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Yolanda Espiña.

“A educação artística como arte de educar os sentidos”


En: CONFERÊNCIA NACIONAL DE EDUCAÇÃO ARTÍSTICA (Proceedings)
M. d. Educação, M. d. Cultura, & CN (Portugal), Edits., 2007.

(Original en portugués). Traducción

Hay un sentido de educar, desde la más remota antigüedad, que consiste en enseñar a mirar. En
su libro La República, y en el contexto de la famosa alegoría de la caverna (alegoría sobre la
condición humana abandonada a sí misma), Platón comenta, en primer lugar, lo que no es la
educación: “La educación (518b1) no es lo que algunos afirman que lo es. Dicen que introducen
la ciencia en un alma en la que no existe, como si introdujeran la vista en ojos ciegos”. Pero Platón
inmediatamente hace la siguiente precisión: “La presente discusión indica la existencia de esta
facultad en el alma y de un órgano por el cual aprehende; como un ojo que no puede volverse de
las tinieblas a la luz, sino junto con todo el cuerpo, así este órgano, junto con toda el alma, debe
apartarse de las cosas que cambian, hasta que sea capaz de soportar la contemplación del Ser y el
parte más brillante del Ser.” (ibídem.). Aquí ya vemos el postulado de una capacidad humana que
consiste en mirar; una capacidad, sin embargo, que implica la necesidad de afrontar de manera
adecuada la multiplicidad sensible del entorno (“cosas que cambian”), a riesgo de no llegar nunca
a lo que está destinado (que es mirar en su sentido transitivo), y, por tanto, quedar en una ceguera
efectiva (el ojo no pierde la facultad de mirar, pero no puede ver nada porque está en tinieblas).
Prosigue Platón: “La educación sería, pues, el arte de este deseo, el modo más fácil de manera
eficaz y efectiva de darle la vuelta a ese órgano, no para hacerle ganar la vista, pues ya la tiene,
sino, como no está en la posición correcta y no mira donde debe, darle los medios para que lo
haga” ( 518d). Platón habla aquí ahora de esta capacidad de mirar ya no como una mera capacidad,
sino como una capacidad que, en su existencia misma en el hombre, es ya un deseo (es decir, si
el hombre no hubiera tenido ojos, no tendría el deseo de ver), que, como todo deseo, implica la
dialéctica de algo que ya es de alguna manera conocido, pero que aún no se posee. Y, en este
maravilloso texto fundacional, dice finalmente que “la educación sería el arte de ese deseo” (llamo
la atención que Platón no dice: “el arte de guiar ese deseo”, sino “el arte de este deseo").

¿Qué significa esto? Aquí tenemos que hacer una incursión etimológica más para entender lo que
está diciendo con el término arte. “Arte” es para Platón -y para todo el universo griego- toda
téchne, es decir, todo lo que es acción y producto de la transformación del mundo realizada por
el hombre, a través de su profundo conocimiento de la naturaleza de las cosas. El arte es, por
tanto, un hacer, al que precede -pero también sigue- un saber: el arte es hacer y saber hacerlo.

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¿Cómo puede entonces la educación ser el arte de este deseo? Es evidente que para el educador
el primer paso debe ser, entonces, comprender la naturaleza misma de este deseo. Por lo tanto, la
educación está intrínsecamente ligada al conocimiento de la condición humana en su naturaleza -
digámoslo así- “deseante”. Sin embargo, este deseo se encuentra, ante todo, en los ojos mismos,
y por tanto en los sentidos mismos del hombre, en su propia mediación primaria e inmediata con
la exterioridad. El “arte de este deseo” comienza, por tanto, con los sentidos, y la comprensión de
lo que significan los sentidos en el desarrollo del hombre.

Pero esto es solo el principio. Platón reitera el carácter artístico de ese deseo, definiendo de hecho
lo que es el arte mismo: “la forma más fácil y eficaz de (dar la vuelta a ese órgano)”. Por tanto, el
arte de educar consistirá en hacer fácil el deseo que manifiesta la misma presencia de la mirada,
señalando al mismo tiempo la eficacia del camino para lograrlo. Y, no de manera secundaria,
también se postula aquí la necesaria transitividad del acto de conocer: siempre conocemos algo.
Esto implica siempre una teorización de los estados inmediatos, una búsqueda de la unidad en la
apariencia, una indagación sobre los métodos que aseguran una respuesta teórica a los desafíos
de una realidad en constante cambio. Y esta eficacia tiene que ver con la capacidad del educador
de ayudar al educando, no a mirar, sino a mirar en la dirección en la que el ojo pueda encontrar
un lugar para el deseo.

Volviendo al texto de Platón, encontramos en una frase anterior el hilo que nos conectará con el
tema específico de esta conferencia. De hecho, Platón, hablando de la “existencia de esta facultad
en el alma y de un órgano por el cual aprehende”, continúa: “como un ojo que no puede pasar de
las tinieblas a la luz, sino junto con todo el cuerpo, de la misma manera este órgano debe ser
desviado, junto con toda el alma, de las cosas que cambian, hasta que sea capaz de soportar la
contemplación del Ser mismo y la parte más brillante del Ser mismo” (lo que es ese Ser en sí
mismo, es otra discusión). Lo que me interesa aquí es precisamente la afirmación de la unidad y
la correspondencia entre el hecho de que no es posible girar el ojo solo sin el cuerpo, del mismo
modo que todo el cuerpo (con el ojo) debe acompañar a toda el alma hasta el final. Hay muchas
maneras de abordar esta compleja y hermosa cuestión, pero ciertamente ya define la importancia
de los sentidos en el camino hacia el conocimiento.

