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(1898-1967)
Se casa, emigra a París en 1927 y durante los siguientes tres años se relaciona
estrechamente con los surrealistas Paul Éluard, André Breton, Jan Arp, Gabriel Miró y
Dalí. Participa en la exposición surrealista de la Galería Goemans.
Fue una etapa muy productiva en todos los sentidos. Realiza más de 170 cuadros entre
los que se encuentran La perfidia de las imágenes (sí, la de Esto no es una pipa), El
espejo falso (la del ojo y el cielo), El museo de una noche, Los amantes…
Para 1930 regresó a Bruselas en donde residió y llevó una vida tranquila y burguesa
hasta el final de sus días.
Para Xavier Canonne «era más un filósofo que un pintor. Nos mostró que una imagen
de un objeto no es un objeto. Magritte se interesa por la lingüística y la filosofía».
Una calurosa tarde de julio de 1992 salí del Museo Real de Bellas Artes de Bruselas
después de horas de recorrer sus salas en una experiencia plástica muy intensa:
Rubens a granel, Brueghel, Memling, el Marat de Luis David, Ensor… pero la etapa
final fue una verdadera zambullida en Magritte.
Salí del museo con una sensación física casi de mareo por el reciente espectáculo
visual. Me dirigí al cercano e inmenso Parque de Bruselas a relajarme. Y en pocos
minutos sucedió. Paseando por los senderos umbrosos, bajo el apretado dosel de las
copas de los árboles se hizo casi como si fuera de noche. Entonces las farolas se
encendieron en la semioscuridad del cerrado bosque. Hasta que, de repente salgo a un
claro y me deslumbra la luz del cielo inmensamente azul y con las plumosas nubes de
Magritte. Un chispazo en mi cerebro: ¡De nuevo El imperio de las luces!
Desde 1948 hasta su muerte, pintó por lo menos una docena de variaciones de este
tema. Magritte terminó sus días trabajando en la última versión, que dejó inconclusa, de
El Imperio de las luces. El título lo tomó de un poema de su amigo, el poeta del
surrealismo, Paul Nougé.