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Cada uno posee una memoria, y es precisamente por la memoria que uno es un individuo.
A los 20 años, a los 60, a los 80, uno se identifica consigo mismo al tomar como referencia
su pasado, un pasado del cual es el único poseedor por más que exista también en la
memoria de otros.
por los ojos, los sonidos, los olores, etc. En este caso lo que entra en la memoria son las
imágenes de las cosas sensibles que se ponen en orden en el pensamiento que las evoca.
Sin duda algunos hechos vividos en el pasado tienen efectos en tiempos posteriores,
independientemente de la voluntad, la conciencia, la agencia o la estrategia de los actores.
Esto se manifiesta desde los planos más objetivos y sociales hasta los procesos personales e
inconscientes.
Memoria y olvido
Toda memoria es selectiva por definición. Al elegir, elimina todo lo llano, lo que
aparentemente carece de interés, pero que quizás, dentro de 20 o 50 años aparecerá en
relieve.
El acto de rememorar presupone tener una experiencia pasada que se activa en el presente,
por un deseo o un sufrimiento, unido a veces a la intención de comunicarla. Toda narrativa
del pasado implica una selección; la memoria es selectiva; la memoria total es imposible.
Esto implica un tipo de olvido, a veces necesario para la sobre vivencia y el funcionamiento
de del sujeto individual y/o del grupo o comunidad.
Elizabeth Jelin, en su libro “Los trabajos de la memoria”, categoriza dos tipos de olvidos: las
borraduras definitivas y el olvido, producidas por políticas de olvido (individual o dentro de
una comunidad) por parte de los actores que elaboran estrategias para ocultar y destruir
pruebas y rastros o borraduras producidas por el propio devenir histórico. Pero advierte que
por más exitoso que sea el proceso siempre quedan huellas. La tarea es entonces la de
revelar, sacar a la luz lo encubierto ya que la contracara del olvido es el silencio.
Memoria e Identidad
Guillis (1994) dijo: “Las identidades y las memorias no son cosas sobre las que pensamos,
sino cosas con las que pensamos. Como tales no tienen existencia fuera de nuestras
políticas, nuestras relaciones sociales y nuestras historias”
No puede haber identidad sin memoria (como recuerdos u olvidos) pues únicamente esta
facultad permite la conciencia de uno mismo en la duración. Gracias a la memoria en tanto
recuerdo de los acontecimientos pasados, el sujeto tiene la sensación de continuidad
temporal, de duración o de continuación de un estado. La amnesia profunda del sujeto con
frecuencia está acompañada por una perdida de la identidad personal y. por supuesto, de los
recuerdos autobiográficos sobre los que se apoya la construcción de la identidad.
Al contrario, no puede haber memoria sin identidad, pues la instauración de relaciones entre
estados sucesivos del sujeto es imposible si éste no tiene a priori conciencia de que este
encadenamiento de secuencias temporales puede tener significado para él.
Toda persona que recuerda, domestica el pasado, pero sobre todo se apropia de él, lo
incorpora, y lo marca con su impronta, etiqueta de memoria manifiesta en los relatos o
memorias de vida. A memorias totales le corresponden identidades sólidas; a identidades
fragmentadas, memorias dispersas.
Esta relación de mutua constitución entre identidad y memoria implica un vaivén: para fijar
ciertos parámetros de identidad (nacional, individual, o de cualquier tipo) el sujeto selecciona
ciertos hitos, ciertas memorias que lo ponen en relación con “otros”. Estos parámetros, que
implican al mismo tiempo resaltar algunos rasgos de identificación grupal con algunos y de
diferenciación con otros para definir los límites de la identidad, se convierten en marcos
sociales para encuadrar la memoria.
Desde esta visión, podemos afirmar la presencia de lo social, aún en los momentos mas
individuales: “Nunca estamos solos. Uno no recuerda solo sino con la ayuda de los recuerdos
de otros y con los códigos culturales compartidos, aún cuando las memorias personales son
únicas y singulares” (Halbwachs; 1992)
Ricoeur (1999) señala que los recuerdos personales están inmersos en narrativas colectivas
que a menudo están reforzadas en rituales y conmemoraciones grupales. Como estos
marcos son históricos y cambiantes, en realidad, toda memoria es una reconstrucción más
que un recuerdo. Y lo que no encuentra lugar o sentido en ese cuadro es material para el
olvido.
con alguna estructura dada por códigos culturales compartidos. Dicho de otra manera: La
sociedad produce “percepciones fundamentales” que por analogías, por uniones entre
lugares, personas, ideas, etc., provocan recuerdos que pueden ser compartidos por varios
individuos, incluso por toda la sociedad.
En esta sentido, los mitos, las leyendas, las creencias, las diferentes religiones son
construcciones de las memorias colectivas. Así, a través del mito los miembros de una
sociedad dada buscan traspasar una imagen de su pasado de acuerdo con su propia
representación de lo que son. El contenido del mito es objeto de una regulación de la
memoria colectiva que depende, como el recuerdo individual, del contexto social y de lo que
se pone en juego en el momento de la narración.
Candau afirma que la sociedad se encuentra menos unida por sus recuerdos que por sus
olvidos. Es posible ver que existe una casi certeza en cuanto a los olvidos comunes de un
grupo, de una sociedad, pero nunca es posible estar seguros en cuanto a los recuerdos,
pues cada uno de ellos, recibe la impronta de la memoria individual. En éste sentido afirma
que la memoria colectiva es mas la suma de los olvidos que la suma de los recuerdos pues,
ante todo y esencialmente, éstos son el resultado de una elaboración individual. Finley
(1988) agrega que… “después de todo, la memoria colectiva no es otra cosa que la
transmisión a una gran cantidad de individuos de los recuerdos de uno solo o de algunos
hombres, repetidos muchas veces…”
Memoria e Historia
Memoria e Historia. ¿Cuál es la diferencia? Tienen dos registros realmente diferentes, aun
cuando es evidente que ambas tienen relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace,
de la memoria.
