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LA SINGULARIDAD HUMANA
EN ENTREDICHO
Carlos Beorlegui
Universidad de Deusto
Bilbao
1. Introducción
El ser humano es el único ente mundano capaz de hacerse cuestión de sí mismo
y de preguntarse por su identidad. Pero dicho interrogante no se plantea en
un contexto solipsista, sino en contraste o comparación con lo otro que él, con
lo diferente. A lo largo de la historia, como así lo han visto ya varios autores1,
el ser humano ha ido variando ese otro, espejo o contraste, desde el que se ha
preguntado por su ser e identidad.
Comenzó en la antigüedad por verse y entenderse en relación con Dios.
Más adelante, a partir del Renacimiento y la modernidad, la comparación se
1 Así lo hacen M. Scheler, El puesto del hombre en el cosmos. Buenos Aires, 1976;
J. Moltmann, El hombre. Antropología cristiana en los conflictos del presente. Salamanca,
1980, cap. 1.
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cibercéntrica, biónica o robótica, cada uno de los dos aspectos con sus forta
lezas y debilidades. En definitiva, la imagen actual de lo humano está ponién
dose en entredicho desde los dos extremos, por decirlo así: desde lo prehumano
(el ámbito animal) hasta lo pos/transhumano (lo biónico y robótico).
Ahora bien, este desarrollo histórico en tres fases se puede interpretar de
una forma eliminativa, al estilo del modelo positivista comteano (la aparición
de una etapa supone la superación, por obsoleta, de la fase anterior), o de
forma acumulativa o complementaria, esto es, considerando que son tres for
mas no eliminativas, sino complementarias, de entender lo humano y la reali
dad. De este modo, la comprensión de lo humano no se resuelve tan solo desde
la comparación con los animales, sino también desde la comparación con los
humanos y con lo trascendente.
La cuestión que hoy día nos planteamos es si el predominio en nuestra
época de la perspectiva zoocéntrica y cibercéntrica aporta suficientes motivos
como para concluir que hay que poner en cuestión o superar la centralidad
de lo humano y el humanismo antropocéntrico (consecuencia de los tres gol
pes propinados al narcisismo de los humanos: Copérnico-Galileo, Darwin y
Freud); esto es, si tenemos que aceptar que los avances de las ciencias nos
exigen reconocer sin paliativos que la diferencia entre humanos, animales y
futuros robots es solo cuantitativa, no cualitativa, o si seguimos pensando, por
el contrario, que las investigaciones en el ámbito del mundo animal y del
robótico no aportan en realidad suficientes novedades como para poner en
cuestión la centralidad y la singularidad de la realidad humana.
Una reflexión completa sobre esta compleja y candente problemática ten
dría, por tanto, que abarcar tanto la comparación del ser humano con los
animales como con los robots, pero entendemos que solo el primer aspecto
es suficientemente amplio como para llenar de contenido este trabajo de
reflexión, por lo que me voy a centrar solo en él, dejando de lado el segundo
de ellos5.
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Turín, o Rilke ante una perra que se le acerca10. Pero será sobre todo la teoría
de la selección natural lo que sitúe de forma clara y definitiva a la especie
humana dentro del proceso evolutivo, sin advertir entre ella y el resto de las
especies que componen la biosfera ninguna diferencia esencial. Ahora bien,
la teoría darwiniana la podemos entender como una teoría científica ante la
que caben diferentes interpretaciones filosóficas o entenderla, al estilo de los
reduccionistas biológicos, como una síntesis de ciencia y filosofía que supone
tanto el reduccionismo antropológico como la demostración de todo tipo de
visión trascendente de la realidad. La separación entre el nivel científico y el
filosófico-metafísico en la teoría darwiniana supone, en relación con el tema
que nos ocupa, conjugar la inserción de la especie humana en el proceso
evolutivo al mismo tiempo que la defensa de la diferencia cualitativa entre
nuestra especie y el resto de las especies vivas. Ello supone la distinción epis
temológica entre ciencia y filosofía, situando la cuestión antropológica en un
diálogo de modelos sobre lo humano.
