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Edgardo H.

Rolla

SENESCENCIA
Ensayos psicoanalíticos sobre la tercera edad

SOBRE REMINISCENCIAS

La tendencia a producir reminiscencias no está directamente relacionada con el deterioro de lo intelectual


sino que deriva de un cambio en el funcionamiento de la memoria en los senescentes: ésta ha quedado
aliviada del esfuerzo que implicaba recurrir a la memoria anterógrada o reciente, mientras que en
comparación, la memoria remota se ha conservado casi intacta.

La reminiscencia se produce en cualquier edad de la vida, lo cual impide adscribirle un sentido único, siendo
pertinente preguntarse cómo está significada en distintas épocas del vivir. Es una autobiografía. Y lo es,
sobre todo con respecto a uno de sus objetivos, el de comunicar los problemas y deleites que conlleva en las
personas longevas ese placer agregado de transmitir información acerca del mundo y experiencias
significativas ya pasadas a las jóvenes generaciones.

Podemos enlazar esto con la calificación de gerente, relativa a un sujeto de 60 años o más con un pasado
glorioso, o por lo menos de responsabilidad demostrada, quien se convertía en una especie de mentor de
jóvenes a través de relatos tanto personales como folclóricos, en donde queda de manifiesto que las
transmisión de sucesos y valores que el longevo ya ha conocido, pueden servir de apoyo para el desarrollo
de las personalidades, como elementos de eficacia en la resolución de las crisis de identidad, de los períodos
evolutivos y de los problemas de fases específicas que evolucionan mucho mejor en esta forma de
encubierta terapia grupal. A través de la vivaz estimulación presente en los relatos del gerente se avanza
subsanando las dificultades de la cuna, las dificultades del toilette, de los brazos de la madre, del cuarto de
los padres y de la escuela primaria; quizás no mucho más allá.

Tendremos que distinguir qué es una reminiscencia e inteligir, junto con los que acabamos de ver antes de
definirla, cuál es su propósito. Comenzaremos diciendo: no todos los recuerdos son reminiscencias, ni el
producir reminiscencias es una forma cualquiera de recordar los sucesos pasados. Las reminiscencias no
hacen más atractivo ni justifican al que las relata, salvo en el caso del gerente, del tutor, o del mentor, en que
están destinadas a un propósito lectivo; pero guardan siempre la intención de proveer un sentido de comando
y continuidad. Su propósito principal es acortar el lapso entre los sucesos ya ocurridos y las circunstancias
presentes y articular sucesos- clave, episodios señeros del pasado; sincronizar el tiempo cronológico con el
ahora del tiempo existencial. Siempre tienen una finalidad narcisística íntima cual es la de buscar conseguir
reafirmación, especialmente para los longevos en los que existe una marcada discrepancia entre los mundos
del pasado y del presente. Por eso decimos que las reminiscencias acercan estos tiempos y dan un sentido de
continuidad, al restaurar el nexo entre una generación y las próximas. Podríamos decir entonces que este tipo
de reminiscencias (que podríamos llamar reales) requieren como en la época de los gerontes una audiencia
de otra generación para el logro del propósito en forma completa.

Por otra parte es comprobable que los jóvenes son proclives a recordar cuestiones que han sucedido antes de
que hubieran nacido, a pesar de que se trate de racontos. Lo que puede ser tedioso como relato repetitivo
dentro del núcleo de allegados, adquiere en cambio frente a los jóvenes que no están en relación cercana con
el senescente la valiosa profundidad de una especie de folclore, razón que nos habilita para efectuar una
sugerencia técnica: que los terapeutas abocados a la tarea psicoterapéutica con pacientes de edad sean
jóvenes, dada su predisposición para escuchar el relato de los senescentes y sugerirles conductas que
signifiquen responsabilidad y competencia práctica. Desde un punto de vista teórico, Tarachow y Payne
relacionan la reminiscencia con el trabajo de duelo; estos autores distinguen entre duelo como una catexis
con el propósito de separarse del objeto, y la reminiscencia como tentativa de no desprenderse pero de todas
maneras elaborar el recuerdo de ese pasado.