Debemos aclarar que no puede existir historia sin memorización y el historiador se basa, en
general, en datos vinculados a la memoria ya que es portadora de una verdad reveladora
que ayuda a establecer una verdad. Sin embargo, la memoria no es historia. Ambas son
representaciones del pasado, pero la segunda tiene como objetivo la exactitud de la
representación en tanto que lo único que pretende la primera es ser verosímil.
En tal sentido algunos autores afirman que la verdadera historia tiene el deber de no ignorar
ni la memoria ni la historia oral, por lo que es “hija de la memoria”.
Sin duda, la memoria es una fuente crucial para la historia, aún y (especialmente) en sus
tergiversaciones, desplazamientos y negaciones, que plantean enigmas y preguntas abiertas
a la investigación. En ese sentido, la memoria funciona como estímulo en la elaboración de
la agenda de la investigación histórica. Por su parte la historia permite cuestionar y probar
críticamente los contenidos de la memoria y eso ayuda en la tarea de narrar y transmitir
memorias críticamente establecidas y probadas
Podemos decir entonces, que las sociedades pluralistas poseen una “rivalidad organizada de
las memorias”, mientras que en las sociedades totalitarias la memoria y la historia, ambas
oficiales, deben coincidir plenamente bajo pena de ser modificadas por órdenes de arriba.
Lugares de Memoria
“…En torno de los lugares de la memoria, la nación se hace o se deshace, se tranquiliza o se
desgarra, se abre o se cierra, se expone o se censura.” (Frances A. Yates).
Pierre Nora dice que, en sentido estricto, un lugar de memoria es un espacio que simboliza
un tiempo, una transposición espacial cuya función es evocar precisamente algo que sucedió
en el tiempo. Son “monumentos que organizan la memoria nacional” y que la sociedad se
encarga de organizar.
Cuando se produce un “lugar de memoria”, es difícil abolirlo salvo que se lleve a cabo la
destrucción física del lugar. Desde ésta perspectiva es necesario que existan dichos lugares
ya que son la evidencia misma del hecho y ante su presencia es imposible negarlo. Pero el
lugar sin la ayuda de la memoria conduciría a la amnesia ya que dichos lugares que
pertenecen a la memoria son producto de ella, vienen de ella y son los lugares en donde la
memoria se encarna. Si no, se convertirán en lugares de amnesia.
En síntesis:
“…La memoria, como parte constitutiva de los procesos sociales permite
establecer los puentes entre el pasado y el presente a través de los cuales los
pueblos constituyen su identidad. Estas memorias que se transmiten de
generación en generación, como un legado, una herencia, son un elemento clave
en la conformación de las representaciones individuales y colectivas acerca de la
historia.” (Silvana Yanz “Los puentes de la memoria marzo 2004)
Para terminar referiremos la frase final del libro Antropología de la memoria de Joel Candau
“Un acto de memoria es ante todo una aventura personal o colectiva que consiste
en ir a descubrirse uno mismo gracias a la retrospección”.
Cuán filósofo sin saberlo fue “el primer hombre”, cuando pronunció por primera vez
la palabra yo. ¡Cuántos esfuerzos realizaron los filósofos que vinieron después de él,
cuántos comentarios rebuscados crearon, para explicar ese breve vocablo! ¡Y aún no
han llegado a comprenderlo y aclararlo del todo.
¿Quién es yo?
Esta pregunta vuelve a formularse generación tras generación, y en cada una de ellas
recibe otra respuesta, según el estado de sabiduría y de filosofía de su seno…
Pero, sin descender a los filósofos ni a los abismos de la metafísica, cabe decir, en
lengua de todos los humanos, que el yo de cada hombre es el total que resulta de
sumar sus recuerdos con su voluntad, de unir el pasado con el futuro.
Y realmente, cuando el hombre dice yo, no se refiere a sus cabellos ni a sus uñas, ni
tampoco a sus manos y piernas y demás partes de su cuerpo, que sufren continuas
modificaciones; sino al espíritu o fuerza interior, que liga en forma misteriosa las
impresiones y recuerdos del pasado, a los deseos y esperanzas para el futuro, y hace
de todos juntos una única criatura completa, orgánica.
…También el yo nacional de cada pueblo ha sido objeto de sutiles investigaciones y
de argumentaciones profundas. Algunos filósofos han llegado a la conclusión de que,
en el fondo, no encierra este concepto, sino una mezcla del pasado con el futuro:
recuerdos e impresiones por un lado, y esperanzas y deseos por el otro,
estrechamente unidos entre sí y comunes a todos los individuos.
MEMORIA COLECTIVA
Yosef Hayim Yerushalmi, “Reflexiones sobre el olvido”
En Reflexiones Educativas, Vaad Hajinuj Hakehilatí, AMIA, 2006
EL JUDAÍSMO Y LA MEMORIA
Mirta Kupferminc
¿Por qué recordar en forma reiterada esa esclavitud, algo malo y no algo bueno? Porque
según Jaime Barylko...” ese recuerdo tiene un ancla en el pasado pero alude al presente y al
futuro. Se puede recaer en esa esclavitud en cualquier momento... El realismo dice: Hay
esclavos, hubieron esclavos, probablemente los habrá. Hay que ver la realidad y conocerla, si
en algo se pretende mejorarla...”
A lo largo de los siglos de existencia judía se establecieron distintas ceremonias con el objeto
de conmemorar eventos históricos consagrados en la liturgia hebrea. De este modo las
autoridades rabínicas canonizaron, codificaron y ritualizaron la memoria para las
generaciones posteriores.
recordar dicho ritual alusivo y eligieron, para reforzar la memoria colectiva, una forma
novedosa de hacerlo, crearon la Hagadá de Pesaj.
