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¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE MEMORIA?

“¿Y que es memoria?


La memoria puede ser una prisión que encierre la creatividad del alma humana.
La memoria puede estar en el dolor y la sangre que fluyen de las heridas abiertas
por mil latigazos.
La memoria puede producir una parálisis que nos deje encadenados para siempre
a antiguos tormentos o a luminosos sueños de gloria, sin escapatoria posible.
La memoria es también la facultad del hombre de atesorar aquellas sonrisas,
miradas, lágrimas, sufrimientos y amor que constituyen la celebración del
pasado.
La memoria puede ser la fuerza que impulsa al ser humano a nuevas dimensiones
de vida y amor hacia un futuro desconocido hasta ahora
La memoria es también un puente vital en el cual se fusionan pasado y presente,
transformando el futuro, si uno puede encontrar la fortaleza necesaria para
combatir a los poderes que quieren mantener el statu quo y esa insensibilidad
que se disfraza de madurez y profundidad.
La falta de memoria encadena al hombre a la rueda sin fin del eterno retorno…
La falta de memoria lleva al alma humana a vivir prisionera de un pasado
condenado a la eterna reiteración en el cual sentimientos, emociones,
frustraciones, errores y dolor están destinados a ser repetidos, los árboles no
tiene raíces y la identidad es artificialmente fabricada…”
(Rabino Marshall Meyer Z” L)

Cada uno posee una memoria, y es precisamente por la memoria que uno es un individuo.
A los 20 años, a los 60, a los 80, uno se identifica consigo mismo al tomar como referencia
su pasado, un pasado del cual es el único poseedor por más que exista también en la
memoria de otros.

Hablar de memoria implica referirse a recuerdos y olvidos, narrativas y actos, silencios y


gestos. Hay un juego saberes y emociones. Y hay también huecos y fracturas.
Tenemos entonces dos ejes a encarar:
a. El sujeto que rememora y olvida
b. El contenido, o sea la cuestión que se recuerda y olvida: vivencias, saberes,
creencias, patrones de comportamiento, sentimientos y emociones.
Estos ejes son atravesados por un tercero: el como y cuando se recuerda y se olvida: el
pasado que se rememora y/o se olvida es activado en un presente y en función de
expectativas futuras tanto en términos de la propia dinámica individual como la interacción
social.

Joel Candau, en su libro Antropología de la memoria, distingue diferentes tipos de memoria:


la memoria de los sentidos; la memoria intelectual; y la memoria de los sentimientos.
En la memoria de los sentidos se conservan y se ordenan por especies las sensaciones que
penetraron cada una a través de su propio canal de acceso: la luz, los colores, las formas,

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por los ojos, los sonidos, los olores, etc. En este caso lo que entra en la memoria son las
imágenes de las cosas sensibles que se ponen en orden en el pensamiento que las evoca.

La memoria intelectual comprende todo lo aprendido; es el… “equipamiento cognitivo de un


ser humano”. La adquisición de los conocimientos son además almacenados de acuerdo a
nuestro criterio valorativo y así las clasificamos como verdaderos o falsos, buenos o malos,
hermosos o feos, etc., La adquisición de conocimientos consiste en reunir y movilizar el la
mente estas diferentes categorías, dispersas en la memoria. Esta operación es lo que se
denomina pensar. Por lo tanto pensar es también poner en funcionamiento la memoria.
La memoria de los sentimientos encierra los estados afectivos, no tal como… “están en el
alma cuando se los siente…” sino como lo decide el poder de evocación en el preciso
momento de la rememoración. de ésta manera es posible recordar haber sido feliz sin por
eso ser feliz, como es posible evocar una tristeza pasada sin sentirse triste en el momento de
recordarlo. La memoria conserva los estados afectivos del alma, incluso cuando el alma no
los experimenta más.

Sin duda algunos hechos vividos en el pasado tienen efectos en tiempos posteriores,
independientemente de la voluntad, la conciencia, la agencia o la estrategia de los actores.
Esto se manifiesta desde los planos más objetivos y sociales hasta los procesos personales e
inconscientes.

Memoria y olvido
Toda memoria es selectiva por definición. Al elegir, elimina todo lo llano, lo que
aparentemente carece de interés, pero que quizás, dentro de 20 o 50 años aparecerá en
relieve.

El acto de rememorar presupone tener una experiencia pasada que se activa en el presente,
por un deseo o un sufrimiento, unido a veces a la intención de comunicarla. Toda narrativa
del pasado implica una selección; la memoria es selectiva; la memoria total es imposible.
Esto implica un tipo de olvido, a veces necesario para la sobre vivencia y el funcionamiento
de del sujeto individual y/o del grupo o comunidad.

El enfoque psicoanalítico de la memoria plantea que, en general cuando el YO es amenazado


por el recuerdo de ciertos acontecimientos traumáticos, penosos o peligrosos, instaura
mecanismos de defensa que consisten en reprimir la memoria. El olvido puede ir desde un
filtrado de la memoria hasta una inhibición o censura total. En todos los casos, “recuerdos
pantallas” o “recuerdos indiferentes” sustituyen a los recuerdos reprimidos, filtrándose a
veces a través de los sueños o lapsus.

Elizabeth Jelin, en su libro “Los trabajos de la memoria”, categoriza dos tipos de olvidos: las
borraduras definitivas y el olvido, producidas por políticas de olvido (individual o dentro de
una comunidad) por parte de los actores que elaboran estrategias para ocultar y destruir
pruebas y rastros o borraduras producidas por el propio devenir histórico. Pero advierte que
por más exitoso que sea el proceso siempre quedan huellas. La tarea es entonces la de
revelar, sacar a la luz lo encubierto ya que la contracara del olvido es el silencio.

Memoria e Identidad
Guillis (1994) dijo: “Las identidades y las memorias no son cosas sobre las que pensamos,
sino cosas con las que pensamos. Como tales no tienen existencia fuera de nuestras
políticas, nuestras relaciones sociales y nuestras historias”

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No puede haber identidad sin memoria (como recuerdos u olvidos) pues únicamente esta
facultad permite la conciencia de uno mismo en la duración. Gracias a la memoria en tanto
recuerdo de los acontecimientos pasados, el sujeto tiene la sensación de continuidad
temporal, de duración o de continuación de un estado. La amnesia profunda del sujeto con
frecuencia está acompañada por una perdida de la identidad personal y. por supuesto, de los
recuerdos autobiográficos sobre los que se apoya la construcción de la identidad.
Al contrario, no puede haber memoria sin identidad, pues la instauración de relaciones entre
estados sucesivos del sujeto es imposible si éste no tiene a priori conciencia de que este
encadenamiento de secuencias temporales puede tener significado para él.

Toda persona que recuerda, domestica el pasado, pero sobre todo se apropia de él, lo
incorpora, y lo marca con su impronta, etiqueta de memoria manifiesta en los relatos o
memorias de vida. A memorias totales le corresponden identidades sólidas; a identidades
fragmentadas, memorias dispersas.

Esta relación de mutua constitución entre identidad y memoria implica un vaivén: para fijar
ciertos parámetros de identidad (nacional, individual, o de cualquier tipo) el sujeto selecciona
ciertos hitos, ciertas memorias que lo ponen en relación con “otros”. Estos parámetros, que
implican al mismo tiempo resaltar algunos rasgos de identificación grupal con algunos y de
diferenciación con otros para definir los límites de la identidad, se convierten en marcos
sociales para encuadrar la memoria.

Lo Social en los Procesos de la Memoria


Los procesos de la memoria que nos ocurren, no suceden en individuos aislados sino insertos
en redes sociales, en grupos, instituciones y culturas. Quienes tienen memoria y recuerdan,
son individuos ubicados en contextos grupales y sociales específicos y es imposible recordar
o recrear el pasado sin apelar a estos contextos. Las memorias individuales están
enmarcadas socialmente. Estos marcos son portadores de la representación general de la
sociedad, de sus necesidades y valores. Incluyen también la visión del mundo animada por
valores de una sociedad o grupo.

Desde esta visión, podemos afirmar la presencia de lo social, aún en los momentos mas
individuales: “Nunca estamos solos. Uno no recuerda solo sino con la ayuda de los recuerdos
de otros y con los códigos culturales compartidos, aún cuando las memorias personales son
únicas y singulares” (Halbwachs; 1992)

Ricoeur (1999) señala que los recuerdos personales están inmersos en narrativas colectivas
que a menudo están reforzadas en rituales y conmemoraciones grupales. Como estos
marcos son históricos y cambiantes, en realidad, toda memoria es una reconstrucción más
que un recuerdo. Y lo que no encuentra lugar o sentido en ese cuadro es material para el
olvido.

Así conmemoraciones, celebraciones, aniversarios, devoción por el pasado y otras formas


rituales de la reminiscencia forman parte de la necesidad de memoria cotidiana. Pareciera
que la sociedad en su conjunto se esforzara por satisfacer el imperativo bíblico ZAJOR. Así la
necesidad de memoria es considerada hoy un derecho y a la vez un deber de la sociedad.

Se puede afirmar entonces la existencia de una memoria colectiva, o sea un entretejido


de tradiciones y memorias individuales, en dialogo con los otros, e intercambio constante

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con alguna estructura dada por códigos culturales compartidos. Dicho de otra manera: La
sociedad produce “percepciones fundamentales” que por analogías, por uniones entre
lugares, personas, ideas, etc., provocan recuerdos que pueden ser compartidos por varios
individuos, incluso por toda la sociedad.

En esta sentido, los mitos, las leyendas, las creencias, las diferentes religiones son
construcciones de las memorias colectivas. Así, a través del mito los miembros de una
sociedad dada buscan traspasar una imagen de su pasado de acuerdo con su propia
representación de lo que son. El contenido del mito es objeto de una regulación de la
memoria colectiva que depende, como el recuerdo individual, del contexto social y de lo que
se pone en juego en el momento de la narración.

Existen configuraciones de la memoria características de cada sociedad humana pero que, al


fin de cuentas, en el interior de estas configuraciones cada individuo impone su propio estilo,
estrechamente dependientes por una parte de su historia y, por otra, de la organización de
su propio cerebro, que siempre es única.

