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René Magritte

(1898-1967)

Por René González Aguilar

René François Ghislain Magritte nació en Lessines, en la Valonia belga. Hijo de un


sastre y de una desequilibrada mujer que tras múltiples intentos se suicidó ahogándose
en un río cuando él tenía 13 años. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Bruselas
pero tuvo que compartir su carrera artística con el diseño gráfico comercial y publicitario
para poder subsistir.

La primera parte de su trayectoria osciló entre el fauvismo, el cubismo, el orfismo, el


futurismo… hasta que se topa en 1922 con La canción de amor de Giorgio de Chirico
que le causa una profunda impresión y le ayuda a definir su propio camino. «Mis ojos
vieron el pensamiento por primera vez» escribió después. Aunque son claras en sus
primeras obras las influencias de De Chirico (ya señalada), Duchamp, Max Ernst y
Picasso, el camino que siguió Magritte fue muy particular, no se parece a nadie y es tan
característico que no se le puede copiar con impunidad.

Se casa, emigra a París en 1927 y durante los siguientes tres años se relaciona
estrechamente con los surrealistas Paul Éluard, André Breton, Jan Arp, Gabriel Miró y
Dalí. Participa en la exposición surrealista de la Galería Goemans.

Fue una etapa muy productiva en todos los sentidos. Realiza más de 170 cuadros entre
los que se encuentran La perfidia de las imágenes (sí, la de Esto no es una pipa), El
espejo falso (la del ojo y el cielo), El museo de una noche, Los amantes…

Para 1930 regresó a Bruselas en donde residió y llevó una vida tranquila y burguesa
hasta el final de sus días.

Para Xavier Canonne «era más un filósofo que un pintor. Nos mostró que una imagen
de un objeto no es un objeto. Magritte se interesa por la lingüística y la filosofía».

La obra de Magritte es una extraña mezcla de surrealismo y humor, de preocupaciones


filosóficas en un continente sencillo. Sobrepasó de lejos la etiqueta del surrealismo,
incluso se acerca al llamado arte conceptual. El espectador completa la obra en su
cabeza. El observador es parte activa e internaliza las paradojas visuales que se le
muestran, y en las que el título asignado es muy importante. «El arte de pintar es un
arte de pensar», escribió. Magritte puede llegar a ser erudito, especulativo y auto-
referente. Su influencia en el arte pop es notable. Jasper Johns, Warhol y
Rauschenberg lo atestiguan.

Una calurosa tarde de julio de 1992 salí del Museo Real de Bellas Artes de Bruselas
después de horas de recorrer sus salas en una experiencia plástica muy intensa:
Rubens a granel, Brueghel, Memling, el Marat de Luis David, Ensor… pero la etapa
final fue una verdadera zambullida en Magritte.

Salí del museo con una sensación física casi de mareo por el reciente espectáculo
visual. Me dirigí al cercano e inmenso Parque de Bruselas a relajarme. Y en pocos
minutos sucedió. Paseando por los senderos umbrosos, bajo el apretado dosel de las
copas de los árboles se hizo casi como si fuera de noche. Entonces las farolas se
encendieron en la semioscuridad del cerrado bosque. Hasta que, de repente salgo a un
claro y me deslumbra la luz del cielo inmensamente azul y con las plumosas nubes de
Magritte. Un chispazo en mi cerebro: ¡De nuevo El imperio de las luces!

Desde 1948 hasta su muerte, pintó por lo menos una docena de variaciones de este
tema. Magritte terminó sus días trabajando en la última versión, que dejó inconclusa, de
El Imperio de las luces. El título lo tomó de un poema de su amigo, el poeta del
surrealismo, Paul Nougé.

Escribió Magritte: «No hay respuestas en mis pinturas. Sólo preguntas».

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