las escalinatas de la Galería de pinturas, cruzar el
umbral de la soberbia Catedral de los Luteranos, o deambular por el entorno
del Palacio Real, junto al cual discurre apacible el río.
 
Como todo joven criollo de sus días, había leído el Ensayo Político sobre la
Isla de Cuba del sabio Alexander von Humboldt, editado por vez primera en
París en 1826; aún entonces el sabio vivía deslumbrado por el recuerdo de
América, conservaba incontables admiradores en La Habana, donde le
cautivó el raro talento de sus gentes, y fue precisamente en el Museo de
Ciencias Naturales de Berlín, donde el autor de Cosmos recibió en 1830 a
José de la Luz y Caballero.
 
También Alemania, donde la jerarquía de sus estados y principados parecía
galvanizarse bajo el liderazgo de Prusia, sería estremecida, pocos años
después del tránsito de Céspedes, por la ola revolucionaria que sentaría tan
importantes precedentes en la historia social y política de Europa.
 
Es de suponer, que el punto más remoto de esta aventura fuese la ciudad de
Estambul, capital de un imperio que vivía sus últimos resplandores y cuyo

37
eclipse se había iniciado un atardecer del 1571 en el Golfo de Lepanto, y
luego, en 1657, a las puertas de Viena, donde nuevamente las armas de la
Europa cristiana resultaron victoriosas.
 
La antigua Constantinopla le acercó a la cultura islámica y al Oriente, y nos
es dado acompañar al sapiente Carlos Manuel hasta la maravillosa Catedral
de Santa Sofía, transformada en mezquita, y siguiéndole, admirar la caída de
la tarde en las riberas del Bósforo, espectáculo conmovedor para todo aquel
que, como nuestro compatriota, tuviese por tempranas lecturas y eruditas
meditaciones, la capacidad de penetrar la profundidad y verdadera dimensión
de la sabiduría y cultura del pueblo turco.
 
Ahora sí podemos comprender el porqué, después de esta relativamente
larga ausencia, sintiendo en lo profundo de su espíritu el deseo de reunirse
con los suyos y volver al Oriente de Cuba, a su Bayamo natal, no le resultase
fácil la adaptación a la vida apacible del hogar, a las tertulias de limitado
vuelo, a los ritos familiares y a ese ver pasar los días, cosa tan común en las
ciudades de provincia de cualquier parte del mundo. El poema autobiográfico
nos revela su estado de ánimo:
 
La calma, como a ti me sofocaba,
pavores el silencio me infundía,
y ver pasar un día y otro día
siempre la esencia misma me cansaba:
sentí la vida andar despacio,
y buscar a mis alas quise espacio53.
 
Escasas pero precisas son las citas que poseemos de su ejercicio profesional
en Bayamo. José Joaquín Palma, que le admiró devotamente, esboza el
crédito y prestigio del noble letrado, y Fernando Figueredo, quien le siguió en
los azares de la Revolución, afirma que se desempeñó además como síndico
en el consistorio citadino.
 
Por entonces vinieron al mundo Oscarito y María del Carmen, el primero
segado en la flor de la juventud, la segunda también de vida breve. Ellos,
junto a aquella novia que fue reputada entre las señoritas más bellas de
Bayamo, se unirían al final de su vida en los recuerdos de juventud.

53
Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t.1, p. 406.

38
 
 
VIII
 
En San Salvador de Bayamo, entre los edificios salvados del incendio,
hállase en pie la Casa Natal, y no lejos, el pórtico con columnas de otra
mansión que la familia habitó sucesivamente.
 
La niñez y los primeros años de la adolescencia fueron de libertad y alegría,
tempranamente los monteros y guardianes de la hacienda paterna hicieron de
él un jinete consumado; las costumbres de recorrer largas distancias y la
ejercitación sistemática de su cuerpo le hicieron robusto y saludable, más la
vida haría también valederas para él las palabras que el general Bonaparte
escribiera en Holanda al ver el diminuto lecho en que reposaba el gigantesco
joven zar Pedro I: «nada hay pequeño para un hombre grande».
 
Elegantísimo se le veía lucir indumentaria de las últimas modas y un retrato
nos lo muestra joven aún, serio y severo, llevando en la mano la caña de
carey y puño de oro; y cuidados, y de corte largo, los cabellos.
 
