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INTRODUCCIÓN:
La Universidad Iberoamericana es una institución de educación superior confiada a la Compañía
de Jesús, que tiene como fin el desarrollo integral del ser humano, de acuerdo con sus dinamis-
mos fundamentales, es decir, de acuerdo con la creatividad, la criticidad, la libertad, la solidaridad,
la integración afectiva y la consciencia de la naturaleza de su actuar (apertura a la trascendencia)1.
El desarrollo de la tarea educativa de la UIA se fundamenta sobre el humanismo de inspiración
cristiana2, de donde su misión consiste en presentar a las preguntas del hombre las respuestas
que surgen de la visión de totalidad que ofrece el mensaje cristiano, en una interpelación mutua y
permanente con la cultura3.
Ahora bien, a partir de la misión de la Compañía de Jesús, a saber, "el servicio de la fe, de la que
la promoción de la justicia es un elemento esencial"4, la contribución de la UIA al respecto se perfi-
la en la formación de los estudiantes que sepan tomar su propia posición de manera consciente y
responsable, frente las realidades concretas del mundo5, con la convicción de que la justicia social
es realizable en nuestra sociedad6. En otras palabras, se trata de “Formar hombres y mujeres ca-
paces para los demás”, que hagan una aportación a la consecución del bien común7, mediante un
diálogo interpersonal firmemente asentado sobre su competencia académica, su integridad moral y
su capacidad de decisión y compromiso.
Lo anterior plantea el reto de encontrar un modelo práctico para hacer realidad la finalidad educati-
va que se busca en la universidad. Pero ha de ser un modelo relevante para culturas diferentes,
útil en situaciones distintas, aplicable a varias disciplinas, así como atractivo para múltiples estilos
y preferencias8, ya que se trata de promover que los estudiantes no sólo adquieran los conoci-
mientos y las habilidades de las ciencias y las artes, sino también que aprenden a valorar dichos
contenidos en términos de criterios de totalidad y contextos específicos que los iluminen en la bús-
queda de la verdad y el bien. En este sentido, tanto el carisma como el modo de proceder igna-
ciano, constituyen una plataforma fundamental para el logro de las finalidades educativas de la
universidad.
FUNDAMENTO:
De acuerdo con el P. Arrupe9, un centro educativo de la Compañía de Jesús: "debe ser fácilmente
identificable, es decir debe ser movido e inspirado por el carisma ignaciano, con el acento propio
de nuestros rasgos esenciales, con nuestras opciones y con la finalidad de prestar el servicio a
Dios y la Iglesia". Este carisma se manifiesta tanto a través de la visión ignaciana del mundo, co-
mo en un modo de proceder en educación, que le da cierto espíritu peculiar a cualquier escuela
que quiera llamarse con verdad centro educativo de la Compañía de Jesús. Dicho espíritu peculiar
se descubre a través de la reflexión sobre la experiencia vivida por Ignacio de Loyola, sobre los
modos como otros han participado de esta experiencia vivida en los Ejercicios Espirituales, la ma-
nera como Ignacio mismo aplicó su visión a la educación en las Constituciones, así como la mane-
ra como dicha visión se ha desarrollado y aplicado a la educación en el curso de la historia, de
acuerdo con la Ratio Studiorum.
La visión ignaciana del mundo se puede resumir diciendo que su base fundamental estriba en la
convicción de que a Dios se le descubre por la fe en la experiencia y que todos somos amados
personalmente por Él. A partir de ese amor, Jesucristo -que es humano-, nos invita a seguirlo y a
nosotros nos corresponde dar una respuesta libre a ese amor mediante una acción decisiva en la
que nos comprometamos personalmente en el servicio a los demás, pero no sólo a nivel individual,
sino en y por medio de la Iglesia, para dar mayor servicio a Dios siguiendo a Cristo: MAGIS. Todo
esto implica un reconocimiento de que la comunidad es más fuerte que el individuo y que la liber-
tad no se ejerce de manera automática a causa de nuestra condición de pecado, de donde se re-
quiere del discernimiento personal y comunitario en la búsqueda del MAGIS.
