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Clase 8

Actividades cotidianas en maternal. Alimentación, higiene y descanso


¿Qué entendemos por actividades cotidianas?

En primer lugar, consideramos importante explicitar que el proceso de inicio a las trayectorias
educativas de los niños y niñas en sus primeros años de vida da cuenta del proceso de la crianza y, con
ello, de esa construcción distintiva entre la relación de la madre (o adulto que ejerza la función materna)
y un otro adulto educador/a. Mediante esa crianza se desarrollarán las funciones de cuidado,
socialización y adquisición de la identidad. Si bien la crianza está vinculada al ámbito familiar o privado,
esta puede ser llevada a cabo por diferentes adultos, siempre que dicha función sea establecida a través
del cariño, el afecto y que el adulto a cargo pueda entender e interpretar amorosamente las necesidades
del bebé/niño-a (Schlemenson, 2002:11).

En este sentido, se evidencia un proceso emocional-cognitivo y corporal donde los/as niños/as


construyen paulatinamente diversos rasgos que los caracterizan y dan cuenta de su identidad. Nos
referimos a esas formas de crianza que permiten incorporarse al mundo social, haciendo suyas las
prácticas sociales y culturales del grupo al cual pertenecen.

¿Por qué son tan importantes los momentos cotidianos para la educación de niños/as de 45
días a 3 años?

Una primera respuesta estaría asociada a satisfacer las necesidades básicas de el/la bebé.
Cambiar el pañal implica responder a la necesidad de estar limpio/a, de cuidar su cuerpo. Alimentarlo/a
responde a la necesidad de saciar su apetito. Además de cubrir las necesidades básicas, de ofrecer las
condiciones necesarias para que pueda descansar y lograr el reposo surgen otros aprendizajes. Para
iniciarnos en la reflexión y la revisión de estos momentos cotidianos, podemos enunciar que una de las
condiciones que hacen de estas situaciones verdaderas oportunidades de enseñanza y aprendizaje es la
frecuencia; que permite la reiteración de lo conocido, de lo estable, que da seguridad, confianza y
viabiliza tanto la anticipación como al mismo tiempo, los nuevos desafíos.

Los momentos de cambio de pañales, de lavado de manos, de vestir al bebé; son importantes
por varias razones. En principio porque se establece una comunicación gestual/ verbal con el adulto. Ese
adulto genera y ofrece las condiciones para que el/la bebé logre relajarse y llegar a un estado de reposo
(en el caso de satisfacer la necesidad de descansar) o bien pueda satisfacer su apetito brindando la teta o
la mamadera (esta última puede ser ofrecida por algún integrante de la familia y/o el educador). Siempre
ese momento cotidiano, esa actividad cotidiana ocurre con un otro, junto a otro; en principio un adulto.

La Dra. Silvia Bleichmar sostiene que es importante considerar que el/la bebé nace en un estado
de indefensión tal que para poder sobrevivir necesita del otro, de un prójimo cargado de deseo que le
permita el inicio de un crecimiento psíquico. En esos tiempos de constitución psíquica, el otro humano
que tenga a cargo la función de humanización intentará responder a las necesidades del niño/a. Esto
implica la tarea de poder comprender lo que está necesitando: “leer, interpretar esa necesidad” y así
satisfacerla. En ese momento, el vínculo que se establece con ese adulto va más allá del plano de la
autoconservación en tanto ofrecerá elementos necesarios para conformarlo en un sujeto de cultura.
Schlemenson (2002:11) señala que "Lo importante es el lazo de amor que asegura la
permanencia de una persona, siempre la misma, que pueda mimar, que se haga cargo de la crianza del
bebé (...) la única condición para quien sustituya a la madre en el ejercicio de su función es que desee
hacerse cargo del niño y que tenga un psiquismo lo suficientemente desarrollado como para atender e
interpretar amorosamente sus necesidades (...)".

