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Título: El informe del forense

© 2024, Rocío Mañana Bouzón.


De la cubierta y maquetación: 2023, Roma García.
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¡Yo quiero ser guerrero,


como lo sois vosotros,
dejándome los huevos
en cada canción
cantando como locos!

(Melendi)
Cenizas en la eternidad
Este proyecto lleva mucho tiempo en mi cabeza, más del
que estoy dispuesta a admitir. No sé cuándo explotó la idea
en mi mente, si fue un día en mi casa, en el coche o en un
concierto, pero sentía que tenía que hacerlo, hacer algo que
fuese mío, de Él y de todos los guerreros. Pero ¿cómo
plasmarlo? No podía hacer simplemente un libro con la
historia de sus canciones, un fan fiction o un libro dedicado
a él sin más. Tenía que buscar la manera de que todo
encajase, pero a la vez fuese independiente, que fuese para
los de siempre, pero también para los que llegaron en la
nueva época. Y una noche, ¡Pum! La idea surgió en mi
cabeza. ¿Por qué no hacer historias mensuales, hiladas,
pero que se puedan leer independientes? Nada más tuve la
idea, le escribí a Roma, ella siempre sabe dar en la tecla
para que todo fluya. Le conté mi idea, le pareció interesante
y al momento se puso a hacerme trece portadas (las de las
historias independientes y la del libro). Así nació lo conocido
como #Proyecto12Meses (sin doce causas) y este libro que
viene Sin noticias de Holanda, pero con mucha historia y
cuidado, ¡que nos crecen los enanos!

Espero que disfrutéis de estas historias que no tiene


más pretensión que la de entretener.
El informe del forense
Él confesó que lo había hecho
y basaba su triste defensa
en que estaba muy puesto

