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MARTÍN GELABERT BALLESTER

LA REVELACION
Acontecimiento fundamental,
contextual y creíble

UCA-Biblioteca Teología

30111000240399

SAN ESTEBAN - EDIBESA


SALAMANCA - MADRID

FACULiAD de teología
U.C.A.
biblioteca
índice

Sumario 7

Prólogo 9

Capítulo I: Exordio: Dios y el ser humano, una búsqueda


mutua 11
1. Una primera aproximación al concepto de revela­
ción 11
2. Revelación, concepto teológico 13
3. El desajuste de lo humano 15
4. El Dios que buscamos nos busca a nosotros 17
5. Una búsqueda que presupone la realidad el otro . . 19
6. Revelación, acontecimiento fundamental, contex­
tual y creíble 21
6.1. Acontecimiento 21
6.2. Fudamental 22
6.3. Contextual 22
6.4. Creíble 24
7. La presente obra 25

Primera parte: TEOLOGÍA FUNDAMENTAL 27

Capítulo 2: El ser humano abierto a la trascendencia . . 29


1. Presupuesto: la capacidad de entender 29
2. El hombre como "deseo de Dios" 32
3. El ser humano, consciente de su miseria 36
4. La pregunta por el sobrenatural 39
5. La potencia obediencial 42
6. Antropología trascendental 45

277
7. La pre-comprensión de la revelación . 46
8. El ser humano en busca de sentido . . 49
9. Resumen y transición 52
10. Imagen de Dios 53
11. Finitud y trascendencia 55
12. Apertura a Dios y postura del hombre 60
13. A la verdad por el amor 63
14. Conclusión 64

Capítulo 3: Condiciones de una revelación sobrenatural 66


1. El deseo de una revelación sobrenatural 66
2. La sacramentalidad de toda revelación 70
El Absoluto en la historia 74
3.1. El problema de Lessing 74
3.2. El universal concreto 76
4. Una revelación "imperfecta" por naturaleza 78

Capítulo 4: Características de la revelación cristiana . . 81


1. Historia de la salvación e historia de la revelación 82
Dios habla de muchas maneras 83
3 Dios habla en la creación 86
3.1. Dijo Dios 86
3.2. En la situación presente del género humano . . 88
4. Revelación como encuentro 91
5. Encuentro progresivo 93
6. Encuentro permanente . .................. 97
7 La revelación, palabra de Dios y palabra humana 98
7.1. En su origen 98
7.2. En su estructura 100
7.3. La palabra se hace libro 101 í
7.4. Los hagiógrafos "verdaderos autores" 103
8. Recepción de la revelación 105
9. Presencia de Jesucristo en toda manifestación di­
vina 107
9.1. Presencia de Cristo en la creación
9.2. Presencia de Cristo en la conciencia
108
109 J
9.3. Presencia de Cristo en las religiones 110
9.4. Presencia de Cristo en la revelación hecha a
Israel — 110

278
Capítulo 5: Tradición, situación e inculturación 112
1. Tradición....................................................... 112
2. Tradición y situación ................................. 116
3. Tradición e inculturación........................... 122
4. Los signos de los tiempos........................... 125
Capítulo 6: Dimención eclesial de la revelación cristiana 129
1. Infalibilidad e indefectibilidad................................... 130
2. Análisis de los textos en los que el Magisterio expre­
sa la comprensión que tiene de sí mismo ...... 131
2.1. Magisterio infalible según el Vaticano 1........... 131
2.2. Precisiones del Vaticano 11 sobre el Magisterio
infalible ................................................................... 134
2.3. El magisterio "ordinario" según Lumen Gen-
tium 25 .................................................................. 136
2.4. La interpretación auténtica de la Escritura ... 138
2.5. Magisterio definitivo............................................ 140
3. Calificación teológica de las intervenciones del Ma­
gisterio ........................................................................ 141
4. Problemas que pueden surgir a la hora de interpre­
tar los dogmas................................................................ 142

Segunda parte: TEOLOGÍA CONTEXTUAL 147

Capítulo 7: Significación teológica de la increencia......... 149


1. El desafío de la increencia.......................................... 150
2. Significación teológica de la increneica ................... 151
2.1. La lógica de la increencia hace posible la fe . . . 151
2.2. La increencia enseña que Dios no es una evi­
dencia ...................... 153
2.3. La increencia nos obliga a purificar nuestra
imagen de Dios ..................................................... 154
2.4. Un lenguaje comprensible.................................... 155
3. El silencio de Dios forma parte de su revelación ... 155
3.1. Es posible explicar el mundo "sin Dios"........... 157
3.2. Trascendencia de Dios y finitud humana......... 158
3.3. El amor no se impone........................................... 160

279
3.4. El silencio del que respeta y espera respuesta . . 161
4. El silencio de Dios ante el mal..................................... 162

Capítulo 8: Significación teológica del pluralismo reli­


gioso ..................................................................... 165
1. Las religiones, un desafío para la fe cristiana .... 166
1.1. El judaismo............................................................. 166
1.2. El Islam.................................................................... 167
1.3. El hinduismo........................................................... 168
1.4. El budismo ............................................................. 169
1.5. Una común sintonía, una hermosa sinfonía . . 170
2. El estímulo de nuestra propia Escritura.................... 172
3. Base teológica de una comprensión positiva de las
religiones que permite una más afinada compren­
sión de la revelación ...................................................... 175
3.1. El Padre de todos.................................................... 175
3.2. El mandamiento del amor .................................. 176
i
3.3. Una cristología incluyente .................................. 177
3.4. La acción del Espíritu no conoce fronteras ... 181
3.5. Sintonías doctrinales............................................. 182
4. Significación teológica del pluralismo religioso .... 185

Capítulo 9: Significación teológica de la ciencia............. 187


1. El desafio de las ciencias para la teología como
187
ciencia de la revelación...............................
2. Del desconocimiento al encuentro.............................. 189
3. El ser humano, destinatario de la ciencia y de la
194
teología...............................
4. Revelación y origen científico del universo y del ser
humano................................... 196
5. Revelación y conciencia: el ser humano, animal y
transanimal............................ 201
6. Revelación y destino: la vida más allá de esta vida,
¿asunto"no científico"? .................................................. 203
7. La ciencia no salva. Solo salva el amor...................... 206
4