Las primeras letras y con ellas la educación elemental, las recibe en el hogar
de una de esas maestras respetables a quienes no deberán olvidar jamás los
cubanos que una vez se inclinaron sobre sus cartillas y cuadernos. Y cuando
aquella doña Isabelica y su sobrina Asunción cumplieron el cometido de su
encargo, los padres le llevaron al Convento de Santo Domingo, a las aulas de
los frailes del seráfico padre san Francisco, donde los discípulos de santo
Tomás de Aquino le tomaron bajo su responsabilidad.
 
En los corredores de aquel convento, viendo a los monjes de hábito blanco y
capa negra que repasaban las lecciones sobre las sagradas escrituras,
filosofía, historia, gramática y latín, se puede creer la aseveración de que a la
edad de diez años hablaba esta lengua con soltura y conjugaba a la
perfección sus declinaciones, proponiéndosenos como prueba de ello, el que
haya realizado la traducción de La Eneida.
 
Su madre, Francisca de Borja del Castillo y Ramírez de Aguilera, tenía su raíz
en Santa María de Puerto Príncipe, en Camagüey, y el padre, Jesús María
Céspedes y Luz, era hijo y nieto de bayameses de ascendencia andaluza,
pues sus antepasados emigraron de la muy noble villa de Osuna, no lejos de
Sevilla.

39
 
Luego de Carlos Manuel, el primogénito, nacerían Francisca de Borja,
Francisco Javier, Ladislao y Pedro María, de los cuales, Francisco Javier
ostentó también la alta magistratura de la República en Armas, y de todos
ellos fue el único que vivió más allá del siglo. Otro hermano, hasta ahora
desconocido, nos revela Céspedes en las últimas páginas de su Diario:
«Lacrete me ha hablado de un Gral Céspedes q. conoció en Haití y atendió
mucho á los emigrados cubanos, diciendole q. era pariente cercano mío.
Quien será? Esto ha vuelto a traerme a la memoria a mi hermano Manuel
Hilario perdido desde 1850»54.
 
Esa es la única referencia, conocida hoy, sobre Manuel Hilario, y tan breve
que impide hallar cualquier dato sobre su exacta filiación.
 
El hogar familiar no permitía suponer siquiera cuán difíciles serían los
avatares que el destino deparó a aquellos seres. Atisbando a través del
espacio y el tiempo, vemos al acaudalado patricio bayamés con su esposa
trasponer el umbral de la casona, asistido por las tatas negras de los niños.
Luego, con el decursar del tiempo, irse espigando el primogénito: voluntarioso
niño, adolescente y joven, hasta que se definieran los rasgos de su
personalidad, de la cual ha dejado Manuel Anastasio Aguilera un retrato
vivísimo:
 
Céspedes era de pequeña estatura, aunque robusto, bien proporcionado, de
fuerte constitución y rápido en sus movimientos. En su juventud fue muy
elegante, bien parecido y de simpática figura. Se distinguía mucho en el baile
y la equitación; era esgrimista y gimnasta y se le citaba coma perito en el
juego de ajedrez. Tenía un valor personal a toda prueba, acreditado en
diversas circunstancias de su vida. Era hombre de gran imaginación, astuto,
disimulado, severo, cortés y agradable en el trato social, tolerante por cálculo;
poseía una fuerza de voluntad indomable, y era sobremanera galante y
delicado con el bello sexo55.
 
No podemos precisar si la genealogía de la familia Céspedes, recientemente
exhumada de un archivo camagüeyano, estuvo alguna vez entre los papeles
de sus progenitores, pero lo cierto es que proyecta luz sobre su ascendencia,

54
Diario citado, Libro Segundo, 1874, enero, viernes 30, folio 28 (reverso).

55
En El americano ilustrado, París, 20 de junio de 1874.

40
cuyo rastro podemos atisbar ahora hasta el primer tercio del siglo XVII, con el
asiento de 13 de diciembre de 1614, en la ejecutoria familiar.
 
