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“Sobre la verdad”,
Cuestión I
INTRODUCCIÓN
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Esta cuestión ha tenido lugar en el otoño de 1256, en las aulas universitarias del
convento de Santiago de París. Tomás disputará en diversos lugares otras 67, con un
total de 502 artículos. A las 29 cuestiones De Veritate le seguirán las De Potentia en Roma,
y las De Virtutibus en París. Todas ellas de gran valor, mantienen el estilo y la altura de
la primera, en la cual ya se pone de manifiesto la medida del genio. Tomás es el teólogo,
que como pórtico y profecía de su tarea, afronta el eterno problema de la verdad, y logra
darle una orientación doctrinal que no ha sido superada y conserva toda su potencia
germinal.
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modo distinto, porque no sólo cada uno tenemos nuestro estilo de expresarnos, sino
porque las palabras de Tomás, muy precisas y exactas, admiten en español diversos
modos de ser entendidas. Pero, aún estando invitado a hacer una revisión de la
traducción, he preferido respetarla fielmente. Las notas que he añadido quedan
reducidas a lo mínimo, y sólo tratan de ser auxiliares de la lectura del texto, que
corresponde al lector.
Junto con ese ejercicio la vocación incluía el de predicar. El lector tenía que ser
también evangelizador.
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El tercer ejercicio era el más exigente: disputar y argüir a los contradictores. En
realidad de la lectio nace la quaestio. La hermenéutica de un texto da origen a muchas
dudas, a pareceres opuestos, suscita problemas, implica investigar. La palabra quaestio
viene del verbo latino quaero, buscar, indagar. Los medievales respetan al máximo el
texto de la Sagrada Escritura, tratan de entender sus sentidos, del literal al espiritual, y
encuentran en la tradición opiniones e interpretaciones diversas. En este contexto tienen
su origen las llamadas quaestiones. El hombre por su condición de ser racional, es capaz
de afirmar y de negar, necesita discurrir y deliberar, opinar, y disputar para llegar a la
verdad. La disputa nace en la vida y luego pasa a la escuela. El mismo Pedro Cantor
decía que era preciso masticar la verdad con los dientes de la disputa para que resalte y
se imponga por su misma fuerza.
También fuera de las aulas había disputas muy diversas. Las más notorias eran
las políticas y las religiosas. Domingo de Guzmán, el apóstol de Languedoc, el padre de
los predicadores, disputaba con los albigenses y recurría con ellos a la prueba del fuego
para probar la verdad de sus escritos. Al tiempo de Santo Tomás la Quaestio Disputata,
o Disputatio magistralis, había pasado a ser el ejercicio escolástico de mayor prestigio.
Se distinguían en las escuelas, y de modo especial en la uníversidad de París, disputas
de dos clases: una llamada solemne, porque en ella tomaba parte toda la facultad,
profesores y alumnos; otra reservada al profesor en su aula, designada como ordinaria.
Para tener una disputa solemne era preciso suspender a esa hora toda otra actividad
escolar. Para la ordinaria bastaba la participación del maestro con sus bachilleres y
alumnos. En ambos casos se trataba de un ejercicio complejo.
La discusión implicaba una previa presentación del tema por parte del magister,
distribuida con antelación a todos a modo de invitación, y una reunión en el aula de
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maestros y escolares en la cual se discutía el tema. El maestro presidía pero en esta
primera reunión no tomaba parte, era como el oyente cualificado. Los participantes eran
opponentes y un bachiller era el respondens, de parte del maestro. Este acto inicial y
esencial era el momento de la espontaneidad, del acaloramiento, y con harta frecuencia,
el de los excesos verbales. En el aula había un notario que escribía lo esencial de la
sesión y lo consignaba al maestro.
