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El documento resume los testimonios de familiares sobre la vida de Isabelino Gradín. Un testimonio describe cómo la madre de Gradín no tenía dinero para pagar el funeral, pero el presidente de Peñarol insistió en cambiar el ataúd por uno más lujoso. Otro testimonio recuerda a Gradín llegando a casa ebrio cuando el testigo tenía 4-6 años, lo que generaba temor en los niños. El documento concluye que estos recuerdos forman parte del legado colectivo sobre Gradín a pesar de las contradicciones
El documento resume los testimonios de familiares sobre la vida de Isabelino Gradín. Un testimonio describe cómo la madre de Gradín no tenía dinero para pagar el funeral, pero el presidente de Peñarol insistió en cambiar el ataúd por uno más lujoso. Otro testimonio recuerda a Gradín llegando a casa ebrio cuando el testigo tenía 4-6 años, lo que generaba temor en los niños. El documento concluye que estos recuerdos forman parte del legado colectivo sobre Gradín a pesar de las contradicciones
El documento resume los testimonios de familiares sobre la vida de Isabelino Gradín. Un testimonio describe cómo la madre de Gradín no tenía dinero para pagar el funeral, pero el presidente de Peñarol insistió en cambiar el ataúd por uno más lujoso. Otro testimonio recuerda a Gradín llegando a casa ebrio cuando el testigo tenía 4-6 años, lo que generaba temor en los niños. El documento concluye que estos recuerdos forman parte del legado colectivo sobre Gradín a pesar de las contradicciones
Los testimonios personales sobre Isabelino Gradín plantean
oscuridades inherentes a la vida misma. Si quisiéramos realizar una reconstrucción de los hechos, saltarían muchas contradicciones. Importa en lo que sigue, percibir el ritmo de vaivén del recuerdo, el tamiz del afecto, las jerarquizaciones personales: el proceso de la memoria con sus contaminaciones y olvidos. (…) Me he preguntado más de una vez de qué sirve recrear esta historia. Es cierto que los testimonios orales están a punto de perderse y que su figura forma parte de un archivo colectivo que vale la pena sacar a luz. No me interesa comprobar que existen diferentes versiones de un mismo hecho, eso siempre es así y no anula la exigencia de verdad sobre lo sucedido. Me gusta sentir entre las manos los restos de ese esfuerzo de aprehensión. Algo muy mezclado que el recuerdo ha liberado de algunos elementos, pero ha adherido otros. La imagen de Gradín está en las vidas de sus hijos, y en las palabras que un hombre a otro ha transmitido. Eso es lo que queda, un conjunto de palabras ante las que es necesario montar múltiples estrategias de acercamiento. Palabras que no se entienden solo con la inteligencia, sino que movilizan el conjunto de la sensibilidad.
I.DOS CAJONES PARA UN MUERTO
Cuando falleció vino Peñarol. Mi papá fallece a las 5 de la mañana y mi mamá lo tiene hasta las 7 de la mañana del otro día. Viene el de Peñarol, mira el Servicio. Mi mamá le habló, le llevó la libreta. No teníamos nada. En aquel tiempo no había como ahora que se paga en la Sociedad. En aquel tiempo no se usaba. Había que pagar el entierro y arreglátela como puedas. Entonces mi mamá llevó la libreta de la casa y entonces Moro por mi viejo, agarró. Le trajo el servicio que mi mamá pidió. Pero ese hombre que te digo que era muy pretenciosos, el presidente de Peñarol, le dice a mi mamá: “Isabelino no puede ir así con esto”. Y mi mamá le dice ¿Y a usted qué le parece cómo quedo yo? “Lo vamos a cambiar, lo vamos a cambiar.” Pero lo cambiaron porque era él. Después de estar adentro toda una noche, ninguna empresa te lo cambia. Cambiaron de cajón, porque le pusieron con tapa de cristal, porque querían que la gente lo viera, y mi papá ya había pasado desde las cinco de la mañana hasta las siete de la mañana del otro día y le cambió todo Moro. No lo hizo por mi papá, sino porque era el presidente de Peñarol que lo pedía. Dicen que el entierro era como el de un presidente de la República. Yo no fui y mi mamá tampoco. La mujer no iba a los entierros. (Isabel, 4.10.95) (…) De otra casa, no me recuerdo. Nada más que cuando vivíamos en Emilio Raña, tendría 4 años. A los 6 años fuimos a Sayago. De ahí lo recuerdo a mi papá cuando venía de trabajar de la Aduana. En ese tiempo a veces venía con copas. Eso se me recuerda, porque nosotros quedábamos así mirándolo, porque teníamos ese temor que tienen los chicos a una persona que toma. Nosotros nos metíamos para adentro y nos quedábamos quietos. (Isabel, 2.11.96) Fragmento Blixen, Carina (2000), Isabelino Gradín. Testimonio de una vida,Montevideo, Ediciones del Caballo Perdido.