Con el recuerdo de encontrarme entre sus piernas, vuelvo al


trabajo. Me siento un poco culpable por lo que ha pasado,
no sé si fue a consecuencia del alcohol o los dos lo
deseábamos tanto como pareció en el momento que nos
deshinibimos con canciones.
Toca centrarse, dar de una vez con la clave en este
puto caso que me ha hecho venir hasta aquí. La víctima es
española, aunque llevaba muchos años viviendo en Queens.
Tiene dos hijos, una adolescente y un pequeñajo de cuatro
años. Por lo que me han informado mis compañeros, la
chica está en un sala esperándome y pronto serán los
servicios sociales los que se hagan cargo de ellos.
—Tienes que creerme, mi madre era buena, no se
drogaba. ¿Que se prostituía? Sí, pero porque necesitaba el
dinero para darnos una vida mejor a mí y a mi hermano.
—Yo te creo, por eso estoy aquí, porque tenemos que
descubrir quién le hizo eso, y para ello tenemos que
encontrar un porqué, así que tendrás que ayudarme. ¿Sabes
por qué zona se movía tu madre? ¿Tenía chulo?
—Tengo solo trece años, tampoco es que me contase
mucho sobre su trabajo, pero sé que a veces venía Tony a
casa y creo que era su chulo, como tú dices.
—Tony, ¿qué más?
—Ni idea. No era español como mamá, tenía un
acento raro, creo que era italiano o algo así.
—Tony e italiano. Creo que nos será difícil dar con él,
pero lo intentaremos. ¿Crees que podrías darnos una
descripción de él?
—Sí, claro, vino muchas veces a casa, mamá confiaba
en él, no creo que le hiciese nada.
—No lo estamos culpando, pero podría saber quién
fue.
—Tony nos lo diría.
—¿Tenéis mucha confianza con él?
—No, bueno, no sé… —dice esquivando mi mirada, y
hay algo en ese gesto que no me gusta.
—Ahora va a venir el dibujante y necesito que le digas
cómo es Tony con todo lujo de detalles.
Ella asiente y salgo de la sala. Voy junto a la
trabajadora social que ha venido para llevárselos.
—¿Los separarán? —pregunto mirando a través de la
cristalera de la sala contigua en la que el pequeño está
pintando.
—No es lo común, aunque es verdad que es difícil que
una familia los quiera a los dos, ella tiene trece años y él
cuatro… no suelen querer adolescentes.
—¿Estáis seguros de que no hay ningún familiar que
pueda hacerse cargo? ¿Un padre?
—Ninguno en el registro, aparentemente estaban los
tres solos. La madre puede que tuviera una prima en
España, pero aún no hemos logrado contactar con ella y
otra cosa es que quiera hacerse cargo de los niños.
Me cuesta concentrarme en el trabajo, pienso una y
otra vez en Amaia, fue una conexión fugaz pero real la que
conseguí con ella y es duro pensar que todo acabe así. Llevo
toda mi vida sabiendo que esto es lo que quería, descubrir
asesinos, darles un descanso a los familiares encontrando a
los culpables, pero este trabajo tiene sus inconvenientes.
Pasarme el día fuera de casa, viajando y no poder hablar
mucho de lo que hago, impiden que tenga una relación,
pero yo lo decidí así y quiero encontrar al que le haya hecho
esto a Beatrice, sus hijos merecen ver a ese criminal entre
rejas. De momento las pruebas no dicen mucho, no hay
restos de semen en la víctima, lo que me sorprende
sabiendo a qué se dedicaba, pero me alegra saber que se
preocupaba por su protección. Lo único que hemos
encontrado ha sido un pinchazo sospechoso en el brazo con
la marca de la cinta un poco más arriba, y como diría aquel
forense «El caballo la mató», pero me niego a pensar que
fue eso, creo en lo que me ha dicho su hija, con trece años
ya eres suficientemente consciente para notar si tu madre
se droga, eso lo sé.
Quizá encuentro un poco de mí en esos niños, una
vida dura. Yo tuve que ir rotando de casa de acogida a casa
de acogida, sin nunca tener alguien que mirase por mí, que
me quisiese… De ahí que me metiese en este trabajo sin
ningún temor, no tenía nada que perder, nadie que me
esperase al llegar a casa. Pero no quiero algo así para
Corina y Thomas, quiero darles una respuesta a lo ocurrido,
ya que no se puede volver atrás en el tiempo y evitarlo, al
menos que sepan, ella sobre todo, qué fue lo que le ocurrió
a su madre.
—Carlos, creo que ya hemos dado con el tipo ese, por
la descripción que nos ha dado la niña, creemos que es
Antony Capuleto, un mafioso de poca monta que anda en el
mundo de las drogas. ¿Estás seguro de que no ha sido una
simple sobredosis? La niña no tenía por qué saber que su
madre se drogaba.
—Tengo una corazonada.
—Las corazonadas no sirven de mucho en este
trabajo, las pruebas son las que son.
Le pido que se vaya y me quedo solo, repasando la
información que me ha traído de la sabandija esa, pronto
darán con él y me lo traerán.

