Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Entrevista a Miguel
Benasayag
Por Editores Topía - Publicado en Agosto 2011
Miguel Benasayag es filósofo y psicoanalista. Nació en la Argentina y se exilio en Francia a fines
de la década de los‘70. Es autor de más de veinte libros de ensayo, podemos destacar Le Mithe de
l`individu, Résistir cést créer (en colaboración con Florence Aubenas). Su último libro publicado
en castellano fue Las pasiones tristes. Sufrimiento psíquico y crisis social (en colaboración con
Gérard Schmit). En esta entrevista que le realizó la revista Topía conceptualiza su experiencia en
“laboratorios sociales” que viene realizando en Francia, Brasil e Italia.
–Es muy difícil, de todas maneras, romper la idea de que el crecimiento es bienestar...
–El crecimiento no puede ser una cuestión de creencias de la que se está a favor o en contra.
Es un efecto de un acumulado de luchas. La cuestión para mí es si somos capaces de
ampliar el espacio de la producción común, de la producción no capitalista.
–¿Entonces...?
–El punto de partida es la dominación social, la cual por supuesto implica un modo de
dominación de la naturaleza. Y esto lleva a la pregunta bien concreta de cómo nos
reproducimos en el contexto de la movilidad, de las ciudades, de las viviendas, del campo,
de la sexualidad, de la comunicación, de lo que comemos. Acá hay un campo de formas de
reproducirse materialmente que no son parte del mercado capitalista. La pregunta entonces
cambia: ¿cuáles serían las formas emancipatorias de tratar con la naturaleza cambiando los
modos de vivir en la ciudad, de moverse, de construir vivienda, de producir, etc.? En este
punto la cuestión de la decisión democrática es decisiva.
–¿No puede pensarse que en la medida en que el sur amplía sus patrones de consumo
aparece desde el norte una preocupación por los límites y la crisis ecológica del
planeta?
–Desde los conservadores, efectivamente, se trata de contener el crecimiento del sur. Los
neoliberales, en cambio, dicen ¡qué bien que el sur crece, necesitamos ampliar los límites y
una creciente sustitución de la naturaleza por el capital a partir de los avances tecnológicos!
El déficit del debate viene dado también porque ciertas izquierdas medioambientales tienen
una perspectiva catastrófica. –¿Qué sostienen? –Un aspecto central en este contexto es la
superación de la dicotomía entre la sociedad y la naturaleza, ampliamente difundida también
en las fuerzas sociales y políticas progresivas. Políticamente, esta dicotomía se refleja, entre
otras cosas, para servirse de la cuestión ecológica en contraposición a la cuestión social. La
tendencia de declarar a la ecología como contradicción secundaria se manifiesta
precisamente en la actual crisis económica, en la cual el catastrofismo ecológico (“Nos
queda muy poco tiempo”) y la ignorancia (“Ahora no hay tiempo para eso”) están formando
una alianza peligrosa.
–¿Supondría que los Estados, presionados por las luchas, negocian a nivel global otros
precios?
–Es lo que hace la Unión Europea con los productos agrarios, que son tres veces más caros
que en el resto del mundo. Entonces, cada tonelada de carne que viene de Argentina a
Europa inmediatamente se triplica en precio. Esto no es decisión pura del Estado, sino
presión social.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-192462-2012-04-23.html
–Una de las paradojas más visibles en Ecuador es que a la vez que es una economía
dolarizada, tiene la legislación más avanzada sobre “el buen vivir”. ¿Cómo conviven
esas dos realidades? ¿Qué materialidad tiene, más allá del texto constitucional, la
cuestión del buen vivir?