Desde tan lejanos días, parientes y antepasados se desempeñaron en
funciones de representatividad y valimiento, léase don Juan Antonio
Céspedes y Conde: alcalde ordinario de la villa de San Salvador de Bayamo;
don Diego de Céspedes y Anaya: regidor de dicha villa; don Juan de
Céspedes: alcalde ordinario de Puerto Príncipe; capitán Diego de Céspedes y
Aguilera y don Andrés Céspedes y Salvatierra: regidores de la villa de
Bayamo. Ello explica el prestigio de esta familia amplia y bien mirada en el
seno del pueblo bayamés.

 
 
IX
 
Resultaría imposible superar la impecable y casi completa recopilación
biográfica que con amor filial llevaron adelante Hortensia Pichardo y
Fernando Portuondo, para publicar el título Carlos Manuel de Céspedes.
Escritos, el cual salió de la imprenta en 1982, un año antes de que se
apagase la vida de ese respetable educador, a quien desde la cuna sus
padres indujeron al amor a las glorias y epopeyas de los libertadores de
nuestra Patria, y que tuvo como bisabuelo al venerable general Silverio del
Prado.

Pero como nunca daremos por agotada la posibilidad de que aparezca un


nuevo documento, aun después de la citada edición, llegaron a nuestros
archivos otros papeles de Céspedes, entre ellos y principalmente la libreta y
el cuadernillo que los soldados españoles ocuparon en San Lorenzo.

Muchas veces hablé con el profesor Portuondo y con su amantísima esposa


Hortensia Pichardo sobre el destino ulterior de los manuscritos, pero el
misterio permanecía intacto y llegamos a pensar que quizá se habría perdido
definitivamente.
 
Por un tiempo consideramos probable que el historiador Ángel Andrés Cué
Ibadá lo tuviese entre la valiosísima documentación que llegó a reunir con el
propósito de escribir una biografía del mayor general Vicente García.
41
Motivado por esa curiosidad visité El Caney en la primavera de 1973; Cué me
recibió con extraordinaria hospitalidad, me permitió revisar las tarjetas de su
archivo, y aún mas, me mostró papeles de alucinante contenido que me
dejaron en vilo, y que quizá me obligaron por vez primera a meditar en la
necesidad de acentuar y destacar el carácter humano de los héroes, a
quienes tantas veces queremos presentar como poseedores de virtudes
ideales.
 
Pero estos temas no podrán tratarse jamás con ojos judiciales, ni desde la
cómoda poltrona del erudito, ni en la mesa a veces árida de los archivos; hay
que estar imbuido de la unción reverente que demanda el Manifiesto de
Montecristi: «...séanos lícito invocar, como guía y ayuda de nuestro pueblo, a
los magnánimos fundadores, cuya labor renueva el país agradecido, y al
honor, que ha de impedir a los cubanos herir, de palabra o de obra, a los que
mueren por ellos»56.
 
Cué no me dejó ir con las manos vacías, me aseguró categóricamente que ni
poseía, ni había visto jamás el Diario, y solamente recordaba una fajilla de
papel con la inscripción Diario de Céspedes, que una vez extrajo del archivo
del coronel Manuel Sanguily. Su duda, y por ende la mía, permanecía intacta:
¿A quién se refería esta señal?, ¿a documentos del padre o del hijo? Y en
prenda de amistad dio al Archivo del Museo de La Habana una carta del
mayor general Ignacio Agramonte, luego de haber tenido en mis manos el
documental motivado por el proceso del duelo, que no llegó a celebrarse,
entre Céspedes y Agramonte.
 
Me despedí y nunca más volví a ver a aquel buen cubano, que murió años
después dejando inconclusa su obra sobre el hombre de Santa Rita y
Lagunas de Varona.
 
Del resultado de aquella indagación hablamos Fernando, Hortensia y yo;
encuentro que aproveché para entregarles un fragmento de una misiva de
Céspedes que alguien halló entre las páginas de un libro viejo. Aquellas letras
mínimas parecían apuntar nuevamente al contenido esencial del Diario: «Bien
pueden esos enemigos de Cuba (q. no míos) aullar como lobos a vista de una
presa codiciada. Mi conciencia está tranquila. Mi consagración a la causa,

56
«Manifiesto de Montecristi», en Hortensia Pichardo, Documentos para la historia de Cuba, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1973, t. 1, p. 491.

42
mis servicios, mis sacrificios están a la vista de todos los cubanos: los malos
me atacarán; p[o]. los buenos me defenderán...»57.
 