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de los animales, sobre todo los primates, no hay más que una diferencia cuan
titativa. no de grado o cualitativa.
La cuestión de fondo, por tanto, a la que nos hallamos abocados es diluci
■ dar si la diferencia entre hombres y animales es solo cuantitativa o cualitativa;
esto es. si el hecho de que seamos una especie más del proceso evolutivo, y
de que nuestra existencia se deba a procesos similares al del resto de las demás
especies vivas, es motivo suficiente para concluir la diferencia cuantitativa o
si se puede seguir manteniendo la diferencia cualitativa entre hombres y ani
males a pesar de dar por hecho el arraigo de nuestra especie en el proceso
evolutivo.
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18 Cf. F. Avala, Origen y evolución del hombre. Madrid, 1980, cap. VI; C. Beorlegui,
La singularidad de la especie humana. De la hominización a la humanización. Bilbao,
2011, pp. 421-427; G. Rodríguez-Tarduchy Segovta / A. Martínez del Pozo, ¿Por qué
somos como somos? El genoma paso a paso. Barcelona, 2016.
*9 Cf. International Human Genome Sequencing, «Initial sequencing and analysis of
the human genome», en Nature 409/6822 (2001), pp. 860-921; J. C. Venter / M. D. Adams
/ E. W. Myers / P. W. Li v otros, «The sequence on the human genome», en Science
291/5507 (2001), pp. 1304-1351; P. Billings / S. Kouopoulos, «¿Qué es el genoma
humano?», en J.-F. Mattei (coord.), El genoma humano. Madrid, 2002, pp. 25-38.
í__
20 Cf. N. Carey, La revolución epigenétíca. Barcelona, 2013; id., ADN basura. Un
viaje por la materia oscura del genoma humano. Barcelona, 2016.
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más a un guión»21 que orienta la filmación de una película, pero cuyo resultado
final es muy distinto en función del director y los actores que la realicen. Otros
estudiosos lo comparan más bien con la receta de un guiso de cocina: los resul
tados finales, aunque contengan los mismos ingredientes e idénticas cantida
des, darán un guiso diferente en función del cocinero que los manipule.
Por otro lado, extrañarse de que las especies primates, y la humana entre
ellas, tengamos menos genes que otros animales menos complejos es desco
nocer cómo funciona la naturaleza. Hay genomas de plantas que poseen entre
diez y cien veces más genes que los genomas mamíferos y los humanos, y no
poseen nuestra complejidad morfológica y conductual. «Esta observación
demuestra que la cantidad de ADN de un organismo no está relacionada con
su complejidad evolutiva y que no es la cantidad de ADN lo "importante", sino
las relaciones que se establecen entre los elementos de información que
contiene»22. Estamos viendo claramente que eso sucede, por ejemplo, en el
mundo de la electrónica: a medida que los ordenadores o teléfonos móviles
van complejizándose, no aumenta el número de componentes, sino que dis
minuye. Con menos componentes se realizan funciones cada vez más com
plejas.
Lo mismo cabe decir de la comparación entre el genoma de los chimpancés
y el de los humanos. Que tengamos tan alto grado de parecido genómico no
es en sí nada significativo, porque se puede entender también que ese 1 % o 1,5 %
de diferencia sea tan especial que explique las peculiares características mor
fológicas, y sobre todo comportamentales, que nos constituyen. Una pequeña
diferencia es suficiente en múltiples ocasiones para marcar diferencias cuali
tativas, como así lo van demostrando las investigaciones que se están desa
rrollando en estos momentos23.