Por el contrario, en todos estos oficios Tomás es una gloriosa excepción. No sólo
participó como bachiller y alumno de Alberto Magno, y de Elías Brunet de Bergerac,
sino que, una vez que logra el magisterio, mantuvo cada año un número muy alto de
los tres ejercicios que competen al magister. Toda su vida fue fiel a la lectio de la sacra
pagina, que tenía a primera hora. Como fraile predicador fue muy fiel a la
praedicatio[7]. Al par de esas actividades nos sorprende el alto número de Quaestiones
Disputatae determinadas y consignadas por Tomás. Por fortuna tenemos el texto
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tomista, aunque no estamos ciertos del género de las mismas, si eran solemnes o sólo
ordinarias. La seria objeción a sostener que eran solemnes, está en que al ser tantas,
habrían paralizado la vida de la Facultad. Es más creíble que la mayor parte hayan sido
disputadas en el aula.
2. La quaestio de la verdad
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magnitud, pero es la grandeza del hombre, por su capacidad de apropiarse de todo. El
ser humano inicia su andadura terrena con esta capacidad de apertura, pero sin
contenidos. Es un ignorante. Por esta condición de poder y no tener, pregunta,
interroga, se admira, busca, se pone en camino hacia la verdad del ser. La capacidad de
conocer hace del hombre un ser en busca de la verdad, y hace de la verdad la cuestión
central del ser humano. El hombre es el ser que camina buscando la verdad.
Entre todos los lugares de la obra de Tomás, hay dos que indican la radicalidad de la
cuestión de la verdad, uno es el amplio pórtico de la Summa contra Gentes –los nueve
primeros capítulos–, en el que se confronta con el problema de la verdad y del error;
otro es la primera cuestión De Veritate. La cuestión acerca de la verdad es inevitable: es
fin de la inteligencia, es lo que busca el filósofo, es el fin del universo, es uno de los
nombres de Dios hecho hombre, que ha dicho de sí mismo: Yo soy la verdad (Jn 14,6). El
officium sapientis es la búsqueda, el encuentro y la comunicación de la verdad. Y este
oficio tiene dos ejercicios, uno es el de perseguir y dar caza a la verdad, otro el de
denunciar y confutar el error[10].
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inicial de su ejercicio de magister in sacra doctrina, puede ser descrito como el despegue
del vuelo con las dos alas, como será descrito más tarde por León XIII y por Juan Pablo
II, el ala de la razón y el ala de la fe. Lo que importa a Tomás teólogo es la verdad en
toda su amplitud, la del ser, la del hombre, la del mundo, la del Verbo encarnado, la de
Dios.
Al iniciar su discurso acerca de la verdad, Tomás cuenta con una rica herencia de
quienes le han precedido. En esta herencia hay tres nociones complementarias de la
verdad, que Tomás tiene en cuenta y que podemos designar como la hebrea, la griega y
la cristiana.
La palabra que significa la verdad en hebreo es emet. Este vocablo en su raíz indica
firmeza, estabilidad. Cuando se dice de una persona, de su actuar, de su hablar, se
indica que tiene garantía, que es constante y firme, y que en sus relaciones es digna de
confianza. La verdad en hebreo indica ante todo una dimensión firme en el
comportamiento, una nota ética, que se verifica en la fidelidad. Este significado se dice
con prioridad de Dios, que merece toda confianza, que se comporta de modo estable y
firme. Dios mantiene fielmente su palabra, y en eso está su verdad. Dios es el Dios del
amén (Is 65,16), es el Dios de la verdad (Sal 31,6). Por ello son verdaderas sus palabras
(2 Sam 7,28), y es fiel en su obrar. Porque Dios es fiel se pide al hombre que responda a
Dios con verdad y fidelidad, que camine en la verdad ante Dios (Sal 25,5), que viva en la
justicia (Ez 18,5). Frente a la infidelidad de los hombres, resalta la fidelidad de Dios, que
mantiene su pacto con el pueblo. El hombre tiende a ser infiel, en cambio Dios es el Dios
de la fidelidad[12].
