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La crónica de una amistad: Estrella de dos puntas…, de Malva Flores

Por O. René González

Acabo de terminar Estrella de dos puntas …crónica de una amistad. La leí de corrido, sin
marcador en la mano, sin subrayar, sin apenas reparar en la bibliografía y en las muy
abundantes notas.

Van mis impresiones y apuntes sueltos, de memoria y a vuelapluma:

¡Qué trabajo tan acucioso! Prácticamente todo lo atribuido a los dos personajes en cuestión
está sustentado en documentos, y no sólo de la copiosa correspondencia entre ambos.

Paz y Fuentes dominan la vida intelectual de la segunda mitad del siglo XX literario mexicano.
Dejando al resto como diádocos, epígonos, satélites y rebeldes expulsados. No tenemos a
nadie equivalente en el siglo XXI a esas poderosas personalidades, lo que no sé si eso es
bueno o es malo.

El mundo literario mexicano tiene las mismas aficiones gastronómicas de la dinastía Urano-
Cronos-Zeus: los hijos y los padres se devoran con singular alegría. La pareja en cuestión se
inició grillando jubilosa a sus antecesores con apenas excepciones. Despedazaban con fruición
a próceres intelectuales del calibre de Jaime Torres Bodet, Martín Luis Guzmán, Agustín Yáñez,
Daniel Cosío Villegas, Salvador Novo… Hasta el mismo Alfonso Reyes sufrió algún raspón. En
esos menesteres Fuentes era estridente y Paz contundente. A su vez ellos lo pagaron con
creces. Las generaciones posteriores, sobre todo Monsivais y sus mocosos de La cultura en
México les pegaban dentelladas a la menor ocasión y provocación. No les dejaban ir una viva,
cierta o falsa.

Pero el mismo tiempo, ambos fueron muy generosos con las noveles y posteriores promociones
de escritores, a quienes apoyaron en múltiples casos. Destacando el magisterio de Paz.

Octavio Paz se transformó a partir de su ‘renuncia’ (puesta a disposición-retiro-jubilación) a la


embajada en la India por lo del 68. Aplicando a partir de ahí y con pocas excepciones (Fuentes
fue una de ellas) el estricto rasero de que un intelectual no puede servir a un régimen
moralmente nefasto. Juicio muy discutible, y más considerando que los regímenes políticos
nacionales, —anteriores, posteriores e incluidos los que él sirvió—, fueron dejando un
administrado pero copioso reguero de sangre.

Compartieron una pertinaz pasión crítica y una actividad cultural que trascendió fronteras.
Brincaron la Cortina de Nopal. Compartieron también el deseo frustrado de codirigir una revista
que materializara lo anterior. Paz sí lo consiguió por su lado con Plural y Vuelta, venciendo todo
tipo de obstáculos con esa férrea voluntad editorial que lo distinguió siempre.

La lectura de este libro me causó la sorpresiva impresión de que estas dos figuras intelectuales
en política (y en la relación de ésta con la literatura) eran unos moralistas en el sentido de
moralina, de asumida superioridad moral. Política y moral tienen una relación accidentada. La
política es la gestión de las relaciones de fuerza y el poder, el control de los conflictos, la
búsqueda de la paz a través de la convergencia de los intereses lícitos entre los imperfectos y
falibles humanos. La política es el arte de obtener, utilizar y compartir el poder: Es una
pragmática, no una teología moral. Ambos personajes se involucraron en cruzadas políticas que
les costaron muy caras. Paz con mayor fortuna postmortem que Fuentes, cuya figura se va
caricaturizando en un frívolo guerrilla-dandy, el Pimpinela escarlata que tanto le gustaba.

En resumen el volumen me dejó la impronta de que en esta fallida amistad, Octavio Paz era el
sólido y sustantivo al final de las cuentas y con todo y sus errores. Carlos Fuentes era adjetivo:
una sucesión de brillantes y brillosos adjetivos, pirotecnia verbal y frivolidad, rutilante reflejo de
reflejos, impostura y apostura, sexo y humor …que no es poco.

(20/03/21)

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