Candau afirma que la sociedad se encuentra menos unida por sus recuerdos que por sus
olvidos. Es posible ver que existe una casi certeza en cuanto a los olvidos comunes de un
grupo, de una sociedad, pero nunca es posible estar seguros en cuanto a los recuerdos,
pues cada uno de ellos, recibe la impronta de la memoria individual. En éste sentido afirma
que la memoria colectiva es mas la suma de los olvidos que la suma de los recuerdos pues,
ante todo y esencialmente, éstos son el resultado de una elaboración individual. Finley
(1988) agrega que… “después de todo, la memoria colectiva no es otra cosa que la
transmisión a una gran cantidad de individuos de los recuerdos de uno solo o de algunos
hombres, repetidos muchas veces…”

Memoria e Historia
Memoria e Historia. ¿Cuál es la diferencia? Tienen dos registros realmente diferentes, aun
cuando es evidente que ambas tienen relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace,
de la memoria.

La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado. Por esa razón , la memoria


siempre es portada por grupos de seres vivos que experimentan los hechos o creen haberlo
hecho..La memoria por naturaleza es emotiva, afectiva, abierta a todas las transformaciones,
inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable a toda manipulación, susceptible
de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares. Es siempre un
fenómeno colectivo aunque sea psicológicamente vivida como individual.
Por el contrario, la historia es una construcción siempre problemática e incompleta de
aquello que ha dejado rastros. A partir de esos astros, controlados, entrecruzados,
comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo haber pasado y sobre todo
integrar esos hechos en un conjunto explicativo.

Debemos aclarar que no puede existir historia sin memorización y el historiador se basa, en
general, en datos vinculados a la memoria ya que es portadora de una verdad reveladora
que ayuda a establecer una verdad. Sin embargo, la memoria no es historia. Ambas son
representaciones del pasado, pero la segunda tiene como objetivo la exactitud de la
representación en tanto que lo único que pretende la primera es ser verosímil.
En tal sentido algunos autores afirman que la verdadera historia tiene el deber de no ignorar
ni la memoria ni la historia oral, por lo que es “hija de la memoria”.

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Sin duda, la memoria es una fuente crucial para la historia, aún y (especialmente) en sus
tergiversaciones, desplazamientos y negaciones, que plantean enigmas y preguntas abiertas
a la investigación. En ese sentido, la memoria funciona como estímulo en la elaboración de
la agenda de la investigación histórica. Por su parte la historia permite cuestionar y probar
críticamente los contenidos de la memoria y eso ayuda en la tarea de narrar y transmitir
memorias críticamente establecidas y probadas

Podemos decir entonces, que las sociedades pluralistas poseen una “rivalidad organizada de
las memorias”, mientras que en las sociedades totalitarias la memoria y la historia, ambas
oficiales, deben coincidir plenamente bajo pena de ser modificadas por órdenes de arriba.

Lugares de Memoria
“…En torno de los lugares de la memoria, la nación se hace o se deshace, se tranquiliza o se
desgarra, se abre o se cierra, se expone o se censura.” (Frances A. Yates).

El diccionario Le Grand Robert de la lengua francaise (1995) proporciona la definición de la


noción de un lugar de memoria: es una “unidad significativa de orden material o ideal, a la
que la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo, convirtieron en un elemento
simbólico de una determinada comunidad”.

Pierre Nora dice que, en sentido estricto, un lugar de memoria es un espacio que simboliza
un tiempo, una transposición espacial cuya función es evocar precisamente algo que sucedió
en el tiempo. Son “monumentos que organizan la memoria nacional” y que la sociedad se
encarga de organizar.

Cuando se produce un “lugar de memoria”, es difícil abolirlo salvo que se lleve a cabo la
destrucción física del lugar. Desde ésta perspectiva es necesario que existan dichos lugares
ya que son la evidencia misma del hecho y ante su presencia es imposible negarlo. Pero el
lugar sin la ayuda de la memoria conduciría a la amnesia ya que dichos lugares que
pertenecen a la memoria son producto de ella, vienen de ella y son los lugares en donde la
memoria se encarna. Si no, se convertirán en lugares de amnesia.

En síntesis:
“…La memoria, como parte constitutiva de los procesos sociales permite
establecer los puentes entre el pasado y el presente a través de los cuales los
pueblos constituyen su identidad. Estas memorias que se transmiten de
generación en generación, como un legado, una herencia, son un elemento clave
en la conformación de las representaciones individuales y colectivas acerca de la
historia.” (Silvana Yanz “Los puentes de la memoria marzo 2004)

Para terminar referiremos la frase final del libro Antropología de la memoria de Joel Candau

“Un acto de memoria es ante todo una aventura personal o colectiva que consiste
en ir a descubrirse uno mismo gracias a la retrospección”.

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¿Quién es”yo”?
Ajad Haam, ensayista hebreo, pensador.

Cuán filósofo sin saberlo fue “el primer hombre”, cuando pronunció por primera vez
la palabra yo. ¡Cuántos esfuerzos realizaron los filósofos que vinieron después de él,
cuántos comentarios rebuscados crearon, para explicar ese breve vocablo! ¡Y aún no
han llegado a comprenderlo y aclararlo del todo.
¿Quién es yo?
Esta pregunta vuelve a formularse generación tras generación, y en cada una de ellas
recibe otra respuesta, según el estado de sabiduría y de filosofía de su seno…
Pero, sin descender a los filósofos ni a los abismos de la metafísica, cabe decir, en
lengua de todos los humanos, que el yo de cada hombre es el total que resulta de
sumar sus recuerdos con su voluntad, de unir el pasado con el futuro.
Y realmente, cuando el hombre dice yo, no se refiere a sus cabellos ni a sus uñas, ni
tampoco a sus manos y piernas y demás partes de su cuerpo, que sufren continuas
modificaciones; sino al espíritu o fuerza interior, que liga en forma misteriosa las
impresiones y recuerdos del pasado, a los deseos y esperanzas para el futuro, y hace
de todos juntos una única criatura completa, orgánica.
…También el yo nacional de cada pueblo ha sido objeto de sutiles investigaciones y
de argumentaciones profundas. Algunos filósofos han llegado a la conclusión de que,
en el fondo, no encierra este concepto, sino una mezcla del pasado con el futuro:
recuerdos e impresiones por un lado, y esperanzas y deseos por el otro,
estrechamente unidos entre sí y comunes a todos los individuos.

MEMORIA COLECTIVA
Yosef Hayim Yerushalmi, “Reflexiones sobre el olvido”
En Reflexiones Educativas, Vaad Hajinuj Hakehilatí, AMIA, 2006

“Los pueblos y grupos sólo pueden olvidar el presente, no el pasado. En otros


términos, los individuos que componen el grupo pueden olvidar acontecimientos que
se produjeron durante su propia existencia; no podrán olvidar un pasado que ha sido
anterior a ellos, en el sentido en que el individuo olvida los primeros estadíos de su
propia vida. Por eso, cuando decimos que un pueblo “recuerda”, en realidad decimos
primero que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones
contemporáneas a través de lo que en otro lugar llame ¨los canales y receptáculos de
la memoria.
En consecuencia, un pueblo “olvida” cuando la generación poseedora del pasado no
lo transmite a la siguiente, o cuando ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo
a su vez, lo que viene a ser lo mismo. La ruptura en la transmisión puede producirse
bruscamente o al término de un proceso de erosión que ha abarcado varias
generaciones. Pero el principio sigue siendo el mismo: un pueblo jamás puede
“olvidar” lo que antes no recibió”.
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EL JUDAÍSMO Y LA MEMORIA

La preservación de la memoria ha constituido uno de los imperativos esenciales dentro del


judaísmo. De la recreación colectiva e individual de aquellos capítulos centrales en su
trayectoria histórica se han desprendido las vetas que alimentan a la tradición y a la
identidad judías.

“Por lo tanto guárdate y guarda tu alma con


diligencia, que no te olvides de las cosas, que tus
ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos
los días de tu vida”
(Deuteronomio 4:9)

‫"רק השמר לך ושמור נפשך מאוד פן תשכח את הדברים‬


"‫אשר ראו עיניך ופן יסורו מלבבך כל ימי חייך‬
(4:9 ‫)דברים‬

Mirta Kupferminc

Este ejercicio de la memoria es un mandato que se encuentra consignado en la Torá.


El profesor Yosef Yerushalmi en su libro “Zajor” dice que el verbo recordar (z.j.r.) aparece al
menos 172 veces en el texto bíblico. Esto presupone un mandato muy valiente en términos
cualitativos, que nos llevaría a coincidir con el filósofo Paul Ricoeur cuando dice que... “la
memoria es un trabajo”
En Deuteronomio 5:15 leemos: “Recuerda (zajor) que fuiste siervo en Egipto...”
Recordar y no olvidar. Recordar para trasmitir y enseñar.

¿Por qué recordar en forma reiterada esa esclavitud, algo malo y no algo bueno? Porque
según Jaime Barylko...” ese recuerdo tiene un ancla en el pasado pero alude al presente y al
futuro. Se puede recaer en esa esclavitud en cualquier momento... El realismo dice: Hay
esclavos, hubieron esclavos, probablemente los habrá. Hay que ver la realidad y conocerla, si
en algo se pretende mejorarla...”

A lo largo de los siglos de existencia judía se establecieron distintas ceremonias con el objeto
de conmemorar eventos históricos consagrados en la liturgia hebrea. De este modo las
autoridades rabínicas canonizaron, codificaron y ritualizaron la memoria para las
generaciones posteriores.

