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Roberto J.Brie
Dr.Phil., Univ.Prof.
Pedernera 364
l832 Lomas de Zamora
Argentina
Una de las grandes creaciones de la Edad Media fué, sin duda, la Universidad.
Fué el fruto maduro de una larga tradición cuyos precedentes fueron las escuelas
monacales y las conventuales y que sería caracterizada por Alfonso X el Sabio,
como el ayuntamiento de enseñantes y enseñados que buscan conjuntamente la
verdad a traves de los saberes estrictos.
Santo Tomás no habló directamente de la Universidad; pero nadie duda que vivió
intensamente esa alma mater, desde sus tiempos de Colonia como discípulo de
Alberto Magno, hasta sus períodos en Paris. Esa fué su tarea de por vida. Pero su
visión de la universidad nos la ha dejado en una multitud de textos referentes a esos
dos componentes que señalara Alfonso X: los enseñantes y los enseñados, el
maestro y el discípulo, de quienes nos ha legado una imágen de notable nitidez.
En estas reflexiones señalaremos, sin pretensión de exhaustividad, algunos
rasgos que pueden ser importantes como elementos de comparación con nuestra
vida académica actual y con la situación de la Universidad contemporánea.
l. El maestro
El texto que nos resulta el más definitorio de Santo Tomás, respecto de la función
del maestro, es aquel en el que responde a la pregunta de si un hombre puede
enseñar a otro (I.ll7.1.ad 3, desarrollado ampliamente en el De Magistro; cfr. De
Veritate, q.XI; traducción castellana en Mikael, n.5 (l974) 119-152, con un lúcido
prólogo de Juan Carlos Ballesteros); en la respuesta a la tercera de las objeciones,
dice: “El maestro no genera la luz al entendimiento del discípulo, ni produce en él
directamente las especies o formas inteligibles, sino que mediante su doctrina
mueve al discípulo, a que él mismo, por la fuerza propia de su entendimiento, forme
los conceptos, cuyos signos el maestro le
ofrece exteriormente”. La articulación clave en el proceso de la docencia aparece
en el acento que pone Thomas en el movet, en la motivación que debe intentar el
maestro. En su esquema conceptual el maestro debe intentar generar en el
discípulo capacidad propia de juicio. Un lúcido analista del problema educativo en
Argentina expresa esta condición de la enseñanza con indudable lucidez y
precisión. Dice Darós: “La función de la enseñanza posibilita que el alumno realice
su propia experiencia en el logro del saber. No se trata, en consecuencia, de una
intervención determinante de los procesos de aprendizaje, sino -por el contrario- de
una tarea de cooperación que implica la creación técnico-instrumental de
situaciones adecuadas al servicio de la autorealización del alumno.... Es por esto
que la enseñanza consiste, básicamente, en ordenar sistemáticamente el proceso
de los obstáculos que debe superar el alumno en la búsqueda del saber”.
(W.R.Darós. La Matética. Teoría de la enseñanza y ciencia de la educación.
Edit.Matética, Rosario l982, pg.l3l).
Un segundo aspecto que quiseramos destacar en la visión que Thomas tiene del
maestro es su actitud ante el error. En una época como la actual, signada por las
intransigencias ideológicas y por el canibalismo intelectual, adquiere un fuerte
sentido crítico la afirmación del Aquinate, cuando señala “el buen caracter” que debe
tener el maestro. Esta actitud del maestro es posible si está fundada en un clima de
tranquilidad interior. “Doctrina debet esse in tranquilitate” dice Tomas en la Contra
Gentes. Por eso, cuando se trata de refutar a los adversarios -como señala Gilson-
Santo Tomás prefiere expresarse en términos de “en qué medida se aparta de la
verdad”, en lugar de hablar explícitamente de error, pues Santo Tomás supone que,
aún aquel que se equivoca, busca también la verdad. El respeto al adversario es
proverbial en Santo Tomás: “la primera regla de la disputación exige escuchar, para
incluso no reconocer la debilidad del argumento contrario, sino ante todo la fuerza
propia”, comenta Pieper (“Tomés de Aquino, un maestro para nuestro tiempo”, en
Verbo nº350-351 (l995) pg.49).
La clara conciencia del límite es otro de los rasgos que define al maestro, según
Santo Tomás. Posiblemente la fuente mayor de los errores, tanto en el orden
teorético como en el orden práctico, sea la ausencia de la conciencia del límite del
conocimiento humano. “Algunas cosas aprehendidas no convencen al intelecto -dice
Tomás- hasta tal punto que no lo dejan libre de asentir o disentir, o al menos de
suspender su asentimiento o disentimiento por alguna causa u otra; y en tales
cosas, el asentimiento o disentimiento está en nuestro poder, y sujeto a nuestro
imperio” (I.II.l7.6)
2. El discípulo
Hay ciertas disposiciones que Thomas afirma como igualmente necesarias para
el maestro como para el discípulo, y que operan con el carácter de conditio sino
qua non: la primera es la pasión por la verdad. Búsqueda apasionada, pero “humilde
búsqueda de la verdad” como dice en en la Contra Gentes, (Loc.cit. I. cap.4 y
cap.5); Santo Tomás utiliza con enorme sobriedad los adjetivos y los adverbios,
pues su uso y ubuso pueden desfigurar la necesaria mesura y objetividad. Pero en
este tema afirma sin ambages que “studium proprie importat vehementer
applicationem mentis ad aliquid”(II.II.l66.1.c.)
En un mundo, como el que nos toca vivir, en el que se ha sustituído la búsqueda de
la verdad por la búsqueda de la eficiencia y el éxito, es difícil de entender esta
condición que Tomás establece como condición absoluta para el docente como para
el discente; y esa búsqueda es ininterrumpida, es constante: “en relación al
conocimiento de la verdad todos los hombres se hallan como en movimiento y
tendiendo a la perfección; pero los que siguen, descubren algunas cosas más sobre
lo que habian descubierto sus antecesores, como se dice en el libro segundo de la
Metafísica” (Contra Gentes, III. 48). Con todo Tomás reconoce, con un realismo
notable, que “aquellos que quieren padecer este trabajo por amor del conocimiento,
son pocos, a pesar de que Dios ha insertado en las mentes de los hombres un
apetito natural de conocer” (Contra Gentes, I. 4). Al respecto Gilson hace notar que
“este apetito natural de saber, insertado por Dios en las mentes de los hombres,
puede ser entendido, o como la tendencia natural del intelecto hacia la verdad, o
como el apetito natural de la voluntad que no puede dejar de desear el conocimiento
“ (cfr. op.cit. pág. 63, nota 22).