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Por
Estefanía Santoro
Muchas cosas cambiaron desde que las personas gestantes se animaron a correr el velo
de la vergüenza y la aceptación y se animaron a hablar sobre las violencias que sufrieron
durante sus partos. No fue lo mismo parir en 1960 que hacerlo en los 2000 pero tampoco
se puede decir que actualmente las violencias están completamente fuera de los
quirófanos. Las historias de Elena, Mariana y Florencia son el reflejo de una
realidad que afecta a miles de mujeres y personas gestantes, de violencias que
durante años fueron naturalizadas, incuestionables y censuradas. Con sus
experiencias, estas tres generaciones de mujeres dan el debate en este Día Mundial por
los Derechos del Nacimiento y el Parto Respetado.
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Elena, 80 años: “Parí con fórceps y poca anestesia, mi hijo nació
asfixiado y con el cuello desgarrado”
Elena tiene 80 años, recuerda que su primer parto fue la peor experiencia que le tocó
vivir. Todo iba bien durante su embarazo y se había realizado los controles
correspondientes. Su obstetra le dijo que sería un parto vaginal. El 11 de noviembre de
1967 nació Guido: “Cuando llegó el momento de parir no tenía dilatación, el bebé era
muy grande, estaba en una clínica privada de Lanús, un lugar horrible que ni siquiera
había incubadora. A mi hijo lo sacaron con fórceps, me pusieron una pinza gigante que
agarraba la cabeza del chico y el médico tiraba. Guido nació asfixiado y con el cuello
desgarrado, tuve que llevarlo a kinesiología. Cuando me cortaron sentí mucho dolor,
creo que no tenía suficiente anestesia. Todo eso duró dos horas, yo casi muero.
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Cuando Guido nació pesaba cuatro kilos y Elena tenía una pelvis muy estrecha, “era un
bebé muy grande para mi cuerpo. No deberían haberme hecho pasar por eso, creo
que me hicieron esperar demasiado y tuvieron que sacarlo de urgencia. En ese
momento no entendía nada, nadie me había explicado cómo iba a ser el parto. En esa
época no había información como ahora. El obstetra sabía que el bebé que yo tenía era
grande, debería haberme programado una cesárea.”
Esto no significa que todxs lxs profesionales de la salud cometan estas falencias pero las
historias hablan por sí solas. Les paciente manifiestan haber padecido ausencia de
información, burlas, faltas de respeto y lo que es peor aún, violencia obstétrica de parte
del profesional de la salud, una práctica que se da de forma sistemática en todo el
sistema de salud, tanto público como privado, de la que poco se habla y que desde hace
muchos años diversas organizaciones intentan visibilizar para erradicarla.
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“Primero es necesario señalar que la violencia obstétrica es una modalidad de violencia
de género que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos
de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y
patologización de los procesos naturales. En segundo lugar, las personas gestantes y
sus hijes durante el embarazo, el trabajo de parto, el parto y el pos parto tienen derecho
a: estar acompañadas, recibir información, ser tratadas con respeto, no ser separadas de
sus hijes, ser tratadas como personas sanas y al respeto de los tiempos fisiológicos,
entre tanto otros. Y por último, el incumplimiento de estos derechos constituye una
falta grave a los fines sancionatorios, sin perjuicio de la responsabilidad civil o
penal que pudiere corresponder.”
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tacto, te meten una mano en la vagina para tocar la cabeza del bebé, es algo
dolorosísimo y estuve así durante siete horas, sentía tanto dolor que no entendía
nada. No tuve ninguna contención de parte de las enfermeras, Mi obstetra me vino a ver
un par de veces y me decía, ‘yo quiero que tengas parto natural’. Solo me decían que
tenga paciencia, hasta que no aguanté más y les pedí que me hagan una cesárea
porque no soportaba el dolor”, recuerda Mariana. Isabela, la segunda nieta de Elena,
pesó dos kilos y medio.