En congruencia con todo lo anterior y, atendiendo a las necesidades de los tiempos, el primer de-
creto de la Congregación General 33 de la Compañía de Jesús, “Compañeros de Jesús enviados
al mundo de hoy”, recomienda una transformación de ciertos hábitos de pensamiento irreflexivos y
poco críticos, “por medio de una constante interrelación entre experiencia, reflexión y acción”11.
En estos tres elementos se fundamenta un modo de proceder que se puede traducir -si bien no
agotar- en un método de enseñanza-aprendizaje profundamente coherente con el modelo educati-
vo de la universidad, especialmente con el de la UIA, que “tiene por fin esencial la conservación,
transmisión y progreso de la cultura superior objetiva, mediante la formación de los profesionistas,
maestros, investigadores y técnicos que México necesita, la investigación científica y, según se na-
turaleza, la formación integral y humana de cuantos frecuentan sus aulas”12.
Semejante finalidad educativa implica no sólo una excelente calidad académica en términos de
preparación profesional, sino también una formación humanista y social, que supone una madurez
que rebasa el ámbito de la organización curricular y los contenidos de las materias para poder al-
canzarse. Se requiere que, además de estar al día con respecto a los avances del conocimiento en
algún área, los estudiantes desarrollen el hábito del discernimiento para la toma de decisiones per-
sonales y profesionales. Esto implica incluir en la enseñanza un método de enseñanza-aprendizaje
en el que se ejercite el discernimiento intencional y sistemáticamente, poniendo las condiciones
para que los estudiantes relacionen su experiencia personal con la reflexión, a partir de los conte-
nidos de aprendizaje, sin perder de vista el servicio a los demás ni el contexto específico en el que
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han de aplicar dichos contenidos. A su vez, dicho proceso propiciará una autonomía progresiva en
la que cada quien será capaz de ir descubriendo por sí mismo nuevos horizontes para la acción
comprometida.
El modo de proceder o espíritu peculiar ignaciano no es una simple metodología, sino un estilo de
enseñar que se deriva de una base antropológica que permite acceder a un auténtico proceso de
relación interpersonal verdaderamente educativo, es decir, donde cada quien tome en cuenta tanto
la perspectiva del mundo que le toca vivir como la visión de la persona humana en cuanto ser de
relación con el otro, con el mundo y con Dios, como criterios para la toma de decisiones. En el ca-
so de los profesores, el reto consiste en ser capaces de “reproducir” este proceso en el caso con-
creto de la educación en el aula.
En otras palabras, lo que se pretende con el modo de proceder ignaciano para educar es la pro-
moción del desarrollo integral de cada estudiante tanto en el plano moral como en el intelectual.
Se trata de una manera de guiar a otros, que compromete íntegramente al cuerpo, a la mente, al
corazón de la persona humana en una relación progresiva con la verdad. De ahí su riqueza y per-
tinencia para ser aplicado en el aula, sin embargo, para salvar el riesgo de quedarse en la abstrac-
ción, es preciso recurrir intencional y sistemáticamente a la reflexión y el diálogo como dinámica
esencial para la toma de decisiones críticas, a diferencia del modelo memorístico, que se centra en
la repetición de contenidos y no considera el significado y la importancia humana de lo estudiado.
Al hablar del modo de proceder ignaciano no sólo se hace referencia a la continua interacción de
experiencia, reflexión y acción del proceso de enseñanza-aprendizaje, sino se trata específicamen-
te de la interrelación dinámica entre el profesor/a y el estudiante en el camino hacia la madurez del
conocimiento y la libertad. Se trata de una práctica educativa organizada y sistematizada para
“Formar hombres y mujeres capaces para los demás", con la particularidad de que se pueden ha-
cer adaptaciones culturales y contextuales, al mismo tiempo que se trabajan los valores y el cre-
cimiento personal dentro del curriculum existente.
