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A través de las diferentes lecturas, cualquier persona que acceda a ellas puede reflexionar
desde una nueva óptica, desde una mirada basada en el respeto, la libertad, el desarrollo
holístico y natural y el concepto de construcción del ser humano, acompañado de un
crecimiento armónico. Bien es cierto que, esta perspectiva, en muchos aspectos, dista de las
ideas arraigadas durante generaciones en la sociedad en relación a la concepción, la lactancia,
el rol de adultos y niños, los cuidados maternos y el desarrollo del ser humano, en líneas
generales. En mi caso, primero como persona y, después, como personal de la educación,
siempre me he identificado con corrientes pedagógicas y filosóficas más abiertas y
respetuosas, por lo que, en la mayoría de ocasiones, he cuestionado las prácticas que se
consideraban “normales”, dado que el hecho de que ciertas ideas se encuentren comúnmente
aceptadas, no significa que sean las más idóneas o adecuadas.
En este sentido, existe una cita de la doctora Montessori que, en mi opinión, recoge y refleja
muy fielmente la realidad sobre cómo esos fundamentos y prácticas, así como las experiencias
que ofrezca el ambiente y los roles que asuman las personas que integran el mismo, pueden
marcar de por vida el desarrollo del recién nacido en una u otra dirección. Así pues, «q uien se
proponga a ayudar al desarrollo psíquico humano debe partir del hecho de que la mente
absorbente del niño se orienta hacia el ambiente y, especialmente al principio de la vida, debe
tomar especial precauciones a fin de que el ambiente ofrezca interés y atractivos a esta mente
que debe nutrirse del mismo para su propia construcción (Montessori, 2019, p.93)».
En este sentido, las ideas preconcebidas que existen en torno al proceso de desarrollo de un
ser humano y en torno a cómo debe responder el ambiente dentro de este proceso, tienen
gran peso, por lo que no tiene la misma influencia una crianza de tipo más tradicional,
fundamentada en discursos que se han asumido generación tras generación, perpetuados por
comentarios como: “no cojas al bebé en brazos que se acostumbra”, “déjalo llorar, que así se
le ensanchan los pulmones”, “no dejes que duerma en tu cama, que luego no va a querer
salir”, “tiene que comer cada tres horas”, “te está usando de chupete ¿no ves que te está
manipulando?”, etc. Estos argumentos, obviamente, revelan una comprensión sobre el ser
humano y sobre cómo deben orientarse sus cuidados, muy diferente de la que, por ejemplo,
demuestra Montessori en sus múltiples libros o Quattrochi Montanaro en su libro “Un ser
humano”. Son muchos los fragmentos que podríamos extraer de entre sus páginas, pero
considero que la siguiente cita es enormemente esclarecedora «Nadie pone en duda que la
familia es el determinante primario para el desarrollo positivo del niño, y que son los primeros
tres años de vida los más importantes para plasmar su personalidad. María Montessori habló
de una nueva educación como una ayuda a la vida. Sin embargo, en sus palabras, «para
encender al niño y educarlo, primero tenemos que conocer la vida en su totalidad» (Quattrochi
Montanaro, 2018). Con estas palabras, queda claro cómo el modo en que vemos y
entendemos al niño y sus necesidades determinará por completo nuestra actitud hacia él.
Por esta razón, aquellas corrientes pedagógicas basadas en el respeto al niño, que integran por
supuesto, un modelo de crianza respetuosa, son mucho más integradoras porque parten de la
idea de que los niños son seres completos desde que nacen, con los mismos derechos que los
adultos. Desde este prisma, la relación del niño y el adulto se transforma y se basa en el
respeto y la confianza que se crea día a día, enseñando con el ejemplo, un ejemplo centrado
en la disciplina positiva.
“El niño observa las cosas apasionadamente, y es atraído por ellas; pero le
atraen más todavía los actos de los adultos, quiere conocerlos y reproducirlos.
El adulto podría realizar una especie de misión: la de ser inspirador de las
acciones infantiles, un libro abierto en el que el niño pudiera descubrir las
directrices de sus propios movimientos y aprender todo lo necesario para obrar
bien. Pero para llegar a este ideal es preciso que el adulto tenga siempre
calma, obrando lentamente para que su actuación se presente siempre clara en
todos sus detalles, al niño que la observa. Pero si el adulto se abandona a sus
ritmos rápidos y poderosos puede insinuarse en el alma del niño, y sustituirse al
mismo por la sugestión”. (Montessori M. 2003, pág.152)
El adulto se convierte así en un guía que acompaña durante el proceso de desarrollo del niño,
desde la etapa prenatal, hasta el nacimiento, siguiendo con la infancia, la niñez, la
adolescencia y la madurez. De acuerdo con ello, la educación no se entiende como una lucha
de poder, como una imposición de nuestras costumbres, como la adaptación del niño a
nuestros deseos, etc; sino que educar consiste en acompañar al niño en su camino hacia una
vida plena, con sentido y responsabilidad. Se trata, pues, de crear un entorno donde el niño
sea libre de explorar, con límites respetuosos y adaptados a su desarrollo y necesidades,
permitiéndole experimentar.
Desde esta perspectiva más libre y respetuosa con la vida, con el niño y con su esencia, se
rompe la idea estereotipada de que el rol de los padres o familiares en el cuidado de los
niños/as debe ser vertical y desigual, concibiendo al niño como un ser pasivo. De este modo, se
avanza hasta la idea de que los cuidados maternos se hacen con el niño y no al niño, dándole a
este la oportunidad de participar en su propio cuidado y de adquirir, cada vez, mayor
autonomía en ese proceso.
También es posible romper con el pensamiento de que la etapa prenatal es una etapa sin
significado, dado que muchos estudios ya constataron, en su momento, que el desarrollo
físico ocurre simultáneamente con una inmensa cantidad de desarrollo mental. «Antes se
pensaba que el embarazo era un período seguro en donde no se daban sucesos importantes.
Ahora sabemos que el vientre materno es el primer ambiente del ser humano, de este recibirá
todos los elementos que necesitará para desarrollarse tanto física como mentalmente»
(Manual IMI, p.5).
«El bebé llega al mundo perfectamente preparado para iniciar un proceso constante,
cada vez más complejo e intenso, de transformar las experiencias en vivencias teñidas
de emoción» (Céspedes, A. 2021, p.1)
BIBLIOGRAFÍA
Quattocchi Montanaro, S. (1999). Un ser humano. Santiago de Chile. Ed. Cuatro vientos.