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PRÓLOGO
El título que agrupa las memorias aquí reconstruidas, sin más, reconoce que la
guerra permitió recorrer el camino hacia la paz y la construcción de caminos de
vida a quienes descubren la amable y grata experiencia de proyectar su futuro en
el calor de la familia y el hogar comunitario.
Quienes han escrito este documento - testimonio se denominan con orgullo hoy
“Líderes de Paz”. Son personas que, en edades muy tempranas, se vieron
vinculadas a la degradada confrontación armada que en Colombia promueven los
“Señores de la Guerra”, en nombre de ideales de izquierda y de derecha, de la
más indigna acumulación de capitales y de la más inhumana forma de
reivindicación política de todo tipo de derechos de los desheredados de la tierra.
Invitamos a los lectores de este testimonio a comenzar el diálogo con los relatos
presentados, para elaborar una segunda edición. Así, entrecruzaremos historias
de vida y muerte con un tejido de letras y palabras elaborado desde la más
profunda inspiración fraterna de personas dispuestas por el invisible caleidoscopio
del destino en perspectivas de vida diferentes. Sin embargo, unidas
irrevocablemente por un mismo clamor: paz en el horizonte de la vida; respeto a
los derechos fundamentales de los asociados en el cuerpo de la nación
colombiana; justicia a las reivindicaciones humanitarias de todos y cada uno de
los grupos sociales, económicos, étnicos, culturales, religiosos y políticos; libertad
a las diferencias ideológicas y a sus formas de expresarse en las dinámicas
comunitarias y partidistas de acceso a la administración del Estado; cuidado del
entorno humano y físico que promueva la palabra dulce y el conocimiento
ancestral.
“…pude reconocer mis errores, tener el valor de pedir perdón de corazón, reconocer que
toda mi vida la pasé perdiendo el tiempo en maricadas que no tenían sentido y que no era
una iglesia lo que yo necesitaba, era solamente… perdonarme a mí mismo”.
Recuerdo que mi vida no fue como la de los demás niños a pesar de que mi
abuelo tenía un negocio y, que yo recuerde, nunca me faltó nada material, pero
no recuerdo que mi abuelo me diera un abrazo. Nunca supe de una ternura de
madre, y sólo recuerdo los maltratos. También como era víctima de personas que,
sólo porque me castigaran, ponían quejas a mi abuelo. Fui creciendo con
resentimiento. Tenía tres años de edad cuando conocí a mi padre, lógicamente,
para mí como niño, él era una persona desconocida pero con regalos me compró.
De ahí en adelante fue una vida muy bonita. Mi padre se sentía orgulloso de mí,
me decía que le gustaría que yo fuera un abogado.
Por esta razón, siempre traté de ser el mejor de mi clase. A los nueve años estaba
en cuarto de primaria, en ese tiempo mi papá se enamoró de una señora; les
puedo asegurar que fue lo peor que me pudo pasar, puesto que esta señora, al
principio, para conquistar a mi papá, se portó conmigo de una manera muy
especial. Cuando la señora logró que mi papá se enamorara de ella mostró el
cobre y comenzó a hacer cambiar a mi papá. Él solamente me corregía sin golpes
y desde ese momento empezó a castigarme.
Esto me hizo un rebelde y decidí, equivocadamente, dejar de estudiar, creyendo
que con esto le causaría algún mal a mí papá. A todo esto le agregué otro
ingrediente... mi complejo de ser negro.
A los 11 años, hace 30 años, recuerdo que tuve el desengaño más triste de mi
vida. Un día cualquiera tuve un problema con Marina, ese era el nombre de esa
señora. Como nos habíamos perdido el respeto mutuamente, ella me insultaba
con palabra soeces y yo le contestaba de igual manera, ese día mi papá estaba
presente. De groserías estábamos iguales, mí papá no intervenía. Recuerdo como
sí fuera hoy las palabras que ella me dijo, fueron las siguientes: - ¡si a tu papá le
toca escoger entre vos y yo, se quedará conmigo! -
Lo único que hice fue voltear a mirar a mí papá esperando que él dijera ¡no, eso
no es así!, pero lo que hizo mi papá fue agachar la cabeza. A pesar de mi corta
edad comprendí que ella tenía la razón. Este fue el golpe más duro que recibí. Ese
día se trazaría mi destino. Tomé la decisión de irme de la casa, no medí las
consecuencias, me tocó dormir en la calle, aguantar hambre, me convertí en lo
que comúnmente llamamos gamín.
Un día, cansado de la vida que estaba llevando, busqué a mi papá y le dije que yo
deseaba volver a casa, su respuesta fue que Marina no me aceptaría de nuevo en
la casa. En ese tiempo yo no conocía mi mamá, encontré a una tía, una hermana
de mi cucha. Le pregunté por mi mamá, me dijo que ella vivía en Calí y me dio su
dirección. Con temor viajé a Calí, la encontré, pero mi sentimiento hacia ella fue de
resentimiento. Nunca la pude mirar como mi madre, sólo estaba allí porque no
tenía donde ir, y empezaron los problemas con mis medios hermanos, me cansé
y tomé la decisión de hacer mi vida solo. Volví a Tulúa y comencé, ya más crecido,
a vivir como las hojas sueltas: para donde me llevara el viento.
Estas son etapas que se queman en la vida. Para este tiempo ya estaba enviciado
al licor, me causó muchos problemas porque debido al licor y a todas mis
frustraciones quería cobrarle al mundo mi desgracia. Dentro de mi amargura
nunca pude sentir ternura, amor. Nunca recibí estos afectos, nunca los pude
brindar a nadie. Día a día más me hacia daño, muchas veces me hice daño
borracho, mí cuerpo tiene secuelas de las veces que me corté. Un día, pensando
acabar con mi existencia, tomé un veneno que me puso muy mal pero no acabó
conmigo. Esta situación me acabó de poner violento porque pensé que ni para
muerto servía. Me enredé con unos primos que eran belicosos, nos metíamos en
muchos líos. Cansado de estas cosas me fui a prestar el servicio militar, nadie se
imagina cómo sufrí por mí rebeldía, esos dos años fueron muchos los maltratos
que recibí de parte de mis superiores.
Antes de irme de la casa yo le prometí a Marina que así como yo me iba, así se
iría ella algún día. Siempre maquiné cómo haría eso, hasta que descubrí que a mi
papá le encantaba el trago y me inventé la manera de molestar a Marina. Fue
realmente sencillo: yo era ya un hombre, sólo me dediqué a sonsacar a mi papá
para salir a tomar licor. La vieja me aguantó sólo un mes al cabo del cual, la
señora, decidió largarse y dejar a mi papá. Al principio sentí alegría pero tampoco
podía disfrutar la situación porque mí papá estaba sufriendo, pues él, de todas
maneras, quería a esa señora. Al mirar esto decidí alejarme, ya había cumplido mi
promesa. Lo único que no cambió fue el odio hacia Marina y el rencor contra mi
papá, este sentimiento me atormentaba día y noche; finalmente me desentendí
por completo de mi padre y su mujer.
El tiempo no se detuvo a pesar de que las personas que habían dañado mi vida
estaban muertas... yo no podía perdonar ni tampoco ser feliz. Un día cualquiera
conocí a una mujer que me gustó mucho. Creí haber encontrado el amor pero el
destino nos tiene guardadas sorpresas, todo empezó bien. Jenny es el nombre de
esta mujer, me convenció de venirnos para Bogotá con la promesa de que su
familia nos ayudaría, como yo tenía mis papeles en regla no le vi problema a eso
y, sin despedirme de nadie de mí familia, llegamos a Bogotá.
¡Qué grande sería mí sorpresa al darme cuenta que esa gente tenía el prejuicio
del racismo! Doña Belén, que es como se llama la madre de Jenny puso el grito en
el cielo, y le dijo a su hija que ¡cómo se le ocurría traer a un negro a su familia, que
mirara, que pensara en el apellido de su familia y en qué pensarían las amistades!
Total, se cerraron todas las puertas, estando es esas conocí a un señor que venía
del Guaviare, me comentó que la plata se conseguía en forma raspando coca. Mi
vida con Jenny estaba vuelta un infierno y yo atribuía eso a que era por nuestra
mala situación económica. Por ese motivo, decidí hablar con ella y proponerle que
nos fuéramos para el Guaviare porque allá nos cambiaría la vida... porque allá
había trabajo.
Cuando llegamos a San Martín lo primero que hicimos fue buscar a ese señor, lo
encontré y le expliqué cuál era el motivo de mi viaje y le pedí que me ayudara a
conseguir un trabajo. Me dijo que en el momento era muy difícil pero agregó que
nos daba posada unos días en su casa mientras las cosas se mejoraban. Así lo
hicimos. Este señor me preguntaba muchas cosas pero yo no le prestaba
atención. Un día me dijo: -listo negro, le tengo trabajo! Lógicamente, me alegré,
pues con unos días que trabajara podía continuar mi viaje. Un día él me preguntó
si estaba listo, le respondí ¡listo! Me dijo: - vamos pues -, y salimos a ver el
dichoso trabajo. Cuando me di cuenta estaba en una escuela de formación de las
“Autodefensas Campesinas” AUC, este señor me presentó al comandante del cual
me reservo el nombre. El comandante me pidió mis documentos, miro mí libreta,
cédula, pasado judicial y me preguntó si estaba dispuesto a trabajar con las AUC.
En el momento le respondí que no me interesaba trabajar con ningún grupo
armado, que yo lo único que deseaba era trabajar unos días para conseguir el
pasaje para llegar hasta el Guaviare, el comandante me preguntó: - entonces, ¿no
trabaja con nosotros? ¡No!, le respondí. El comandante me dijo: - le voy a
colaborar con una parte del pasaje.- Me advirtió que tuviera la boca cerrada; le
dije: - está por demás la advertencia -. Así este señor me regaló una parte del
pasaje.
Logramos llegar a Puerto Lleras. Ahí estuvimos unos días; trabajé en un hotel y
completé lo que me hacía falta para llegar a San José del Guaviare. En Puerto
Lleras nos embarcamos, llegamos a San José pero nos surgió un problema: era
no conocer a nadie pero ya estábamos montados en el marrano eléctrico, así que
no podíamos echar para atrás.
Jenny se hizo amiga de una señora de nombre Beatriz, esa señora le dijo que
ella tenía una casa en el Retorno y que si queríamos ella nos podía ayudar. En
caso de que alguien preguntará si teníamos conocidos, ella se haría pasar por
familiar nuestra. A mí todo me ayudaba pues esa señora era negra como yo. Con
miedo continuamos pues decían que la guerrilla cuando una persona llegaba por
esos lares, lo primero que hacían los guerrilleros era amarrarla a un palo hasta
investigar de dónde venía.
Llegamos al retorno y comencé a ver gente uniformada pero nunca dijeron nada.
Era marzo y estaba pesado el trabajo, pues el invierno todavía no había
empezado. Un señor, de nombre Hernando, necesitaba un matrimonio para la
finca, arreglamos con este señor y nos fuimos a trabajar pero como no faltaban los
problemas con mi mujer, apenas duramos dos meses trabajando ahí.
El domingo salimos a la pesa, ahí fue que me enteré de la jugada de Jenny. Volví
a encontrarme con “Salomón”, me dijo: -¡negro!, ¿por qué no le dice a “Alvaro” que
le dé una finca de esas que han quitado? Eso me sonó. Hablé con “Alvaro”, le
planteé sobre la finca y me dijo: -¡listo!, como su mujer trabaja con nosotros no hay
problema! En la guarapera tengo una finca, ¡váyase para allá! Sin pensarlo nos
fuimos con Jenny. En esa finca se cogían cuatrocientas arrobas de hoja de coca,
yo pensé: ¡aquí fue mi oportunidad de conseguir plata! Lo malo fue que la finca,
aparentemente, era mía pero ellos llegaban siempre a dar las ordenes, así me fui
enterando de muchas cosas. Llevaban detenidos, guardaban armas, coca y a mí
me tocaba hacer mandados. Me fui involucrando más y más con la guerrilla:
cuando me di cuenta, estaba caliente con los ‘paracos’. Un domingo salí al pueblo
y me hicieron unos tiros, ya me di cuenta que la cosa era en serio y que me iban a
matar. Viendo semejante panorama decidí hablar con “Alvaro” porque, en verdad,
estaba asustado, le dije que le entregaba su finca; me contestó: -¡ya usted está
caliente! Así me entregue la finca, de todas maneras, lo van a pelar. ¡No se
preocupe negro, usted está con nosotros!-
Tomé la decisión de trabajar con ellos. Me dieron una pistola, ya me sentía seguro
con un arma y fui a un curso político militar. Con esto marqué mi destino...
comencé como miliciano. Una vez tuve un problema grave con Jenny, ese fue el
detonante. Me llené de rabia y tomé la decisión de ingresar de planta a las FARC-
EP, no tuve ningún inconveniente, me llevaron al “EMBO”: un campamento de
entrenamiento militar; como soy reservista la milicia no me dio muy duro.
En el año 1998 la guerrilla vivía ‘bacaniada’. Les voy a contar cómo es un día
normalmente en las FARC-EP:
Dentro de todas estas cosas me hice amigo de “Jonatan”, un chino costeño bueno
para el cobre. Nos hicimos, como se dice, ‘parces’. Siempre salíamos juntos a las
misiones. Un día, “Saavedra”, nos dio la orden de ir a hostigar al batallón Joaquín
París, recuerdo que salimos cinco, “Toñito”, “Maryury·, “El Zarco”, “Jhonatan” y mí
persona. Llegamos cerca al batallón y empezamos a hostigarlos, pero no
contamos con una patrulla de reconocimiento que estaba haciendo registro y
resultó que los que salimos embocados fuimos nosotros.
Cuando vimos esta situación sólo nos acordamos de correr. En la huída miré
cómo “Toñito” caía herido, regresé para ver si podía sacarlo pero no había caso...
estaba muy mal herido. Me dijo: -no panita hasta aquí llegué.- Como pude le quite
el fusil; me dijo: -¡déjeme la pistola!, yo me acabo de hacer matar.- Esa gracia casi
me cuesta la vida, pues por estar tratando de ayudar a “Toño” me olvidé de la
situación. Cuando me vi estaba prácticamente encerrado y escuchaba la gritería
de los soldados: ¡mírenlo allá va!, y me llovía plomo, ese día creí que moriría.
Fue el que a punta de MG – L que “Jonatan” me abrió camino para salir con vida
de la emboscada, esto me hizo cogerle más cariño. Resultado del hostigamiento
un combatiente dado de baja y como siempre nadie dijo nada. Sólo se dijo: ¿para
qué la colgó? Todas estas cosas me dolían pero tenía que seguir adelante con
mi vida.
Resulta que se nos metió el Ejército y, aprovechando que el Ejército estaba por
allí, en una vereda llamada el Japón en una familia de apellidó Gómez, uno de sus
integrantes de nombre “Ilder” planeó con su cuñado la forma de matar a “Alvaro”.
Un domingo, día de compra de coca, cuando los campesinos estában esperando
que les pesaran la mercancía, llegó uno de los cómplices de “llder” y tiró una
granada gritando ¡somos el Ejército! El susto y la sorpresa fueron grandes. En
esos momentos, “Ilder” aprovechó y se acercó al finado “Alvaro” disparándole en
repetidas ocasiones, matándolo instantáneamente.
En ese despelote los campesinos sólo querían salvar su vida, el día fue muy
pesado por la muerte del comandante. Este señor era muy humanitario y la gente
lo apreciaba, estos sujetos después de hacer el trabajo se fueron a entregar al
Ejército en el Retorno. Como el Ejército estaba arremetiendo contra la guerrilla en
esos días la acción de estos ‘paracos’ les dio un buen resultado, a mí me dolió
mucho la muerte de “Alvaro” pues yo nunca había tenido nada y este señor me
regaló cuatro vacas, tres caballos y una moto.
Ocho días después de la muerte del comandante “Alvaro” vino la represalia de las
FARC-EP. Como este comandante le metía plata por toneladas al secretariado
ellos sintieron la muerte, y el “Mono Jojoy” dio la orden de matar a todos esos
hijueputas de la familia de los asesinos de “Alvaro”. -¡No dejen ni los huevos!-,
dijo él. Así se hizo, llegamos a la casa de Víctor, le pedimos que nos acompañara
hasta la casa de la mamá, la señora Graciela. El comandante que iba con
nosotros, cuyo nombre es “Richard”, mandó a traer a Consuelo. Se les dijo a los
prisioneros el motivo por el cual estaban ahí, las gentes de la vereda hablaron por
Víctor pues era un tipo cabal, no tenía problemas pero la mamá y la hermana sí
tenían por ser malas personas. Víctor tuvo la oportunidad de salvarse pero cuando
lo soltamos lo primero que hizo fue irse para la bodega a ‘jartar’; después de
tomado se puso a hablar mierda. Entonces “Richard” se ‘emputó’ y dio la orden de
traer a ese malparido. Volvieron a juntarlos, ya estaban sentenciados... recuerdo
que la primera en caer fue la vieja Graciela con dos tiros de fusil, después siguió
Consuelo, la cual gritaba, lloraba, rogaba: ¡no me maten!, pero como se dice
vulgarmente, no hay tiempo de llorar: también fue dada de baja.
De esta familia sólo quedaba un muchacho que era como falto de espíritu, como
retrasado. Un día nos encontramos al “sardino”: un guerrillero llamado “Sisico” lo
mató de la manera mas cobarde porque dejó que el niño pasara, se le fue por
detrás y lo mató.
Luego de esto llegó “Jerónimo” alias “Care Santo”, ese acabó de bajarme la moral
con sus arbitrariedades en contra de la población civil. Había un señor de nombre
Rafael; tenía mas de cincuenta años de haber entrado al Guaviare, un hijo de este
señor se robó una moto. “Jerónimo” tomó la decisión de sacarlo de la región y le
dio como plazo 24 horas para desocupar. Este señor lo primero que hizo fue bajar
a hablar con “Jerónimo”, y este desgraciado se reafirmó en su decisión: no dejó
tan siquiera hablar a este pobre señor, desconoció los cuarenta años que éste
llevaba luchando para tener lo que tenía y, de todas formas, lo hizo salir de la
región sin nada.
Estas cosas me ponían a pensar en eso que llamamos ejército del pueblo. Una
vez, en la hora cultural, hablé de mi inconformismo con estas cosas; lo que me
gané fue una amarrada. Estuve de suerte por tener mi hoja de vida limpia, allá le
llevan a uno una hoja de vida.
En mi vida nuca había visto tanto muerto, y no solamente eso. Además, veía la
barbarie de muchos guerrilleros, en especial dos: “Mango Biche” y “Curramba”,
estos dos parecían locos. “Curramba” se encargaba de quitarles la cabeza a los
muertos y las iba poniendo en los cercos, jugaba fútbol con esas cabezas; el
“Mango Biche” los abría y les sacaba el corazón, y los metía en un palo. Esto me
tuvo traumatizado muchos días. Los cadáveres de los ‘paracos’ duraron ocho días
al aire libre porque la orden era no dejar entrar a la Cruz Roja. El olor era horrible,
después de esta masacre pasamos unos días tranquilos.
Después de terminado este curso se siguió con el trabajo normal: comprar coca,
hacer trochas, limpiar caños. En esos días él Gobierno central ordenó una
arremetida contra insurgente en todo el Guaviare. Fue tanto que nos metieron
cuatro batallones en el año 2000. ¡Fue tenaz! Antes de entrar la infantería se metió
la Fuerza de Despliegue Rápido (FUDRA), ese fue un golpe durísimo para la
guerrilla, mataron 25 guerrilleros. ¡Me salvé!, porque me tiré al Caño Grande pero
perdimos muchos compañeros. Después todo fue una pesadilla, pues entró la
infantería y se puso la cosa más complicada porque era demasiada plaga.
Tuvimos un tiempo pesadísimo. Cuando empezaron los operativos la orden de
don “Gentil” fue reclutar a todo el que se pudiera: milicianos populares y
bolivarianos para armarlos. La orden era no frentear sino hacer guerra de
guerrillas, golpear y huir, pero con todo y eso, siempre nos golpearon duro, la
estrategia era la siguiente, salir a comandiar, eso significaba salir en grupos de
cinco y como había tanto ejército muy fácilmente caíamos en sus emboscadas; a
mí me daba miedo.
La retirada fue más una estrategia por parte de los comandantes, para que las
tropas no se desmoralizaran. Estuvimos unos días de descanso y hasta cuando no
se replantearon las cosas, no volvimos a salir al área. Llegamos a un campamento
en una vereda llamada Tierralta, se recibió información de los civiles que decían
que el Ejército había estado por esos lados en los días de nuestra ausencia,
muchos civiles se dieron garra vendiendo la coca por otro lado; al día siguiente
comenzó la cacería de los infractores, entre comillas. El primero que cazamos fue
un tipo llamado “Esteban”. Desde antes de retirarnos a la cascada teníamos
información de que ese señor sacaba la base de coca en una caleta de su carro, y
la cagó más cuando el domingo anterior entró unos panfletos a la zona, en esos
panfletos el Ejército invitaba a los guerrilleros a desertar. Esto fue el detonante. Se
reunieron “Saavedra” y “El Mocho”, tomaron la decisión de matarlo para
escarmentar a los demás civiles. Así fue, lo trajeron amarrado y comenzó el
interrogatorio pero eso sólo era por llenar un requisito, él ya estaba sentenciado.
Después de un rato le dijeron: - usted se va a morir, ¡paraco hijueputa! Antes de
matarlo fueron y recogieron dos carros y el ganado del sentenciado. El encargado
de asesinarlo fue un guerrillero llamado “Efrén”, le pegó dos tiros de pistola en la
cabeza, después de muerto lo abrieron y lo enterraron, esto quedó así.
Empezamos con nuestro objetivo que era hacer guerra de guerrillas. Un día,
como de costumbre, sonó el pito a las cuatro de la mañana. Nos levantamos,
recogimos la caleta y formamos, “el mocho” nos dijo: -el día de hoy tenemos que
‘chaparriar’ a los ‘chulos’.- Pasamos al desayuno, el día estaba como raro, el
ambiente estaba pesado porque el miedo, así no lo demostráramos, lo sentíamos;
fue así como, hacia el medio día, dieron la orden de formar. Entre nosotros
hablábamos sobre cuántos se irían a ‘comandiar’ y cuántos nos quedaríamos
muertos en el combate. Se nos dijo lo que íbamos hacer, yo por dentro le pedía a
Dios que no me escogieran ese día. El Padre Santo escuchó mis ruegos: salieron
a esta misión “Cesar”, “Boyaco”, “La Ardita” y otros tres compañeros de los que
ahora se me olvidan sus nombres. Lo cierto del caso fue que salieron a cumplir la
misión y llegaron a una parte llamada Puente Tabla: en ese sitio se hizo contacto
con los ‘chulos’ y se formó el combate resultando “La Ardita” herido. Como pudo
se escondió en la casa de unos civiles, cambiándose el uniforme por ropa civil
pero esto no le sirvió de nada porque siempre lo capturaron.
La estrategia era recoger la coca en diferentes días. Después, hablé con “James”;
lo noté cabizbajo pero como estamos en un ejército, tocaba cumplir con las
misiones llueva o truene. Sucede que la orden fue que al día siguiente se
trabajaría en eso de la coca. Los compañeros salieron del campamento listos para
hacer su trabajo, todo siguió con los sobresaltos y la tensión de la guerra, al día
siguiente era sábado, nos preparamos para seguir con nuestras tareas. Ese
sábado decidieron el “Mocho” y “Saavedra” volver a mandar comandos, esta vez
se modificaron los planes porque los muchachos que salieron cambiaron de
táctica: se fueron por una vereda llamada la ‘Morichera’ con el fin de llegar a Santa
Elena. Con estos comandos iba al mando un niche conocido con el alias de
“Arnual”, en lo personal no me agradaba mucho por su prepotencia, antes de
llegar a Santa Elena tuvieron el encontrón con los chulos.
Del primer contacto en la mañana salieron bien, a las tres de la tarde se tuvo el
otro encontrón. En este si salieron mal, puesto que el primero en caer fue “Arnual”;
también fue herido otro compañero de nombre “Efraín”. A mí no me causó mayor
pena la muerte de “Arnual” porque, como dije antes, este man no era santo de mi
devoción, pero escribiendo esta historia reconozco lo que puede pensar un ser
humano sobre la muerte de un semejante, y más de un compañero pero como
este personaje no me agradaba, hasta sentí alegría por su muerte. Lógicamente,
no la podía demostrar pero reconozco que en su momento la sentí, lo cierto fue
que, al menos, a ese man, lo enterró el ejército. En cuanto a “Efraín”, como se
pudo, le dieron los primeros auxilios.
El día domingo, para completar la ‘joda’, nos llegó la noticia que a “Gabán” y a
“James” los había matado el Ejército. Esta noticia la trajo un miliciano de nombre
“Germán”, alias “Pata Corta”. El cuento fue el siguiente: resulta que los muchachos
llegaron a una finca donde debían recoger una mercancía pero no contaban con
los chulos, dejaron la moto en la casa de un señor llamado Bernardo. El Ejército
llegó a esta finca; el viejo Bernardo, cuando le preguntaron de quién era la moto,
él y el yerno, de nombre Belisario, de una vez les dijeron a los del Ejército que esa
moto era de dos guerrilleros y les dieron la información dónde se encontraban. El
Ejército montó inmediatamente un operativo. Según “Germán”, los muchachos
estaban pesando la mercancía cuando, de pronto, escucharon: ¡están rodeados,
somos el Ejército de Colombia! El primero en reaccionar fue “Gabán” disparándole
a un soldado, lo ‘tripió’ y trató de salir pero lo acribillaron, se murió en su ley...
tripeó a dos soldados.
Mientras eso pasaba, “James”, que ya estaba herido, se metió debajo de la casa
pero el Ejército cogió a los civiles diciendo: -si no sale matamos a esta gente! Él,
“James”, en un gesto de nobleza, salió de su escondite y lo masacraron, porque le
dieron plomo hasta en los bolsillos. Al saber “Saavedra” cómo fueron las cosas se
emputó; dio la orden de formar y dijo: -bueno camaradas, ya supieron como nos
mataron a “James” y a “Gabán”, necesitamos enseñarle a los civiles que deben
tener la puta jeta cerrada, así que este par de ¡hijueputas hay que matarlos! Sacó
los comandos para este trabajo: “Arnulfo”, “el coloreto”, “Enrique palillo” y mí
persona. Nos dieron los viáticos; se nos ordenó no regresar al campamento hasta
cumplir esa misión. Yo, en el momento, tenía la sangré caliente porque no me
cabía en la cabeza cómo esta gente nos jugaba tan sucio, estos personajes vivían
en la vereda Chaparral Medio, nos demoramos como cuatro días para llegar en lo
que se gasta dos horas cuando las cosas están normales. Llegamos a la finca del
viejo Bernardo, saludamos, y “Arnulfo” preguntó por Belisario: -está en la otra
casa-, nos respondieron. Me dijo “Arnulfo”: -negro valla con “el coloreto”, tráiganlo
de todas maneras-. Nos dieron guarapo, salí con “el coloreto”, llegamos,
saludamos y Belisario, apenas nos miró, de una vez se nos dejo venir y nos dijo: -
compañeros, yo sé que a mí me mal informaron con ustedes-, cosa que nos dio a
entender que sí tenía que ver con la muerte de los dos compañeros.
“El coloreto” le dijo: -¿de qué está hablando?- El huevón este cayó en cuenta que
había metido la pata, le dijimos: -nosotros necesitamos que nos acompañe hasta
donde su suegro. Tranquilo es sólo un momento-. En la cara se le reflejaba el
miedo; como sabemos, el pecado es cobarde. Cuando llegamos donde don
Bernardo el viejo sabía sobre el ganado, la coca y esas cosas, yo me decía para
mis adentros: -yo mato uno de estos-, pero sucedió algo muy particular: este señor
Bernardo era cristiano, esto me desarmó.
“Arnulfo” nos llamó, planeó con nosotros la forma de matarlos, me dijo: -negro,
usted lleve al viejo-. -¡Listo!, le respondí. Recuerdo después de esto que la forma
amable del comienzo se terminó, “Arnulfo” les dijo: -ustedes se van con nosotros-.
Belisario volvió con el cuento de que lo habían mal informado, que lo que habían
dicho sobre ellos no era cierto. De todas maneras, su suerte ya estaba jugada. El
pensamiento de matar alguno de los dos se me quitó cuando descubrí lo que era
este señor Bernardo, pues el ser cristiano me dio temor, porque esto para mí es
como una barrera. “Arnulfo” dijo ¡vamos! Recuerdo la tranquilidad de este señor
Bernardo, íbamos de camino cuando llegó la esposa del viejo, él me dijo: -déjeme
despedirme de ella-. La señora lo abrazó y él comenzó a decirle: -no llore mi viejita
yo vuelvo dentro de un rato-. Esta señora se me prendió de la camisa y me decía:
-¡no me lo vayan a matar!-, esto me partió el corazón; me tocó voltear la cara para
que no vieran las lágrimas en mis ojos. -Bueno don Bernardo vamos-, le dijimos al
viejo. La viejita siguió llorando pero nada se podía hacer, este señor sabiendo lo
que le esperaba comenzó a hablarme de la Biblia, esto me acabó de volver
mierda, de todas las cosas que me dijo, la que más recuerdo, fue esta:
-Yo se que hoy me voy a morir pero no tengo miedo ¿sabe? Y de una vez le digo
que yo lo perdono como Cristo perdonó a los que le crucificaron-. También me
dijo: -cuando se valla de la guerrilla busque de Dios-. No sé por qué me dijo eso.