La ceremonia de la lectura del relato de la salida de Egipto (seder) sigue siendo hasta
nuestros días un ritual impostergable en el calendario anual judío. La Hagadá se
transformó, al decir del Rabino Marshal Meyer “en el guión de un drama viviente y no en
el registro de un evento muerto. Cuando los judíos lo recitan realizan un acto, no sólo de
rememoración, sino también de identificación en el aquí y ahora”. Relatar para
recordar
“Y narrarás en aquel día a tu hijo diciendo: Hácese esto con motivo de lo que Adonai hizo
conmigo, cuando me sacó de Egipto”
(Exodo13: 8)
""והגדת לבנך ביום ההוא לאמר בעבור זה עשה יהוה לי בצאתי ממצרים
(13:8 )שמות
“En cada generación, cada individuo debería sentir como si él hubiese realmente sido redimido de
Egipto”
(Mishná - Masejet Pesajim)
""בכל דור ודור חיב אדם לראות את עצמו כאלו הוא יצה ממצרים
♦ Honrar el Sábado está relacionado también con la memoria, en los Diez Mandamientos:
“Acordarte has del día de reposo, para santificarlo” (Exodo20: 8)
♦ El Izkor u oración para recordar a los difuntos que se lee en la Sinagoga, después de la
lectura de la Torá en Iom Kipur, Simjat Torá, Shavuot y el último día de Pesaj.
Además cuando se hace una referencia a una persona fallecida, junto a su nombre se
agrega una expresión que se abrevia con las iniciales z¨l (zijronó librajá) que significa:
Bendita sea su memoria como una forma de homenajear permanentemente al difunto
manteniendo vivo su recuerdo.
♦ El uso de los Tefilín o filacterias aparece en una ordenanza que hace referencia a
colocar en el cuerpo señales de memoria en la cabeza y en el brazo, que recuerdan,
nuevamente, la salida de Egipto.
“Será como una señal sobre tu mano y como una memoria delante de tus ojos para que la
ley de Adonai esté en tu boca, por cuanto con mano fuerte te sacó de Egipto
(Éxodo 13:9)
Esta paradoja se ve agravada por el hecho de que, como nos enseña la experiencia de la
vida, hay dos tipos de ausencia: por una parte, la ausencia de lo irreal, lo imaginario, lo
fantástico, la utopía -aquella vasta región de lo irreal-, y por la otra, la ausencia del pasado,
que es una ausencia muy especial, ya que es la ausencia de lo anterior, de aquello que
existió antes. Disponemos de adverbios para expresar esta idea: anteriormente, antes...
Pero, ¿anterior a qué? Precisamente al recuerdo que tenemos ahora. Anterior al relato que
ahora hacemos.
Dijimos que esta paradoja de presencia/ausencia esta agravada por la bifurcación en estas
dos modalidades de la ausencia: lo irreal y lo anterior. En efecto, aunque estas dos
modalidades son teóricamente distintas -irreal en un caso, anterior en el otro- en todo
momento se superponen e interfieren recíprocamente, de manera que gran parte de los
problemas relativos a la fiabilidad de la memoria derivan precisamente de la imbricación
entre estas dos clases de ausencia, la ausencia de lo irreal y la ausencia de lo anterior.
Muchos de los debates actuales en torno a los relatos de la deportación, y todos los
problemas relativos a la objetividad de historiadores y memorialistas, nacen de esa paradoja
original. Incluso los historiadores que se han esforzado con el mayor rigor critico por vencer
tal dificultad, no pueden evitar presentarnos grandes frescos del pasado, esto es, una
historia en forma de imágenes. Esta especie de escenificación del pasado supone conducir la
memoria al terreno de la imaginación, con el consiguiente riesgo de caer en lo imaginario, lo
irreal, lo virtual.
¿En que forma interfiere esta dificultad inicial con el trabajo del historiador, y cuál es el
destino de la mencionada ambición verista de la memoria? Quisiera referirme a dos etapas
en esta aspiración de la memoria a la verdad, a fin de mostrar como la aporía se prolonga y
proyecta en el discurso histórico.
La primera etapa es la del testimonio; la segunda, la del documento. Con el testimonio nos
encontramos aun muy cerca de la memoria, mientras que con el documento entramos ya en
la historia, pero quisiera mostrar de que manera una antecede a la otra.
El testimonio tiene una enorme importancia en la vida social: en los tribunales, en la historia,
pero sobre todo en la vida cotidiana. Es una categoría de la conversación: si preguntamos a
alguien quién es, nos contará una historia, la de su familia, etc. Nos contará algo que inspire
confianza. Eso es un testimonio. El testimonio desprende de la huella vivida un vestigio de
ese rastro, y ese vestigio es la declaración de que aquello existió. Yo quisiera insistir sobre
esta expresión "aquello existió", pues al decir el testigo que "aquello existió", dice tres cosas
a la vez. La primera es "yo estuve allí"; este es el meollo mismo de la ambición de verdad de
la memoria. Elie Wiesel dice en sus escritos: "yo estuve allí, en el campo de concentración,
en el campo de deportación"; es el momento cuando la memoria resulta irremplazable, no
tiene sucedáneos ni alternativa. "Yo estuve allí" es mi afirmación, es la expresión de lo que
viví, de lo que sufrí; es el logos de ese pathos inicial. Pero el testigo dice también algo más,
no solamente "yo estuve allí", sino también "créeme", esto es, apela a la confianza del otro,
con lo cual el recuerdo entra en una relación fiduciaria, o sea, de confianza, planteándose en
ese mismo momento la cuestión de la fiabilidad del testimonio.
En verdad se trata de varios temas diferentes aunque relacionados. En primer lugar, están
los obstáculos y trabas para que el testimonio se produzca, para que quienes vivieron y
sobrevivieron la situación límite puedan relatar lo vivido. En este punto se ubica la
imposibilidad de narrar y los huecos simbólicos de lo traumático. Pero también el silencio
deliberado, «indicador sobresaliente del doble carácter límite de la experiencia
concentracionaria: el límite de lo posible y, por esto mismo, límite de lo decible» (Pollak,
1990: 12). En segundo lugar, el tema se refiere al testimonio en sí, los huecos y vacíos que
se producen, lo que se puede y lo que no se puede decir, lo que tiene y no tiene sentido,
tanto para quien lo cuenta como para quien escucha. Finalmente, esta la cuestión de los
usos, efectos e impactos del testimonio sobre la sociedad y el entorno en que se manifiesta
en el momento en que se narra, así como las apropiaciones y sentidos que distintos públicos
podrán darle a lo largo del tiempo.
