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Aiden tiene 8 años, vive con sus padres y su perro Lupito.

Su madre está preocupada


porque su hijo desde hace un año realiza berrinches muy seguido sin razón aparente.

Hace unos meses, en la escuela, le jaló el cabello a una de sus compañeras y al día
siguiente pateó a su perro sin ocasionar un daño significativo. Otro suceso que su madre
consideró importante mencionar fue que hace tres días su mejor amigo utilizó uno de sus
lápices sin pedir permiso y como respuesta Aiden se enojó, le rayó y tiró su cuaderno a la
basura. Tras ello, experimentó emociones negativas como culpa y arrepentimiento luego de
observar las consecuencias de sus actos. Sin embargo, lo que llevó a los padres a tomar la
decisión de llevarlo al psicólogo fue cuando agredió verbalmente a su padre la semana
pasada.

Además, debido a la conducta que presenta, en la escuela los profesores lo han catalogado
como “malcriado”, puesto que ha recibido múltiples sanciones en los últimos cuatro meses,
y sus amigos y compañeros se alejan cada vez más de él por miedo a que los agreda.
Aiden se ha mostrado evitativo, ya que le explicó a sus padres que no puede manejar lo que
hace cuando se siente enojado, frustrado o triste.

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