Mi deseo, de todo corazón, era no matar ese tipo pero no estaba en mis manos
tomar esa decisión. Llegamos a donde tocaba matarlos pero antes era importante
que ellos confesaran; esto demoró como diez minutos más, los cuales a mí me
parecieron una eternidad. Belisario seguía negando todo pero el suegro dijo: -
salgamos de esto-, y confesó: -¡sí!, nosotros le dijimos a la tropa-. Con eso
acabaron de firmar la sentencia de muerte, “Arnulfo” me dijo: -negro, le tocó matar
al viejo-. -¡No camarada!, yo no mato ese señor, le dije. “Arnulfo” me preguntó: -
¿cómo qué no?, entonces en el campamento hablamos-. -¡Listo!-, le respondí.
“Arnulfo” le dijo a “Enrique”: -mate usted al viejo y yo mato al otro-. “Enrique” me
dijo: -niche, présteme su fusil-. Como mí fusil era un mini 14 2 23 no querían
matarlo con el AK 47. Esta parte quisiera borrarla de mi mente ya que me da
mucha nostalgia recordar la cara de Bernardo. “Enrique” le dijo: -¡tiéndase!-. Él le
pidió que lo dejara orar para ponerse en paz con el Señor Jesús, esto es lo único
noble que recuerdo en ese asesinato. “Arnulfo” le dijo: -Belisario, eche para allá-,
el chino volteó; cuando lo hizo y dio la vuelta “Arnulfo” le metió el primer tiro.
Escuché cuando dijo: -¡no me mate!-. Miré como caía y “Arnulfo” alias “Dodo” lo
remataba con otro disparo. A continuación le preguntó “Enrique” a Bernardo: -¿ya
se puso en paz?-, -¡Si!-, dijo el viejo y clavo la cabeza. Añadió: -¡perdóname
señor!-. No terminó la frase porque el disparo le desbarató la cabeza.
Como todo lo que se hace se paga, regresamos al campamento, se dio parte a los
comandantes y me puse a limpiar el fusil. Estos aparatos traen una palanca de
seguro, la jalé hacía atrás, le metí el dedo para limpiarlo y la condenada palanca
se soltó, no se cómo pero lo cierto fue que mi uña se fue en paro, esto me
atormentó más, pues se me metió la idea de que esas cosas me pasaban por
haber participado en la muerte de esas personas.
Después de esto la preocupación eran los chulos. Un día viernes, por cierto, con
un esplendoroso cielo despejado y nubes muy blancas, la moral de la guerrilla,
por una extraña razón, estaba altísima. Nos dieron una charla por parte del
“Mocho”, esto nos motivó. Se nos dijo: -¡estén listos!, en cualquier momento
salimos-. Los comandantes terminaron su reunión y nos hicieron formar.
“Saavedra” nos comunicó lo siguiente: -camaradas, como ustedes han visto, los
chulos nos han ‘chaparriado’ ya muchas veces, y el comandante del frente está
puto, pues nosotros sólo estamos poniendo muertos y necesitamos pegarles una
‘chaparriada’ a los chulos ¡sea cómo sea! Tenemos información de que los chulos
están donde “casco de burro”. Esta vez irá toda la columna y mandaremos
adelante a un comando para ubicarlos-. Bien, con esta vaina, el día no me siguió
pareciendo tan hermoso porque sabíamos que, posiblemente, sería el último para
alguno de nosotros. Estas cosas lo ponen a pensar a uno muchas cosas. Por
ejemplo, cómo un día de esos tan lindo puede ser el último de tu vida y cómo,
también, el último día de los soldados. Se pregunta uno, ¿por qué putas nos
matamos mientras sentimos ese miedo que, aunque no se demuestre, lo sentimos
muy adentro de nosotros?
En esos momentos, a unos diez minutos, llegaron las avionetas a fumigar la coca.
Dijo “Saavedra”: -vamos a calentar fusiles-. Emprendimos la marcha, nos
ubicamos y los prendimos a plomo. Como respuesta del helicóptero que escoltaba
a las avionetas nos dispararon, alcanzamos a averiar una de ellas. Esto nos
motivo más, pues eso también es combate. Como ya estábamos calientes sólo
faltaba sacar a los comandos que saldrían de patrulla. Eso no se demoró mucho,
ese día tuve la suerte mala y me tocó salir en ese comando. Recuerdo como si
fuera hoy los nombres de los cuatro compañeros: “el pastuso”, “fosforito”,
“Jonatan”, “el ojón” y mí persona. La despedida que nos dieron los compañeros
fue: -¡saludes a San Pedro!-. Esto era normal cuando se salía en esas misiones.
Adelante, en el camino, nos encontramos unos civiles, les preguntamos por los
chulos y nos dijeron que estaban más allá de donde “casco de burro”, bastante
cerca de ahí. Nos pusimos ‘pispiretos’ pues sabíamos lo que nos podía pasar si
ellos nos ubicaban primero a nosotros. Nos metimos a la montaña y comenzamos
hacer nuestro trabajo, teníamos comunicación permanente con “el mocho”, el cual
nos decía: ¡ubíquenlos!
“Saavedra”, “el mocho” y una parte de la columna salieron adelante dejando una
avanzada. Esto pasó, terminó el combate, llegamos al campamento, hicieron
balance, nos contaron y sólo faltó un compañero de nombre “Jhon”, el cual
apareció a los dos días todo maltrecho, pues una granada de mortero lo levantó.
Resultado del combate seis chulos muertos. De nosotros, un compañero
golpeado.
Cuando don “Gentil” supo el resultado del combate en el que ganamos, entre
comillas, hoy pienso así, se puso muy contento. Después de esto pasaron como
cinco días los cuales nos dedicamos a planear el próximo combate y sucedió algo
en el intermedio. Muchos de nosotros teníamos las botas rotas, así que decidieron
darnos nueva dotación. Encargaron de la traída de las botas a “Jhon” y a otro
compañero del cual en este momento no recuerdo su nombre, lo cierto del caso
fue que estos dos compañeros desertaron. Esta situación implicó el cambio
inmediato de campamento, nos movimos como dos kilómetros. Lo bueno de esto
fue que los muchachos no se entregaron al Ejército, porque a los días un miliciano
de nombre “Mincho” llegó al campamento con las pistolas, y la razón fue que
estaban aburridos en esos ires y venires.
En ese momento llegó información sobre un problema en una vereda llamada
Puerto Ospina. El problema era que una familia de apellido Arango estaba
sacando la coca para San José del Guaviare y vendiéndola a los paracos, esto es
un delito y se paga con la vida, así que se organizó una misión para aleccionarlos.
Sacaron, como de costumbre, unos comandos con órdenes concretas: matar a
todos los miembros de esa familia. Los encargados de la misión fueron “Julio”,
“Jarry”, “boca e chupo”, “Caicedo”, que era el explosivista de la columna y “Danilo”,
para llegar desde donde nosotros estábamos a esa vereda se demora uno cinco
días caminando juicioso. El resultado de esta vaina fue el siguiente: estos
muchachos llegaron a Puerto Ospina y no hicieron las cosas como se las
ordenaron sino que llegaron y el mismo día quisieron hacer la vuelta. Ese fue el
error más grande porque allá no estaba la familia completa, estaban los dos
cuchos y uno de los hijos menores, los otros dos estaban en San José. No sé
cómo pasó pero estos locos llegaron a la casa de la familia, y sin mediar palabra
mataron a las personas que estaban dentro de la casa; cuando terminó esta
carnicería fue que miraron la cagada tan grande que habían hecho, pues entre los
muertos se encontraba la madre de una compañera llamada “Blanquita”. Con esta
metida de pata a bordo regresaron al campamento, manejaron de una manera
muy cautelosa la situación y sólo se supo el día en que a “Blanca” la mandaron
para la casa. Recuerdo cuando le dieron la noticia: la muchacha casi se muere, le
decían que fue un accidente, pero en un momento de esos nadie entiende
razones. Como pudieron la controlaron, le propusieron irse para Bogotá, ella
aceptó. Nunca más se supo de ella, lo cierto fue que los encargados del trabajo
fueron sancionados, el más comprometido fue “boca e chupo” porque le tocó como
sanción tumbar tres hectáreas de montaña y entregarlas produciendo caña, maíz y
yuca, con esto pagó la vida de la mamá de “Blanquita” y de paso dejaron vivos a
unos enemigos potenciales, porque los dos hijos de la familia “Arango” se
volvieron paracos... de los resentidos. La guerrilla recogió el ganado, pero esta
gente no dejó las cosas así, pues a los días estos manes entraron con el Ejército
recuperando el ganado y, de paso, mataron a dos personas por auxiliadores de la
guerrilla. El episodio terminó así: en cuanto a nosotros, seguíamos con nuestro
problema, día a día el Ejército se metía más adentro.
El último combate que tuve fue en Calamar, Guaviare. Era el santuario del primer
frente de las FARC-EP y se decía que la guerrilla no permitiría el ingreso de los
chulos hasta Calamar, pero como la orden del Ejército era combatir la insurgencia,
cuando los del primer frente se pellizcaron, los chulos estaban en La Libertad. Se
nos dieron ordenes de bajar a apoyarlos desde Tierra Alta. De donde nosotros nos
encontrábamos al frente de batalla son catorce horas bien caminadas,
emprendimos la marcha. Eso fue llegando y prendiendo el mechero, ese día
peleamos mano a mano con los chulos porque hubo apoyo de varios frentes, esta
pelea comenzó en el aeropuerto, duró varias horas, hubo heridos en nuestras filas
pero no de mucha gravedad. A los chulos creo que les fue bien, pues recuperaron
60 cañones hechizos para granada 120. El Ejército le dio prensa a la noticia, nos
replegamos y se curaron los heridos: los que estaban muy mal los sacaron a una
vereda llamada la Paz. “Saavedra” nos dijo: -bueno, camaradas, como vieron aquí
es peleando; mañana quiero ver la misma moral de hoy, porque el que se me
mueva de la cortina ¡lo pelo!-
Esa noche se tomaron todas las medidas de seguridad, como de costumbre sonó
el pito a las cuatro de la mañana. A las seis, estábamos listos para salirle al toro,
no caminamos mucho para encontrarnos con los chulos, recuerdo que esa pelea
fue hasta graciosa, porque unas veces nos corrían ellos a nosotros y después los
corríamos nosotros a ellos. Hubo un momento en donde ellos se acercaron
demasiado y como “Saavedra” había dicho que el que se moviera de la cortina él
mismo lo pelaba, entonces tocaba parar el cañazo. Es decir, aguantar ahí así uno
se muriera, pero un niche de nombre “Cristián” no aguantó el voltaje y se abrió
acorrer.
No sé por qué pero cuando está uno en combate lo ataca una sed tenaz. Los
alimentos los llevan al campo de combate; otros compañeros están pendientes de
sacar a los heridos. Total, los días pasaron y el Ejército se posesionó de Calamar,
de hecho, ahora tenían un puesto de mando adelantado.
Calamar era un municipio muy prospero. Un cotero podía fácilmente ganarse 400
mil pesos en un día de trabajo pero con la llegada de los chulos todo cambió: se
acabo el comercio y el trabajo con la coca. Las personas de este pueblo
anhelaban la salida de Ejército para volver a la vida que tenían cuando las FARC-
EP tenían el control. No sabemos qué es mejor, si la guerra que con su rigor no
sólo deja viudas, huérfanos, gentes en la ruina o la paz del Ejército. Esta es una
reflexión que hago en estos momentos porque pienso, mientras a todo Colombia
le dicen que con el Ejército estamos ganando la guerra, no cuentan la ruina y la
desolación de estos pueblos que están en donde verdaderamente corre el plomo.
Viendo que los chulos lograron su objetivo nos dieron la orden de hacer presencia
en nuestra área de influencia a 14 horas de regreso. Yo maldecía hasta el día en
que cometí esa locura de ingresar a la guerrilla; saber que tenía que estar donde
no deseaba, todo esto me tenía al borde de volverme loco. Los momentos
bacanos eran cuando con el chino “Jonatan” hablábamos y recochábamos, el man
cuando miraba que yo estaba aburrido me decía: -¡aja niche, moral panita, palante
es pa’ ya!-. Como dice el llanero, éramos muy llaves, pero nuca le comenté mis
pensamientos. A conciencia puedo decir que ese man no me traicionaría pero era
mejor la prudencia. Pensándolo bien, habría sido mejor haberle contado mi plan
de deserción porque había tantas cosas que no concuerdan con los ideales de un
movimiento que dice luchar por un pueblo.
Pasó el día, se hizo la hora cultural como de costumbre con los chistes y las
instrucciones. Luego, tocaron el punto sobre el consejo de guerra contra mi socio,
esa noche no pude dormir, yo deseaba que se metiera el Ejército... bueno, que
sucediera algo. Lo único que me daba moral era que yo me decía: -bueno, este
guebon es amigo de todos aquí, entonces no creo que salga fusilado-. A las cuatro
de la mañana sonó la diana, se hizo lo de siempre, pasar al desayuno y preparar
todo para el consejo de guerra. Trajeron a “Jonatan” amarrado y, en un aula que
es como llaman el lugar en donde uno se reúne, comenzó el juicio. “El Mocho” lo
dirigió, empezó diciendo: -camaradas, como ustedes saben el camarada “Jonatan”
cometió un delito contra el colectivo; estamos aquí para juzgarlo por este delito.
¿Quiénes están de acuerdo que el camarada sea fusilado?, preguntó. Éramos una
columna móvil compuesta por 100: esto quiere decir que la mayoría ganaba si 51
votaban a favor, uno se salvaba así pero sí era al contrario, se moría el paciente.
Y así pasó, 51 votaron en contra... “Jonatan”, salió fusilado y el fusilamiento quedó
para el día siguiente.
De todas maneras Dios metió su mano, como a los cuatro días “Saavedra” me
habló y me dijo: -camarada, yo se que ustedes eran bien amigos pero el la cagó y
se murió. Como sabemos aquí el que la caga se muere, así que de usted
depende, lo voy a soltar pero cuidado con las guevonadas que hace-. Yo pensé:
¡no puedo dar papaya porque me matan! La muerte de “Jonatan” me bajó la moral,
aclaro, no es que yo sea homosexual ni que me gusten los hombres, sino que era
una verdadera amistad; por este motivo ya no trabajaba con moral y sólo deseaba
que pasara lo peor.
Pasados unos días, después de la muerte del chino “Jonatan”, todo siguió por lo
mismo. Como de costumbre se salía a ‘comandiar’. Un día salieron en un
comando al mando del “burro” y con él salieron “Jairo Pilo”, “Anderson”, “El Rolo” y
“Palillo”, estos manes ubicaron a los chulos, “el burro” miró al centinela, lo alineó,
le disparó, pero el tiro no toteaba. Era munición hechiza hecha por las mismas
FARC. En cuatro ocasiones repitió esta operación cuando el chulo los miró: de
una vez me los pegaron, “Jairo Pilo”, recibió un tiro en la mandíbula, ésta no se
supo en dónde quedó; a “Anderson”, le partieron una pierna. Como pudieron
salieron, se comunicaron con los comandantes informando lo sucedido. De una
vez dieron la orden de ir por los dos heridos. ¡Qué cosa tan impresionante!,
cuando le miré la cara a “Jairo Pilo” me corrió un escalofrió por todo el cuerpo: la
quijada de abajo no la tenía y la lengua parecía un montón de carne y la cara
hinchadísima. A “Anderson”, la pierna le bailaba para lado y lado, ver una cosa de
estas es ¡tenaz!, estos dos compañeros fueron sacados por el rió Inirida hasta
cierta parte, después no sé cómo terminaron.
Para ese momento yo estaba luchando con dos sentimientos: el fastidio contra el
movimiento y el miedo de ser víctima de un consejo de guerra. Estaba
desmoralizado, en esos días llamaron a los que quisieran hacer un curso de
explosivos. Como siempre he tenido la tendencia de aprender cosas me metí en el
curso, lo dio un guerrillero de nombre “Caicedo”. Empezamos a conocer lo básico:
cómo se hacía con la urea y el aluminio negro y cómo es de letal combinarlas; el
curso terminó y volví al campamento. Como a los dos días me llamo “Saavedra” y
me dijo que tenía una misión para mí, que me tocaba irme con “Julio” para Puerto
Ospina porque había una información sobre un paraco infiltrado y que mi misión
era cazarlo y matarlo. -¡Listo!-, le dije; ese mismo día salí con “Julio”. Como esta
era una misión secreta me tocó comenzar a andar de civil, cuando ubiqué al dicho
paraco pedí trabajo en la finca en donde trabajaba ese señor. Me dieron trabajo
fumigando la coca, los primeros días no hablaba con el paciente pero si mantenía
pendiente de lo que decía y de lo que hacía. Un domingo salí al caserío. “Julio”,
con disimulo, me llamó y preguntó como iba en la tarea, le comenté las acciones
del tipo; me dijo: -como de la pata, ¡mátelo! Así va bien pero le tengo otra misión
para que mate a un miliciano que la cagó el domingo pasado y no es la primera
vez, entonces toca quitarnos ese problema de encima-. -¡Esta bien!-, le respondí y
le pregunté cuándo me tocaba matar a ese man, -cuando le de la pata-, me
respondió. -¡Esta bien, esta bien!-, le repetí.
Como verán la vida de un ser humano no vale nada, y se ordena la muerte de una
persona si parpadear. Yo estaba en una vereda llamada la esperanza y me tocó
movilizarme hasta Puerto Flores, allá encontré al miliciano: su nombre era
“Roberto”. Cuando llegué, “Roberto” estaba jartando trago; como no me conocía,
de una vez se me vino. Comenzó a preguntarme: -¿usted quién es, de dónde
viene?-. -Vea, yo trabajo en la finca de Delio Morales y me vine a conocer esta
vereda-, le dije. -Bueno amigo, creo que ya sabe cómo es la vuelta por aquí-, me
preguntó. -¡Claro!-, le respondí. Les juro que este malparido me cayó tan mal que
me dije: ¡como me des el papayaso, te pelo! Pedí una cerveza y me la estaba
tomando cuando “Roberto” me mandó otra y así: él me mandaba yo le mandaba.
Pensaba para mis adentros: -si este man supiera que está hablando con la
muerte-. Después de un rato me dijo: -sentémonos juntos-, -¡claro!-, le dije.
Recuerdo que tomamos hasta tarde, cuando estuvimos borrachos me dijo: -niche,
vamos para mi casa. Pensé: -este marica me dio la pata, de camino lo mato-.
Resulta que salimos los dos pero se nos pegó un amigo de “Roberto”, entonces se
me dañó el plan; lo cierto del caso fue que llegué hasta la casa en donde vivía
“Roberto”, me dieron comida, me presentó a la mujer y a una niña como de dos
meses de nacida, recuerdo que la cargué y me encantó tanto esta niñita que, por
el momento, me olvidé de lo que tenía que hacer. No sé si fue por el hecho de no
tener hijos que sentí tanta ternura por esta niña, ya la cosa se me complicó porque
yo tenía que matar a su papá.
Me fui para Puerto Flores para estar cerca de “Roberto”. Esta vaina me quitó el
sueño muchas noches, el man era cagada borracho y le gustaba atemorizar a la
población en donde estuviera, poniéndose a disparar al aire y molestando a las
personas, pero era buena gente en sano juicio. Sin embargo, “Julio” le tenía
bronca por indisciplinado. El error mío fue conocer a la hijita de “Roberto”, porque
todas las tardes me iba para la casa de ellos. Tan pronto llegaba cogía a la niña a
cargarla. Esto formó un vínculo afectivo con “Roberto” y ahora yo era el padrino de
la niña.
Un domingo invité a “Roberto” a tomarnos unos tragos. Pensé: -hoy mato a este
man-, pero primero le voy a decir. Me ‘empretiné’ la pistola, llegamos a la bodega
y recuerdo que pedí media de brandy, “Roberto” me dijo: -tomemos cerveza. Yo
no quiero brandy porque es que ese trago me corre el champú-. -¡Qué importa!-, le
respondí. De todas maneras empezamos a tomarnos la media; él me preguntaba:
-compadre, ¿qué le pasa?, lo veo raro-. –Nada-, le decía. Teníamos como un
cuarto de trago cuando decidí tirarme al agua, saqué la pistola; la puse sobre la
mesa. Cuando el vio esto me miro, le dije: -¡“Roberto”!, yo soy un guerrillero de
planta. Estoy aquí porque “Julio” me ordenó pelarlo por las cagadas que usted ha
hecho borracho-. Cuando le estaba diciendo esto tenía la pistola en las manos, él
me preguntó: -¿qué va a hacer? Le respondí: -eso lo decide usted, yo le estoy
contando. De usted depende lo que pase, la verdad yo quiero mucho a su niña.
Por este motivo no lo maté antes, lo único que le digo, viejo, es que yo le dije a
“Julio” que esta semana lo pelaba-. –Entonces, ¿qué hacemos?-, me preguntó. Yo
le dije: -vea yo le voy a seguir mamando gallo a “Julio”, pero usted sabe cómo es
la vuelta, por estos días no la cague-. Así nos pusimos de acuerdo en ese asunto.
En esos días se escuchaban rumores acerca de los paracos. Se decía que venían
entrando a la zona en donde estabamos. Un sábado vi subir a la guerrilla a
trabajar en los puentes, pasé por donde estaban para mirar lo que hacían, vi que
colocaban explosivos; les pregunté por qué hacían eso: por prevención, me
respondieron. En el momento no la cogí, estos manes trabajaron todo el día hasta
las siete de la noche; cuando miré a lo lejos, mis compañeros que venían como
alma que lleva el diablo cogieron canoas y potrillos, y se largaron. A mí se me hizo
rara esa vaina, pero estaba enguevonado. ¡Me pellizqué! Fue cuando un
compañero con disimulo me dijo: -¡pilas negro!, los panches están en la
Esperanza-. Cuando el man me dijo esto a mí me dio un susto tenaz porque estos
malparidos, de compañeros nuestros, nos dejaron sin forma de movilizarnos.
Mientras tanto, “Roberto” estaba de ‘lamberico’ ayudando a pelar un marrano,
entonces, como yo estaba tan azarado, lo llamé como tres veces; él no me paró
bolas, entonces se me saltó la chispa y le grité: -¡hijueputa, no oye que lo estoy
llamando!-. Cuando el man escuchó esto entonces si me prestó atención, nunca lo
había tratado así, se me acercó y me preguntó: -¿qué pasa, por qué me mienta la
madre?-. Le dije: -¡hermano, ¿cómo no le voy a mentar la madre si usted no pone
cuidado? ¡Viejo!, los panches están en la Esperanza y no se da cuenta que nos
dejaron aquí para que nos maten-. -¿Cómo así?-, me preguntó “Roberto”. Le
respondí: -¡claro!, se puso de un color verde papaya del susto. -¿Qué hacemos?-,
me preguntaba. -No sé-, le dije, -no ve que no tenemos cómo movernos, lo único
que sé es que los panches no se meten a estas horas, ellos de meterse lo harán
de las cuatro de la mañana en adelante-, le respondí. Entonces me dijo: -yo no voy
a dormir hermano, yo me quedo afuera. A mí no me cogen con los calzones abajo,
a mí me matan pero corriendo-. Yo le dije: -yo hago lo mismo, qué puedo hacer yo
con una pistola, sabiendo que caer en mano de los panches significa que le pegan
la matada del sapo-. El miedo no es de morirse sino saber que si lo cogen a uno
vivo lo despedazan con motosierra, esto le da miedo a cualquier hombre por
macho que sea.
La noche era una noche tenebrosa y muy oscura. No sé si era por el susto, pero
no era una noche común y corriente. El cielo estaba encapotado, no corría brisa,
esto nos ponía más nerviosos, las malditas horas no corrían. Tipo cuatro de la
mañana me dijo “Roberto”: -¡mire compadre lo que viene allá!-. Al principio de la
noche estaba oscurísimo pero en la madrugada salió la luna y nos permitió ver
claro. Cuando él me dijo que mirara bien vi al puntero, más atrás a otro: -¡hermano
se metieron los paracos!- Pegamos una carrera como nunca, nos encontramos
con el caño pero ni este fue capaz de detenernos, sin pensarlo nos tiramos al
agua y nos metimos a la montaña. El zancudo y la palomilla se dieron un banquete
con nosotros, fue ¡tenaz! Luego nos pusimos a pensar con “Roberto”: -¡marica!-, le
dije, -¿no será que nosotros estamos corriéndole a la misma guerrilla? -De pronto-
, me dijo. -Pero es mejor que cuando este más claro y podamos ver bien salgamos
de dudas-. Así lo hicimos. Cuando estuvo bien claro salimos de nuestro escondite
par investigar, fuimos a la casa de un civil, preguntamos si los uniformados que
estaban en Puerto Flores eran guerrilla o paracos; un señor nos respondió: -debe
ser guerrilla-. Al momento en que se asomaban unos hombres él nos dijo: -¡Sí!, es
guerrilla y allá vienen tres-. Como los alcanzamos a ver nuevamente paticas ¿para
qué las queremos?
Recuerdo que nos tiramos a un rebalse. En este sitio se amaña mucho una
hormiga chiquitita, le llaman “majiña”. Este animalito pica como el diablo, nos
caían por montones, como pudimos salimos del rebalse, estábamos rascándonos
cuando vimos venir a “Julio” con otros compañeros de los cuales recuerdo los
nombres como si fuera hoy. Con él venia “Tolíma”, “Picudo”, “Maryuri” y “El
Pastuso”. Cuando “Julio” nos vio todos mojados nos preguntó: -¿ustedes qué
hacen aquí mamando gallo? Le respondimos: -no, camarada, los “panches” están
en Puerto Flores-. -¡Es pura mierda!, ustedes lo que son es miedosos-, respondió
este malparido-. Esto me sacó la piedra entonces le dije: -Pues sí es mierda, ¿por
qué no se mete usted, camarada, por Puerto Flores? Se emputó y nos respondió
nuevamente: -los espero donde “Sabanero”-. Le preguntamos por ¿dónde nos
metíamos? -¿Por dónde?, pues por Puerto Flores-, resolvió; le volvimos a
preguntar: -¿cómo putas hacemos eso?, no ve que los “panches” están ahí-. -
¡Ustedes verán cómo pasan!-, fue la repuesta de este perro. Les juro que en ese
momento lloré como mujer lo que no podía hacer como hombre, y descubrí que
éste man me estaba cobrando por ventanilla no haber matado a “Roberto”. Me dio
rabia ciega y le dije a “Roberto”: -¡hermano!, yo hasta aquí llego con las FARC E-
P. Sea lo que sea yo me voy a entregar, sean “panches” o Ejército, pero antes que
me maten hago matar ese hijueputa de “Julio”-. Cuando le estaba diciendo esto a
“Roberto” saqué la pistola y le dije: -¿qué va a hacer?, ya estamos sentenciados.
Se va conmigo o se muere aquí-. Yo creo que mi compadre me miró en los ojos la
intención de matarlo porque sí me hubiera dicho que no se venía conmigo les juro
que lo mato.
Con desconfianza y todo le comenté en dónde estaban los explosivos, cosa que
se verificó. Cuando emprendimos el regreso; como yo estaba tan piedro con
“Julio”, le pregunté al capitán si quería bajar al comandante del área, que si así era
yo se lo entregaba. -Yo sé en dónde está y nos está esperando-, le dije. El
capitán, inmediatamente, montó operativo no sin antes explotar, de forma
controlada, los explosivos. Recuerdo la trocha, es ancha pero tiene curvas, en una
de ellas se encontraron cara a cara la guerrilla con el Ejército; como la sorpresa es
tenaz cuando uno se encuentra con el enemigo así de frente, y es al que primero
reaccione, gana el primero que se mueva. El primero en reaccionar fue un soldado
que dio de baja aun guerrillero de nombre “Jarry”, los otros ‘guerrillos’ se
enmontaron. El capitán nos llamó a “Roberto” y a mí, nos preguntó cómo era la
manera de llegar a donde el comandante; le dimos las indicaciones y se organizó
la vaina, le dije al capitán: -si agarra ese hijueputa me deja matarlo, ¡yo lo mato!-;
no sé sí fue charlando que me respondió: -‘¡listo!- Con esa promesa nos dirigimos
a la casa en donde “Julio” nos había mencionado que nos esperaba. Se tendió el
cerco pero como los soldados dieron tanto visaje, “Julio” y sus hombres los pillaron
y se volaron. Todo esto sucedió el mismo día domingo.
El día martes nos llevaron a la Fiscalía donde la cosa se puso fea porque me tocó
con una fiscal. Esta vieja condenada, con ganas de joderme y mandarme par el
‘tatuco’, me hacía varias veces las mismas preguntas. Antes de sacarnos a la
Fiscalía un coronel nos propuso volver con ellos a un operativo, como nos
negamos, nos dijo: -entonces se van para la cárcel-. Le respondimos: -¡haga lo
que quiera!, pero no vamos-. Esto lo expresamos en la Fiscalía. Como teníamos
un trato con los compañeros milicianos, cuando nos preguntaron sobre ellos, no
dijimos nada. Con nosotros sacaron a “Nivelson”, que es el nombre del man al que
“Roberto” le echo paja. A ese man si lo acusamos estando en la Fiscalía. Los
‘paras’ entraban y decían: -¿este es el tal “Nivelson”?- Este man estaba bien
asustado, terminó la diligencia con la Fiscalía y regresamos al batallón; lo primero
que hicimos fue hablar con los milicianos, les dijimos: -de ustedes no hablamos
nada-. Uno de ellos nos dijo: -¡ojala sea así!, porque sino les echo paja y nos
vamos todos para la cárcel-. Al rato de haber llegado de la Fiscalía, nos mandó a
llamar el coronel Sarmiento y estaba putísimo con nosotros por no judicializar a los
milicianos pero no pudimos hacerlo porque nosotros teníamos el rabo de paja con
ellos. En este momento, creo, hubiera preferido decirlo todo porque, cuando
llegaron de la Fiscalía, inmediatamente los sacaron del batallón; no sé que verdad
sea pero lo último que supe fue que los ‘paras’ se los habían tragado.