♦ Así, los sabios de la época de la Mishná reconocieron gran trascendencia histórica a la


salida de Egipto, por ello luego de la destrucción del II Templo, cuando quedó anulada la
posibilidad de ofrecer allí el sacrificio de Pesaj, entendieron que no era suficiente con

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recordar dicho ritual alusivo y eligieron, para reforzar la memoria colectiva, una forma
novedosa de hacerlo, crearon la Hagadá de Pesaj.
La ceremonia de la lectura del relato de la salida de Egipto (seder) sigue siendo hasta
nuestros días un ritual impostergable en el calendario anual judío. La Hagadá se
transformó, al decir del Rabino Marshal Meyer “en el guión de un drama viviente y no en
el registro de un evento muerto. Cuando los judíos lo recitan realizan un acto, no sólo de
rememoración, sino también de identificación en el aquí y ahora”. Relatar para
recordar
“Y narrarás en aquel día a tu hijo diciendo: Hácese esto con motivo de lo que Adonai hizo
conmigo, cuando me sacó de Egipto”
(Exodo13: 8)

"‫"והגדת לבנך ביום ההוא לאמר בעבור זה עשה יהוה לי בצאתי ממצרים‬
(13:8 ‫)שמות‬

“En cada generación, cada individuo debería sentir como si él hubiese realmente sido redimido de
Egipto”
(Mishná - Masejet Pesajim)

"‫"בכל דור ודור חיב אדם לראות את עצמו כאלו הוא יצה ממצרים‬

♦ Honrar el Sábado está relacionado también con la memoria, en los Diez Mandamientos:
“Acordarte has del día de reposo, para santificarlo” (Exodo20: 8)

♦ El recuerdo de la destrucción del Templo (Beit Hamikdash) también es objeto de un


ritual.
Hacia el final de la ceremonia nupcial, luego de la lectura de la ketuvá o acta matrimonial
y luego de las 7 bendiciones que el oficiante pronuncia con una copa de vino en su
mano, los novios beben de la misma y el novio rompe un vaso. Ese desastre debe ser
evocado justamente por ser uno de los días de mayor regocijo en la vida de una pareja.

♦ El Izkor u oración para recordar a los difuntos que se lee en la Sinagoga, después de la
lectura de la Torá en Iom Kipur, Simjat Torá, Shavuot y el último día de Pesaj.
Además cuando se hace una referencia a una persona fallecida, junto a su nombre se
agrega una expresión que se abrevia con las iniciales z¨l (zijronó librajá) que significa:
Bendita sea su memoria como una forma de homenajear permanentemente al difunto
manteniendo vivo su recuerdo.

♦ El uso de los Tefilín o filacterias aparece en una ordenanza que hace referencia a
colocar en el cuerpo señales de memoria en la cabeza y en el brazo, que recuerdan,
nuevamente, la salida de Egipto.
“Será como una señal sobre tu mano y como una memoria delante de tus ojos para que la
ley de Adonai esté en tu boca, por cuanto con mano fuerte te sacó de Egipto
(Éxodo 13:9)

♦ El Memorbuch fue el libro de la memoria que muchas kehilot europeas medievales


crearon para dejar testimonio a las generaciones venideras de lo padecido por las
víctimas de las Cruzadas.

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El jardín donde crece la memoria
Alfredo Leuco, periodista.

“- Papá ¿Por qué me trajiste a esta plaza?


- No hijo... esto no es una plaza.
- ¿Ah no? ¿Y esos árboles? ¿Y esos pájaros? ¿Y esa especie de lago que rodea este
inmenso espacio vacío?
- Tenés razón hijo, parece una plaza pero no es una plaza. ¿O no ves que no hay
hamacas ni toboganes?
- No entiendo… pa.
- Vení… vení… hijo mío, dame la mano. Vení… caminemos juntos por esta plaza
que no es una plaza y yo te explico. Este es un lugar para mantener viva la
memoria. Vos no te podés acordar porque hace diez años todavía no habías
nacido, pero aquí, en este lugar, la Embajada de Israel desapareció de la faz de
la tierra. Sí… sí algo parecido a lo que pasó en las Torres Gemelas en Nueva
York; sin aviones pero con el mismo odio…

Uno va caminando lentamente de la mano con su hijo y es como si recorriera esos


gigantescos descampados a los que quedaron reducidos algunos de los más
tristemente célebres campos de concentración del nazismo. Uno camina por el
silencio y hace equilibrio en el aire mientras siente que se le adhieren al corazón
dolores interminables que le estrujan el pecho. No es para menos. Aquí, en este
sueño porteño de Arroyo y Suipacha, hace diez años había 29 vidas que ya no están.
Aquí hace una década se cometieron 29 asesinatos en un segundo. Porque todo tardó
un segundo. El tiempo que uno tarda en pestañear le alcanzó a los asesinos masivos
para terminar con la vida de 29 personas. La pentrita y TNT hicieron estallar por los
aires y millones de pedazos de la Embajada de Israel volaron como papeles
quemados que luego bajaron hecho polvo y escombros para sepultarlo todo.
Nadie entendió porque el mundo se cayó encima de esos 29 seres humanos. ¿Quién
se atribuye el poder sobrenatural de decidir quiénes deben morir y quiénes no?
¿Quiénes son los fanáticos terroristas que arrancaron para siempre la respiración de 7
viejitas que sobrevivían sus últimos días en el hogar que está al lado de la parroquia,
al frente de la embajada? ¿Eran concientes que había 200 chicos en la escuela?
¿Supieron que mataron al párroco? ¿tendrán conciencia o el odio les clausura la
sensibilidad eternamente y los convierte en robots, talibanes y blindados?
Hace una década que Buenos Aires se transformó en Manhathan o en Kabul o en
Beirut. El corazón de esta ciudad desarmada y con la guardia baja fue apuñalada por
la espalda. Fue el anuncio brutal de todo terror que se venía en una Argentina que ya
no sería la misma. Porque dos años después la tragedia se multiplicó en la A.M.I.A.
Otro anuncio: el olvido es el primer paso hacia la impunidad y la impunidad es una
tragedia que vuelve.
Hoy no hay un solo responsable. No hay culpables. Ni un detenido ni una pista.
Nada. Sólo duelo y luto. La causa judicial está tan muerta como aquellas 29 personas
que mató la bomba.
No sabemos, pero sospechamos, qué tipo de fascista puso la bomba. Pero sí sabemos
quién mato la causa. Los que no investigaron. Los que trataron el tema con desidia,
negligencia, desprecio por el dolor, falta de voluntad política y también – por qué no
decirlo – por complicidad.
Pero la luz inevitablemente triunfará sobre las tinieblas. Igual que hace 2000 años
cuando fue destruido el Templo de Ierushalaim y quedó intacto el candelabro de
siete brazos. Igual que hace diez años cuando se arrodillaron las paredes de la
embajada, pero quedó intacta la gigantesca araña que iluminaba el salón principal.
Milagros de la luz en su doble condición de dar vida, dar luz y de encontrar la
verdad, echar luz, iluminar algo, descubrir.
La esperanza de justicia es lo último que se pierde. Israel lo sabe desde su himno de
esperanza “Hatikvá”. Mientras tanto las lágrimas de dolor se empecinan en tatuarse
en nuestros brazos como los crueles números del Holocausto

- Papi, te quedaste callado. Se te humedecieron los ojos. ¿En qué estabas


pensando?
- No… nada hijito. Pensaba si entendiste ¿Por qué esto es mucho más que una
plaza?
- Si papá. Creo que entendí: es como un jardín donde crece la memoria ¿no?
- Exactamente eso. Un jardín de la memoria donde crece la vida y donde la muerte
y el odio tienen prohibida la entrada por los siglos de los siglos …Amén”
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DEFINICIÓN DE LA MEMORIA DESDE


UN PUNTO DE VISTA FILOSÓFICO
Paul Ricoeur

Una de las paradojas de la memoria se refiere al crédito que


ella nos merece, a su fiabilidad. Este punto es muy
importante, pues es precisamente el campo de la verdad
donde se mueve la cultura política de la memoria.
¿Por qué hablamos de paradoja a propósito de la fiabilidad de
la memoria? Porque en el origen mismo de la memoria hay
una paradoja primigenia, cual es su referencia al pasado por
medio de huellas. En esto, el filósofo entronca fácilmente con
el neurobiólogo, puesto que este último explica en qué
consisten esas huellas desde el punto de vista material.
EI problema es dilucidar de qué manera las cuestiones neurológicas se reflejan en el plano
psíquico. Se reflejan precisamente a través de una paradoja, la cual no aparece de
manifiesto si sólo se considera la materialidad de la huella, a saber, que todas las huellas
están presentes.
Una marca impresa en el cerebro está allí ahora. Pues bien, el recuerdo plantea la dificultad
de representar un hecho pasado que está ausente, que ha desaparecido. He aquí la primera
paradoja, que ya fue tratada por Platón en uno de sus diálogos más críticos, El Teeteto, y
luego desarrollada por Aristóteles en el asombroso tratado De la memoria y la reminiscencia.
Fueron los filósofos griegos quienes dieron la forma de una aporía, es decir, de un problema
insoluble, a la relación entre presencia y ausencia. El recuerdo implica la presencia de una
cosa que esta ausente.

Esta paradoja se ve agravada por el hecho de que, como nos enseña la experiencia de la
vida, hay dos tipos de ausencia: por una parte, la ausencia de lo irreal, lo imaginario, lo
fantástico, la utopía -aquella vasta región de lo irreal-, y por la otra, la ausencia del pasado,
que es una ausencia muy especial, ya que es la ausencia de lo anterior, de aquello que
existió antes. Disponemos de adverbios para expresar esta idea: anteriormente, antes...
Pero, ¿anterior a qué? Precisamente al recuerdo que tenemos ahora. Anterior al relato que
ahora hacemos.
Dijimos que esta paradoja de presencia/ausencia esta agravada por la bifurcación en estas
dos modalidades de la ausencia: lo irreal y lo anterior. En efecto, aunque estas dos
modalidades son teóricamente distintas -irreal en un caso, anterior en el otro- en todo
momento se superponen e interfieren recíprocamente, de manera que gran parte de los
problemas relativos a la fiabilidad de la memoria derivan precisamente de la imbricación
entre estas dos clases de ausencia, la ausencia de lo irreal y la ausencia de lo anterior.

Es difícil desbrozar lo anterior de lo imaginario, dado que nuestros recuerdos se presentan


en forma de imágenes. Los griegos intentaron resolver este problema: ellos tenían palabras
que se incorporaron a nuestro vocabulario, tales como eikon, que pasó a ser "icono", o
eidolon, que se transformó en "ídolo". Toda la filosofía de la memoria es una batalla contra
esta superposición del recuerdo con las imágenes, que empujan la memoria hacia lo irreal y
la arrancan de lo anterior.

Muchos de los debates actuales en torno a los relatos de la deportación, y todos los
problemas relativos a la objetividad de historiadores y memorialistas, nacen de esa paradoja

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original. Incluso los historiadores que se han esforzado con el mayor rigor critico por vencer
tal dificultad, no pueden evitar presentarnos grandes frescos del pasado, esto es, una
historia en forma de imágenes. Esta especie de escenificación del pasado supone conducir la
memoria al terreno de la imaginación, con el consiguiente riesgo de caer en lo imaginario, lo
irreal, lo virtual.