En el ámbito familiar el/la bebé continuará compartiendo con el adulto estos momentos, se
desarrollarán juntos y paulatinamente el/la pequeño/a irá conquistando mayor autonomía. Por ejemplo,
en la alimentación, empezará a conocer nuevos sabores, texturas alimentarias y en algún momento la
manipulación de los utensilios. Es decir, irá conquistando gradualmente mayor autonomía en la
exploración de la comida, en el manejo del vaso y de los utensilios e irá construyendo el tiempo de
espera entre bocado y bocado. Tal vez deje de dormirse en brazos y comience a hacerlo en su cuna
acompañado de una melodía o palmaditas que le realice el familiar que lo acompañe.

En el espacio educativo el vínculo adulto-niño se sigue favoreciendo en estos momentos


cotidianos, donde intencionalmente pero respetando tiempos subjetivos se invita al niño/a a
involucrarse en un rol progresivamente de mayor protagonismo en la escena/la actividad. En este
sentido, es de suma relevancia favorecer estos encuentros, propiciar el compartir la mesa con el adulto y
los otros niños/as. El adulto actúa como “modelo” propiciando que comience a construirse la
“comensalidad” en ese compartir junto a otros adultos y niños/as. A su vez, en esos momentos se
conversa, por ejemplo, sobre los sabores, sobre qué se está comiendo... Empieza a ser importante estar
en la mesa con otros, saborear con otros. Así propiciamos el aprendizaje de comportamientos sociales y
significados de objetos y situaciones.

¿Cómo construimos actividades cotidianas en la educación maternal?

Para continuar con esta clase queremos enfatizar el valor que tiene abordar una reflexión acerca
de las actividades cotidianas en las instituciones educativas, desde la idea de “crianza”. Esta crianza
desde los espacios educativos tiene la peculiaridad de ser intencional y sistematizada, se trata de
interesantes momentos de enseñanza en los que se transmiten saberes sociales íntimamente ligados al
desarrollo del niño/a. Desde ese lugar, es necesario significar la relación entre asistencia, cuidado y
enseñanza desde el ámbito de la educación inicial. (Pico y Soto, 2013)

Para reflexionar sobre cómo podemos concebir y desarrollar las actividades cotidianas que
complementen y amplíen las posibilidades de aprendizaje que brindan a los niños/as la crianza
hogareña, uno de los aspectos claves en el cual detenernos es la idea del interjuego entre lo conocido y
lo nuevo. Esta es una cuestión para pensar desde las instituciones educativas: el poder resolver la
continuidad de esa función familiar, que en la institución educativa va a ejercer el/la educador/a, un otro
no elegido y desde un vínculo institucional.

Afirmamos que si lo que se le brinda al niño o niña es muy diferente a lo que la familia le ofrece,
ese niño/a no podrá reconocer el objeto/acción a la que quedó ligado y, por ende, no habría búsqueda
de ello. El bebé abandonaría esta acción por desconocimiento. Ahora bien, si lo que se le ofrece es
idéntico cada vez, no habría crecimiento psíquico. Parece ser fundamental, entonces, que este otro
adulto, el/la educador/a, que comienza a formar parte de la cotidianeidad del bebé, conozca cómo es
esa comunicación, esos momentos compartidos entre la mamá, el papá y el o la bebé para asegurar
cierta continuidad y, con ello, la permanencia de algunas inscripciones.
En este sentido, es importante conocer los rituales que se llevan a cabo en el ámbito familiar,
apostando a que estos momentos cotidianos sean verdaderas situaciones de enseñanza y aprendizaje.
Puede ser pertinente tomar aquí el aporte de Sara Paín, para comprender a qué nos referimos cuando
hacemos referencia a los rituales: Todo lo que un adulto realiza se convierte en enseñanza para el niño,
pero hay comportamientos especialmente dedicados al bebé que están ritualizados por cada cultura y
que son a la vez específicos de ellas y universales en sus intenciones. (Sara Paín, 1986)

Imaginemos por ejemplo cuando cambiamos los pañales al bebé lo que hacemos los adultos.
Tanto los integrantes adultos de las familias como los educadores ofrecemos la disponibilidad personal y
las condiciones ambientales y físicas buscando no solo satisfacer la necesidad de ser higienizado sino
también brindando un momento de contacto- miradas mimos, de comunicación verbal y gestual. Es en
ese momento donde pueden compartirse, por ejemplo, juegos de crianza, nanas propias de la cultura,
transformando en términos de Calmels las “rutinas” en “rituales”.