El día jueves nos llevaron al aeropuerto del batallón, nos sacaron escoltados pero,
en un momento, el sargento encargado de nosotros desapareció. Nosotros
pensamos: nos sacaron para que nos maten los paras-, pero no. Cuando apareció
nos trajo ropa porque veníamos con unos pantalones cortos. Después de hacer
los arreglos pertinentes abordamos el avión y nos mandaron para Bogotá; esto me
daba un poco de tranquilidad pero también temor. Yo sabía cómo es Bogotá y si
antes que no tenía problemas con la justicia me fue tan mal, ¿cómo sería ahora
salir de la selva después de cinco años y llegar a una ciudad tan agresiva como
Bogotá en donde la gente es insensible y a nadie le interesa lo de nadie? Todo
esto me preocupaba pero tenía una esperanza, y era que me había acogido al
Programa de Reinserción.
Resulta que tenían que trasladar a unos muchachos de albergue, entonces nos
llamó el tal Rolando y nos comunicó lo del traslado, como estábamos amañados
en donde estábamos no quisimos dejarnos sacar, entonces este man se enojó y
nos dijo: -bueno, salen voluntariamente o los saco y, si no, nos vamos para el
Ministerio de Defensa para que los lleven para la picota-. Esto me sacó de casillas.
Entonces me le mandé con un cuchillo y le pregunté: -¡malparido!, ¿es que está
aburrido con la vida?, siga azarando para asesinarlo, yo vengo de donde no vale
nada la vida-. Ese man se salvó porque “Roberto” y “Coco” me cogieron si no, me
lo brinco por ser tan abusivo. Esto me causó problemas con don Guillermo, el
dueño de la corporación. Entonces se le explicó el motivo por el que me puse tan
bravo, le dijeron a Rolando que cuidado con el trato con nosotros pues alguno
podía joderlo; esto le sirvió de lección porque, con mi acción, este tipo le bajó la
espuma al chocolate y ya nos trataba con respeto y miedo.
Uno llega aquí como un niño desconociendo el funcionamiento de las cosas con el
Ministerio del Interior. Uno cree que al principio las cosas se arreglan fácil, pero
¡qué equivocado estaba!… aquí le toca a uno volverse hasta abogado empírico
porque, para hacer un reclamo, tiene que ser por medio de derechos de petición
para solucionar cualquier problema.
A los días nos entregaron un bono para reclamar ropa. No conocía ni tenía claro el
tiempo que debería estar en el programa. Fue así como me monté en un proyecto
productivo con unos compañeros. En el programa duré cinco meses pero no
puedo decir que recibí una formación por parte del programa. Lo cierto fue que me
monté en ese proyecto; durante este tiempo cometí la estupidez de aficionarme al
trago, de hecho, tuve problemas de alcohol y esto me causó más problemas de los
que tenía antes. Después de montar dicho proyecto y de ser aprobado por el
Ministerio del Interior, sin ninguna preparación ni psicosocial ni de plan de
negocios, me lancé a ésta aventura: desafortunadamente, tengo la manía de ser
muy confiado y creer en las demás personas; esto me ha traído muchos
desengaños en la vida.
Un día me fui para una fundación a hacerme un tratamiento para dejar el alcohol.
En ese momento me jodieron en el proyecto productivo porque, mientras estuve
en Silvania tratándome el vicio del alcoholismo, durante un mes, William convenció
a los demás para que me sacaran de la sociedad; esto lo hicieron en complicidad
con una funcionaria del programa de Reinserción de nombre Myriam, la cual se
prestó para lo siguiente: falsificaron mi firma en un acta en la que decían que yo
renunciaba a la sociedad. Yo no me di cuenta de esa movida porque estaba en
Silvania.
Le dije al policía:-¡yo eso no lo hago ni por el putas!- En ese tiempo todavía tenía
metido en mi alma y mi mente el haber sido guerrillero. El agente habló con ese
pícaro de director; después de conversar me llamaron y me devolvieron la plata.
Recuerdo que cuando salí le dije: -¡estate tranquilo que te voy aponer una bomba
ladrón!-. Así terminó mi tratamiento en esa fundación.
En este momento pienso cómo muchas personas utilizan a otras personas por
medio de la palabra de Dios y con una Biblia, debajo del brazo, joden a los demás,
y más a personas que en realidad necesitan ayuda pero terminan explotadas por
estos personajes.
Al día siguiente con el guayabo mas tenaz me di cuenta de la cagada pero eso no
me importó nada, yo tenía la razón de estar molesto por las acciones de los que
yo antes creía eran mis amigos. Esta situación duró como ocho días en los cuales,
el señor William, no se apareció por esos lares.
Como las cosas se pusieron tan mal y, tengo el problema de ser orgulloso, decidí
irme de la casa sin medir las consecuencias. ¡Claro!, cuando me pellizqué, estaba
en la calle y sin tener donde vivir, ni qué comer ni a quién recurrir. Empecé a
dormir en la calle y aguantar más hambre que un piojo en una peluca. Me llené
más de odio contra mis antiguos socios, tomé la decisión de recurrir al programa
para ver qué solución me daban en este problema. Pedí una cita con la doctora
Myriam, asesora del área de proyectos, cuando hablé con ella le expliqué lo que
me pasaba; me dijo: -pero, usted de qué se queja si usted firmó un acta en donde
aceptó la exclusión de la sociedad-. –Pero, ¿cuándo firmé dicho documento?-, le
pregunté. Entonces, me mostró un documento donde realmente aparecía mi firma.
Le dije: -¡yo nunca firmé ese papel!-. Claro que esta vieja estaba haciéndose la
idiota porque ella se prestó para que me hicieran esta marranada. Le dije: -
doctora, yo estoy aguantando hambre y durmiendo en la calle-. -¿Qué puedo
hacer yo?, ¡ese no es mi problema!- Esto me causó ira y dentro de mí dije: Pedro,
lo único que puede hacer es matar a uno de esos malparidos.
Escribiendo ahora esto les juro que muchas noches planeé cómo lo iba a hacer.
Pensaba: mato alguno de estos desgraciados y me voy a trabajar con los paras, y
solucionado el problema. Muchas veces fui con esa intención pero no me daban la
pata. Me concentré en luchar, en recuperar mi proyecto sin abandonar mi idea de
venganza. Empecé a mandar derechos de petición al la directora del programa;
esta señora, de tanto mandarle papeles, me envió una respuesta en donde me
decía que me presentara en el área de proyectos. Pensé: ¡esto se solucionó!
No sé, pero tengo algo: le caigo bien a las personas. Me hice otro amigo en el
albergue que me decía: -viejo Pedro, deje de andar con ese loco, hermano. Ese
man algún día o lo mata o lo embarca en un problema bien grande-. Yo le
contestaba: -no viejo el man, conmigo es todo bien-. Ante lo cual mi amigo me
decía: -bueno, eso es cosa suya-. Seguí saliendo con el problemático y, una
noche, le dije: -vamos para el centro-. -¡listo!-, me respondió. Nos bañamos y
salimos, llegamos al centro y nos metimos donde siempre llegábamos: es una
rocola en la calle 19 con avenida Caracas. Recuerdo que estábamos bien
prendidos; le dije: -chino, vamos a darnos una vuelta-, -¡listo!- me respondió.
Salimos, nos metimos a Caballo Blanco, un prostíbulo. Ahí estuvimos hasta el
amanecer; cuando salimos estábamos bien borrachos. En la esquina de la carrera
13 con 19 estaba un tipo pegándole a una vieja de las que trabajan por esos
lados. Mi amigo, cuando vio eso, dijo: -niche, pille ese man cómo le pega a esa
vieja-. Le dije: -por algo le estará pegando-. -A mí me emputa ver cómo un hombre
le pega a una mujer-, me respondió, y se mandó para donde estaba la pareja.
Recuerdo que cuando llegamos junto a la vieja y el man. Escuché cuando la mujer
le dijo a su agresor: -¡dame mis vueltas!- René le dijo al tipo que le diera las
vueltas a la china; el man le contestó: -¡no sea sapo! En esos momentos le dije: -
vamos viejo, ese problema no es con nosotros-. El tipo del problema me dijo: -con
usted también, negro-. No lo pensé, me le fui encima y lo empujé; el tipo cayó al
suelo, yo di la vuelta para irme cuando oí la gritería, no me di cuenta de nada, sólo
cuando los policías nos detuvieron me di cuenta de lo sucedido. Mi amigo le metió
unas tijeras al tipo del problema. Nos llevaron hasta el CAI de TELECOM, el
policía, cuando se dio cuenta que éramos desmovilizados, nos dijo: -los voy a
embalar-. Al rato llegó el herido pues la puñalada no fue tan grave. El policía le dijo
al ofendido: -¡póngales denuncio!, ¡métalos en problemas!- El herido dijo: -el negro
sólo me empujó, el otro fue el que me chuzó-. -Eso no importa-, dijo el policía, -
denúncielos y en el denuncio dice que lo atracaron y que le quitaron 500 mil
pesos-. El tipo lo pensó, el policía pensó mejor y dijo: -¡no!, no pongamos esa
cantidad, mermémosle-. Total, fijaron 280 mil pesos. Fue así como terminé en la
modelo donde estuve 30 días. Lo único que puedo decir es que fue tenaz, como
ex guerrillero, ir a caer a una cárcel manejada por los ‘paracos’… ¿se imaginan
eso? No deseo entrar en detalles pero fue horrible.
Empezó la presión para que presentara un nuevo proyecto. Así fue, presenté uno
para la compra de una camioneta pero no pasó, pues según el programa no tenía
la experiencia en este campo. Cuando miré que me estaban poniendo tanto
problema me puse a estudiar para poder, con base en lo que aprendiera, montar
nuevamente mí proyecto productivo. Me pidieron tomar un tratamiento para el
alcoholismo pero yo pillé que eso era por joderme. El señor Ángel Botero me
mandó una carta donde me dijo que presentara mi proyecto en un término de días,
le contesté, por medio de un derecho de petición, el motivo por el cual no
presentaría mi proyecto: me encontraba estudiando. Él, muy olímpicamente, me
contestó que se entendía como renuncia voluntaria al proyecto. Lo más irónico es
que después de no recibir nada le debo al programa la suma de dos millones 160
mil pesos. Con este argumento robaron mi proyecto.
Bajo esta decisión del señor Botero me condenó a sufrir más que rodilla de
zapatero, y este es el momento que todavía no he podido recuperarme porque,
escribiendo esta historia, me estoy comiendo un cable y veo cómo muchos
funcionarios públicos juegan con la paz del país.
Ellos no miden las consecuencias de sus decisiones porque condenan a una
persona con una vida diferente; cuando digo diferente es por que venimos de una
guerra donde no importa la vida, y uno muriéndose de hambre hace cualquier
vaina para sobrevivir. Esta situación me convirtió en una persona que crítica
muchos aspectos del proceso de reinserción.
Esta es la vida que me ha tocado. Como pueden ver no ha sido color de rosa, no
deseo que nadie piense que con esto me siento libre de culpas, es sólo poder
mostrarle a las personas que se rompen las vestiduras, al darse cuenta que uno
es desmovilizado y que levantan el dedo acusador, que sin conocer los motivos
por los que una persona puede cambiar su vida, es muy fácil señalarla. Muchas
veces pensé en regresar a las armas, ya no como guerrillero sino como
paramilitar. En el momento en que estuve más decidido a volver a retomarlas,
encontré a Martha, la mujer a la cual amé con toda mi alma y me cambió ese
pensamiento, me dio ánimo para seguir luchando por lo mío pero con todo, perdí.
En esa lucha por recuperar mi proyecto hice todo lo que pude pero pudo más el
capricho de un director de programa sin calidad humana. Cuando descubrí que
nada de lo que hiciera me devolvería mi proyecto productivo empecé a buscar la
forma de trabajar, recordé que en la cárcel me hice amigo de un paraco, lo llamé
porque el salió primero que yo, me preguntó: -¿esta dispuesto a trabajar?- -
¡Claro!-, le respondí. Entonces me dio un nombre el cual me reservo. Lo cierto fue
que me dijo que me presentara a Sanandrecito de la 38, le dije: -¡listo!, allá estaré.
Al día siguiente me di cuenta que habían puesto una bomba en ese lugar, esto me
detuvo, no sé qué es lo que pasa en mi vida pero cada vez que quiero tomar
nuevamente el mal camino algo sucede y me detiene.
Cuando descubrí ésta situación empecé a buscar una manera de encontrar paz
espiritual. Fui a amuchas iglesias cristianas. Por unos días me sentía bien pero no
podía encontrar la paz que deseaba. Entre todas esas cosas comencé a ir a
talleres psicosociales pero, sinceramente, no me agradaba mucho porque cuando
empezaban con el cuento de que nos tocaba cogernos de las manos, eso me
fastidiaba. De todas maneras seguía asistiendo, pero cuando llegábamos a esa
parte me salía del taller. Otra cosa que me molestaba era esa maricadita de hacer
muñecos de barro, yo me preguntaba: ¿cómo es posible?, yo todo un guerrillero
haciendo esas vainas, me sentía ridículo.
Con estas palabras quiero terminar mi historia, no sin antes pedirle perdón
primeramente a Dios, ya me perdoné y tengo la autoridad moral de pedirle perdón
a las personas que, con mis actuaciones pasadas, les causé daño directa o
indirectamente y por ultimo a todo el país de Colombia.
REFLEXIONES
4. Esta reflexión esta dirigida a las personas que, en pleno siglo 21, todavía
manejan el racismo. Esta reflexión la hicimos con mi compañera y
pensamos en blanco y negro: dos colores opuestos que han dado de qué
hablar, porque el racismo es algo que durante mucho tiempo se ha
practicado. Acerca del racismo muchos blancos no pueden ver a los negros
y viceversa, desconociendo que negro y blanco son un mismo corazón que
late igual y siente las mismas emociones. Lo irónico es que los blancos, a la
hora de elegir un vestido, prefieren el color negro porque es el ideal para
cualquier celebración y los negros preferimos, al momento de elegir, un
vestido el blanco. Nos gustan las mujeres blancas con la idea de que así
podremos mejorar nuestra raza y, de paso, chicanear a los amigos por
tener una mujer de ese color. Cuando hacemos la primera comunión, el
vestido debe ser blanco, las mujeres cuando se casan llevan vestido
blanco, porque esto significa pureza, los médicos utilizan batas blancas,
sean negros o blancos. Las velas negras se usan para el mal y las blancas
significan tranquilidad y pureza, las sotanas de los sacerdotes deberían ser
blancas y no negras. La paloma representa la paz y el chulo debería
representar la discordia. Entonces pregunto: ¿a qué jugamos sí en
conclusión el negro y el blanco nunca pasaran de moda y somos hermanos
que vamos de la mano y debemos seguir así?
Con estas reflexiones quiero dar por terminada mi historia y quiero dar las
gracias muy especiales al padre Leonel Narváez por haberme dado esta
bella oportunidad de convertirme en Líder de paz, al señor Jairo Díaz Ferrer
por su colaboración y a todo el equipo de La Fundación para
Reconciliación, porque sin su ayuda esto no habría sido posible. Desde el
fondo de mí corazón le doy las Gracias a María Teresa Rivera, Luz Faney
Vargas, Paula Monroy y Germán Pardo por haber tenido la paciencia para
enseñarme a escribir en computador y que Dios bendiga siempre a todo el
equipo de trabajo de La Fundación para la Reconciliación.
LOS HIJOS DE LA GUERRA SERÁN FRUTOS DE PAZ.
“…con esta historia quiero aportar un grano de arena a la paz de Colombia y decir que mis
hijos son un fruto para la paz”.
En el año 2000 mi vida era normal. Tenía un hogar, con un esposo, un hijo de
cinco años y otro de un año. Éramos una familia como cualquier otra, hasta
cuando comenzaron los problemas con Carlos, mi esposo: llegaba tarde, con
chupones, a tratarme mal y a pegarme. Al principio pensaba que debería aguantar
por mis hijos; mis amigos me reprochaban esta decisión. Hasta que una noche
llegó y me golpeó tan fuerte que decidí irme para Planadas, Tolima, donde vivía el
resto de mi familia. Llegué allá y comencé a trabajar en un restaurante, ahí llegaba
mucha guerrilla, tenía contactos con ellos. Una vez, uno de ellos, llamado “Oliver”,
que era primo mío, me dijo que él me contactaba con su comandanta llamada
“Mayerly”, que ella, de alguna forma, me podría ayudar.
Esa idea estuvo dando vueltas en mi cabeza. Quería un mejor bienestar para mis
hijos. Después de tanto pensarlo me decidí y, un miércoles, subí a una vereda
llamada San Joaquín, en donde mantenía “Mayerly”. Cuando llegué allá, ella me
recibió muy bien, me dio almuerzo y le dije que necesitaba que me ayudara, me
dijo que por qué no empezaba a trabajar como miliciana y que ella se
comprometía a darme remesa para mí y mis hijos. Acepté la oferta y empecé
ayudando a empacar las remesas que salían del pueblo, también a estar
pendiente de los chulos, es decir del “Ejército”.
A comienzos de 2001 volví a ver al papá de mis hijos y me dijo que por qué no lo
intentábamos de nuevo; al ver la alegría de mi hijo mayor Jefferson, teniendo a su
papá cerca, me puse muy indecisa hasta que tomé la determinación de volver con
él, y como cualquier mujer enamorada decidí darle otro hijo. Pensaba que de esta
manera él iba a cambiar pero no fue así: continuamos con los problemas y ahora
era peor pues decía que yo tenía otra persona, porque salía a veces a la ocho de
la noche a cumplir ordenes de la camarada “Mayerly”.
A él no le había contado nada de lo que estaba haciendo. Un viernes, en la
noche, tuve que salir y me demoré hasta las dos de la mañana, cuando llegué me
estaba esperando y comenzó a golpearme por todas partes delante de mi hijo
mayor. Me enfurecí y estaba resuelta a acabar con la vida de él; me dirigí como
pude hasta la habitación a sacar una pistola que me había regalado “Mayerly”.
Cuando fui a dispararle, Jefferson se interpuso y abrazo al papá, lloraba y me
gritaba que por favor no lo matara. No pude hacer nada, solamente guardé el
arma y esperé a que el niño se durmiera. Después de que se durmió me fui para
donde Carlos, él se había ido a beber, hablé con algunos compañeros y les
comenté lo que me había hecho. Al ver cómo estaba golpeada llegaron hasta la
mesa de él y le dieron dos horas para que dejara el pueblo, y así fue.
Esa madrugada había una escuadra en ‘acortinamiento’, y fueron los primeros que
tuvieron contacto armado con el enemigo, los demás comenzamos el apoyo pero
era mucho Ejército y tuvimos que retirarnos tras la persecución de los chulos. Lo
único que hacia era pensar en mis hijos y pedirle a Dios que me diera fuerzas para
seguir luchando por ellos. Al caer la noche estaba solamente con doce
compañeros y con la camarada “Mayerly”… el frío penetraba mis huesos y mi
cuerpo estaba totalmente mojado, no solamente por la lluvia sino también por el
sudor.
La noche se ponía más oscura y el terror era más grande pero sabía que no podía
echarme para atrás y a la hora que fuera, debería enfrentar al enemigo. Me había
aferrado tanto a mis compañeros y había visto tantas injusticias del Ejército ante
los campesinos, que no quería salir del grupo. Al siguiente día, a las seis de la
mañana, retomamos el camino hacia otro campamento; me parecía increíble estar
viva pero también me llenaba de ira al saber que no podía ver a mis hijos correr,
crecer y dormir. Pensaba cómo estarían de grandes, sí Andrés, el menor de mis
hijos, cuando me volviera a ver, me reconocería o no. Al llegar al otro campamento
me encontré un compañero que había venido de Planadas y le pregunté por mis
hijos, me dijo: -¡están bien!, mantienen preguntándole a la tía dónde está su
mamá-. Saber eso, por un lado, era un descanso pero por el otro era un
sentimiento de nostalgia: saber que estaban creciendo sin su mamá al lado.
Un grupo especial, en Junio de 2002, fuimos a hacer una toma militar al municipio
de Santa María, Huila. Llegamos lanzando algunos cilindros a la una de la
mañana, con el objetivo de destruir el comando de Policía, mientras el resto de la
tropa cerraba las vías de acceso y escape del enemigo. A las seis de la mañana
habíamos recuperado diez fusiles calibre 2.23 con sus respectivos proveedores, y
nos replegamos. Después de día y medio llegamos al campamento donde la
camarada “Mayerly” había ordenado que nos hicieran un sancocho y una chicha
de maíz. Los camaradas nos estaban esperando y, los dos días siguientes, no
prestamos guardia, puesto que la orden de la camarada “Mayerly” era que nos
dejaran descansar.
Aprovechaba los ratos libres para estar y salir con ellos; no tenía la valentía de
decirle la verdad a Jefferson. Cuando “Mayerly” me llamó y me dio la orden que en
ocho días debería estar allá, llamé a mi tía para pedirle que por favor viniera por
los niños. Se me rompía el corazón al ver cómo mis hijos se marchaban con
lágrimas en los ojos, pero sabia que tenía que continuar, ya no solamente por
tenerles un bocado de comida a ellos, sino por un compromiso que había
realizado con la guerrilla. Salí para el sitio que me habían indicado y me encontré
con los camaradas que hacia un año no veía. Era conciente de que seguiría con
un equipo a la espalda bajo sol o lluvia, ahí estaría luchando para obtener poder y
sabía que algún día lo lograría… sabía que no era fácil pero lo intentaría.
La lucha continuaba y cada día era más grave. Los bombardeos no paraban, las
emboscadas y las caídas de los compañeros eran seguidas. “Mayerly” tomó la
decisión de replegarnos hacia el comando, ya que nos faltaban más del 40 por
ciento de la tropa, pues habían caído en combate. Cuando llegamos al Comando
nos instalamos y recibimos reentrenamiento con nuevas tácticas de guerra.
Al llegar a Gaitania, Tolima, la camarada “Mayerly” me dio un millón 500 mil pesos
y me dijo que me fuera para Bogotá a buscar a mis hijos. La felicidad era tan
grande que no lo podía creer. Me quité el uniforme y salí hasta Neiva por Santa
Rita de Praga. Llegué y llamé a mi tía para preguntarle si tenía algún número
telefónico dónde encontrar a Carlos; me lo dio y lo llamé. Le dije que iba para allá
y él me respondió que me esperaba en el Terminal. Tomé una flota para Bogotá,
al llegar lo encontré y me llevó hasta donde tenía a los niños… mi felicidad era
inmensa.
También manteníamos patrullajes constantes por las zonas, eran muy pocos los
combates que teníamos esos días, ya que la tropa enemiga estaba replegada en
los pueblos.
El jueves de la misma semana “Mayerly” nos ordenó que nos alistáramos porque
venía un grupo de apoyo a recogernos para irnos hacia Chaparral, Tolima. Allí nos
estaban esperando el resto de compañeros que iban a conformar la compañía; al
llegar la noche montamos la seguridad y nos dijeron que al otro día llegaba el jefe
político de la nueva compañía; que se iba a llamar “Cacica la Gaitana”.
Desviamos el camino que teníamos trazado y llegamos muy cerca del municipio
de Alvarado en donde ellos se volvieron a encontrar con una gente del
Gobierno… a los dos días nos entregamos. Nos trajeron para Bogotá, nos dieron
los documentos que nos faltaban y comenzaron a darnos a ayuda humanitaria.
Salí, busqué a mis hijos y conseguí un apartamento para los cuatro. Luego de dos
meses “Robín” salió libre pues estaba retenido por algunos delitos que no habían
precluido, me dijo que quería tener un hogar conmigo. A Jefferson le conté la
verdad y lo aceptó como también a la relación con el ’flaco’.
Hoy los niños llevan una relación muy buena con él y, gracias a La Fundación para
la Reconciliación, que me dio unos talleres de Perdón Y Reconciliación, me
sensibilizaron y obtuve unas herramientas muy útiles en mi vida diaria. Logré
perdonar a Carlos y pude llevar una amistad muy buena con él. Ahora llega a mi
casa, tiene una conversación normal con “Robin” y compartimos lo que podemos.
Me siento feliz y segura con el hogar y la vida que llevo.
Hoy, con esta historia, quiero aportar un grano de arena a la paz de Colombia y
decir que mis hijos son un fruto para la paz.
POR LA MIRADA DE MIS HIJOS
“…día a día descubro que hay más cosas buenas que malas y que la vida es una sola, y es
tan bonita que no paga desperdiciarla en el mundo de la muerte”.
Me asusté mucho, si nos veníamos con el Ejército, que eran los buenos, ¿qué
estábamos haciendo con los malos? El médico, al notar mi preocupación, me dijo:
-mona, no te preocupes que estos paracos son familia y no te van hacer nada
malo-.
Le pedí a unos muchachos (paracos) que sacaran todo lo que había en el establo,
pero ya. Era una voz de desespero pues había heridos graves; en diez minutos
todo estaba listo. Cogí una cuerda que atravesé de lado a lado y comencé a
colgar líquidos y a canalizar venas. Ahí empezó mi trabajo con los paras,
estuvimos tres días, los muchachos me dieron una hamaca para descansar las
horas que podía. También me dieron buena comida y buen trato. Yo los vi como
la gente que trato siempre: común y corriente, sólo que estos tenían camuflado y
fusil.
Al tercer día cuando nos íbamos a venir, todos nos despedían con agrado, nos
hicieron sentir como héroes, sobre todo los patrulleros.
El “comando Luís” nos mandó a llamar “dizque” para darme las gracias por mi
desempeño, pues, según él, nunca había visto una enfermera tan dedicada a su
trabajo, le sorprendió que yo les diera la comida con mi propia mano; me dijo: -
tome mona, pa’ la gaseosa-. Era un sobre de manila grueso.
Yo, en ese momento de alegría me dije a la vez que me pregunté: -se gana fácil,
¿y en dónde quedan tres días de no dormir bien trabajando con las uñas?-
Regresé a Cartago y recuerdo que les compré a los niños camas para cada uno,
televisor de 21 pulgadas e hice mercado para todo el mes.
Todo siguió normal. Los días pasaban comunes y corrientes. Meses después el
médico me dijo: -mona, prepare la ambulancia, hay una emergencia rural-. Ya
sabía, unos cuantos días de duro trabajo por una quincena triple. Así empecé a
trabajar con el Bloque Central Bolívar en los departamentos de Santander del Sur,
Eje Cafetero y Venezuela.
Para 1999 me dijo el médico que íbamos a trabajar en Venezuela por un periodo
de un año. Me iban a pagar dos millones de pesos mensuales, y cada tres meses
podría venir a saludar a los niños.
Mi vida siguió normalmente: del trabajo a la casa, los niños, todo normal, hasta
que llegó el mes de octubre. El médico me dijo que íbamos para Caquetá por un
término de diez días y que me iban a pagar muy bien. Pensé: ¿Caquetá? ¿Qué
es: selva, guerrilla y serpientes? Sentí mucho miedo, no me encontraba preparada
para estar en un lugar así, pero también pensaba cuánto dinero iba a ganar.
Fue así como deje a mis hijos con una amiga vecina pues era sólo por diez días.
Partí con el médico para Caquetá. Viajamos por tierra, llegamos a Florencia, que
es una ciudad pequeña; el medico me dijo que el 70 por ciento de la gente era
ley, o sea: FARC, Paramilitares, Policía, GAULA, DAS, Ejército, todos juntos en la
misma ciudad. Con la experiencia que yo traía de Venezuela y con ese ambiente
tan pesado ya quería salir de la ciudad. Nos recogió una camioneta, salimos de
Florencia y llegamos a Valparaíso, allí cogimos un Jonson y nos adentramos río
arriba, fueron cuatro horas admirando lo que de verdad es selva: su flora y su
fauna. Incluso, el río Pescado que parecía un mar, pues nunca había conocido un
río tan grande, con peces grandes, pirañas y guíos (anacondas). Finalmente,
llegamos a la terminal del 50, el desembarcadero de los paras.
A los pobres caballos les tocaba alzar las cabezas para pasar. El lodo me llegaba
a la cintura, me dio mucho miedo de que me saliera un animal raro (culebras,
caimanes y babillas). El médico también iba incomodo pero no decía nada. La
verdad, con esta situación, yo me quería devolver. Presentía que esto no iba a ser
fácil. Después de montar casi tres incómodas horas en caballo llegamos al
campamento en la noche, y el zancudero ya me tenía desesperada. Nos recibió
“Cuatro Ocho”, comandante del bloque: un metro con 60 de estatura, gordo y muy
barrigón. Nos dio la bienvenida y mandó a unos patrulleros a conseguir unas botas
pantaneras, según él para “sus pupilos” o sea, nosotros.
Caminamos una hora más y llegamos a una casa grande donde no se veía nada.
Entramos y me di cuenta que era una escuela abandonada. En un salón había 15
heridos y en otro había 20, para un total de 35 heridos por atender. No había luz
ni agua. Ese día me di cuenta de la utilidad de las gaseosas que no son
negras, con ellas lavamos heridas.
En esa época llevaba más de un mes sin ver a mis hijos, sin ver dinero y el trabajo
parecía no tener fin. Cuando vi al médico que se preparaba para salir me dio
mucho desespero ver cómo se organizaba y a mí no me decía nada. Entonces le
pregunté que si nos íbamos. Se quedó mirándome y me dijo: -monita, me voy yo,
porque me necesitan en otro bloque, tú no te puedes ir porque, como ves, nos
siguen llegando muchos heridos. Pero, ¡no te preocupes!, tú te vas cuando llegue
la enfermera de Caucacia.
