Está en la página 1de 2

APUNTES SOBRE EL BUENISMO

Roberto Echeto
Julio 21, 2016

 El buenismo se basa en la creencia (no sé si cristiana o new age) de que si soy bueno, todo
es bueno y el futuro será mejor.  En todas partes unos señores insatisfechos se dedican al
narcotráfico, al terrorismo, a la delincuencia común y matan gente, mientras nosotros disertamos
sobre lo bueno que es ser bueno, y evadimos discutir con seriedad, a cielo despejado, qué hacer
con ese malevaje universal que aterra al mundo.

 En mi país se cree que si seguimos el camino de la mesura y «no caemos en


provocaciones», habrá elecciones y desplazaremos al gobierno «pacífica, democrática y
constitucionalmente». Pasan los años y seguimos viendo degradación y más degradación a nuestro
alrededor porque el gobierno sigue ahí, terco, violento e inútil como siempre. 

 Un loco atropella a ochentitantas personas con un camión, otro demente hiere a cinco
personas con un hacha en un tren, unos depravados se vuelan a sí mismos en un aeropuerto o
dejan un carro bomba frente a una heladería, un orate mata a cincuenta o sesenta personas
dentro de una discoteca... ¿Y de qué habla la multitud? De Pokemón Go, de que en Barcelona hay
una playa para perros, de que Melania plagió a Michelle, de que cinco o seis idiotas se bajaron de
un avión porque la tripulación estaba constituida sólo por mujeres. 

  La multitud también saca a relucir los discursos de la corrección. «No somos como ellos».
«Hay que promover el diálogo». «No caigamos en su juego». «La historia está de nuestro
lado».  ¿Cómo se combate esa actitud que disfraza de bonhomía las flacideces del alma?  ¿Cómo
se combate el uso del discurso sobre la bondad y el bien para no abordar lo grave y lo urgente?
¿Cómo se le dice al prójimo que no hable del bien para ocultar que no tiene ganas de resolver los
graves problemas que hay que resolver?  ¿Cómo se convence a los buenistas de que lo único que
logran con sus diatribas medianas es la parálisis general?

 Los discursos bondadosos transforman nuestras vidas en una interminable postergación.


Renunciamos a enfrentar situaciones cuya solución no es limpia ni bella ni fotogénica ni
bondadosa. Renunciamos porque creemos que lo malo se disuelve en el aire o que se resuelve
solo. Nos decimos a nosotros mismos que hicimos bien en no pensar ni opinar ni actuar sobre eso
que es feo y terrible, que son mejores (más sanas, más seguras, más cómodas), la inacción, las
banalidades que distraen o los actos simbólicos que nos hacen creer que hacemos lo correcto.

 De la constante procastinación sólo los malevos y los pandoros se benefician. Unos
porque no encuentran resistencia que detenga sus fechorías. Otros porque viven de predicar el
bien, de normalizar lo anormal, de analizar el análisis, de redundar en lo redundante.   Toda
persona debería saber que hay momentos en la historia en que la humanidad se reta a sí misma.
Por lo general las dudas que semejantes desafíos plantean, se reducen a una misma fórmula:
¿cuán civilizados podemos ser ante el horror? ¿Cuánto de civilización podemos conservar cuando
las circunstancias amenazan nuestra propia supervivencia?

 Sepan que ese dilema es falso, que sobrevivir es parte del proyecto de la civilización, que
hacer lo que esté a nuestro alcance para hundir los planes de quienes intentan borrarnos, no es
falta de humanidad ni salvajismo; es un deber, el verdadero deber de quienes quieren vivir en paz

También podría gustarte