Es necesario defender, contra viento y marea, la ambición de la memoria, su reivindicación,


su pretensión, su claim -como dicen los autores analíticos de habla inglesa- de ser fiel al
pasado. Ambición inalcanzable, quizás, pero ambición que constituye la dimensión que yo
llamaría verista de la memoria, con lo que quiero denotar su relación fundamental con la
verdad de aquello que ya no es, pero que fue antes. Si reprochamos a la memoria su falta
de fiabilidad, lo que es efectivo, es precisamente porque esperamos de ella que sea fiable.
Es un reproche que no podríamos hacer a la imaginación. La imaginación está autorizada
para soñar; a la memoria, en cambio, se la exhorta a ser verdadera. A la imaginación le
pedimos que sea creativa, inventora, libre, no coartada; en tanto que a la memoria le
pedimos que represente con fidelidad, verazmente, aquello que no es, pero que alguna vez
fue.

¿En que forma interfiere esta dificultad inicial con el trabajo del historiador, y cuál es el
destino de la mencionada ambición verista de la memoria? Quisiera referirme a dos etapas
en esta aspiración de la memoria a la verdad, a fin de mostrar como la aporía se prolonga y
proyecta en el discurso histórico.
La primera etapa es la del testimonio; la segunda, la del documento. Con el testimonio nos
encontramos aun muy cerca de la memoria, mientras que con el documento entramos ya en
la historia, pero quisiera mostrar de que manera una antecede a la otra.

El testimonio tiene una enorme importancia en la vida social: en los tribunales, en la historia,
pero sobre todo en la vida cotidiana. Es una categoría de la conversación: si preguntamos a
alguien quién es, nos contará una historia, la de su familia, etc. Nos contará algo que inspire
confianza. Eso es un testimonio. El testimonio desprende de la huella vivida un vestigio de
ese rastro, y ese vestigio es la declaración de que aquello existió. Yo quisiera insistir sobre
esta expresión "aquello existió", pues al decir el testigo que "aquello existió", dice tres cosas
a la vez. La primera es "yo estuve allí"; este es el meollo mismo de la ambición de verdad de
la memoria. Elie Wiesel dice en sus escritos: "yo estuve allí, en el campo de concentración,
en el campo de deportación"; es el momento cuando la memoria resulta irremplazable, no
tiene sucedáneos ni alternativa. "Yo estuve allí" es mi afirmación, es la expresión de lo que
viví, de lo que sufrí; es el logos de ese pathos inicial. Pero el testigo dice también algo más,
no solamente "yo estuve allí", sino también "créeme", esto es, apela a la confianza del otro,
con lo cual el recuerdo entra en una relación fiduciaria, o sea, de confianza, planteándose en
ese mismo momento la cuestión de la fiabilidad del testimonio.

Se puede decir que en ese momento la memoria es compartida: el recuerdo de uno es


ofrecido al otro, y el otro lo recibe. Es entonces cuando el testigo dice una tercera cosa: no
sólo "yo estuve allí" y "créeme", sino que agrega "y si no me crees, pregúntale a otro", pero
a otro que, a su vez, no tendrá mejor cosa que ofrecer que su propio testimonio, puesto que
nunca tendremos algo mejor que nuestro testimonio para incorporar la memoria en el
discurso. El testimonio traslada las cosas vistas alas cosas dichas, a las cosas colocadas bajo
la confianza que el uno tiene en la palabra del otro.
Es así como el testimonio se presta al análisis crítico a través de la posibilidad de
confrontarlo con otros testimonios: nos encontramos aquí en el umbral de la historia.

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En este punto entramos en la segunda fase de la memoria: el documento. Pasamos de la


memoria individual a la memoria colectiva, tránsito perfectamente legítimo, en la medida en
que, gracias al lenguaje, las memorias individuales se superponen con la memoria colectiva.
Decir que nos acordamos de algo, es declarar que hemos visto, escuchado, sabido o
aprehendido algo, y esta memoria declarativa se expresa en el lenguaje de todos,
insertándose así, al mismo tiempo, en la memoria colectiva. A la inversa, la memoria
colectiva descansa sobre una ligazón de memorias individuales, lo que se explica por la
pertenencia de cada uno a una multitud de colectividades, que son otros tantos ámbitos de
identificación colectiva e individual.

El documento marca la transposición de la memoria y del testimonio por la escritura. Un


documento es, en primer lugar, una memoria colectiva archivada, dado que es
fundamentalmente un acopio de testimonios vividos. Es cierro que en la actualidad la noción
de documento rebasa ampliamente la del testimonio, en el sentido de que a los testimonios
intencionales se agregan los testimonios involuntarios. El gran historiador Marc Bloch insiste
mucho sobre este concepto de transición, que él llama "los testigos a su pesar", aquellos
cuyo recuerdo se conserva, pero sin que ellos hayan tenido la intención de hacer historia con
la huella que dejaron. A esto se agrega otra cosa, distinta de los acontecimientos (pues los
testimonios conducen básicamente a algo que ocurre, esto es, a una narración), a saber, los
hechos recurrentes, todo aquello susceptible de incluirse en bloque en las estadísticas, sin
olvidar tampoco los vestigios de todo tipo. Pero todo este conjunto documental se organiza
esencialmente en torno al testimonio. Desde este punto de vista, no debería llegarse a
substituir la memoria por la historia. Cierto es que existe una historia de la memoria, pero es
precisamente una historia de la memoria. ¿Y cuál es la función de la historia con respecto a
la memoria? La amplía en el espacio y en el tiempo; pero la amplía también en cuanto a los
temas, a su objeto: así distinguimos una historia política, una historia social, económica,
cultural, etc. Pero el resultado de ella no es otra cosa que la memoria; se trata de una
memoria de otra especie, que Halbwachs designa con el nombre de "memoria histórica", en
la que se unen memoria e historia. Esta lleva a un alto grado de perfección profesional el
enigma inicial de la memoria, a saber, el enigma de la presencia de lo ausente. Presencia
mediata, pero presencia al fin.

Quisiera terminar refiriéndome a esta presencia del pasado en la evocación. Lo que


honramos del pasado no es el hecho de que ya no existe más, sino el hecho de que alguna
vez existió. Entonces, el mensaje de la historia a la memoria, del historiador al hombre de
memoria, es el de agregar al trabajo de memoria no solamente el duelo por lo que ya no es,
sino la deuda respecto a aquello que fue.

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TRAUMA, TESTIMONIO Y VERDAD


Elizabeth Jelin

Una duda nos asalta sobre la posibilidad de contar.


No es que la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible...
(Semprun, 1997: 25).

¿Qué pueden decir o contar quienes vivieron esas situaciones


«invivibles»? ¿Cuáles son las cuestiones éticas, políticas y, mas
en general, humanas que están involucradas? Los debates
sobre el testimonio permean prácticamente todos los campos
disciplinarios, desde la crítica literaria hasta la crítica cultural
mas abarcadora, desde la filosofía hasta la historia, desde el
hacer político hasta el psicoanálisis, la sociología y la
antropología.

EL TESTIMONIO DESPUÉS DE AUSCHWITZ

Las ref1exiones y el debate sobre la posibilidad y la imposibilidad de testimoniar, sobre la


«verdad», los silencios y los huecos, así como sobre la posibilidad de escuchar, deben su
origen contemporáneo y su potente impulso a la experiencia nazi y al desarrollo de los
debates a partir de ella. En la abundante literatura sobre las víctimas del nazismo y los
avatares de sus narrativas personales y testimonios, hay varias líneas de argumentación y
varios ejes de debate que ayudan a entender y a cuestionar el lugar del testimonio personal
(Wieviorka, 1998, 1999).

En verdad se trata de varios temas diferentes aunque relacionados. En primer lugar, están
los obstáculos y trabas para que el testimonio se produzca, para que quienes vivieron y
sobrevivieron la situación límite puedan relatar lo vivido. En este punto se ubica la
imposibilidad de narrar y los huecos simbólicos de lo traumático. Pero también el silencio
deliberado, «indicador sobresaliente del doble carácter límite de la experiencia
concentracionaria: el límite de lo posible y, por esto mismo, límite de lo decible» (Pollak,
1990: 12). En segundo lugar, el tema se refiere al testimonio en sí, los huecos y vacíos que
se producen, lo que se puede y lo que no se puede decir, lo que tiene y no tiene sentido,
tanto para quien lo cuenta como para quien escucha. Finalmente, esta la cuestión de los
usos, efectos e impactos del testimonio sobre la sociedad y el entorno en que se manifiesta
en el momento en que se narra, así como las apropiaciones y sentidos que distintos públicos
podrán darle a lo largo del tiempo.

El sufrimiento, la situación límite del campo de concentración, el intento (exitoso en su


momento) de negar la condición humana de las víctimas y reducirlas a su animalidad por
parte de los nazis son, a esta altura de la historia, bien conocidos. Han sido retratados en
innumerables formas y vehículos -libros de historia, fotografía, cine, ficción literaria, teatro,
artes plásticas, testimonios de sobrevivientes.

El punto de partida es, en todos estos casos, la huella «testimonial» que queda en los
sobrevivientes. Hay dos sentidos de la palabra «testigo» que entran en juego. Primero, es
testigo quien vivió una experiencia y puede, en un momento posterior, narrarla, «dar

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testimonio». Se trata del testimonio en primera persona, por haber vivido lo que se intenta
narrar. La noción de «testigo» también alude a un observador, a quien presenció un
acontecimiento desde el lugar del tercero, que vio algo aunque no tuvo participación directa
o envolvimiento personal en el mismo. Su testimonio sirve para asegurar o verificar la
existencia de cierto hecho.