Las múltiples y a veces disparatadas afirmaciones y conclusiones que se
han expresado en los últimos años sobre este punto indican que de unos mis
mos datos se pueden hacer diferentes interpretaciones, por lo que conviene
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29 La bibliografía sobre este aspecto es tan amplia que nos limitamos a citar unos
pocos textos: F. de Waal, ¿Tenemos suficiente inteligencia para entenderla inteligencia
de los animales? Barcelona, 2016; F. Guillén-Salazar (ed.). Existo, luego pienso. Los
primates y la evolución de la inteligencia humana. Madrid, 2005; J. C. Gómez, El desa
rrollo de la mente en los simios, los monos y los niños. Madrid, 2007; A. Diéguez Lucena,
evolución del conocimiento. De la mente animal a la mente humana. Madrid, 2011;
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Está claro que los animales no son máquinas, por lo que poseen una inte
rioridad que controla toda su estructura biológica, así como su relación con
el entorno ambiental. Por tanto, poseen un cierto tipo de mente que dirige su
vida hacia objetivos que los favorecen y los alejan de los peligros. Pero la gran
variedad de tipos de animales implica también una gran diferencia entre men
tes. Por otro lado, ya ha sido superada la tesis de que no hay pensamiento sin
lenguaje, como se puede comprobar en el caso de los afásicos y otro tipo de
fallos cerebrales entre humanos; aunque también es evidente que la adquisición
del lenguaje potencia de forma importante el pensamiento, al dotarlo de un
andamiaje lógico y sintáctico muy sofisticado.
No cabe duda, por otro lado, de que atribuir mente a los animales es intro
ducirnos en un terreno complejo, por el peligro evidente de incidir en una
mirada antropomórfica; pero resulta difícil negárselo a la vista de las comple
jas conductas animales que indican capacidad de engañar o una cierta capa
cidad de atribuir creencias a los otros. Hay autores que atribuyen a los
animales representaciones internas de su entorno, algo supuestamente nece
sario para interactuar con él. Pero otra cosa distinta es considerar que se trata
de auténticos estados mentales. Si seguimos hablando de mente animal, hay
que precisar que se trata de una realidad, por un lado, similar a la humana,
aunque, por otro, muy diferente. Por tanto, la postura más extendida es «la
que da por sentada la existencia de un pensamiento con un considerable grado
de sofisticación en los animales, aunque ciertamente esto no los sitúe en el
nivel de las potencialidades que despliega el pensamiento humano»30.
Lo que nos dicen los investigadores que estudian comparativamente el
desarrollo evolutivo de las mentes de los primates y de los humanos es que
nuestra mente forma parte de un proceso evolutivo más amplio, comprobable
en el estudio de la mente de los simios31. Una característica común básica ha
sido alargar el desarrollo como estrategia adaptativa, de tal modo que la infan
cia de la mayoría de los primates se ha extendido al mismo tiempo que han
ralentizado su proceso de desarrollo, como si esta estrategia, por otro lado
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32 Cf. X. Zubiri, El hombre y Dios. Madrid, 1984; id., Sobre el hombre. Madrid, 1986.
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33 «No me oirán decir algo como esto muy a menudo -afirma De Waal-, pero
considero que somos la única especie genuinamente lingüística. Para ser honesto, no
tenemos la evidencia de una comunicación simbólica tan rica y multifuncional como la
humana fuera de nuestra especie. Parece que es nuestro pozo mágico, algo en lo que
somos excepcionalmente competentes. Otras especies son capaces de comunicar pro
cesos internos como emociones e intenciones, pero su comunicación no es ni simbólica
ni infinitamente flexible como lo es nuestro lenguaje. Para empezar, está casi entera
mente restringida al aquí y ahora» (¿Tenemos suficiente inteligencia para entenderla
inteligencia de los animales?, o. c., pp. 127-128). Y continúa De Waal afirmando que el
chimpancé puede detectar emociones ajenas, pero no puede hablar de ello tras pasar
la situación. En definitiva, el pensar y hablar en ausencia de los objetos es una capaci
dad exclusiva de los humanos.
34 Todo eso no quita que haya autores para quienes la diferencia entre los lengua
jes animales y el humano sea solo cuantitativa. Cf. C. Kenneally, La primera palabra, o. c.;