Cuando este modo de proceder se ejercita constantemente, puede convertirse en una estructura
continua y eficaz de aprendizaje, así como en un estímulo para permanecer abierto al crecimiento
a lo largo de la vida. Su uso coherente favorece la adquisición de hábitos permanentes de apren-
dizaje que fomentan la intensidad de la experiencia, la comprensión reflexiva más allá del propio
interés y la identificación de criterios para la acción responsable. Esto último implica otro elemento
en el modelo, la evaluación, que se inserta junto con los demás en un proceso continuo, que se
puede ilustrar de la siguiente manera:
Ahora bien, este esquema no significa un proceso lineal en el que simplemente se toma una expe-
riencia, se reflexiona sobre ella, se proponen acciones al respecto y se evalúa el resultado para
comenzar de nuevo. Si bien todo eso está implicado, ni es una simple receta, sino un indicador
de todos los elementos que es necesario tomar en cuenta en el proceso de enseñanza-aprendizaje
para desarrollar el hábito de pensamiento crítico, que implica siempre una toma de postura perso-
nal sobre algún aspecto del conocimiento, así como ponerse uno mismo en perspectiva con res-
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pecto a los límites y alcances que dicho conocimiento representa para propiciar una acción com-
prometida con los presupuestos del humanismo de inspiración cristiana en el mundo de hoy.
La aplicación reiterada -no simplemente repetitiva- de este modo de proceder como recurso peda-
gógico en el salón de clase ayuda a los estudiantes a madurar, porque aprenden gradualmente a
discernir y seleccionar experiencias, sobre cuya reflexión no sólo se obtiene una mayor plenitud y
riqueza personales, sino una automotivación -desde la honestidad y humanidad propia- para elegir
consciente y responsablemente. Esta aparente repetición no es un mero automatismo, sino un
proceso progresivo en el que las aportaciones surgen de una práctica intencional y sistematizada
del diálogo interpersonal.
En dicha dinámica, se consideran cinco aspectos: contexto, experiencia, reflexión, acción y eva-
luación, que hay que relacionar -mediante el diálogo- con los contenidos de aprendizaje propios de
cada materia, para generar estrategias significativas de enseñanza-aprendizaje. A manera de
ejemplo, a continuación se ilustran dichos aspectos en relación con el siguiente objetivo de apren-
dizaje:
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- ¿Quiénes son mis estudiantes? - Qué sabes de Diego Rivera?
- ¿Cuáles son sus intereses? - Haz una visita al Palacio Nacional y
- ¿Qué sentido tiene que conozcan y al Palacio de Bellas Artes para ver
valoren la obra de Diego Rivera? los murales de Diego Rivera en am-
- ¿Con qué recursos cuento para bos sitios.
acercarlos a la obra de Diego Rive- -¿Cuál fue el contexto socio-político
ra? en que se desarrolló Diego Rivera?
-¿En qué se distingue del contexto
socio-político actual?
2) La experiencia: Aquí se trata de describir cualquier actividad en la que, junto al acercamiento
cognoscitivo a los contenidos de aprendizaje, se percibe algún sentimiento de naturaleza afectiva.
Las dimensiones afectivas han de quedar tan implicadas como las cognitivas, porque si el senti-
miento interno no se une al conocimiento intelectual, el aprendizaje no moverá a la persona a la
acción.
En este aspecto se puede recurrir a la memoria del estudiante para evocar el impacto personal que
le haya provocado alguna situación relacionada con el tema de estudio, así como a sus habilida-
des de empatía, es decir, de ponerse en el lugar de otras personas, cuando no tenga experiencias
propias al respecto. Otro recurso eficaz para apelar a la afectividad de los estudiantes son los tes-
timonios en vivo cuando sea posible o los reportajes sobre hechos reales, ya sea de radio, televi-
sión o periódico.
No se trata simplemente de exacerbar la sensibilidad de los estudiantes, sino de relacionar inten-
cional y conscientemente el aspecto intelectual con el aspecto afectivo en el proceso de enseñan-
za-aprendizaje, para facilitar que el contenido de aprendizaje encuentre una resonancia significati-
va en el horizonte existencial de los implicados.