La palabra griega que significa la verdad es aX£6£ta. Es una palabra clave en la filosofía
griega y por ello ha sido objeto de investigación incesante. Es incierta su etimología y
las opiniones se bifurcan. Para unos deriva de la raíz letho, que significa ocultar,
precedido de la a privativa. Por tanto su significado sería el de desvelar, desocultar,
indica lo patente y presente. Tal ha sido la lectura de Heidegger[14]. A esa opinión se
opone la que defiende que la a no es privativa, como no lo es en otras palabras griegas,
y si lo fuera habría vocablos positivos que se oponen a lo escondido, y no los hay. Por
tanto el significado hay que indagarlo en el contexto de su uso. Hay tres significados
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principales, uno referido al conocer, otro al ser y el tercero al obrar. La aletheia: a) indica
rectitud en el pensar y el decir frente a la mentira y el engaño; b) significa la realidad,
frente a la mera apariencia; c) designa una conducta recta frente a la engañosa. Son
famosos los fragmentos presocráticos que hablan de la aletheia: el Frag. B, 16 de
Heráclito: ¿Cómo puede uno esconderse ante aquello que jamás se oculta?, y los
fragmentos del poema de Parménides, en los que el caminante recorre los caminos de la
apariencia y se sitúa en el bivio que puede llevar al caminante tanto a la sima del no-ser,
cuanto al corazón del eón, donde mora la verdad (Frag. 8).
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conseguido la verdad plena. A partir de la fe en Cristo, los pensadores cristianos, no
sólo los genios como Pablo y Juan, sino los maestros en las escuelas, los escritores, los
fieles, unen sus esfuerzos por llegar a la verdad toda entera. Ha sido providencial el
encuentro del evangelio con la paideia griega[17]. A partir de Dionisio en Oriente y de
Agustín en Occidente, se consolida un nuevo estilo cristiano de búsqueda de la verdad,
donde el conocer se pone al servicio del ser y del vivir en Cristo. La verdad tiene que
integrar la fidelidad hebrea, que es una dimensión ética, y la realidad de las cosas, su
esencia y sustancia, como quiere la filosofía griega, pero debe ir hasta la plenitud del ser
como acto y reunir la pluralidad de los entes bajo la unidad del ser. La verdad tiene su
lugar en el recto entendimiento de las cosas, en la adecuación de la mente a las cosas
cual son en sí mismas, en la rectitud del juicio, y lo tiene en Dios, que es la verdad
esencial, de cuyo entendimiento depende la verdad de las cosas creadas, que son como
productos del arte divino. Por ello, en definitiva, la verdad en el cristianismo es
personal. Dios lo ha revelado: Yo soy la verdad (Jn 14,6).
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teología; así también la Summa contra Gentiles, o De veritate doctrinae catholicae contra
errores infidelium. En todo ello hay una resonancia del principio de la Metafísica de
Aristóteles: Por naturaleza todos los hombres desean saber[19]. Este dato se trasciende a
sí mismo, y pasa a principio: todo hombre, todo conocer, en todo tiempo y por su
misma condición humana. La razón se toma del fin: la verdad es el fin de todo conocer,
de los sentidos, de la razón, de la fe. Esta primacía es de derecho. De tal modo que los
tipos de conocer dan las dimensiones de la verdad: puede ser de los sentidos, de la
razón, de la fe y religión. La exclusión de la verdad como fin hace imposible el camino
del hombre. Hay una relación inmediata entre la verdad, el conocer y el ser. Y en esto
coinciden los tres tipos de la verdad, emet, aletheia, adaequatio. Hay diferencias, pero
no hay exclusión: la verdad se relaciona directamente con el conocer del entendimiento,
el cual está abierto al ser, y es como un medio entre el fundamento en el ser y el signo en
el decir. El peso de la verdad es el peso del ser. El conocer de los sentidos lleva a una
verdad, el de la razón a otro y el de la fe a uno superior. Se dan diversos rostros de la
verdad y en todos ellos un solo esplendor que se hace más claro frente a las tinieblas del
error. Por ello es punto de partida, es camino que se verifica en los dos niveles en los
que se mueve el pensador cristiano: el de la razón y el de la fe. En los dos se da la
misma estructura fundante: en la medida en que conoce el ser, se conquista la verdad.