Parece que el tipo no aparece, pero estoy demasiado


cansado como para seguir aquí y ser productivo, por lo que
me dirijo al hotel deseando no encontrarme con Amaia,
sería demasiado duro encontrármela y luchar contra mis
instintos.
—Hola —pronuncia una voz nada más se abren las
puertas del ascensor. No quiero mirarla, pero su olor ya me
avisaa de que es ella.
—Hola. Quería pedirte perdón por irme así esta
mañana, tenía trabajo y no quería despertarte.
—No te preocupes, tú estás aquí por trabajo, yo por
ocio.
—Quería hablar contigo…
—¿Qué te parece si cenamos algo y me cuentas? —
dice con una sonrisa.
—Vale —digo no muy convencido, no me gustaría
repetir lo de la última vez que cenamos juntos.
Vamos a la barra y preguntamos por alguna mesa
libre. Nos indican que hay una al fondo y que nos vayamos
sentando, que enseguida nos atienden. Estoy nervioso, no
entiendo cómo una chica me puede poner así a estas
alturas de la vida, supongo que porque lo que tengo que
decirle no es fácil.
Pedimos algo diferente a lo de la noche anterior, pero
también vegano, puesto que lo poco que conozco de Amaia
es que es vegana y vasca, aunque vive en Galicia desde
hace muchos años.
—¿Qué querías decirme?
—Se me hace un poco difícil comentarte esto, pero…
—Noto hasta que me cae una gota de sudor.
—¿Está relacionado con lo de anoche? No te
preocupes, no busco nada serio, estoy de vacaciones y sé lo
nerviosos que os pone a los chicos tener este tipo de
conversación, no es la primera vez que me pasa… —Tiene
un deje triste en la voz al pronunciar esas últimas palabras y
no sé por qué me dan ganas de pegarle a cada chico que la
haya hecho sentir mal, aunque eso implique pegarme a mí
también.
—Mi trabajo… Yo no puedo estar con nadie. Me paso la
vida viajando, arriesgando mi propia vida, no soportaría que
alguien sufriera por mí.
—Tranquilo, aquí quitamos la tirita de golpe y nos
olvidamos. Cenamos tranquilos y nos despedimos como si la
noche anterior nunca hubiese ocurrido.
—Tampoco quiero eso…
—¿Y qué quieres, Carlos? Las cosas empezaron mal
entre nosotros, cuando te dormiste en mi hombro me dieron
ganas de matarte. Después la maleta y el taxi… Parecía que
estaba destinada a odiarte y lo hubiese aceptado, pero
cenamos juntos y estuve muy a gusto, fue una noche
especial, pero bañada en alcohol, y sé perfectamente que
acompaña a las locuras y al arrepentimiento, ya te digo que
no es la primera vez que me ocurre.
—Pero… yo no me arrepiento de lo de anoche, solo
que… no puedo darte más.
—¿Has pensado en algún momento en que lo de ayer
no fue cosa de una sino de dos personas? Yo tampoco
quiero más, no lo necesito. Soy feliz con mi vida y mis
amigas, los hombres son mi última prioridad y, siento si esto
te duele, pero… tampoco eres para tanto —dice dejándome
sin palabras—. Ahora, si no te importa, disfrutemos de la
cena y de la compañía, sin más.
Cenamos en silencio y, cuando nos despedimos en el
ascensor, no hay ni un solo beso. «Es lo mejor», me repito,
aunque sé lo mucho que me gustaría estar cansado mañana
por culpa de perderme en su cuerpo. Es de las chicas más
bonitas que he visto. Su pelo rizado y alborotado, su piel
tostada y esas curvas que parecen no tener fin. Es una
chica perfecta, con su genio y todo, pero no estamos hechos
el uno para el otro, quizá en otra vida, en esta tengo que
luchar por los que ya no tienen voz.

—¿Has pensado alguna vez en lo solitaria que es esta


vida? —le comento al forense, que está revisando
nuevamente el cadáver de Beatrice.
—Lo dirás por ti, yo estoy rodeado todo el día de
gente, creo que nunca nadie los ha revisado de una manera
tan íntima.
—Ya me entiendes. No sé, a veces me gustaría formar
una familia, no andar todo el día de aquí para allá…
—Puedes hacerlo, una cosa no quita la otra.
—No quiero ser un padre ausente, prefiero seguir
como estoy.
—Pues entonces no sé para qué sacas el tema… Mira,
parece que tiene un hematoma en la parte trasera del
cuello, qué raro, no lo había visto antes.
—Es bastante grande —comento. Tiene un color
mortecino y, debido al color claro de la piel ya sin vida,
todavía destaca más—. Podría ser el golpe que le quitó la
vida.
—Podría ser, pero ya sabes cuál es mi teoría.
—Sí, que fue una sobredosis…
—Tenía mucha cantidad en la sangre cuando la
encontramos, sin duda, fue una dosis mortal.
—Pero si, como vosotros pensáis, era una yonqui, digo
yo que tendría que tener marcas de inyectarse en otras
ocasiones y controlaría la cantidad… no creo que quisiera
acabar con su vida con dos niños pequeños.
—En lo de las marcas tienes razón, no hay más… pero
para todo hay una primera vez, podría ser la razón de la
sobredosis.
—No lo creo. Tenemos que dar de una vez con ese tal
Tony para que nos aclare lo sucedido.