Se trata de un proceso que forma la consciencia de los estudiantes porque no sólo les ayuda a en-
tender el mundo en el que viven, sino los lleva a emitir juicios al respecto, de acuerdo con su res-
ponsabilidad ante el mismo. En este aspecto se busca fundamentar las creencias, las opciones
valorales y las actitudes, tanto a partir de los contenidos disciplinares de las materias (informa-
ción), como de su relación con diferentes criterios y contextos (procesos de valoración), de tal ma-
nera que se impulse a las personas a ir más allá del puro conocer para inclinarse por cierto tipo de
acción.
En este aspecto el diálogo tiene un papel fundamental, pues es la herramienta con la que se pue-
de relacionar el conocimiento realista del mundo como totalidad, (incluyendo el desarrollo de la
tecnología, las ciencias, el arte, las humanidades y la producción económica más eficiente y com-
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petitiva), con la organización social democrática, la consecución de la paz y la justicia, la apropia-
ción cultural de sí mismo y el aprovechamiento de la riqueza que aporta la diversidad cultural.
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Este aspecto del estilo ignaciano de educar, por su importancia como indicador de avances y limi-
taciones, necesita programarse periódicamente con base en indicadores cuantitativos y cualitativos
previamente determinados, entre los que se incluyen tanto los objetivos de aprendizaje en sí mis-
mos, como los aspectos educativos más generales del modo de proceder ignaciano, a saber, la
formación de hábitos de discernimiento.
Este aspecto del modo de proceder ignaciano -como todos los demás- se aplica tanto a los estu-
diantes como a los profesores, es decir, el maestro también requiere contrastar su práctica docen-
te contra indicadores claros que le ayuden a distinguir los alcances y limitaciones de las estrate-
gias de enseñanza-aprendizaje que ha aplicado. Aunque la evaluación escolar implica el otorgar
calificaciones, dentro del modo de proceder ignaciano no se reduce a ella, sino va más en la línea
del acompañamiento personal en un proceso de desarrollo y maduración.
El modo de proceder ignaciano -mediado por el diálogo interpersonal- viene a ser una alternativa
para lograr una educación integral, ya que su finalidad estriba en acompañar a los estudiantes en
el camino de llegar a ser personas maduras, es decir, integralmente desarrolladas. Con respecto
al proceso de enseñanza-aprendizaje, dicho modo de proceder se puede aplicar en cada materia y
programa, haciéndole las adaptaciones pertinentes. Se trata de diseñar actividades de integración
de contenidos de aprendizaje, habilidades de razonamiento y procesos de valoración en el salón
de clase, mediante un cuestionamiento básico de los contenidos en relación con criterios funda-
mentales y contextos básicos. Esto se puede hacer en los diferentes aspectos del modo de pro-
ceder ignaciano recurriendo a un diálogo educativo, lógica y pedagógicamente estructurado, que
traduzca la opción por los pobres y la formación de “hombres y mujeres capaces para los demás”
en opciones viables de ser elegidas y contextualizadas en la realidad del estudiante.
Mediante el diálogo se puede traducir en finalidades concretas la relación que tiene los contenidos
de aprendizaje con el acercamiento a una verdadera opción por los pobres, desde una perspectiva
universitaria y profesional, contribuyendo así a lograr la formación de personas decididas a servir
socialmente, a corregir injusticias sociales y a poner su profesión al servicio de los demás.
En el aspecto del contexto, el diálogo sirve para encontrar la relación entre la situación particular
de los participantes y el tema de estudio; en la de la experiencia, para orientar la atención y los
cuestionamientos hacia la reacción del sujeto con respecto a los contenidos de aprendizaje; en la
de la reflexión, hacia el ejercicio de las habilidades de razonamiento para entender los contenidos
y la realización de procesos valorativos que fundamenten la emisión de juicios en función de crite-
rios y contextos específicos; en la de la acción, hacia la toma de decisiones, de opciones críticas; y
en la de evaluación, hacia la reconsideración de las posiciones de inicio y las alcanzadas en este
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proceso, no como algo definitivo, sino como una posibilidad de apertura a nuevas posibilidades, es
decir, a la creatividad.
En este modelo de enseñanza-aprendizaje la función primordial del profesor/a es facilitar una rela-
ción progresiva del estudiante con la verdad, apoyándose en los contenidos de las materias de es-
tudio y ofreciéndole oportunidades para que pueda interrelacionar experiencia, reflexión y acción,
mediante el recurso del diálogo educativo.