280
Tercera parte: TEOLOGÍA CREIBLE 209
Capítulo 10: La credibilidad de la fe cristiana . . 213
1. Credibilidad en nuestro contexto cultural ............. 213
1.1. Vocabulario: creíble - increíble........................... 213
1.2. Instancias ........................................ ..................... 214
1.3. Criterios.................................................................. 215
2. Límites de la credibilidad ........................................... 219
2.1. Por parte del testigo.............................................. 219
2.2. Por parte del receptor .......................................... 220
2.3. Por parte de la estructura dela revelación .... 221
3. Los signos de credibilidad ........................................ 223
4. La credibilidad de Jesús de Nazaret....................... 224
5. La cuestión del milagro como signo de credibilidad 228
5.1. El problema......................................................... 228
5.2. El milagro, ¿científicamente posible?............. 229
5.3. Respuesta desde la teología............................... 230
6. La santidad de la Iglesia, signo de credibilidad .. . 233

Capítulo 11: El cristianismo, una propuesta con sentido . . 236


1. El hombre en busca de sentido................................. 236
2. ¿Tiene sentido la pregunta por el sentido? ............. 238
3. Orientaciones del Vaticano II...................................... 244
4. ¿Cómo y por qué ofrece sentido la fe cristiana? .... 248
4.1. Historia que seduce.............................................. 248
4.2. Algo ya realizado................................................... 250
4.3. Lo más conveniente para la persona ................ 252
4.4. Capacidad de ampliar horizontes...................... 253
5. Una adecuada presentación de la verdad ................. 255

Capítulo 12: La dignidad de creer.......................................... 257


1. La fe, dimensión antropológca fundamental ......... 259
2. La fe cristiana, bajo el control de la rezón ............. 261
3. La fe cristiana, iluminación de la razón ................... 265
3.1. La revelación, instancia crítica de la razón . . . 265
3.2. La revelación, posibilidad para la razón........... 266
3.3. La revelación presta un servicio a la razón . . . 267
3.3.2. Ensanchando el horizonte de la raciona­
lidad 268

281
3.3.2. Haciéndole ver su mayor dignidad . . . . 269
3.3.3. Llamándola a ser más humana.............. 270
4. La fe cristiana, oferta llena de sentido........................ 272
5. Promover una pastoral de la inteligencia................. 274
E
Índice 277

282
Capítulo 4
Características de la
revelación cristiana

Para la fe cristiana el acontecimiento histórico de Jesús de


Nazaret es el lugar de la definitiva y plena manifestación de Dios.
Jesús es la Palabra que, salida del seno del Padre, se ha hecho
hombre para darnos a conocer la intimidad de Dios. La expre­
sión “Palabra de Dios” se aplica de forma eminente a Jesús de
Nazaret, aunque la teología y la catcquesis también la utilizan
para referirse a otras manifestaciones en las que los humanos
podemos percibir los designios divinos. En efecto, antes del
acontecimiento histórico de Jesús, Dios también había habla­
do a los seres humanos. Más aún, fuera del acontecimiento
histórico de Jesús, Dios también se manifiesta. Todavía más, las
distintas manifestaciones o palabras divinas no acaparan toda
la realidad salvífica; dicho de otro modo, la salvación es más
amplia que la revelación. Conviene aclarar, ya desde ahora,
que tanto las manifestaciones divinas anteriores a la aparición
de Jesús de Nazaret, así como las manifestaciones divinas que
se dan en otros acontecimientos distintos al de Jesús, y también
toda la amplitud de la realidad salvífica divina, no acontecen al
margen de Jesús; al contrario, están relacionadas con Jesús
confesado como el Cristo.
En este capítulo buscamos comprender el origen, estructu­
ra y características de la revelación cristiana. Pero también
nos referiremos a estos aspectos que hemos mencionado para
explicar el tipo de relación que tienen con la revelación cris­
tiana.

81
1. Historia de la salvación e historia de la revelación

La revelación cristiana o las posibles revelaciones que pue­


dan darse en las grandes religiones de la humanidad no abar­
can todo el ámbito de la salvación, ni agotan las posibilidades
de la presencia de Dios en el mundo.
Todas las religiones están convencidas de que, de una u otra
forma, Dios está presente en el mundo desde sus orígenes, con
una presencia constante y permanente, siempre actual. La exis­
tencia del cosmos y de la vida es posible porque Dios les sostie­
ne en el ser. Su Espíritu creador está presente en todo: "¿Cómo
subsistiría algo si tú no lo quisieras?, ¿cómo se conservaría, si
no lo hubieras llamado?”, se pregunta la Sabiduría de Israel (Sb
11,25). Por eso, aunque no lo sepa, Dios acompaña al ser huma­
no en todo lo que es y hace.
Por otra parte, la presencia de Dios en lo creado es salvífi-
ca. Según el apóstol Pablo la creación está ordenada a la salva­
ción, hasta el punto de que Dios crea en orden a Cristo, para
que todo pueda encontrarse con el Salvador del mundo: "para
nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual pro­
ceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor,
Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros por él” (1 Co
8,6; cf. Col 1,16). El mundo y ser humano tienen un destino sal-
vífico. Por pura voluntad divina, por gracia. Este destino, por -I
tanto, es anterior a nuestra toma de conciencia e independien­
te de nuestras obras. La salvación es previa a nuestra toma de
conciencia -teórica y práctica- de ella. Conviene, pues, distin­
guir entre salvación (ofrecida a toda persona por los medios
que sólo Dios sabe) y revelación de esta salvación. En el marco
de tal distinción, y partiendo de que sólo Dios salva, la Iglesia y
las religiones se sitúan en el orden de la revelación de la salva­
ción; orientan hacia ella, la manifiestan y la significan.
La historia de la salvación no es pues exactamente lo mismo
que la historia de la revelación; en esta última la historia de la
salvación se convierte en una experiencia de fe de la que existe
una conciencia explícita y que aparece por escrito. La historia
de la salvación es previa a la historia de la revelación y la hace
posible. La salvación aparece en primer lugar en la realidad
de la historia. La conciencia creyente de esta salvación viene
después. Aunque esta toma de conciencia es un don que no

82
podemos subestimar. Importa subrayar el carácter de don de
esta toma de conciencia, pues de lo contrario la revelación
dependería de la mayor o menor capacidad humana de descu­
brirla. Conocer a Dios y sus designios de amor sólo es posible
si Dios mismo se da a conocer y nos hace tomar conciencia de
su presencia.