T. Grandin / C. Johnson, El lenguaje de los animales, o. c.
35 Cf. A. Diéguez Lucena, La evolución del conocimiento, o. c„ p. 118.
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Todo esto no hace más que confirmar el proceso evolutivo. Los rasgos
singulares de nuestra mente, pensamiento y capacidad lingüística son el resul
tado de un proceso en el que se une la continuidad con los primates al mismo
tiempo que un salto cualitativo que nos diferencia. Encontrar en las especies
primates más cercanas a nosotros atisbos de nuestras capacidades mentales y
comunicativas es algo lógico y acorde con nuestra incardinación en el mundo
de la biosfera. Pero, al no estar bien definidas las fronteras de separación, no
resulta sencillo precisar tales diferencias ni encontrar los conceptos adecuados
para distinguir las características de hombres y animales, teniendo que utilizar
conceptos como pensamiento, mente, lenguaje, conciencia, etc., en los que se
advierten claras proyecciones antropomórficas, de tal forma que, si las usamos,
hemos de hacerlo con cuidado y en un sentido analógico. De ahí que, aunque
observemos en los animales comportamientos que suponen una mente com
pleja, esas conductas se hallan lejos de indicar auténtica inteligencia. Y lo mismo
tenemos que decir de los robots y de las denominadas máquinas inteligentes.
- Estructura comportamental. Este aspecto está en estrecha relación con el
anterior, y constituye uno de los elementos clave a la hora de dilucidar las
diferencias entre hombres y animales. Así, los aspectos genéticos y neurofi-
siológicos cobran sentido desde el punto de vista de lo mental y comporta-
mental. En épocas anteriores, a lo largo de la primera mitad del siglo xx, el
acercamiento al estudio de la conducta animal se realizó en dos direcciones
diferentes, aunque en cierto modo complementarias: el conductismo, que par
tía de la negación de lo mental, reduciendo los estados mentales a meras
descripciones conductuales, basándose en un simple esquema de relación
estímulo-respuesta36; y el innatismo, enfoque de la etología de K. Lorenz, N.
Tinbergen y Von Frisch37, aunque esta corriente no negaba la influencia del
ambiente y del aprendizaje.
Durante mucho tiempo se consideró que todos los animales respondían al
tipo de comportamiento elemental estímulo-respuesta propio de la reflexolo-
gía y el conductismo, negando cualquier tipo de referencia a una interioridad
mental. Pero en la actualidad, como ya se ha dicho, esta forma de pensar está
superada, no pudiéndose negar la atribución de un cierto tipo de mente, al
36 Cf. S. Priest, Teorías y filosofías de la mente. Madrid, 1994, cap. II; J. Hierbo-
Pescador, Filosofía de la mente y de la ciencia cognitiva. Madrid, 2005, cap. V; C. Moya,
Filosofía de la mente. Valencia, 2004, primera parte, cap. 3.
37 Cf. W. H. Thorpe, Breve historia de la etología. Madrid, 1982.
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aunque en niveles incipientes. Así, para Frans de Waal es evidente que los
primates tienen habilidades para usar y hacer herramientas, construir y trans
mitir cultura, capacidad para la interacción social, una cierta sensibilidad moral,
con sentido de la injusticia, la capacidad de solucionar conflictos y mediar
entre individuos enfrentados, así como tener una cierta conciencia de sí y
algunas capacidades comunicativas, aunque estén muy lejos de la capacidad
lingüística humana, como ya indicamos más arriba.
Frente a esta postura se sitúa la de quienes defienden la diferencia cualitativa,
ente los que se halla M. Tomasello, uno de los máximos referentes mundia
les en el campo de la primatologia y del comportamiento animal y humano,
investigador norteamericano afincado en el Instituto Max Planck de Leipzig
(Alemania)41. Tomasello, partiendo del hecho de la extraordinaria complejidad
de la conducta de los primates, capaces de poseer en embrión casi todas las
formas de comportamiento humano, entiende que la gran diferencia se halla
en la específica capacidad de transmisión cultural que posee nuestra especie,
consecuencia de nuestra peculiar capacidad mental. Es cierto que se han encon
trado en ciertos chimpancés la capacidad de crear algún tipo de herramientas
y una cierta capacidad de transmitir esas innovaciones a los demás, pero los
humanos poseemos (anodos exclusivos de transmisión cultural»42. La diferencia
está en que, aunque ciertos chimpancés y primates poseen ciertas capacidades
creativas, no tienen la capacidad de transmisión fiel de sus creaciones, cosa que
sí ocurre en el caso de los humanos, dotados de lo que Tomasello denomina el
efecto trinquete, mecanismo que ((impide el deslizamiento hacia atrás, de modo
que el artefacto o la práctica modificados puedan mantener más o menos fiel
mente su forma mejorada hasta que se produzca una nueva modificación o
mejora»43. Así, la diferencia entre humanos y animales no se halla en el com
ponente creativo, sino en el estabilizador o transmisor. Y ello es debido al tipo
de mente que poseemos los humanos. El aprendizaje cultural en el que se basa
la transmisión cultural de las innovaciones creativas de una generación a la
siguiente, a través del efecto trinquete, es en los humanos de tres tipos: apren
dizaje imitativo, aprendizaje impartido y aprendizaje cooperativo.
