Está en la página 1de 2

Harry Vollmer comparte la condena de los escasos iluminados de convertir la desgracia, y la

miseria humana en poesía. Es un maldito poeta y es un poeta lárico que huele a cordilleras,
Baudelaire le rinde culto, Maiakovski le sirve café por las mañanas.

Sus letras están llenas de imágenes cotidianas, en las cuales construye un nuevo lenguaje. Habla
de aquello que no queremos ver, que queremos olvidar, que queremos ocultar. Sus calles están
pobladas de seres marginales, desterrados de la vida, vagabundos, y antisociales. Sin embargo, su
poesía está llena de vida que emana de los delirios de los viven en todas las esquinas de su barrio.

Es un observador que mira con la frialdad de un cirujano las situaciones cotidianas, y las
desventuras de sus seres deportados de la normalidad, de los seres mediocres que atienden en los
almacenes y en los municipios. Los abandonados tienen su propia boca, la esquizofrénica tiene
una historia que contar, los seres marginales cuentan su propia hazaña. Harry invita a sus
personajes al bar de la esquina donde él es el comensal, donde comparten sus miserias y sus
historias truncadas de abandono y gangrena. Juegan al truco y se emborrachan y se pelean,
después salen abrazados y terminan en el Rosedal, o en el Bar Juanito o en el Puerto.

Harry es un conversador empedernido, de la antigua bohemia, vive la vida intensamente como si


fuera el último día, gentil con sus historias, es un maestro de niños, un buzo, un constructor, un
hermano generoso, un amador intenso de las mujeres. Es un jinete que cabalga por las selvas del
sur y un pionero. Es un cultor del mate canero y sus historias sin fin.

La lluvia del sur y el salado del mar lo han templado, sus escenas nos recuerdan que en el sur
conviven los muertos y el lodo, la vieja plañidera y la prostituta, el cura y el juanito que sube ebrio
de espalda por la calle empinada. En su letras, un sicario nos cuenta que es difícil matar a alguien,
descuartizarlo y llevarlo en un micro por Puerto Montt, y una esquizofrénica planea brillantemente
un plan para asaltar a cualquier incauto en el terminal de buses. Y desde la marginalidad estos
seres patéticos nos invitan a un mundo posible, te invitan a participar de la perversidad
cómodamente sentados desde la mirada ausente del lector incrédulo.

Es por ello, que la poesía de Harry es fresca y contingente. Se siente es sus palabras la frescura de
la sociedad posmoderna donde la maldad se ha vuelvo un valor, donde la competencia y la
avaricia dictan lo que somos. Desde allí, nos recuerda sobre aquellos que han abandonado esta
vida ultra exitosa. Nos recuerda que la miseria y el fracaso duermen en el mismo motel, que a los
vagabundos les han robado aquella inocencia que teníamos cuando eran niños y soñaban que un
día serían poderosos hombres, que llevarían su madre a comer a un restaurant, y que beberían del
mejor vino, no de ese “lija” que venden suelto en el bar “Macumba”.

Por eso es tan necesario que existan poetas como Harry, que nos desconcierten, que nos
amenacen y nos provoquen. Sus letras perdurarán en el tiempo al igual que la pequeña
esquizofrénica que la buscaremos cada vez que vayamos al terminal de autobuses de Puerto
Montt.

También podría gustarte