Esta fue la última oportunidad en que estreché las manos de Portuondo.
Cuando él dejó de existir, el 27 de junio de 1975, recibí el inmerecido honor
que me dispensaron Hortensia y Fernando, su hijo, de despedir, en nombre
de la familia, a los que se habían congregado en la necrópolis de Colón
consternados por el duelo; la oración brevísima estuvo inspirada en su labor
como educador, y en su fraternal amistad con Emilio Roig de Leuchsenring,
quien una vez había alentado a la joven Hortensia a escribir sus trabajos
históricos.
 
Momentos antes de que la lluvia y el relámpago disgregaran a los
concurrentes, concluí citando el texto del fragmento de la carta, quedando
entre la memoria del ilustre pedagogo y la evocación de Céspedes el hilo que
me une a aquel día luctuoso, y es la razón esencial que me lleva a dedicarle
a Fernando y a Hortensia este trabajo. Porque ellos, además, desbrozaron el
camino e indicaron los derroteros a seguir por cualquier historiador que
emprendiese algún estudio sobre Carlos Manuel de Céspedes, o sobre la
etapa en que resultó epicentro de nuestra historia.
 
Para la primera edición del Diario de Carlos Manuel de
Céspedes encontramos todas las incógnitas e hipótesis formuladas en las
páginas de su compilación y profundo análisis titulado Carlos Manuel de
Céspedes. Escritos. En el tercer tomo se trata la existencia y extravío de
los Diarios: el conocido y reeditado por ellos, que comprende del 24 de julio
de 1872 al primero de enero de 1873, y cuyo original fuera donado al Archivo
Nacional por la nieta del héroe, Alba de Céspedes; y el de 1871, que en carta
a su esposa, Ana de Quesada, anuncia le hará llegar. Al respecto se
mantienen las hipótesis por ellos planteadas, pues ninguna noticia ha
arrojado luz sobre su destino; apenas podemos responder a la incógnita de si
sería ocupado por el enemigo pues todo indica que allí se apropiaron de este
libro de memorias.
 
Al último Diario llegamos por los caminos que Fernando y Hortensia indicaron
luego de estudiar minuciosamente cuanto publicado e inédito había. Exactas
eran la descripción de los libritos, la posesión de Manuel Sanguily sobre ellos,
y su ausencia final en el archivo del ilustre intelectual.
 
57
«Fragmento de carta de Carlos Manuel de Céspedes a su hermano fechada el 6 de agosto de 1873», en Fernando
Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 3, p. 252

43
En el afán de escuchar de viva voz a las personalidades cubanas de
anteriores generaciones, me vi en el escritorio de don José de la Luz León58,
autor, entre otras, de una bella semblanza de Ramón Emeterio Betances.
Diplomático y periodista que había conocido lejanos parajes de la América y
el mundo, le agradaba sobremanera a mi viejo amigo la conversación veraz y
alegre que llevaba actualidad y distracción a su retiro, donde hallábase
sumergido en un mundo de recuerdos y lecturas.
 
Él centraba sus investigaciones en algunas mujeres que habían jugado papel
protagónico en las gestas libertarias, de ahí que hablásemos de Anita de
Quesada, que muy joven y bella —a la edad de 27 años— contrajo nupcias
con Carlos Manuel de Céspedes, quien llegaba a la plenitud de su vida, en
los días jubilosos y esperanzados de Guáimaro. De la Luz tenía fundadas
razones, desconocidas por mí, para anatematizar, más allá de las décadas
transcurridas, a quienes él consideraba infames calumniadores de la esposa
del Presidente.
 
Don José de la Luz León falleció en La Habana el 5 de junio de 1981. Pocas
semanas después su viuda, Alice Dana, me hizo saber que él había dejado
como postrer voluntad un sobre cerrado en el cual, de su puño y letra, había
escrito: «Estos papeles son de mi Patria». Ella cumplió, puntualmente, el
encargo de entregármelos.
 
