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CARMEN PÉREZ-LANZAC
Madrid 28 ENE 2016
"Si volviera a nacer, a los 25 me pondría a tener hijos". Gloria Labay, matrona, se enjuga las
lágrimas y se suena la nariz. Acaba de narrar la historia de su fracaso reproductivo. Una historia
que arranca con 38 años e incluye dos embarazos naturales, tres inseminaciones y una
fecundación con semen de donante para ser madre sola, dos fecundaciones con ovocitos de
donante para ser madre con su actual pareja, cuatro abortos y la guinda: el fracaso en su intento
de adoptar a un niño. En ese momento su cerebro hizo click. Tras seis años de intentos finalmente
tiraba la toalla. Necesitó ayuda psicológica para dejar atrás esa etapa de su vida y abandonar el
piso que se había comprado lejos del centro de Barcelona con un cuarto para el bebé que soñaba
con acunar. Necesitaba rehacerse. Enamorarse de nuevo de la vida.
La edad media a la que las españolas son madres no ha hecho más que aumentar. En 1980
era de 28,2 años. En 2014, 32,2. Actualmente el 33% de los niños que nacen en España son hijos
de mujeres de más de 35 años. En 2012 hubo el triple de embarazos en mujeres de más de 40
años que en 2000. Pero todos estos datos no muestran una cara de esta nueva realidad: el dolor
de las mujeres y parejas que se quedan por el camino. Los que no alcanzan su sueño. Por
problemas de fertilidad. Por causas desconocidas. O porque se pusieron demasiado tarde a
intentarlo.
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http://politica.elpais.com/politica/2016/01/27/actualidad/1453904610_786378.html?id_externo_rsoc=TW_CM
La tasa de embarazo de la mujer según su edad cae irremediablemente. Con 25 años, hay
un 25% de opciones por ciclo de lograrlo. Con 30, un 22%. Con 35, un 12%. Con 40, un 5%. Y con
45, un 1%. Y sin embargo, miles de mujeres se ponen a ello cada año rozando ya edades difíciles o
imposibles. Isidoro Bruna, de laSociedad Española de Fertilidad, explica el por qué: “Asumen que si
su aspecto físico es bueno, también lo será su fertilidad y creen que lo lograrán al igual que las
famosas que tienen hijos pero no explican que son fruto de la ovodonación, que son un tercio de
todas las fecundaciones que se realizan. Es una pena que durante sus chequeos rutinarios los
ginecólogos rara vez les informen de la caída de su reserva ovárica”.
El límite de 40 años que fija la sanidad pública para someter a una mujer a un tratamiento
de fertilidad empuja a miles de parejas y mujeres a una de las 200 clínicas privadas que hay en el
país. En torno al 3,2% de los niños nacidos en España fueron gestados mediante técnicas de
fertilidad. En 2013, 27.780 pacientes se sometieron a una fecundación in vitro (con un coste medio
de 4.000 euros). Pero un 10% de ellos, según la estimación del sector, no lo lograron.
¿Conformista? Tal vez. Ahora lo que más miedo me da es el futuro, cuando sea una
abuelita sin energía. Me da miedo imaginarme sola el día de Navidad. Qué paranoica, ¿no?".
Una de las consecuencias del inicio tardío de la natalidad es que las mujeres gestan menos hijos
que antes, otra de las causas de que en el primer semestre de 2015 haya habido más muertes en
España que nacimientos. Pero no siempre es una decisión meditada. Cristina, 42 años, tuvo a su
primer hijo mediante tratamiento en una clínica privada. Con 39 años volvió al mismo sitio
buscando un segundo bebé pero su reserva ovárica no respondió. O se conformaba o intentaba
una ovodonación. "Tenía 41 años y me deprimí muchísimo. Estábamos en la playa, mi marido
jugando con nuestro hijo y yo no podía parar de llorar. Era una lucha interna enorme".