5) Fomenta la participación activa del estudiante para propiciar el aprendizaje significativo, promo-
viendo discusiones estructuradas que permitan ir más allá de los contenidos disciplinares.
6) Es coherente entre los objetivos que propone, la metodología que utiliza y la forma de evalua-
ción que emplea.
La evaluación es un elemento permanente en toda situación educativa. Implica considerar los ele-
mentos más significativos que inciden en el proceso tanto del aprendizaje, como de la educación
integral. La evaluación debe ser congruente con los objetivos para ayudar a su consecución.
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Por las características del estilo ignaciano de educar, la evaluación no es algo que se lleva a cabo
solamente al llegar a la acción. Desde el inicio es necesario efectuar una evaluación diagnóstica
para conocer al grupo, ubicarlo en su contexto y tomar decisiones coherentes sobre la planeación
de las actividades de enseñanza-aprendizaje. También se requiere hacer una evaluación formati-
va a lo largo de todos los pasos del modo de proceder, con el objeto de verificar tanto el avance en
el logro de los objetivos de aprendizaje en el estudiante, como la efectividad de las estrategias de
enseñanza-aprendizaje que se eligieron. Este tipo de evaluación sirve para retroalimentar a los
estudiantes y al profesor/a sobre su propio proceso, permitiendo hacer adaptaciones sobre la mar-
cha.
Por otra parte, al final de un período de enseñanza-aprendizaje es pertinente hacer una evaluación
sumativa para conocer la medida en que se han alcanzado los objetivos hasta el momento. Se
comparan los logros con los objetivos y con la situación inicial detectada en la evaluación diagnós-
tica, y se analiza el proceso seguido hasta ese punto. De la evaluación sumativa se derivan los
juicios sobre el aprendizaje de los estudiantes, que llevan al profesor/a a la toma de decisiones pa-
ra otorgar calificaciones, en un proceso análogo a los procesos de valoración que se les piden a
los estudiantes en el aspecto de reflexión.
Es indispensable tener claridad en cuanto a los criterios de evaluación, es decir, los contenidos,
las habilidades y los procesos valorativos por aprender, ya que de otra forma cualquier sistema de
evaluación y calificación es inefectivo. De aquí la importancia tanto de planear y formular adecua-
damente los objetivos de aprendizaje, como de no perder de vista el aspecto de autocorrección
que supone el modo de proceder ignaciano, es decir, de no hacer a un lado la necesidad de brin-
dar oportunidades para que el estudiante se sensibilice y tome consciencia activa y responsable
del proceso personal de toma de decisiones que implica su propio desempeño como estudiante.
Es urgente cambiar el estereotipo de que la evaluación es “algo que hace el profesor/a”, para res-
ponsabilizar mucho más a los estudiantes en este aspecto del proceso de enseñanza-aprendizaje.
No se trata de quitarle responsabilidad al profesor/a dejando que los estudiantes se califiquen a sí
mismos, sino de enfatizar la dimensión interpersonal que implica el emitir juicios de valor tales co-
mo son las calificaciones.
Cuando todas las decisiones sobre los alcances y limitaciones de los aprendizajes dependen sólo
de los profesores, los estudiantes pocas veces tienen la oportunidad de ejercitarse en la toma de
decisiones responsables sobre los caminos que tienen que elegir para crecer como personas. Si
la educación supone el desarrollo de las potencialidades humanas, si el modo de proceder igna-
ciano pretende formar personas capaces y comprometidas, afectiva e intelectualmente integradas,
¿es congruente privar a los estudiantes de ese tipo de participación en su propio desarrollo perso-
nal?
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BIBLIOGRAFÍA:
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A los amigos de la Compañía de Jesús, México, 1996.
Comisión Internacional para el Apostolado de la Educación S.J., Características de la educación
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Tampico, 1995.
Delegados de Educación de América Latina, Aportes para la implementación de la pedagogía ig-
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Delgado, A., Docencia para una educación humanista, UIA 2a. edición, México, 1995.
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