Me puse a llorar, sentí mucha tristeza y mucho miedo, al verlo partir, me sentí sola
y desprotegida. Después, para un sábado, llegó el comando “Cuatro Ocho”, quien
me mandó a llamar. Me ordenó sentarme en frente de él, me dio comida y
charlamos un buen rato, en el que me sentí incomoda todo el tiempo, pues me
miraba morbosamente de pies a cabeza. De repente, me preguntó: -mona, ¿usted
copia o no copia?-. -¿Copia?-, y le pregunté qué quería decir con eso; me contestó
que sí dormía con él esa noche. Me dio una ira tal que hizo que parara
inmediatamente, a la vez que le recordé que yo era la enfermera general del
dispensario y no la cantimplora del bloque. Él también se puso de pie mientras le
cambiaba la mirada y el rostro, me dio una palmada en la cara que me tumbó al
suelo, sentí mi cara caliente y veía estrellitas, me colocó su bota en mi pecho
aprisionándome hasta casi ahogarme, sentía que se me iba el mundo y me dijo: -
¡perra hijueputa!, ¿a quién cree que le está hablando? Yo soy su comandante, que
si le dice que el cielo es morado es por que es morado, y cuando vaya a dirigirse a
mí, me pide permiso primero, ¿me entendió pupila hijueputa? Se alejó y me dejó
ahí tirada, casi no me puede levantar, duré con dolor e hinchada la cara 15 días.
Cuando pude hablar en forma con el médico, pues siempre hablaba conmigo de
entrada por salida, argumentando que tenía mucho trabajo, le conté lo que había
pasado con el comando, esperando que con lo sucedido me sacara de inmediato
de allá. Pero lo que tristemente me contestó fue: -mona, eso no es nada, ¿quién la
manda a ser la única mujer, alta, mona y tetona del bloque?- En esos momentos
se me acabó el mundo, no entendía lo que estaba pasando: primero se marchaba
sin mí, no me pagaban lo que me debían, no me había comunicado con mis hijos y
ahora esto. Sentía perder fuerzas, sentía perder la noción del tiempo, sentí que
algo me absorbía pero no sabía qué era.
Días después teníamos como 30 heridos; eran como las 11 de la noche. Llovía
mucho cuando me timbraron por el radio: era “Cuatro Ocho” que llegaba para
quedarse. Yo le pregunté que en dónde se iba a quedar, pues el rancho era
pequeño y estaba repleto, no me contestó. Cuando llegó, sacó a todos los heridos
y los mandó a dormir en el establo, cuando fui a salir él no me dejo, le dije que los
heridos me necesitaban y me pegó un grito diciéndome que yo no acababa de
aprender. El muy desgraciado volvió a tumbarme, cuando me fui a parar unos de
los escoltas me metió la trompetilla del fusil a la boca y ”Doble Cero” empezó a
tocar mi cuerpo. Pensé por un momento que me iba a tomar a la fuerza o me
iba matar. En medio de mi angustia cerré los ojos, pues ya era el final. De repente,
se paró riendo a carcajadas, su escolta sacó su fusil de mi boca y me mandaron
para el establo. Bebieron toda la noche mientras los heridos se quejaron del dolor,
pues con el frío que hizo, las heridas dolían más.
En ese momento me puse a llorar y traté de explicarle que no tenía con quien
dejar los niños. El me dijo que los dejara con mi mamá, yo le aclaré que no tenía
mamá y él, de un grito, me dijo: -mire a ver con quien los va a dejar porque usted
aquí todavía se demora-.
Días después de mucho rogarle me dejó hacer una llamada para avisarle a la
abuela paterna, una señora de mucha edad, para que dejara a los niños con ella
hasta que yo pudiera regresar. Duré días llorando, casi no comía y trabajaba con
mucho desanimo. Ahí fue donde entendí en la que estaba metida.
Fue así como aprendí de armas: armar y desarmar desde Galil, Bastón Chino
hasta R-15, y para colmo, mi consigna era que cuando tuviera un herido debía
recuperar el fusil antes que al herido. Entonces me tocaba no sólo velar por mi
vida y mi fusil sino por el fusil y la vida del que cayera herido.
Conocí del Caquetá sus selvas, ríos, pueblos y su gente. Los comandantes me
decían que a la población civil no se la podía tratar bien ya que eran auxiliadores
de la guerrilla. A mí no me importaba pues no me habían hecho nada y fue así
como me volví la enfermera de los caseríos donde llegábamos, donde había gente
enferma con, la ayuda del médico, les brindaba ayuda, les dábamos
medicamentos y, a veces, cuando no tenían para comer, yo sacaba a escondidas
del dispensario comida y les llevaba. Fue así como muchas veces los supuestos
auxiliadores de la guerrilla me avisaban cuándo venía el Ejército o la misma
guerrilla.
En ese tiempo ya pensaba en volarme a buscar a mis hijos; no era tan fácil
hacerlo de un terreno tan difícil como el de Caquetá en donde el 60 por ciento del
departamento es selva. Del río hacia la derecha estaba el Ejército y del otro lado
estaba la guerrilla, donde nos encontrábamos nos dábamos plomo. En ese corre
corre pasé 70 meses en una guerra que para mí era tonta, inútil e injusta.
La gente que conocí en las AUC no estaban allí por ideales ni mucho menos por
‘la causa’, ellos llegaban ahí por dinero. Cuántas veces vi cómo el comandante
“Cuatro Ocho” se paraba en frente de los nuevos reclutados y les decía: -el
“Bloque Central Bolivar” es una empresa que genera empleo. Aquí, mis
muchachos, les vamos a pagar 450 mil pesos mensuales, van a tener 200 mil
para su comida y, si ustedes caen heridos en combate, ahí pueden ver un buen
médico con la enfermera y buenos medicamentos. ¡Ah!, claro que sí llegan a caer
muertos en combate lo mandamos a su casa con 15 millones. Así que, mis
pupilos, dejen claritos los datos de su dirección y su familia-. Todo era mentira
porque no pagaban mensualmente, pagaban cada nueve meses, tres de los que
debían, y la plata de la comida de los patrulleros la cogía el comandante de
escuadra y se la bebía en compañía de trabajadoras sexuales. Los pobres
patrulleros comían arroz, atún y frutiño todo el mes. Quizá no mintió con lo del
médico y el dispensario pero en lo que sí mentía era en lo de la plata de la familia,
porque casi siempre a los muertos los dejaban enterrados en el monte. Los datos
de la familia eran por si el soldado se ponía de sapo para entonces ir a
cobrárselas a los suyos.
Aclaro que aunque el médico “Dolorán” es un asco como persona, como médico
es una eminencia. A su lado aprendí muchas “perradas”, como él decía, pues
aunque no soy enfermera titulada, él me hizo enfermera de combate. Por eso es
que puedo decir que soy de las poquitas personas que fui a la guerra a salvar
vidas.
A pesar de que la guerra es otro mundo, una vez le escuché decir a mi comando
Carlos Castaño que las AUC se habían creado para la liberar a la población civil
del yugo subversivo de la guerrilla: es ahí en donde no entiendo, por que donde
llegaban los paras desplazaban a la gente, violaban a sus niñas y maltrataban a
sus mujeres.
Más triste todavía es el recuerdo cuando llegamos a Yurayaco y el comandante
dictó toque de queda para saber quién era auxiliador de la guerrilla. Cuando
salíamos del poblado se nos atravesó un niño, por ahí de ocho añitos,
apuntándole al comandante. Al menor se lo trajeron con los del grupo y
empezaron a hacerle inteligencia y é confesó que era guerrillero. Yo pensé que,
como se hablaba de cese de hostilidades, lo iban a llevar a la Cruz Roja, pero ¡qué
va!, le amarraron sus manitas atrás, lo hicieron arrodillar, cavaron un hueco y le
cortaron la cabeza. Ese día lloré su muerte porque me miraba y no podía hacer
nada… estaba en la misma situación de él.
Para junio de 2005, en una mañana, como a las siete y 30, llegó una señora
pidiéndome que por favor fuera a revisar a su hija quien tenía vómito y daño de
estómago hacia varios días, sin que le valieran las ramas que ella le había
preparado. Yo me dirigí a mi comando “Peque” a solicitarle permiso para ir hasta
donde estaba la niña; el comando me dijo que esta vez me tocaba ir sola por que
tenía a la gente ocupada, yo le dije que eso no importaba; en ese momento me di
cuenta que había llegado la hora de irme, o era ya o no era nunca. El comando
“Peque” me preguntó que cuánto tiempo necesitaba, a mí me temblaba todo. Un
frío me cubrió el cuerpo pero yo, firme ante él para que no notara el susto tan
verraco que tenía, le contesté que todo el día, ya que la niña era de observación.
Él me dijo que me presentara a las 18 horas, cuando de verdad con cinco horas
era más que suficiente.
Yo conocía, para ese momento, más o menos el territorio. Ya no era la mujer llena
de miedo que había llegado años atrás, a lo único que le tenía miedo era a Dios y
de Él sentí su presencia todo el tiempo. Aprendí que nadie se muere en la víspera,
uno se muere el día que le toca; eran muchos años lejos de mis hijos y sí seguía
allá, a esos dos, sí los iba a perder y mi vida, sin ellos, carecería de sentido.
Monté el caballo y salí. En menos de dos horas estaba allá, le apliqué a la niña el
tratamiento correspondiente, le pedí a la señora ropa civil pues le dije que tenía
que ir a Valparaíso por unos medicamentos, que por favor me guardara el fusil
bien escondido; que mis compañeros llegaban por el más tarde o al otro día. La
señora me dio una sopa de pasta, me di la bendición y empecé a caminar muy
rápido. A ratos corría pues sabía que el tiempo en que no conocían de mi huida
era a mi favor. Caminé y caminé hasta que la oscuridad no me dejó ver, yo quería
seguir pero era imposible, podía correr el riesgo de desubicarme y terminar en un
campamento de la guerrilla o, para completar, del mismo grupo del que
huía. ¿Qué me esperaba esa noche?, no sabía. Estaba cansada pero no tenía
sueño; no sentía hambre. Claro que el zancudero se encargó de tenerme
despierta toda la noche. Me tocaba el rostro y me sentía chichones como un
monstruo, también sentí miedo de las culebras y, aunque orinaba en círculo para
que no se me acercaran, no sabía qué tan válido podría ser. Escuchaba ruidos
extraños: con tanto animal raro que había allá uno no sabia qué era, sí eran
espíritus ya les había perdido el miedo de tanto arreglar cadáveres desfigurados,
descompuestos y, a veces, en una jornada tan larga cargando muertos, guindaba
mi hamaca encima de los cuerpos y me acostaba a descansar. Esa noche no
sentí frío, sólo un poco a la madrugada.
Descansé un poco mi cuerpo pero la tensión era doble. Más que la noche anterior,
esa noche recordaba las palabras de mi comando: desertar se paga con la
muerte.
Hoy en día estamos bien los tres. Tenemos un bonito hogar, lleno de mucho amor
y respeto. Estamos llenos de proyectos que, día a día, vamos cumpliendo. Juan
David y Daniela son niños muy pilos y responsables con sus deberes, les encanta
el teatro y la música.
De mí les puedo contar que opté por el camino del perdón y de la reconciliación
como mecanismo para mejorar mi nivel de vida, gracias a La Fundación para la
Reconciliación, lugar en donde me abrieron las puertas, pues con todo lo que me
había pasado había perdido lo que en las Escuelas de Perdón y Reconciliación
ESPERE se denomina las tres S ( seguridad en mí misma, sociabilidad y sentido
de la vida). Vivía a la defensiva con todo mundo, me costaba mucho trabajo creer
en alguien y, lo peor, quería encontrarme con el médico para cobrárselas una a
una, quería vengarme, ya no era la misma de antes. Había mucho dolor en mi
alma y lo más preocupante era mi agresividad, la estaba desahogando con los
niños.
Fue cuando en las ESPERE conocí del perdón, porque aprendí que perdonar no
es justificar el comportamiento negativo de una persona. Perdonar es liberarse,
fue para mí pasar de la oscuridad a la luz y estabilizarme en mis sentimientos. Ahí
aprendí a comprender a mi ofensor, rompí las cadenas de dolor que me ataban al
pasado.
Hoy por hoy voy a los colegios hablando un poco de lo que me pasó, pero me
enfocó más en que ellos, los estudiantes con quienes me comunico, puedan
captar todo lo que se pierde de la vida por estar allá en el mundo de la guerra.
Hablo acerca de cómo, día a día, descubro que hay más cosas buenas que malas
y que la vida es una sola, y es tan bonita que no paga desperdiciarla en el mundo
de la muerte.
UN NIÑO A LA FUERZA HOMBRE
“...me entró la nostalgia y, en una casa abandonada, me puse a llorar, estaba solo y
recordaba todo lo que había perdido, en ese momento entendí que no debía decirme
mentiras con el pretexto de que todo era a causa de la guerra, de mi parte había puesto
mucho”.
Soy Nacho. Nací el 3 de enero 1981 en una finca cerca de Maracaibo, Venezuela.
Por problemas familiares tuvimos que venirnos para Colombia… bueno, eso es lo
que me ha dicho mi mamá. Como se demoraron en registrarme mi fecha de
nacimiento aparece como nacido el primero de marzo de 1981. Esto lo cuento
para empezar a dar a conocer mi historia de vida. Creo que mi vida se ha basado
en cuatro etapas, cuatro mundos por decirlo así. Primero, mi infancia; segundo, mi
paso por las FARC – EP; tercero, estar en la cárcel y cuarto, la reincorporación a
la vida civil.
Del matrimonio de mis padres somos cinco hermanos, cuatro mujeres y yo. Soy el
cuarto de la “cochada”. Tengo otros hermanos. Por parte de mamá son dos: un
hombre y una mujer; por parte de papá son cuatro: dos hombres y dos mujeres.
En total somos 11 hermanos.
Desde que tengo razón recuerdo que vivíamos en Cartagena del Chaira, Caquetá.
Papá tenía una ferretería y una casa donde vivíamos y que, al mismo tiempo,
funcionaba como bodega de la ferretería. Ésta quedaba frente al parque y la casa
se ubicaba terminando la pista aérea. En la casa vivíamos con mi abuela materna,
quien nos cuidaba cuando estábamos solos.
Un día estábamos jugando en la pista aérea y pasó un coche o zorra. Mis amigos
y yo corrimos a montarnos, yo quise hacerlo por el lado de una llanta pero me
enredé y caí. Cuando estaba en el suelo la llanta me pasó por encima de la rodilla
izquierda, me la disloqué, me llevaron cargado hasta la casa en donde me estaba
esperando la abuela, me sobó la rodilla y me la vendó. Me amarró de un pie con
un lazo a una viga de la casa, cerca de un arrume de tejas, como de dos metros
de alto. Mi abuela me hizo mi cama, allí dormía, comía y, para hacer mis
necesidades, me llevaban una bacinilla. Estuve un mes castigado hasta que se me
arregló la rodilla.
Tenía otro problema y era que me orinaba, entonces por la noche me envolvían en
una ruana y me amarraban de los pies a la cabeza y por fin logré solucionar ese
problema. En esos días había muerto un tío; una noche, cuando estaba
durmiendo, me asustaron. Sentí que me jalaron los pies, sentía como una tortuga
encima. Cuando logré reaccionar grite y llamé a mi mamá, me pasé a dormir con
ella. Hasta ahora sigo pensando que era un espanto.
Papá tenía un camión en sociedad con un tío de él. En ese camión traían los
insumos para la ferretería. Un día acompañe a papá a unos de sus viajes, íbamos
con una señora que le decían la ratona y era la moza de papá. Estuvimos en
Villeta, Cundinamarca. Era un sitio muy hermoso, había piscina y esa señora me
atendía mejor que mi mamá, por así decirlo. Cuando regresamos a Cartagena del
Chaira papá me recomendó no decir nada. Papá viajaba mucho, cuando él no
estaba en la ferretería quedaba un tío, y cuando éste se descuidaba, le robaba
monedas y me las gastaba en chicles. Me dolían mucho los dientes pero como me
gustaba mascar goma me aguantaba el dolor.
En esos días no supe nada de papá. Cuando volví a saber de él me enteré que
estaba en la cárcel en Cartagena del Chaira porque había matado a un tipo.
Fueron muchos los rumores sobre esa muerte, sólo él sabrá la verdad. Papá
también recibió tres impactos de bala en el cuerpo y decían que lo habían
capturado por los lados del río disfrazado de pescador.
Los domingos íbamos a visitar a papá. Uno de esos domingos íbamos bastantes.
Paramos el bus, yo me subí primero, cuando me di cuenta era el único que me
había subido, le grité al conductor que parara, seguro no escuchó y yo me tiré del
bus; no me pasó nada, afortunadamente. Sólo que mi tía le metió una madreada al
conductor y él nos llevó gratis. Estando de la visita en la cárcel llevaron a unos
payasos, recuerdo tanto que decían: “eso, eso, eso, un poquito de pan y un
pedazo de queso”.
Ese día la abuela paterna nos llevó una ropa usada que nos habían regalado.
Cuando llegamos a casa a mi mamá le dio mucha rabia, se puso a llorar y dijo que
ella no necesitaba que le dieran limosna y nos mandó a que devolviéramos la ropa
regalada.
A fin de año nos fuimos de vacaciones a una finca de un tío en San Vicente del
Caguán. La pase chévere. Madrugaba a ver ordeñar, a tomar leche recién
ordeñada con panela y limón, y ayudaba a mis primos a traer la yuca y el plátano.
En diciembre llegó mamá para la navidad, comimos dulce de papaya, buñuelos,
natilla, lo pasamos bien. Se acabaron las vacaciones y, de regreso a la escuela,
nos regalaron un pato y nos los llevamos para la casa. Empezamos a estudiar de
nuevo.
Lo primero que me gané en la vida fue un carrito y fui tan de malas que le faltaba
una llanta. Quedé muy desilusionado porque fue en una rifa y me salió incompleto
el premio.
Un domingo, día en que mamá mercaba, me metí debajo de la cama a pegar unos
muñecos con bóxer; cuando llegó sintió el olor y preguntó que quién estaba
jodiendo con el bóxer. Buscó y me encontró debajo de la cama y me dio una pela
tenaz. En ese momento no sabía por qué me pegaba. Hasta cuando estuve
grande supe los efectos que producía el bóxer y siempre pensé que me había
pegado por nada.
Viajamos una mañana y llegamos hasta por la noche, todo estaba oscuro porque
en ese pueblo no había luz, únicamente los fines de semana. Arrimamos a la casa
de una tía que vivía en Solita; ella hermana de papá. La saludamos y nos fuimos
para la casa, allá vivía mi papá con otra señora y una hermana.
Me matricularon y empecé a estudiar otra vez en el grado primero. ¡Qué pena!, era
uno de los más grandes del salón. Un día llego el Ejército al pueblo. Mi papá
compraba coca, yo no sabía que era eso y le conté a un amigo del salón que en el
patio de la casa habían hecho una caleta para guardar la coca; el profesor
escuchó y le mandó contar a papá, cuando llegué a la casa me pegó, yo no sabía
por qué, y papá tampoco me dijo nada.
En esos días llegó a vivir con nosotros la hija de mi madrastra. Una tarde
estábamos jugando a “la lleva” y recuerdo que venteaba mucho, puse la mano en
el borde de la puerta, me descuide un momento, la puerta se cerró y me agarró el
dedo corazón de la mano izquierda. Me lo destripó. De inmediato, llevaron al
hospital y me tomaron varios puntos, cuando llegamos a la casa mi papá me
regañó, me decía que me había pasado eso por estar brincando y así me tocó ir a
estudiar al otro día.
Una tarde, luego de llegar de la escuela, mire dónde papá colocaba la plata y me
le robé 15 mil 500 pesos. Esa plata era la de hacer el mercado para surtir una
tienda que tenía, claro que él se dio cuenta y empezó la búsqueda y me
preguntaba si yo la tenía, yo le decía que no. Me mandaron a la escuela para ver
si mi hermana estaba comiendo o había comprado algo y, mientras tanto, papá
buscaba por todas partes la plata. La había metido en la punta de un tenis mío y
papá empezó a buscar en los zapatos; los últimos eran los míos hasta que les
toco el turno y encontró la plata. Me preguntó si yo los había agarrado y le
respondí que no, me dijo que le dijera la verdad pero me tocó mentirle o sino me
“ganaba la lotería”, como él decía cuando me pegaba. Le dije que cuando yo
había llegado de la escuela mi hermanastra me los había pasado para que se los
guardara y que me había dicho que por la tarde me los reclamaba; aclaré que sólo
los 15 mil porque los 500 pesos me los había encontrado en el piso. Papá dijo: -
cuando llegue se los va a pasar, sí los recibe son de ella y si no, ya sabe-. Cuando
ella llegó la llamé para la pieza y le dije: -tenga lo que me dio esta tarde-, y ella
los recibió. Papá y mi madrastra estaban escuchando, entraron de una y le dieron
una pela tenaz, ella decía que no eran de suyos, pero ladrón no es el que roba
sino el que se deja pillar.
Por fin gané el año de milagro pero en la escuela dijeron que no me volverían a
recibir para hacer segundo. Eso no era nada, para ir de vacaciones papá dijo que
nos teníamos que aprender las tablas y si no, no íbamos. En esos días estudié
juicioso y llegó el día de presentar la lección; papá nos preguntó las tablas y todos
salimos bien. Nos fuimos para Florencia y mamá nos mandó para un lugar que se
llama Piel Roja a mis dos hermanas mayores y a mí. Hacía mucho frió, aguantaba
hambre y mi hermana mayor me pegaba, yo la prendía a madres, además le caí
mal a la señora de la casa en que estábamos y llevaba del bulto.
Con la hija de mi madrastra, una noche que estábamos solos, nos quitamos la
ropa y ella, con una linterna, se alumbraba todo y me mostraba. Como éramos
muy niños, no hacíamos nada. Empecé a estudiar en el colegio internado rural
Solita haciendo segundo con matricula condicional, mantenía enamorado de una
niña llamada Maritza, quien era compañera del salón. Papá acabó la tienda,
discutió con mi madrastra, le pegó y ella se fue dejándolo, yo permanecía solo en
la casa, iba a estudiar y almorzaba en donde mi tía. En la casa me la pasaba
comiendo leche con agua y guayaba con sal, me enfermé y corra para la
droguería: hubo inyecciones y pastas.
Una tarde me puse a pelear con mi hermanastra y la empujé sobre la cama y casi
le hago partir la columna. Terminé segundo, ¡lo gané! Papá ya había comprado un
almacén en compañía con un señor en Solita, me fui otra vez para allá, con un
poco de condiciones me recibieron, otra vez, en el colegio. Empecé juicioso, nada
de problemas. En el almacén comía lo que quería. Había unos álbumes de
chocolatinas y, para llenarlos rápido, me sacaba la caja completa. Le sacaba las
figuritas, comía lo que podía y el resto lo metía debajo de colchón. Un día me pilló
mi papá todo ese chocolate y me regañó, dijo que si quería que sacara de a uno,
que no fuera hambriento. Menos mal que no me pegó. Todo iba tan bien hasta el
día de las brujitas, estaban de moda las ganzúas: son alambres doblados como
una herradura con cauchos o ligas para lanzar pedacitos de naranja y a pegarle a
la gente. Ese día de las brujitas en el colegio me había robado un alambre del
solar de la casa para hacer una ganzúa y, jugando con una niña en el colegio, se
lo enterré en un pómulo, casi le saco un ojo.
Terminé el año, bueno me lo regalaron por que era muy indisciplinado. Volví a
Florencia, vivíamos en el barrio las Malvinas, nos pasamos a vivir a la casa de la
abuela de mi papá. Empecé a hacer cuarto grado en la escuela “El Torazo”. En
esa casa vivíamos una tía, mi madrastra, la hija de ella y yo. Mi madrastra
trabajaba en Solita comprando coca; una noche llegó borracha, papá estaba
acostado y ella comenzó a molestarlo, el man se paró y le pegó. Esa noche papá
se fue a quedar en donde la abuela. Papá tenía un camión y de vez en cuando me
llevaba a los pueblos. Una tarde estaba jugando maquinitas, alguien me vio y le
contó a mi tía, ese día no fui a estudiar, cuando llegué ella me preguntó por dónde
andaba, le dije que estudiando. Como le mentí, me pegó y me mandó el castigo:
de rodillas una hora. Mi tía se fue y quedé solo con papá, como la casa era
dividida me salía cuando él se acostaba y me iba para donde mi mamá. Al otro día
madrugaba y no pasaba nada. Un día papá ya se las había pillado, dejó que
saliera y me esperó en la esquina, cuando lo vi era demasiado tarde, ¡compadre!,
me llevó para la casa y me dio otra pela.
Luego me fui a vivir donde la abuela para acabar de estudiar, pero fue peor. En
vacaciones de mitad de año nos mandaron para donde mi tía, la de Cartagena del
Chaira. En esa finca, una noche, tuve relaciones con otra prima. Los fines de
semana nos íbamos a andar y romper los vidrios de las casas y corra. Mandaban
a llamar a mi abuela para hacerle el reclamo pero la abuela no me pegaba, ella le
contaba a papá pero como él no estaba, entonces hacía lo que me daba la gana.
Cuando él iba a llegar me fui de la casa de la abuela para donde mi mamá, allí sí
que era peor porque nunca fui a estudiar.
Me encontré con mi papá y le dije que si me iba a llevar con él, me dijo que sí. El
tenía un almacén en Sabaleta, Caquetá. Nos fuimos y los primeros días ¡chévere!,
me portaba muy bien, luego empecé a robarle. En algún momento me mandó a
hacerle un mandado, fui y lo hice, me quedé con las vueltas y las metí en una caja
de fósforos. En eso, mientras tenía la caja en la mano, mi madrastra me preguntó
qué era eso y me la quitó. La abrió, miró la plata y le contó a mi papá, él no me
pegó pero me dijo que por mañoso me iba a mandar para una finca a trabajar.
Dicho y hecho, en esa finca papá tenía unos cultivos de coca en compañía con el
dueño de la tierra, me tocaba rozar medía hectárea de montaña, yo afilaba la
peinilla y me iba a trabajar. Cuando empecé me picaron las avispas, me metía por
otro lado y también me picaban, entonces no hacía nada y me acostaba a dormir.
Volvía a la casa de la finca hasta por la tarde, me preguntaban cómo iba en el
trabajo y yo les decía que bien. Así fue toda la semana, me la pasaba durmiendo o
pescando, sacaba los pescados y los dejaba en la orilla porque decían que salían
de unos gusanos.
En esa finca llegó la hora de raspar coca y me puse a rasparla por primera vez. Al
principio se me ampollaron las manos, se me pelaron los dedos y no me rendía el
trabajo. Salí al pueblo y papá me preguntó que si ya había acabado de rozar y le
dije que sí, pero eran puras mentiras, le robaba galletas y leche condensada a
papá para llevar a la finca para cuando tuviera hambre. No faltó el sapo que le
contó; una tarde ya traía yo el encargo y me requisó, lo encontró y me pegó
delante de la gente. En adelante me dediqué al mundo de la raspa, nos dieron
trabajo en una finca pero como nos pagaban muy barato les hicimos huelga,
cuando llegó el patrón la mayoría se mamó de la huelga y nos echaron a 11 que
éramos quienes más molestábamos.
A partir de ese momento me fui a trabajar donde un señor que tenía bastante
coca, como no me rendía el trabajo me puse a fumigar, llevaba dos meses allí
juicioso sin salir al pueblo. Una noche nos pusimos a tomar aguardiente y de
medía en medía me emborraché, era la una de la mañana, estábamos jugando
micro y fui a comprar más aguardiente pero la señora no me vendió más, me dijo
que ya se había acostado. Un baboso que estaba en la tienda me preguntó que si
quería pelea, que si no me iba me pegaba y como era más grande que yo pues
tocó irme. Al otro día madrugué y me fui para el pueblo a tomar, de 450 mil pesos
que tenía me quedaron 11 mil 500, me comí dos tamales con una gaseosa y para
la finca, peladito, sin un peso.
En esa semana hubo una minga: es una invitación donde se reúne toda la gente a
hacer alguna actividad comunitaria. En ese ocasión era sacar una canoa de la
montaña al rió, para eso mataron una vaca y tenían un guarapo como de un año
de fermentado. ¡Cómo sería que me tomé cuatro pocillados y me emborraché
perdido! Cuando llagamos a la quebrada me llevaban dentro de la canoa, me bajé
y me metí dentro del agua, no sentía nada ni asfixia. Me estaba ahogando cuando
sentí que me agarraron del pelo, de no ser por eso me ahogo.
Me fui sin permiso de ese trabajo para una finca, cuando volví no me recibieron.
Me quedé a vivir en donde una familia de paisas, había un hijo de esa familia que,
a diario, quería pelear conmigo. Con los otros hermanos nos hicimos muy buenos
amigos, los fines de semana nos íbamos para el pueblo a bailar con unas
indiecitas de la vereda. Bailaban sabroso y todas las tardes, después de salir de
raspar coca, nos poníamos a jugar fútbol. Luego volví a la finca en donde papá
tenía la sociedad de la coca. Por las tardes nos poníamos a jugar fútbol; cuando
perdía, agarraba a decirle groserías a los del equipo ganador y corra porque me
perseguían para pegarme. Estaba aburrido porque, por fastidioso, ya casi no me
daban trabajo en ninguna parte, fuera de eso no me rendía coger coca. Papá casi
ni me dejaba entrar al almacén desconfiado de que me le fuera a robar algo, sólo
me acompañaban tres mudas de ropa, la única de salir al pueblo y dos de trabajar:
así se empieza volver uno degenerado. A veces ni útiles de aseo cargaba.