2. Dios habla de muchas maneras

Con una claridad que no ofrece duda, el Nuevo Testamento


afirma que en Jesucristo se ha dado la revelación de Dios para
todos los seres humanos: él es la Palabra "que ilumina a todo
hombre" (Jn 1,9). Pero, aunque el acontecimiento de Jesucris­
to sobrepasa cualquier otra manifestación de Dios, también el
Nuevo Testamento afirma que Dios habló en el pasado "muchas
veces y de muchas maneras" por medio de los profetas de Israel
(Hb 1,1). Más aún, que Dios nunca deja "de dar testimonio de
sí mismo" (Hch 14,17), "porque lo invisible de Dios, desde la
creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus
obras” (Rm 1,20).
La revelación es universal al igual que lo es el ofrecimiento
de la salvación. Ambas tienen su origen en Dios, pero no fun­
cionan de la misma forma. Puede darse el caso, y seguramente
es bastante frecuente, de una salvación que alcance a quienes
no han sido conscientes de ninguna revelación: "Quienes, igno­
rando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia”, pero tam­
bién "quienes sin culpa no han llegado a un conocimiento expre­
so de Dios” pueden conseguir la salvación eterna (LG, 16). Acoger
la revelación supone, de un modo u otro, conciencia de esta
acogida, conocimiento más o menos claro de Dios. Ahora bien,
la revelación de Dios que, según la fe cristiana culmina en Jesu­
cristo, puede tener manifestaciones distintas, todas relaciona­
das con Jesucristo, aunque no todas lo manifiestan o expresan
con la misma claridad y explicitud.
Los Concilios Vaticano I y Vaticano II utilizan la palabra
"revelación" para referirse a dos modos o caminos por medio
de los cuales el género humano puede conocer a Dios: uno, por
la razón natural, por medio de las cosas creadas; otro, por medio
de la palabra de los profetas y sobre todo de Jesucristo. La teo-

83
logia califica el primer modo de revelación en la creación y el
segundo de revelación sobrenatural. Ambos modos no tienen
el mismo alcance: la revelación en la creación permite conocer
a Dios "como principio y fin de todas las cosas”; la revelación
por la palabra va más allá y da a conocer la intimidad de Dios
y sus planes salvíficos para el ser humano. Estos dos modos de
manifestarse Dios no son contrapuestos: el primero necesita
del segundo para que, en la condición presente del género
humano, "todos los hombres puedan conocer con absoluta cer­
teza y sin error las realidades divinas, que en sí no son inacce­
sibles a la razón humana”. Y la revelación sobrenatural, para
poder ser entendida y, por tanto, acogida, presupone la luz natu­
ral de la razón humana, un conocimiento natural de lo que sig­
nifica Dios, dado con la existencia misma, en tanto que admi­
ración por la naturaleza y búsqueda radical de sentido para la
vida. San Pablo alude a este tipo de conocimiento natural de
Dios, previo a la revelación sobrenatural y, en cierto modo exte­
rior a ella, en su carta a los Romanos (1,19-20): “Lo invisible de
Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras".
En Jesucristo, Dios se hace Palabra y se revela de otra mane­
ra: yendo al encuentro del ser humano y esperando una respues­
ta por parte del ser humano. Jesucristo no es solo una palabra
descriptiva, que dice quién es Dios y cuáles son sus designios;
es una palabra performativa, pues instaura una relación en la
que Dios y el ser humano están mutuamente implicados. Preci­
I samente porque se trata de una palabra dirigida personalmen­
te al ser humano está necesariamente situada en el espacio y en
el tiempo y, por tanto, en relación con un momento cultural
determinado y en relación con personas concretas. Solo puede
reconocerse en los acontecimientos, en la trama de la historia.
Hablar de revelación es hablar de un acontecimiento sorpren­
dente, inesperado e imprevisto. Este acontecimiento habla el
lenguaje humano y se da en una mediación humana. Por eso
puede ser entendido y encontrado.
Además de esta doble forma de revelación, el Vaticano II
habla de una tercera forma, que se diría intermedia entre la
creación y la palabra pronunciada en Jesucristo, a saber, la con­
ciencia. “Mediante el juicio de la conciencia” toda persona
puede conocer la voluntad de Dios (LG, 16). Dios habla perso­
nalmente en "los oídos del corazón" y en la conciencia de cada

84
persona. Allí "resuena la voz de Dios", advirtiendo a cada uno
“que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal:
haz esto, evita aquello" (GS, 16). De hecho, el Decálogo o las
diez palabras, que según el libro del Éxodo (cap. 20), Dios diri­
gió a Moisés es la expresión positiva de la ley de la conciencia.
Se puede pensar que eso que el autor del Éxodo presenta como
palabra tuvo lugar en la conciencia de Moisés.
El Decálogo no debe entenderse como una legislación
social, sino como la voz de un absoluto que se dirige a la con­
ciencia: evita el mal: no mates, no robes; haz el bien: honra a tu
padre y a tu madre. "El Decálogo es una luz ofrecida a la con­
ciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los cami­
nos de Dios, y para protegerle contra el mal", leemos en el
Catecismo de la Iglesia Católica', que cita a San Agustín: "Dios
escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en
sus corazones", pero que debían y podían haber leído.
El Vaticano II también fue sensible a la manifestación de
Dios en las grandes religiones de la humanidad. ¿Se puede decir
que en ellas Dios habló por medio de sus profetas? Se puede
discutir el grado y modalidades de revelación que se da en las
religiones, pero no el hecho de que allí Dios está diciendo algo
a los adeptos de estas religiones. Por eso, la comprensión de la
relación del cristianismo con las otras religiones debe evitar
dilemas como verdadero y falso, bueno y malo; y plantearse en
términos de bueno (para mí) y bueno (para ellos) o, en todo
caso, de bueno (para ellos) y mejor (para mí). Desde el punto de
vista de cada religión, la cuestión sería determinar el grado
de verdad de las otras, conscientes de la diversidad y de la nece­
sidad de un entendimiento respetuoso y positivo.
El Vaticano II dio un primer paso importante al reconocer
“lo bueno y verdadero" (LG, 16), los elementos "de verdad y de
gracia" (AG, 9), "las semillas de la Palabra que en las tradicio­
nes religiosas se contienen” (AG, 11). La Comisión Teológica
Internacional ha ido más lejos al declarar: "Si en las religiones
se encuentran semillas del Verbo y rayos de la verdad, no pue­
den excluirse en ellas elementos de un verdadero conocimiento
de Dios, aun con imperfecciones. La dimensión gnoseológica
no puede estar del todo ausente donde reconocemos elementos

1. En el número 1962.

85
de gracia y de salvación"2. Formulación prudente, pero signifi­
cativa: "No puede excluirse” conocimiento de Dios en las religio­
nes; en ellas hay más que un deseo de Dios o una vaga intuición
de lo divino.
Una vez presentadas las distintas maneras por las cuales
Dios se da a conocer a los seres humanos, debemos detener­
nos más ampliamente en algunas que nos interesan especial­
mente. En concreto, a partir de ahora, en este mismo capítulo,
nuestra reflexión se referirá a la revelación en la creación y, de
forma más amplia, a la revelación bíblica; terminaremos el
capítulo viendo la relación que tienen con Jesucristo todas las
manifestaciones divinas (en la creación, en la conciencia y en
las religiones no cristianas). Posteriormente, en el capítulo 8 de
este libro, hablaremos de las religiones no cristianas.