Para que lo rutinario se haga ritual es necesario darle una categoría que contemple el
ordenamiento de procederes gestuales, verbales y atencionales, que no se mecanicen ni se anestesien
(Calmels, 2014:32). Entonces, transformar la rutina en ritual tiene que ver con la presencia del lenguaje,
la presencia de lo lúdico de una actitud lúdica por parte del adulto. Ambos aspectos permiten al bebé
anticipar lo que viene y convierten la rutina en un acto humanizado.

Cuando el educador enriquece el aporte de la cultura, no quiere decir que enriquecer, ir


aportando “lo nuevo” implique realizar una propuesta forzada o artificial que se aleje de la práctica de
crianza. Así lo expresan Soto y Vasta (2008)

Desarrollar este tipo de propuestas en el jardín maternal u otra institución educativa, como
momentos de aprendizaje sistemático no significa buscar o enriquecer o pedagogizar artificialmente la
crianza (…) El enriquecimiento entonces, consiste en tomar todas las posibilidades que la misma
actividad cotidiana nos brinda, recuperando los formatos hogareños (Soto,Violante, 2005).

Las modificaciones que el docente imprima a la secuencia estarán vinculadas a la creciente


autonomía de los niños y no a una complejización artificial desgajada de la naturaleza propia de la
actividad. Los niños van pasando de una realización conjunta de acciones con el adulto, por ejemplo
servir la comida, conversar mediado por él a hacerlas cada vez en forma autónoma.(Op. Cit: 178) En
estos rituales según Calmels van a estar enlazadas “la sensación, la acción y la palabra”.

Cuando pensamos y ponemos en marcha estas experiencias con intencionalidad pedagógica,


concebimos que estamos educando.

Enriquecer el aporte de la cultura quiere decir introducir lo nuevo identificando la posibilidad de


superar la instancia de rutina a ritual donde el contenido involucre lo fisiológico, lo comunicacional y, por
ende, lo emocional y lo cognitivo. Un aprendizaje como movimiento entre momentos de placeres,
tensiones y reacomodaciones entre niño/a y adulto/a.

El Jardín tiene la oportunidad de ampliar los repertorios de cada niño/a de un modo privilegiado.
En este sentido, no se perderá de vista la necesidad de incluir lo conocido, la propia realidad territorial y
cultural; es decir, aquello que es relevante para cada grupo. El docente asume un papel clave, ya que es
quien debe conocer las costumbres de la comunidad en la que está la escuela, y ayudar a abrir la mirada
hacia lo nuevo y desconocido y aportar los elementos que permitan a todos, de modo igualitario,
compartir las producciones culturales. (Diseño Curricular Prov. de Buenos Aires, 2013:28) Estabilidad en
los vínculos con los adultos y cierta permanencia en la organización del espacio físico, en la distribución
del tiempo diario y en la forma en que se realizan ciertas actividades. Pero, al mismo tiempo, debe haber
variaciones que estimulen nuevos aprendizajes. (GCBA, Diseño curricular, 2000: 31)

Algunas implicancias de nuestro rol pedagógico

Enseñar implica tener una mirada atenta sobre los otros

Ese/a docente necesita poner la mirada atenta sobre la connotación de los tiempos, los ritmos
de cada bebé/ niño/a para poder comprender sus necesidades, intereses e intervenir en función de ello.

Se necesita una mirada sensible-perceptiva de la presencia de cambios que nos llamen la


atención y que podamos transmitir a las familias. Por ejemplo, si se mostró inapetente, si le cuesta
conciliar el sueño, si acepta nuevos sabores, si avisó por primera vez en la institución educativa que tiene
caca en el pañal, entre otras.

