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Según Pascual (2008): “La mayoría de los casos son hereditarios por vía
autosómica dominante por parte de ambos progenitores de manera similar” (p. 141).
En referencia a esta, sabemos que la concordancia se ubica entre el 70% y 90%.
Además de los casos hereditarios, se encuentra el grupo de origen adquirido o
ambiental, los mismos que funcionan como desencadenantes o moduladores de la
carga genética. En los últimos años, se está evidenciando un notable incremento de
estos factores que predisponen el desarrollo de TDAH, estos son la exposición
intrauterina al tabaco, alcohol o a tratamiento farmacológico (benzodiacepinas o
anticonvulsivantes); prematuridad; bajo peso al nacer; complicaciones perinatales;
madre añosa y antecedentes psiquiátricos en padres, predominando en sus secuelas
la inquietud, la falta de atención y la impulsividad (Rusca y Cortez, 2020, p. 150).
La prevalencia más alta se sitúa entre los 6 y 9 años de edad. Sin embargo, en
los últimos años este se ha incrementado, pero aún no se ha logrado determinar si
esto se debe a una optimización diagnóstica, a un sobrediagnóstico o a un aumento
verdadero de la prevalencia.
Según Morrison, nos indica que el trastorno del espectro autista TEA, es un
trastorno del neurodesarrollo, que las manifestaciones y nivel de gravedad son
variables, que suelen identificarse en la fase de la niñez y se mantiene hasta la
adultez, en la etiología presenta carga genética y ambientales, los síntomas abordan
en 3 categorías, primero tenemos a la comunicación, presentan un retraso de varios
años en el lenguaje oral, segundo abordaría la socialización, existe una deficiencia en
la interacción con los demás, no respondiendo los estímulos presentados por sus
padres ni expresar sus sentimientos con los otros y tercero tenemos la conducta
motriz, es la realización de acciones compulsivas o rituales (2015).
Para la evaluación del TEA, se tiene que cumplir con los criterios según los
manuales para un adecuado diagnóstico, la Asociación Americana de Psiquiatría
(2018), brinda los siguientes criterios:
Mientras la detección del TEA sea temprano, podrá contar con una adecuada
intervención y tendrá un mejor pronostico en la evolución clínica del niño, si los niños
presentan signos precoces del TEA, se puede intervenir en poder cambiar el foco de
atención preferente, el funcionamiento de los objetos hacia una motivación
preferencial por el entorno social, en niños que fueron detectados a partir del año y
antes de los 36 meses, gira alrededor de los hábitos sociales que se centra en la
motivación e interés del niño y tiene como objetivo el poder trabajar y estimular las
áreas afectadas del neurodesarrollo en los niños como la comunicación, lenguaje e
imitación (Hervás, Balmaña y Salgado, 2017).