Entre otros manuscritos de inapreciable valor hallé, al abrir el sobre, la libreta
y el cuaderno del Diario perdido. No puedo expresar la indescriptible emoción
que entonces experimenté. Pasé la primera noche leyendo las pequeñas
anotaciones, en parte coincidentes con las cartas que, como extractos, el
autor escribió a Ana, apartada del campo de la Revolución por la voluntad
expresa e irrevocable de su esposo, queriendo salvar de esta manera, no
solo a la amada, sino además al fruto de su vientre, que al dar a luz serían los
gemelos Carlos Manuel y Gloria de los Dolores.
 

58
José de la Luz León nació el 23 de mayo de 1892 en Punta de Maisí, Baracoa y falleció en La Habana el 5 de
junio de 1981. Licenciado en Derecho Diplomático y Consular y doctor en Derecho Publico. Periodista que colaboró
en casi todas las publicaciones de Cuba, y otras en París y España. Impartió conferencias sobre temas literarios e
históricos en diferentes países. Fue miembro de las academias Nacional de Artes y Letras, de la Gallega, de la de
Historia, y miembro de número de la Academia de la Lengua de Cuba. Publicó doce títulos y se conservan diez
obras inéditas. Recibió condecoraciones en Francia, España, Italia y en Cuba la Orden Nacional de Mérito «Carlos
Manuel de Céspedes». Ocupó cancillerías, consulados y Ministerios de Cuba en Berna, Coruña, Ginebra, Sevilla,
Calcuta, Barcelona, París, Panamá, Roma, España, Costa Rica, El Salvador y Lisboa. Fue presidente del Ateneo de
La Habana.

44
Podemos saber por las palabras de Manuel Sanguily contenidas en una carta
dirigida a Ana el 20 de agosto de 1894 que el Diario caído en manos
españolas en San Lorenzo, fue comprado por Julio Sanguily y de ahí pasó a
formar parte del archivo particular de don Manuel; otras personas llegaron a
saber de ello, así lo prueba la misiva que Félix Figueredo remite a Manuel
Sanguily el 30 de enero de 1888 donde, entre otras cosas, le dice:
 
Tiene en ésta su casa una resma de papel de Of[o]. destinada p[a].
cuartillas, y puede cuando guste mandar por ella ó venir a
recogerla, porque ya es suya. Si le ocurre venir ha de ser por la
mañana hasta las once, y en ese caso ha de traer el libro de
memorias de Carlos Manuel de Céspedes para conocer en que
fundaba su resentimiento p[a]. tratarme mal59.
 
Ahora, incluyamos un extracto de la carta que Ana dirigió el 4 de junio de
1894 a Sanguily:
 
Espero de su caballerosidad y buen corazón de patriota cubano
obtener dicho Diario para poder complementar religiosamente las
voluntades que en él y —sobre él— consignó mi difunto esposo. Al
recibir su contestación nombraré á una persona de toda mi
confianza que pase a recibirla de manos de Ud. y manifestarle mi
eterno agradecimiento60.
 
No había recibido respuesta la viuda de Céspedes el 29 de julio del propio
año como se prueba por sus letras a Guillermo Collazo61. Finalmente, las
ansiadas noticias llegan fechadas el 20 de agosto, pero el contenido es
desalentador, al no aceptar Sanguily que la propiedad de tales papeles sea
invocada por nadie, pues:
 
...Esos cuadernos habían sido ocupados en el rancho de C. M. de
Céspedes por la tropa española que lo asaltó, y entraron desde
luego en la categoría de botín legitimo de guerra; y de manos del
enemigo, su dueño entonces indiscutible, los adquirió mi hermano
por dinero, esto es, legítimamente, y de él los obtuve yo62.
 

59
«Carta de Felix Figueredo a Manuel Sanguily fechada en La Habana el 30 de enero de 1888», en Archivo
particular de Rafael Cepeda.
60
Archivo Nacional de Cuba, Fondo Donativos y Remisiones, caja 374, expediente 1.
61
Idem.
62
Idem.