Las reminiscencias que se apoyan en identificaciones narcisísticas positivas corresponden sin duda a
cualidades satisfactorias de las relaciones objetales tempranas, que son recordadas bajo una forma de
construcción o creación activa (la memoria no fotografía las escenas: las pinta) que por lo tanto proveen un
incentivo y una cualidad satisfactoria para las identificaciones subsecuentes y eventualmente comportan un
sentido de identidad y de continuidad de existencia que puede existir independientemente del objeto. Parece
que las verdaderas reminiscencias tienen esta cualidad y función, ya que son una manifestación de
reafirmación de la permanencia del existir; por lo tanto no se puede hacer una distinción entre el proceso de
duelo y reminiscencia porque ambos comparten las funciones y las cualidades que son positivas para el caso
en que se apoyen en identificaciones narcisísticas positivas. Inversamente, cuando el sujeto no consigue
encontrar satisfacción en los recuerdos ni en las reminiscencias, sus relaciones objetales carecen de las
identificaciones necesarias para unir el pasado con el presente, y entonces se deprime. Todas las pérdidas lo
empujan a buscar identificaciones tempranas o sea a efectuar regresiones para la búsqueda de puntos de
apoyo.

El curso de este desarrollo evidencia cada vez más que serán los factores emocionales y motivacionales los
que atraerán nuestra atención en la investigación sobre la senescencia. Sin duda que en esta edad hay una
compleja interrelación del organismo con los factores emocionales que trabajan en conjunto para conjugar
memoria y aprendizaje. Y así se imbrican los factores emocionales que más incitan a la reminiscencia en los
senescentes; el deseo de asegurar uno mismo la propiedad de un pasado tal como se lo necesita, la situación
emocional en el presente, las esperanzas, miedos y expectativas dirigidos hacia el futuro, abanico de
condiciones que determinan la forma en la cual los sucesos del pasado serán revividos o no. (Cualquier cosa
que no tenga relación con el presente es olvidada a causa de que no tiene la significación personal). Los
sucesos olvidados bajo ciertas circunstancias pueden retornar en una reminiscencia inesperada cuando un
estado personal o una faceta de la vida así lo favorecen. La escasa dimensión de gratificaciones en el
presente y la conciencia de la capacidad disminuida, junto con cierto grado de incompetencia contribuyen
significativamente a aquello que se ha descripto, en el senescente, como el proceso de desinteresarse –si se
me permite la expresión, yo diría de desembragar o de hacer un viraje desde el presente hacia otro momento.
La resultante falta de interés y la evitación de nuevos aprendizajes afectan desproporcionadamente a la
memoria de los hechos recientes; y en coherencia, lo sucesos remotos inicialmente mejor aprendidos sin el
lastre del proceso de desembrague, resultan así más placenteros, evocadores de la capacidad pletórica de la
juventud.

Rappaport señaló que las emociones son un factor determinante que tiene que ser recordado así también
como debe ser olvidado, es decir, que la memoria no solamente sirve para tener un sentimiento de
continuidad sino que es selectiva con el propósito de crear y preservar un sentido de trascendencia personal.
Naturalmente para una persona de edad avanzada su significancia personal está ligada principalmente a los
sucesos del pasado y estos sucesos se hacen crecientemente importantes a los efectos de su toma de
conciencia.

En nuestra sociedad, tan orientada hacia los logros y sentimientos de triunfo, las personas mayores obtienen
de las reminiscencias un constante recordatorio para sí mismos y los otros del principal logro obtenido hasta
ese momento, cual es la longevidad.

Otro factor que contribuye al uso frecuente de las reminiscencias es el incremento de formas del narcisismo
que son los contribuyentes de la aspiración de bienestar en la senescencia; las pérdidas de familiares y de
amigos combinadas con las dificultades incrementadas de encontrar nuevos objetos para relacionarse,
producen un monto de libido libre que debe retrotraerse al self y favorecen la reinvestidura de la libido en
una imagen ideal de uno mismo que se encuentra siempre en el pasado. Freud comentaba (1905) que cuando
no usamos nuestro aparato psíquico para cumplir con gratificaciones indispensables dejamos que la mente
divague y sobre todo se apoye en recuerdos para encontrar el placer derivado de esa propia actividad mental.
Este ejercicio de la función psíquica para reasegurarse frente a la disminución de las gratificaciones reales
puede explicar el placer positivo que acompaña ese recordar que es la reminiscencia, ya que podemos
observar que los senescentes expresan una especie de orgullo y satisfacción con los racontos.