–Nosotros utilizamos el dólar para todas las transacciones, no tenemos moneda nacional. La
pérdida de la moneda nacional se dio en la crisis financiera que tuvimos en 1999 y 2000. En
esa crisis, los bancos implosionaron, produjeron una grave situación de conmoción y el
gobierno de ese entonces optó por rescatarlos con recursos públicos, entre ellos, la moneda
nacional. Las consecuencias fueron una devaluación y una inflación sin precedentes en el
Ecuador que determinaron el fin de la moneda nacional y la adopción del dólar. Los dólares
entonces tienen que venir necesariamente por la vía del comercio exterior. Eso ha obligado a
que la economía ecuatoriana sea muy abierta con relación a los mercados mundiales. Al
estar muy abiertos, somos muy vulnerables. El esquema de dolarización se ha sostenido,
básicamente, por las remesas que envían los migrantes. En el año 2006, esas remesas
alcanzaron un punto de 3000 millones de dólares, que para una economía tan pequeña como
la ecuatoriana es muy significativo. Y, además, por la coyuntura de los altos precios del
petróleo: en el año 2008, cada barril de petróleo se incrementó por sobre los 100 dólares,
que para una economía que exporta petróleo como la ecuatoriana es también muy
significativo.
–Es decir que la dolarización se sostiene por ingresos externos...
–Estas dos fuentes, el petróleo y las remesas, han sostenido la dolarización hasta el día de
hoy, lo que ha significado que la economía ecuatoriana se convierta en una economía de
rentistas, de consumo, en la que no hay producción. Eso también se puede visualizar en el
hecho de que el desempleo –el abierto y el encubierto (es decir el subempleo)– alcanzan al
60 por ciento de la población económicamente activa de Ecuador. Es decir, cada 100
ecuatorianos en capacidad de trabajar apenas 40 ecuatorianos tienen empleo formal. El resto
no tiene empleo y tiene que buscar estrategias de sobrevivencia. La dolarización ha
trastrocado también el sistema de precios. En este momento, nuestra canasta familiar está
sobre los 550 dólares, mientras que el salario mínimo vital está en 240 dólares. La poca
industria nacional que queda es más bien complementaria a las importaciones. Esto también
ha significado que el poder de los bancos se vaya concentrando cada vez más, porque son
los que determinan a quiénes entregan créditos para la dolarización, y en función de esa
capacidad de arbitraje se le otorga un enorme poder al sistema financiero.
–¿Qué se plantea desde el gobierno actual frente a esta situación?
–El gobierno necesita dólares y tiene que apostar a garantizar su mayor entrada. Pero como
no hay industria, la única forma por la cual esos dólares ingresan es por la vía del
endeudamiento y por la vía de la renta de los recursos naturales. No existen otras fuentes.
Por un lado, el gobierno ha empezado un agresivo proceso de endeudamiento, sobre todo
con China. En los últimos meses del año 2010 ha suscrito convenios bilaterales con China
por cerca de 5 mil millones de dólares y ha entregado el petróleo como garantía de pago de
esa deuda. Y la otra apuesta del gobierno de Rafael Correa está en ingresar a la extracción
de recursos naturales, en especial la minería y los servicios ambientales.
–¿Qué tipo de propuesta surge de los movimientos sociales?
–Ante eso, los movimientos sociales, y en especial el movimiento indígena, han propuesto
un nuevo paradigma de vivencia y convivencia que no se asienta ni en el desarrollo, ni en la
noción de crecimiento, sino en nociones diferentes como la convivialidad, el respeto a la
naturaleza, la solidaridad, la reciprocidad, la complementariedad. Este nuevo paradigma o
esta nueva cosmovisión es denominada como la teoría de sumak kawsay o el “buen vivir” y
efectivamente ha sido recogida en la Constitución ecuatoriana como régimen alternativo de
desarrollo.
–¿Podría definir los puntos centrales de su carácter alternativo?