Por fin hemos dado con ese tipejo, lo he metido en


uno de los calabozos de la comisaría a la espera de que
pueda hablar con él y me cuente qué tiene en común con la
víctima.
—¿Qué hago aquí? No tienen nada en mi contra.
—Tranquilo, Tony, solo quiero hacerte unas preguntas
—indico lo más calmado que puedo.
—¿De qué? —pregunta con un tono chulesco que me
dan ganas de darle una hostia, pero tengo que controlarme.
—¿Conoces a esta mujer? —pregunto mostrándole
una foto de Beatrice ya muerta.
—No. ¿Quién es?
—¿Estás seguro? Deberías saber que no me gusta
nada que me mientan y estas cosas tienen sus
consecuencias…
—¿Me estás amenazando?
—¿Cómo se te ocurre? Esto solo es una conversación.
¿De verdad no la conoces? Porque me han dicho lo
contrario.
—¿Quién? A ver… Puede que la conozca un poco, es
una putilla que visitaba de vez en cuando, pero nada más.
—¿Cómo se llama?
—¿No lo saben? —pregunta divertido.
—Las preguntas las hago yo. Su nombre.
—Bea, Beatrice, pero yo no tengo ni idea de lo que le
ha pasado.
—¿Entonces eras un cliente de Beatrice? ¿No eras su
chulo?
—No, claro que no, ¿quién ha dicho esa ridiculez? Yo
me dedico a otras cosas.
—Sí, lo sé. —Traga saliva—. ¿Le vendías tú las drogas?
—No se drogaba.
—Tenía un pinchazo en el brazo y murió por una
sobredosis, deja de mentir.
Se queda callado meditando bien lo que va a decir, sabe
que la ha cagado, pero no se le ocurre cómo salir del lío.
—A ver, claro que se drogaba, era una puta, todas lo
hacen, pero yo no tengo nada que ver. ¿Quién os ha dado
mi nombre?
—Eso no te lo puedo decir.
—Fue la niñata esa, ¿verdad?
Me quedo mudo. ¿Está hablando de Corina? No puedo
evitar pensar si estarán seguros, quien haya hecho esto
puede ir también a por ellos.
—No —digo tajante.
—¿Puedo irme?
Medito durante unos instantes, es verdad que no
tenemos nada contra él, solo la descripción de Corina, pero
no me lo trago, sé que tiene algo que ver, ese cambio en el
tema de las drogas… Si no fue él directamente, estoy
seguro de que sabe quién fue.
—Un momento. —Me levanto y salgo de la sala a
comentar la jugada con mis compañeros que están al otro
lado del espejo.
Todos estamos de acuerdo en que hay algo
sospechoso, pero sin ninguna prueba no podemos retenerlo
más tiempo. Vuelvo a entrar y le indico que se vaya, pero
que esté disponible por si necesitamos nueva información.
Él asiente con la cabeza y se va.

