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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del poder popular para la educación


Unidad Educativa Colegio “San francisco de sales”
San Cristóbal – Estado Táchira

Dayana Machado
4to año, sección “B”
Castellano
Gerardo Guillen

San Cristóbal, 15 de junio de 2021


Meneses, Narciso, borracho, escritor, comienza a escribir la historia de un
país. Pero comienza desde adentro, dibujándola, escribiéndose él mismo,
diciéndose esto es la escritura, el pan, el vino, crucificado, encorvado, lleno de
todas las miserias del mundo. La historia de un país, su subjetividad, la que no le
pertenece, la de otros fantasmas, la de otras guerras. Así
comenzamos a asombrar al mundo.
Inauguramos la contemporaneidad, la gran fiesta, el capitalismo universal,
monopolista. La huida y él banquete. Latinoamérica, Venezuela, París la lluvia. La
dialéctica del sueño, el inconsciente, los espejos, los disfraces. Meneses, el centro
del mundo, hacia abajo el miedo, la muerte, el erotismo. Tiempo
de la interioridad La Misa de Arlequín descubre esto que llamamos la existencia, el
ser tomado en su desgarramiento; pero nos los descubre a nosotros, a este país
tomado por la amargura de sentirse extraño a sí mismo. A nosotros, que no hemos
tenido identidad, que hemos sido asaltados desde la imaginación del siglo veinte,
para proseguir el devenir de una conciencia histórica intervenida. A la imaginación
de este flujo no habíamos sido invitados, no nos definía. El agua de la vejez, este
espeso bosque que era Europa, se nos fue metiendo, lo que fluía, ya cansado.
Fue penetrando nuestro sueño; nuestro animal primitivo. De pronto, miramos al
mundo y el mundo estaba poblado de objetos y seres que nos afectaban. Que
complicaban nuestra existencia. Tuvimos algo nuevo que decir y en torno de otra
ceremonia construimos otra narrativa; las formas imaginaron otro discurso.
Meneses oficia esta contra-ceremonia.
Aun con la publicación, en 1962, de la novela, La Misa de Arlequín, la obra
de Guillermo Meneses (Anexo A) sigue basada, efectivamente, en El falso
cuaderno de Narciso Espejo. Convergencia alta de todo lo que provenía y camino
amplio para lo que le seguirá, la novela de Narciso Espejo es, sin lugar a dudas, el
punto culminante de un mundo novelístico que el autor concluye con La Misa de
Arlequín. En esta novela, llena de lo que fue luminosidad en El falso cuaderno de
Narciso Espejo, continúa ampliándose esa inmensa complejidad que para el
escritor es el mundo novelístico y continúa recibiéndose todo el material elemental
de la vida narrativa y esparciéndose todo el contenido interpretativo que da
Meneses a esta creación global que agrupa dentro de los títulos de sus cinco
novelas.
Muy difícil será separar esta obra conjunta en sus particulares componentes
sin desvincular un todo y sin forzar la estructura de una concepción general de la
función de la narración. Las diferencias particulares, en esta gran obra, no son tan
disimiles como para imponer determinaciones radicales y, por el contrario, son las
menos que se oponen a tal totalidad. Este conjunto de obras se va ensamblando,
poco a poco y con certero avance, y van constituyendo una estructura más serena
y más sensata a cada paso que se da. Quizás la de El mestizo José Vargas sea el
punto medio - integral - que permitirá diferenciarlas en dos actitudes convergentes.
Pocos novelistas -- venezolanos -- han tenido un seguimiento tan acorde y tan
prospectivo. Una vez cuajado el logro de la antes mencionada, El falso cuaderno
de Narciso Espejo establecerá la cúspide y será, en gran parte, responsable -- de
gran parte, recalcamos - de lo que es La Misa de Arlequín. Ahondando entre
ambas se verán las diferencias esenciales entre ellas. Ahondando, también, es
posible seguir el curso igualitario que las unifica estructural y conceptualmente.
La Misa de Arlequín (Anexo B) es, también, un juego. Aquí hay un
personaje decadente, entregado, poseedor de una conciencia derrumbadora ---
pero conciencia al fin, no importa la onnubilación aparente que le depara su
alcoholismo refugiante, que quiere ser, a fuerza de entregarse en hechos
cínicamente humanos, el reflejo de toda una gama de la realidad. Desde una
desconocida --- pero referida - serenidad va hasta el degradante dramatismo de «
su cambio » y desde allí comienza a exprimirse en lamentaciones cínicas y
burlescas sobre su < árida incapacidad de querer », a recrearse en una
incomunicación que no le ha permitido detenerse en nada y que lo impele a las
mínimas relaciones individuales, « para separarme de la plural relación humana ».
Miembro - casi exploratorio -- de los « Amigos de Dios », no consigue la
comunicación pretendida. Alejado en una cortante soledad trata de mirarse en el <
territorio de la mocedad > y coincide en una vida alcohólica, determinada, vida
tarada que lo conduce a un decadentismo picaresco reflejante de su propia