–En primer lugar, hay que romper las individualidades estratégicas, porque en el capitalismo
uno piensa primero en sí mismo, uno dice “primero yo, yo soy ciudadano, yo soy
consumidor, yo maximizo mis propios beneficios y utilidades”. La noción de sumak kawsay
plantea una solidaridad de los seres humanos consigo mismos, que ha sido rota por el
discurso del liberalismo. Pero, a diferencia del discurso del socialismo –que planteaba una
relación con una sociedad más grande, y de esta sociedad con el Estado–, en el discurso del
sumak kawsay la relación del individuo ya no es con el Estado sino con su sociedad más
inmediata, con su comunidad, de donde los seres humanos tienen sus referentes más
cercanos. Y esta sociedad a su vez se relaciona con otras sociedades más grandes de tal
manera que las estructuras de poder se construyen de abajo hacia arriba y no de arriba hacia
abajo. Lo segundo que plantea el sumak kawsay es quitarnos de la cabeza la noción de que
más es preferible a menos. Es decir, de que siempre tenemos que producir y tener más según
reza el paradigma del desarrollo, del crecimiento, de la acumulación. Y a no ver en los
objetos la ontología de los seres humanos.
–Eso supone casi un cambio radical en los modos de vida...
–Por eso lo tercero tiene que ver con la dimensión del tiempo. Nosotros creemos que el
tiempo es lineal y, por tanto, creemos en la acumulación. La estructura del tiempo que en
este momento pertenece al capital. El sumak kawsay plantea devolverle a la sociedad el
tiempo: una noción de temporalidad donde el tiempo pueda ser circular abierto. Un cuarto
elemento es conferirle un sentido ético a la convivencia humana. Para el liberalismo puede
haber democracia política pero no puede haber democracia económica, por eso la formación
de utilidades de las empresas y de los consumidores no tiene absolutamente nada que ver
con la ética. El sumak kawsay propone un cambio en ese sentido: ya no puedo enmascarar
decisiones sociales en nombre de un consumo individual. Y eso significa que los recursos
que han sido producidos por la explotación laboral o la depredación ambiental ya no pueden
ser objetos del intercambio social. Hemos ahora logrado cierta legislación, por ejemplo para
defendernos de la esclavitud o del trabajo infantil. Pero tenemos que avanzar más allá.
–Cuando se habla de alternativa en el Cono Sur, generalmente se postula al
neodesarrollismo contra el neoliberalismo. ¿Cuáles serían los rasgos alternativos a esta
vía neodesarrollista que hoy es la que tiene un consenso relativo en la región?
–El centro del problema no es el neoliberalismo. El centro del problema es el capitalismo. El
neoliberalismo es una forma que asume el capitalismo, una forma concentrada en el poder
que tienen las corporaciones y el capital financiero-especulativo. El capitalismo puede crear
nuevas formas ideológicas, políticas, simbólicas, y un modo de reinventarse y lograr
legitimidad a través de estas formas que ni siquiera son keynesianas, sino neodesarrollistas.
Y fundamentalmente implican pensar que si nosotros explotamos la naturaleza vamos a
tener recursos para hacer obra social. Eso es un engaño; como fue aquello que se decía en la
época del neoliberalismo: que si privatizábamos absolutamente todo, íbamos a tener
estabilidad económica. Finalmente, nunca tuvimos estabilidad económica. Igual ahora: si
explotamos todos los recursos de la naturaleza, tampoco vamos a tener recursos para el
sector social, ni tampoco recursos para el pleno empleo.
–¿Usted advierte sobre la capacidad del neoliberalismo para reinventarse?
–Estamos viendo cómo América latina entra en un proceso de reconversión caracterizado
por la desindustrialización y la producción básicamente de commodities basadas en materias
primas, donde los gobiernos utilizan el monopolio legítimo de la violencia para garantizar el
despojo territorial, que significa la propiedad de pueblos ancestrales, para poner esos
recursos naturales a circular en la órbita del capital. El neoliberalismo, a través del
Consenso de Washington y las políticas del FMI y del Banco Mundial, adecuaron las
economías en función de las necesidades del sistema-mundo, pero eso no significa que el
neoliberalismo haya alcanzado las metas de estabilidad macroeconómica, ni mucho menos.