Tras el cuarto aborto, la ginecóloga de la clínica pública en la que Gloria Labay se sometió
a todos sus tratamientos, le hizo un segundo estudio de fertilidad. El primero había salido bien,
pero en el segundo comprobaron que su útero tenía forma de corazón (arcuato). Gloria se
quedará con la duda de si ese fue el motivo de sus abortos. Sí sabe por qué no le dejaron adoptar.
Cuando inició el proceso lo hizo en Nepal como familia monoparental. Pero muy pronto se
cerraron las adopciones con ese país por falta de controles. Tres años más tarde le ofrecieron abrir
una nueva vía y al contar que tenía novio, le negaron la idoneidad. "Ahora tengo 51 años",
empieza la matrona. "Diariamente por mi profesión soy testigo del milagro de ver nacer a una
criatura y es duro comprobar que es un tren que para mí ya pasó, aunque ahora ya no pienso en
ello todos los días. Pero hay que reinventarse. No tener hijos también tiene ventajas, puedes
disponer de tu vida como quieras, tienes más dinero para lo que te dé la gana. Una psicóloga me
dijo que quizá no podría ser madre, pero sí podría ser la mejor tía. El año pasado me fui con tres
sobrinas, de 8, 6 y 4 años, a un camping. Este año ya estoy planeando un viaje al Pirineo catalán.
De momento tenemos feeling. Pero lo de la maternidad será siempre mi herida de guerra".
La maternidad obligada2
BARBIJAPUTA
17/02/2016
“Estas mujeres esperaron demasiado para decidir ser madres”. Discursos mediáticos como este
aumentan la presión y la ansiedad sobre quienes no somos madres. ¿Cómo decidir libremente
cuando la decisión de no ser madre está tan estigmatizada? ¿Cómo desprenderse de la idea de
que no estás completa en la vida si no consigues concebir, amar y educar a un niño o una niña?
El otro día, El País publicaba una noticia que vendía en Twitter con esta frase: “Estas mujeres
esperaron demasiado para decidir ser madres y han tenido que renunciar al sueño de acunar a su
bebé”. La entradilla de la noticia rezaba: “El retraso de la maternidad aboca a los interesados a
tratamientos de fertilidad; un 10% no lo logra”. En el desarrollo de la noticia cuentan la historia de
varias mujeres de ese 10%. Mujeres que, tras largos y angustiosos tratamientos, no lo
consiguieron.
¿Hay hombres que quieren ser padres? Por supuesto. Muchos. ¿Están hechos de otra pasta
entonces y por eso nunca caen en profundas depresiones cuando no lo consiguen? Obviamente
no. ¿Debemos buscar en la biología la razón por la que la mujer sufre tan profundamente cuando
comprueba que jamás será madre? Obviamente, tampoco.
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http://www.pikaramagazine.com/2016/02/la-maternidad-obligada/#sthash.RXsdgtOQ.dpuf
permitidas las ovaciones a la maternidad y se censura todo aquello que tenga que ver con madres
arrepentidas? ¿Cómo conseguimos tomar una decisión libre sobre esto si jamás oímos a las
mujeres que tuvieron hijos creyéndolos la clave para su felicidad y realización personal pero que
se encontraron con que nunca estuvieron relacionados? ¿Cómo acabamos con esta cuenta atrás
que tenemos pegada en el vientre y que, cuantos más años cumples, más fuerte suena?
En el artículo de El País hablan de mujeres que aseguran que si pudieran dar marcha atrás
tendrían un bebé a los 25 pero, ¿por qué nunca se habla de las madres que aseguran lo mismo
pero al revés?, ¿por qué no se puede hablar de las que se quedaron embarazadas sin saber
distinguir lo que querían de verdad de lo que les hicieron creer que querían?, ¿cómo ser
impermeable al bombardeo pro-maternidad si las mismas mujeres que fueron madres por inercia,
por convención o incluso para “salvar” un matrimonio, se autocensuran en público al hablar de su
experiencia?