Desde la primera acepción de testigo-partícipe, hay acontecimientos y vivencias de los que


no es posible testimoniar, porque no hay sobrevivientes. Nadie ha vuelto de la cámara de
gas, como nadie ha vuelto de un «vuelo de la muerte» en Argentina, para contar su
experiencia o aun silenciar su trauma. Este agujero negro de la vivencia personal, este hueco
histórico, marca un límite absoluto de la capacidad de narrar. Es el hueco y la imposibilidad
humana planteados por Primo Levi, qui en se reconoce en el «deber de memoria» como
testimoniante «delegativo» o «por cuenta de terceros» que les cabe a los sobrevivientes. El
testigo-partícipe que no puede testimoniar es, en el mundo de los campos de concentración
y especialmente de Auschwitz, la figura del «musulmán», aquel que ha perdido su capacidad
humana cuando todavía no había muerto corporalmente:

(...) no somos nosotros, los supervivientes, los verdaderos testigos... La demolición


terminada, la obra cumplida, no hay nadie que la haya contado, como no hay nadie
que haya vuelto para contar su muerte. Los hundidos, aunque hubiesen tenido papel
y pluma, no hubieran escrito su testimonio, porque su verdadera muerte había
empezado ya antes de la muerte corporal. Semanas y meses antes de extinguirse
habían perdido ya el poder de observar, de recordar, de apreciar y de expresarse.
Nosotros hablamos par ellos, por delegación (Levi, 1989: 72-73).

Los sobrevivientes pueden hablar desde lo que observaron. Pero también «vivieron» en el
campo de concentración. Y sin llegar al extremo de la situación sin retorno, los
sobrevivientes pueden dar testimonio como observadores de lo acontecido a otros y, al
mismo tiempo, ser testigos de sus propias vivencias y de los acontecimientos en los que
participaron. ¿Cómo pensar, entonces, la posibilidad del testimonio de los sobrevivientes?

Quienes vivieron la experiencia del campo de concentración y la persecución pueden tener


memorias muy vívidas y detalladas de lo ocurrido, de los sentimientos y pensamientos que
acompañaban esas vivencias. Muchos sintieron la necesidad imperiosa de relatar
insistentemente lo que habían vivido. Primo Levi menciona esta diferencia: «Algunos de mis
amigos, amigos muy queridos, no hablan nunca de Auschwitz (...) Otras personas, en
cambio, hablan de Auschwitz incesantemente, y yo soy uno de ellos» (Levi, 1989: 172).
Semprún, por otro lado, estuvo entre quienes no hablaron hasta cincuenta años después
(Semprún, 1997). Algunos sintieron el imperativo de contar, como si fuera una necesidad
para sobrevivir, además de la más frecuentemente reconocida de sentir que se quiere
sobrevivir al horror para poder contar. Sin embargo, la necesidad imperiosa de contar puede
ser insaciable, y el sujeto puede sentirse siempre traicionado por la falta de palabras
adecuadas o por la insuficiencia de los vehículos para transmitir sus vivencias.

La necesidad de contar puede caer en el silencio, en la imposibilidad de hacerlo, por la


inexistencia de oídos abiertos dispuestos a escuchar. Y entonces, hay que callar, silenciar,
guardar o intentar olvidar. Quienes optan por ese silencio no por ello encuentran tranquilidad
y paz. «EI "no contar" la historia sirve para perpetuar su tiranía» (Laub, 1992b: 79) y a
menudo provoca profundas distorsiones en la memoria y en la organización posterior de la
vida cotidiana. En el extremo, el testigo se debate en una situación sin salida. O cuenta, con

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la posibilidad de perder la audiencia que no quiere o puede escuchar todo lo que quiere
contar, o calla y silencia, para conservar un vínculo social con una audiencia, con el costo de
reproducir un hueco y un vacío de comunicación.

En un nivel histórico general, sostiene Laub, el exterminio nazi logró, durante su propio
desarrollo temporal, convertirse en un evento sin testigos. Ni testigos internos -aniquilados
en su capacidad de ser testigos frente a sí mismos en la figura límite del musulmán- ni
testigos externos. Había quienes captaban y denunciaban, quienes en el interior de los
ghettos y los campos enterraban sus diarios y sus escritos. Lo que estaba ausente era la
capacidad humana para percibir, asimilar e interpretar lo que estaba ocurriendo. EI mundo
exterior no logró captarlo, y en consecuencia nadie ocupó el lugar de testigo de lo que
acontecía. Podría decirse que los marcos interpretativos culturalmente disponibles no
contaban con los recursos simbólicos para ubicar y dar sentido a los acontecimientos.

Hubo imágenes de la entrada de los ejércitos de liberación a los campos, hubo relatos de
sobrevivientes en la inmediata posguerra y hubo también la preparación de libros de
homenaje. En ese momento, sin embargo, el énfasis público estaba en descubrir y
documentar la magnitud de los crímenes. En el juicio de Nuremberg hubo solamente un
testimonio de un sobreviviente. Fue un juicio donde «la prueba» fue fundamentalmente
documental (Wieviorka, 1998, 1999).

El gran cambio en el lugar del testimonio de los sobrevivientes ocurrió a partir del juicio a
Eichman en Jerusalén, en 1961. EI testimonio de sobrevivientes jugó allí un papel
fundamental, no sólo o necesariamente como prueba jurídica, sino como parte de una
estrategia explícita de quienes llevaron adelante la acusación: se trataba de traer al centro
de la escena mundial la memoria del genocidio como parte central de la identidad judía.
Aparece el «testigo» como elemento central del juicio, y a partir de entonces se instala lo
que Wieviorka llama «la era del testimonio», reproducida en escala ampliada en los años
ochenta y noventa (Wieviorka, 1998). La pregunta permanece, ¿quién escucha?, ¿para quién
se testimonia?

Fue necesario el paso del tiempo, e inclusive la llegada de una generación nacida en la
posguerra que comenzara a preguntar e interrogar a sus mayores, para reconocer e intentar
dar contenido a la brecha histórica que se había creado en la capacidad social de
testimoniar, ya que los testimonios no fueron transmisibles, o integrables, en el momento en
que se producían los acontecimientos. Sólo con el paso del tiempo se hizo posible ser
«testigo» del testimonio, como capacidad social de escuchar y de dar sentido al testimonio
del sobreviviente (Laub, 1992). Estamos aquí frente a una de las paradojas del «trauma
histórico», que señala el doble hueco en la narrativa: la incapacidad o imposibilidad de
construir una narrativa por el vacío dialógico -no hay sujeto y no hay oyente, no hay
escucha-. Cuando se abre el camino al diálogo, quien habla y quien escucha comienzan a
nombrar, a dar sentido, a construir memorias. Pero se necesitan ambos, interactuando en un
escenario compartido.

En esta dirección, Laub señala los paralelos entre la escucha en la clínica psicoanalítica y la
escucha en la entrevista testimonial. En ambos casos, dice, el pacto se basa en una
presencia no obstructiva u obstruyente, pero visible y activa de quien escucha. El equilibrio
es inestable y difícil de mantener, la alerta es permanente. La narrativa de la víctima
comienza en una ausencia, en un relato que todavía no se sustanció. Aunque haya
evidencias y conocimientos sobre los acontecimientos, la narrativa que esta siendo producida

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y escuchada es el lugar donde, y consiste en el proceso por el cual, se construye algo nuevo.
Se podría decir, inclusive, que en ese acto nace una nueva «verdad».
El testimonio incluye a quien escucha, y el escucha se convierte en participante, aunque
diferenciado y con sus propias reacciones (sobre los detalles y ejemplos, Laub, 1992). En
este contexto, el testimonio en una entrevista se convierte en un proceso de enfrentar la
perdida, de reconocer que lo perdido no va a retomar, «sólo que esta vez, con una
sensación de que uno no sigue estando solo -que hay alguien que acompaña-... alguien que
dice... Yo soy tu testigo» (Laub, 1992a: 91-92).

Los modos en que el testimonio es solicitado y producido no son ajenos al resultado que se
obtiene. Como señala Pollak, los testimonios judiciales y, en menor grado, los realizados
frente a comisiones de investigación histórica están claramente determinados por el
destinatario. La entrevista de historia oral también implica que el testimonio es solicitado por
alguien, pero se dan en un entorno de negociación y relación personal entre entrevistador y
entrevistado. Finalmente, la escritura autobiográfica refleja una decisión personal de hablar
públicamente por parte de quien lo hace. Cada una de estas u otras modalidades de
expresión indican diferentes grados de espontaneidad, diferentes relaciones de la persona
con su propia identidad y diferentes funciones del «tomar la palabra» (Pollak, 1990;
Bourdieu, 1985).

En todos los casos, hay una presencia de otro que escucha activamente, aun cuando haya
distintos grados de empatía. Cuando no ocurre este proceso empático, cuando el contar -
repetitivo o no- no incluye a un otro que escucha activamente, puede transformarse en un
volver a vivir, un revivir el acontecimiento. No necesariamente hay alivio, sino una
reactualización de la situación traumática. «La ausencia de un oyente empático o, de manera
más radical, la ausencia de un otro a quien dirigirse, un otro que puede escuchar la angustia
de las propias memorias y, de esa manera, afirmar y reconocer su realidad, aniquila el
relato. Y es precisamente esta aniquilación final de una narrativa, que no puede ser
escuchada y de un relato que no puede ser presenciado o atestiguado, lo que constituye el
golpe mortal» (Laub, 1992b: 68).

¿Cómo se genera la capacidad de escuchar? No se trata de la escucha «interna» de quienes


comparten una comunidad y un nosotros. En esos ámbitos, la narrativa testimonial puede a
veces ser una repetición ritualizada, mas que un acto creativo de diálogo. Se requieren
«otros» con capacidad de interrogar y expresar curiosidad por un pasado doloroso,
combinada con la capacidad de compasión y empatía. Sugiero que la «alteridad» en diálogo,
más que la identificación, ayuda en esa construcción. Y esto no es siempre posible. Semprun
se pregunta: «¿Puede oírse todo?» (Semprun, 1997: 26).

Los psicoanalistas se especializan en esa labor de escucha, pero en función terapéutica y,


por lo común, de manera individual. Para que haya proyectos sociales de escucha y rescate
de testimonios se requiere no solamente la existencia de «emprendedores de la memoria»,
sino algunas cualidades especiales de esos proyectos. Se requieren entrevistadores y
escuchas sociales comprometidos con «preservar», pero también atentos a los procesos
subjetivos de quien es invitado a narrar.

En el plano societal, es posible identificar algunos de esos «otros» dispuestos a escuchar en


el suceder de las generaciones. Son las nuevas generaciones que interrogan, que preguntan,
sin los sobreentendidos que permean el sentido común de una generación o grupo social
victimizado. También pueden cumplir esta función otros «otros» -quienes se acercan desde

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otros marcos históricos y otras culturas-. El diálogo intercultural, como en muchos otros
procesos sociales, es también aquí fuente de creatividad.