3. Dios habla en la creación

3.1. Dijo Dios

Según el libro del Génesis, en el principio, cuando todo era


caos, confusión y oscuridad, "dijo Dios: haya luz, y hubo luz”
(Gén 1,3). Así comenzó el orden y la vida en el mundo. Dejemos
ahora al margen la cuestión de la cosmología que subyace a este
escrito. Lo que importa es notar que la primera palabra Dios la
pronuncia en el hecho de la creación. Es una palabra anterior
a todas las religiones, a sus profetas y a sus escrituras. En la
existencia del mundo y de cada uno de nosotros, Dios está ya
diciendo algo, pronuncia una palabra. Está diciendo que quie­
re que existamos.
El libro de los Salmos canta la gloria de Dios en la creación
y en la historia de Israel, un Dios creador del cielo y la tierra,
que cuida de las flores, de la hierba de los campos y de los pája­
ros del cielo, que da su alimento al ganado y que se presenta
como el salvador del pobre y del oprimido. Para el tema que
ahora nos ocupa resulta adecuado el salmo 19: "El cielo pro­ ■J
clama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus
manos”. Esta palabra de Dios en la creación es accesible tam-

2. El cristianismo y las religiones, n.° 90.

86
bien a los que no practican ninguna religión, incluso si no son
del todo conscientes de ello: "A toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje". De hecho la contem­
plación de la creación plantea preguntas que, de un modo u
otro, remiten al misterio: ¿de dónde viene y a dónde va todo lo
creado?, ¿cómo es posible tanta belleza?, ¿por qué la vida resul­
ta tan fecunda?, ¿de dónde provienen las leyes de la física?,
¿por qué el universo parece tan extraño?
El conocimiento de la naturaleza nos introduce en un mundo
sorprendente y misterioso a muchos niveles. La física cuántica,
con su lenguaje sobre ondas, corpúsculos y átomos, nos descu­
bre una realidad compleja e inimaginable. A nivel macroscópico
se nos dice que nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, contiene
más de 100.000 millones de estrellas y que hay aproximada­
mente 100.000 millones de galaxias en el universo observable.
Sabemos que en el corazón de las estrellas tienen lugar unos
procesos nucleares de potencia inimaginable. Siguen siendo
válidas para la cosmovisión actual las preguntas que Dios diri­
ge a Job desde la tormenta: "¿Dónde estabas cuando cimenté
la tierra, sabes quién fijó sus medidas, dónde se asientan sus
bases?, ¿has entrado hasta las fuentes del mar?, ¿has paseado
por el fondo del Abismo?, ¿puedes atar los lazos de la Pléyades
o desatar las cuerdas de Orion?, ¿vuela el halcón porque tu le
enseñas, se cierne a tus órdenes el águila y hace su nido en la
altura?” (Jb 38,4-6.16.31; 39,26-27). Job no tiene respuestas, no
puede controlar la naturaleza o manejar las fuerzas del caos
(simbolizadas en Behemot y Leviatán: Jb 40,15-32). Pero encuen­
tra a Dios en el misterio, pues la grandiosidad de la naturaleza
apunta a una realidad todavía más grande.
La revelación en la creación alcanza su culminación en el
ser humano y en lo que mejor le constituye, la razón. Por una
parte, gracias a la genética sabemos que nuestro cuerpo tiene
un lenguaje común con todos los seres vivos; por otra, la inteli­
gencia humana parece desbordar los límites del cuerpo con la
medicina y los trasplantes, alarga la esperanza de vida y casi
convierte al cuerpo en objeto de culto. Lo más significativo es
que en el cuerpo humano brilla lo más propio de Dios, que es el
espíritu. Ninguna otra forma creada manifiesta mejor que la
humana lo espiritual. Mejor que el sol, las montañas, los árbo­
les y todo lo que vive, pues en ellos no aparece lo más propio de

87
los dioses, que es el espíritu. En el ser humano sí, pues es "espí­
ritu en el mundo", según una feliz expresión de Karl Rahner.
Antes de que el cristianismo hablase de encarnación, los grie­
gos representaban a los dioses en forma humana. El ser humano
es la mejor representación, la mejor revelación de lo divino.
El ser humano es lugar de revelación por ser imagen de Dios
(cf. Gén 1,27), dueño de sus actos, dotado de razón y con capa­
cidad de relación. Por medio de su razón puede descubrir una
serie de verdades importantes sobre Dios: que existe y que es
principio y fin de todas las cosas, "porque lo invisible de Dios,
desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a tra­
vés de sus obras" (Rom 1,20). Cuando la razón se pregunta por
el origen y el destino de los seres humanos, por el sentido de la
vida, de la libertad, del amor, del mal y de la muerte, está for­
mulando preguntas que apuntan, al menos implícitamente, a
Dios. Lo mismo cabe decir cuando se pregunta por el funda­
mento último de la realidad o reflexiona sobre la sabiduría de
las leyes del mundo que, aunque hayan sido descubiertas y
encontradas por el ser humano, no las ha hecho ni creado él.

3.2. En la situación presente del género humano

Debemos ahora prestar atención a la advertencia del Con­


cilio Vaticano I sobre la revelación en la creación, a saber, que
“en la condición presente del género humano”3 no resulta fácil
percibir la revelación de Dios en la creación. Aunque ya hemos
indicado que la principal dificultad para percibir a Dios provie­
ne de la limitación humana, el Concilio está pensando en la
condición pecadora del ser humano íque todavía hace más difí­
cil mirar con limpieza la creación y ver en ella un reflejo de
Dios. La carta a los Romanos se refiere a este pecado al afirmar
que lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de
sus obras, pero también que "los hombres aprisionan la verdad
en la injusticia" y por eso son “inexcusables" cuando en vez de
glorificar a Dios al contemplar lo creado "se ofuscaron en sus
razonamientos y su insensato corazón se entenebreció; jactán­
dose de sabios se volvieron necios” (Rom 1,18-22). Además de