Esta importancia tiene que ver, en primer lugar, con la naturaleza abierta del propio deseo, así
como con el valor cognoscitivo de nuestra correcta relación con nuestros sentidos. El primero
tiene que ver con el concepto de creatividad y novedad; el segundo, con el significado
cognoscitivo de lo estético. Ambos aspectos son fundamentales para entender el significado de
una educación artística.

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Comenzaré por el segundo, es decir, el significado de lo estético. Este término proviene del griego
aiesthesis, que significaba exactamente “percepción sensible, percepción por los sentidos”. Ahora
bien, percibir significa percibir formas, formas que proceden, en efecto, del exterior. El complejo
proceso de la percepción implica la organización de la multiplicidad de sensaciones suministradas
por los diferentes sentidos, en esa totalidad que llamamos formas. Sin embargo, percibir algo
como una forma implica percibir inmediatamente algo dentro de límites precisos (sean éstos
espacio-temporales, o internos, mentales; por ejemplo, un argumento matemático es un cierto tipo
de forma). Interesante aquí es el carácter unitario que presenta la forma. De hecho, la forma se
presenta como una unidad: en la complejidad de sus partes, la forma es, ante todo, unidad. Y
percibir la unidad en las partes implica cierta inmovilidad. Por eso es posible decir que la
percepción de las formas implica lo que podemos llamar el aspecto contemplativo de la
percepción: percibimos la unidad antes que las partes. Este ya es el caso en el proceso natural de
percepción de los datos, lo que implica que percibimos la naturaleza de esta manera y no de otra
manera. Al mismo tiempo, la noción misma de forma implica la presencia de una discontinuidad
(de hecho, entre una forma y otra hay un salto, hay una discontinuidad).

Podemos hablar ahora, entonces, del sentido de la estética dentro del arte. Todo arte tiene en sí
mismo un carácter teórico en relación con la naturaleza o materia externa. Es decir: el arte
deconstruye el material dado en forma perceptiva por la naturaleza, en una deconstrucción llena
de actividad racional (que no es necesariamente discursiva), y reorganiza sus relaciones
estructurales, volviéndolo (por así decirlo) hacia el exterior. Es decir: en la construcción artística,
el creador reorganiza las relaciones estructurales de un material dado en una nueva forma. Así,
las partes se encuentran bajo un nuevo concepto de unidad. Pero el criterio estético/contemplativo
sigue siendo el mismo: percibimos la unidad de la forma antes que las partes. Ahora bien, ¿cuál
es el criterio para reconocer esta unidad? En primer lugar, su correcta organización perceptiva. Es
decir, que esta forma recreada sea perceptible (bajo el criterio general perceptible del hombre).
Esto constituye lo que podemos llamar la dimensión natural de la forma artística. En segundo
lugar, y en consecuencia, que se perciba en su unidad. Esto constituye la dimensión propiamente
estética. Las características de esta unidad tienen que ver con ser sentida, experimentada como
tal unidad. Ahora bien, la experiencia de tal unidad estética sólo puede ser mediada por la
concurrencia de un elemento de carácter simbólico. Por tanto, percibir estéticamente la unidad de
una forma artística implica el supuesto intangible de una categoría, y de ahí entran en juego
elementos propiamente extra-artísticos, indispensables para la comprensión del arte, pero que
escapan a mi intención con esta comunicación.

El rasgo de deconstrucción que caracteriza la producción artística tiene que ver, a su vez, con el
primer aspecto mencionado: esto es, el carácter abierto del deseo, y el espacio propio de la

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creatividad en el campo de la materialidad artística. La creatividad y la novedad parecen encontrar
su propio lugar en el campo del arte. Y lo encuentran, sin duda, cuando el discurso es sobre el
encuentro entre la materia y el hombre. En la práctica artística se actualiza en la materia el eterno
deseo del ojo por el brillo del Ser -del que hablaba Platón en el citado texto-. Pero, aquí también,
el ojo debe estar orientado en la dirección correcta, proporcionando los medios, de una manera
fácil y eficaz, para que este encuentro se lleve a cabo. Impulsar la creatividad de esta manera y
fomentar las habilidades artísticas de esta manera debería significar, en mi opinión, encontrar la
originalidad en el material mismo. Y allí surge una nueva forma de encuentro, caracterizada tanto
por su novedad como por su capacidad de ser percibido en su unidad intrínseca y, en consecuencia,
por su capacidad de servir a todos.

La educación artística es, por tanto, más que un plus dentro de una buena educación en general,
o más que una etapa (incluso necesaria) en un programa de educación integral. Es la educación
de un aspecto inseparable de la propia constitución perceptiva y cpgniscitiva del hombre, que
educa para el reconocimiento de los patrones -existentes o por existir- que determinan nuestro
encuentro con la naturaleza material del mundo, y para la consiguiente adjudicación de
significados simbólicos, de carácter abierto, que hacen que el mundo se enriquezca y, por tanto,
sea plenamente humano. Si educar es más un proceso que un objetivo, es la educación que
llamamos “artística” la que se encarga de potenciar las capacidades de los sentidos en este proceso
de innovar la mirada, con miras a integrar la identidad del educando en el dinamismo de la
percepción sensible de la realidad circundante, y proporcionando criterios para interpretar
simbólicamente tal realidad envolvente. En este contexto, la educación artística tiene el deber de
profundizar el significado que la educación de los sentidos presenta en la constitución del ser
humano integral, siendo responsable de la educación de la mirada y la escucha, del tacto
(fundamental, por ejemplo, en la escultura ) y de los demás sentidos, para que todos ellos,
adiestrados por el conocimiento de las leyes de la naturaleza material y por su potencial simbólico,
sirvan para confirmar sensiblemente que el deseo del hombre no es en vano.

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