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Tesis

Riesgos que causa el aborto en la vida de la madre

Arg. Base
Pensemos en el propio caso de la maternidad.
Elembarazo incluye riesgos de salud y ciertamente la crianza de los hijos
puede tener un impacto inesperado en los planes de vida de las mujeres.
En varias ocaciones esta resulta ser perjudicial para la salud física de la
madre generando daños en el aparato reproductor femenino por esta y
más razones el aborto se considera ilícito e ilegal en diversos países
latinoamenricanos. Los diversos tipos de daños fíisicos en la mujer, riesgos
en futuros embarazos o hasta la muerte de la madre, estos daños físicos
que atrae el aborto pueden ser: trauma al cérvix, peritonitis, endometritis,
perforación uteria, inflamación pelvica, hemorragia, etc.
Otra causa de muerte por aborto es cuando el cuerpo de una mujer no esta
preparado para concebir un hijo, hablo de las madres adolescentes,
muchas veces el cuerpo de una niña u adolescente en proceso de
crecimiento NO esta listo para retener un bebé en el vientre a causa de que
el útero es muy corto.
Amenudo mujeres después de un aborto y sobre todo después de varios,
no pueden quedarse embarazadas o bien tienen abortos espontáneos. En
casos más extremos, como hemorragias o infecciones graves, puede llegar
a ser necesaria una histerectomía (extirpación del útero o parte de este).
Otras veces, si se daña ek cérvix debes saber que en futuros embarazos
habrá riesgo de perder el hijo por tener un parto extremadamente
prematuro.

arg. Garantia

El aborto desde el paradigma corporal

Desde el punto de vista médico, el aborto se trata como una entidad ligada
al cuerpo de los sujetos, y a pesar de los tratamientos que se realizan
desde la biomedicina sobre los cuerpos como ocurre en este caso, el
aborto nos oferta la posibilidad de ser analizado desde el cuerpo como
fenómeno cultural. La dialéctica entre las percepciones sociales y los
instrumentos de la biopolítica se hallan bien reflejados en la teoría del
cuerpo descrita por Scheper-Hughes y Lock (1987): las autoras proponen
que desde las experiencias de enfermedad, dolor y salud emergen
características culturales que muestran formas de ordenamiento social.

Según esta teoría, el concepto de cuerpo político englobaría las políticas


sobre sexualidad y planificación familiar referentes al aborto. La legislación
vigente que permite abortar sin incurrir en un delito condicionada a ciertas
semanas de gestación y ciertos supuestos, los recursos establecidos por las
políticas sanitarias y las opciones que ello ofrece quedarían circunscritos en
realidad bajo la normativa. El acceso de las mujeres al sistema sanitario
para satisfacer su demanda bajo la legislación sin incurrir en un delito y en
condiciones seguras quedaría definido bajo el cuerpo político.

el cuerpo individual nos aportaría la representación del aborto desde la


parte más corporalizada del sujeto, descripciones como dolor, culpa,
estigma, miedo son reproducidas por las mujeres para definir sus
experiencias, producidos por el propio modelo médico hegemónico que es
la vez el que trata el aborto, constituyendo la herramienta elegida y
formando parte del cuerpo político. Es decir es una decisión que acaba por
recordarse bajo vocablos que denotan estar ante una experiencia negativa
que podríamos explicar el tomar el aborto como un acto contranatura en
contraposición a la maternidad naturalizada tanto desde perspectivas
socioculturales, religiosas o éticas y económicas (Martínez, 2013).

Discursos de las mujeres y de los profesionales

Al preguntar a los profesionales por las causas que motivan estas


decisiones en los diagnósticos de malformaciones, ellos defienden que
dichas decisiones se basan en estándares preconcebidos, es decir, pesa
más el hecho de ajustarse a un estándar preconfigurado de normalidad,
que plantearse el padecimiento del futuro hijo. En los casos de abortos por
causas personales y/o sociales los profesionales pensaban que podría darse
un uso alternativo a la contracepción, idea que no fue constatada en
ningún discurso por parte de las mujeres debido a la dureza de la decisión
de abortar. Esta diferencia descrita nos permitiría recurrir a los conceptos
de emic y etic (Harris [1981] 2000).

Arg. Respaldo

PRIMER TESTIMONIO
“No pude hablar con mi familia por vergüenza”

Paula, Lima, 2005.