El punto de partida es, en todos estos casos, la huella «testimonial» que queda en los
sobrevivientes. Hay dos sentidos de la palabra «testigo» que entran en juego. Primero, es
testigo quien vivió una experiencia y puede, en un momento posterior, narrarla, «dar
testimonio». Se trata del testimonio en primera persona, por haber vivido lo que se intenta
narrar. La noción de «testigo» también alude a un observador, a quien presenció un
acontecimiento desde el lugar del tercero, que vio algo aunque no tuvo participación directa
o envolvimiento personal en el mismo. Su testimonio sirve para asegurar o verificar la
existencia de cierto hecho.
Los sobrevivientes pueden hablar desde lo que observaron. Pero también «vivieron» en el
campo de concentración. Y sin llegar al extremo de la situación sin retorno, los
sobrevivientes pueden dar testimonio como observadores de lo acontecido a otros y, al
mismo tiempo, ser testigos de sus propias vivencias y de los acontecimientos en los que
participaron. ¿Cómo pensar, entonces, la posibilidad del testimonio de los sobrevivientes?
la posibilidad de perder la audiencia que no quiere o puede escuchar todo lo que quiere
contar, o calla y silencia, para conservar un vínculo social con una audiencia, con el costo de
reproducir un hueco y un vacío de comunicación.
En un nivel histórico general, sostiene Laub, el exterminio nazi logró, durante su propio
desarrollo temporal, convertirse en un evento sin testigos. Ni testigos internos -aniquilados
en su capacidad de ser testigos frente a sí mismos en la figura límite del musulmán- ni
testigos externos. Había quienes captaban y denunciaban, quienes en el interior de los
ghettos y los campos enterraban sus diarios y sus escritos. Lo que estaba ausente era la
capacidad humana para percibir, asimilar e interpretar lo que estaba ocurriendo. EI mundo
exterior no logró captarlo, y en consecuencia nadie ocupó el lugar de testigo de lo que
acontecía. Podría decirse que los marcos interpretativos culturalmente disponibles no
contaban con los recursos simbólicos para ubicar y dar sentido a los acontecimientos.
Hubo imágenes de la entrada de los ejércitos de liberación a los campos, hubo relatos de
sobrevivientes en la inmediata posguerra y hubo también la preparación de libros de
homenaje. En ese momento, sin embargo, el énfasis público estaba en descubrir y
documentar la magnitud de los crímenes. En el juicio de Nuremberg hubo solamente un
testimonio de un sobreviviente. Fue un juicio donde «la prueba» fue fundamentalmente
documental (Wieviorka, 1998, 1999).
El gran cambio en el lugar del testimonio de los sobrevivientes ocurrió a partir del juicio a
Eichman en Jerusalén, en 1961. EI testimonio de sobrevivientes jugó allí un papel
fundamental, no sólo o necesariamente como prueba jurídica, sino como parte de una
estrategia explícita de quienes llevaron adelante la acusación: se trataba de traer al centro
de la escena mundial la memoria del genocidio como parte central de la identidad judía.
Aparece el «testigo» como elemento central del juicio, y a partir de entonces se instala lo
que Wieviorka llama «la era del testimonio», reproducida en escala ampliada en los años
ochenta y noventa (Wieviorka, 1998). La pregunta permanece, ¿quién escucha?, ¿para quién
se testimonia?
Fue necesario el paso del tiempo, e inclusive la llegada de una generación nacida en la
posguerra que comenzara a preguntar e interrogar a sus mayores, para reconocer e intentar
dar contenido a la brecha histórica que se había creado en la capacidad social de
testimoniar, ya que los testimonios no fueron transmisibles, o integrables, en el momento en
que se producían los acontecimientos. Sólo con el paso del tiempo se hizo posible ser
«testigo» del testimonio, como capacidad social de escuchar y de dar sentido al testimonio
del sobreviviente (Laub, 1992). Estamos aquí frente a una de las paradojas del «trauma
histórico», que señala el doble hueco en la narrativa: la incapacidad o imposibilidad de
construir una narrativa por el vacío dialógico -no hay sujeto y no hay oyente, no hay
escucha-. Cuando se abre el camino al diálogo, quien habla y quien escucha comienzan a
nombrar, a dar sentido, a construir memorias. Pero se necesitan ambos, interactuando en un
escenario compartido.
En esta dirección, Laub señala los paralelos entre la escucha en la clínica psicoanalítica y la
escucha en la entrevista testimonial. En ambos casos, dice, el pacto se basa en una
presencia no obstructiva u obstruyente, pero visible y activa de quien escucha. El equilibrio
es inestable y difícil de mantener, la alerta es permanente. La narrativa de la víctima
comienza en una ausencia, en un relato que todavía no se sustanció. Aunque haya
evidencias y conocimientos sobre los acontecimientos, la narrativa que esta siendo producida
y escuchada es el lugar donde, y consiste en el proceso por el cual, se construye algo nuevo.
Se podría decir, inclusive, que en ese acto nace una nueva «verdad».
El testimonio incluye a quien escucha, y el escucha se convierte en participante, aunque
diferenciado y con sus propias reacciones (sobre los detalles y ejemplos, Laub, 1992). En
este contexto, el testimonio en una entrevista se convierte en un proceso de enfrentar la
perdida, de reconocer que lo perdido no va a retomar, «sólo que esta vez, con una
sensación de que uno no sigue estando solo -que hay alguien que acompaña-... alguien que
dice... Yo soy tu testigo» (Laub, 1992a: 91-92).
Los modos en que el testimonio es solicitado y producido no son ajenos al resultado que se
obtiene. Como señala Pollak, los testimonios judiciales y, en menor grado, los realizados
frente a comisiones de investigación histórica están claramente determinados por el
destinatario. La entrevista de historia oral también implica que el testimonio es solicitado por
alguien, pero se dan en un entorno de negociación y relación personal entre entrevistador y
entrevistado. Finalmente, la escritura autobiográfica refleja una decisión personal de hablar
públicamente por parte de quien lo hace. Cada una de estas u otras modalidades de
expresión indican diferentes grados de espontaneidad, diferentes relaciones de la persona
con su propia identidad y diferentes funciones del «tomar la palabra» (Pollak, 1990;
Bourdieu, 1985).