45
Lo que provocó la elocuente respuesta que Anita remite desde París el 28 de
setiembre del propio año, carta que reproducimos íntegramente como
documento anexo, en esta nueva edición:
 
La clasificación de "botín legitimo de guerra", apropiada al "diario"
de Céspedes, pierde su valor, si alguno tiene, al ser invocada por
Ud. que tan estrecha y honrosamente estuvo unido á la causa
cubana, y que, por tanto, aun después de la catástrofe, no debe
olvidar, los más sagrados intereses de los que fueron sus
compañeros de gloria y de vicisitudes. Bajo el punto de vista legal,
bien está esa clasificación. La legalidad, sin embargo, no es
siempre la justicia. En boca de un español la comprendo, como
comprendo que defienda la posesión de Cuba por el derecho de
conquista; nó en la de Ud. que blasona y con razón, de una lealtad
inexorable a lo pasado, de un puritanismo tan austero como
honroso.
El hombre que en la brecha misma, rodeado de peligros y de
miserias, levanta la voz en defensa de los derechos de la patria y
de sus mártires, no puede, no debe olvidar la voluntad de Carlos
Manuel de Céspedes...63

Sanguily, sin embargo, cumplió al pie de la letra sus palabras, que podemos
extractar en la terminante negativa de entregarlo a la viuda de Céspedes, a
quien en la primera página del primer cuaderno aparece dirigido,
expresándose en ello el supremo deseo del ex-presidente.
 
Está claro, por tanto, que las pasiones humanas juegan un papel singular en
la historia, aunque a veces para ello vengan encubiertas en el ropaje del azar.

Años después, el brillante tribuno dio a la imprenta su Brega de Libertad,


donde aborda la personalidad de Carlos Manuel de Céspedes. Es válido
citarle con sus propias palabras:
 
Tuvo en su persona poco de Bolívar y acaso absolutamente no tuvo
nada de Washington, aunque por su alma, para engrandecerla y
moverla, había pasado —como hálito de tempestad— un soplo de
aquellas grandes almas; pero —por las ideas que abrigó y su
conducta durante la revolución—, más que a aquellos próceres de

63
«Carta de Ana de Quesada a Manuel Sanguily, París, 28 de setiembre de 1894», en Archivo Histórico de la OHC.
(Legajo 91, expediente 14.)

46
la emancipación americana, la osadía de Carlos M. de Céspedes
sublevándose contra la Metrópoli en el batey de su ingenio con un
grupo de paisanos desarmados, nos recuerda a los terribles
conquistadores del siglo XVI: a Francisco Carvajal pisoteando el
estandarte de su monarca, a Francisco Pizarro con "los trece de la
fama" yéndose por un sublime arranque de rebeldía a conquistar un
imperio, a Gonzalo su hermano, al marqués de los Vélez que —en
el Perú o en México— soñaron en su orgullo y ambición ceñir a sus
sienes la corona regia!64

¿Es objetivo este juicio?, ¿acaso el que escribe, hombre de vasta cultura y
conocimiento profundo de la historia de Cuba, podría ignorar el alcance de
esa afirmación? Resulta imposible. No es necesario recurrir ni a la defensa, ni
a la apología, la historia de la nación cubana no puede escribirse sin exponer
en sus primeros capítulos los actos del Hombre de La Demajagua, y puedo
tomar ahora las palabras escritas por el prócer el 28 de octubre de 1873 al
conocer la noticia de su deposición: «Ya sin responsabilidad estoy libre de
esta carga. La Historia proferirá su fallo. A todos he recomendado la
prudencia y q. sigan sirviendo á Cuba, como yo lo haré mientras pueda...»65.
 

 
 
Fue la señora Sarah Cuervo, viuda del hijo de Manuel Sanguily, heredero de
los documentos, la que permitió a historiadores, y a otras personas de su
confianza hacer pesquisas en aquella importante papelería; es evidente que
ésa fue y no otra la manera en que José de la Luz León tuvo a su alcance el
importantísimo testimonio sobre la vida del fundador de la República en
Armas, y su acción merece nuestra gratitud.
 
Para una biografía documentada de Ana de Quesada quedan en el futuro sus
manuscritos, que hoy forman parte de los fondos de la Biblioteca Pública de
la ciudad de Nueva York —a donde fueron a parar, finalmente, luego del
deceso de Carlos del Castillo, entrañable amigo de Céspedes y protector de
Ana y sus hijos en el exilio— depositados por Moses Taylor, marchant de
azúcares cubanos, ligado por gran amistad a Carlos del Castillo66.
 
64
Manuel Sanguily, Brega de Libertad, Publicaciones del Ministerio de Educación, La Habana, 1950, p. 65.
65
Diario citado, Libro Primero, 1873, octubre, martes 28, folio 36 (reverso).