Ahora estamos pasando a una nueva dinámica sustentada en la producción y en la renta de
materias primas. Hay que estar atentos a los discursos que quieren justificar estas derivas
extractivistas. El sistema que llamamos capitalismo tiene que ser cambiado, con las
relaciones de poder que lo atraviesan, con los imaginarios que lo constituyen. El capitalismo
tiene que ir al archivo de la historia de la humanidad, porque si sigue simplemente va a
poner en riesgo a la vida humana sobre el planeta Tierra.
–Desde su perspectiva, el neodesarrollismo es compatible con el liberalismo. ¿Tiene
esto que ver con cierto giro en las “recetas” de los organismos internacionales como el
Banco Mundial?
–Es una pregunta muy pertinente, y pongo un ejemplo clarísimo. En América latina, ¿dónde
han visto algún debate, algún texto, que critique al neoinstitucionalismo económico? Pero
resulta que el neoinstitucionalismo económico es la doctrina, es el corpus teórico-analítico-
epistemológico que está conduciendo las transformaciones y el cambio institucional de
América latina y el mundo. Los penúltimos Premios Nobel de Economía, Elinor Ostrom y
Oliver Williamson, son Premios Nobel institucionalistas. Joseph Stiglitz, a quien
seguramente conocen bien en la Argentina, es un Premio Nobel institucionalista. También
Douglas North de 1993 o Gary Becker de 1992. El institucionalismo plantea un discurso
crítico a los mercados. Hay un texto de Stiglitz que se llama “El malestar en la
globalización” publicado a inicios de 2000, donde se convierte en el más duro crítico del
FMI y lo acusa de cosas que nosotros desde la izquierda lo habíamos acusado ya en la
década del ’80. ¡Pero resulta que entonces Stiglitz era presidente del Banco Mundial! Es
decir, trabajaba en Wa-shington en la oficina de enfrente a la del FMI. Esto se explica
porque tienes al Banco Mundial realizando estudios a propósito de la reactivación del
Estado; hay uno de 1997 que se llama “Reconstruyendo el Estado”, en el que plantea la
forma por la cual tienes que reconstruir el Estado y la institucionalidad pública. Pero
también recomienda la participación ciudadana, la democracia directa, el respeto a la
naturaleza, la eliminación de la flexibilización laboral, etc. Entonces, una de dos: o el Banco
Mundial se hizo de izquierda, o la izquierda se hizo del Banco Mundial.
–¿Cuál es su respuesta?
–Es necesario empezar a indagar y a posicionar los debates económicos. Porque en la
década de los ’80 teníamos en claro lo que significaba el Consenso de Washington y el
neoliberalismo. En la versión de Friedman, de Hayek, de Von Mises o de los neoliberales
criollos, como Cavallo. Ahora bien, resulta que el neoliberalismo va cambiando, va
mutando; el capitalismo de 2000 no es el capitalismo de 1990, en absoluto. Por eso es que
ahora acude a otros expedientes teóricos mucho más complejos, con una epistéme más
interdisciplinaria. ¿Y qué hacemos nosotros en la izquierda? ¡Nos quedamos criticando el
Consenso de Washington cuando el Consenso de Washington ya ha sido criticado por el
mismo FMI e incluso por el Banco Mundial! Y resulta que ahora, en la década del 2010
vemos cómo los cambios teóricos se dan hacia el neoinstitucionalismo y la izquierda
latinoamericana no han creado su oportunidad de debatir, analizar y discutir con el
neoinstitucionalismo económico. No podemos quedarnos en los marcos epistemológicos
que justifican la nueva imposición neoliberal. Por eso, nosotros hablamos de
postneoliberalismo, aquí en el Ecuador, para referirnos a la etapa del cambio institucional.