Un fin de semana que estaba en el pueblo, por la tarde, llegó una prima. Iba
acompañada de un man en una chiva; ella era su moza, me dijo que estaba
viviendo en Santiago de la Selva y le dije que yo me quería ir para allá y me
respondió que bueno, que al otro día por la mañana salíamos. Como a las cinco
de la madrugada viajamos. Llegamos a Santiago y, en la tarde, me encontré con
mi primo, hablamos, le comenté mi situación, me dijo que tranquilo, que trabajo si
había raspando coca, que el fin de semana él me ayudaba a conseguir trabajo. En
la primera semana nos tocó caminar mucho, íbamos con unos amigos de mi
primo, a él le decían “Jeringa” por lo flaco. Llegando a la casa matamos una
babilla, la pelamos y al otro día comimos su carne, estaba muy sabrosa. Ese fin de
semana nos pagaron, yo era el que menos cogía coca y me tocaba más poquito,
luego me abrí del parche de mi primo y con otra gallada empezamos a recorrer
fincas. Los fines de semana la pasábamos en los putiaderos gastándonos lo
poquito que nos ganábamos, la única ropa que tenía era porque un amigo me la
había vendido fiada… nunca se la pagué.
Para diciembre de ese año conseguí prestado lo del pasaje a Florencia, llegué y
qué tristeza no tener plata ni para llevarle un pan a mi mamá. Pasé ese fin de año
en la casa. Mamá ya vivía con otro señor, al principio él era buena gente. Mamá
todavía tenía la elba de comida, volví a trabajar con la señora de enseguida. Con
lo del primer sueldo compré cinco mil pesos en muñecos, soldados, aviones, todo
de guerra y por las noches, cuando llegaba, jugaba con ellos. En ese barrio estaba
enamorado de una niña hermosa, todo lo que le robaba a la señora me lo gastaba
con ella y sus amigas en helados. Cuando le dije a la niña que me gustaba, me
dijo que lo mismo, pero que yo era muy coqueto y molestaba a otras muchachas.
No le trabajé más a esa señora y me dediqué a lavar carros. Me iba bien. Por la
noche, cuando no había carros para lavar, los que estaban en el parqueadero un
amigo, con una pluma, los abría. Los sacábamos empujados. Afuera los
prendíamos y nos íbamos a dar vueltas por todo el centro, volvíamos y los
dejábamos con cuidado para no evidenciar que los habíamos movido. También
comíamos en una casetita en donde vendían toda clase de galguerías, por la
noche nos metíamos y sacábamos lo que fuera hasta que quedáramos llenos, eso
quebró y no volvieron a abrir. Una noche nos dieron a guardar el carro de la
alcaldía, intentamos abrirlo y se le disparó la alarma, toda la noche duró ese ruido
hasta que llegó el conductor, preguntó qué había pasado, le contamos que
lavando un carro le cayó agua y se disparó la alarma. Nos salvamos, ese día y no
trabajé más en ese oficio.
Le dije a un amigo que tenía una niqueladora que me diera trabajo y entré a
trabajar con él. Llegaba buen trabajo, piezas de carros, motos o armas. A este
muchacho le propusieron montar ese negocio en Sabaleta, Caquetá, le gustó y me
propuso que si nos íbamos a trabajar allá, le dije que sí, que yo había estado en
ese pueblo. Vale aclarar que cuando llegué fui a saludar a mi papá, me preguntó
qué estaba haciendo, le conté lo que hacíamos y comenté que los primeros días
nos iba bien pero que la gente con la que andaba tomaba mucho.
Compré un revolver calibre 32, tenía un amigo, él se fue a vivir con una muchacha,
bueno se la robó. El papá de la muchacha estaba de viaje y, cuando se dio cuenta
que le habían robado la hija, se devolvió. Yo estaba esa noche en la casa de mi
amigo, entre dormido escuché que decían: -¡abran la puerta hijueputas!- Cuando
desperté era el papá de la muchacha, tomé el revolver que no tenía tiros, abrí la
ventana y cuando asomé la cabeza, él tenía su revolver apuntándome en la sien,
menos mal que no le mostré el mío si no, quién sabe que hubiera pasado. Ese
señor se metió por la ventana y sacó a mi amigo para que lo llevara a donde
estaba su hija. Al día siguiente yo estaba en el almacén de papá cuando llegó el
papá de la muchacha. Papá, en ese momento, se fue para adentro; el señor me
llamó y me pidió disculpas, dijo que no le fuera a contar nada a mi papá.
En la tarde de ese día estaba jugando billar cuando llegó papá de viaje, le
contaron todo lo que había hecho su belleza de hijo y se fue a buscarme. Cuando
llegó al billar se quitó la correa y comenzó a corretearme, decía que no corriera,
que me iba a hacer llevar de la guerrilla si me seguía portando así, duramos como
15 días más en el pueblo y nos devolvimos para Florencia.
Estando en la casa llegó una tía que vivía en Cartagena del Chaira y le pregunté
que si me podía ir con ella a trabajar en su finca. Me dijo que sí y nos fuimos. Los
primeros días trabajé sembrando maíz, templando cercas, raspando coca y ahora
me rendía un poquito más.
Los fines de semana nos íbamos para el puerto en donde quedaban unos billares.
Allí tomábamos cerveza. A las dos de la mañana, por entre el monte, nos íbamos
para la finca, cuando no salíamos al puerto nos quedábamos jugando póquer o
moneda. Un día recochando nos pusimos alegar con un amigo y se metió un man
a defenderlo, nos pusimos a pelear, me estaba dando duro y le metí una patada
en la mano y se la tronché, pasó todo y no hubo mayores problemas.
Siempre que tenía plata me la gastaba en el barrio. En donde vivía mamá yo iba
de vez en cuando. Allá, mis amigos, me decían guerrero, la pasábamos bien
jugando, me cuadré una muchacha de servicio y me colocaron “manteca
sancocho” y me tocó dejarla. De una de esas muchachas me tragué tanto que con
una aguja en la mano me corté y me escribí su nombre, como si eso hubiera
servido de harto, porque siempre me terminó.
Con mi propia novia empezamos a tener problemas por culpa de un amigo mío
que tenía una fama terrible. Ella me dijo que si seguía andando con él me
terminaba. En esos días le dije a mi madrastra que me quería ir para Solita con
ella y dijo que sí y nos fuimos. Ella tenía una venta de jugo en un almacén
agropecuario y también tenía un estanco. Mi madrastra dijo que le administrara el
estanco y le dije que sí, que nos iba a ir bien. Conseguí una novia y compré un
revolver.
Por las cadenas del difunto su mamá me preguntó. Me dijo que si no había mirado
quién se las quitó y le dije que la primera que había entrado a verlo fue la
muchacha que estaba con él, y la señora dijo: -eso fue esa perra que se las robo-.
Eso fue un viernes, el sábado llegó un man y me dijo que le fiara tres cervezas,
que él era comandante de la guerrilla y que él había matado al muchacho el día
anterior porque era sapo del Ejército. Se fue y volvió, pidió otras tres cervezas y
dijo que había ido a mirar al finado y que había comprobado que sí estaba muerto.
Volvió a decir que él lo había matado y que le fiara ocho cervezas, se fue y el
domingo volvió. Me pidió que le fiara otras ocho cervezas, dijo que ya volvía a
pagármelas porque él era comandante de la guerrilla. Como a las siete de la
noche llegó mi madrastra a remplazarme para que fuera a descansar, me fui para
donde mi novia. Para ir a donde ella tocaba bajar por el lado de la cancha de
fútbol, cuando iba llegando escuché unos disparos, llegué rápido y me metí en
donde mi novia. Pasó todo y fuimos a mirar que era lo que había pasado, allí
estaba muerto dizque el comandante de la guerrilla. Resulta que era un man que
se hacía pasar por guerrillero, lo pillaron y lo mataron.
Y como en todo no han de faltar los problemas. Llegaron los míos. Había
conseguido otra muchacha y me gustaba mucho, ella tenía un niño y yo, por ir a
verla, descuidaba el negocio. La mesera aprovechaba y me robaba, cuando
entregaba cuentas me hacía falta plata. El primer fin de semana que salí
descuadrado entregué las cadenas por el saldo, el segundo fin de semana, salí
desfalcado como por 300 mil pesos y les dejé el revolver por la cuenta.
Ese fin de año nos fuimos para la discoteca con la mamá del niño, del estanco
saqué unas botellas de ron y unas de aguardiente y las metimos de contrabando.
Amanecidos yo estaba alegando con mi novia, me fui a acompañarla a su casa y
un amigo me dijo que, como él se quedaba cerca de allí y yo iba para lejos, llevara
su pistola. Era una 7.65, nos fuimos y por el camino iba a matar a mi novia de la
rabia que tenía, menos mal que no pasó nada.
El estanco quebró, le salí a deber 700 mil pesos a mi madrastra. Esa semana fui a
raspar coca, lo que me gané se lo traje; ese fin de semana abrimos de nuevo el
estanco. En el trabajo me había hecho amigo de un pelado casi de la misma edad
mía, 11 años. Iba a cumplir 12; un día llego un señor y me dejó una pistola para
que se la guardara y empezamos con mi amigo a jugar, le apuntaba al pelado y le
martillaba, lo que no conviene. Se le había quedado un tiro en la recamara a la
pistola, le apunté en el pecho, cuando le fui a disparar bajé la pistola hacía el piso
y disparé, salió el tiro, casi me desmayo del susto porque no sabía que tenía bala
en la recámara, casi lo mato por accidente y por la recocha.
Duramos dos fines de semana bien hasta que la embarré. Una noche, tomando, le
dediqué una canción y se ofendió, me terminó y le dije que sí ella no era mía no
era para nadie, y que si la encontraba con otro man la mataba. Yo tenía la pistola
en la casa, la mire en las piernas de mala manera y me fui para la casa a traer la
pistola. Cuando volví la habían escondido, esa noche me emborraché y me gasté
toda la plata. Al otro día, sin un peso, ni para una gaseosa, nos salió trabajo por
los lados de Mayo Yoque, Putumayo.
Dentro en esa finca la gente entraba pero no salía, eso era muy grande, había de
todo: discoteca, almacén, pista de aterrizaje para sacar la coca, entraba la plata y
llevaban putas sólo para que no saliéramos al pueblo. Éramos 15 los compañeros
de raspa, todos andábamos armados, yo tenía dos millones 800 mil ahorrados.
Una de las cocineras era la tía de uno de los compañeros, esta señora nos contó
que unos muchachos a los que les habían pagado se fueron para el pueblo y
nunca llegaron porque los mandaban a esperar a mitad de camino, los mataban y
les quitaban la plata.
Sin embargo nos fuimos y, preciso, nos estaban esperando. A los dos primeros los
mataron y nos encendimos a plomo, mataron a dos y nos hirieron a tres. Nosotros
matamos a cuatro de ellos. Les quitamos las armas e hicimos hamacas con
cobijas y, como pudimos, los sacamos al pueblo. Con la misma plata de los
muertos les compramos ataúdes y los enterramos, el dinero que sobró nos lo
tomamos porque esa gente, los muertos, no tenían familia.
En esos días me encontré con mi amigo por el que mi novia me había dejado, me
presentó unos manes del barrio las Torres, nos hicimos buenos amigos con los
pelados y, como yo andaba armado, pues más era el respeto. A uno de los
muchachos se la tenían montada en el colegio y me dijo que cuánto le cobraba por
ir a cascar al que lo molestaba, le dije que tranquilo, que después cuadrábamos.
Al man que había que pegarle le decían “Lunar de Puta “, al otro día me fui y lo
esperé a la salida del colegio, ya me habían dicho como era. Cuando salió lo
espere y era bien alto, lo dejé que agarrara una bajadita, eso fue en el colegio
Industrial, lo llamé por el nombre: -¡Rafael!-, conforme volteó le metí un puño en
un ojo, no se movió ni nada, yo pensé que me iba a cascar y mi sorpresa fue
cuando vi que se le llenaron de lágrimas los ojos y me preguntó por qué le
pegaba, le dije que no se volviera a meter con mi primo, que él ya sabia por qué
era. Por la noche fui y le dije a mis amigos que listo que todo arreglado, me dieron
cinco mil pesos y así fui a siete colegios más a hacer lo mismo.
Un día un man me dijo que necesitaba unos repuestos para su moto, cuadramos
con el parche al man que había que robarle la moto. En una fiesta con un
destornillador le rompí el seguro a la moto y listo, nos la llevamos para la salida
de Florencia, la deshuesamos y nos dieron 200 mil pesos por la vuelta. Por la casa
no andaba nada bien, empezamos a tener problemas con mi mamá porque me
había degenerado mucho, tanto que un día no tenía plata y, con un amigos, nos
metimos a una discoteca y cuando salimos cogimos un taxi, lo hicimos meter por
el barrio las Malvinas y, al bajarnos, encañonamos al taxista y le robamos el
producido. El man se bajó a perseguirnos y lo encañoné, menos mal que no tenía
tiro en la recamara; sí no, lo mato. Nos fuimos para la casa y al día siguiente nos
repartimos el botín, cagados 18 mil pesos.
Por las noches, cuando mi papá me daba los dos mil, yo tenía guardado 70 y a
veces 80 mil pesos. Esperaba que cerrara el almacén y, como él no volvía a salir,
corría para la casa a cambiarme y para ir a la discoteca. Papá me decía: -si salgo
y lo encuentro en la calle se gana la lotería-. Y qué, nunca salía.
Conseguí novias, trabajaba con papá pero vivía con mi tía y ella me hacía cuarto,
me alcahueteaba. Llegó al pueblo una muchacha, mayor que yo, a trabajar de
mesera y me gustó, fui un día y le regalé una manzana, la invité a bailar y nos
cuadramos, al otro día en el pueblo le decían atraca cunas. Con ella duramos 15
días porque terminamos y se fue para la guerrilla. Después me cuadré a una prima
de ella.
Por esos días era el reinado en el pueblo y mi nueva novia era la señorita del
campo, como éstos reinados se ganan no por la más bonita, sino por la que más
plata recoja, ese día de la coronación me le robé a mi papá cuatro botellas de
wiskey, tres de ron y cuatro de guaro. Tenía ahorrados 200 mil pesos y, por la
noche, nos fuimos para el salón comunal, saqué toda esa bebida y quedé como un
duro cuando le eché 150 mil a la caja de mi novia. Perdió el reinado como por
cinco mil pesos, nos fuimos para una discoteca, fié como 80 mil en trago y mi
novia me terminó, me agarré con un borracho y a lo que se dio cuenta quién era
mi papá me pidió disculpas, esa noche dormí con una mesera.
Llegaron al pueblo una señora y su sobrina a montar una discoteca, fueron donde
mi papá a sacar la bebida y me gustó la muchacha, yo fui y les deje el encargo. Al
salir estaban hablando en una mesa, me senté y se pararon, me dejaron hablando
solo y dije: -esta se las cobro por la noche-. Salí, me puse la pinta y volví para esa
discoteca, saludé a la señora; la sobrina no sabía colocar música y le dije que si
quería yo le ayudara. Cuando le dije eso se enojó, me dijo que si sabía mucho
pues que lo hiciera pero solo; coloqué musiquita un buen rato, puse salsa y la
invité a bailar, le pregunté por qué esa actitud conmigo y me dijo que yo le caía
mal, que no soportaba verme pero que bailaba bueno. La invité a una de ron,
luego empezamos a bailar amacizados y le dije que me gustaba, nos besamos y
esa misma noche nos quedamos juntos.
Con mi madrastra no nos llevábamos bien que dijera. Un día nos sirvió el
desayuno, eran huevos pericos y yo le dije a uno de sus hijos que dijera que eso
estaba como para atorar piscos; ella alzó los platos y dijo: -¡ahora tragarán mierda,
porque es lo único que hay!- Fue y le contó lo sucedido a mi papá por la tarde.
Papá me dijo que sí volvía a molestar a su mujer me tocaba a mi hacer la comida.
Al otro día, por la noche, yo estaba en la cocina molestando para que me sirvieran,
sirvieron unos panes y al chocolate lo movieron y chorreó el pan, me lo iban a dar
a mí y le dije que no, que eso no me gustaba chorreado, entonces sí se puso
brava. Salí callado y me fui, al otro día: -venga para acá joven-, dijo mi papá, -a
hacer su comida usted mismo-, y yo bravo. Eso sí, comía lo mejorcito, pero los
sábados y domingos que había mucho trabajo iba a almorzar donde mi tía y lo
hacia de pura maldad, hasta que papá se cansó y dijo que me siguieran dando
almuerzo.
Recuerdo que una noche con mi primo nos pusimos a jugar con mi tía en la
residencia, la tumbábamos, la arrastrábamos por el piso, la pasábamos bien y ella
se puso a llorar, decía que ni con los hijos ella había jugado así. Ya estaba
cansado de salir todos los fines de semana a bailar. Una noche tomé los tenis y
los metí en la alberca, los mojé para no salir porque me amanecía y al otro día yo
entraba a las siete a trabajar. Esa noche llegaron mis amigos a invitarme para que
fuéramos a bailar y les dije que tenía los zapatos mojados y no tenía plata; ellos
me convencieron de salir, tomé los tenis y les metí una toalla, medio los sequé y a
bailar.
Esa noche me fui para el almacén, tenía una gorra puesta y le dije a papá que
quería hablar con él. Llorando le dije que me quería ir para la guerrilla y él dijo que
no quería que me fuera, le dije que era decisión mía porque si me decía que no,
igual me iba a ir.
Esa noche me quedé con mi novia, ella sabía lo que iba hacer al otro día. Como a
las diez llegaron y me preguntaron qué había pensado y qué había dicho mi papá:
les dije que sí me iba, que papá no había dicho nada. Me mandaron a alistar,
conmigo había otro muchacho que también se iba para la guerrilla, arrancamos a
las cuatro de la tarde un siete de agosto de 1994.
Ingresé a la guerrilla ese día. Por la tarde nos fuimos en una canoa río abajo a la
vista de un poco de conocidos. Salimos al río Caquetá y partimos río arriba. Esa
noche llegamos a un pueblo, no lo conocía, Yapura, Cauca. Allí saludamos a un
señor, yo estaba muy contento y me sentía grande. Comimos y nos fuimos,
llegamos al campamento como a las nueve de la noche, cuando salieron a
saludarnos vi entre los que estaban a unos conocidos de años atrás: raspachines.
Me saludaron también. Estaba la que había sido mi novia, nos llevaron para una
caleta (la caleta es donde duermen), había un comandante y nos preguntó que
cómo nos queríamos llamar, que sí no nos poníamos nombre ellos nos lo
colocaban. Recordé el de un man que había estado molestando a mi última novia
en el pueblo y me coloqué ese nombre, al otro muchacho le colocaron “Gustavo” y
nos dijeron que esos iban a ser nuestros seudónimos para la seguridad de nuestra
identidad y la del grupo. Me dijeron que quien me iba a dar caleta era un
muchacho que dijo que dormía con el mono; se llamaba “Enrique”, él tenía de
dotación un revolver 38. Esa noche me tocó prestar guardia en el turno de dos a
cuatro, nos acostamos a dormir y, de repente, sentí un ruido. El camino del
puesto de guardia quedaba cerca a la caleta en donde estaba y venía alguien
corriendo, pegué un brinco y no se cómo tomé el revolver para ver qué pasaba,
era el guardia que venía corriendo, lo pararon y le preguntaron que le había
pasado, dijo que le había salido un caballo blanco y un man sin cabeza, yo le
pregunté que por qué no le había disparado, el contestó que se había paralizado
y, entonces, había salido corriendo, lloraba y me dijo que lo acompañara a prestar
el turno, me dijeron que no, que lo prestara él y que si no lo amarraban a un palo.
En esos días iba a salir una comisión de guerrilleros para los lados de Morelia y
necesitaban unos milicianos, yo quería ir pero me mandaron con los detenidos
para el campamento general a dejarlos. Esa noche me quedé con una guerrillera.
Al otro día salió la comisión y los milicianos que se tenían que ir. Quedamos solo
dos y nos mandaron a recolectar las finanzas del río Caquetá (gasolina, coca,
mercados). Por un mes la pasamos muy chévere, comíamos bien, dormíamos
bien.
Pasamos todo ese mes en el rió; recuerdo que para unas elecciones nos tomamos
la carretera que de Sabaleta conduce a San José del Fragua y no dejábamos
pasar ni un carro. Un día se metió un carro y le hicimos unos disparos al aire,
cuando el chofer se bajó todo asustado le preguntamos cómo se llamaba y dijo
Crisóstomo, porque donde nazca un diciembre le habrían colocado “Tutaina”.
Luego nos recogieron y nos reunimos en el campamento. “El Diablo” recogió sus
milicias, le dieron un presupuesto y nos fuimos; en esa comisión se volaron varios,
incluida la que había sido mi novia en el pueblo. Muchos no aguantaron el trote y
se abrieron. Un día se nos avisó que se habían volado cinco muchachos del frente
32 y que se habían traído los fusiles, que estuviéramos moscas porque iban a salir
por el lado del Diamante.
Arrancamos para ese lado. Yo tenía un revolver lo más grande, era una
‘guacharaca’ de ocho tiros y me preguntaron que si la sabía manejar, les dije que
sí. Como a la una de la mañana venía una moto, nos hicimos detrás de un
barranco, cuando iba pasando yo le brinqué y le dije ¡quieto!, como repuesta nos
prendieron a plomo; a un compañero que estaba detrás mío le pegaron un tiro en
la cara, alcancé a quemar un tiro pero ya los de la moto iban lejos. Luego se vino
un aguacero y el herido se quejaba de mucho del dolor, a lo lejos se vieron unas
luces y yo pensé que eran los de la moto y dije: -aquí nos matan si toca
defendernos con una guacharaca-. “Daniel”, quien era el encargado, tenía una
pistola con 500 tiros, y estaba escondido. Yo los recibiría de primero, les dije a mis
compañeros: -¡para las que sea!-. Llovía mucho, temblaba del frió y miedo.
Cuando los que venían estuvieron cerca les dije ¡alto! y les pregunté quiénes eran,
contestaron que venían de un culto, eran evangélicos, los alumbré y era una
familia, gracias a Dios; luego venía el carro a recoger el herido, no avisaron y
cuando pasaron, los prendimos a plomo. Al parar, nos dimos cuenta que venían a
recoger al herido, menos mal no pasó nada pero el carro quedó todo tiroteado y el
chofer estaba llorando.
“El Diablo” les desocupó a los de la discoteca todo lo que tenían en su casa, se los
robó allí mismo. No sé por qué “El Diablo” los quería matar a todos. Nos vestimos
de Policía y, al llegar a la casa del señor que buscábamos, éste salió corriendo y
lo alcanzaron. Lo mataron de una, su mujer nos dijo que corrió porque pensó que
era la Policía y por eso había corrido. ”El Diablo” dijo que el señor era un sapo.
¡Mentiras!, era sólo para robarle una mercancía (coca) que tenía guardada. Eso
pasó así, nos mandaron para un campamento cerca de Sabaleta. “El diablo” salió
con seis compañeros y nos quedamos 24, yo era el ecónomo y el oficial de
servicio; me tocaba racionar la comida ya que teníamos poquita economía.
Comíamos muy poquito y cuando la dejábamos quemar nos la teníamos que
comer. Recuerdo que nos quedamos cuatro compañeros, el resto se los llevaron
cerca del río Sabaleta, por la noche subieron tres detenidos: dos eran profesores y
una era la señora de la primera limpieza en la que yo había participado, en esa
limpia mataron a su marido y le desaparecieron a sus dos hijos... estaban
acusados de apoyar a los paramilitares.
En los días que tuvimos que cuidarlos la señora se acordaba de mí y me
preguntaba qué había pasado con los hijos, le dije que los habían tenido que sacar
para otro lado mientras se investigaba si eran atracadores o no. Ella me dijo que
por favor no le mintiera, que sabía que los habían matado. Le respondí que eso
era lo único que sabía, que los cuidaba seis horas en el día y, por la noche, seis
horas. Un día nos mandaron a esperar una comisión que venía a recoger los
detenidos, íbamos tres. Ya estando en Sabaleta nos avisaron que no los
esperáramos más porque no podían venir, que nos devolviéramos. Aprovechamos
para ir a unas fiestas a las que nos invitaron y nos quedamos, eran las dos de la
mañana cuando estando en la fiesta llegó “El Chato” y nos encañonó. Nos fuimos
y nos metió un repelo, nos dijo que nos iban a sancionar. ¡Si señor!, al otro día le
pasó el informe al “Diablo” y tuve mi primera sanción, 20 metros de trinchera y con
macana (un pedazo de tabla), no me dejaban usar pala.
Ese día, como a las cuatro de la tarde, nos mandaron a recoger en el campamento
general y no pagué la sanción. Esa noche nos quedamos en una casa cerca del
campamento alrededor de una laguna; ese fin de semana “El Diablo” salió a
recoger las finanzas a Solita. El domingo por la noche, a las nueve, escuchamos
unos ruidos y “Daniel”, el encargado, que era cobarde, dijo: -¡son las “pirañas”
(lanchas de asalto del ejército), recojamos lo que podamos y corramos!- Nos
metimos por el lado de la laguna con el agua al pecho y el ruido estaba cada vez
más cerca, anduvimos hasta las cuatro y medía creyendo que habíamos salido
lejos... mentiras, salimos al otro lado de la casa. Me puse puto porque si hubiera
sido el Ejército nos habían matado en el agua. Se escuchó otra vez el ruido y
“Daniel” arrancó de nuevo para la laguna, le dije que yo no me metía más, que sí
me iban a matar que lo hicieran ahí; me quedé con tres más y nos atrincheramos.
Siendo las seis, los de la lancha pararon en el puerto, pensé que ahí nos
moríamos. Y no, eran del campamento: nos habían mandado a recoger y estaban
perdidos. Los compañeros que salieron corriendo ya iban bien adentro, nos tocó
mandarlos a traer. Llegamos al campamento y nos ubicaron, yo estaba ofendido.
Menos mal que estaba planeada una asamblea general y me iba a desquitar, nos
mandaron a formar y dieron orden de pasar al aula; éramos como unos 95. El
comandante del frente no se encontraba en el momento, estaba en misión de
orden publico, se llamaba “Euclides”. El encargado o segundo al mando era
“Wilfredo”. Después de dar partes nos dieron la oportunidad de hablar a los
milicianos, pedí la palabra y dije lo que había pasado durante los tres meses que
duré como miliciano. Hablé de las muertes arbitrarias que había cometido “El
Diablo” para quedarse con algunas cosas en lo de la discoteca.
“El Diablo” se había quedado con todo, y de la mercancía tampoco había pasado
parte. Dije muchas cosas que el frente no sabía, ¡menos mal! que él estaba
presente y no podía negarlo. Por la noche, ya en la caleta, la mujer del “Diablo” me
dijo que él iba a salir de financiero a Solita y me iba a llevar para matarme en el
camino. Hablé con el camarada “Wilfredo” y le dije que quería ingresar a las filas,
que yo había pedido ingreso a la guerrilla y no a las milicias. Me respondió que
bueno, que pasara el equipo y listo, ahora estaba más contento.
En esos días atrapamos un negrito que era sapo del Ejército, lo tuvimos tres días
amarrado, luego me dieron la orden de matarlo pero que no lo fuera hacer a plomo
porque se escuchaba y la gente se asustaba, pues era fin de año. Afilé bien mi
peinilla e hicimos el hueco, el morocho presentía lo que le iba pierna arriba, se fue
a quitar una venda que tenía en los ojos y, “Morrocoto”, con un palo, le pegó un
golpe que lo dejo inconsciente, cuando cayó cogió la peinilla y le cortó la cabeza.
El Frente 14 nos entregó dos señores que teníamos que ir a llevárselos al frente
48, nos dijeron que teníamos que responder con nuestras vidas si les llegaba a
pasar algo, ya que eran recomendados por el camarada “Manuel Marulanda”. Uno
era del Salvador y el otro de Guatemala, los pasamos por Mononguete al
Putumayo. Les teníamos de todo ya que no los dejábamos hacer nada, andaban a
caballo, les lavábamos la ropa, de tomar les dábamos agua brisa y ron. Ellos por,
la noche, se ponían a contarnos historias de sus países, los entregamos a ese
frente y corra a ver si alcanzábamos la fiesta del 31 de diciembre que nos estaba
esperando. Cuando llegamos al frente de Curiillo, Caquetá, yo iba todo quemado
en las piernas, nos estaban esperando. Allí estaba más contento que marrano
estrenando lazo, cuando nos dijeron que salíamos otra vez para los lados de
Sabaleta a montarle una emboscada al Ejercito que se encontraba en San José
del Fragua. Se me bajo la moral al culo y nos cambiaron dos muchachos, uno de
ellos era “Chita” o “Vicente”, recién fugado de la cárcel de Florencia.
Salimos por los lados de Yurallaco, hicimos un retén en Medía Luna, es una ‘Y’
antes de entrar a Yurallaco, por la noche nos fuimos hasta Sabaleta a realizar
requisas. Cuando llegamos entré a “la discoteca del tío”, su mujer era brasilera y
tenía una hija llamada Diana que me gustaba desde hacía rato. Hablamos y nos
besamos. Luego me dijo que me saliera de eso; le dije que tranquila que se fuera
para Florencia que allá nos veíamos, que la quería mucho y que me hacía mucha
falta, ella me respondió que también sentía lo mismo.
Nos salvamos de milagro. Teníamos mucha hambre. Paramos un carro mixto para
que nos llevara hasta Sabaleta, una tía ya había escuchado del combate y cuando
me vio descansó, le dije lo que había pasado y que se calmara. Llegamos, todos
vueltos mierda, como a las cinco de la tarde, al campamento general; la enfermera
nos hizo curación y, esa noche me quedé con ella, se llamaba “Omaira”.