Sin duda que hay que agregar a esto que al orgullo de la longevidad se le adiciona subliminalmente otro
placer especial que debe ser silenciado: es el de la supervivencia frente a todos los que ya han muerto. Este
es un silencioso ingrediente desfigurado, al igual que otros determinados primariamente por la estructura de
la personalidad gracias a la acción de factores selectivos operantes sobre la memoria; ya hemos dicho que la
mente nunca fotografía sino que pina cuadros, y más aún, Platón argumentaba que el conocimiento de los
entes sensibles se debe a la reminiscencia que transporta recuerdos de ideas contempladas en la vida
anterior. Pero dejando la filosofía y volviendo a lo científico, recordemos una vez más a Rapapport cuando
insiste en que los procesos de la memoria están sujetos a las actividades de fuerzas afectivas relacionadas
con estratos profundos de la personalidad: al recordar se está llevando a cabo un proceso activo de
reconstrucción en el cual las fuerzas selectivas son de gran importancia (más aún que los elementos del
material mismo) por estar en íntima relación con la estructura emocional de la conformación anímica.

Recordadores: tipología
Sería de utilidad agrupar en ejemplos los tipos de recordadores que nos permitan ofrecer modelos para estas
teorizaciones. Un paciente, que había sido profesional del fútbol, cotejaba los jugadores de hoy en día con
aquellos de su propia época, diciendo que los “verdaderos grandes” hacían todo bien, tanto en su forma de
correr en la cancha, de moverse o de producir los pases del balón, señalaba que los jugadores de hoy en día
parece que se durmieran mientras juegan, son buenos pero hay algo que les falta; no tienen chispa, la
rapidez, la potencia desbordante de los del viejo tiempo. Sin duda que en sus descripciones atribuía a los
jugadores de hoy su propia incapacidad presente, tan diferente de la capacidad que tuvo cuando era joven y
“tenía polenta”. Esta proyección le ayudaba a reforzar la negación o renegación de su declinación física y a
identificarse con los jugadores del pasado que ostentaban la propia capacidad del otrora. Este tipo de
reminiscencias está asociado con la actitud que uno ha visto y que es sumamente valorada; por lo tanto el
presentarla es como decirse “no tengo nada de que arrepentirme, estoy vivo y recuerdo cosas lindas de mi
pasado”. Es en éstos que la reminiscencia abunda en historias de recuperaciones inexplicables de
enfermedades, o escapes milagrosos de peligros, de fantasías que presentan un halo de invulnerabilidad
dando al raconto un matiz bastante cercano a lo anecdótico. Proponemos tomarla como el modo de expresar
el triunfo de la supervivencia, de la longevidad, exhibiendo ese tinte de supuesto poderío.

Las fantasías conscientes partícipes de la reminiscencia le dan a ésta un sentido de adaptación y guardan
marcadas diferencias con las fantasías o sueños diurnos. A la vez, contrastan con el soñar nocturno que
funciona según el proceso primario; sin intervención de deseos conscientes y con cierto viso “mágico”.

En cambio las fantasías conscientes, reminiscentes, enfrentan el problema en la vida de vigilia apelando a
veces a situaciones regresivas, aunque sin perturbar el sentimiento de presente, por lo cual no son
patológicas. Son características de sujetos con identificaciones narcisistas positivas, quienes presentan por lo
general dinámicas mentales de tipo histérico y en los cuales la represión formar justamente la esencia del
olvido o la evocación selectiva. Este tipo de reminiscencia mantiene la autoestima y refuerza el sentimiento
de identidad, además utiliza las regresiones dinámicas al servicio del propio self, en una forma tal que la
ansiedad asociada con los signos de declinación o de acercamiento hacia la muerte son superadas por el
triunfo de la longevidad, la supervivencia y la posibilidad de reconstruir recuerdos en una forma halagadora.

Otro grupo de recordadores aparecen preocupados con la necesidad de justificar su propia vida; en este caso
los recuerdos reflejan temas de culpa, de objetivos no revisados o realizados, construidos con el fin de
encontrar oportunidades para reparar los fracasos pasados.