En todos los casos, hay una presencia de otro que escucha activamente, aun cuando haya
distintos grados de empatía. Cuando no ocurre este proceso empático, cuando el contar -
repetitivo o no- no incluye a un otro que escucha activamente, puede transformarse en un
volver a vivir, un revivir el acontecimiento. No necesariamente hay alivio, sino una
reactualización de la situación traumática. «La ausencia de un oyente empático o, de manera
más radical, la ausencia de un otro a quien dirigirse, un otro que puede escuchar la angustia
de las propias memorias y, de esa manera, afirmar y reconocer su realidad, aniquila el
relato. Y es precisamente esta aniquilación final de una narrativa, que no puede ser
escuchada y de un relato que no puede ser presenciado o atestiguado, lo que constituye el
golpe mortal» (Laub, 1992b: 68).
otros marcos históricos y otras culturas-. El diálogo intercultural, como en muchos otros
procesos sociales, es también aquí fuente de creatividad.
Hay dos puntos más que son estimulados par la ref1exión a partir del exterminio nazi. El
primero, señalado por Lanzmann con relación a los testimonios recogidos en su película
Shoá, se refiere a la imposibilidad de comprender lo ocurrido. Lanzmann insiste en su punto.
No se trata de comprender o entender las causas del exterminio para poder elaborar un
mensaje orientado a la transmisión. Hacer la pregunta de por que fueron muertos los judíos,
dice Lanzmann, es una obscenidad. No es desde la comprensión de causas y condiciones, de
motivos o de conductas, que la experiencia se registra. Es, en todo caso, desde lo que no se
comprende, desde lo que resulta incomprensible, que se genera el acto creativo de
transmitir (Lanzmann, 1995).
Esta imposibilidad de comprender puede ser entendida como límite. La pregunta del por qué
y los intentos de desentrañar la matriz política, ideológica, psicológica, social y cultural que
llevó a esa situación límite han sido motores permanentes de investigaciones e indagaciones
en todos los ámbitos del saber. En este plano, no se trata de la obscenidad sino de la
inquietud y la ansiedad del conocimiento.
Un segundo punto tiene que ver con la relación entre testimonio y «verdad». Al trabajar
sobre la relación entre testimonio y trauma, el eje de la consideración de la «verdad» se
desplaza de la descripción fáctica -cuántas chimeneas había en Auschwitz es el tema en
debate provocado por un testimonio de sobreviviente, entre entrevistadores e historiadores,
como relata Laub (1992)- a la narrativa subjetivada, que transmite las verdades presentes
en los silencios, en los miedos y en los fantasmas que visitan reiteradamente al sujeto en sus
sueños, en olores y ruidos que se repiten. O sea, se reiteran aquí los dilemas de la «verdad
histórica» y la fidelidad del recuerdo (Portelli, 1998b; Ricoeur, 2000).
ELOGIO DE LA MEMORIA
Elie Wiesel
Memoria, olvido, justicia, injusticia, amnistía, sufrimiento, duelo: estos son temas que
inflaman los espíritus cuando se los asocia a las tragedias de este siglo, pero sobre todo a la
que vivimos nosotros aquí en Europa, que se designa tan parcamente como el holocausto o
la Shoá. De inmediato uno se siente desarmado, no sabe que mas decir.
Dominique Schnapper recordó el hecho de que los deportados no hablaron, porque nadie
quería creerles, lo cual es cierto. Cuando ellos volvieron en 1945, querían contar su tragedia,
pero nadie estaba dispuesto a escucharlos. Entonces, se dijeron ¿y para qué? Por lo menos
en el caso de un adolescente judío que conozco bien, éste esperó diez años para escribir su
primer libro, para encontrar las palabras, el lenguaje, que aún no ha encontrado, por lo
demás; todavía los busca. Pero aparte de eso, por aquella época en todo el mundo, tanto
aquí en Francia como en America o Palestina, se decía a los que regresaron "Mire, trate de
olvidar, es mejor. Se sentirá mejor. Es una pesadilla. Es mejor dar vuelta la página". Ese era
el discurso que los ex prisioneros escuchaban por doquier. "Rehaga su vida normal; sea
feliz", nos decían, "olvide!" El olvido era, pues, un consejo pedagógico y terapéutico para los
jóvenes, para aquellos jóvenes que se habían vuelto viejos; para los viejos, que en realidad
no eran tan viejos, ya que después de aquello no quedaron viejos, salvo los que regresaron
sin edad.
Además, uno se decía que aun en el caso de que contara, ¿de qué podría servir? En una
novela hay una escena que me obsesiona. Se trata de una escena donde se describe una
masacre ordenada por un oficial de la SS, que tuvo lugar en un bosque en algún lugar de
Europa Oriental. Mataron a todo el mundo menos a un estudiante. El SS dispara, pero el
estudiante no cae; le dispara nuevamente, pero el estudiante aun no muere. EI SS le dice:
"¿Por qué no te mueres?" Y el estudiante responde "Porque yo soy el último". Entonces, el
oficial le dice: "Eres un loco. Un día me vas a maldecir por haberte dejado con vida. Crees
estar en posesión de la verdad, pero es la verdad de un loco. Podrás hablar, contar a la
gente lo ocurrido, pero ellos se encogerán de hombros."
