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INTRODUCCIÓN

La concepción de los trastornos del neurodesarrollo, son un tema de análisis


que cada vez van tomando mayor relevancia a nivel mundial, en el dominio de la salud
mental y en el educativo, estos son un grupo de condiciones heterogéneas que se
caracterizan por un retraso o alteración en la adquisición de habilidades en dominios
del desarrollo como el área motora, social, lenguaje y cognición. El objetivo central
del presente ensayo es versar de manera detallada dos trastornos básicos del
neurodesarrollo: el trastorno por déficit de atención con hiperactividad “TDAH” y el
trastorno del espectro autista “TEA”, considerando diversificados modelos teóricos
para referir su concepción, origen, causas, especificaciones, gravedad, y dar a
conocer diferentes métodos que posibilitan identificar a esta población de tal manera
que se les pueda diagnosticar a tiempo y de forma correcta. Ante lo señalado, surge
la controversia sobre si existe una comorbilidad y/o una significante relación entre
estos dos trastornos. En este texto se considera que si existe una notable asociación
entre el TDAH y TEA.
ENSAYO DE TDAH Y TEA

Trastorno de déficit de atención e hiperactividad

El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es considerado


un trastorno del neurodesarrollo, tanto en la clasificación del DSM-5, como en la CIE-
10. Comúnmente los síntomas se van a exponer a temprana edad, los criterios más
antiguos refieren que antes de los 7 años, pero en la actualidad se habla de un rango
más amplio, hasta antes de los 12 años.

En un contexto histórico, encontramos que:

Las bases científicas del conocimiento de sus peculiaridades clínicas se


establecieron a principios del siglo XX. Antes de llegar a la denominación actual
de “síndrome de déficit de atención e hiperactividad”, casi unánimemente
aceptado, recibió diversos nombres científicos tales como “daño cerebral
mínimo” y “disfunción cerebral mínima” (Pascual, 2008, p. 140).

Este trastorno se define a partir de la presencia persistente de tres principales


síntomas. En primer lugar, se encuentra la disminución de la atención o la inatención,
este se caracteriza por el déficit en concentración y/o la atención selectiva. En
segundo lugar, está la impulsividad, que se conoce como la dificultad en la inhibición
del pensamiento o comportamiento infantil, que se genera como consecuencia del
primero. El último, se encuentra la hiperactividad, incapacidad para regular la
actividad o control del lenguaje adecuado. No obstante, tras estas, se hallan diversas
dificultades en las funciones ejecutivas, es decir; obstáculos para atender a estímulos
específicos; idear y organizar una acción; reflexionar acerca de las posibles
consecuencias de cada acto; inhibir la primera respuesta automática para
reemplazarla por otra más apropiada.

Así también encontramos alterados los procesos relacionados a la motivación


y la recompensa y una disfunción en las redes neuronales relacionadas a la
capacidad de introspección y conciencia de sí mismo, esta última llamada en
inglés “default mode network” (Rusca y Cortez, 2020, p. 149).
Diversos estudios señalan que el TDAH es cuadro orgánico, de origen
biológico-anatómico que afecta ciertas estructuras cerebrales, y tienen múltiples
factores etiológicos, estas pueden ser tanto genéticas como ambientales (adquirida),
pero en ambos casos con la misma base bioquímica, estas perjudican el esperado
desarrollo del niño, adolescente o adulto que lo posee.

Según Pascual (2008): “La mayoría de los casos son hereditarios por vía
autosómica dominante por parte de ambos progenitores de manera similar” (p. 141).
En referencia a esta, sabemos que la concordancia se ubica entre el 70% y 90%.
Además de los casos hereditarios, se encuentra el grupo de origen adquirido o
ambiental, los mismos que funcionan como desencadenantes o moduladores de la
carga genética. En los últimos años, se está evidenciando un notable incremento de
estos factores que predisponen el desarrollo de TDAH, estos son la exposición
intrauterina al tabaco, alcohol o a tratamiento farmacológico (benzodiacepinas o
anticonvulsivantes); prematuridad; bajo peso al nacer; complicaciones perinatales;
madre añosa y antecedentes psiquiátricos en padres, predominando en sus secuelas
la inquietud, la falta de atención y la impulsividad (Rusca y Cortez, 2020, p. 150).