Son muchas las mujeres que relatan el trato inhumano y las prácticas invasivas durante
el parto como la episiotomía (incisión quirúrgica en la vulva para facilitar la salida del feto
y evitar desgarros en el perineo), la maniobra de Hamilton (tacto vaginal con movimiento
circular del dedo, que produce dolor y puede acarrear sangrados), la maniobra de
Kristeller (presionar con los puños o el antebrazo sobre el fondo uterino para que la
cabeza del bebé descienda) o el parto inducido (la administración de oxitocina antes de
que comiencen de forma natural las contracciones uterinas).
Los problemas para Mariana continuaron en el post parto: “Me pusieron un suero, yo me
sentía muy bien y a la media hora vino una enfermera y me dijo 'vos tenés que tener dos
sueros porque tuviste cesárea’. Me pusieron como dos tablillas y parecía Jesucristo,
me decía que no me tenía que mover, era tan incómodo que no le podía dar la teta
a mi hija y me decían ‘si vos no te recuperas, no podes estar con tu hija’. Me
dejaron así 24 horas. Mi mamá que me acompañaba en ese momento, se enojó y se
peleó con una enfermera, le dijo ‘no puede estar así’ y ella decía que eran órdenes de la
doctora. Fue una locura, en aquel momento no existía WhatsApp, no me podía
comunicar con la doctora. Recién al otro día me sacaron el suero pero a Isabela le costó
bastante prenderse a la teta y al mes de haber nacido tuve que darle leche de fórmula.
Las primeras 24 horas son claves para que aprenda a tomar y no pude darle porque
estaba inmovilizada a pesar de que yo no había quedado mal de la cesárea, ni corría un
riesgo, nunca me pusieron sonda ni nada, sentí que no me respetaron y estimo que si
me hubieran dado la posibilidad de darle la teta como yo quería le hubiera costado
menos prenderse.”
"Las episiotomías y las cesáreas innecesarias son síntomas de una sociedad que
sufre de machismo, misoginia y patriarcado”, asegura Jesusa Ricoy, fundadora del
movimiento contra la violencia obstétrica The Roses Revolution Movement. “Las mujeres
hemos sido adoctrinadas para entender que el parto es así. Es decir, se nos educa para
aguantar: nuestro cuerpo es secundario, no se puede hablar de él porque se considera
algo sucio y, si sufrimos secuelas de un corte en la vulva, se presupone que no tenemos
por qué disfrutar del sexo como el hombre”.
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A Florencia le diagnosticaron trombofilia (una anomalía de los mecanismos normales de
coagulación de la sangre) cuando tenía 22, tres años después quedó embarazada de
Thiago. Ella quería tener parto vaginal, su hematólogo y su endocrinóloga le aconsejaron
que lo mejor sería que el niño naciera por cesárea porque un “parto normal”
representaría un riesgo debido a sus antecedentes clínicos, sin embargo, su obstetra le
dijo que según como evolucione ella y el bebé durante el embarazo el “parto natural” era
una posibilidad.
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“Cuando llegué a los últimos controles mi obstetra me dijo que lo mejor era hacer una
cesárea. No recuerdo exactamente, pero creo que me dijo que la razón era porque tenía
el cuello del útero muy cerrado y la pelvis muy atrás, entonces iba a costar mucho que
nazca por parto vaginal porque no solo me iba a doler sino que, además, el bebé iba a
sufrir porque le iba a apretar la cabeza”, recuerda. Una situación muy parecida a la que
vivió su abuela Elena con Guido, el padre de Florencia, que esta vez pudo evitarse.
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Florencia tuvo un parto sin violencias, fue asistida y cuidada, llegó con información y
conforme con la decisión que había tomado su obstetra, confiaba en ella: "Me trataron
muy bien, de hecho tuve que esperar un rato afuera del quirófano porque estaban
limpiando y mientras tanto, se me acercaban médicos que estaba con otros
pacientes, me saludaban y me preguntaban cómo me sentía. Apenas nació Thiago
lo pusieron en mi pecho, una vez en la habitación pude darle la teta y la nurserie
me explicó cómo hacerlo, fue muy lindo ese momento. Creo que son otros tiempos y
hay cosas nuevas, por ejemplo, en los puntos de la cesárea me pusieron una cinta
transparente en la herida que no necesitaba curaciones y eso es mucho más higiénico,
te podes bañar, no se despega y se va cicatrizando solo. Cuando fui a la obstetra, me
despegó la cinta, me sacó los puntos y listo pero no todos lo hacen, por ejemplo, a una
amiga que tuvo en otra clínica después que yo no le pusieron eso."