3. DH 3004.

88
este texto de la carta a los Romanos hay otro texto bíblico que,
sin negar la culpa del ser humano, hace un planteamiento más
positivo. Se trata de Sb 13,1-9. Los seres humanos, que no han
sabido conocer, a partir de los bienes visibles, al Artífice de todo
lo creado, “merecen menor reproche" ya que, cautivados por la
belleza del mundo, se dejaron seducir por su apariencia, pues
es hermoso lo que ven. La belleza del universo les retiene hasta
tal punto que son incapaces de ir más allá de tanta belleza, y así
no pueden descubrir al Señor de toda ella.
Estas advertencias siguen siendo válidas para nuestra civili­
zación urbana, en la que los medios de comunicación tienen
una gran influencia, una civilización que comienza a aprender
el lenguaje de los núcleos atómicos, de los genes y de los neu-
rotransmisores. Pues el hombre de hoy observa la realidad en
función de su utilidad inmediata y busca, para su propio prove­
cho, explotar los recursos de la naturaleza. La realidad ya no es
vista como cargada de sentido y de finalidad, sino como objeto
de manipulación técnica. Ya no hay espacios sagrados en la
naturaleza, como ocurría en la antigüedad (cuevas, montañas),
sino lugares turísticos a los que se accede con dinero. La natu­
raleza ha perdido su encanto y todo está domesticado por la
técnica y el dinero. Más aún, el pecado, el egoísmo, la violencia,
la mentira impiden mirar con limpieza al mundo y a las perso­
nas. Hacen incluso que miremos torticera y sesgadamente. Nos
ciegan para la totalidad de lo real, para ver aspectos positivos
que reflejan mejor la mano de Dios.
No conviene olvidar, sin embargo, que la presión urbanísti­
ca y los ataques contra la naturaleza (tala de bosques, desapa­
rición de especies) ha despertado la sensibilidad ecológica en
amplios sectores de la sociedad, que condenan los excesos de la
acción humana, celebran la fusión con el cosmos y casi parece
que divinizan el planeta y la naturaleza. Por otra parte, hemos
caído en la cuenta de que el universo no es estático, sino que
está en continua expansión, nuevas estrellas se forman y otras
se apagan; hemos llegado a la Luna y hablamos ya de colonizar
Marte, de modo que lo humano y lo natural parecen no tener
fin (en el doble sentido de no tener límites y de no saber a
dónde vamos). Sabemos también que en el universo conocido
hay mucho desorden y caos y que podría haber otros universos
con otras leyes y otros tipos de azar. La naturaleza sigue siendo

89
maravillosa y sorprendente. Lo mismo puede decirse de nues-
tro conocimiento del cerebro y del genoma humano.
En este sentido cabría hacer dos consideraciones que nos
remiten a lo ético y a lo religioso. En primer lugar, la posibili­
dad de manipular nuestro planeta y el cuerpo humano quizás
ha dado la impresión de que naturaleza y vida quedaban desen­
cantados y lo sagrado retrocedía, pero de pronto ha surgido la
pregunta por la responsabilidad ética de tales manipulaciones.
A la vista de los desastres que provoca la naturaleza y la ambi­
ción humana, consecuencia de políticas económicas que favo­
recen a los poderosos y empobrecen a muchas personas, o ante
las muertes injustas, causadas por armas de guerra, fabricadas
con el falso pretexto de defender la paz, se despierta en mucha
gente el sentido de la justicia y de la solidaridad. Y allí donde
hay atisbos de justicia, verdad, compasión y solidaridad, allí bri­
lla la limpieza del corazón humano, en el que es posible con­
templar un reflejo de Dios.
En segundo lugar, en el cosmos y en lo humano no sólo hay
armonía, sino también caos, no sólo hay orden, sino también
azar, no sólo hay colaboración, sino también competencia y
guerra. La vida está hecha de esperanzas y fracasos, de alegrías
y dolores. Cuando las cosas parecen estar en orden, cuando
todo resulta fecundo, al creyente le resulta fácil alabar el poder
del Padre Creador. No conviene olvidar que Dios, además de
poderoso, es también el que nos acompaña en nuestros fraca­
> sos, dolores y muertes, en el azar y el caos del universo, en un
mundo que no controlamos y que también produce enfermeda­
des, destrucción y muerte. Cuando topamos con ello, los cre­
yentes deberíamos aprender a descubrir al Hijo que nos acom­
paña en tanta incertidumbre.
Hemos pretendido, con las anteriores consideraciones,
mostrar aspectos poco notados de la revelación de Dios en la
creación. Debemos ahora añadir que todas las realidades natu­
rales son ambiguas, pueden recibir distintas interpretaciones.
Si a esto añadimos la condición pecadora del ser humano, que
dificulta ver las cosas por su lado bueno, tenemos ahí los pre­
supuestos para comprender lo que decía el Vaticano I: la con­
veniencia de “otra" palabra de Dios que refuerce la palabra en
la creación y facilite una visión más limpia y una mejor com­
prensión de lo que Dios nos está diciendo en la creación. Ahora

90
bien, esta "otra" palabra de Dios, más explícita, más directa, más
clara, no es sólo conveniente. Se hace absolutamente necesaria
si queremos ir más allá de un conocimiento limitado a las cues­
tiones sobre un Dios Creador, y queremos conocer lo íntimo de
Dios y sus designios salvíficos. Pues ese Dios conocido en la
creación, e incluso el Dios convertido en anhelo de tantos seres
humanos que buscan sentido, justicia y verdad, es un Dios
Ignoto, el "Dios desconocido” (cf. Hch 17,23). Si Él no se reve­
la, nosotros no llegamos hasta Él. La novedad del anuncio
cristiano es la posibilidad de decir a todos: Él se ha revelado.
Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La
novedad del anuncio cristiano consiste en un hecho: Él se ha
mostrado en nuestra carne, en medio de nosotros. Nos introdu­
cimos así en la "revelación sobrenatural" de la que hablaba el
Vaticano I.

4. Revelación como encuentro

Durante mucho tiempo la teología católica concibió la reve­


lación como un cuerpo de doctrina misteriosa y divina que
sobrepasa lo que el ser humano puede alcanzar por sí mismo y
que da respuesta a las cuestiones importantes sobre Dios, el ser
humano y el universo. La constitución Dei Verbum del Vaticano
II ya no concibe fundamentalmente la revelación como un
cuerpo de verdades doctrinales comunicadas por Dios, conteni­
das en la Escritura y enseñadas por la Iglesia. Entiende la reve­
lación como una comunicación personal que Dios nos hace en
Jesucristo. Con Jesús de Nazaret la Palabra divina entra en el
tiempo y asume un rostro y una identidad humana, histórica y
culturalmente condicionada:

"Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y


manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9): por Cristo, la
Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hom­
bres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina
(cf. Ef 2,18; 2P 1,4). En esta revelación, Dios invisible (cf. Col
1,15; ITim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como a
amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf. Bar 3,38)
para invitarlos y recibirlos en su compañía. La revelación se
realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras

91
que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y con­
firman la doctrina y las realidades que las palabras significan;
a su vez, las palabras proclaman las obras y explica su misterio.
La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que
transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y
plenitud de toda la revelación” (DV, 2).

