Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El piso arenoso ardía en cada uno de los pasos que se podía dar, entre las
murallas de barro y arcilla de nuestra gran ciudad eterna. Chimo estaba
sentado sobre una roca mirando el panorama en un día soleado, recordando
los años que habían pasado para llegar hasta donde esta, acompañado de
Jaca y Soledad; pues en su cultura la posibilidad de estar solo era algo
inevitable, ya que siempre el guerrero Muchick no podía terminar su vida
acompañado de los regalos de la naturaleza, porque estaban para servirle.
Cuando Chimo estaba pequeño, era fácil para él entender el propósito que
tienen lo seres vivos en relación a su cultura, pues la única orden siempre fue
que todos debían servirle a él, ya sea para la comida, la vestimenta, el juego u
otra cosa que necesita tener. El resto de los niños con quienes juagaba todo el
día por los arenales, tenían la misma costumbre sin el más mínimo reparo de lo
que podría sentir las plantas o los animales.
Ese día por la tarde, Chiqui llegó corriendo desesperado y asustado a la casa
de Chimo, como si el mismísimo Aiapaec se le hubiera presentado.
Por el camino detrás del cerro, alejados de la vegetación del mar se encontraba
el final de las ruinas de nuestra gran ciudad. Esa zona es una de las menos
transitadas y aceptadas por la gente del pueblo, por el simple hecho que es el
lugar de un animal salvaje de cuerpo flaco y alargado, sin ningún rastro de
pelo; esto último era lo más característico, ya que es como si las llamas del
infierno hubiesen caminado por su cuerpo, dejándolo seco y con un simple
pellejo. Los demás pobladores decían que ese lugar era la entrada para la casa
de Supay, demonio que los días de invierno nocturno salía de su cueva, para
llevarse a pequeños niños sin protección.
Asimismo, en los alrededores del espacio, yacía un cerco verde oscuro, con
puntas de clavos en cada una de sus ramas, su aspecto nos daba temor para
tocarlo, más aún que algunas de esas cosas llegaban a medir mucho más que
el guerrero más alto del pueblo.
Monec y Chiqui se acercaron cada vez más al sonido del grito de auxilio, hasta
llegar a lo alto de un peñasco, ellos se quedaron muy asustados puesto que la
altura era bastante considerable, ya que cualquier caída desde ese punto,
terminabas muerto al instante. Al llegar al punto alto se asomaron para ver y
ubicar a Chimo y lograron verlo en la parte baja del risco, con la cabeza herida
y llena de sangre, lo brazos rasgados y la vestimenta rota. Monec empezó a
ver la forma de poder sacar a Chimo desde ese punto, pero era difícil porque
sobre él se encontraba una gran cantidad de barrera verde con espinas, esas
que parecía cerco de la muerte.
Las bestias que se acercaban sigilosamente para darle la ruta a que Chimo
pueda salir des ese agujero. Monec y Chiqui se dieron cuenta de este acto y
buscaron la forma de seguir a las bestias, como era su habitad les fue más
sencillo llegar hasta el punto.
Cuando estaban todos reunidos, Chimo estaba muy feliz porque todo salió bien
y el accidente de los perros salvajes no fue grave; sin embargo, estos animales
se acercaron con mucho temor hacía donde estaba su amigo y su madre;
porque, así como hombres y mujeres temías de ellos, ellos también.
Es así como Chimo en una situación de ayuda llevó al pueblo esta hazaña para
compartirlo con cada uno de sus amigos y demás pobladores de la ciudad.
Chimo no regresó solo a la ciudad, pues un cachorro se quedó con él para
acompañarlo a lo largo de su vida, con esto la idea de los animales salvajes de
fue diluyendo entre la gente y ya no los miraban como demonios, sino como
compañeros leales a la obra. Asimismo, el cactus se volvió parte del cerco de
muchas casas, para protegerlo de los vientos huracanados que muchas veces
traen un sin fin de arena.
Con todo esto Chimo, ya adulto, a lado de Jaca su perro fiel y Soledad, su
planta protectora, recuerdan toda esta aventura, como ejemplo de una relación
de vida y sociedad.