La primacía de la verdad se basa en la primacía del fin, que mueve todas las otras
causas, no por vía impelente, sino por atracción, como mueve el objeto amado[20].
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sólo lo que el hombre pueda hacer con su libertad[23]. Su tragedia está en que no tiene
respuesta para la única pregunta que se plantea: ¿Qué es el hombre? Es decir ¿cuál es la
verdad del ser del hombre? Si no hay hombre de verdad, no hay verdad sobre el
hombre, y en definitiva no hay hombre.
Está muy difundido el nihilismo anunciado por Nietzsche y llevado a su culmen con la
muerte de Dios. En esa actitud no hay un puesto para la verdad. Esto ha dado origen a
múltiples sistemas que se oponen a la verdad de modo definitivo. Así el relativismo, el
cientismo, el historicismo. En todos ellos se reduce el ámbito de la verdad a una cultura,
a un tiempo, porque no se admite su primacía. La verdad quedaría relegada a ser sólo
una de las grandes palabras que deben ser olvidadas[25].
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disputata de Tomás de Aquino. En ella se pone de manifiesto que la verdad es la fuerza
más poderosa del hombre: potentissimum est veritas!
Nota bibliográfica
Bazán, B. c., «La quaestio disputata», en Les genres littéraires dans les sources
théologiques et philosophiques médiévales (Louvain-la-Neuve 1982) 31-49.
García López, j., Doctrina de Santo Tomás sobre la verdad. Comentarios a la Cuestión I
De Veritate y traducción castellana de la misma (Ed. Universidad de Navarra, S.A.,
Pamplona 1947).
Glorieux, p., «Les questions disputées de saint Thomas et leur suite chronologique»:
Recherches de Théologie ancienne et médiévale 4 (1932) 5-33.
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[1] Cf. Contra Gentes I, 22.
[2] Pío XI, Enc. Studiorum Ducem (29-6-1923). Este imperativo pontificio lo ha glosado
con gran competencia el filósofo E. Forment, en su obra Id a Tomás. Principios
fundamentales del pensamiento de Santo Tomás (Fundación Gratis Date, Pamplona, 1998).
[4] Santo Tomás, Rigans montes, n.6. Petrus Cantor, Verbum abbreviatum I: ML 205,25.
[5] Cf. A. Lobato, «Filosofía y sacra doctrina en la escuela dominicana del s. )(Hl»:
Angelicum 71 (1994) 3-42.
[7] Cf. L. J. Bataillon, Les sermons attribués á saint Thomas (Walter de Gruyter, Berlín
1988) 325-341.
[8] 8 M.-D. Chenu, Introduction á l’étude de saint Thomas d’Aquin (Montreal 1948) 240.
[9] M. Grabmann, Die Werke des hl. Thomas von Aquin (Münster 1949) 30.
[11] Ibid., I 2.
[12] Cf. C. Spicq, «La fidélité dans la Bible»: La Vie Spirituelle (1958) 311-327.
[17] Cf. W. Jaeger, Cristianismo primitivo y paideia griega (FCE Breviarios, México
1965).
[18] Cf. J. T.muckle, «Isaac Israeli’s definition of truth»: Archives HDLMA 8 (1933) 3-8;
A. Lobato, Avicena y Santo Tomás (Granada 1956).
[20] Santo Tomás, Summa 1-2 q.l a.2; Contra Gentes III17.
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[22] G. E. Lessing, Eine Duplik, Werke. Ed. Hempel, XVI, p.26.
[24] Cf. P.laín Entralgo, Qué es el hombre. Evolución y sentido de la vida (Ediciones
Nobel, Oviedo 1999) 219-234.
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