E1 "Dios invisible”, o sea, el Dios trascendente, en su libertad


soberana quiere darse a conocer. La razón por la que se revela
es su bondad y su amor. El medio por el que se revela es su
palabra, de modo que la revelación aparece como una conver­
sación entre amigos4. Son significativos, al respecto, los dos tex­
tos que se citan para apoyar esta idea: Ex 33,11 (“Yahvé habla­
ba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su
amigo”) y Jn 15,14-15 ("vosotros sois mis amigos”). La finali­
dad de la revelación es invitar al ser humano a participar de la
amistad y la vida divina.
Conviene hacer una aclaración a propósito del término
"Palabra de Dios". Pues no estamos diciendo que Dios se hace
inmediata y directamente perceptible con un determinado
lenguaje oral. Cuando decimos que Dios se revela por medio de
su Palabra pensamos en la función comunicativa y dialógica
de la palabra. Es bien sabido que hay palabras que no dicen
nada, o palabras engañosas. Y hay silencios más elocuentes
que las palabras; o hechos, acontecimientos hablantes, que dicen
mucho. En el Nuevo Testamento, sobre todo en el cuarto
evangelio, la Palabra no es solo el medio por el que Dios se
revela, sino la autorrevelación misma de Dios. Dios habla en
Jesucristo, Palabra hecha carne, que ha habitado entre noso­
tros. La Palabra de Dios se hace hombre que pronuncia las
palabras de Dios (DV, 4).
El lugar de la revelación es la historia. Hay, pues, una histo­
ria de la revelación que culmina en el acontecimiento de Jesu­
cristo. De ahí que el Vaticano II indica en repetidas ocasiones
que la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamen-

4. Ya Pablo VI, en la Ecclesiam Suam (n. 64) había caracterizado la revela­


ción como un diálogo: "La revelación, es decir, la relación sobrenatural que Dios en
persona ha tomado la iniciativa de instaurar con la humanidad, puede ser represen­
tada como un diálogo en el cual el Verbo de Dios se expresa en la encamación, y
por tanto, en el Evangelio".

92

1 I
te ligadas. Con esto se indica no solo la dimensión histórica,
sino también la dimensión sacramental de la revelación. Dios,
dada su trascendencia respecto al mundo, no puede comunicar­
se directamente, para hacerlo precisa de una mediación. Para
que la trascendencia divina quede preservada, la revelación tiene
un carácter indirecto. Si quiere llegar a nosotros. Dios necesita
hacerse mundo por medio de unos hechos, personas o acon­
tecimientos. Ahora bien, los hechos necesitan de una interpre­
tación, pues por sí mismos son ambiguos y pueden interpretar­
se de diversas maneras: todos vieron la liberación de Egipto,
sólo Israel lo interpretó como acontecimiento liberador; dígase
lo mismo de la vida y la muerte de Jesús. Pero también las pala­
bras necesitan la corroboración de unos hechos: la palabra de
Jesús sobre el amor queda corroborada por el hecho de su vida
y por el hecho de dar la vida. Ahí se descubre la fuerza y el
alcance de su palabra. Por otra parte, en la palabra explicativa
del hecho se descubre la grandeza del hecho y su verdadero
sentido: en el hecho de la muerte de Jesús no se trataba de un
error judicial, de un malentendido, de un asesinato más de los
muchos ocurridos en la historia; la palabra reveladora explica
que en el acontecimiento de la cruz se trataba de la reconcilia­
ción de Dios con el mundo. De modo que la revelación acon­
tece por obras y palabras mutuamente ligadas e interrelaciona-
das (DV2, 14 y 17).

5. Encuentro progresivo

Si la revelación es un encuentro que acontece en la historia,


y además un encuentro que brota del amor, se comprende que
sea progresiva, como es progresivo todo conocimiento que nace
del amor. El amor no es algo dado de una vez para siempre, sino
que se va creando y recreando momento a momento. Y además,
en el amor los amantes se adaptan el uno al otro. Dios, al reve­
larse, se adapta a la capacidad de comprensión del ser humano
y a los diferentes momentos de la historia de la cultura. Así la
revelación puede entenderse como un camino, como un descu­
brimiento, no como una imposición. La revelación es una histo­
ria de amor, es la continua búsqueda del hombre por parte de
Dios y la continua búsqueda de Dios por parte del ser humano.

93
Tomás de Aquino se refiere, en diferentes lugares de su
obra, a la gradualidad de la revelación: “El hombre no se hace
partícipe de esta enseñanza (que aprende de Dios, según Jn
6,4t>) de repente, sino de una manera progresiva, según el modo
de ser de su naturaleza’’5. Hay dos artículos de la Suma, uno en
el Halado de fe y otro en el tratado de profecía6, en los que Sto.
Tomás trata de las distintas etapas temporales de la revelación,
dejando asentada la conveniencia7 de un progreso desde lo
imperfecto a lo perfecto en el conocimiento de las verdades
reveladas. En ambos artículos, entre otros, cita dos significati­
vos textos de la Escritura: Ef 3,5 y Ex 6,2-3. En Ex 6,2-3 se dice
que Dios revela su nombre de Yahvé a Moisés, pero a Abraham
no le dio a conocer ese nombre, sino que se le manifestó como
El Sadday. En efecto, la situación cultural politeísta de Abra­
ham le dificultaba entender que Dios era único, el único Yahvé.
Por eso a Abraham Dios se le revela como el más poderoso de los
dioses (cf. Gén 17,1). Esta fe en la superioridad del Dios de
Israel sobre todos los demás dioses llevó a la formación del
monoteísmo absoluto sólo en el correr de la historia8. El pro­
greso histórico de la revelación encuentra su culminación en
Jesucristo, que aparece después de una larga espera, “en la ple­
nitud de los tiempos" (Gál 4,4), o sea, cuando los tiempos esta­
ban maduros y se daban las mínimas condiciones psicológicas,
espirituales y culturales para que, al menos algunos, pudieran
aceptarlo y transmitirlo. Ese es el sentido del segundo texto
citado por Sto. Tomás, a saber Ef 3,5, que él aplica a la Encar­
nación como misterio que en generaciones pasadas no fue
ado a conocer a los hombres, como ha sido ahora revelado a
sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu".
En los documentos del último Concilio también aparece la
dimensión progresiva de la revelación. La Lumen Gentium (n.° 9)

5. Suma de Teología, II-II, 2,3.


6. II-II, l,7,c.yad 3; II-II, 174,6.
7. El término conveniencia en Sto. Tomás indica que "así ocurrieron las
cosas", y, una vez sabido como ocurrieron Tomás busca una explicación, una razón
de este proceder divino. Así, por ejemplo, cuando Tomás dice que "fue conveniente
que Cristo se encamase", está suponiendo que de hecho se encamó y trata de bus­
car una explicación apropiada a la mente humana de este hecho divino.
8. "Los antiguos padres fueron instruidos, en general, sobre la omnipotencia
del Dios único, pero Moisés fue instruido sobre la simplicidad de la esencia divina...
Posteriormente, en el tiempo de la gracia, el Hijo de Dios en persona reveló el mis­
terio de la Trinidad", Tomás de Aouíno, Suma de Teología, 11-11,174,6.