Era el verano de 2005 y Paula tenía 20 años y, pese a ser universitaria, tenía
muy escaso conocimiento sobre salud sexual. No lo recibió en el colegio y menos
en casa. Estaba dedicada a su carrera de comunicaciones, no tenía novio y la
posibilidad de quedar embarazada era remota. Pero una fiesta, unos tragos, lo
cambiaron todo. Cuando despertó al lado del ex que insistía en volver con ella,
Paula le preguntó si la había dopado. No hubo respuesta. Ella le exigió conseguir
la pastilla del día siguiente.

—No fui yo misma a la farmacia porque me daba vergüenza. Él regresó con la


pastilla y un vaso con agua. Eran dos tomas. A la semana me vino la regla. Pensé
que ya estaba resuelto.

Pero la regla no se fue más. Paula llevaba diez días sangrando cuando por fin fue
a una clínica. El ginecólogo diagnosticó un problema hormonal y recomendó
pastillas anticonceptivas. Una semana después, el sangrado continuaba. Era
como una menstruación muy leve. Paula decidió buscar una segunda opinión.
La ginecóloga le hizo una ecografía y dijo estar de acuerdo con un trastorno
hormonal.

Cuando ya llevaba un mes sangrando, una ambulancia de los bomberos la llevó


a la emergencia del hospital Arzobispo Loayza. Allí le diagnosticaron peritonitis.
A la pregunta “¿Puedes estar embarazada?”, Paula respondía que no. Había
tomado la pastilla, le había venido la regla prolongada, le habían hecho una
ecografía.

Esa madrugada, la emergencia del Loayza no tenía reactivos para descartar


embarazo por examen de sangre. Paula esperó por horas mientras lloraba de
dolor. Hasta que perdió el sentido del oído.

—No escuchaba más. Grité. Me rodearon médicos jóvenes, me tomaron el pulso


y empezaron a preocuparse, a correr. Luego solo recuerdo los techos de los
pasadizos y las copas de las palmeras del hospital mientras me conducían al
quirófano.

Antes de desmayarse, alcanzó a entender que tenía un embarazo ectópico (el


embrión había quedado atrapado en la trompa de Falopio) y le pidió al cirujano
que no le dijera nada a su mamá.

—Al día siguiente, el doctor me mostró el embrión dentro de una


botella y me dijo que creía que era mujercita. Me dijo también que
me había salvado de morir con las justas. Me quedé un mes
internada.

“Pero para abrir las piernas no te dolió”, le dijo una técnica de enfermería ante
los quejidos de dolor por la herida, un corte similar al de una intervención por
cesárea. Pese a todo, Paula se sintió afortunada de no haber tenido que
enfrentarse a un aborto clandestino.

El aborto terapéutico está permitido en el Perú desde 1924, pero tuvieron que
pasar noventa años para que se aprobara el protocolo y pueda aplicarse. El
embarazo ectópico integra la lista de riesgos a la madre que califican para aborto
terapéutico.

—Fue un alivio. Yo hubiera querido abortar de todos modos y no habría sabido a


dónde ir. Quizás hubiera seguido esos carteles de “Atraso menstrual” que ves en
las calles. No sé si en el hospital me habrían practicado un aborto terapéutico.

En 15 años, Paula solo le contó esta historia a una amiga y a médicos. En ese
tiempo también hizo frente a las secuelas físicas y emocionales. La más dura fue
la infertilidad.

—Yo no pude hablar de esto ni con mi familia ni con amigos por vergüenza de
haberme puesto en riesgo y porque siempre nos metieron la idea de que el sexo
era algo malo, sucio. Entonces contar lo que me pasó era arriesgarme a que
pensaran “¿Ya ves? Ahí tienes por sucia, irresponsable, por haber tomado de
más”. Ahora ya no pienso así, pero prefiero no dar mi nombre porque no tengo
las fuerzas para lidiar con esta conversación.

SEGUNDO TESTIMONIO

“Mi madre me apoyó y tomé la decisión”

Lorena Flores, Lima, 2007.

—Yo aborté y sí te puedo dar mi nombre. Yo quiero dar mi nombre


porque es importante romper el silencio, porque somos muchas,
pero callamos. Me llamo Lorena Flores, soy periodista. Yo aborté a
los 25 años en una posta de un asentamiento humano en Villa el
Salvador, adonde llegué tras contactar centros de ayuda.

Al principio, cuando Lorena se enteró de que estaba embarazada, no sabía qué


hacer: no tenía casa, tenía un sueldo de practicante en un medio de
comunicación y le habían hablado de un posible riesgo de cáncer uterino. Lo del
posible cáncer era lo que más la asustaba. ¿Cómo decidir ser mamá si ni siquiera
sabía si podría sobrevivir a un cáncer? Para el ginecólogo de una clínica privada,
el embarazo incipiente estaba por encima de la salud de Lorena y, por lo tanto,
se negó a realizarle una biopsia.