Muchos se preguntan como es posible que la gente no haya creído. Y sin embargo, no
creyeron. Igual cosa ocurrió durante la guerra. La información estaba al alcance de todos;
ahora se sabe. La BBC difundía el programa "Los franceses hablan a los franceses", en el
que se informaba sobre masacres; en Estados Unidos el New York Times había publicado
algunos artículos sobre este tema; en Londres, en Estocolmo, en el Vaticano... se sabia. Pero
entre la información y el hecho de saber había un puente que no se podía cruzar. Así, la
información no se transformaba en conocimiento. De modo que ni siquiera los que estaban
dentro podían creerlo. Respecto a esto último, se también de un muchacho judío que tenía
quince años en aquella época, quien, habiendo llegado a Birkenau, se paso tres días a la
sombra de las llamas sin poder creer que estaba allí, sino que pensaba que estaba soñando,
que tenía pesadillas. Y sin embargo, estaba allí. Su madre ya no estaba, su hermana
tampoco. El todavía estaba allí, con su padre. Tiraba del brazo de su padre y le decía: "Pero
esto no puede ser verdad." Por cierto que ustedes podrán pensar que en lenguaje
psicológico eso se conoce como la resistencia a creer, a aceptar ciertas cosas; pero, además
esta el echo de que las víctimas, desgraciadamente, eran demasiado humanas. Tenían fe en
la humanidad del ser humano. Y se decían, por tanto: "Pero no es posible que una persona,
que un ser humano haga algo así; no puede hacer esto." Lo que las victimas no sabían era
que lo inhumano forma parte de la condición humana.
Digo todo esto para transmitirles que esta experiencia no ha sido fácil. Desde que se toca la
arqueología del silencio que cubre dicha experiencia, no se sabe qué mas decir.
¿Cuáles son las lecciones más simples, más concretas que se puede sacar de esto? Cuando
comenzó la guerra en Bosnia, algunos de nosotros fuimos para allá de inmediato. Pero fue
una gran decepción. Fui a ver a todo el mundo, al presidente de Estados Unidos, al
presidente de Francia, a muchos ministros. Ninguno de ellos hizo nada, a pesar de que les
dije: "Yo estuve ahí, he visto a las víctimas y he hablado con ellas; yo vi lo que esta
pasando." Nada. Esto es grave, porque si el mundo occidental hubiera actuado de inmediato,
les juro que los asesinos no habrían podido asesinar, se habría evitado la masacre. Pero
había que actuar rápido. Una de las lecciones que hemos aprendido es que no se debe dar
tiempo al enemigo de la humanidad para que se recupere, para que se fortifique; hay que
intervenir de inmediato. Lo mismo puede decirse con respecto a Ruanda y a tantos Otros
dramas que conocemos o que ignoramos. Hay masacres de las que los periodistas no tienen
noticia. Pero debemos recordar incluso lo que ignoramos. Ese es el problema. Por ejemplo,
el caso de Argelia y sus brutales masacres, su barbarie. Y el mundo, como suele decirse, se
queda callado.
¿Es ésta una repetición de la tragedia de Caín y Abel? Durante mucho tiempo me he
preguntado por qué la Biblia comienza por esa historia horrible entre dos hermanos. Quizás
sea para enseñarnos algo: en primer lugar, que se puede ser hermanos y, no obstante,
odiarse el uno al otro, matarse el uno al otro, y, lo que es mas importante aun, que cada vez
que alguien mata, mata a su hermano. Esta lección todavía no se ha aprendido.
Hay en la Biblia una mujer que a mi me gusta mucho; se trata de la mujer de Lot, el sobrino
de Abraham. Los ángeles bajaron para anunciarle: "Sodoma va a ser incendiada por ser una
ciudad pecadora. Apresuraos, partid pronto, pero no miréis nunca hacia atrás." Todos los
que estaban con Lot obedecieron la orden, según los designios de los ángeles, menos su
mujer, que volvió la vista atrás, y ustedes ya saben lo que le ocurría, porque lo dice la Biblia:
se convirtió en estatua de sal. De acuerdo con algunas leyendas, dicha estatua todavía existe
en alguna parte. Pues bien, yo tiendo a estar de su lado. Es tan humano mirar hacia atrás.
Ella iba a dejar su casa, una parte de su familia, ¿cómo no querer mirarlos una última vez?
En lo que a mi respecta, yo miro hacia atrás todo el tiempo. Veinte años después de haber
dejado mi casa, volví a mi ciudad. No la reconocí, porque no había cambiado. Las casas
seguían iguales, los árboles, los parques, los bancos; abrí el portón y escuché el mismo
chirrido... Sin embargo, ahí ya no quedan judíos. En mis tiempos había unos quince mil;
ahora no pasan de sesenta. A menudo me pregunto: ¿dónde quedó la memoria de esa
ciudad? ¿Quién protege su memoria? El único lugar donde me sentí en mi casa fue en el
cementerio. Y me dije, "¿ahora son posiblemente los muertos los que protegen esa
Escuchad una bella historia, una historia jasídica que resulta apropiada. Un gran maestro, el
rabino Nahman, cuenta que un rey leyó en las estrellas que todos los que comieran de la
próxima cosecha se volverían locos. Llamó, entonces, a su consejero y le dijo: "Durante todo
este tiempo, mientras todos nos volvamos locos, tú comerás la buena mies. En esta forma,
tú serás el único que se mantendrá cuerdo. Pero cuando todos estemos locos, tú tendrás
que ir de ciudad en ciudad, de calle en calle y de casa en casa gritando con todas tus
fuerzas: 'Buenas gentes, no os olvidéis que estáis locos'" Esto es precisamente lo que
tratamos de hacer juntos, de decirle a un mundo inhumano: "Mundo, no olvidéis que es
locura matar, que es locura odiar. Conjurar toda la fuerza creadora del hombre para
transformarla en mal, en crueldad, es locura. No lo olvidéis, se trata de vuestra vida." Y
también de la nuestra.
Salvador Dalí
Comunidad
Eliézer Shweid
“El principio de comunidad fue descubierto por el pueblo judío desde que habitaba en
su tierra.
Su origen esta en el Tanaj, y mientras aceptó el pueblo sus preceptos, fue la “Eda”, el
“Kahal”... La primera unidad que amalgamaba familias tribus y pueblo.