47
También merece gratitud en este recuerdo Rafael Cepeda, por haberme
entregado indicios reveladores del proceso del documento, obtenidos en el
Archivo Nacional de Cuba.
 
Alba de Céspedes67, la ilustre cubana nieta del Padre de la Patria, me indicó
el cementerio de París donde reposa el cuerpo de Anita, que algún día ha de
regresar a su tierra para que repose en Santiago de Cuba, en el panteón de
Santa Ifigenia, junto al hombre que la amó y cuya imagen, bellamente
esculpida, recibe simbólicamente, de una efigie de Cuba, la espiga de
radiantes laureles.
 
En su piso junto al Sena en París, Alba me refirió historias y anécdotas
desconocidas sobre sus abuelos y los infinitos pesares que sufrió la familia,
veinticuatro de cuyos miembros dieron su vida por la independencia de Cuba.
Recuerdo conmovido las palabras de despedida, casi exactas a las de su
carta: «Bueno, ya es el alba, o el aurora y el cielo se mira en el Sena. Pero
espero que ahora Usted sabrá quien soy yo: una cubana que adora su país y
que sería dispuesta a ser el número 25 de su familia que muere para
defenderlo y defender la Revolución»68.
 
Ahora quedan ante el lector las páginas del Diario de la cuales falta sólo una,
la correspondiente a parte de los días 23 y 24 de noviembre de 1873, y que
siguiendo la intensidad del escrito, no parece haber contenido algún elemento
esencial cuya ausencia pueda motivar especulaciones. La fragilidad del papel
cosido a las carátulas de la libreta provocó, con certeza, el desprendimiento
fortuito de esa hoja. Aunque cabe suponer que un exceso de curiosidad o
devoción motivara su sustracción.
 
Consiste el Diario en una libreta y un librito que recoge las incidencias del 25
de julio de 1873 hasta el día de su muerte, el 27 de febrero de 1874;
quedando, entre el documento anteriormente publicado y este, seis meses de
silencio. Hemos tratado de descifrar otros escritos hechos a lápiz que fueron
sustituidos por los de tinta, pensando en las diferencias entre lo uno y lo otro,
pero el empeño ímprobo y fatigoso no aportó mayores resultados.
 
66
En el Archivo Histórico de la OHC, (legajo 29, expediente 1) obran fotocopias de los Papeles de Carlos del
Castillo, Colección «Moses Taylor», de la Biblioteca Publica de Nueva York.

67
Alba de Céspedes falleció en París, en noviembre de 1997.

68
«Carta de Alba de Céspedes a Javier Ardizones, embajador de Cuba en Italia, fechada en París el 10 de octubre de
1986», en Archivo particular de Eusebio Leal Spengler.

48
El debate moral en que viose el gran cubano en los últimos tiempos de su
vida emerge nítidamente de estas confesiones, y resulta revelador que el
nombre del mayor general Ignacio Agramonte no aparezca incluido entre sus
rememoraciones, esto quiere decir, que el diferendo que una vez les situó en
ángulos distintos, o puntos de vista diametralmente opuestos sobre el cómo
conducir la lucha, estaba absolutamente superado, pues otros nombres
regresan como fantasmas a inquietar su retiro y, sobre ellos, lanza el
anatema de sus juicios, generalmente precisos.
 
Por ello escogí una extraña fotografía para ser incluida como signo de
reparación y de observancia de una regla en el análisis de la historia, de la
cual no debemos apartarnos jamás. Esa imagen fue tomada en el cementerio
de la Ciudad Heroica, y en ella quedó impresa la figura, tantas veces
señalada en el Diario, de Salvador Cisneros Betancourt, aquel joven que una
vez rechazó el título de nobleza y la sólida fortuna que le habían legado sus
antepasados, por seguir el ideario político republicano y antiesclavista69.
 