Dentro de este síndrome, existen algunos subtipos, que se deben tener en


cuenta. Uno en el que predomina la hiperactividad con un 10%; otro en el que
predomina el déficit de atención con un 10%; y el más numeroso, con un 80%, en el
que está la presentación combinada de déficit de atención y de hiperactividad.
Además, se identifican tres niveles de gravedad; leve, con poco o ningún síntoma;
moderado, síntomas presentes entre “leve y grave”; y grave, donde hay más síntomas
de los necesarios.

La prevalencia de este trastorno va de un 2% a 12% en la población infantil,


con una media entre 5 a 8%. Sin embargo, hay países que evidencia una prevalencia
mayor o menor a la señalada, un claro ejemplo de esto, es Estados Unidos, con una
alta prevalencia sobre todo en su costa este, caso contrario es la que sucede en
Francia.

Para una mejor contextualización de este trastorno, en el territorio nacional,


Rusca y Cortez (2020), señalan que:
En el Perú, tenemos datos de una prevalencia entre 3 y 5% en Lima y Callao,
obtenidos del estudio epidemiológico de salud mental de niños y adolescentes
en el año 2007. Es importante mencionar que se considera que la cultura varía
sólo un poco la verdadera prevalencia, pero varía enormemente el impacto y
la respuesta que tiene en la preocupación de los adultos que cuidan al niño (p.
149).

La prevalencia más alta se sitúa entre los 6 y 9 años de edad. Sin embargo, en
los últimos años este se ha incrementado, pero aún no se ha logrado determinar si
esto se debe a una optimización diagnóstica, a un sobrediagnóstico o a un aumento
verdadero de la prevalencia.

Asimismo, algunos autores señalan que la relación niño/ niña es de 4/1,


mientras que otros refieren de 2 a 9 niños por cada niña. Por un lado, los niños
parecen exhibir mayor hiperactividad, inatención, impulsividad y problemas
externalizantes, por otro, las niñas generalmente muestran mayor inatención,
problemas internalizantes como ansiedad y depresión, y compromiso cognitivo. “Se
cree que existe un menor diagnóstico en niñas ya que son las que suelen presentar
más el TDAH de presentación inatenta, sin hiperactividad ni impulsividad.” (Rusca et
al., 2020).

Tras lo señalado, es relevante distinguir el TDAH de la inatención,


hiperactividad e impulsividad esperables para la etapa evolutiva, nivel de desarrollo o
coeficiente intelectual del niño, a pesar de que estos varíen según la edad y el sexo.

El diagnóstico del TDAH es de carácter clínico, para ello es útil basarnos en


los criterios diagnósticos de los manuales de diagnóstico internacionales, como la CIE
- 10 de la OMS o el DSM - 5 de la Asociación Psiquiátrica Americana, ya que estas
son clave para comprender que, al ser un trastorno del neurodesarrollo, los síntomas
los podremos ver de manera evolutiva. Es decir, el niño irá mostrando las
características antes mencionadas a lo largo de su desarrollo, acentuándose según
el contexto o etapa evolutiva.

Los elementos diagnósticos de este trastorno van a ser la realización de una


minuciosa historia clínica; la entrevista con los padres con el fin de detallar y valorar
la presencia de los síntomas, su intensidad, frecuencia, persistencia en el tiempo y en
distintos contextos, así como los datos aportados por otras fuentes como profesores
o tutores, para valorar la variabilidad de los síntomas en distintos contextos y
determinar el grado de deterioro en el funcionamiento. Además, se debe valorar los
antecedentes personales del desarrollo, médicos y psiquiátricos, antecedentes
familiares, ambiente familiar, relaciones sociales y evolución de la escolarización.
También debe recabarse información para determinar la existencia de
comorbilidades, sobre todo de trastornos de conducta, depresión, ansiedad, manía,
tics, abuso de sustancias, psicosis y trastornos del aprendizaje. Puede utilizarse
escalas estandarizadas con valores normativos establecidos para ayudar en el
proceso de diagnóstico, por ejemplo, la escala de Conners para padres y profesores.
Por último, es importante contar con la posibilidad de realizar pruebas auditivas,
visuales y de laboratorio, para descartar causas orgánicas.