Aparecieron “Andrés” y “Chita”, como a los dos días. Nos hicieron formar y
sacaron 24 unidades (una guerrilla) y nos dijeron que tomáramos cualquier equipo
y nos dieran dotación de ropa nueva. Al otro día, temprano, salimos del
campamento. El encargado era “Alvaro Cabezón” y “Abelardo Pata e Fuete”, nos
dieron economía y arrancamos por el río Caquetá hacia abajo. Nos metimos por
Mayo Iloque, Putumayo. Estuvimos como tres días andando hasta llegar a un río
que se llama Suncilla; allí esperamos unos comandos conjuntos del Bloque Sur
que venían de pelear en Patascoy, Nariño. Nos dieron unas unidades más y
arrancamos toda la noche río abajo. Nos dieron más economía y nos contaron que
íbamos para el Caguán a pelear con el Batallón de Contra Guerrilla Móvil número
Tres, que estaba recién inaugurado y se iban a meter al secretariado.
En esa marcha la fuerza mía era Diana, en todo momento la estaba recordando y,
gracias a ella, no sentía cansancio. Llegó un momento en que descansamos cerca
de una casa y era lo más cercano a la base del Ejército de tres esquinas. Me iba a
pegar un tiro en una pierna para que me sacaran y volarme; cuando lo iba hacer
no fui capaz. Siempre pensaba en Diana, en ese momento lo era todo para mí. En
el camino nos poníamos a recochar; recuerdo al “Gato”, íbamos cansados y se
puso a contarnos que un día su mamá le había dicho que no se fuera para la
guerrilla, que eso era muy duro, que le tocaba prestar guardia, caminar mucho y
andar pesad. Él le había preguntado, en ese momento: -que, ¿usted es bruja o ha
estado por allá?- El “Gato” continuaba: -y me vine y ¡sí!, era verdad, esto es duro,
tenía razón la viejita-.
Me encontré una muchacha del frente 32. Ella estaba cansada. Le dije que si
quería le ayudaba con el equipo, más adelante a otra muchacha del frente
también le ayudé con el equipo y el chaleco, cuando llegamos a donde nos
íbamos a quedar, las muchachas, al recoger sus cosas, ni las gracias me dieron y
no las volví a remolcar. Un día cazamos micos y ellas decían que no iban a comer,
que el que comía mico comía humano. Por la noche los fritamos, luego los
probaron y casi no nos dejan... ¡eso que no querían¡
Nos retiramos como a la una de la tarde, llegamos a una casa y nos hicimos en
una lomita, mandamos a pedir algo de comida; por otro lado venía otro grupo,
pensamos que era guerrilla, traían los mismos distintivos. Los muchachos se
confiaron y, cuando estuvieron más cerca, se prendió la plomera, nos dimos
cuenta que era el refuerzo del Ejército. Yo tomé la ametralladora y con el rombo
logramos detener un poco la ofensiva. Perdimos buen armamento y combatientes,
cuando me reencontré con mi amiga, que se llamaba “Angélica”, nos abrazamos y
lloramos de alegría por estar vivos pero también de tristeza por nuestros
compañeros muertos. Le regalé una carpa, nos despedimos y se fueron para su
área, no volví a saber de ella.
Volví para san Antonio muy enfermo, cuando llegué me dolía todo, estaba
estropeado por lo del viaje. Me hospedé en la casa de un miliciano, le decían el
“Diablo”, otro diferente al primero de esta historia; era del frente 15. Mandé a traer
una pistola mientras al otro día llegaba “Leyder”, esa noche el miliciano y su
señora salieron a una fiesta, llegaron como a las dos de la madrugada, él venía
regañando a su mujer y dijo que le iba a pegar con un palo, le pegó dos veces,
entonces me paré y lo encañoné, le dije que si le volvía a pegar lo mataba, que si
no la respetaba a ella me respetara a mí. Salió y se fue, al otro día me tuvieron
que llevar para el hospital porque estaba muy deshidratado, me colocaron suero,
me recuperé y listo.
En esos días iba una comisión para el Caguán, me iban a llevar y me salvé por
que estaba enfermo, apenas me estaba recuperando. Ese fin de año la pasé
comiendo de todo, a principios de 1999 recibí la noticia de que los paramilitares
habían hecho una masacre en Sabaleta, y habían masacrado trece personas,
entre ellos mi papá. Por el radio me confirmaron que sí y preguntaron qué
planteaba, les dije que nada, que mi papá ya estaba muerto... ¿qué podía hacer?
Si iba al entierro me podían matar, mi tío y mi primo estaban detenidos, resulta
que habían parado un carro que llevaba dos mil millones de pesos, en el auto iba
una niña de 15 años, una señora y el conductor. A todos los mataron, y lo hicieron
para nada porque en un retén de la Policía intentaron chantajearlos y éstos no se
dejaron sobornar a la vez que los capturaron. De allí dependió la muerte de papá
porque el familiar de esas personas era un mafioso, “Carlos” se llamaba, y le
pagaba el impuesto de la coca a las FARC. Este señor no podía matar a mis
familiares y empezó a colaborarle a los paramilitares, en el momento de la muerte
de mi padre sentí rabia conmigo mismo y con el grupo por no cuidar un área con
bastante influencia guerrillera. Supe que a papá le habían pegado tres tiros en la
cabeza y dije que a las próximas personas que volviera a matar, morirían de la
misma manera.
Pasaron los días y me recogieron para ir al campamento general, supe que en otro
campamento tenían detenidos a cuatro paramilitares y, entre ellos, estaba el que
había matado a mi papá, pedí traslado rápido para ese campamento, iba ofendido.
Al llegar me dieron un fusil, lo recibí con rabia. A las seis de la tarde me pusieron a
prestar guardia, supe que el asesino de mi padre era un sargento mayor retirado
del Ejército, me dije que a las seis y medía lo mataba. Nos pusimos a hablar con el
detenido, en lo que pude averiguarle supe que sí había matado a mi papá, a la
hora dicha lo maté, le pegué tres tiros como él había hecho con mi padre. Llegó el
grupo de reacción inmediata preguntando qué había pasado, les dije que se había
movido y que esa era la consigna: el que se moviera se moría.
Entre los cuatro detenidos había un negrito que lloraba mucho, una noche le
presté guardia, lloraba y decía que a él lo habían engañado, que la familia lo
estaba esperando. De tanto hablar me contó un chiste: -un día, en un bus, iban un
coronel, un sargento y un soldado pastuso. Adelante la guerrilla estaba haciendo
un retén. Cuando llegaron al pare, asustados, planearon decir que eran
comerciantes y que por favor no se le fuera a olvidar al soldado pastuso. Él les dijo
que tranquilos, que a él no se le olvidaría; cuando los bajaron del bus le pidieron
papeles a toda la gente, por último al coronel que dijo: ¡soy comerciante! Cuando
le preguntaron al sargento, dijo: ¡soy comerciante!, y le tocó por fin al soldado
pastuso y este dijo: pues yo también soy comerciante, como mi coronel y mi
sargento-.
Fue triste porque a los días mataron a los detenidos, no pasó un mes cuando me
amarraron, me iban hacer un consejo de guerra porque había matado al
paramilitar sin permiso. Horas antes de mi consejo de guerra habíamos amarrado
a “Abelardo Pata e Fuete” y a “Ernesto el Gato”, por fallar en una misión en
Curiillo Caquetá. Se habían puesto a tomar con la Policía y los mafiosos, y a hacer
tiros al aire cuando estaban borrachos. Tres policías nos iban a entregar el puesto
para que sacáramos todo el armamento y listo, sin quemar un solo tiro. El frente
les daría una plata a los policías y no sé para dónde se los iban a llevar a vivir.
Se me hizo raro que me amarraran, aunque en esos días habían traído unos
maestros de artes marciales del Ecuador a dar un curso y a mí no me anotaron.
Sin embargo, no sospeché qué era lo que pasaba, así pase sin saber que me
esperaba un consejo de guerra. Chistoso porque cuando me fueron a amarrar me
dijeron tiéndase y les dije que no porque me acababa de bañar y me ensuciaba la
ropa. Cuando me dijeron que era en serio ya me tenían encañonado, les dije que
me amarraran parado, que no me les iba a tender. Me dejaron escoger mi
defensor y escogí al camarada “Aníbal”, él les dijo a los camaradas que lo que yo
había hecho era culpa del encargado por ponerme a prestarle guardia a un
detenido que había matado a mi papá. No obstante, en el consejo de guerra, le
dije al comandante “Wilfredo”, el encargado, que nunca le fuera a pasar lo mismo.
Duré 26 días amarrado, menos mal que tuve el apoyo de algunos compañeros.
Una tarde llegó el camarada “Marcial” y dijo que me iban a soltar pero que tenía
que comprometerme a cambiar. Mi sanción fue tumbar una hectárea de monte,
quemarla y sembrarla con maíz, plátano y yuca; un año desarmado, dos sin salir
a la población civil y cinco materiales autocríticos.
En esos días prepararon la segunda toma de Valparaíso, Caquetá. Fue allí que
me desquité con los cursantes del mono o bueno, los habla mierda. Ese día yo iba
encargado de un comando, tenía que atravesar una calle. Ya estábamos peleando
con la policía y un comando se había descontrolado, a mí me hacía falta un
muchacho, le pedí el favor a un comando de los cursantes que me cubriera y
luego a los otros muchachos míos. Cuál no sería la sorpresa cuando encontré a
los cursantes escondidos y asustados, los prendí a madrazos y les pregunté que si
esa era la mierda que hablaban, que dónde estaba el curso, me desquité. Cuando
nos reunimos en el campamento me les burlé, le conté a todos lo que había
pasado y cómo se habían cagado de miedo. Un día se me acercó una amiga y me
pidió el favor que no la molestara más porque la estaban jodiendo mucho. Así se
les quitó la maña de chicanear.
En esa época nos trasladaron para el frente 13, pero antes tuve la oportunidad de
salir a Sabaleta. Un primo me entregó una nota que me había mandado mi tío
desde la cárcel diciendo quiénes eran los colaboradores de los paracos en
nuestras áreas de combate; la nota decía que el mafioso “Carlos” los encabezaba.
Llevé el comunicado a “Cuñado” y le pedí hacer lo pertinente, capturar a los de la
lista. Ya en el frente 13, los primeros días, nos mandaron para Santa Rosa,
Cauca, a trabajar en organización de masas. Como no le caía bien al comandante
me mandaron a dictar cursos a milicianos. Nos hicieron alistar a mi compañera y a
mí, y nos mandaron para la carretera entre Mocoa y Pitalito para realizar trabajo
financiero.
Nos pusimos hablar y, sin que yo le preguntara, me dijo que trabajaba con el
Ejército pero que él se les quería torcer y que nos ayudaría a montar una
emboscada para que los cascáramos. Le dije que esperara un momento y pensé:
¡lo que hace el trago!, este man si es infiltrado. Hablé con “William” y me dijo que
lo matara, lo llevé a ver una tractomula que habíamos quemado, cuando la estaba
viendo lo hice amarrar, nos lo llevamos para el río Caquetá y le di la orden a
“Marly” que lo matara. Por esos días teníamos un ingreso nuevo, él era infiltrado
del Ejército, en el momento de su captura tenía croquis y mapas de los terrenos
que había conocido, lo mandamos para el campamento general y lo mataron.
“Marly” quedó embarazada, tenía cuatro meses. Me había dicho que nos
voláramos y le dije que se fuera ella que yo me iba después, me respondió que no
me iba a dejar en el campamento; le propuse al comandante que la dejaran tener
los niños, ya que eran dos; el comandante me respondió que no se podía. El caso
es que había una muchacha a la que días antes si le había permitido tener un hijo.
La ley no era para todos sino para unos cuantos.
A “Marly” le hicieron el legrado mal, perdió uno de los bebes porque no sabían
que eran dos y le dejaron un feto por dentro, se le infectó la matriz y también la
perdió. Nunca más podría volver a parir hijos, la tuvieron que sacar para Neiva. Yo
estaba entre Popayán y Pitalito en el páramo de Puracé. Todas las noches lloraba,
no hallaba la hora de volver a verla; en ocasiones intenté quitarme la vida. Cuando
la llevaron para su recuperación cerca de donde yo estaba, fui a verla y me contó
lo que había pasado, fue muy triste, nos pusimos a llorar, teníamos mucha rabia,
le dije que se tenía que volar, la ayudé y desertó.
Como por las tardes, después de las seis, no dejábamos pasar vehículos y
teníamos uno retenido, estando solo, les pedí a los retenidos que me hicieran el
favor de llevar esa muchacha para Florencia y que se fueran, en el grupo hubo
sospechas de que yo había dado la orden pero nunca me comprobaron nada.
Fui trasladado a Bogotá para hacer trabajos urbanos, me reencontré con “Marly”.
Vivimos los primeros días juntos, a fínales de 2000 fui capturado gracias a un
sapo. Fui torturado y, al llegar a la celda, un man me dijo que le diera mi reloj si
quería que me fuera bien, se lo pasé y, al otro día, por la mañana, desperté y le
pregunté a un paisita qué me iba a pasar. Éste me preguntó por qué venía y le dije
que por tráfico de armas, me dijo: -ahora lo sacan para la Fiscalía a indagatoria y a
todo lo que le pregunten cámbiele las cosas. Si es un revolver dígales que es una
escopeta, si es un radio diga que es de escuchar música... mejor dicho, usted no
conoce nada de eso y así fue-. En la indagatoria, cuando me sacaron lo del radio,
le contesté preguntando que si por escuchar música lo metían a uno a la cárcel. El
paisa me robó una chaqueta que le dejé para lavar, pero en últimas de no ser por
él yo cantó todo.
Luego me pasaron para una celda en donde tenían a los peligrosos que iban a ser
trasladados a la cárcel Modelo. Cuando llegué había tres acostados haciéndose
los dormidos y me dije:¡me robaron! Se pararon y uno me dijo: -los tenis-, se los
pasé. Otro me preguntó: -¿tiene plata para pagar la dormida?-, le dije que sólo
tenia cinco mi pesos y me los quitó. Uno de ellos me preguntó: por qué estaba
detenido y le dije que por tráfico de armas y que venía del Caquetá. Se asustaron
y me preguntaron si era guerrillo o paraco y me devolvieron las cosas. Al otro día
trajeron otros detenidos a esa celda y venía el que me había robado el reloj. Le
dije a mis compañeros que lo dejáramos que entrara al baño y, entonces, le
cayéramos. Le dieron una golpiza de padre y señor mío, yo no le pegué porque no
tenía en donde darle un puño más. Nos pusimos a jugar dominó y el que perdiera
tres chicos seguidos le metía un puño al ladrón, ya lo teníamos todo aporreado y
les dije que no más.
Prestando el turno de guardia de las doce de la noche un man con el que nos
hicimos buenos amigos me llamó y me dijo que él estaba tomando sin permiso,
que no fuera a decir nada, pues el que se ponía de sapo lo llevaban en la mala; le
dije. -¡fresco!, yo no he visto nada- El tipo se dirigió a mí nuevamente y dijo: -no
más le advierto-. Al otro día formaron a la gente, me hicieron salir de la fila y me
entregaron la oficialidad de servicio. Cuando escucharon eso mis agresores
quedaron sorprendidos y los hice retirar, luego me llamaron y me pidieron
disculpas, dijeron que no sabían quien era yo, les dije que tranquilos.
Salí de la cárcel a fínales de 2001 uno. Luego de haber salido de prisión, cuatro
días después, me tuvieron que operar. Duré 15 días en la clínica de especialistas;
gracias a Dios la guerrilla cubrió los gastos, puedo decir que, en esos casos,
nunca me abandonaron. Durante mi recuperación conté con apoyo por parte de la
financiera encargada, que por, cierto fue, muy linda y especial, le daba sentido de
pertenencia al combatiente. En eso días estaba de noviazgo con la mamá de mis
dos niños, estaba enamorado, me pidió que me hiciera bautizar y les hice caso,
me bauticé e hice la primera comunión y confirmación, luego me presenté en el
frente 53 para realizar unos trabajos urbanos en Bogotá: nada que ver con
secuestro ni terrorismo, nunca he compartido eso.
Días más tarde iban a colocar una volqueta bomba y lo que no conviene... se les
estalló, murieron ocho personas, entre ellos cinco guerrilleros y tres milicianos.
Cuando subimos a mirar cómo iba todo sólo había pedazos de carne,
encontramos una ante-pierna del “Gurre” que era el encargado del área. Pedí el
traslado y me mandaron para el frente 55, luego fui trasladado para el frente 44,
todos frentes orientales. Operaba en el llano, estando en Villavicencio y me enteré
de que se les había metido el GAULA a mis compañeros, mataron a unos y otros
fueron capturados, “Volqueta” se voló pero lo interceptaron por una llamada, lo
capturaron y se lo entregaron a los paramilitares. Lo torturaron, lo quemaron y lo
dejaron cerca de Facatativá. Al otro día viaje a Mapiripán, Meta, era la primera vez
que volaba en avión, me recogió un miliciano y me presentó con los paramilitares
encargados del pueblo, me hizo pasar como un sobrino suyo, en el pueblo
también había Policía y Ejército. Viajamos en moto hasta Caño Jabón, Meta. En
esos días me mandaron a Mapiripán a hacerme pasar como desplazado, los
paramilitares iban a recuperar el área tomada por la guerrilla, la noche en que los
camiones, llenos de paramilitares, pasaron por el pueblo, iban como 600. Viajé a
comentar la movida y volví a salir por una finca, dejé la pistola y me fui; por el
camino oí una voz que salía del monte y que me decía: -¡quieto hijueputa!, no se
mueva. Era un guardia paraco, preguntó de dónde venía, le dije que de la finca de
enseguida, me llevaron donde el comandante y me preguntó qué hacía yo; le
respondí que era raspachín y venía a buscar una maleta, que la señora de la casa,
que me conocía, me había dicho que la maleta se la habían llevado para la finca
del “Negro”. El comandante paraco me dijo que me fuera.
Esa noche me quedé en una finca cercana. Como a las siete llegaron tres
paramilitares, uno se puso a hablar con la guisandera y yo me puse hablar con un
paraco, me decía que llevaba nueve meses en el paramilitarismo y que le debían
seis mensualidades, que con lo que ahorrara se retiraría y colocaría un negocio;
me contó casi toda su vida. Al otro día me fui para donde me estaban esperando,
me puse mi uniforme, recibí mi dotación y nos alistamos para pelear. Tomamos
posición y, a las tres de la tarde, se metieron los primeros paracos,. Estuvimos
casi día y medio peleando. Los sacamos corriendo; mientras avanzábamos,
mirando a los muertos, descubrí tirado al paraco con el que unos días antes había
hablado, yo me decía: ¡cómo es la vida!
Cuentan los campesinos que en unos camiones echaban a los paracos muertos,
contaron casi 270, sin numerar los que hubo cerca de Caño Jabón, porque se
metieron y teníamos una cortina como de mil combatientes. Cuando vieron que
nos paramos se devolvieron y decían que la mayoría de guerrilleros eran rezados
porque los veían caer y se paraban de nuevo. Los correteamos hasta la laguna,
les dimos de baja a 150 más ese día. Fueron en total ocho meses que duré en ese
frente y volví a salir en avión por Mapiripán. Eso fue en el 2004, una pelea
histórica entre guerrilla y paramilitares. Volví a Bogotá, me presenté de nuevo en
el frente 53 y realicé unos trabajos de inteligencia en Fusagasuga, haciéndome
pasar como vigilante, con papeles falsos trabajé en el hospital San Rafael y en
distintos conjuntos residenciales.
Viajé a Puerto Triunfo a visitar a mi abuela y, de paso, ver también a un tío, era el
segundo al mando de “Ramón Isaza”, él sabía que yo era guerrillero. Fue muy
grato el encuentro, me preguntó que si todavía estaba en la guerrilla y le respondí
que sí. Me aconsejó que me saliera porque ellos pronto se iban a desmovilizar,
que me fuera a trabajar con él de escolta; le dije que lo iba a pensar. Duré como
un mes en ese pueblo y la pasé chévere, bailando, comiendo en restaurante,
andando en los carros de él; después de tanto relajo llegó la hora del regreso. La
despedida fue grata ya que estar con paracos y pasarla como la pasé, sin tener
diferencias, fue muy bueno. Volví al frente 13; de nuevo fui felicitado por lo que
había hecho, me mandaron a hacer unos trabajos, cuando ya los tenía para
ejecutar volví al frente a pedir el presupuesto, yo tenía en mente, para ese
momento, mi desmovilización; fue por eso que cuando volví a Bogotá me presenté
a la SIPOL de la policía, fue muy bueno el recibimiento
Luego vino la propuesta del siglo: si quería ir a operativos con el Ejército, que me
pagaban los positivos que hiciera ya que yo conocía mucho, les dije que mi
decisión era dejar las armas y me estaban induciendo a tomarlas de nuevo. Mi
respuesta era, definitivamente, no. No comparto los operativos, respetable el que
quiera ir pero sería jugar a la doble moral, después de que peleamos con el
Ejército o lo creíamos nuestro enemigo: pelear junto a él no me parecía. Creo que
es falta de personalidad volver a un terreno en el que compartimos con amigos y
de pronto tener que verlos capturados o muertos y todo a cambio de plata. Para
mí eso era duro, también sé que en ocasiones estos compañeros que van a
operativos después de reintegrados, han hecho capturar gente que no tiene nada
que ver, y lo más importante, ponen en riesgo a sus familias porque el grupo los
tilda de sapos y desplaza a las familias de los que participan en esos operativos,
haciéndoles perder todo, hasta la vida.
Del Ministerio de Defensa me enviaron a un albergue, fui muy bien recibido. Todos
los que estábamos allí éramos de izquierda. Me enfermé de varicela y el
administrador me dijo cómo era la movida de la reintegración: primero, averiguar lo
que tiene que ver con la educación, hacer el módulo inicial y matricularnos en
algún curso técnico. Me matriculé para hacer realizar estudios de ofimática,
auxiliar de almacén y de bodega, estudiando por la mañana y por la tarde, y
validando el bachillerato los domingos. Me llegó la certificación del CODA que es
una certificación que muchos rogamos nos llegue, de no ser así, quedamos
negados y para la calle.
Ese fin de año lo pasé con la mamá de mis niños. En enero me iban a mandar
para unas granjas y mi esposa dijo que ella no se iba para ninguna granja, me
tocó pasar papeles a la Procuraduría, la Personería y la Defensoría del Pueblo y a
Ayudas Humanitarias del Ministerio del Interior. Gracias a eso logré que me
independizaran y le doy gracias a Dios porque me ha ido bien. Aclaro, en parte
gracias a la ayuda humanitaria que nos llega del Programa de Reincorporación y
la otra de parte mía. Quiero salir adelante junto con mi familia porque sé que parte
del programa de reintegración no es para la paz, es más una estrategia de guerra,
pues gracias a ello se ha desmovilizado mucha gente y producto de eso son los
grandes golpes propinados a los grupos armados.
Ahora pregunto: ¿por qué en vez de acabar a los grupos armados no se acaba la
pobreza, el hambre, los habitantes de la calle? Dar una buena educación a los
niños de Colombia y mejorar la salud evitará que se vayan para los grupos
armados. La guerra es un gran negocio... lo seguirá siendo.
Siguiendo con este relato recuerdo que un día me encontré con unos ex
compañeros: “Jhon” y el “Cuy”, ya están muertos por participar en los operativos
de las Fuerzas Armadas. Uno de ellos sabía de “Marly”, tomamos unas cervezas.
Ese tres de enero yo cumplía años, recibí una llamada y era ella. Fue uno de mis
mejores cumpleaños. “Marly” me contó que estaba bien, tenía marido y le dije que
no me importaba, lo importante era que estaba bien porque yo tenía información
de otra cosa. Estaba muy contento por saber de ella cinco años después. La
seguía queriendo a pesar de la distancia. Pasaron los días y, a fínales de 2006,
volvió y me llamó, dijo que venía para Bogotá, llegó y nos vimos, hablamos,
compartimos hasta la una de la mañana y me preguntó si quería pasar el fin de
año con ella en el Putumayo, le dije que sí. Al despedirnos nos besamos y me fui.
En esos días perdí a mi abuela, la mamá de mi papá, me dolió porque en
ocasiones fue como una madre para mí. No pude estar en su entierro, lo hicieron
en Florencia y yo no tenía plata para viajar.
Me fui a pasar diciembre con “Marly”, ya se había dejado con su marido y la pasé
muy bueno con ella en un pueblo en donde yo antes había operado. Por fortuna,
no se acordaban de mí, fue muy grato después de causar mal a esa población
estar allí divirtiéndome, compartiendo con esa gente y sentir esa seguridad: fue
algo muy grande. Allí caí en la cuenta de que en la guerra es más lo que se pierde
que lo que se gana. El 25 de ese diciembre como a las dos de la madrugada
estábamos bailando, me entró la nostalgia y, en una casa abandonada, me puse a
llorar, estaba solo y recordaba todo lo que había perdido, en ese momento entendí
que no debía decirme mentiras con el pretexto de que todo era a causa de la
guerra, de mi parte había puesto mucho.
En la guerra todo se vale pero había perdido a mi papá, a unos hijos, el amor de
mi vida y gran parte de mi familia. Por fin lo acepté y tuve gran parte de culpa en
todo lo que me pasó porque lo que he aprendido me enseña que uno, muchas
veces, se labra su propio destino.
“...Sé que algún día vamos a lograr la paz en este país que ha sufrido tanta violencia, vamos
a tener una verdad para construir, y reparar simbólicamente todo el daño que se le ha hecho
al país, tanto los grupos armados como el Gobierno”.
Año 1999. Por cosas de la vida quedé embarazada a los 15 años. Mis padres
tomaron represalias muy duras, lo cual me hacía sentir mal y, al mismo tiempo, el
rechazo de mi familia; ello me hizo tomar la decisión de irme de la casa. Dejé a mi
hijo que tenía cinco meses de nacido, lo dejé al cuidado de mi madre. Una amiga
del colegio me dio la oportunidad de estar en su casa mientras conseguía qué
hacer.
Con el transcurrir del tiempo, en esa guerra tan absurda, apareció una persona
que me brindó su confianza y su compañía en tiempos tan difíciles. Con él estuve
en los momentos buenos y malos. Cuando podíamos compartir proyectábamos un
futuro para nosotros. En estos grupos armados nadie tiene derecho a opinar ni
hacer una sugerencia, muchas veces dan ganas de gritar todo lo que siente uno
adentro, se ven atrocidades como el violar los derechos de una mujer, tener
relaciones con varios hombres, no poder quedar embarazada y, sí era así,
practicaban el aborto, como si ellos fueran dioses para tomar la vida de un ser
que, aún sin nacer, ya estaba condenado a muerte.
Corrí con la suerte que el hombre que era mi compañero tenía un hermano muy
cerca al comandante, lo cual me dio la oportunidad de tener a mi bebé, fueron días
difíciles pero mi embarazo me mantenía fuerte física y moralmente.
Él nunca me abandonó, siempre estuvo cerca de mí. Cuando nació nuestra hija
fue una dicha pero, al mismo tiempo, se sentía temor. Fue muy difícil ver nacer a
mi hija en un campamento de guerra. No obstante, fue muy hermoso; al mismo
tiempo pensaba qué sería de ella de allí en adelante. Gracias a Dios no nació
enferma y nunca lloró, parecía que conociera las reglas del grupo: no hacer ruido
era una de ellas. La leche materna fue el único alimento para mi bebé.
Sus ojos brillaban como diciendo que quería libertad, tener un mundo diferente
lleno de felicidad. Pero en ese lugar sólo se hablaba de guerra, secuestros cada
día y cada noche; me aferraba al amor por mi hija y esperaba a que llegara el
papá. Cuando escuché que en esa operación había muchas bajas pensé que él no
la podría conocer. Pero, a los pocos días, llegó. Fue tan lindo ver cómo tomaba en
sus brazos a la bebé; sus ojos se llenaban de lágrimas... esa noche no pudo
dormir consintiendo a su hija.
En esa época, si por algún motivo éramos localizados por el Ejército, siempre yo
salía del eje de combate con tres compañeros más evitando ser localizada. Con el
transcurrir del tiempo, por nuestra hija, se empezó a formar la idea de 0abandonar
el grupo y vivir una vida diferente, pero la gran incertidumbre era para dónde
íbamos a coger y quién nos iba a dar la oportunidad de trabajar para sacar
adelante a nuestra hija. Todo eso nos hacía pensar que no había otro camino, al
escuchar que el Gobierno nos invitaba a regresar, tomamos la decisión de
entregarnos; hubo muchas dudas que, poco a poco, se fueron disipando. Algunas
personas tenemos que seguir por el camino equivocado por falta de educación y
oportunidad laboral.
Se nos dio la oportunidad de salir del monte con el miedo de ser capturados o
abatidos por el Ejército. Caminamos demasiado, el cansancio y la falta de alimento
fue uno de los obstáculos más duros, mi bebé la veía cansada por el rigor de la
caminata, fueron cuatro días de total cansancio. Al divisar en las horas de la
madrugada las luces de la ciudad de Ibagué fue como volver a vivir, estábamos
aproximadamente a unas tres horas de la ciudad. Nos acercamos al batallón, dos
compañeros se acercaron a la guardia, se presentaron y entregaron las armas que
llevaban en una bolsa; les comentaron a los soldados que había 20 personas más
para entregarse. Los soldados montaron un dispositivo para llegar al lugar en
donde estábamos escondidos, nos recibieron muy bien, llevaron inmediatamente
médicos para mirar cómo estábamos de salud, al igual que un pediatra para la
niña. Nos dieron alimentación y vestido, permanecimos ocho días en el batallón
con todas las medidas de seguridad. Nos entrevistamos con el Comisionado de
Paz y el comandante de las Fuerzas Militares. Luego nos llevaron, vía aérea, a
Bogotá, nos ubicaron en los hogares de paso llamados albergues, esto era muy
difícil porque no estábamos preparados para llegar a una ciudad tan grande y llena
de dificultades.
“Sé que vamos a lograr la paz que tanto anhelamos. Esa es mi gran meta: que mis hijos
vivan en un país libre de guerra. Estoy orgulloso de haber tomado esta decisión, saber que
estas manos que algún día empuñaron las armas contra el Estado y la sociedad hoy
escriben su propia historia y trabajan por una paz difícil pero no imposible”.