Hay dos puntos más que son estimulados par la ref1exión a partir del exterminio nazi. El
primero, señalado por Lanzmann con relación a los testimonios recogidos en su película
Shoá, se refiere a la imposibilidad de comprender lo ocurrido. Lanzmann insiste en su punto.
No se trata de comprender o entender las causas del exterminio para poder elaborar un
mensaje orientado a la transmisión. Hacer la pregunta de por que fueron muertos los judíos,
dice Lanzmann, es una obscenidad. No es desde la comprensión de causas y condiciones, de
motivos o de conductas, que la experiencia se registra. Es, en todo caso, desde lo que no se
comprende, desde lo que resulta incomprensible, que se genera el acto creativo de
transmitir (Lanzmann, 1995).

Esta imposibilidad de comprender puede ser entendida como límite. La pregunta del por qué
y los intentos de desentrañar la matriz política, ideológica, psicológica, social y cultural que
llevó a esa situación límite han sido motores permanentes de investigaciones e indagaciones
en todos los ámbitos del saber. En este plano, no se trata de la obscenidad sino de la
inquietud y la ansiedad del conocimiento.

Un segundo punto tiene que ver con la relación entre testimonio y «verdad». Al trabajar
sobre la relación entre testimonio y trauma, el eje de la consideración de la «verdad» se
desplaza de la descripción fáctica -cuántas chimeneas había en Auschwitz es el tema en
debate provocado por un testimonio de sobreviviente, entre entrevistadores e historiadores,
como relata Laub (1992)- a la narrativa subjetivada, que transmite las verdades presentes
en los silencios, en los miedos y en los fantasmas que visitan reiteradamente al sujeto en sus
sueños, en olores y ruidos que se repiten. O sea, se reiteran aquí los dilemas de la «verdad
histórica» y la fidelidad del recuerdo (Portelli, 1998b; Ricoeur, 2000).

Museo del Holocausto – Bs. As. Yad Vashem - Jerusalém

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ELOGIO DE LA MEMORIA
Elie Wiesel

Memoria, olvido, justicia, injusticia, amnistía, sufrimiento, duelo: estos son temas que
inflaman los espíritus cuando se los asocia a las tragedias de este siglo, pero sobre todo a la
que vivimos nosotros aquí en Europa, que se designa tan parcamente como el holocausto o
la Shoá. De inmediato uno se siente desarmado, no sabe que mas decir.

Dominique Schnapper recordó el hecho de que los deportados no hablaron, porque nadie
quería creerles, lo cual es cierto. Cuando ellos volvieron en 1945, querían contar su tragedia,
pero nadie estaba dispuesto a escucharlos. Entonces, se dijeron ¿y para qué? Por lo menos
en el caso de un adolescente judío que conozco bien, éste esperó diez años para escribir su
primer libro, para encontrar las palabras, el lenguaje, que aún no ha encontrado, por lo
demás; todavía los busca. Pero aparte de eso, por aquella época en todo el mundo, tanto
aquí en Francia como en America o Palestina, se decía a los que regresaron "Mire, trate de
olvidar, es mejor. Se sentirá mejor. Es una pesadilla. Es mejor dar vuelta la página". Ese era
el discurso que los ex prisioneros escuchaban por doquier. "Rehaga su vida normal; sea
feliz", nos decían, "olvide!" El olvido era, pues, un consejo pedagógico y terapéutico para los
jóvenes, para aquellos jóvenes que se habían vuelto viejos; para los viejos, que en realidad
no eran tan viejos, ya que después de aquello no quedaron viejos, salvo los que regresaron
sin edad.

Además, uno se decía que aun en el caso de que contara, ¿de qué podría servir? En una
novela hay una escena que me obsesiona. Se trata de una escena donde se describe una
masacre ordenada por un oficial de la SS, que tuvo lugar en un bosque en algún lugar de
Europa Oriental. Mataron a todo el mundo menos a un estudiante. El SS dispara, pero el
estudiante no cae; le dispara nuevamente, pero el estudiante aun no muere. EI SS le dice:
"¿Por qué no te mueres?" Y el estudiante responde "Porque yo soy el último". Entonces, el
oficial le dice: "Eres un loco. Un día me vas a maldecir por haberte dejado con vida. Crees
estar en posesión de la verdad, pero es la verdad de un loco. Podrás hablar, contar a la
gente lo ocurrido, pero ellos se encogerán de hombros."

Muchos se preguntan como es posible que la gente no haya creído. Y sin embargo, no
creyeron. Igual cosa ocurrió durante la guerra. La información estaba al alcance de todos;
ahora se sabe. La BBC difundía el programa "Los franceses hablan a los franceses", en el
que se informaba sobre masacres; en Estados Unidos el New York Times había publicado
algunos artículos sobre este tema; en Londres, en Estocolmo, en el Vaticano... se sabia. Pero
entre la información y el hecho de saber había un puente que no se podía cruzar. Así, la
información no se transformaba en conocimiento. De modo que ni siquiera los que estaban
dentro podían creerlo. Respecto a esto último, se también de un muchacho judío que tenía
quince años en aquella época, quien, habiendo llegado a Birkenau, se paso tres días a la
sombra de las llamas sin poder creer que estaba allí, sino que pensaba que estaba soñando,
que tenía pesadillas. Y sin embargo, estaba allí. Su madre ya no estaba, su hermana
tampoco. El todavía estaba allí, con su padre. Tiraba del brazo de su padre y le decía: "Pero
esto no puede ser verdad." Por cierto que ustedes podrán pensar que en lenguaje
psicológico eso se conoce como la resistencia a creer, a aceptar ciertas cosas; pero, además
esta el echo de que las víctimas, desgraciadamente, eran demasiado humanas. Tenían fe en
la humanidad del ser humano. Y se decían, por tanto: "Pero no es posible que una persona,

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que un ser humano haga algo así; no puede hacer esto." Lo que las victimas no sabían era
que lo inhumano forma parte de la condición humana.

En cuanto al duelo, al duelo contenido, sepan ustedes que durante e inmediatamente


después, uno no llevaba duelo. No sabíamos como observarlo. Al interior de los campos de
concentración, cuando un padre moría, su hijo no sabía qué hacer. No había leyes.
Normalmente hay leyes muy estrictas sobre el duelo en todas las religiones, sobre todo en la
religión judía. Después de la guerra tampoco había señales de duelo. Tomó semanas, meses,
quizás, para que asomaran las lágrimas. Ya no había lágrimas. Tal vez las víctimas tenían
miedo de que, si se ponían a llorar, no podrían parar mas, miedo de llorar hasta la muerte,
hasta el fin de los tiempos.

Digo todo esto para transmitirles que esta experiencia no ha sido fácil. Desde que se toca la
arqueología del silencio que cubre dicha experiencia, no se sabe qué mas decir.
¿Cuáles son las lecciones más simples, más concretas que se puede sacar de esto? Cuando
comenzó la guerra en Bosnia, algunos de nosotros fuimos para allá de inmediato. Pero fue
una gran decepción. Fui a ver a todo el mundo, al presidente de Estados Unidos, al
presidente de Francia, a muchos ministros. Ninguno de ellos hizo nada, a pesar de que les
dije: "Yo estuve ahí, he visto a las víctimas y he hablado con ellas; yo vi lo que esta
pasando." Nada. Esto es grave, porque si el mundo occidental hubiera actuado de inmediato,
les juro que los asesinos no habrían podido asesinar, se habría evitado la masacre. Pero
había que actuar rápido. Una de las lecciones que hemos aprendido es que no se debe dar
tiempo al enemigo de la humanidad para que se recupere, para que se fortifique; hay que
intervenir de inmediato. Lo mismo puede decirse con respecto a Ruanda y a tantos Otros
dramas que conocemos o que ignoramos. Hay masacres de las que los periodistas no tienen
noticia. Pero debemos recordar incluso lo que ignoramos. Ese es el problema. Por ejemplo,
el caso de Argelia y sus brutales masacres, su barbarie. Y el mundo, como suele decirse, se
queda callado.

¿Es ésta una repetición de la tragedia de Caín y Abel? Durante mucho tiempo me he
preguntado por qué la Biblia comienza por esa historia horrible entre dos hermanos. Quizás
sea para enseñarnos algo: en primer lugar, que se puede ser hermanos y, no obstante,
odiarse el uno al otro, matarse el uno al otro, y, lo que es mas importante aun, que cada vez
que alguien mata, mata a su hermano. Esta lección todavía no se ha aprendido.

Hay en la Biblia una mujer que a mi me gusta mucho; se trata de la mujer de Lot, el sobrino
de Abraham. Los ángeles bajaron para anunciarle: "Sodoma va a ser incendiada por ser una
ciudad pecadora. Apresuraos, partid pronto, pero no miréis nunca hacia atrás." Todos los
que estaban con Lot obedecieron la orden, según los designios de los ángeles, menos su
mujer, que volvió la vista atrás, y ustedes ya saben lo que le ocurría, porque lo dice la Biblia:
se convirtió en estatua de sal. De acuerdo con algunas leyendas, dicha estatua todavía existe
en alguna parte. Pues bien, yo tiendo a estar de su lado. Es tan humano mirar hacia atrás.
Ella iba a dejar su casa, una parte de su familia, ¿cómo no querer mirarlos una última vez?
En lo que a mi respecta, yo miro hacia atrás todo el tiempo. Veinte años después de haber
dejado mi casa, volví a mi ciudad. No la reconocí, porque no había cambiado. Las casas
seguían iguales, los árboles, los parques, los bancos; abrí el portón y escuché el mismo
chirrido... Sin embargo, ahí ya no quedan judíos. En mis tiempos había unos quince mil;
ahora no pasan de sesenta. A menudo me pregunto: ¿dónde quedó la memoria de esa
ciudad? ¿Quién protege su memoria? El único lugar donde me sentí en mi casa fue en el
cementerio. Y me dije, "¿ahora son posiblemente los muertos los que protegen esa

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memoria?" Pero, ay de la humanidad si la protección de su memoria está más bien a cargo


de los muertos que de los vivos. La memoria es algo que llevamos en el corazón. Lo peor
que nos podría suceder es olvidar. Una de mis novelas mas pesimistas se llama L'Oublié (El-
olvidado), en la que cuento la historia de un hombre que pierde la memoria y que esta
consciente de lo que le pasa. Comparé a este hombre que sufría el mal de Alzheimer con un
libro. Todos los días se arranca una página, y otra más, hasta que al final no quedan más
páginas. Solo queda la cubierta; se acabó. Es la mayor tragedia que pueda imaginarse. Es el
cáncer del ser, de su identidad. Después de eso no hay nada: no más fervor, no más
curiosidad, no más memoria. A mi no me gustaría que esta sociedad, que es la nuestra,
fuese víctima de semejante enfermedad. Esa es la razón por la que trabajamos juntos. Estoy
muy contento, realmente contento, de ver a tantos jóvenes junto a nosotros en este
coloquio. A jóvenes estudiantes de segunda enseñanza. Por un lado, os compadezco, porque
intentamos poner sobre vosotros y en vosotros una carga demasiado pesada para vuestra
edad. Pretendemos que vosotros asumáis una experiencia que no es la vuestra. Vosotros no
estuvisteis allí en absoluto, vosotros jamás podréis saber lo que fue, y no obstante, nosotros
pretendemos que vosotros lo sepáis. Existe en esta dialéctica una tensión que quizás sea el
basamento de todo lo que hacemos en tanto que educadores, periodistas, escritores,
profesores: investigadores.