Este es en realidad mucho más que un trastorno, es un síndrome de


dimensiones enormes, que alcanza una gran cantidad de facetas y se debería
denominar “Síndrome de Déficit de Atención e Hiperactividad (SDAHA) con mucha
más propiedad que TDAH (Pascual, 2008, p 140). En los últimos años, se ha ido
cobrando mayor importancia una serie de trastornos comórbidos, porque:

El TDAH puede coexistir en un 70% con otros trastornos, como los


siguientes: trastorno del espectro autista; problemas motores; dificultades
específicas del aprendizaje; tics; trastorno de desregulación disruptiva del
estado de ánimo; trastornos de conducta y oposicionistas; ansiedad; depresión
(Rusca et al., 2020 p.150).

Estas son una serie de características, que usualmente acompañan en mayor


o menor número y con carácter más o menos severo a los tres criterios diagnósticos
del TDAH. Son expresiones de carácter físico-psicológico-comportamental que no se
consideran dentro de lo esperado, pero tampoco corresponden a una patología
psicopatológica concreta.

Como se refirió, el TDAH evidencia un alto porcentaje de coexistencia con el


TEA “trastorno del espectro autista a la comorbilidad”, estos se han abordado
mediante dos metodologías: recuperado datos de grandes estudios
epidemiológicos ya realizados, que inicialmente se centraban solo en uno de los
dos trastornos, pero en los que se evaluaba sintomatología del otro, lo que permite
establecer la prevalencia de la comorbilidad de ambos, y con muestras más
modestas cuyo foco estaba directamente puesto desde el inicio en evaluar la
presencia comórbida de TEA y TDAH (Rico y Tárraga, 2016, p. 811).

Trastorno del espectro autista

Según Morrison, nos indica que el trastorno del espectro autista TEA, es un
trastorno del neurodesarrollo, que las manifestaciones y nivel de gravedad son
variables, que suelen identificarse en la fase de la niñez y se mantiene hasta la
adultez, en la etiología presenta carga genética y ambientales, los síntomas abordan
en 3 categorías, primero tenemos a la comunicación, presentan un retraso de varios
años en el lenguaje oral, segundo abordaría la socialización, existe una deficiencia en
la interacción con los demás, no respondiendo los estímulos presentados por sus
padres ni expresar sus sentimientos con los otros y tercero tenemos la conducta
motriz, es la realización de acciones compulsivas o rituales (2015).

Etimológicamente, la palabra autismo proviene del griego αυτος, que significa


uno mismo e ισμός que significa que forma sustantivos abstractos, en conjunto nos
se puede interpretar como internarse en uno mismo o también el aislarse del mundo
externo, esta última interpretación la utilizó Eugen Bleuler en 1908, indicando que se
aíslan en su propio mundo a los pacientes con esquizofrenia, tanto el TEA como el
espectro de la esquizofrenia, presentan similitudes, pero los años 40 fueron Asperger
y Kanner los pioneros quienes profundizaron en los estudios pero de manera paralela,
y el autismo es descrito como una reacción esquizofrénica de tipo infantil en el Manual
Diagnóstico y Estadístico de la Asociación Americana de Psiquiatría DSM-I en el año
1952, luego pasó como características propias de la esquizofrenia infantil en el DSM-
II en el año 1968, recién en el año 1980 con el DSM-III, lo denominan como autismo
infantil, pero en el DSM-III-R de 1987, lo denominan como el trastorno autista,
después en el DSM-IV de 1994 y el DSM-V-TR del 2000, llegaron a definir 5
categorías del autismo, como el trastorno autista, el trastorno de Asperger, el trastorno
de Rett, el trastorno desintegrativo infantil y el trastorno generalizado del desarrollo
no especificado, finalmente, en el DSM-5 del 2013, lo denominan como el trastorno
del espectro autista TEA (Celis y Ochoa, 2022).
En la etiopatogenia, aunque no existen genes específicos, el autismo se
conoce como una enfermedad poligénica con una alta tasa de heredabilidad. Se
describe como relacionado con genes que codifican proteínas que transmiten señales
entre sistemas celulares relacionados con la proliferación, motilidad, diferenciación,
crecimiento de unión y supervivencia celular. Los estudios del cromosoma 7q 31
vinculado a la mini columna cerebral del autismo encontraron una asociación del gen
del receptor de tirosina quinasa MET en el desarrollo neocortical y en los sistemas
cerebeloso, inmunológico y gastrointestinal (Quijada, 2008).