Marzo de 1995 fue algo difícil. Estaba estudiando cuarto de bachillerato y mis
padres empezaban a tener problemas económicos, mis hermanos mayores
trataban de buscar una solución a ese problema. En esos días un amigo me
comentó que una persona necesitaba alguien para un trabajo de medio tiempo, lo
cual me daría la oportunidad de terminar mis estudios. Mi amigo me entrevistó con
la persona y me comentó que tendría que llevar unas cosas a la zona rural.
El primer día llegué al punto indicado a eso de las tres de la tarde. Vi llegar una
camioneta y de ella descendieron unas personas armadas; uno de ellos se dirigió
a mí con una palabra que nunca había escuchado: camarada. Le entregué el
paquete y me dijo que trabajara para ellos, que habría una buena remuneración;
eso era lo que yo buscaba. Trabajé durante un año en el que conocí a mucha
gente: el primero fue un señor al que llamaban con el alias de “Chita”, era una
persona muy importante en el grupo. Nunca imaginé que esto que comenzó como
un simple trabajo me llevaría a vivir algo que a nadie en la vida le deseo. Tenía
dinero, portaba un arma y empecé a entrar a una parte de la sociedad donde la
droga, el alcohol y la prostitución eran el pan de cada día.
Perdí por completo la moral, ya no iba a la casa de mis padres. Fue tan fuerte la
ideología de la revolución que siempre pensé que lo que estaba haciendo era por
un pueblo y por mi familia. Quería que algún día todo cambiara, que nuestra
sociedad aceptara a los pobres sin repudio, que hubiera igualdad económica,
estudios, principios y moral. Fue cuando empecé a reclutar jóvenes de mi edad
para conformar un grupo de milicias que tendrían por misión la de extorsionar a los
comerciantes de la zona, mientras realizaban inteligencia para el grupo. Era algo
fácil ya que conocíamos a las personas del pueblo. Se tomó tan en serio la
situación de la lucha por la revolución que no importaba violar los derechos de las
personas. Esto era un negocio: los personajes que se mueven en ese mundo
siempre sacan beneficio para ellos mismos.
Una vez mi madre estaba enferma y tuve que llevarla al hospital del pueblo. Allí
me pedían un dinero para atenderla, yo no tenía. Hablé con el médico y, en ese
momento, utilicé el ultimo recurso: amenazarlo, lo cual surtió efecto pero con el
tiempo él me acusó por la amenaza que yo le había hecho. Fui detenido y estuve
en la cárcel por seis meses, allí sólo me visitaba la familia.
Al salir de la cárcel regresé al grupo y me fui para la base, allí me entrené y di mis
primeros pasos de guerrero en la toma de los municipios de Doncello, Caquetá y
Algeciras, Huila, tomas en las que hubo 17 policías muertos, muchos civiles
heridos y la destrucción total de los pueblos. Al estar del lado donde me
encontraba no sentía lástima de ver correr a los niños buscando protección ni de
destruir la escuela en donde se estaba forjando el futuro de este país. Igual, no me
importaba destruir la iglesia, signo de una religión en la que ya no creía porque
para mí, Dios, se había olvidado de esta gente.
Cuando tenía tiempo pensaba si eso era lo que yo quería o me habría equivocado
de camino. Me hacía falta mi familia y mis amigos, nunca pude escribirle a mis
seres queridos. Pasé navidades solo, no pude pasar un fin de año con ellos.
Cuando tuve la oportunidad de ir a casa encontré que todo era diferente: mi
hermano, que me seguía en edad, había abandonado los estudios y estaba
trabajando en labores del campo; el otro se había ido a prestar el servicio militar
lo, cual era una sorpresa, pues él estaba patrullando por la zona de influencia del
grupo al cual yo pertenecía y eso me sembró algo de preocupación; no la
demostré frente a mis padres porque ellos no sabían en las cosas en que yo
andaba.
Con el tiempo nos fuimos dando cuenta que la ideología por la cual nosotros
luchábamos no era la misma del grupo con el que estábamos: el narcotráfico y el
secuestro era el monstruo que había tocado a la agrupación. Tampoco nos
sentíamos bien al ver políticos, militares y demás personas secuestradas, tratadas
inhumanamente, mientras escuchaban el clamor de sus madres, esposas e hijos
pidiendo a gritos la libertad de sus seres queridos. Esa situación es algo que lo
hace estremecer a uno hasta lo más profundo del alma. Después de haber vivido
todos estos sentimientos fue como sí se hubiera caído la venda de mis ojos,
empecé a sentir el verdadero dolor, al que no había hecho caso, y empecé a
rechazar el reclutamiento de menores en las filas y el desplazamiento, pues los
consideraba prácticas crueles.
Conocí a una mujer que cambió mi forma de pensar y vivir. Era una persona
echada para adelante. Sin pensarlo dos veces me dije que ella sería mi
compañera; en esos momentos de cariño que estaban envueltos en la guerra llegó
el fruto del amor: una niña llamada Yulieeth Darnelli. Fue una bendición para mi
vida, nació en el monte, se acopló a la vida del campamento, no lloraba como lo
hacen otros bebés; cuando había combates cerca tenía que salir de la zona y ella
nos hizo tomar la decisión de abandonar el grupo. Empezamos a formar la idea de
desertar de las filas con 22 compañeros, cuando iniciamos la fuga duramos,
aproximadamente, ocho días huyendo. Fueron días muy difíciles pero logramos la
meta, llegamos cerca al batallón y allí nos entregamos en la ciudad de Ibagué.
Fuimos acogidos por el programa del Gobierno y trasladados a Bogotá, en donde
cambio totalmente nuestras vidas.
No debemos perder nuestra autoestima, hay que dialogar con nuestros hijos para
evitar que cometan los mimos errores de nosotros y demostrar al mundo entero
que Colombia es un país hermoso, lleno de flora, fauna, ríos y mucha riqueza
natural.
Debemos unir fuerzas para evitar más desplazamiento y lograr el pronto regreso
de aquellas personas a sus tierras para formar una nueva Colombia, una
Colombia en la que los niños regresen a sus escuelas y puedan tener un futuro
grande. Es importante saber cómo el Gobierno esta recibiendo a las personas que
llegan de cualquier grupo armado a los llamados albergues. Nos reciben dándonos
alimentación, vivienda y vestuario, nos dan una pequeña orientación para poder
vivir en una ciudad. Para orientar a estas personas nos estamos preparando el
grupo de Líderes de Paz, buscando que se llegue a los reincorporados o
desplazados con una información mas precisa sobre sus derechos y deberes.
Le pedimos a la sociedad entera que unamos fuerzas para lograr el sueño de los
que han entregado sus vidas para que nosotros veamos un país libre.
El ROSTRO DE LEONOR
“..Hoy he vuelto a sentir que soy una persona y que puedo aportar mucho a la sociedad para
conseguir esa igualdad que tanto hemos anhelado en Colombia; ya no con armas sino con
hechos de paz”.
Esta breve historia nace en un pequeño pueblo del departamento del Huila, en
donde un joven revolucionario, que no estaba de acuerdo con ciertas leyes del
Gobierno, quería experimentar algo distinto. Sin embargo, en su vida, una parte de
la experiencia se reflejaba en el Estado, esta parte eran las Fuerzas Militares. Ese
joven soy yo, un excombatiente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia FARC-EP. Quiero aportar un poco de mis experiencias para analizar el
verdadero origen del conflicto social y político en Colombia, y buscar explicaciones
al porqué de las causas que nos llevaron a pertenecer a una organización ilegal.
Un día patrullando por las selvas de Caquetá tuvimos contacto armado con una
compañía, aproximadamente 65 combatientes de las FARC. El enfrentamiento se
extendió por ocho horas en donde, tanto soldados como guerrilleros, morían.
Después de que pasó todo continuamos nuestro camino. Muchos de mis
compañeros ya tenían más de diez años en esta profesión; más que soldados se
habían convertido en asesinos a sueldo, no les importaba llegar a una casa sacar
a una persona uniformarla, colocarle un arma y asesinarla, haciéndola pasar por
guerrillera; todo por un permiso o algunos pesos extras en sus cuentas bancarias.
No estaba de acuerdo con estas acciones y lo expresaba cada vez que sucedían
casos similares. No participar en estos actos me hacía estar alejado de
compañeros y comandantes, hasta cuando llegó ese día en el que mi vida dio un
giro total.
Seguro ya tendrían que haber ido a buscarme a mi casa y no era seguro para mí
volver allá. Pensé en mi hermano, el de mayor de confianza, se encontraba en
Ibagué y a su casa podría llegar.
Recorría el río en las noches. La primera, robé una canoa que encontré en la
orilla. No abandonaba el arma pues sabía que era mi única defensa. Pasadas dos
noches llegué a la represa de Betania, que conocía como la palma de mi mano,
me dirigí hacia una isla para refugiarme y poder visualizar la llegada de “Steve”, mi
amigo, quien debía ir al punto de encuentro acordado. A las cinco y 45 minutos de
la mañana empezó a aclarecer y divisé a “Steve” en la orilla, no me decidía a salir,
tenía miedo de que lo hubieran seguido; me pasaban tantas cosas por la cabeza
pero me decidí: empecé a acercarme en la canoa hasta llegar a la orilla donde él
me esperaba. Cuando llegué corrió hacia mí y me abrazó, me dijo que estuviera
fresco, que contara con él; me llevaba comida y ropa.
Así fue, cuando llegué a ese punto “Sandro” me estaba esperando. “Steve” salió a
viajar para Ibagué a poner al tanto a mi hermano. Con “Sandro” salimos río abajo
haciéndonos pasar por pescadores, fueron tres días de intenso viaje hasta llegar a
Ambalema, Tolima, donde “Sandro” buscó la manera de llamar a “Steve” para que
fueran a recogerme. Mientras tanto, al otro extremo del río, estaba enterrando el
armamento pues lo había traído conmigo en unas bolsas que “Sandro” consiguió.
Después de media hora llegó mi hermano con “Steve”; él no lo podía creer pero
era una realidad, agradeció a “Sandro” y le dio para la gasolina. Me llevaron a
Ibagué. “Steve” se fue para Neiva y me dijo que iba a estar muy pendiente de lo
que pasara en el Huila.
Estos cursos estaban a cargo del camarada “Cesar”. En los ratos libres pensaba
en papá y mamá, quería verlos pero me parecía imposible lograr eso. Un día, el
camarada “Biófilo”, dictó una charla y luego se reunió con el camarada “Jerónimo”,
comandante del comando conjunto central “Adán Izquierdo”. Cuando salieron de la
reunión, “Biófilo” me llamó y me ordenó que alistara mis cosas porque nos íbamos.
Salimos en una camioneta ‘Toyota’ propiedad del camarada “Olivo”, jefe de
finanzas del comando; llegamos hasta la vereda el Limón, por los lados de
Chaparral y nos quedamos a dormir en un campamento pequeño que tenía el
frente 21.
El amor tampoco podía faltar. Lorena era una compañera que me gustaba. Era
una mujer un poco mayor que yo; en ese momento llevaba poco tiempo en filas
pues era miliciana en el municipio de Planadas. En el transcurso del tiempo
llegamos a formar una relación muy bella dentro del grupo como fuera de él... es,
hoy en día, mi esposa.
Poco a poco, “Biófilo”, tomaba más el poder y detrás de él iba yo. Las veredas que
dominábamos tenían una población muy especial con nosotros, nos colaboraban
con frutos, verduras y carnes que era lo que sus tierras daban. A cambio nosotros
les brindábamos seguridad en los caminos para que no fueran victimas de atracos,
también ayudábamos a la recolección de café, la construcción de mejores
carreteras que nos favorecieran: a ellos para sacar los productos y traer insumos y
a nosotros para la movilización de tropas.
Todos los días que pasaban nos sentábamos con el camarada “Biófilo” y
llegábamos a la misma conclusión: esta guerra era más absurda cada día que
pasaba, pues le quitaba la libertad o la vida a personas sólo para hacer sentir bien
a los jefes del secretariado, tanto económicamente como anímicamente. Durante
los tiempos libres no importaba si era en las noches, madrugadas, mañanas,
tardes, volvíamos al mismo tema y a la misma conclusión.
El camarada “Biófilo” me dijo que debíamos viajar a Bogotá para recoger un dinero
y unas personas de las milicias bolivarianas de ciudad Bolívar, que conformarían
la nueva compañía. Cuando llegamos a Bogotá quiso comunicarse con “Esteban”,
lo llamó y se llevó la sorpresa de que él había comandado la desmovilización de
los 24 camaradas. Nos encontramos con él y cuando me vio me dijo que “El Pija“,
mi hermano, estaba con él en un albergue, me dio un número donde lo podría
ubicar y lo llamé. Nos citamos y encontramos, me comentó que le iban a dar una
plata mensual durante dos años y le iban a dar ocho millones de pesos para que
abriera un negocio o cualquier otro proyecto productivo. Charlamos toda la noche
y, al otro día, partimos con 12 personas que ya estaban quemadas. Era mejor
‘enguerrillerarlas’. Después de un largo viaje llegamos al Cañón de las Hermosas
donde ya se estaba organizando la compañía que iba a recibir como nombre
“Cacica la Gaitana”.
Durante esos día hablamos mucho con el camarada “Biófilo” y, tanto él como yo,
teníamos miedo de decirnos las cosas. Queríamos dar ese paso pero no
sabíamos cómo. Comenzamos la marcha hacia el norte del Tolima con el objetivo
de llegar hasta Juntas, una vereda donde estaría esperando el camarada “Venao”.
Mi nombre es Andrés. Vengo de una familia muy pobre. Nuca tuvieron recursos
para darme estudio; desde muy niño me trataron muy mal, no tuve el cariño de
ellos, me odiaban por la forma de ser, me trataban muy mal, me pegaban porque
yo nunca les hacia caso frente a las cosas que me pedían, siempre hacía lo que
se me daba la gana, vivía metido en muchos problemas y, a veces, dormía en la
calle porque no me dejaban hacerlo en casa.
Me acuerdo tanto de un día en que hizo empanadas para que las vendiera. Le dije
que no iba hacerlo y cogió la sartén donde había fritado las empanadas y me lo
tiró, si no me corro me hubiera quemado. A partir de ese día le comencé a coger
rabia a mi familia porque siempre el que pagaba los platos rotos era yo, incluso
por lo que hacían mis hermanos. Al único que le cascaban era a mí por ser la
oveja negra del hogar. Un día hubo una fiesta en el pueblo y me volé de la casa,
me fui por allá a ver cómo era la fiesta; mi mamá salió a buscarme y me llevó
desde la celebración hasta la casa a punta de palo por haberme escapado.
El día menos pensado mi mamá se consiguió un marido. El señor era un maestro
de construcción; al principio no se metía con nosotros, después cogió alas y
comenzó a tratarnos muy mal y a pegarnos.
En esos días comenzaron las ferias y fiestas del pueblo. Pasé cuatro días
cuidando caballos, la gente me daba plata por hacerle los mandados y vigilar los
animales. Un señor me ofreció trabajo en una pesebrera que quedaba en el Sisga,
él me dijo que no tenía que pagar arriendo ni comida y que me daba 200 mil pesos
mensuales para que estuviera pendiente de las bestias y para que le colaborara
cuando éstas fueran sacadas a las ferias. Me dijo que lo pensara muy bien, que
apenas tuviera algo le avisara. Así fue, lo pensé muy bien y decidí irme a trabajar
con el señor.
Comencé a laborar con él. Me llevó a muchas partes, duré dos años trabajándole;
un día le dije que no quería hacerlo más, que me quería ir para mi casa y no
quería seguir allí.
Él me preguntó por qué me iba, que si era que me trataban mal. Lo único que le
dije era que de todas maneras estaba muy agradecido con él por haberme dado
trabajo, luego me dijo que si esa era mi decisión, podía irme, que tampoco me
obligaría a quedarme y que me tocaba esperar dos días para conseguir la plata
que me debía. Me quedé esos dos días y él me dio la plata, decidí irme para la
casa. Cuando llegué al pueblo me fui para donde una tía; al llegar a su casa se
sorprendió al verme porque le habían dicho que en el Bienestar Familiar me
habían recogido. Le pedí posada para quedarme, hablamos muchas cosas con
ella, le comenté donde andaba, por qué me había ido. Ella me comprendió y me
dio su apoyo, me dijo que podía quedarme lo que quisiera y lo único que le dije fue
que no la iba a meter en problemas con mi mamá.
Ese día decidí bajar a la casa a visitar a mis hermanas. Cuando me vieron se
entraron para avisarle a mi mamá que había llegado, ella salió y esperó que yo
llegara a la puerta de la casa; lo único que le dije era que venía a visitar a mis
hermanas, que para mi ella se había muerto, le dio mucha rabia cuando le dije
eso; me respondió que llevaba dos años en que no había sabido nada de mí, lo
único que le dije fue que me había ido a trabajar lejos, a descansar de todos los
maltratos e injusticias que ella había cometido conmigo. Duré allí dos horas y me
fui para donde mi tía, cuando ella me vio preguntó: -¿cómo le fue con su mamá?-,
le conté que yo me había ido por ella, pues se había encargado de alejarme y yo
nunca iba a volver a vivir con ella.
Después de llevar ocho días donde mi tía conseguí un trabajo a las afueras del
pueblo, me tocaba cercar y rozar potreros, ordeñar, comprar las cosas que se
necesitaban en la finca. Después de llevar año y ocho meses comenzaron a llegar
las autodefensas a ese lugar. Allí me presentaron a un comandante llamado
“Caliche”, el habló con el dueño de la finca para que me dejara ir con él a cobrar
las vacunas. Es decir, ir a su lado para arriba y para abajo. El comando le dijo al
señor de la finca que esa era mi decisión. Además, me comentó, que si andaba
con él no me faltaría nada, solamente necesitaba que lo acompañara para donde
tuviera que ir.
Me tocó irme de la casa de mi tía por problemas con ella, me eché la familia de
enemiga. Duré tres meses andando con ese comandante y un día tuvo una
reunión con otro mando mayor de las autodefensas del Casanare, en donde le
ordenaba el reclutamiento de 150 personas para la organización. Comenzaron los
a enlistar; el comandante me dijo que si yo quería trabajar con ellos, le pregunté
cómo eran las cosas allá. Me comenzó a contar cómo era la vida en el monte, me
dio miedo lo que me dijo y me explicaba las obligaciones que tenía que cumplir
dentro de la organización, que cosas se podían hacer y cuales no.
Me dio tres días para pensarlo, lo pensé muy bien y tomé la decisión de irme con
ellos. El día en que le dije que me iba para allá a trabajar dijo que me recogería a
las afueras del pueblo, a las ocho de la noche. Llegué donde tenía mis cosas, las
recogí y me fui para la salida del pueblo donde me recogerían en una camioneta.
Me recogió el comando “Caliche” en un carro, me llevaron a Yopal, Casanare, allí
iría por mí el comando “38”, quien me llevaría a la base donde me darían el
entrenamiento por tres meses. En ese lugar aprendería todo sobre la
organización, instrucción sobre armamento y política de la organización.
Después de llevar dos meses llegó el comando “Patezorro” con unos guerrilleros
del frente 28 de las FARC para aprender a matarlos y despresarlos. Esa noche
nos tocó matar esas personas y descuartizarlas; después de hacer eso no pude
comer ni dormir. Duré tres meses en la base, de allí me sacaron para la
contraguerrilla al mando del comando “Achaca”. Patrullamos parte de Casanare,
tuvimos enfrentamientos con las FARC y perdimos muchos compañeros en
combates. Tuve muchas cosas buenas como también malas, luego vinieron los
enfrentamientos entre paramilitares en donde nos matábamos entre paracos, Tras
haber perdido muchos compañeros nos dimos cuenta por qué estábamos
peleando. Un día nos formó el comando de la contraguerrilla y nos preguntó que si
estábamos de acuerdo en volarnos de la organización. Así fue y un día el
comando “Achaca” salió de permiso; ese día nos volamos sabiendo lo que nos
corría pierna arriba, nos llevamos dos camionetas y toda la fusilera.
Duramos tres días andando. Viendo la cosa muy grave nos trasladamos para
Boyacá, estábamos a dos kilómetros de Santa María; nos tocó hacer retenes para
conseguir plata para comprar comida. Un día le pedí permiso al comando para
salir al pueblo, me encontré con un señor y le comenté que nos habíamos volado
37 del grupo, él me dijo que tenía un amigo que pertenecía al “Bloque Centauros”;
le dije que primero hablaríamos con el comandante de los compañeros para saber
qué decía, hablé con el comandante y los compañeros sobre lo que el señor me
había dicho, me respondieron que era la única solución que teníamos.
Regresé a buscarlo para que nos ayudara a hacer contacto con esa persona, salí
del pueblo de nuevo, hable con él y le comenté lo que había dicho nuestro
comandante, que nos ayudaría a hacer contacto con el otro mando paramilitar; le
dije que tenía tres días para eso. Después de dos y medio, el señor llegó con un
comandante de la urbana conocido con el alias de “Micki” en tres camionetas, en
ellas nos iban a trasladar a una finca donde estaba el comando “Miguel Arroyave”
del Bloque Centauros y allí se encontraba con más comandantes de los frentes.
Cuando llegamos a esa finca nos tenían comida y bebida, nos formaron y nos
dieron de a dos millones a cada uno, además de la bienvenida a ese bloque
paramilitar. Luego de tres meses allí nos separaron a todos por grupos, sacaron a
cinco para el Casanare y 15 para el Guaviare; el resto quedaron en Boyacá y
Cundinamarca.
A partir de ese momento comenzó la guerra entre dos grupos de autodefensas, los
llamados Bloque Centauros y el Bloque Casanare, al mando de “Martín Llanos”.
Después fui enviado al Guaviare, pues me dieron un día de permiso para tomar,
me emborraché y comencé a echar plomo porque se me dio la gana, así que
decidieron mi traslado
En un día nublado, después de llevar dos horas de camino, nos encontramos con
un grupo de las FARC, comenzó una batalla en la que duramos medio día
peleando. Allí murieron diez compañeros del grupo, los recogimos y los
enterramos en la selva. Para nosotros era muy triste, porque así como los
enterramos a ellos nos podía pasar lo mismo. Un día se volaron tres compañeros
de la contraguerrilla; a las cuatro de la mañana tuvimos que ir a buscarlos,
estuvimos en un caserío llamado la Cooperativa, sabíamos que por allí habían
pasado, nos llevó tres días seguir la pista. Al cuarto, los encontramos en la orilla
del río. Al vernos llegar nos cogieron a plomo, se les acabó la munición y se
rindieron. Luego se los llevamos al comando “Garzón” y nos dio la orden de
matarlos por haber desertado de la organización.
Cumplimos la orden y nos dirigimos para la Cooperativa, allí teníamos que matar
a unos milicianos. “Garzón” dio la orden de que si alguien estaba apoyando a la
guerrilla lo mataran, ese día aniquilaron a una familia completa por haberle dado
guarapo a unos guerrilleros.
Días más tarde me mandaron por la remesa para la tropa, enviaron primero a un
compañero a que sacara unas bestias prestadas para hacer la vuelta. En una finca
que estaba cerca quisimos sacar las bestias y como el dueño de los animales no
quiso prestarlas, lo mataron.
Pedí traslado porque no me gustaba lo que hacían con las personas que, por
nada, las mataban. El comando “Garzón” me dijo que iba hablar con el comando
“Colmillo”. Después de llevar diez meses en este frente me trasladaron para el sur
de Bolívar; el comando “Cato” sería quien me recibiría en Santa Rosa, al sur de
Bolívar. Cuando llegué allá me estaban esperando dos urbanos que los había
enviado “Cato”; ese día me llevaron hasta un sitio llamado Monterrey, allí estaba el
comando “cato”. Esa noche me dieron la dotación y al día siguiente me mandaron
para una contraguerrilla al mando de “Mono Tetó”. Cuando me le presenté me
preguntó de dónde venía, le respondí que del Bloque Centauros. Conocí a los
comandantes del bloque y, al siguiente día, salimos de patrullaje para un caserío
llamado La Teta de San Lucas, ya que había guerrilla por esos lares. Cuando
llegamos al caserío lo que encontramos fue un el cadáver de un señor que era el
que informaba a la organización sobre los movimientos de la guerrilla. Caminamos
todo el día. Un kilómetro adelante del caserío nos encontramos con la guerrilla,
comenzó el enfrentamiento y duramos el resto del día peleando.
Uno de esos días hubo formación y pedí conducto regular para hablar con el
comando “Cato”. Me dieron el permiso para hablar con él, llegué donde estaba y
me preguntó qué quería, le respondí que quería que me trasladara para el bloque
al que pertenecía; me dijo que si quería irme que me fuera ese día. Me mandó
para donde el financiero para que me diera los pasajes, esa noche me sacaron
hasta Santa Rosa, ahí me embarqué en un bus hasta Bogotá, llegué al Terminal a
las diez de la mañana del otro día y cogí un bus para el Meta, hasta Barranca
Upía. Me presenté ante el comando “Marcos”, quien me preguntó que qué iba a
hacer, lo único que le respondí fue que me diera la baja, que yo ya estaba
cansado de la guerra, que me quería ir para mi casa; me dijo que lo pensara muy
bien, que me iba a mandar para un punto llamado la Mesa del Guavio, le dije: -
bueno, yo me voy para ese punto-.
Ese día me dieron una pistola y un radio, después de llevar un mes en ese punto
se me dio por pedir permiso a la persona que estaba al mando de los puntos, me
preguntó que para cuándo era el permiso, le respondí que era para el 29 de
diciembre, eso era en 2004. El comando me dijo que en tres días me mandaba el
reemplazo pero el permiso me lo daba por cuatro días, que me tenía que
presentar el tres de enero de 2005, le respondí que me presentaría ese día. A los
tres me mandaron el reemplazo y no me pagaron lo que me debían, me dijeron
que cuando regresara me pagaban; lo único que pensé fue que yo no regresaría a
la organización.
De ahí me fui para mi casa muy triste porque no llevaba ni un peso para comprarle
algo a mi familia. Pasé el 31 de diciembre y llegó el tres de enero, era el día que
tenía que presentarme a la organización pero tomé la decisión de no volver
sabiendo que por eso me matarían. Vine para Bogotá a donde una tía, después de
llevar ocho días conseguí un trabajo en la ‘rusa’. Duré seis meses, me aburrí en
Bogotá y decidí irme para mi pueblo aún sabiendo que no podía regresar.
“...la guerra es un trabajo que se nos ha ofrecido a muchos pobres en Colombia y que no
deja más que muerte y esclavitud”.
Soy Jawing, nací en un pueblito del Tolima llamado San Juan de la China, mis
padres son José Lubin Ospitía y Blanca Neli Rozo, tengo cuatro hermanos, sus
nombres son Nidia, quien en la actualidad tiene 26 años; José Lubin Ospitía, de 24
y Blanca, de 23. El menor de este matrimonio soy yo que, en la actualidad, tengo
18 años. Mis hermanos y padres están radicados en Ibagué y yo estoy en Bogotá,
cuando tenía dos años mis padres se separaron y quedé al cuidado de mi papá,
Él me dejaba con mi tía que se llama Berenice para que me cuidara y así él
pudiera salir a trabajar en fincas. En las tardes, luego de su trabajo, me recogía
para llevarme de nuevo a la casa, siempre me preguntaba cómo estaba. En la
noche veíamos televisión con mi hermano quien también vivía con nosotros.
Cuando tenía ocho años las FARC – EP se tomaron el puesto de Policía del
pueblo, a eso de las tres de la madrugada. Mi padre me levantó para que
saliéramos de la casa pues estábamos corriendo peligro. Nos escondimos en un
matorral y se observaba cómo la guerrilla gritaba y disparaba atacando a la
Policía. Aproximadamente, a las cinco de la tarde, se realizó una fiesta por parte
de la guerrilla, en la que expresaban su alegría por haber destruido el puesto de
Policía. Tomaban cerveza y esto duró por espacio de 30 minutos. Luego,
presintiendo que ya venía el Ejército, se alejaron del pueblo dejando unas bombas
a la entrada.
Al otro día de la llegada ella salió muy temprano a trabajar quedándome solo en la
casa. De alimento me dejo una agua de panela con dos panes; esto se repitió casi
todos los días, me sentía mal y entonces salí a conseguir trabajo en la plaza de
mercado, no conseguí nada, pero me di cuenta dónde vivían mis hermanas,
quienes ya estaban casadas y con hijos. Hablé con ellas y les conté por la
situación que estaba pasando, decidieron ayudarme dándome el almuerzo.
Después logré conseguir trabajo en la plaza descargando camionetas de plátano,
en ese oficio estuve durante cinco meses. Ese trabajo era muy pesado y el sueldo
era muy poco, entonces me dediqué a robar arroz, soya, sorgo y maíz en las
haciendas, estuve en eso durante un año.
Salimos a dar una vuelta, regresamos al hotel y al, otro día, cogimos un taxi que
nos llevó por los lados del Guamo desviándose por una carretera que no conocía.
Me sentía despistado y el carro nos dejó a unas tres cuadras de un ranchito donde
nos estaban esperando los compañeros en dos motos.
Nos llevaron hacia la pata del cerro, cuando llegamos observé que había amigos
del barrio, me llamó el comandante militar y me preguntó cómo me llamaba y me
anotó en un cuaderno, me dijo que a nadie le dijera mi nombre real, de una vez
me puse una chapa: alias “Mico”. Con éste apodo me identifiqué todo el tiempo.
Comencé el entrenamiento, duré tres meses y de allí me sacaron al área de
combate. A los dos meses tuve mí primer enfrentamiento en Chaparral, Tolima.