De la misma forma que la maternidad es obligada, también es obligatorio que te guste una
vez eres madre. Prohibido confesar que la maternidad te supera, que no sabes realmente por qué
tuviste hijos. Que ahora no entiendes esa necesidad de que todas seamos madres, como si
fuéramos pocos, como si el mundo se fuera a acabar. Prohibido replantearte en voz alta que quizá,
si esperaste tanto para concebir porque querías trabajar, viajar y no tener obligaciones, era
porque ésas eran tus prioridades y no la maternidad. Estas confesiones has de hacerlas en petit
comité, entre amigas (y no cualquier amiga). Si no eres una madre que ama a sus hijos el 100% del
tiempo, que nunca duda de por qué los tuvo, mejor cállate. Si cuando te sobrepasa la carga que
supone tener hijos, fantaseas con cómo hubiera sido tu vida sin ellos, eres una mala madre, y por
tanto, la persona más despreciable del mundo. Como dice Beatriz Gimeno, “porque la mala madre
es la peor imagen que cualquier cultura reserva para algunas mujeres, las peores; nadie quiere
ocupar ese lugar”. El padre sí, él pueden fantasear lo que quiera, nadie espera gran cosa de él. Más
que eso, a nadie sorprende un padre que abandona a sus hijos y no vuelve a verles el pelo. Pero
¿ellas? Ellas relegan su ocio, su deporte favorito y su papel de amigas, hijas, hermanas, porque ya
son madres.
La culpa por no estar completamente entregada a la tarea de criar deja a muchas mujeres
atadas a un único rol: el de madre. Y creo que cualquiera que lea estas líneas tiene ejemplos a su
alrededor, si no en sí mismas. He visto esa culpa en mis abuelas, en mi madre, en mis tías, en mis
amigas. En lo amorosas que se supone que deben ser, en lo poco que pueden fallar. La culpa que
ya no las deja irse a pasar un fin de semana a la playa o a la sierra con el resto de amigos, como
han hecho toda la vida. Ni qué decir de viajes más largos.
En la misma noticia, una de las historias que cuentan es la de una mujer que sí pudo
concebir un hijo, pero no corrió la misma suerte cuando decidió ir a por el segundo: “Tenía 41
años y me deprimí muchísimo. Estábamos en la playa, mi marido jugando con nuestro hijo y yo no
podía parar de llorar. Era una lucha interna enorme”. ¿En serio? Lejos de querer criticarla a ella,
cuestiono al medio que la pone como ejemplo del trauma de no poder concebir. Esa mujer es ya
madre. ¿Cuántas mujeres siendo ya madres caen en depresión porque no pueden concebir aún
más? No deben de ser pocas, de eso estoy segura. ¿Estamos normalizando de verdad que una ya-
madre no pueda disfrutar de su hijo porque sólo puede pensar en los que no tiene?
¿Normalizamos eso pero no el hecho de que las mujeres pueda decidir no ser madres sin ser
estigmatizadas?
Desocupar la maternidad3
BRIGITTE VASALLO
17/02/2016
Hemos luchado por desmontar la construcción según la cual no tener hijxs nos convertía en no-
mujeres. Ahora nos toca también dinamitar el concepto de que al tenerlos nos convertimos en
esa cosa abstracta, despolitizada, des-sexualizada y des-socializada que es La Madre.
Al enunciarnos como madres (“soy madre” en lugar de “tengo hijxs”) nos afirmamos desde
una categoría relacional, que nos des-hace como sujetas para re-convertirnos en sujetas-en-tanto-
que, ese gran clásico del patriarcado. Cuando se nos enuncia como madres, se antepone la
relación con nuestrxs hijxs a cualquier otra de las dimensiones de nuestra identidad, porque ser
madre, en el fondo, es desaparecer. La maternidad se situa, lo queramos o no sus protagonistas,
en el centro, en la única identidad definitoria, en el sujeto mismo. Las demás circunstancias se
vienen a añadir a ese absoluto: se es madre trabajadora o madre soltera. Madre.
