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Estaba fresca la herida dejada por el franquismo en una España encontrada cuando llegué
en 1996 al viejo monasterio de Colón, La Rábida, todavía regentado por los austeros
franciscanos, a persignarme, como hacemos los andinos antes de entrar a los amplios
salones de la Universidad Internacional de Andalucía, el que quedaba a pocos pasos. Iba
en peregrinación académica a uno de los novedosos programas de postgrado en Historia
de América y sus revoluciones que estaba coordinado por Juan Marchena Fernández, su
primer director. Pese a su relativa juventud, ya tenía aureola de éxito y notoriedad, sea en la
enseñanza como en los cargos directrices. Así lo conocí en la sede de la Universidad Internacional
de Andalucía: hombre delgado de clásico porte andaluz, de pronunciación en ritmo
entonativo más rápido y variado, de ágiles respuestas; de bigote de morsa ensortijado hacia
arriba, que contrastaba con su carisma, amabilidad y solidaridad para con los que más
necesitábamos.
En La Rábida
Aquel programa académico tenía como profesores a lo mejor de entonces. Juan Marchena había
logrado reunirlos en una plana de privilegio. Habían acudido hasta allí, hasta Palos de la
Frontera, desde varios lados del mundo. Estaba el cubano Manuel Moreno Fraginals, autor
de El Ingenio, el estudio más completo sobre la esclavitud negra en Cuba y América; el
belga Jan De Vos, quien había vivido en México y estudiado las rebeliones de Chiapas del
Subcomandante Marcos; Juan Carlos Garavaglia, aquel argentino colombiano, profesor del
Ecole de Paris que había estudiado el mate como fuente de economía en desarrollo en
América; Jorge Helman, militante de izquierda, de la Universidad Nacional de Buenos
Aires, especialista en historia económica del siglo XVIII y XIX; Tristan Platt, el de la teoría
de los espejos y del yanantin, especialista en aimaras del altiplano; Xavier Albó, el
antropólogo, sacerdote jesuita y lingüista, especialista en el quechua y sobre todo en
nuestro cronista indio Guamán Poma de Ayala; Antonio Acosta Rodríguez, de la
universidad de Sevilla, diestro en extirpación de idolatrías y en el doctrinero de Huarochirí,
el cura Francisco de Ávila; Bernard Lavalle, el francés peruanista, del Paris II La Sorbona,
especialista en Pizarro y las rebeliones anticoloniales; el mexicano Rodolfo Stavenhagen, el
defensor de los pueblos indígenas, más tarde relator en la ONU, entre otros. Juan, como
quería que se le llame, comandaba el equipo, de envidiable eficiencia, con Felipe Del Pozo
en la Biblioteca, Manuel Maño Andrés García en la coordinación académica y Ricardo
Almeida, en atención de estudiantes, que por ser becarios uno por país, éramos diversos,
pero a la vez uno, pues nuestra promoción se llamó Para que no vuelva el color que corre.
No pasábamos más de veinte.
Su vocación peruanista
Recientemente, este marzo de 2022, ese mismo tema nos juntó en Sevilla, cuando fue el
presentador al lado de otro grande, como José Antonio Mazzotti, de nuestro libro Perú
Bicentenario, de Túpac Amaru II a la heroica Batalla de Ayacucho, en la Universidad de
Sevilla, del que había sido su vicerrector. Esa predisposición de estar al lado de la
producción provinciana era su característica. El libro había sido editado por la
Municipalidad de Huamanga.
El siglo XVI, no estuvo ajeno a sus preocupaciones académicas. Comenzó situando el papel
de la religión y las confesiones religiosas, cuando a propósito del V Centenario en 1992,
escribió La Jerarquía de la Iglesia en Indias: el Episcopado americano. 1500-1850, bajo el
sello de MAPFRE América. Sin embargo, le dedica más páginas a nuestro Cronista indio, el
emblemático lucanino del valle del Sondondo, con su trabajo “La memoria de los cerros:
Felipe Guamán Poma de Ayala”, publicando al lado de José Carlos de la Puente y Luis
Miguel Glave, el libro Caminando con Don Phelipe Guaman Poma de Ayala. Primer Nueva
Coronica y Buen Gobierno, 1615, bajo el sello de la Municipalidad del Cusco, en el 2009.
Así nos devuelve la imagen entonces cuestionada sobre la importancia de nuestro cronista
en la construcción de la historia fundante.
Nuestros andinos, como pueblos no han estado lejos del quehacer de Marchena. También
han merecido su cuota de sabiduría, cuando en año 2015, publicó Oir la voz de los
cerros. Los pueblos andinos en su lucha por la educación, en la Universidad Nacional del
Altiplano de Puno.
Réquiem
Juan, está fresco el abrazo y la gentileza que siempre tuviste al estar en casa aquí o allá,
donde siempre fuiste bien recibido y querido. En muchas de tus estancias pudiste apreciar
a nuestros Dánzaqs, a “nuestros Tijeras”, a quienes admirabas. Son testigos amigos como
Pedro Escribano, Gerard Barrás, Lucho Millones, entre otros, de tu permanente
preocupación por el Perú. Precisamente en una de aquellas reuniones salió tu
compromiso de llevarte estudiantes de la Universidad del Centro como becarios. Viajamos
a esa, les prometiste y cumpliste con creces. Te recuerdan con cariño y nostalgia; de
seguro ahora llorarán tu partida, aquellos veinte jóvenes huancaínos que te llevaste a
México a aprender de antropología e historia.
Querido Juan, tuviste la nobleza y generosidad de aceptar ser el presentador de nuestro
último libro, este marzo. Como hace los andinos, nos dijiste que antes te llamáramos para
llegar a tu casa en una especie de ayni. Así lo hicimos y tuvimos el privilegio de estar a tu
lado y al de Nayi, en tu casa llena de libros en Sevilla. Nos mostraste tus últimas
investigaciones sobre Don Felipe Guamán Poma, del que habías develado un misterio: que
la lectura de su crónica, no era literal y de corrido página por página, como se creía; sino,
de manera intercalada, como si se tratara de un código, pues si así se hacía, se develaba
varios secretos. En efecto, su novedosa lectura, emitía mensajes lógicos, sobre una
sociedad colonial, en el que, lo indio era permanente motivo de sospecha, que habría
motivado este tipo de estructura, nunca dicha antes. Las más de mil páginas que habías
trabajado y que esperaban ser publicadas en versión electrónica -para lo cual
comprometiste a la universidad del Cusco, (al que le sumamos el interés de la nuestra)-,
hoy esperarán que vea la luz póstuma, pues ya estaba lista su publicación. Gracias por
todo ese calor peruanista.
Nos dejas, cuando estaba lista la publicación de tu libro en versión peruana Pablo de
Olavide, vida, obra y sueños de un Americano en la España del siglo XVIII, con la mejor
biografía de este peruano universal, cuyo prólogo nos habías encomendado como noble
gesto de maestro. Lo volveremos a redactar, en tu dolida ausencia física. Allí te
agradeceremos como cientos que estamos en deuda contigo. Allí te diremos que el Perú y
su historia te agradecen de sobremanera y que la luz de tus ojos que alumbraba esperanza
y futuro, seguirán radiantes, aunque por ahora llueva bajo el vidrio de nuestros ojos.