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Y lo que permite a los humanos poseer esos tres tipos de aprendizaje, algo
que no poseen los primates, según Tomasello, es un tipo muy especial de
cognición social: la capacidad de comprender que los demás humanos son
seres semejantes a ellos, poseedores de una vida intencional y mental similar
a la suya. Es cierto que muchos primatólogos atribuyen a los primates una
cierta teoría de la mente, pero, para Tomasello, está claro que solo los humanos
tenemos la capacidad completa de ponernos en el lugar mental de la otra
persona, por lo que podemos aprender no solo del otro (algo que parece que
pueden hacer los chimpancés), sino también a través del otro. Esto es, los
chimpancés pueden aprender viendo hacer algo a otro (sea chimpancé o ser
humano), pero no son capaces de ponerse en el lugar del otro y percibir la
lógica de sus actos intencionales, sea en la construcción y uso de herramientas
o bien en la utilización de símbolos lingüísticos44. Para que los niños sean
capaces de entender socialmente el uso convencional de una herramienta o
de un símbolo lingüístico tienen que comprender la finalidad con la que la otra
persona los está usando. Esto es, «deben comprender el significado intencio
nal del uso de la herramienta o de la práctica social, es decir, cuál es la "fina
lidad" de lo que "nosotros", los usuarios de esa herramienta o ese símbolo,
hacemos con ellos»45.
Estos procesos de aprendizaje cultural son formas especialmente eficaces
de aprendizaje social, porque constituyen modos de transmitir fielmente un
producto cultural, como también modos eficaces de creatividad e inventiva
social-colaborativa, esto es, «procesos de sociogénesis en los que múltiples
individuos crean juntos algo que ningún individuo podría haber creado por
sí solo»46. De este modo se advierte la importancia que Tomasello da a la dimen
sión social y cultural de lo humano, defendiendo que la explosión de inteligen
cia social y de los avances culturales, entre los que habría que situar el lenguaje,
nacidos y producidos en la época del hombre actual, se produjo no tanto con
la aparición de la especie homo sapiens, hace unos doscientos mil años (cuando
aparecieron ya algunas mutaciones genéticas, con su correspondiente y pro
gresivo aumento cerebral), sino en años posteriores, al producirse en deter
minadas poblaciones ciertas invenciones culturales que, por contagio, se
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62 Ch. BOttigheimeb, ¿Cómo actúa Dios en el mundo? Salamanca, 2015, p. 53. Cf.,
sobre las limitaciones del naturalismo epistemológico, C. Carbonell / L. Flamarique
(eds.), De simios, cyborgs y dioses. La naturalización del hombre a debate. Madrid, 2016.
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evolución biológica nos ha dotado de un cerebro que nos permite, y nos impulsa
inevitablemente, a enfrentarnos a esas cuestiones básicas de la filosofía: ¿por
qué hay ser y no nada?, ¿por qué es así y no de otra forma?, ¿por qué existe
el mal?, ¿por qué hay tanto mal en vez de bien?, ¿por qué tenemos que morir?,
¿cuál es el sentido y el fundamento de todo? Todas estas cuestiones, aunque
no tengan respuesta fácil ni todos las respondamos de la misma forma, mues
tran al menos que los humanos no nos conformamos con el mero hecho de
sobrevivir biológicamente, sino que la propia estructura biológica humana
nos empuja y nos permite ir más allá de ella misma, siendo el nivel biológico
solo la condición de posibilidad de un estilo de vida, la cultura, que, sin escapar
a lo biológico, lo trasciende, constituyendo esta doble herencia, biológica y
cultural, lo específico de los humanos y lo que nos hace singulares. En este
mismo sentido, la búsqueda de la verdad es una realidad humana que va más
allá de la utilidad biológica para la supervivencia y la eficacia biológica. Y, de
igual modo, el mal y la mentira puede que sean eficaces biológicamente, pero
el ser humano los rechaza desde motivaciones éticas, cosa que no pueden
hacer los animales, encajados en la pura biología68.