En los últimos diez años, 571 mujeres y adolescentes en todo el país fueron
procesadas por interrumpir su embarazo, según datos del Poder Judicial.

—Cuando le conté a mi madre que estaba embarazada, ella me preguntó “¿Qué


quieres hacer?”, eso fue un respaldo. Tomé la decisión y no me arrepiento. No
fue traumático hasta que sufrió una infección tras el aborto, por lo que terminó
internada en una clínica. El internamiento también resultó en maltratos del
personal médico. Además, varias personas de su entorno se enteraron y algunos
amigos con los que creía contar, desaparecieron.

—Si yo hubiera podido acceder a información abierta y oficial sobre el aborto no


habría terminado en una clínica. Si el aborto fuera libre, no habría tenido que ir
a una posta tan lejos de casa.

Lorena Flores se convirtió en una activista por el derecho a decidir. Ha narrado


su historia en medios locales y desde una plataforma web convocó a romper el
silencio con el hashtag #YoAborté. Algunos de los testimonios que recogió
debieron ser borrados por acoso y amenazas contra las mujeres que se
atrevieron a brindarlos.

—Te das cuenta de que si una mujer da el valiente paso de contarlo, enseguida
es reprimida con violencia por quienes quieren que sigamos calladas. Yo misma
empecé a escribir y publicar sobre mi aborto solo dos años después. Antes no
porque tenía miedo de ser denunciada.

TERCER TESTIMONIO

“No doy mi nombre porque siento culpa. Siempre he tenido un cargo de conciencia”

Adela, Iquitos, 2016.

Cuando Adela se dio cuenta, ya iba por los dos meses de embarazo. Tenía 16
años, cursaba el último año de secundaria en Iquitos, y en su hogar se respiraba
violencia. Ella y su pareja de entonces, otro adolescente, decidieron abortar al
ser conscientes de que no tenían las condiciones para cuidar bien de un niño.

—Además en ese momento pensaba que quería un futuro, no quería darles más
carga a mis padres. Tenía mucho temor de contarle a mi mamá porque en ese
tiempo ella no sabía comprenderme y era violenta. No podía decirle a nadie en
mi familia porque tenía miedo de que me golpearan o me botaran de la casa.

Pero Adela sí les contó a sus compañeros del colegio y de ellos recibió apoyo.
Abortar iba a costarle 500 soles, así que organizaron una parrillada pro-fondos.
A los padres y profesores les dijeron que era para recaudar dinero para el viaje
de promoción. Recaudar el dinero tomó tiempo y pasaban las semanas. A Adela
le habían advertido que solo podrían ayudarla hasta antes de los tres meses de
embarazo.

El contacto se lo consiguió la prima de una compañera. El requisito era que


asistiera con una persona adulta. Aquella prima de su amiga era mayor de edad,
pero se negó a acompañarla.

Después de Lima, Loreto es la región con más partos de niñas entre 12 y 17 años.
La mayoría fue víctima de abuso sexual.
—Entonces me dio el dato nomás y he ido con mi amiga. Era en el centro de la
ciudad. Era un doctor conocido. El doctor no quiso porque yo era menor de
edad, yo le insistí, pero no quiso.

Al día siguiente, Adela regresó sola a seguir insistiendo. Lloró. Juró discreción.
El doctor accedió.

—Me exigió que no le dijera a nadie, que él no se hacía responsable y que si me


pasaba algo no diga que fui allí. Después de la intravenosa, me puso como un
tubo. Me dijo que iba a aspirar y que saldría entero. No duró ni 15 minutos.

Han pasado cuatro años de esa experiencia. Adela se gana la vida vendiendo
productos de belleza y tiene planes de futuro. Aunque tuvo la posibilidad de
abortar —con riesgo— y contó con el apoyo de sus amigos, dice no estar de
acuerdo con el aborto legal y seguro para todas.

—Pienso que el aborto debería ser legal para las niñas violentadas
sexualmente que se queden embarazadas. Para el resto no. Ahorita
hay muchos métodos para cuidarse, pienso que la juventud debería
estar mejor informada. Yo no lo volvería a hacer, yo me cuido.

—No doy mi nombre para esta entrevista porque siento culpa. Siempre he
tenido un cargo de conciencia.

*Paula, Teresa, Isabel y Adela son seudónimos elegidos por las mujeres que
narraron estas historias.

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