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A modo de conclusión

Los testimonios personales sobre Isabelino Gradín plantean


oscuridades inherentes a la vida misma. Si quisiéramos realizar una
reconstrucción de los hechos, saltarían muchas contradicciones. Importa en
lo que sigue, percibir el ritmo de vaivén del recuerdo, el tamiz del afecto, las
jerarquizaciones personales: el proceso de la memoria con sus
contaminaciones y olvidos.
(…)
Me he preguntado más de una vez de qué sirve recrear esta historia.
Es cierto que los testimonios orales están a punto de perderse y que su figura
forma parte de un archivo colectivo que vale la pena sacar a luz. No me
interesa comprobar que existen diferentes versiones de un mismo hecho, eso
siempre es así y no anula la exigencia de verdad sobre lo sucedido. Me gusta
sentir entre las manos los restos de ese esfuerzo de aprehensión. Algo muy
mezclado que el recuerdo ha liberado de algunos elementos, pero ha adherido
otros. La imagen de Gradín está en las vidas de sus hijos, y en las palabras
que un hombre a otro ha transmitido. Eso es lo que queda, un conjunto de
palabras ante las que es necesario montar múltiples estrategias de
acercamiento. Palabras que no se entienden solo con la inteligencia, sino que
movilizan el conjunto de la sensibilidad.

I.DOS CAJONES PARA UN MUERTO


Cuando falleció vino Peñarol. Mi papá fallece a las 5 de la mañana y
mi mamá lo tiene hasta las 7 de la mañana del otro día. Viene el de Peñarol,
mira el Servicio. Mi mamá le habló, le llevó la libreta. No teníamos nada.
En aquel tiempo no había como ahora que se paga en la Sociedad. En aquel
tiempo no se usaba. Había que pagar el entierro y arreglátela como puedas.
Entonces mi mamá llevó la libreta de la casa y entonces Moro por mi viejo,
agarró. Le trajo el servicio que mi mamá pidió. Pero ese hombre que te digo
que era muy pretenciosos, el presidente de Peñarol, le dice a mi mamá:
“Isabelino no puede ir así con esto”. Y mi mamá le dice ¿Y a usted qué le
parece cómo quedo yo? “Lo vamos a cambiar, lo vamos a cambiar.” Pero
lo cambiaron porque era él. Después de estar adentro toda una noche,
ninguna empresa te lo cambia. Cambiaron de cajón, porque le pusieron con
tapa de cristal, porque querían que la gente lo viera, y mi papá ya había
pasado desde las cinco de la mañana hasta las siete de la mañana del otro
día y le cambió todo Moro. No lo hizo por mi papá, sino porque era el
presidente de Peñarol que lo pedía. Dicen que el entierro era como el de un
presidente de la República. Yo no fui y mi mamá tampoco. La mujer no iba
a los entierros. (Isabel, 4.10.95)
(…)
De otra casa, no me recuerdo. Nada más que cuando vivíamos en
Emilio Raña, tendría 4 años. A los 6 años fuimos a Sayago. De ahí lo
recuerdo a mi papá cuando venía de trabajar de la Aduana. En ese tiempo
a veces venía con copas. Eso se me recuerda, porque nosotros quedábamos
así mirándolo, porque teníamos ese temor que tienen los chicos a una
persona que toma. Nosotros nos metíamos para adentro y nos quedábamos
quietos. (Isabel, 2.11.96)
Fragmento
Blixen, Carina (2000), Isabelino Gradín. Testimonio de una
vida,Montevideo, Ediciones del Caballo Perdido.

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