La mayoría de los científicos son conscientes de este ámbito de realidad
cultural que sobrepasa el simple nivel de lo científico (reducido este a la mera
descripción de hechos), ámbito en el que se plantean y se responden las cues
tiones éticas y de sentido. Suele ser precisamente el ámbito de lo ético el mayor
escollo para el reduccionismo cientificista, aunque el propio F. de Waal quiera
a veces reducir también la diferencia entre la capacidad ética entre hombres
y chimpancés a mera diferencia cuantitativa y no cualitativa. Pero, por más
que se quieran advertir en los chimpancés, y en los primates, habilidades
protomorales, ni el mismo De Waal -ni tampoco P. Singer- es partidario de
atribuirles libertad y capacidad moral, lo que comportaría poder exigirles
después responsabilidades ante supuestas «malas acciones».
Está claro, por tanto, que, a la hora de decantarse por una diferencia cuan
titativa o cualitativa entre seres humanos y el resto de los animales, no solo
intervienen los datos científicos, sino nuestras convicciones metafísicas y cos-
movlsionales, horizonte de interpretación con el que coloreamos la idea que
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69 Cf. A. Einstein, «Ciencia y religión», en id., Mis ideas y opiniones. Barcelona, 2000,
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70 Cf. J. Habermas, «¿Para qué aún filosofía?», en ro„ Sobre Nietzsche y otros ensa
yos. Madrid, 1982, pp. 62-88.
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Esto nos hace ver, al mismo tiempo, que, cuando hablamos de materia que
evoluciona y da de sí la mente animal y la psique humana, hoy día, desde la
dimensión cuántica de la realidad, se está apelando a una concepción de mate
ria que sobrepasa la dimensión de la física en su nivel macroatómico o meca-
noclásico, para abrirnos a un nivel de realidad capaz de dar de sí fenómenos
que hasta ahora eran vistos como imposibles o milagrosos, pero que en la
actualidad nos abren a un nuevo modo de ver el mundo que sobrepasa las tesis
tradicionales del materialismo fisicalista79, perspectiva fundamental para enten
der en la actualidad el problema de la mente humana y su relación con el
cuerpo.
En definitiva, la tesis que defiende la diferencia cualitativa entre humanos
y animales se nos presenta como epistemológicamente legítima y más susten
tada que la partidaria de una diferencia solo cuantitativa. Y la razón de ello es
evidente. Si, desde una perspectiva puramente científica, las diferencias entre
humanos y animales pueden verse como puras diferencias cuantitativas, ya
hemos visto que nuestras cualidades específicas (autoconciencia, pensamiento
simbólico, lenguaje, libertad y responsabilidad, apertura a las cuestiones de
sentido, estéticas y religiosas) nos sitúan en un nivel cualitativamente distinto
del mundo animal. Pero eso no significa que neguemos que tales capacidades
hayan surgido precisamente del proceso evolutivo y nos opongamos a enten
der lo humano en continuidad con la biosfera, sino que todo esto nos lleva a
entender el sentido del universo y la densidad de la biosfera como más allá de
las cortas luces del reduccionismo materialista. Así, el trasfondo de la realidad
se nos presenta con mucha más densidad que la que se deduce de las explica
ciones mecanicistas de la filosofía del reduccionismo materialista80. La realidad,
contemplada desde esta perspectiva, se nos presenta cargada de potenciali-
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dades, de misterio, una realidad que nos da que pensar y nos empuja a pre
guntarnos por su contingencia y por la apertura a la pregunta por su
fundamento.