Escuchad una bella historia, una historia jasídica que resulta apropiada. Un gran maestro, el
rabino Nahman, cuenta que un rey leyó en las estrellas que todos los que comieran de la
próxima cosecha se volverían locos. Llamó, entonces, a su consejero y le dijo: "Durante todo
este tiempo, mientras todos nos volvamos locos, tú comerás la buena mies. En esta forma,
tú serás el único que se mantendrá cuerdo. Pero cuando todos estemos locos, tú tendrás
que ir de ciudad en ciudad, de calle en calle y de casa en casa gritando con todas tus
fuerzas: 'Buenas gentes, no os olvidéis que estáis locos'" Esto es precisamente lo que
tratamos de hacer juntos, de decirle a un mundo inhumano: "Mundo, no olvidéis que es
locura matar, que es locura odiar. Conjurar toda la fuerza creadora del hombre para
transformarla en mal, en crueldad, es locura. No lo olvidéis, se trata de vuestra vida." Y
también de la nuestra.

Salvador Dalí

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Izkor – ‫יזכור‬
Abba Kovner

Recordemos a nuestros hermanos y hermanas, las casas en la ciudad y en el campo


Las calles de la aldea bulliciosas como un río
Y el solitario paradero
El anciano y su rostro
La Joven y sus trenzas
El bebé
Las miles de comunidades de Israel y sus humanos
Toda la colectividad de los judíos
Que sucumbió en el exterminio en manos del asesino Nazi
Quien grito y cayó en su grito
La mujer abrazando a su bebe y que sus brazos se desplomaron
El bebé cuyos dedos buscan el pezón materno y este esta azul de frío
Las piernas que buscaron salida y ya no había
Y las manos cerrándose en puños
Y los puños que levantaron el hierro
Y el hierro que se transformó en el arma de la esperanza, de la desesperación y de la
rebelión
Y ellos de corazón generoso
Y ellos con sus ojos abiertos
Son los que se arrojaron sin posibilidad de salvar
Recordemos el día, su mediodía
El sol que ascendió sobre el altar sangriento
Los cielos altos y mudos
Recordemos los montículos de cenizas debajo de los jardines florecientes
Recordará el vivo a sus muertos
Porque ellos nos enfrentan
Y sus ojos alrededor
Y no cesaremos, no cesaremos hasta que seamos dignos a su memoria
Recordará el vivo a sus muertos
Porque ellos nos enfrentan
Y sus ojos alrededor
Y no cesaremos, no cesaremos hasta que seamos dignos a su memoria
Recuérdennos ¡hermanos queridos!
Jaim Guri - Poeta israelí que participó en la organización de la inmigración
clandestina y en la guerra de la Independencia de Israel

Recuérdennos ¡hermanos queridos!


Con el alba partimos en grupo
Y al atardecer ya no estábamos vivos.
El fuego lamía los montes,
En el valle la batalla rugía,
Y la muerte cayó
Y nosotros, en ella.
En larga y apesumbrada hilera
Caminábamos juntos.
Recuérdennos hermanos,
Nuestros corazones fueron volados
Por esquirlas de plomo.
Y se oyen las voces,
La risa y el canto,
La alegría del festejo logrado.
Y nosotros –
No estamos.
Con tristes flores
NUESTRAS TUMBAS MARCARON.
Recuérdennos hermanos y amigos
¡POR LA VIDA ES QUE HEMOS CAÍDO!

Comunidad
Eliézer Shweid

“El principio de comunidad fue descubierto por el pueblo judío desde que habitaba en
su tierra.
Su origen esta en el Tanaj, y mientras aceptó el pueblo sus preceptos, fue la “Eda”, el
“Kahal”... La primera unidad que amalgamaba familias tribus y pueblo.
Más aún, el principio comunitario es el principio de familia – la célula social más
pequeña – y es también el principio de la unidad del pueblo – la unidad social más
grande -. Nos referimos al principio de pacto, pacto interpersonal, pacto interfamiliar,
pacto entre tribus y edot, y en el futuro, pacto entre los pueblos. ¿Qué caracteriza a
una sociedad basada en el pacto? La primacía de una conciencia de responsabilidad
y compromiso mutuo que tienen los seres humanos entre sí por el hecho de ser
humanos. La diferencia entre lo humano y lo animal se expresará, en este caso, como
la diferencia entre la agrupación motivada por el reconocimiento de una obligación
moral ancestral y la que lo es por los instintos naturales”
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¿SÓLO PUEDE CONSTRUIRSE EL FUTURO SOBRE


LA MEMORIA DEL PASADO?
Humberto Eco

La memoria triunfa siempre, porque es muy difícil olvidar.


Desde los albores de la antigua Grecia hasta la época barroca,
la gente se preocupó de desarrollar la mnemotecnia, el arte de
la memoria. Era un esfuerzo descabellado y sublime, a la vez,
destinado a ayudar al hombre a recordarlo todo, la totalidad
del saber conocido. Pero ya en la época en que existía esta
tradición mnemotécnica, se planteó el problema de saber si
existía también una técnica para olvidar.

Según los mnemotécnicos clásicos, se olvida por enfermedad, por trepanación cerebral, por
represión, por ebriedad o por accidente. Pero, según parece, es imposible olvidar a voluntad.
Se ha intentado muy seriamente descubrir técnicas para olvidar. Gesualdo, en su Plutosofía,
propuso un experimento: imaginar una habitación repleta de símbolos de recuerdos que se
quiere olvidar, y representarse a si mismo en el momento de arrojarlos por la ventana. Pero
este experimento demuestra que lo único que se consigue es reforzar los recuerdos que se
quería eliminar. Los que saben que es lo que quieren olvidar -un amor desdichado, la muerte
de una persona amada o la ignominia de una humillación-, saben también que mientras más
se esfuerzan por borrar un recuerdo, lo que consiguen es que la imagen que queremos
eliminar se sitúe con mas fuerza en el centro de nuestra conciencia.

Tal mecánica individual que nos impide olvidar, esta imposibilidad de hacer un arte del olvido
personal, no existe tratándose de colectividades. Quizás esto se deba a que la memoria
colectiva ha sido delegada en especialistas, en los historiadores, en los archiveros, en los
periodistas, que pueden elegir entre el silencio, la reticencia, la censura.

Sin embargo, no se trata solamente de eso, pues tal memoria colectiva se las arregla, a
veces, para sobrevivir a las censuras del poder y a los silencios de los historiadores. Ocurre
que, para restablecer la concordia, para favorecer una nueva alianza, el poder político se
calla y pasa en silencio la xenofobia, la memoria de una guerra, de una invasión, de una
colonización. Pero la memoria colectiva resiste: la gente murmura, la memoria subsiste por
el cotilleo, la sátira, los cotidianos actos de desconfianza.

Por consiguiente, no siempre es la razón la que hace que las colectividades olviden. Se
debería hablar a este respecto de un olvido metafórico, puesto que no se trata de la
supresión de algo que ellas ya sabían, sino de una ausencia de saber. Lo que sucedió
realmente y que se conserva en los archivos no llega hasta el cuerpo social. Se descubre
entonces que los jóvenes tienen una noción imprecisa del pasado reciente, que no saben
quien era Truman, que no son capaces de situar en coordenadas temporales exactas las
Guerra de los Treinta Años, que confunden con la Guerra de los Cien Años.

Este bloqueo de la memoria colectiva parece afectar cada vez más a las nuevas
generaciones e incluso a los adultos. La causa del fenómeno es el exceso de información que
merece ser almacenada en la memoria. El saber histórico nos abruma. Antiguamente, la
única forma que tenía la gente de conocer su pasado era por medio de leyendas, de

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simplificaciones poco realistas. El mundo moderno, en cambio, ha elaborado una técnica


historiográfica rigurosa, de manera que hoy sabemos lo que nuestros antepasados no
sabían. Este depósito de memoria histórica ha llegado a ser excesivo.

Estamos estupefactos frente a los archivos del pasado del mismo modo como nos sentimos
desconcertados ante ese archivo del presente que es la World Wide Web de Internet.
¿Buscamos información sobre un tema cualquiera? Como respuesta obtenemos una lista con
diez mil sitios. Nuestro poder de discriminación y de elección se paraliza; optamos por
renunciar. Saber demasiado es lo mismo que no saber nada.

Igual cosa ocurre con el saber histórico. Algunos rehúsan conscientemente a saber
demasiado. En el departamento de Filosofía de una gran universidad norteamericana, un
eminente colega había hecho poner un anuncio donde se leía: "Prohibida la entrada a los
historiadores de la Filosofía". El mencionado colega me explicó que no tenía mayor
importancia saber si tal o cual idea había sido elaborada por Aristóteles o por Descartes,
porque, o bien es falsa, y entonces no vale pena reflexionar demasiado sobre ella, o bien
puede ser verdadera y valida para mí, en cuyo caso debo descubrirla en el curso de mi
investigación personal. Y en ese contexto personal, la misma adquirirá un valor distinto al
que tenía originariamente. Mi respuesta a este colega fue la siguiente: "Pero si sabes que tal
idea fue propuesta por Aristóteles, podrás evitar los errores que otros han cometido, podrás
descubrir que la misma no podía prosperar. Eso puede ayudar." Su reacción, sin embargo,
fue casi fundamentalista, debido a que tenía la impresión de que el exceso de memoria
anularía su capacidad de invención.