Todos los grandes modelos de maternidad propuestos Una vez demostrado que ser
pasan por ahí: enunciar como mujer a la madre tradicional superwoman es inaguantable,
descubrimos otra forma de
planchadora y lavadora, cocinadora de pucheros es
ser madre: la criadora natural
redundante pues, en tanto que mujer-madre sublimada se extrema, totalmente feliz en
convierte en una especie de mujer-muy mujer. En “mujer de su rol de lavadora de pañales
verdad marca registrada”. ecológicos.
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http://www.pikaramagazine.com/2014/02/desocupar-la-maternidad/
Con la incorporación de las mujeres al mundo de las carreras laborales nos convertimos en
superwomen, la MILF (mother I’d like to fuck, definición que merece dinamita aparte), la mujer
que es madre sin que se le note : sigue trabajando como si nada, teniendo un vientre plano como
si nada, saliendo de copas y “dejándose follar” sin por ello perder un ápice de su esencia maternal,
igualmente “mujer-muy mujer” con el añadido de “ejecutiva-muy ejecutiva” y follable.
Es la criadora via nanis atravesada por la clase social, el capitalismo salvaje y la re-
cosificación de las mujeres que siguen cargando con el rol tradicional, augmentado por las nuevas
exigencias del espacio público.
Una vez demostrada por la tesonería de las prácticas cotidianas que ser superwoman es
inaguantable, descubrimos otra forma de ser madre: la criadora natural extrema, dadora de pecho
a demanda durante toda la eternidad, reivindicadora de un parto, no ya desmedicalizado, sino
todo lo doloroso que sea posible (porque las madres no sentimos dolor al parir, sino placer),
totalmente feliz en su rol de lavadora de pañales ecológicos y compartidora de lecho, todas ellas
cuestiones maravillosas pero que a la práctica solucionan el futuro del planeta y de la humanidad,
pero nos complican bastante la vida a las que estamos en el proceso de criar.
Si tener hijos significa necesariamente ser madre y ser madre significa indudablemente
desaparecer, aquí no hay debate. Tener hijos sería una estupidez que solo mujeres altamente
abnegadas, angelicalmente generosas o escandalosamente afectivo-dependientes pueden querer
llevar a cabo.
Desmaternalizarnos
El discurso pasa por la realidad. Desde una vivencia feminista, desocupada la categoría “madre”,
tener hijxs incluye un compromiso de crianza, de cuidados de unos seres para la comunidad. Pero
la comunidad no parece muy dispuesta a permitir que algunas tengamos hijxs sin convertirnos en
madres. No solo la manera en que se nos define y cataloga, sino las prácticas cotidianas parecen
obligarnos a escoger entre ser mujeres o ser madres. “Cuando le digo a la gente que canto en un
grupo punk” – explica Yoli Rozas, vocalista de Las niñas de Rajoy – “enseguida se sorprenden y me
preguntan ¿pero tú no eres madre?”
Existe una tremendo ejercicio de control social sobre nuestras maternidades a partir de la
idea de “la buena madre” que, obviamente, ni canta en grupos de punk, ni sale de noche, ni viaja
sola, ni liga… parece ser que tener hijxs es incompatible con seguir viviendo. Por otro lado, hay un
desentendimiento colectivo respecto a tus circunstancias. Si has decidido “ser madre” y aún así
pretendes seguir siendo persona, seguir estando en el mundo, tendrás que buscarte la vida. Nunca
hasta el día de hoy me han ofrecido servicio de guardería cuando me invitan a dar una conferencia
durante el fin de semana, por ejemplo, o a las 7 de la tarde, por mucho que las personas que me
invitan sepan perfectamente que estoy criando. Hace un par de años, un festival de música que se
celebraba un fin de semana me acreditó como periodista pero pretendía que pagase las entradas
para mi hijo, que entonces tenía 4 años. Si “soy madre” al fin, es asunto mío y si quiero además
seguir siendo yo, es mejor que la maternidad no se me note, que no moleste, precisamente para
que el entorno no me vea como “madre”, y ahí vuelta a empezar. Es lo que Lagarde define como
“sincretismo de género”. Escoger constantemente entre cuidar y cuidarnos.