Por otro lado, no se deduce de nuestra postura la oposición a los movimien
tos que proponen legislaciones en defensa del estilo de vida de los animales y
del respeto al entorno ecológico. Pero en esa lucha hay que tener claro que no
hay que confundir una legislación protectora de los animales con una argu
mentación que cree que solo se podrá conseguir ese objetivo considerándolos
como personas8’, igualando la dignidad ontológica y ética de todos los seres
vivos y argumentando desde ahí que hay que defender los derechos de los
animales, o tan solo de los grandes simios82. El humanismo antropocéntrico
que defendemos da por hecho que todos los entes tienen valor, desde la mate
ria física hasta los humanos, pero se trata de un valor gradual y escalonado,
en función de su densidad ontológica. Por tanto, se trata de defender el entorno
ecológico no solo porque no perjudique la vida de los humanos, sino por su
valor en sí, así como condenar el maltrato animal y apoyar todo tipo de leyes
que, de forma razonable, aseguren una vida digna para las diferentes especies
animales. La interpretación de Gn 1,28 («Creced, multiplicaos y dominad la
tierra») tiene que hacerse no en un sentido despótico y depredador, sino en
la línea de ser cuidadores del entorno ecológico, porque depende de ello nues
tra vida y, además, porque todas las demás realidades terrenas tienen un valor
que hay saber respetar83.
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Ahora bien, nos queda la dificultad de cómo denominar a esta postura que
sigue defendiendo la diferencia cualitativa entre hombres y animales. Creemos
que es legítimo hablar de humanismo y de antropocentrismo o de humanismo
antropocéntrico. Somos conscientes de que los humanismos han sido muy
contestados y criticados, desde muchos puntos de vista, entre otras cosas por
presuponer una concepción individualista del ser humano, entendido al mar
gen de la realidad natural. Pero puede apostarse por un nuevo humanismo
que recoja y resalte la dimensión interpersonal, social y política del ser humano,
así como su entronque en la biosfera84. Lo mismo ocurre con el antropocen
trismo, al que se oponen diversos autores, no solo desde el lado del naturalismo
reduccionista, sino también desde el que mantiene la diferencia cualitativa a
favor de los humanos. Tal es el caso, por ejemplo, de L. Boff, quien, en sus
últimas obras85, en la línea de una ecología crítica y humanizadora, propone
repetidas veces la necesidad de superar el antropocentrismo como el origen
de todos los males ecológicos del momento presente. Indica L. Boff que «nues
tra cosmología actual es la cosmología de la conquista, del dominio y la explo
tación del mundo en función del progreso y del crecimiento ilimitado. Se
caracteriza por ser antropocéntrica, mecanicista, atomista y reduccionista»86.
Podríamos argumentar diciendo que resulta problemático denominar a la
etapa capitalista como antropocéntrica, cuando los sujetos planificadores y
beneficiarios de este deterioro de la ecosfera han sido una minoría burguesa,
aumentando el sufrimiento y la pobreza de la gran mayoría de los humanos.
Está claro que, con la oposición al antropocentrismo, L. Boff no se sitúa en
el bando de los reduccionistas, que niegan la diferencia cualitativa entre hom
bres y animales, sino que, como no podía ser menos, entiende que los huma
nos somos los seres privilegiados que tenemos conciencia de la realidad y
hemos recibido la misión de cuidar de la tierra y de todo lo que contiene87.
Si, como indica el título del último de sus libros, la Tierra está en nuestras
manos, y no en las de cualquier otra especie animal, ¿por qué no seguir defen-
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88 Cf. A. Fumagalu, La cuestión del «gender». Claves para una antropología sexual.
Santander, 2016.
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que entienden y viven la defensa de la vida como una nueva religión89, al mismo
tiempo que sueñan con volver a una situación natural paradisíaca, a un
paraíso terrenal inocente y sin conflictos (cuando el paraíso de lo natural ha
sido cerrado y clausurado para los humanos, y ya no se puede volver atrás),
también encierra grandes oportunidades y supone para la concepción huma
nista y antropocéntrica una buena ocasión para reacomodar y corregir muchos
aspectos equivocados y obsoletos de nuestra imagen antropológica.
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