94
habla de ella en función de la salvación y santificación, y ade­
más nota la dimensión comunitaria de la revelación: "Fue volun­
tad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente,
sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un
pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente.
Para ello eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con
él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí
mismo y los designios de su voluntad, a través de la historia de
ese pueblo”. La misma idea encontramos en Dei Verbum (n.° 14):
Israel "fue comprendiendo cada vez mejor" el obrar de Dios.
Por su parte el Catecismo de la Iglesia Católica (n.° 53) indica
que "Dios se comunica gradualmente al hombre". Y cita a Ire-
neo de Lyón, que habla en varias ocasiones de esta pedagogía
divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios
y el ser humano: "El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y
se he hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a
comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el
hombre, según la voluntad del Padre".
El progreso no hay que entenderlo solamente como un
comprender mejor lo que ya había sido manifestado de forma
elemental. Es una consecuencia de la necesidad que tiene
Dios de adaptarse a las condiciones históricas y culturales de
la humanidad. De ahí que este progreso no pueda entenderse
de forma lineal. Pudiera haber, en ocasiones, no solo paradas
y retrocesos, sino también desviaciones y rectificaciones. Hay
que respetar cada etapa de la historia de la salvación, pero
precisamente porque estamos ante un proceso histórico no
podemos considerar como definitivas etapas pasadas en las
que Yahvé se revelaba, por ejemplo, como un poderoso gue­
rrero (cf. J1 4,9-10; Dt 20,10-18; Ex 15,3; Sal 94,1), pues tales
etapas deben situarse dentro de todo un conjunto y leerse a la
luz de los correctivos que el mismo conjunto ofrece: en la cau­
tividad, el exilio, la derrota, también Yahvé se revela a su pue­
blo, ya no tanto como el Dios de la guerra cuanto como el que
no identifica su poder con la victoria de Israel. Evitamos así
fundamentalismos y lecturas literalistas de la Sagrada Escri­
tura. Esta debe ser leída como un todo, con las tensiones e
incoherencias propias de todo conjunto compuesto en tiem­
pos distintos y por autores distintos (más adelante hablare­
mos de la autoría humana de la revelación), pero también

95
desde la unidad que ofrece la única finalidad a la que tiende
el texto: la salvación humana.
La progresividad de la revelación aparece entonces como un
proceso educativo; allí se manifiesta la pedagogía divina. En
toda educación amorosa no aparece tanto la acumulación de
informaciones, cuanto la paciencia del educador para llevar al
que se educa a las necesarias superaciones, respetando sus rit­
mos de crecimiento. Bajo esta luz hay que comprender muchos
textos, sobre todo el Antiguo Testamento, pero también del
Nuevo, que parecen escandalosos e incompresibles si olvida­
mos su carácter histórico y hacemos de la piedad criterio de
verdad. Refiriéndose al Antiguo Testamento dice Dei Verbum
(n.° 15): "Estos libros, aunque contienen elementos imperfectos
Y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina". La historicidad,
lentitud y progreso de la revelación muestra "la admirable con­
descendencia de Dios, para que aprendamos de su amor inefa­
ble y cómo adapta su lenguaje a nuestra naturaleza con su pro­
videncia solícita”. De este modo, la palabra de Dios, lo mismo
que Jesús, "asume nuestra débil condición" (DV 13).
Una revelación progresiva es una revelación afectada de
provisionalidad. Sólo en la escatología encontraremos a Dios
plena y definitivamente. Incluso en la revelación de Jesús (cf.
Rom 16,25-26), plenitud de la revelación y última y definitiva
Palabra de Dios, encontramos la tensión entre definitividad y
provisionalidad. Así, 1 Co 1,7 afirma, por una parte, que a los
creyentes “no les falta ningún don de gracia", y por otra toda­
vía "esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo”. En este
sentido, dice Pannenberg, "la revelación comunicada por el
Evangelio tiene todavía un momento de provisionalidad”9.
Nosotros, que hemos recibido el Espíritu, solo lo hemos reci­
bido como arras (imagen nupcial en 2 Co 1,22; 5,5) o como
primicias (imagen agrícola en Rom 8,23). Este es el motivo
por el que la Iglesia, que ha recibido la plenitud de la revela­
ción de Cristo, "camina a través de los siglos hacia la plenitud
de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las pala­
bras de Dios" (DV 8). La provisionalidad se aplica también a
los creyentes del Nuevo Testamento, pues la Iglesia ha recibi­
do la plenitud de la verdad, pero camina hacia ella. Ambos

9. W. Pannenberg, Teología Sistemática, vol. I, UPC, Madrid, 1992, 227. i


!
96

1
|
i
aspectos son necesarios para una correcta comprensión de la
revelación.

6. Encuentro permanente

La progresividad puede y debe aplicarse al tiempo de la Igle­


sia, que acoge hoy la revelación. Pero hay otro aspecto a tener
en cuenta para entender bien la revelación: su carácter perma­
nente, pues la revelación es lugar de encuentro para el presen­
te “Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siem­
pre con la Esposa de su Hijo amado” (DV 8); "en los libros
sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al
encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
La revelación es actualizada y acogida por una libertad his­
tórica y siempre en camino. Negar esta actualización y esta
acogida equivaldría a dudar del poder y presencia del Espíritu
Santo en la Iglesia; reduciría la revelación a una serie de verda­
des pasadas, sin tener en cuenta su validez para todos los tiem­
pos y para todos los seres humanos; y la fe solo podría consis­
tir en la aceptación intelectual de estas verdades y no en la
obediencia a Dios que me habla en el aquí y el ahora. Por eso,
la afirmación de que la revelación se cerró con la muerte del
último apóstol10 solo puede entenderse si tomamos la revela­
ción en función de unos contenidos, y no de un encuentro per­
sonal. Esta afirmación puede y debe ser reinterpretada a la luz
del mismo principio que, sin duda, la inspira: Jesús es la pleni­
tud de la revelación. Cierto, en Jesús culmina la revelación,
pero en el Jesús que está continuamente con los suyos hasta el
fin de los tiempos, que está en medio de los que se reúnen en
su nombre, que da vida y legitimidad a su Iglesia.
El Papa Juan Pablo II ha notado esta actualidad de la reve­
lación: todas las palabras pronunciadas por el Redentor "se ins­
criben en la Iglesia de un modo siempre nuevo a lo largo de
cada generación y de cada época” (Dominum et Vivificantem,
29). Como ocurre en la historia global de la salvación, también
en la historia personal “el eterno plan de Dios se revela a cada
uno sólo a través del desarrollo histórico de la vida y de sus