Estas reminiscencias son típicas en sujetos obsesivos compulsivos que habiendo revisado su pasado en una
forma evaluativa y enjuiciadora, encuentran siempre fallos y omisiones a lo largo de su historia, haciéndose
adictos al recordar negativo y quejoso con su ruminación obsesiva acompañada por la depresión clínica,
estos son los que constituyen el plantel de pacientes psiquiátricos.

Contrariamente a los que funcionan con dinámicas histéricas en los que como antes citamos la represión
constituye un manejo del olvido, de la evocación selectiva; estos individuos obsesivos presentan la evidencia
de que hay un retorno de lo reprimido que impacta al campo de la conciencia como un fracaso de la
represión, de tal forma que, pese a la carencia de delirios, los recuerdos se tornan reiterativos, recurrentes,
repetitivos. Cabe señalar que este tipo de reminiscencias de notorio parecido al autorreproche melancólico
son observables en forma muy clara en los casos de moribundos.

Un tercer grupo de reminiscentes que podríamos denominar los contadores de historias, comparten el
especial placer de recordar un pasado que es transmitido mediante relatos entretenidos y formativos para
glorificar el pasado; por su manera de recordar y relatar activamente se nos esclarece que en esta actitud no
se desprecia el presente y los individuos consiguen un sentimiento de control de sus pulsiones, obteniendo
una adaptación promocional en el mundo externo por haber conseguido evitar tanto la defusión pulsional,
cuanto el consiguiente ataque destructivo del sadismo libre hacia el objeto.

Esto nos lleva a aceptar el término propuesto por Hartmann, el de “copar”, una mirada abarcativa de las
funciones de la conducta adaptativa, que sirve no sólo para finalidades personales o sociales, sino para
ambas simultáneamente. Tal como anticipamos, la reminiscencia funciona aquí asegurando la posibilidad de
enfrentar libidinalmente la relación objetal sin el temor al carácter aniquilante del sadismo libre. Estos,
recapitulemos, eran los sujetos a los que se llamaba gerontes, aquellos que tienen la oportunidad de ver
refianzada su autoestima contribuyendo en una forma significativa a la organización de una sociedad
presente con sus historias. De este grupo, en el que difícilmente se muestran señales de depresión o
necesidad de una negación excesiva, podemos decir que es el mejor adaptado a la senescencia.

Simmons (1946) subraya que una función común y popular de los senescentes en la sociedad primitiva era
la de ser comentadores de historias de tal forma que el pasado servía como umbral que transportaba
información, modelos de pensar y entretenimiento. Arriesgamos, pues, que las facilidades modernas para
ocupar el ocio nos impiden a menudo apreciar la envidiable posición de aquellos hombres y mujeres de las
sociedades primitivas que disponían de una amplia provisión de leyendas y cuentos. Eran muy solicitados
por sus comunidades para servir de esparcimiento: debemos tener en cuenta que los individuos de las
sociedades antiguas eran mayoritariamente analfabetos, por cuanto la memoria era único contenedor de
conocimientos y habilidades, el pilar fundamental en la construcción de rituales tendientes a producir
afirmación de los vínculos. Por ello, los gerontes constituían la custodia permanente del conocimiento, los
monitores e instructores de la gente.

En las sociedades actuales, con sus sofisticadas formas de comunicación, delineadas según agudas
separaciones en cuanto a las identidades grupales, se evidencia la devaluación de los contadores de historias
que sin duda no tuvieron otro curso que recluir su actividad en la comunicación familiar. Como siempre, hay
algo que permite advertir en qué forma los contadores de historias que se dicen ciertas, hacen resaltar
poderes propios y dotes personales presentes en la leyenda primitiva; por ejemplos, habitualmente el relato
incluye el comienzo de las calamidades cuando los jóvenes faltan el respeto a los mayores. Por otro lado, los
senescentes van incrementando su número, con lo que cada vez se forma un porcentaje más notorio en todos
los grupos sociales, pareciendo esencial que encontremos formar de prever las oportunidades para que
contribuyan con su conocimiento del pasado a programar el futuro. Proponemos operar en los grupos de
familia tendiendo a que los parientes no traten de anular o interrumpir esa conducta de reminiscencias. Hoy,
en muchas familias se ha asentado la idea errónea de que el contar reminiscencias es un signo de deterioro,
lo que provoca aflicción a esos parientes que al no entender sus razones y su beneficiosa acción, tratan de
limitarlas, incluso con cierta agresividad. Aquí es cuando debemos ingeniarnos para apoyar a lo senescentes
contadores de historias, tratando de que la familia establezca diálogos con ellos y que la situación se torne
provechosa para todos, con la comprensión del carácter psicoterapéutico de esta experiencia compartida.