Para la evaluación del TEA, se tiene que cumplir con los criterios según los
manuales para un adecuado diagnóstico, la Asociación Americana de Psiquiatría
(2018), brinda los siguientes criterios:

A. Deficiencias persistentes en la comunicación y en la interacción social en


diversos contextos, manifestados por lo siguiente, actualmente o por los
antecedentes (los ejemplos ilustrativos, pero no exhaustivos).

1. Deficiencias en la reciprocidad socioemocional varían, por ejemplo,


desde un acercamiento social anormal y fracaso en la conversación normal en
ambos sentidos, pasando por la disminución en intereses, emociones o afectos
compartidos, hasta el fracaso en iniciar o responder a interacciones sociales.

2. Las deficiencias en las conductas comunicativas no verbales


utilizadas en la interacción social, por ejemplo, desde una comunicación verbal
y no verbal poco integrada, pasando por anormalidad en el contacto visual y
del lenguaje corporal o deficiencias en la comprensión y el uso de gestos, hasta
la falta total de expresión facial y de comunicación no verbal.

3. Las deficiencias en el desarrollo, mantenimiento y comprensión de


relaciones varían, por ejemplo, desde dificultades para ajustar el
comportamiento a diversos contextos sociales, pasando por dificultades para
compartir juegos imaginativos o para hacer amigos, hasta la ausencia de
interés por las otras personas.

B. Patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o


actividades que se manifiestan en dos o más de los siguientes puntos,
actualmente o por los antecedentes (los ejemplos son ilustrativos, pero no
exhaustivos).

1. Movimientos, utilización de objetos o habla estereotipados o


repetitivos (p.ej., estereotipias motoras simples, alineación de juguetes o
cambio de lugar de objetos, ecolalia, frases idiosincrásicas).

2. Insistencia en la monotonía, excesiva inflexibilidad de rutinas o


patrones ritualizados de comportamiento verbal y no verbal (p. ej., gran
angustia frente a cambios pequeños, patrones de pensamiento rígidos, rituales
de saludo, necesidad de tomar el mismo camino o de comer los mismos
alimentos cada día).

3. Intereses muy restringidos y fijos que son anormales en cuanto a su


intensidad o foco de interés (p. ej., fuerte apego o preocupación por objetos
inusuales, intereses excesivamente circunscritos o perseverantes).

4. Híper o hiporreactividad a los estímulos sensoriales o interés


inhabitual por aspectos sensoriales del entorno (p.ej., indiferencia aparente al
dolor/temperatura, respuesta adversa a sonidos o texturas específicos, olfateo
o palpación excesiva de objetos, fascinación visual por las luces o el
movimiento).

C. Los síntomas deben estar presentes en las primeras fases del


desarrollo (pero pueden no manifestarse totalmente hasta que la demanda
social supera las capacidades limitadas.

D. Los síntomas causan un deterioro clínicamente significativo en lo


social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento habitual.