Luego de terminar ese combate regresamos a la zona de operaciones, me
mandaron a realizar un retén por la vía que conduce al Guamo. En ese retén
capturamos a tres guerrilleros a los que nos tocó matar; la orden era torturarlos y
después enterrarlos. No quería hacerlo pero me tocaba, mi madre no sabía en
dónde andaba.
“Este soñador, al que un día le arrebataron las piernas, la mitad de la vida y lo dejaron
parapléjico, nunca dejará que le arrebaten los sueños y el deseo de salir adelante: quedarme
sin eso es quedarme sin vida. Hago la invitación a todos los colombianos y colombianas a
caminar con nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros anhelos, nuestros amores y
pasiones con la verraquera que sólo un líder de Paz puede tener para salir adelante”.
Mi mamá sufría mucho con toda esa situación. Todos los días la veía llorar; dicen
que murió de cáncer pero yo creo que murió fue de tristeza
Sólo estudié hasta quinto de primaria, pues, como los mencionaba, mi papá decía
que con que supiéramos leer y escribir era suficiente, que para qué estudiar más.
Así que en quinto de primaria abandoné la escuela y me dediqué a trabajar y
atender los deberes de la finca.
De esta unión nació un hijo que ahora tiene 22 años y está en el Ejército. Sólo
vivimos siete meses por culpa de la inmadurez y la falta de responsabilidad, ya
que pensaba más en los balones que en mi mujer. Una tarde, después de una
acalorada discusión, ella me atacó con un machete; por poco me mata. Terminé
en el hospital con una herida en la cabeza y ella huyendo por miedo a que mis
hermanos la mataran. Esa mujer era muy celosa. Cuánto extrañaba los concejos
de mi madre, seguro que si hubiera estado viva nunca hubiera cometido esa
locura. Ella regresó a vivir con su mamá por un tiempo, pero luego se fue a
trabajar y dejó al niño con la abuela, quien lo crió y sacó adelante. De Martha no
volví a saber mucho, sólo recuerdo que se volvió a casar y se fue a vivir lejos.
Decidí, después de esto, vivir mi vida solo, a la vez que me tomé un respiro en las
relaciones amorosas. Un domingo unos amigos me invitaron a una reunión que
había convocado un comandante nuevo que se llamaba “Danilo” o el “Loco”.
Luego de la reunión nos llamó aparte a mí y a otros cinco muchachos; nos dijo: -
ustedes son las personas indicadas para responder por la seguridad y el orden en
la región-. Me sorprendí pero, a la vez, quedé intrigado por lo que teníamos que
hacer; la respuesta la dio el mismo “Loco”, dijo: -ustedes, de ahora en adelante,
son milicianos, y cualquier problema que pase en la vereda ustedes son los
encargados de resolverlo o comunicármelo-. Con ese trabajo podía cumplir mi
primer sueño porque lo que inicialmente me entregó fue una pistola diciéndome; -
esta es su mamá de ahora en adelante-.
Y así fue. En adelante me tocó ver muchas cosas. Lo primero fue en un combate,
los guerrilleros le cortaron la cabeza a un soldado y la pateaban como si fuera un
balón, luego se la llevaron; después escuche por las noticias que el soldado lo
enterraron sin cabeza. Algunas personas nos buscaban para que les
colaboráramos pero ese poder de autoridad era aprovechado por algunos
compañeros para intimidar a la población o, peor aún, para mal informarlos con el
comandante “Loco”, que sólo sabía decir “¡raspen a ese hijueputa!” y así, de esa
manera, asesinaron cualquier cantidad de personas.
Me sentía responsable por algunas cosas pero no podía hacer nada. Poco a poco
me fui involucrando y descuidando la finca por andar para arriba y para abajo en
ese trajín. Aún haciendo parte de las milicias conocí la mujer que se convertiría en
mi compañera y pareja. La conocí en el pueblo, era una niña estudiante, muy de la
casa. La mamá la cuidaba mucho tanto que no la dejaba ni siquiera cocinar, pero
yo era veterano en conquistar chicas y la convencí para que se fuera a vivir
conmigo. No fue fácil pues ella quería seguir estudiando y también le tenía miedo
a su madre pero, al fin, aceptó y se fue conmigo. En esa búsqueda de encontrar
un espacio en donde se me permitiera demostrar que era posible establecer una
relación en la que existiera afecto, comprensión y respeto, decidí iniciar un
verdadero hogar con ella. Todo comenzó muy bien hasta que empezó a sospechar
que yo andaba en algo raro; comenzaron los problemas: la dejaba sola mucho
tiempo y no podía justificar mis ausencias. Un día llegué a la casa y la encontré
llorando; después de presionarla para que me contara por qué lo hacía me llevé la
peor sorpresa cuando me dijo que el comandante de las milicias había venido y,
aprovechando que estaba sola, le había faltado al respeto.
La vida con mi mujer se convirtió en una nueva experiencia. Día a día se iban
construyendo las bases de una relación firme. Algo que no olvido fue que tuve que
enseñarle a cocinar, pues ella era una niña de casa que nunca había tenido que
hacer nada. Después de un tiempo de estar conviviendo juntos me convenció para
que abandonara esa vida y nos fuéramos a vivir al pueblo; lo consulté con la
almohada y decidí que lo mejor era retirarme de las milicias y ello no representaría
ningún problema con la guerrilla
Pasó un año completo antes de que el primer hijo naciera. En ese momento
vivíamos en el pueblo de María Angola y yo estaba trabajando y comprando las
cositas para mi familia. Después nos fuimos a vivir a Barranquilla, allí me fue muy
bien, conseguí un empleo en un deposito de víveres. Empecé desde lo más bajo:
con trabajo y buen comportamiento me fui ganando la confianza del jefe, quien
luego me apoyó. Llegué a tener mi propio negocio y estabilidad económica.
Pasaron varios años, todo marchaba perfecto hasta que uno de mis hermanos
llego a visitarme. Era Muricio pero él no llegó sólo a visitarme, venía con una
oferta de trabajo que era muy peligrosa pero a la vez muy rentable.
Tras constantes salidas y con esa actitud de persona que oculta algo, le hicieron
sospechar a mi mujer que, de nuevo, andaba en malos pasos. Le confesé que
trabajaba para la organización. Ella empezó a cuestionarme y persuadirme para
que abandonara ese tipo de actividad pues ya teníamos tres hijos.
Pero la ambición de tener cada día más me nublo, pues era muy buen negocio.
Además, quería cumplir mi otro sueño: tener un carro importante. Estaba feliz y
tranquilo. En ese momento no pensaba en las consecuencias que todo esto traía
consigo; esta vez la cosa era con mejores dividendos para mí. Nuevamente me
deje tentar, empecé a trabajar para la guerrilla comprando y llevándoles
provisiones. Las cosas marchaban bien, me encontraba con los contactos, les
entregaba la plata y ellos me daban la mercancía; luego la revendía a la guerrilla.
La cosa sonaba fácil pero, cada vez que hacia un negocio, sentía que me exponía
más. El mejor proveedor de armas y municiones en Barranquilla era un policía
conocido con el alias del “El Negro”. Eso representaba mucho riesgo pues los
policías siempre han sido torcidos. Por medio de “El Negro” logré contactos con
una banda de delincuencia organizada, se hacían llamar “los bolas”. Se
encargaban de realizar secuestros; nosotros identificábamos las posibles víctimas
y ellos hacían el trabajo y los entregaban en la Sierra. La red urbana fue
creciendo, pero también con eso los contactos y la infraestructura; contábamos
con carros, bodegas para descargue y cargue de mercancía, buena comunicación
y, además, manejábamos una red de tráfico de armas desde Panamá, que
entraba por el puerto de Paraguachón en Maicao, La Guajira.
Mi primer susto fue un día que iba para la Sierra con un cargamento de fusiles y
uniformes encaletados en un viaje de bloques para la construcción de un colegio.
En un compartimiento del tanque de la gasolina llevaba un radio base, cuando iba
entrando a la trocha encontré un retén; yo tenia frialdad para enfrentar las
situaciones. Un teniente dijo, con tono desafiante: -esta carga hay que bajarla
porque me parece sospechosa-. Sentí que los huevos se me subieron al pescuezo
pero, en seguida, reaccioné; le respondí: -¡listo!, bájenla pero con una condición,
que me la vuelvan a subir-. Después de pensarlo un instante el teniente dijo: -sabe
qué, déle tranquilo, era por molestar-.
Un compañero, por ganarse unos pesos de más, compró un carro que tenía
problemas judiciales y eso sí que era peligroso, pues dentro de la ilegalidad había
que andar lo más legal posible; ello le costó la vida a ese man. En un viaje a la
Sierra me cogió la Policía, estuve preso ocho días, esa nueva vinculación a la
organización me haría experimentar una de las situaciones más dolorosas de mi
vida. Un día salí de mi casa prometiéndole a mi mujer que sería la última vuelta
que haría, teniendo en cuenta que ya tenía 20 millones en efectivo y un campero
Trooper. Teníamos planeado ir a vivir a Cali pues un tío me había hablado de
negocios lícitos allí. Salí como de costumbre a encontrarme con un contacto a
quien no conocía bien: entre menos uno conozca de la gente mejor, más seguro
para ambos. Ese día las cosas se veían tranquilas, no pasaba nada raro, como
era lo esperado nos encontramos y se efectuó la transacción, lo único insólito fue
que, en ese preciso momento, nos cayeron unos manes del Ejército. Nos
capturaron e, inmediatamente, nos subieron en una camioneta, nos llevaron para
el batallón y empezaron a interrogarnos. Ninguno de los dos soltó una sola palabra
a pesar de la evidencia que teníamos encima; yo le dije a la otra pinta que
dijéramos que esas armas nos las habían puesto ellos.
Aconteció una de las mayores pruebas que Dios le pueda poner a un hombre: un
atentado. Dos hombres armados entraron a mi pequeña tienda y, sin emitir
ninguna palabra, prácticamente descargaron el cargador de una pistola nueve
milímetros en mi cuerpo, me dejaron casi sin vida. Ellos me dieron por muerto, uno
se acercó para rematarme, yo no me movía, cuando estaba cerca de mí el otro le
dijo: -vamos que ese está muerto-. Quedé en el piso de la tienda tendido en un
charco de sangre, en ese momento mi existencia se partió en dos.
Al Volver a recordar todo, paso a paso, fue imposible detener las lágrimas, ahora
me siento feliz con mi familia y mis proyectos, tengo amigos que me aprecian y me
admiran; soy un Líder de Paz. Este proyecto me tiene entusiasmado, creceré
como persona y ayudaré a crecer a otros. Después de tanto dolor están los
sueños de este hombre que desea ayudar a otros, que sueña con ver felices a las
personas y que desea robarle una sonrisa a un niño. Eso me llena a mí, me siento
realizado, me siento alegre cuando alguien queda satisfecho con algo que nace de
mí, sobre todo ver el rostro alegre de los niños.
Esta disposición de ayuda siempre me ha caracterizado. Mi mujer me dice: -tú
nunca tienes nada porque todo lo das-. -Te has dado cuenta que a nosotros nunca
nos ha faltado nada y, es por eso, porque yo siempre he ayudado a la gente-, le
contesto. Sin embargo, este soñador que le gusta trabajar por la gente también
tiene sus propios sueños: sueño con una casa propia en Bogotá, en donde viva
con mi familia, en donde pueda ver a mis hijos crecer y los pueda ver estudiando
en la universidad. Sueño con la tranquilidad y el amor de una familia que me
acompañe siempre y, lo que más quiero, es seguir trabajando por la gente porque
esa es mi pasión, es en eso donde me siento realizado.
“En medio de todo he sobrevivido. Cuando Dios lo tiene a uno para algo es por algo.
Imagínense que estoy limpio, no tengo ni siquiera un rasguño en el cuerpo, tuve mucha
suerte; centenares de compañeros que anduvieron conmigo, hoy en día, no están,
perecieron en este conflicto cruel”.
Mis abuelos paternos no los conocí, los maternos vivieron en Bella vista,
corregimiento de Fundación. Bonito lugar hoy desaparecido por causa de la
violencia. Los abuelos criaron a sus hijos, o sea a, mis tíos, en este pueblo, ahí
convivieron con sus parientes y amigos. Mi mamá era de religión protestante, de la
iglesia del Séptimo Día, mi padre católico. Siempre me incliné por lo católico,
recuerdo las visitas del padre Nepomuceno que pastoreaba en la región, él me
bautizó.
Mis hermanos de padre y madre éramos tres y una hermana por parte de padre,
para un total de cuatro. Nací en Pivijay. Según cuentan mis padres, recién nacido,
me llevaron a Bella vista, lugar en donde residió la familia de mi madre; por este
pueblo se encuentra la entrada para una vereda denominada sacramento: un bello
lugar en las faldas que descienden a la costa de la Sierra Nevada de Santa Marta,
en donde mis Abuelos maternos tenían una finca llamada ‘El Silencio’. Mis abuelos
se sostenían con la producción y cosecha de café, producto que es el fuerte
económico de la región, y cultivos transitorios como fríjol, maíz, yuca, hortalizas y,
en alguna ocasión, marihuana. También eran importantes en la economía el
ganado y las bestias, medio de trasporte importante para sacar los productos al
pueblo.
De los tres hermanos de padre y madre sólo quedamos dos. El mayor nació con
dificultades de parálisis y falleció a los 11 años, quedamos dos y mi hermana por
parte de padre, pero ella no convivió con nosotros. Mi mamá, ama de casa, y mi
padre, agricultor de origen costeño. Mi madre era ‘cachaca’, pero criada en el
Cesar, tenía en su sangre la cultura costeña. Los hábitos de mi vida fueron de
formación campesina; la mayor parte de mi infancia la viví en el campo, por lo
tanto, mis aspiraciones siempre fueron de estabilidad allí.
Los juegos con los demás niños no eran fáciles por las distancias que existían
entre mi casa y la de los vecinos. Mis juegos eran la vivencia diaria de mis padres,
de trabajo en el campo. Mis diversiones, de acuerdo a las actividades cotidianas
de ellos también; consistían, por ejemplo, en hacer casita, corralitos con ganado
de bellota de plátano y totumo, jugar al cultivo, hacer caminos, carreteritas y
sementeras. En momentos de visitas a casas de algunos vecinos aprovechaba
para jugar con los otros niños y, cuando salía al pueblo, una o dos veces al año,
jugaba con mis primitos
Varias veces le metí candela a los potreros cuando jugaba con ella; casi quemo el
rancho en donde vivíamos. Afortunadamente, mi papá llegó a tiempo y logró
apagar el fuego. Me gustaba necear con todo lo que encontraba, sobre todo con
las escopetas. Me ponía a jugar con ellas cuando tenía fácil acceso a su
manipulación. En varias ocasiones las disparé; una vez, en La Rosa, estando con
mis tíos y mi papá, habían llevado la escopeta y la colocaron sobre un tronco, a mí
se me hizo fácil accionarla y la disparé hacia donde estaba mi papá, tremendo
susto el que me llevé, casi lo mato.
En la finca mi papá siempre cultivó el café arábigo con otros cultivos como
plátano, yuca, fríjol, arracacha, malanga, maíz, ajo y soya, entre otros. Una parte
de la hacienda fue adecuada como potrero para sostenimiento de los animales,
entre ellos: mulas, burros y caballos, que nos prestaban el servicio para movilizar
los productos cosechados al mercado del pueblo. Algunos ingresos adicionales
eran obtenidos por crías de gallinas, pavos y cerdos, producto del trabajo y
dedicación de mi madre como complemento para ayudar con el sostenimiento de
la familia.
Comencé mis estudios en una escuelita en Santa Clara como a los diez años, con
la profesora Silvia. Era una escuela construida por la comunidad guiada bajo el
esfuerzo de todos. La ‘profe’ trabajaba con una bonificación que le aportaban entre
todos los miembros de la comunidad. Era el único plantel educativo que había en
la comunidad.
A la edad de 15 años salí de mi casa para Aguachica, Cesar, donde un tío. Allí
permanecí algún tiempo explorando qué se sentía el estar fuera de casa; no me
pareció muy bueno y regresé a mi hogar.
Uno de mis sueños era prestar el servicio militar y estudiar la carrera de soldado.
Siempre soñé con ser un recluta prestando el servicio militar, pero nunca se me
dio la oportunidad para hacerlo. Cuando estuve en Aguachina, un día de
reclutamiento, salí a la calle para que me llevaran pero, con tan mala suerte, que
al momento de reclutarme no contaba con la edad requerida y me rechazaron.
Los conocimientos que obtuve sobre la Unión Patriótica, que era el partido de las
clases populares, junto a los campesinos y trabajadores de todo el país, me
aclaraban cómo fortalecer la unión voluntaria de hombres y mujeres libres, una
forma conciente de organizarse desde la oposición, partiendo de la vanguardia
revolucionaria cuya línea política y programa provenían de la inspiración del
ideólogo de las FARC, Jacobo Arenas.
Fui seguidor del líder ideológico de las FARC Luis Morantes, alias “Jacobo
Arenas”, fallecido el diez de agosto de 1990. Él también fue una de las figuras
implicadas en la organización y creación de la U. P. en 1985. Para mí, Arenas, fue
el único ideólogo de las FARC que tuvo claro que era lo que quería, los ideólogos
de hoy no tienen idea dónde están parados. Arenas llegó a hablar varios idiomas,
como inglés y ruso.
Siempre admiré a Jacobo como un ejemplo de la revolución; eso influyó para que
me convirtiera en izquierdista, después de ser un campesino: primero, a partir de
mis experiencias en la U. P. y el Partido Comunista Colombiano hasta, finalmente,
ingresar a las FARC.
Sostuve en vínculos con la guerrilla desde los 14 hasta los 33 años, toda una vida
compartiendo con ellos. Salí de la guerrilla por tres razones de peso: la pérdida de
los principios ideológicos por los que me motivé para integrar esa organización; los
problemas de tipo familiar, pues me cansé de solicitar apoyo y me lo negaron,
nadie me entendió y, tercero, por problemas con Guillermo, el comandante de la
compañía.
Lo que ocurrió con el comandante fue que, al salir de la cárcel, luego de haber
pasado un año en ella, cuando me detuvieron en Cienaga, “Santriz”, miembro de
dirección me asignó la responsabilidad de relevar a “Domingo”, quien había sido
enviado para el Caguán. Una vez postulado empecé a retomar el trabajo de
masas, tuve muchas reuniones con las iglesias protestantes pero sin intención de
desautorizar a “Guillermo”. El era el comandante de la compañía Camilo Suárez y
jefe de finanzas del frente 19; a él le solicité una ayuda económica para mi familia
y lo que me respondió fue: -camarada, si usted esta aquí pensando en plata perdió
su tiempo, aquí no se lucha por lo material sino por convicción-. Días antes en
dialogo con “Solís”, primero al mando, me prometió que me ayudaría a solucionar
mi problema pero no me cumplió, aún más, yo sabía que ellos mandaban a sus
familias remesas de ocho y diez millones a cada rato.
A pesar de andar armado nunca robé a nadie, eso es algo que el mismo
movimiento se encarga de castigar, allí se fusila a quien incurriera en eso. Allá
conocí a un grupo de milicianos que la embarró. Los manes atracaron una finca y
pailas, a todos los mataron; la misma guerrilla se encargó. Como yo era una
persona que me acogía firmemente a las normas y al reglamento, no iba a andar
con ellos por allá robando. Yo me decía: -tengo que estar aquí, el sitio en donde
me ordenaron, yo no me puedo salir de los parámetros, de las órdenes a cumplir-.
Llegaban muchachos de 18, 19 y hasta 15 años, locos que pensaron que esto era
un juego y se iban a robarle a otro más pobre que uno. El ideal de nosotros no era
ese. Por hacer eso mataron a más de un muchacho.
En medio de todo he sobrevivido. Cuando Dios lo tiene a uno para algo es por
algo. Imagínense que estoy limpio, no tengo ni siquiera un rasguño en el cuerpo,
tuve mucha suerte; centenares de compañeros que anduvieron conmigo, hoy en
día, no están, perecieron en este conflicto cruel.
ESTAMOS CUMPLIENDO
“…nosotros somos sujetos políticos que sí que sabíamos lo duro del conflicto y de las
necesidades de solución política concertada del mismo, pues somos muestra de ello”.
Si los casi 12 mil individuos que voluntariamente han dejado las armas no
estuvieran tentados por el demonio del sapeo y contrasapeo de la Seguridad
Democrática y tuvieran mejores expectativas de la ahora llamada reintegración,
aportarían significativamente, desde su propio cuento, a que la historia del país
mejorara.
Al analizarla concluyo que, en las diferentes etapas en que puedo dividir mi vida,
por ejemplo: antes, durante y después de la militancia en la organización armada
irregular, en mi caso guerrillera, traen una connotación particular. En los tres
momentos he trabajado por beneficios comunitarios pensando en el desarrollo
junto con los demás. El trabajo en equipo y la organización colectiva siempre han
marcado las actividades de mi historia de vida.
Y estas tres líneas básicas, a su vez, en los tres momentos mencionados, antes,
durante y después de la militancia en la respectiva organización.
Antes de….
Tengo claro que no fue lo que llaman un reclutamiento forzado ni presionado por
necesidades económicas (en la guerrilla de las FARC no pagan sueldo ni
honorarios) o perspectivas por el estilo. Mi decisión fue valorada personalmente e
igual, totalmente voluntaria, aunque recuerdo que me demoré un buen tiempo
(seis meses) en tomar la decisión. Los riesgos latentes sobre mi seguridad,
libertad, vida y las posibles consecuencias familiares, llevaron a que la decisión la
pensara y repensara. Pero el desarrollo de la vida parece tener un orden.
En la localidad donde viví, he vivido y creo que viviré por un tiempo más, en
diferentes etapas de la juventud, estuve articulando y participando en a las
organizaciones juveniles y comunales. Aunque cercano al movimiento estudiantil y
popular, nunca hice la escuela política en la juventud comunista o algo así.
La infancia creo que fue muy normal. Disfruté la oportunidad de estudiar parte de
la primaria al lado de mi abuela que era educadora y quien tuvo un pequeño
colegio en el barrio. Luego, en una escuela pública y de nuevo el bachillerato, en
un colegio particular. Para el momento en que cursé la secundaria vivía cerca al
colegio INEM. Tenía amigos y vecinos que estudiaban allí. Recuerdo que me
invitaban a las manifestaciones que, necesariamente, debían terminar en pedreas.
Nos movíamos en la noche anterior a las manifestaciones para recolectar piedras,
ladrillos, llantas, y capaba clase para acompañarlos en las revueltas de la época.
En ese tiempo el movimiento estudiantil se fomentaba en los colegios oficiales
pero no en los privados. Mi familia nunca se enteró.
Con el apoyo inicial de mis padres ingresé a una universidad privada, algo
costosa. Ello me obligó a trasladarme a la jornada nocturna para trabajar y ayudar
a costearme la carrera. En la universidad traté de estar pendiente y vinculado al
consejo estudiantil que, notablemente, no era muy apoyada por la comunidad
académica; por el contrario, la indiferencia y la crítica eran comunes. Es difícil
crear conciencia en medio de una clase social que, en su mayoría es, ciertamente,
elitista.
Inicié mi trabajo clandestino muy cercano a las milicias a las que promocionamos,
por su carácter formativo en lo político. Allí la compartimentación era garantía de la
libertad y la vida; esa fue la experiencia dejada a muchos durante la militancia y el
apoyo a otras organizaciones como el M-19 o la Unión Patriótica: “acción con
compartimentación garantiza la protección”, disciplina y lealtad. Todos
contábamos con familia, motivación suficiente para estar libres y trabajar; todos
nos conocíamos desde niños y existían sólidos afectos que casi obviaban la
posibilidad de traición.
Nunca tuve una motivación económica para entrar a las FARC, pues para mí era
claro que en la guerrilla no pagan sueldo, a pesar de que sabía, por mi compadre,
que facilitaban recursos para operar, de acuerdo a la estructura a la que se
perteneciera.
Otra cosa era la retribución monetaria por operaciones positivas realizadas, sobre
todo en la recuperación de presupuestos o generación de finanzas para el frente,
pero nunca justificación para el compromiso con la militancia.
Durante la militancia….
Otra etapa para mí importante dentro de la militancia, fue cuando por orientación
directa del Estado Mayor Central, nos encomendaron la tarea de trabajar para los
presos políticos de la organización que se encontraban en la Picota. Trabajo que
se hizo a través de una fundación con fachada cristiana y con el parapeto de
prestar asesoría psicosocial, jurídica y de carácter productivo para todo tipo de
presos y sus familias, pero, objetivamente, para los presos políticos. Se conformó
una red de apoyo con un colectivo de abogados, estudiantes de derecho, carreras
de una prestigiosa universidad de Bogotá, algunas organizaciones e instituciones
no gubernamentales y comités de solidaridad de presos políticos y sociales.
Fue otra época de construcción permanente. Recuerdo que tuve las primeras
contradicciones y discusiones con mandos del frente, específicamente, con el
financiero, pues a pesar del gran trabajo realizado por los internos y de tener el
aval del Estado mayor del Bloque y a su vez del Secretariado, nunca llegaba a
tiempo el presupuesto acordado para dignificar la estadía de los compañeros que,
desde adentro, mantenían su condición insurgente y promovían el trabajo político
y económico, en la medida en que las normas en el interior de la cárcel lo
permitían. Por ejemplo, no llegaba presupuesto para “plantear” la compra de unos
caspetes en dos patios de la Picota, caspetes que garantizarían, a corto plazo,
rendimiento económico que extendería la ayuda a otros compañeros a quienes no
les llegaban finanzas.
Pero después del primer año todo cambió. Hubo la necesidad obligatoria de
permanecer en la zona de despeje. Se habían presentado problemas de seguridad
por presencia de sapos e infiltrados en los retenes militares de ingreso a la zona;
para el momento había conocimiento de patrullas paramilitares que rondaban las
carreteras de acceso y que, con anuencia del Ejército Nacional, capturaban,
torturaban y desaparecían masas amigas y militantes estafetas. Así fue que los
dos años siguientes permanecimos internos y a disposición del EMBO.
Bogotá era otra cosa. Las circunstancias de seguridad no eran las mismas, había
mucha pero mucha gente de organizaciones sociales y demás, que nos había
visto uniformados y que, muy seguramente, reencontraríamos en la capital. Hubo
una incomunicación de más o menos cuatro meses, hasta que mi compadre, de
nuevo, se contactó y retomó el trabajo.
Ante la preocupación, y por orientación del EMBO, fuimos asignados a otro frente
que operaba en distinto departamento, pero, al poco tiempo, por razones
operativas, el mando nos regresó a Bogotá.
Las cosas cambiaron mucho y todo se acabó por una operación, ciertamente
delicada, encomendada a la célula. Apoyaríamos una comisión en una acción de
guerra a un objetivo militar en la ciudad, a pesar de que el directo responsable de
la acción ante los Estados Mayor de Frente y del Bloque Oriental era un
experimentado comandante, éste se comportó de la manera menos revolucionaria;
fue permisivo, indisciplinado y directo responsable del fracaso de la misión.
A pesar de nuestras recomendaciones (pero como era el duro) consintió que las
unidades guerrilleras que operarían la misión permanecieran muchos días (casi
dos meses) en la ciudad, con recursos y libertades indebidas. La ciudad absorbe
y desconcentra; de manera irresponsable desatendió los mínimos de seguridad
urbana por estar tomando tragos y bailando putas, permitió que se identificaran los
lugares en donde había material de guerra cuando esa información era la más
compartimentada y seria de la misión. Creo que todo lo anterior acabó con varios
años de trabajo clandestino de nuestra célula política en la ciudad. A lo anterior se
suma que el presidente Álvaro Uribe había consolidado su tenebroso plan de
recompensas. Mentiras que sedujeron a un mal llamado camarada que se
“descoció”.
Con los dos camaradas de la célula base planteamos entregar los sitios
arrendados y sugerimos al comandante “Paz” mover las cosas, pero fue
demasiado tarde. Afortunadamente, por precaución, no me había vuelto a quedar
en el sitio pero, desafortunadamente, este apartamento estaba bajo mi nombre y
datos reales, y permití, estúpidamente, utilizarlo para la misión. Preciso, en la
madrugada del 12 de diciembre, allanaron los tres lugares, recuperaron el material
de guerra y capturaron a cinco compañeros que la colgaron y se quedaron en los
otros dos lugares. Habíamos trazado el plan de evacuación una vez cometida la
acción o al presentarse un problema, pero con un pequeño descuido, no teníamos
un solo peso.
No quise recibir ningún apoyo por parte de este Ministerio: no albergue, no kit de
aseo ni de ropa, me sentía extraño y como humillado al tener que depender tan
directamente de los militares. Cada vez que iba a las oficinas a preguntar por mi
CODA (certificado que acreditaba mi pertenencia al grupo y mi voluntad de
desmovilizarme de él) discutía con algún funcionario por su prepotencia y la
humillación a la que sometían a los desmovilizados. Pareciera que se desquitaran
de la superioridad que la guerrilla ejerce sobre ellos en las zonas de guerra, se
aprovechaban porque uno ya no tenía ni camuflado ni arma y decían frases
provocadoras y ofensivas por nuestro acto de deserción.
Fue la época más difícil de este proceso. El programa de reinserción ejerce una
continua presión sobre el reintegrado para que se convierta en sapo, ofrecen visas
y mil promesas a cambio de información para capturar a uno de los viejos. Más de
un compañero acepta ingenuamente participar en esos operativos, a pesar de
cientos de testimonios que se escuchan en las puertas del Ministerio, en donde se
oye a compañeros que comentan los problemas de seguridad que generan los
operativos militares y las mentiras de las recompensas. Se han presentado
desapariciones, asesinatos de sapos y sus familias, además de casos de
corrupción. Cuando hay dólares de por medio, los militares parecen especialistas
en administrarlo en favor de la guerra pero nunca de la paz.