Hay un último grupo de sujetos contadores de historias que son en realidad los únicos que podríamos llamar
enfermos, en el sentido de que son sujetos clínicamente deprimidos, o sea que no producen reminiscencias,
sino más bien dificultosos intercambios de monólogos y entrevistas clínicas tediosas.

Los deprimidos muestran gran dificultad para reconstruir el pasado, produciendo reminiscencias que son
más bien recuerdos fotográficos, entrecortados, bizarros y unidos dificultosamente. Sus incursiones en el
recuerdo son interrumpidas repetidamente por crisis de ansiedad, con un negativo interés acerca de su salud
física, y lo que parece ser falla de la memoria reciente; con desmedida preocupación por las pérdidas
personales y los sentimientos de incompetencia. En estos casos la técnica y el saber popular afirman que son
sujetos que han perdido la esperanzan, y también junto con ella habrían perdido su capacidad de autoestima:
tal como sostuvimos más de una vez se ha producido una herida narcisística encubierta tras la depresión.
Nuestras estadísticas de seguimiento arrojan como dato fehaciente que los senescentes de este tipo, los que
se presentan deprimidos, son los que producen mayor aporte a la muerte física.

Freud asegura (1917) que la pérdida de una atracción amada se caracteriza también por la pérdida del interés
por lo mundano mientras no aparezca en la exterioridad un recuerdo del objeto perdido. Simultáneamente
existe una suspensión temporaria de la capacidad de conseguir nuevas vinculaciones objetales, y decae
asimismo todo esfuerzo activo que no esté conectado con pensamientos referidos al objeto perdido.
Inhibición, circunscripción al propio self son expresiones de una devoción exclusiva dedicada al duelo que
deja a un lado cualquier otro atractivo o interés. Esta descripción de la elaboración de las pérdidas
personales pone el énfasis en la adherencia al pasado considerado por el sujeto como perteneciente al objeto
perdido; a diferencia del proceso de duelo, que es adaptativo, y eventualmente elaborativo (ya que resigna
enlaces libidinales y elabora la pérdida). Tal como dice Freud, se asiste a una especie de lucha por sacar la
libido de los objetos que son percibidos como ya inexistentes para poder redistribuirla. Entonces, se hace
necesario que cualquier recuerdo que sea o cualquier esperanza que esté ligada al objeto perdido sean
llevados a la condición de sobrecatexis, reminiscencia, dándoles una importancia superior a la real, manera
de producirse finalmente el desligamiento de la libido y la disponibilidad de la misma para otros objetivos.
Este recorrido invita a una conclusión que hasta ahora no habíamos puesto en juego: la de la similitud que
existe entre el duelo y las reminiscencias es el intento del ego de copar la pérdida a través de historias y
recuerdos repetidos con la absorción del self en ese proceso, la relativa falta de interés en el presente son
elementos característicos de la conducta de reminiscencias ligados con el proceso de duelo y destinados a
elaborarlo.

El panorama se complejiza con la ausencia relativa, en la senescencia, de objetos deficientes que permitan
llevar a cabo catexis nuevas, que extiendan el proceso de duelo más allá de los podría ser normal para otra
edad, facilitación está última tampoco asequible para el adolescente.

La ausencia de reminiscencia en nuestros sujetos deprimidos semeja mucho la ausencia de duelo, que lleva
ocasionalmente a que la reacción de dolor se interrumpa emergiendo el autorreproche, es decir la depresión
psicótica. En la adolescencia, en cambio, la ausencia de duelo no crea generalmente derivaciones
patológicas, gracias a un proceso típico de esa edad: la recurrencia de una nueva catexis con un nuevo
objeto, o con varios.

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