Antes de ir al hotel, decido pasarme por donde están


los chicos, quiero saber que están bien. Sin que ellos me
vean todavía, observo como Corina consuela a su hermano,
que parece que se ha caído y raspado algo la rodilla. Este
para de llorar tras lo que ella le dice y le da un beso en la
mejilla antes de marcharse de nuevo a jugar. Cuando Corina
se levanta, se da cuenta de mi presencia.
—¿Cómo va todo?
—Bien —dice seca, y añade—: ¿Crees que podremos
seguir juntos?
—Claro, eso es lo que queremos, que los dos
encontréis un hogar juntos.
—Pero él solo tiene cuatro años, yo trece, me he fijado
en la gente que está aquí y casi todos son de mi edad o más
mayores, ¿sabes por qué? —No espera a que responda y
continúa—: Porque buscan niños que amoldar a su vida, no
adolescentes con los que pelear. No quiero que por mi culpa
Thomas se quede sin una familia. Si nos tenemos que
separar, hacedlo, no tengo miedo.
—Corina, de momento eso no va a pasar, vamos a
buscar una familia que os quiera a los dos, ¿de acuerdo?
Solo venía a ver cómo estabais.
—¿Lo habéis encontrado?
—¿A quién?
—A quien mató a mamá. ¿Ya sabéis quién fue?
—No, pero tenemos un sospechoso. No te preocupes,
tú cuida de Thomas que yo encontraré al culpable y le haré
pagar por ello, ¿vale?
—Vale. Puedes irte, estamos bien.
Salgo apenado después de la conversación con
Corina, pero seguro de que quiero dar de una vez con el
culpable de todo su dolor. Debería estar prohibido tal
sufrimiento a edades tan tempranas. Y lo que me dijo,
¿cómo puede ser tan madura con solo trece años? Ella sabe,
al igual que yo, lo difícil que va a ser encontrar a esa
familia, pero sé que la chica de servicios sociales está
moviendo cielo y tierra para dar con ellos.
Ya en la habitación del hotel, pienso en ella, en lo
mucho que me gustaría que estuviese aquí, poder
desahogarme, abrazarla y dormir acurrucados. Necesito
encontrármela, me da igual que sea en los pasillos, el
restaurante o el ascensor, pero quiero verla y solo con
contemplarla sé que se me irán todos los males.
Voy al restaurante, es algo tarde ya y es probable que
no se encuentre allí, pero no pierdo la esperanza. Al no
encontrarla a simple vista, pregunto al camarero que nos
atendió la primera noche. Me indica que todavía no ha
bajado a cenar y que lleva todo el día sin verla por el hotel.
Voy hasta la recepción y muestro mi placa al preguntarle al
recepcionista si la chica de la 653 sigue en el hotel. Me
explica que se ha ido esa misma mañana, que le quedaban
dos noches más, pero que ha decidido marcharse.
Se me cae el mundo encima, solo quería verla una
última vez, pero se ha ido sin despedirse. Ha desbaratado
todo mi mundo y ¿para qué? No pasa nada, tengo que
concentrarme en el caso y volver a España, no puedo
ponerme así por una chica con la que he estado una sola
noche. «Pero vaya noche», se le escapa a mi subconsciente.
¿Qué esperaba? ¿Un felices para siempre? Si eso no existe y
menos con ella, una mujer de armas tomar que no busca un
príncipe azul que la rescate, sabe salvarse ella solita.
Decido volver a comisaría y darlo todo de mí para
encontrar por fin al culpable, he estado algo
desconcentrado por lo ocurrido en el ascensor, pero no
puedo desatender mis obligaciones, tengo que quitármela
de la cabeza de una vez por todas. Llego a la oficina y
pregunto a los chicos que están allí si hay alguna novedad.
Indico que me voy al despacho y que con cualquier cosa no
duden en avisarme.
Tiene que haber algo, una pista. Decido ir a la morgue
y revisar una vez más el cadáver, estoy seguro de que se
nos ha escapado algo, no puede ser tan difícil.
Reviso los informes, compruebo con el cuerpo que todo lo
allí expuesto es correcto. Me fijo en el moratón del
cuello, parece que alguien la golpease con algo para dejarla
KO, seguro que fue eso, y después le inyectaron la droga
para provocarle una sobredosis, acabar con ella y no dejar
cabos sueltos. ¿Pero de qué? ¿Por qué? Tiene que haber
algún motivo, solo los psicópatas matan sin tener uno, y
hasta ellos encuentran su propia justificación para lo que
hacen.
Salgo de la morgue con una idea, ¿qué puede salir
mal? Quizá todo, pero hay que intentarlo. Se lo comento a
uno de mis compañeros y decidimos que por la mañana
llevaremos a cabo el plan. Me despido de todos y voy hacia
la salida cuando escucho una voz que reconozco al instante,
aunque sea en un idioma… ¿inventado?
Voy hacia ella y le digo a mi compañera que no se
preocupe que ya la atiendo yo.
—¿Qué ocurre, Amaia?
—Me han robado el móvil, la cartera, todo… —dice
apresuradamente y muy nerviosa.
—Tranquilízate y cuéntame lo que ha pasado —digo lo
más calmado que puedo, aunque su olor me descompone.