La vida le reservaría una oportunidad excepcional —si se tiene en cuenta que
la casi totalidad de sus contemporáneos cayeron en los campos de batalla, o
no sobrevivieron a las prisiones o al exilio— la de corresponder a la
convocatoria de 1895, y la de protestar enérgicamente, y con lucidez, contra
las infames circunstancias que entenebrecieron el nacimiento de la
República, la cual no emergió de la victoria de las armas revolucionarias,
límpidamente alcanzable ante el inminente desmoronamiento del poderío
militar español, sino de la ocupación militar extranjera. El voto particular de
Salvador Cisneros contra el apéndice constitucional, conocido con el nombre
de Enmienda Platt, honra su memoria.
 
Vencido por los años aparecen aún entre los rasgos vitales del rostro
apergaminado de aquel anciano de cabellos y barba blancos, los ojos vivaces
de un azul claro, llevando en sus manos una ofrenda floral a la tumba de
Carlos Manuel de Céspedes, ambos triunfadores de la muerte y del olvido.
 
Es mal servicio el que se presta a los pueblos cuando se ocultan los hechos
históricos, por temores pueriles o por espanto ante las consecuencias
probables. Todo puede ser explicado, todo en su contexto puede ser
69
Se refiere Eusebio Leal a la fotografía que aparece en la página 74 de la edición del Diario Perdido que nos sirve
de fuente y referencia. En ella aparece Salvador Cisneros Betancourt, durante una visita a las tumbas de Carlos
Manuel de Céspedes, José Martí y los mártires del Virginius en el cementerio de Santa Ifigenia, junto a un grupo de
personas no identificadas en el pie de la fotografía de marras, acontecimiento reseñado en El Fígaro, 29 de abril de
1906. [Nota de los editores de Patrias. Actos y Letras]

49
comprendido, analizado, justamente valorado; a estos preceptos remitimos a
los lectores que hallaran explicación a muchos problemas cubanos en las
líneas que, si bien amargas, no marginan jamás la esperanza, la fe y la
confianza en el triunfo de los ideales revolucionarios.
 
Desde las penumbras de un ya lejano pasado, escuchamos la voz timbrada y
enérgica del grande hombre, como aquel día en que recibiera la más alta
responsabilidad con el título y los deberes de Presidente de la República en
Armas. Su vigencia no nos deja lugar a la debilidad, ni a la duda.
 
Cuba ha contraído, en el acto de empeñar su lucha contra el
opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o
perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno
democrático, el de ser republicana.
Este doble compromiso, contraído ante la América independiente,
ante el mundo liberal, y lo que es más, ante la propia conciencia,
significa la resolución de ser heroicos y ser virtuosos.
Cubanos con vuestro heroísmo cuento para consumar la
independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República.
Contad vosotros con mi abnegación70.
 
            Señoritas de Bayamo bordaron para este primer Presidente de Cuba
la escarapela tricolor que luciría en su sombrero. Depuesto Céspedes, su
Secretario y amigo, Fernando Figueredo Socarrás, solicitó de él un
recuerdo71, memoria de los gloriosos días compartidos, y fue la escarapela el
objeto seleccionado.
 
Años después, la significativa prenda encontró su mejor destino cuando, por
admiración y asombrosa intuición, el depositario la entregó a José Martí en
vísperas de su partida de Norteamérica, con destino final a los campos de
Cuba. Una vez més los símbolos expresan, como por azar, la admirable
renovación de hombres y generaciones en la consecución de un ideal
profundo, en la mágica y lógica trama de la continuidad histórica.
 
La muerte sorprende a José Martí, delegado del Partido Revolucionario
Cubano y mayor general de Ejército, en la confluencia del Cauto y el
70
Carlos Manuel de Céspedes, «Alocución al ser nombrado Presidente de la República de Cuba en Armas.
Guáimaro, 11 de abril de 18ó9», en Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, ob. cit., t. 1, pp. 181-182.
71
En Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo, Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, ob. cit., aparece en el t. 2, p.
117, la carta de Carlos Manuel de Céspedes a Fernando Figueredo Socarras, fechada el lro. de diciembre de 1873
donde expresa: «No olvidaré el pedido que usted me hace para en el caso de mi salida al extranjero; pues siempre
fue mi ánimo dejarle alguna memoria mía».

50
Contramaestre, veintiséis años después, luciendo la escarapela de Carlos
Manuel de Céspedes72. Cese toda palabra, la historia ha proferido su fallo.

72
En la Casa Natal de José Martí se encuentra esta escarapela, acompañada del relato del donante.

51

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