Más aún, el principio comunitario es el principio de familia – la célula social más
pequeña – y es también el principio de la unidad del pueblo – la unidad social más
grande -. Nos referimos al principio de pacto, pacto interpersonal, pacto interfamiliar,
pacto entre tribus y edot, y en el futuro, pacto entre los pueblos. ¿Qué caracteriza a
una sociedad basada en el pacto? La primacía de una conciencia de responsabilidad
y compromiso mutuo que tienen los seres humanos entre sí por el hecho de ser
humanos. La diferencia entre lo humano y lo animal se expresará, en este caso, como
la diferencia entre la agrupación motivada por el reconocimiento de una obligación
moral ancestral y la que lo es por los instintos naturales”
Área de Educación Judía
Según los mnemotécnicos clásicos, se olvida por enfermedad, por trepanación cerebral, por
represión, por ebriedad o por accidente. Pero, según parece, es imposible olvidar a voluntad.
Se ha intentado muy seriamente descubrir técnicas para olvidar. Gesualdo, en su Plutosofía,
propuso un experimento: imaginar una habitación repleta de símbolos de recuerdos que se
quiere olvidar, y representarse a si mismo en el momento de arrojarlos por la ventana. Pero
este experimento demuestra que lo único que se consigue es reforzar los recuerdos que se
quería eliminar. Los que saben que es lo que quieren olvidar -un amor desdichado, la muerte
de una persona amada o la ignominia de una humillación-, saben también que mientras más
se esfuerzan por borrar un recuerdo, lo que consiguen es que la imagen que queremos
eliminar se sitúe con mas fuerza en el centro de nuestra conciencia.
Tal mecánica individual que nos impide olvidar, esta imposibilidad de hacer un arte del olvido
personal, no existe tratándose de colectividades. Quizás esto se deba a que la memoria
colectiva ha sido delegada en especialistas, en los historiadores, en los archiveros, en los
periodistas, que pueden elegir entre el silencio, la reticencia, la censura.
Sin embargo, no se trata solamente de eso, pues tal memoria colectiva se las arregla, a
veces, para sobrevivir a las censuras del poder y a los silencios de los historiadores. Ocurre
que, para restablecer la concordia, para favorecer una nueva alianza, el poder político se
calla y pasa en silencio la xenofobia, la memoria de una guerra, de una invasión, de una
colonización. Pero la memoria colectiva resiste: la gente murmura, la memoria subsiste por
el cotilleo, la sátira, los cotidianos actos de desconfianza.
Por consiguiente, no siempre es la razón la que hace que las colectividades olviden. Se
debería hablar a este respecto de un olvido metafórico, puesto que no se trata de la
supresión de algo que ellas ya sabían, sino de una ausencia de saber. Lo que sucedió
realmente y que se conserva en los archivos no llega hasta el cuerpo social. Se descubre
entonces que los jóvenes tienen una noción imprecisa del pasado reciente, que no saben
quien era Truman, que no son capaces de situar en coordenadas temporales exactas las
Guerra de los Treinta Años, que confunden con la Guerra de los Cien Años.
Este bloqueo de la memoria colectiva parece afectar cada vez más a las nuevas
generaciones e incluso a los adultos. La causa del fenómeno es el exceso de información que
merece ser almacenada en la memoria. El saber histórico nos abruma. Antiguamente, la
única forma que tenía la gente de conocer su pasado era por medio de leyendas, de
Estamos estupefactos frente a los archivos del pasado del mismo modo como nos sentimos
desconcertados ante ese archivo del presente que es la World Wide Web de Internet.
¿Buscamos información sobre un tema cualquiera? Como respuesta obtenemos una lista con
diez mil sitios. Nuestro poder de discriminación y de elección se paraliza; optamos por
renunciar. Saber demasiado es lo mismo que no saber nada.
Igual cosa ocurre con el saber histórico. Algunos rehúsan conscientemente a saber
demasiado. En el departamento de Filosofía de una gran universidad norteamericana, un
eminente colega había hecho poner un anuncio donde se leía: "Prohibida la entrada a los
historiadores de la Filosofía". El mencionado colega me explicó que no tenía mayor
importancia saber si tal o cual idea había sido elaborada por Aristóteles o por Descartes,
porque, o bien es falsa, y entonces no vale pena reflexionar demasiado sobre ella, o bien
puede ser verdadera y valida para mí, en cuyo caso debo descubrirla en el curso de mi
investigación personal. Y en ese contexto personal, la misma adquirirá un valor distinto al
que tenía originariamente. Mi respuesta a este colega fue la siguiente: "Pero si sabes que tal
idea fue propuesta por Aristóteles, podrás evitar los errores que otros han cometido, podrás
descubrir que la misma no podía prosperar. Eso puede ayudar." Su reacción, sin embargo,
fue casi fundamentalista, debido a que tenía la impresión de que el exceso de memoria
anularía su capacidad de invención.
Ahora bien, el problema no es el de formular por enésima vez la máxima Historia Magistra
Vitae. Digámoslo claramente: la historia no nos enseña a actuar; de lo contrario Hitler no
habría emprendido la campaña de Rusia, puesto que tenía ante sus ojos el ejemplo histórico
de Napoleón. Y no nos enseña a actuar, porque nuestros deseos nos inducen siempre a
reinterpretarla de mala fe.
No obstante, es la memoria del pasado la que nos dice por que nosotros somos los que
somos y nos confiere nuestra identidad. Los individuos están conscientes de esto, como
aquellos niños expósitos que se esfuerzan por descubrir sus orígenes para subsanar esa
carencia fisonómica que los hace desgraciados, psicológicamente imprecisos, desfigurados
por no tener un rostro definido. Cuando en algunas universidades norteamericanas veo a
estudiantes negros que rechazan oír hablar de Shakespeare o de Julio César, y sólo aceptan
que se les hable sobre los mitos de los dogones o sobre la historia del imperio de Mali,
experimenta la sensación de una nueva "ghettisación", porque su problema no es solamente
recuperar la identidad cultural de sus ancestros. Los occidentales deberían hacer suya
también esa identidad y estudiar, asimismo, el imperio de Mali paralelamente al imperio
carolingio. Pero no se trata tampoco de estudiar el imperio de Mali y olvidarse de
Shakespeare, porque la identidad de un negro americano depende también, necesariamente,
de Shakespeare y de Julio César. Y si no acepta esta verdad, ni siquiera entenderá por qué
va a ver la película Titanic, ni las emociones que siente. Habiendo nacido en el continente
americano, los estudiantes negros son igualmente hijos de la memoria de Occidente:
privarlos o privarse de esta memoria representa un despojo, una herida, una imposición que
los margina una vez más.