—Estaba en el bus, con la maleta y esta mochila —
explica señalando una pequeña mochila blanca con flores
que lleva a la espalda—, cuando un chico ha chocado
conmigo antes de bajarse, no sé, me pareció normal por el
frenazo que dio el conductor, pero cuando iba a bajar yo,
una chica me avisó que llevaba la mochila abierta y al
mirar, no había nada dentro…
—¿Y sabes seguro que fue el chico?
—No, no lo sé, pudo ser cualquiera, no me enteré de
nada, y ahora estoy sin documentación, mi vuelo sale en
dos días ¿Y qué voy a hacer? Ni siquiera puedo ir al nuevo
hotel porque no tengo cómo identificarme.
—Tranquila, primero vamos a poner la denuncia y
después buscamos una solución para el resto, ¿te parece?
—Ella asiente y me acompaña junto a mi compañera, a la
que le explico lo sucedido y comienza a redactar la
denuncia—. No te preocupes, Carol va a hacer todo el
papeleo y tú solo tendrás que firmar donde te diga. Yo me
iba ahora para el hotel, puedes venir conmigo y hablaremos
allí con el gerente para que te den la habitación que tenías
si no está ocupada.
Sentada en la silla frente a mi compañera, noto como
le tiemblan las piernas. Cuando terminan vamos en taxi
hasta el hotel y hablamos con el gerente que nos indica que
no hay ninguna habitación disponible. Maldigo para mis
adentros y respiro hondo antes de darle la noticia.
—¡No me jodas! —suelta—. Joder, joder, joder, si este
viaje está maldito desde antes de coger ese avión.
—Tranquila, no eres la primera turista a la que le
roban la documentación. Mañana iremos a la embajada, hoy
puedes quedarte a dormir conmigo, prometo que no
intentaré nada, me quedó claro el otro día lo que buscas.
—Yo…
—No tienes que decir nada. Eso sí, si no te importa,
compartimos la cama, necesito descansar, mañana me
espera un día largo.
Ella asiente y nos vamos juntos a la habitación.
Ya en la comisaría pienso en la noche anterior. Fue
extraño sentirme cómodo durmiendo al lado de alguien,
pero pasó, sin que hubiese ningún tipo de contacto sexual
entre nosotros, dormimos juntos e incluso en algún
momento de la noche ella se acercó a mí, buscando calor, y
con todo, solo había tranquilidad.
—Jefe, ya está el sospechoso en la sala esperando a
ser nuevamente interrogado.
—Me alegra que por lo menos nos hiciese caso en el
tema de estar localizable.
Entro en el cuarto, serio, y espero a mi compañero
que se sienta a mi lado, los dos enfrente de Tony. Vemos
como traga saliva ante la situación, creo que sospecha lo
que va a ocurrir.
—Buenos días, Tony, espero que no te hayan hecho
madrugar mucho.
—¿Me estás vacilando? Son las putas nueve de la
mañana y estoy aquí, ¿qué coño quieren?
Me levanto y doy un golpe en la mesa que le
sorprende.
—Lo primero, quiero que hables bien, y lo segundo,
que nos digas la verdad de una vez. Sabemos lo que
sucedió, Tony, las pruebas te delatan.
Una gota de sudor le cae por el rostro a la vez que
traga saliva.
—¿De qué me estás hablando, tío? Yo no tengo nada
que ver.
—Tony, deja de fingir, te hemos descubierto,
muchacho. ¿Creíste que no veríamos el golpe? ¿Que no le
saldría un moratón? Sabemos que Beatrice no estaba
consciente en el momento que le suministraron la droga
que acabó con su vida… Sabemos cómo lo hiciste, ahora
solo queremos saber por qué.
La rata miserable que tenemos ante nosotros
comienza a sollozar al verse descubierto. Dimos en el clavo,
como imaginábamos, eso fue lo sucedido.
—Dinos, Tony, no acabes con mi paciencia —propongo
después de dar otro golpe en la mesa y subir un poco el
tono de voz.
—Yo… joder, no quería hacerlo, pero se me fue la
olla… Estaba hasta las cejas de heroína, no sabía qué hacía
y en pleno folleteo le di tan fuerte contra el cabecero que
perdió la consciencia. No sabía qué hacer, pensé que la
había matado, que sabrían que había sido yo, así que decidí
darle un poco de lo mío. Era una cualquiera, nadie pondría
en duda que había sido una sobredosis. ¿Qué más da? Solo
era una puta más.
No puedo evitar que la furia controle mi cuerpo, lo
agarro por la camiseta acercándolo a mi cara y le escupo las
siguientes palabras:
—Era una mujer luchadora, una madre que buscaba
darle una vida mejor a sus hijos y, por culpa de una rata
inmunda como tú, ahora esos niños están solos. No mereces
ni dar con tus huesos en la cárcel, mereces morir. —Me
tranquilizo como puedo, soltándolo, y añado mirando a mi
compañero—: Avisa para que se lo lleven a una celda
mientras preparamos los papeles para mandarlo a chirona,
pienso hacer todo lo posible porque te caigan el mayor
número de años posibles.
—¿Me estás amenazando? —suelta el tipo, mientras
mi compañero le está poniendo las esposas.
—Te estoy avisando, no es una amenaza.