E. Estas alteraciones no se explican mejor por la discapacidad


intelectual (trastorno del desarrollo intelectual) o por el retraso global en el
desarrollo. La discapacidad y el trastorno del espectro autista con frecuencia
coinciden; para hacer diagnósticos de comorbilidades de un trastorno del
espectro autista y discapacidad intelectual, la comunicación social ha de estar
por debajo de lo previsto para el nivel general del desarrollo (pp. 50-51).
Presenta comorbilidad, siendo los trastornos de ansiedad, los más frecuentes,
luego tenemos el TDAH que son alrededor de la mitad, los trastornos de obsesivos-
compulsivos que son la tercera parte y los trastornos depresivos que son el 30%
(Morrison, 2015).

El TEA presenta niveles de gravedad en la comunicación social y los


comportamientos restrictivos y repetitivos, los cuales se van a clasificar en 3 grados,
grados 1, es que necesita ayuda, el grado 2, necesita ayuda notable y el grado 3, que
necesita ayuda muy notable (Asosiación Americana de Psiquiatría, 2018).

Existen diversas herramientas de cribado que pueden complementar y facilitar


el diagnóstico del TEA, como el M-CHAT que nos brinda signos temprano del TEA o
retrasos en el desarrollo en niños de 16 a 30 meses, también el ADI-R, que recopila
información del comportamiento de los niños a través de la entrevista de los padres o
cuidadores, esto permite detectar el TEA y el ADOS-2, que solo lo realiza un
profesional especializado y que evalúa el comportamiento de los niños a través de
tareas especiales para el diagnóstico del TEA, que va desde los 12 meses hasta la
edad adulta (Velarde, Ignacio y Cárdenas, 2021).

Mientras la detección del TEA sea temprano, podrá contar con una adecuada
intervención y tendrá un mejor pronostico en la evolución clínica del niño, si los niños
presentan signos precoces del TEA, se puede intervenir en poder cambiar el foco de
atención preferente, el funcionamiento de los objetos hacia una motivación
preferencial por el entorno social, en niños que fueron detectados a partir del año y
antes de los 36 meses, gira alrededor de los hábitos sociales que se centra en la
motivación e interés del niño y tiene como objetivo el poder trabajar y estimular las
áreas afectadas del neurodesarrollo en los niños como la comunicación, lenguaje e
imitación (Hervás, Balmaña y Salgado, 2017).

También existe el análisis de comportamiento aplicado ACA o las siglas en


inglés ABA, es una terapia intensiva por medio de métodos basados en la evidencia,
lo cual tratan de incrementar la sociabilización del niño y a la par, poder disminuir el
comportamiento desafiante con técnicas diseñadas, basados en el ACA se han
diseñado otras terapias que cuentan con un marco más amplio para ayudar en la
socialización, comunicación y actividades de los pacientes con TEA (Celis & Ochoa,
2022).
CONCLUSIONES

• Tanto el TDAH y el TEA son trastornos del neurodesarrollo, manifestándose


en el inicio del periodo de desarrollo y caracterizándose por déficit en el mismo,
que ocasiona una deficiencia en el funcionamiento de sus diversos ámbitos.
• El TDAH se caracteriza por dos puntos, el primero la inatención y
desorganización y el segundo, la hiperactividad e impulsividad.
• El TEA se caracteriza por dos puntos, el primero por una deficiencia en la
comunicación social e interacción social y la segunda es por los patrones
restrictivos y repetitivos del comportamiento.
• El TDAH presenta 3 niveles de gravedad que son, leve, moderado y grave,
mientras que el TEA también presenta 3 niveles de gravedad, solo que los
divide por grados, grado 1, es que necesita ayuda, grados 2, necesita ayuda
notable y grado 3, que necesita ayuda muy notable.
• En el TEA, existe un 50% aproximadamente de que presente el TDAH de
manera comórbida.
• Ambos necesitan una intervención temprana, para que no les pueda afectar
tanto en su desarrollo, es por eso que se necesita una buena evaluación para
un diagnóstico temprano e intervención oportuna.
REFERENCIAS

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