El testimonio es el relato de Laura Silva una joven de 26 años, que en el momento del
parto tenía 21. Es una de las seis mujeres - todas ellas de bajos recursos- que se
organizaron y denunciaron ante la justicia haber padecido violencia obstétrica grave en el
Hospital Municipal de Morón entre 2016 y 2019. Lo más grave que estos casos tienen en
común es que sus bebés fallecieron. Desde la cuenta de Instagram Gestar Justicia. Parir
Derechos, visibilizan sus experiencias que son un fiel ejemplo de una práctica que aún
hoy se repite en las instituciones de salud, tanto públicas como privadas, a pesar de que
por esos años, Argentina ya contaba con la Ley de Parto Humanizado que fue aprobada
en 2004 y que tardó 11 años en ser reglamentada.
“La ley de Parto Humanizado implica el reconocimiento del Estado acerca de los
derechos básicos de las mujeres y personas gestantes dentro del sistema de
salud, esto es, el trato digno, el derecho a la información acerca de las
intervenciones y a decidir acerca de las distintas opciones, el respeto por la
intimidad y las pautas culturales y el derecho a qué se priorice el contacto precoz
con su hije por encima de cualquier rutina institucional que no obedezca al
bienestar de la díada madre/bebé. De alguna manera, reconociendo estos derechos,
establece las obligaciones del personal de salud para que se cumplan. Es una base muy
importante porque los derechos que se vulneran en la ley constituyen violencia
obstétrica. Esto entra en diálogo con la Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia contra
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las Mujeres sancionada cinco años después. La Ley de Parto Humanizado está
pobremente implementada y en ocasiones las situaciones de violencia escalan
provocando complicaciones que ponen en riesgo la integridad física, emocional y sexual
de las mujeres”, explica Claudia Alonso, médica obstetra, ginecóloga (MN 89170) y
activista contra la violencia obstétrica de la Asociación civil Dando a Luz.
Hubo que luchar y denunciar, parir con dolor, sin derechos, sin información ni
respeto, soportando tratos inhumanos para que hoy algo empiece a cambiar, sin
embargo, falta mucho para que todas las personas pueden gozar de partos
amorosos, empáticos, contenidos, respetuosos y libres de violencias. “Erradicar la
violencia obstétrica es una gran deuda pendiente. Su abordaje implica desarmar
estereotipos muy arraigados en nuestra cultura respecto al mandato de maternidad que
excluye a lo sexual. Bajo ese mandato, el poder médico hegemónico y patriarcal continúa
creando discursos que justifican prácticas sin evidencia científica que, en realidad,
operan como disciplinamientos a la sexualidad y al deseo. No se puede desear por fuera
de lo que el patriarcado permite.”
No alcanza con un marco legislativo, sin no hay un cambio cultural, social y un real
compromiso del Estado en la implementación de políticas públicas que se propongan
erradicar estas formas de violencias, en este sentido Alonso enumera: “Faltaría que cada
institución considere que la violencia obstétrica conforma el caldo de cultivo para errores
en el diagnóstico y esto lleva a la mala praxis. Porque no se puede evaluar
correctamente lo que está pasando desde el prejuicio en base al género o condición
social . Frases como ‘hubieras cerrado las piernas antes’, ‘Tienen hijos para cobrar un
plan y venir a joder a la guardia por cualquier cosa’ o ‘sos una maricona’, dan cuenta de
la violencia que escala desde lo simbólico hasta la violencia física con medios de
sujeción para inmovilizar a las parturientas mientras se las interviene ¿Acaso hay
alguna otra práctica médica que contemple atar al paciente que se encuentra
lúcido y no implique un riesgo para otras personas?.”
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