Ahora bien, el problema no es el de formular por enésima vez la máxima Historia Magistra
Vitae. Digámoslo claramente: la historia no nos enseña a actuar; de lo contrario Hitler no
habría emprendido la campaña de Rusia, puesto que tenía ante sus ojos el ejemplo histórico
de Napoleón. Y no nos enseña a actuar, porque nuestros deseos nos inducen siempre a
reinterpretarla de mala fe.

No obstante, es la memoria del pasado la que nos dice por que nosotros somos los que
somos y nos confiere nuestra identidad. Los individuos están conscientes de esto, como
aquellos niños expósitos que se esfuerzan por descubrir sus orígenes para subsanar esa
carencia fisonómica que los hace desgraciados, psicológicamente imprecisos, desfigurados
por no tener un rostro definido. Cuando en algunas universidades norteamericanas veo a
estudiantes negros que rechazan oír hablar de Shakespeare o de Julio César, y sólo aceptan
que se les hable sobre los mitos de los dogones o sobre la historia del imperio de Mali,
experimenta la sensación de una nueva "ghettisación", porque su problema no es solamente
recuperar la identidad cultural de sus ancestros. Los occidentales deberían hacer suya
también esa identidad y estudiar, asimismo, el imperio de Mali paralelamente al imperio
carolingio. Pero no se trata tampoco de estudiar el imperio de Mali y olvidarse de
Shakespeare, porque la identidad de un negro americano depende también, necesariamente,
de Shakespeare y de Julio César. Y si no acepta esta verdad, ni siquiera entenderá por qué
va a ver la película Titanic, ni las emociones que siente. Habiendo nacido en el continente
americano, los estudiantes negros son igualmente hijos de la memoria de Occidente:
privarlos o privarse de esta memoria representa un despojo, una herida, una imposición que
los margina una vez más.

Esto nos permite entender por que nuestra memoria debiera ser voraz, absorberlo todo para
construir nuestra identidad, tanto en el Tercer Mundo como en Europa. En la memoria

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histórica de las escuelas occidentales fue necesario inventar a Asterix para que los niños
italianos aprendieran lo que los niños franceses ya sabían, esto es, que además de la historia
de los romanos, está también la historia de los galos. Traten de imaginar lo que sería para
los niños de Europa un libro de historia que hablase al mismo tiempo de los celtibaros y de
los sármatas, de la revocación del Edicto de Nantes y la revuelta napolitana de Masaniello,
de Magallanes y de las razones centenarias por las cuales Kosovo o El Líbano son lo que son
actualmente; de los protestantes suecos y de los judíos españoles antes de la Reconquista,
de Santa Hildegarda de Bingen y de Santa Catalina de Siena ... i20.000 páginas! iNo hay que
reírse! iO libros de 20.000 paginas o manuales nacionalistas! ¿Cuál será la solución? La
solución es que habrá que elegir para poder hacer frente al exceso de información.

Sin embargo, deberíamos encontrar un medio para recordar lo que nunca hemos sabido.
Este problema me obsesiona desde hace mucho tiempo: ¿cuál será el futuro de los libros?
Desde mediados del siglo XIX se comenzó a hacer libros a base de madera en lugar de tela.
Pues bien, mientras que todavía se puede leer un incunable en la actualidad, un libro
publicado en la segunda mitad de este siglo tiene una vida útil de poco más de setenta años,
e incluso menos si se trata de uno editado por Vrin en los años cincuenta; todas mis obras
de Gilson se están cayendo a pedazos. Se sabe que hay muchas formas de salvar un libro:
tratamientos químicos (pero son demasiado costosos para bibliotecas que tienen diez
millones de volúmenes), memorización informática (pero hay que tener en cuenta la
fragilidad del soporte magnético), el microfilm (pero es un material que solo pueden utilizar
los iniciados), reimpresiones sucesivas (pero entonces la permanencia en el tiempo
dependería exclusivamente de los editores y los comerciantes).

Debería haber un comité de sabios que


decidiera que libros salvar. Yo espero de
todo corazón no tener nunca que formar
parte de tal comité, porque me sentiría
culpable de parricidio. Pero nuestro deber
maldito y nuestro privilegio no querido
será decidir, de alguna manera, que es lo
que merece la pena de ser recordado.

“Agobiados por nuestro conocimiento


histórico, no podremos rechazarlo", decía
Nietzsche. Y tenía razón: nuestro saber
histórico nos agobia. Sin embargo,
debemos rechazar su rechazo e ir más allá
de su bien y de su mal.

Remo Bianchedi

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MEMORIA Y OLVIDO
Argentina y el "Nunca Más"

Hoy la mayor parte de los psicólogos, filósofos, sociólogos y


pedagogos que reflexiona sobre la memoria sostienen que ésta
tiene una naturaleza social, esto es compartida. Aún cuando
involucre un proceso individual, éste se basa en interacciones
con otros ya sean personas, objetos o palabras dichas por
alguien. También se plantea que la memoria es una
construcción activa: no es nunca una repetición exacta de algo
pasado sino una construcción que cada uno realiza dependiendo
de su historia, de sus disposiciones, del momento y el lugar en
que se encuentra.
Es decir, no es que hay un "quantum" de memoria que está desigualmente distribuido entre
los seres humanos; sino que cada uno construye la propia en activa interacción con los
demás.

Así definida, la memoria parece tenar mucho que ver con el pasado y con el presente, con
un pasado que se activa o se reconstruye y tiene efectos actuales. Pero también determina
una relación con el futuro, en tanto éste parece abrirse desde ciertas posibilidades que uno
imagina hoy y que están cargadas de historia. Podemos pensar en los motivos que llevan a
elegir una carrera o actividad o en los vínculos afectivos a los que les otorgamos "alguna
chance de futuro". Aún en las decisiones que implican romper con lo anterior que se fundan
en un rechazo a una situación actual o pasada, hay una carga de memoria.

Por esto la memoria tiene mucho que ver con la posibilidad de que el NUNCA MÁS vaya más
allá de una consigna y se convierta en un acuerdo básico de la memoria argentina. Para
nosotros repensar la historia, reconstruir otras memorias que, por dolorosas y trágicas han
sido silenciadas, ocultadas, pero que siguen teniendo múltiples efectos en la política y en la
sociedad, es también contribuir a pensar otro futuro, a imaginar y construir una sociedad
donde las desapariciones y torturas no estén presentes.

Las sociedades también tienen memoria: los valores, actitudes, leyes, intercambios
compartidos, implican continuidades y rupturas con tradiciones, con la cultura que nos ha
sido transmitida desde otras generaciones anteriores a la nuestra. Hay recuerdos y hay
símbolos que nos identifican que están cargados de memoria. Esta es la memoria colectiva
que se transmite oralmente por medio de textos, monumentos o rituales colectivos que
conforma nuestra identidad colectiva. Así la memoria colectiva es una construcción social
que define identidades comunes para todos, puntos de referencia similares y la identificación
con una comunidad. Esta construcción no es inocente: intervienen diferentes grupos sociales
o tradiciones culturales que imponen sus visiones.

La memoria siempre implica seleccionar información porque es imposible recordarlo todo. En


éste sentido, no hay memoria sin olvido. Dado los problemas que suscita la memoria y el
olvido en el plano social (cuando ciertos grupos sociales quieren imponer su visión a la
sociedad aún cuando haya dentro de la misma, minorías o mayorías excluidas de esa
identidad colectiva) cabe preguntarnos: ¿quién y cómo determina qué se debe recordar y
que se debe olvidar? ¿Qué consecuencias tiene esto para el funcionamiento de la sociedad?

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Así lo plantea Yerushalmi al trabajar el tema de la memoria del Holocausto: "Si tanto
tenemos necesidad de recordar como de olvidar, ¿dónde debemos trazar la frontera? ¿de
qué deberíamos acordarnos? ¿qué podemos autorizarnos a olvidar?”

Para nosotros el NUNCA MAS debe ubicarse en la lista de lo que no debería olvidarse,
precisamente porque tiene que ver con la afirmación de un principio básico de cualquier
sociedad que es defender el derecho a la vida de todos y cada uno de sus miembros. Éste
derecho fue vejado durante la dictadura militar, hasta las formas más crueles y perversas
que es posible concebir. En éste sentido, no se trata solo de tomar posición frente a un
hecho aberrante, sino establecer un acuerdo básico para defender la prohibición de matar
como principio de la vida social.

La memoria Colectiva se nutre de muchas fuentes: relatos, historia profesional, documentos,


monumentos, rituales. Según el historiador Pierre Nora, en una sociedad dada pueden
identificarse Lugares de Memoria que condensan y simbolizan acontecimientos o
experiencias que son parte de la identidad colectiva: monumentos, museos, plazas públicas,
libros, símbolos, películas, o canciones. Todos ellos tienen la capacidad de hacernos recordar
una fecha, una lucha, un momento que en el largo plazo significa un elemento importante
para la comunidad.

La pregunta central que uno se plantea al revisar la parte de la historia del NUNCA MÁS es
cómo recobrar esperanzas tras el horror, cómo vivir con esto, cómo reparar las heridas.
El filósofo Yerushalmi se pregunta: “Es posible que el antónimo de olvido no sea la memoria
sino la justicia”
La reparación de las heridas no siempre incluye el perdón, quizás porque sea necesario
definir que hay límites que una sociedad no debe traspasar y crímenes que no debe
perdonar. A nuestro juicio, no se trata de abonar resentimientos ni de promover odios que
nos dejarían a todos fijados en un pasado terrible, sino de no olvidar, ni dejar de plantear
aunque sea por un instante, que juzgar al criminal representa defender la causa de la
humanidad, la causa de la vida. No se trata venganza sino de recordar los principios sobre
los cuales es posible una sociedad.
Párrafos extraídos de: "HACIENDO MEMORIA EN EL PAÍS DE NUNCA MÁS"
Dussel-Finocchoio-Gojman

Luis Felipe Noe

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