Estoy deseando ir a ver a los chicos y decirles que lo


hemos encontrado, que habrá justicia para Beatrice.
Entonces mi móvil empieza a sonar y veo que es ella quien
me llama.
—Dime.
—Me acaban de llamar de la comisaría, han
encontrado mi documentación en un contenedor y alguien
la ha entregado, parece que solo falta el dinero, pero lo
demás está todo.
—Me alegra. Ahora tengo que hacer unas cosas de
trabajo, pero cuando acabe, si te apetece, cenamos juntos
para celebrarlo.
—Vale. —Y aunque no la veo, me imagino que sonríe.
Llego al centro donde están Corina y Thomas y los veo
en la misma sala, parece que el niño ha hecho amigos y
juega con ellos a una especie de pilla pilla, mientras Corina
los observa sentada en una zona separada del resto. Voy
directo a ella.
—Ya lo tenemos.
—¿De verdad? ¿Habéis dado con quién mató a mamá?
—Sí, y te prometo que pagará por ello.
La chica me abraza por la cintura y le correspondo el
abrazo. Sin soltarme, susurra:
—Gracias.
—Gracias a ti por luchar para que se hiciese justicia.
—Ya, pero si no me hubieses creído, no habría servido
de nada.
—Entonces hacemos un buen equipo.
—Sí. —No me pregunta quién fue, a ella solo le
importa una cosa—. ¿Y ahora qué será de nosotros?
—Estamos intentando contactar con una prima de
vuestra madre en España, pero aún no sabemos si querrá…
—Hacerse cargo de nosotros… No me importa,
prefiero quedarme aquí, pero puedes decirle a la
trabajadora que le busque una familia a Thomy, él solo la
encontrará antes.
—¿Estás segura de que es lo que quieres? —Asiente
con la cabeza—. Pues hablaré con ella.
—Gracias.
Estamos un rato más hablando y cuando me despido,
voy directo al hotel, pedí una copia de mi llave para dársela
a Amaia así que imagino que ella ya estará allí. Entro en el
cuarto y, como me esperaba, está dentro, lleva un precioso
vestido beige largo con la espalda al aire.
—¡Estás increíble! ¿Llevabas ese vestido en la maleta?
—Sí, no sé, tenía la esperanza de tener algo especial
que celebrar.
—Bueno, pues creo que hoy tenemos mucho que
celebrar: me vuelvo a España.
—¿Has resuelto el caso? —Asiento—. ¡Me alegro! Pues
vámonos a celebrar.
—Espera que me cambio.
—Pero si tú ya estás guapo.
—Bueno, pero no a tu nivel. —Vuelve el tonteo, pero
las alarmas en mi cabeza están apagadas—. ¿Te importa
decirme el vuelo y asiento para volver contigo?
—Bueno, siempre que no me babees el hombro.
—Creo que ya se me ha caído toda la baba al verte.
Ella se ríe y dice:
—Quizá quien se duerma esta vez sea yo.
—Si de mí depende, pienso hacerte el amor hasta que
no puedas más.
—¿Apostamos?
—Me gusta apostar si sé que voy a ganar, chica
perfecta.

El vestido desaparece de escena, próximamente lo


encontrarán por el suelo de la habitación. Esa noche no
fueron a cenar, pero sí que celebraron, incluso un poco más
de lo que esperaban, porque, como predijo Becka, aquello
tenía toda la pinta de ser una historia de amor.
PRÓXIMOS TÍTULOS
SOBRE LA AUTORA

Nacida en A Coruña en el año 1992, desde muy


pequeña Rocío ya tenía claro que quería dedicarse a escribir
y con tan solo siete años así se lo indicó a su familia.

Desde ese momento ha participado en varios


concursos de relatos quedando finalista en muchos de ellos,
que fueron los originarios de sus primeros libros publicados.

En 2017, por casualidades de la vida, descubrió la


autopublicacion, comenzando este recorrido con un
pequeño libro de prosa poética "El mundo tras tu sonrisa", a
este le seguirían más, y en 2020 publicaría su primera
novela "Alma de Cristal" seguida de "Voy a cuidarte", siendo
así la primera bilogía romántica de la autora.

Ahora mismo está inmersa en un montón de


proyectos y con ganas de tener tiempo para hacerlos
realidad.

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