“El educador irá decodificando e interpretando la necesidad del/la niño/a, devolviendo aquello
depositado, transformado, a través de acciones cuidadosas. “El educador se transforma para el bebé, en
la vida cotidiana del jardín, es el mediador entre él y la realidad, entre él y la cultura, cumpliendo la
función de mostración del mundo, y constituyendo ―en interacción de la familia― “el mundo” para el
bebé (…) Cuando un niño llora, ríe o protesta, la primera significación de sus actos provendrá de otro;
los objetos del mundo son presentados por otros, valorados y elegidos por otros.” (Rebagliati, 2008: 128)

Entonces, mirar al bebé, al niño, a la niña, al grupo, propiciará un mapa conceptual desde el cual
seleccionar las estrategias pedagógicas para ofrecer lo conocido pero también lo nuevo, generando de
este modo condiciones para incorporar situaciones con nuevas enseñanzas que permitan constituirse en
aprendizajes en los momentos cotidianos.

Enseñar implica incluir el lenguaje oral en todos los momentos cotidianos

En este sentido, podremos favorecer este proceso permitiendo la presencia de lo verbal a través
de la canción y el diálogo; sin descuidar la posibilidad de dar lugar al silencio del/la docente para
escuchar al bebé/niño/a.

Será importante conocer la manera de comunicación existente entre el bebé y el entorno


familiar para reproducir parte de dichos modos, realizar cambios en otros e incluir el compartir nuevas
expresiones verbales y musicales (es sustantivo cuando la institución reconoce y valora las canciones y
cuentos presentes en el entorno familiar y a la vez, selecciona un cancionero y otros textos para
compartirlos con la familia para que en su entorno íntimo puede cantar las mismas melodías o contar los
mismos relatos).

El lenguaje oral….

• tiene la particularidad de poder acompañar todos los momentos que se desarrollan con los
niños y las niñas en la institución educativa (la alimentación, el sueño, la higiene, el juego).

• permite al bebé, niño o niña anticipar y recrear las escenas. Lo que deviene, la anticipación de
lo que va a ocurrir puede ser reconocido por el/la bebé a través del lenguaje.
• colabora en la posibilidad de tiempo de espera del bebé. El lenguaje oral será un elemento que
liga, une, permite recrear el objeto por un tiempo a partir de la voz del otro.

“Desde muy temprana edad, aun cuando el niño /a no puede comprender el lenguaje verbal, los
padres le anticipan al niño/a las acciones que sucederán. Una madre coloca al niño/a en el cambiador y
le dice que ahora va a limpiarlo, que es un chancho, que va a sacarle el pañal sucio, y que luego lo va a
bañar, y así continúa anticipando las acciones y haciendo comentarios risueños de lo que sucede y
sucederá. Esta “función anticipatoria” es comparable a lo que podemos llamar “función recordatoria”
que consiste en narrar los simples sucesos del día a modo de un acontecer diario” (Calmels, 2014).

Enseñar implica ofrecer disponibilidad lúdica y afectiva

Desde ese lugar, acordamos con Silvia Rebagliati (2008) que si bien hablamos de un educador/a,
un adulto que se encuentra en disponibilidad. "De modo que nombrar al bebé, abrazarlo, aferrarlo,
sostenerlo, acogerlo, acariciarlo, mecerlo, acunarlo, envolverlo, mirarlo en silencio, cantarle bajito, cerca,
cantarle lejos y firme, hablarle en tono suave y contenedor, murmurarle o hablarle en tono más fuerte o
firme, limitarlo, nutrirlo, alimentarlo, higienizarlo, jugar con él; son acciones de estrecha intimidad y los
modos en que éstas se llevan a cabo son condicionantes e influyen en la constitución de la subjetividad
de cada pequeño, imprimiendo a la tarea de enseñanza la particularidad característica de la educación
maternal".

Esperamos que hayan disfrutado de la lectura de esta clase.

Retomaremos estos aportes en el próximo encuentro.

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