descomposición y de la pérdida absoluta del respeto humano. José Martínez
puede parecerse a Juan Ruiz, el personaje amigo de Narciso Espejo, aunque a
ambos los separe una noción esencial en la vida: los recuerdos. Si Ruiz trataba de
alejarse de ellos y por eso rechazaba su propia infancia, Martínez disfruta del
recuerdo porque él es contingente de su fracaso y su morbosidad donde puede
consumir su cinismo. Ambiguamente Meneses lo conduce, por manos de Justo
López, en su regreso hacia el sueño y lo deja en la irrealidad que éste significa.
Por otro camino Américo Arlequín (Anexo C) es el personaje mistificado
que valora lo que debe ser su novela. Los tiempos lejanos y juveniles, como dice
Martínez, los unen, y los separan. Arlequín es, como su libro, un eterno proyecto y
su trasmutación hacia los planos literarios «Ha sido siempre, a lo largo de la vida,
su método para zafarse de sí mismo ». Acusándose y vengándose de su misma
persona en la pretendida obra de «La Misa de Arlequín, historia lo que para él ha
sido pasado, tratando de encontrar un asidero para su insatisfecho presente.
Meneses, dado a las simbolizaciones, parece recrearse en éstas cuando lo
denomina así: Américo Arlequín, y en parte, retoma la actitud burlesca de José
Martínez, con otros matices, y la desarrolla al nivel adecuado de Arlequín. « La
Misa de Arlequín » va a ser lo que « toda la vida fue para él ceremonia y rito > y va
a ser, manejada por el autor, la ceremonia donde se expresa una interpretación
juzgadora de la objetividad nacional, y el rito titiritero que se esconde tras cada
bambalina de la inmediatez del país. Américo Arlequín, que «ha vivido siempre
como disfraz entre disfraces », ha captado todo el contexto lúdico de la realidad --
sobre todo de esa que lo rodea - y ha convertido la vida en espectáculo, personal
para su escape y general para su afinación critica. Disfraz entre disfraces ha
acompañado -- evocativa y románticamente --- la historia corta de nuestro
ancestro: Arlequín Alighieri que razona el deseo y que encubre al Arlequín de las «
menudas disquisiciones ». Fray Arlequín, conquistador de tierras y de almas,
aventurero del espíritu cuyo « impuro cadáver (...) se balancea en la horca de un
árbol maravilloso --manzanas de oro perfumado - cuyo nombre no ha sido
inventado todavía por la boca de los soldados de Castilla ». Indio Arlequín del
Canto del Viento y de la Lluvia. Capitán Arlequín que no encuentra «Eldorado >>,
ni aun con sus manos de garra. Novato doctor Arlequín, lector de libros prohibidos.
Américo Arlequín que cambia el infantil disfraz de sepulturero porque despojarse y
arroparse en idealidades es una manera de ser y de evitar ser.
La Misa de Arlequín es, quizás, la novela más meditada de las escritas por
Guillermo Meneses. Compulsa muchos aspectos y en cada uno de ellos hay una
presencia determinante de ideas y de opiniones. Utiliza hechos ciertos de la
realidad nacional y los descubre con fuerza dramática sin forzarlos a penetrar
como parte integrante de la novela misma. Quizás el hecho más sobresaliente de
la estructuración de esta novela esté en aquello de que es una obra donde
siempre el personaje -- autor mimetizado propiamente - está ofreciendo
acontecimientos que relatará. Ello permite una suspensión hacia el desarrollo
anecdótico de la novela y la posibilidad de que retardándola, el personaje siempre
vaya cayendo más profundamente en su propia identificación, porque ocupa el
tiempo y el lugar de lo anunciado y no es más que un modo para extrovertirse
como eje y sostén de La Misa de Arlequín.
La Misa de Arlequín está pensada y articulada como una
caída. Vista desde el fondo. Los personajes son dados al asombro desde la
interioridad de José Martínez-Guillermo Meneses. Autor-personaje novelan los
contextos desde sus existencias, cada una de ellas es una máscara, un disfraz. El
yo es absoluto, marca todas las situaciones de la narración. Es suficientemente
amplio y múltiple, complicado, como para moldear la realidad, como para novelarla
y estructurar los contenidos de una obra que se quiere de vanguardia. Como texto,
en tanto que producción significante, ficticia, dibuja el gesto de la presencia del ser
ante el vacío. La gestualidad es la de la caída, la del absurdo, la del individualismo
burgués descubierto teatralmente, en sus proyecciones grotescas, dramáticas. La
narración, los estratos de la novela, su disposición poético-absurda, sus lenguajes,
están narrados por una existencia que se sabe venida desde el interior, subjetiva,
y problematizada por las formas del mundo, por la soledad, por la muerte. Historia
de una individualidad que se recubre con las formas de una novela siglo XX, pero
antigua en la mitología que devela, (la del alma), La Misa de Arlequín dispone sus
situaciones narrativas desde adentro hacia el exterior, marcándolas por la
oscuridad del ser, de su desplazamiento.
Anexo A

Anexo B

Anexo C

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