Esto nos permite entender por que nuestra memoria debiera ser voraz, absorberlo todo para
construir nuestra identidad, tanto en el Tercer Mundo como en Europa. En la memoria
histórica de las escuelas occidentales fue necesario inventar a Asterix para que los niños
italianos aprendieran lo que los niños franceses ya sabían, esto es, que además de la historia
de los romanos, está también la historia de los galos. Traten de imaginar lo que sería para
los niños de Europa un libro de historia que hablase al mismo tiempo de los celtibaros y de
los sármatas, de la revocación del Edicto de Nantes y la revuelta napolitana de Masaniello,
de Magallanes y de las razones centenarias por las cuales Kosovo o El Líbano son lo que son
actualmente; de los protestantes suecos y de los judíos españoles antes de la Reconquista,
de Santa Hildegarda de Bingen y de Santa Catalina de Siena ... i20.000 páginas! iNo hay que
reírse! iO libros de 20.000 paginas o manuales nacionalistas! ¿Cuál será la solución? La
solución es que habrá que elegir para poder hacer frente al exceso de información.
Sin embargo, deberíamos encontrar un medio para recordar lo que nunca hemos sabido.
Este problema me obsesiona desde hace mucho tiempo: ¿cuál será el futuro de los libros?
Desde mediados del siglo XIX se comenzó a hacer libros a base de madera en lugar de tela.
Pues bien, mientras que todavía se puede leer un incunable en la actualidad, un libro
publicado en la segunda mitad de este siglo tiene una vida útil de poco más de setenta años,
e incluso menos si se trata de uno editado por Vrin en los años cincuenta; todas mis obras
de Gilson se están cayendo a pedazos. Se sabe que hay muchas formas de salvar un libro:
tratamientos químicos (pero son demasiado costosos para bibliotecas que tienen diez
millones de volúmenes), memorización informática (pero hay que tener en cuenta la
fragilidad del soporte magnético), el microfilm (pero es un material que solo pueden utilizar
los iniciados), reimpresiones sucesivas (pero entonces la permanencia en el tiempo
dependería exclusivamente de los editores y los comerciantes).
Remo Bianchedi
MEMORIA Y OLVIDO
Argentina y el "Nunca Más"
Así definida, la memoria parece tenar mucho que ver con el pasado y con el presente, con
un pasado que se activa o se reconstruye y tiene efectos actuales. Pero también determina
una relación con el futuro, en tanto éste parece abrirse desde ciertas posibilidades que uno
imagina hoy y que están cargadas de historia. Podemos pensar en los motivos que llevan a
elegir una carrera o actividad o en los vínculos afectivos a los que les otorgamos "alguna
chance de futuro". Aún en las decisiones que implican romper con lo anterior que se fundan
en un rechazo a una situación actual o pasada, hay una carga de memoria.
Por esto la memoria tiene mucho que ver con la posibilidad de que el NUNCA MÁS vaya más
allá de una consigna y se convierta en un acuerdo básico de la memoria argentina. Para
nosotros repensar la historia, reconstruir otras memorias que, por dolorosas y trágicas han
sido silenciadas, ocultadas, pero que siguen teniendo múltiples efectos en la política y en la
sociedad, es también contribuir a pensar otro futuro, a imaginar y construir una sociedad
donde las desapariciones y torturas no estén presentes.
Las sociedades también tienen memoria: los valores, actitudes, leyes, intercambios
compartidos, implican continuidades y rupturas con tradiciones, con la cultura que nos ha
sido transmitida desde otras generaciones anteriores a la nuestra. Hay recuerdos y hay
símbolos que nos identifican que están cargados de memoria. Esta es la memoria colectiva
que se transmite oralmente por medio de textos, monumentos o rituales colectivos que
conforma nuestra identidad colectiva. Así la memoria colectiva es una construcción social
que define identidades comunes para todos, puntos de referencia similares y la identificación
con una comunidad. Esta construcción no es inocente: intervienen diferentes grupos sociales
o tradiciones culturales que imponen sus visiones.
Así lo plantea Yerushalmi al trabajar el tema de la memoria del Holocausto: "Si tanto
tenemos necesidad de recordar como de olvidar, ¿dónde debemos trazar la frontera? ¿de
qué deberíamos acordarnos? ¿qué podemos autorizarnos a olvidar?”
Para nosotros el NUNCA MAS debe ubicarse en la lista de lo que no debería olvidarse,
precisamente porque tiene que ver con la afirmación de un principio básico de cualquier
sociedad que es defender el derecho a la vida de todos y cada uno de sus miembros. Éste
derecho fue vejado durante la dictadura militar, hasta las formas más crueles y perversas
que es posible concebir. En éste sentido, no se trata solo de tomar posición frente a un
hecho aberrante, sino establecer un acuerdo básico para defender la prohibición de matar
como principio de la vida social.
La pregunta central que uno se plantea al revisar la parte de la historia del NUNCA MÁS es
cómo recobrar esperanzas tras el horror, cómo vivir con esto, cómo reparar las heridas.
El filósofo Yerushalmi se pregunta: “Es posible que el antónimo de olvido no sea la memoria
sino la justicia”
La reparación de las heridas no siempre incluye el perdón, quizás porque sea necesario
definir que hay límites que una sociedad no debe traspasar y crímenes que no debe
perdonar. A nuestro juicio, no se trata de abonar resentimientos ni de promover odios que
nos dejarían a todos fijados en un pasado terrible, sino de no olvidar, ni dejar de plantear
aunque sea por un instante, que juzgar al criminal representa defender la causa de la
humanidad, la causa de la vida. No se trata venganza sino de recordar los principios sobre
los cuales es posible una sociedad.
Párrafos extraídos de: "HACIENDO MEMORIA EN EL PAÍS DE NUNCA MÁS"
Dussel-Finocchoio-Gojman