10. Cf. DH 3421.

97
acontecimientos y, por tanto, solo gradualmente: en cierto sen­
tido de día en día". De ahí que el descubrimiento de la voluntad
de Dios en nuestra vida requiere, al decir del Papa, la escucha de
la Palabra de Dios "y al mismo tiempo la percepción de las
diversas situaciones sociales e históricas en las que uno está
inmerso” (Christifideles Laici, 58). La marcha de la historia, del
mundo y de la Iglesia durante milenios, así corno la experien­
cia persona] por lo que se refiere a cada creyente, pueden y
deben contribuir al desarrollo del conocimiento de Cristo a tra­
vés de sus obras y de su presencia actuante en la historia. Cris­
to no se hace así más grande, pero el conocimiento de la salva­
ción revelado por Cristo al mundo, se torna para nosotros más
completo y cercano en la actualidad a través de la acción del
Espíritu Santo en la historia de la Iglesia y de las personas.
El Espíritu Santo es el "recuerdo” de Cristo (cf. Jn 14,26) en
cada situación y contexto. Este recuerdo no nos envía al pasa­
do, ilumina el presente y nos orienta hacia el futuro. El Espíri­
tu, tomando siempre de lo de Jesús, interpreta lo que va vinien­
do (Jn 16,13-15), de modo que el recuerdo de lo que Jesús dijo
se cumple en lo inédito de la historia, en respuestas nuevas.
Tenemos ahí, en esta acción del Espíritu que mueve a leer los
signos de los tiempos y a actualizar el Evangelio, el principio
de una tradición que va creciendo continuamente en la Iglesia
(DV 8) y la necesidad de adaptación de la Palabra de Dios.
Sobre esta necesaria adaptación, en función de los signos de los
tiempos, tendremos que volver más adelante.

7. La revelación, palabra de Dios y palabra humana

Debemos ahora reflexionar sobre las dimensiones humanas


de la revelación divina. En todo diálogo y encuentro -y eso es
la revelación- los dos interlocutores son parte activa. De ahí el
carácter divino-humano de Ja revelación, tanto en su origen,
como en su estructura y también en lo referente a su recepción.

7.1. En su origen

Hay revelación para la conciencia humana cuando determi­


nados acontecimientos significativos se interpretan desde la

98
experiencia de la fe en Dios. Esta fe no cambia el acontecimien­
to, le descubre un sentido. La interpretación del hecho se con­
vierte en palabra, “palabra de Dios”. Por tanto, hay revelación
cuando los hechos (que, en cuanto tales no son ni profanos ni
religiosos, sino simplemente hechos) van acompañados de unas
palabras que los explican (DV,2), y esta explicación se considera
proveniente de Dios. En el origen de la revelación está la volun­
tad de Dios de darse a conocer por medio de unos signos. Pero
la cuestión ahora es saber cómo la conciencia humana puede
ver en estos signos una palabra de revelación, un origen divino.
Para el pueblo de Israel, el acontecimiento histórico de la
liberación de Egipto se convirtió en una confesión de fe, en un
"descubrimiento”: Es Yahvé el que ha sacado a su pueblo de
Egipto (Dt 26,5-9). De manera semejante, los Evangelios presen­
tan el hecho histórico de la vida y muerte de Jesús interpretado
desde una fe, desde una "revelación”: Jesús es el Señor. Tenemos
ahí dos tradiciones históricas convertidas en profesiones de fe y
en memorial que actualiza en una posterior comunidad la situa­
ción de revelación de la que se está haciendo memoria.
El acontecimiento histórico que para Israel fue el comienzo
de su constitución como pueblo no ha dejado huella en la lite­
ratura egipcia de la época. Porque lo que para Egipto fue una
escaramuza fronteriza sin importancia (algunas tribus condu­
cidas por Moisés escaparon de la esclavitud de Egipto), para
Israel fue el comienzo de su libertad y de una vida nueva. Algo
parecido cabría decir del acontecimiento histórico de Jesús de
Nazaret: disponemos de muy pocos documentos romanos que
nos hablen de él. En lo que para Roma fue un asunto menor
ocurrido en una lejana provincia, los cristianos vieron allí su
salvación.
Pero detrás de estas historias hay quien sabe interpretar
religiosamente los acontecimientos hasta el punto de que quie­
nes le escuchan reconocen en esa interpretación su propia
experiencia. Moisés no era sólo un buen conductor de hom­
bres; tenía una dimensión “mística" de la vida (Ex 33,18-34,9)
y se acordaba del "Dios de los Padres". El lenguaje religioso, del
material humano, descifra posibles (no obligatorias) dimensio­
nes más profundas que pueden, no obstante, ser experimenta­
das. Desde su vivencia religiosa, Moisés descubrió la presencia
viva de Dios en el ansia de sus paisanos para liberarse de la

99
opresión: el Señor estaba allí presente y les apoyaba. En la medi­
da en que fue contagiando esta certeza a los demás (cf. Ex
14,32: "creyeron en Yahvé y en Moisés"), ayudándoles a descu­
brir esta presencia, suscitó historia, promovió el sentimiento
religioso y creó el yahvismo. No se trata solo de un profeta ins­
pirado, capaz de leer la presencia de Dios en los acontecimien­
tos, no se trata solo de Moisés. Dios también trataba de revelar
a los israelitas oprimidos acompañantes de Moisés lo mismo
que a Moisés. Moisés les ayudó a descubrir la presencia de Dios
en el acto liberador, pero una vez ayudados, ellos lo vieron por
sí mismos.
También los apóstoles, tras un largo sábado santo desconcer­
tante, transformados por la experiencia de la resurrección de
Cristo, supieron explicitar lo que otros admiradores de Jesús
de Nazaret, de forma más o menos vaga, también habían visto
en él, y lograron que el poder de su resurrección, gracias al
Espíritu Santo, les moviera a confesar que Jesús es Señor. Tam­
poco aquí se trata solo de los apóstoles. Ellos tuvieron una
experiencia de Jesús resucitado, pero al contagiar esta expe­
riencia a otros seguidores de Jesús, los otros seguidores tam­
bién experimentaron -en el signo de la Palabra, del partir el
pan, de la fraternidad- que el Espíritu del Resucitado actuaba
en sus vidas.

7.2. En su estructura

En realidad no hay revelación químicamente pura. No se


trata de un oráculo escuchado por un vidente o adivino. No
se trata de un dictado de Dios a un escritor. Esta es la gran dife­
rencia entre la concepción cristiana y musulmana de la revela­
ción. Las palabras recibidas por el profeta Mahoma son consi­
deradas literalmente como palabras dictadas por Dios, que
Mahoma únicamente transcribe. En la revelación cristiana el
profeta tiene un papel activo, de modo que la palabra de Dios
entra en la humanidad por medio de la subjetividad humana.
La revelación pasa por la conciencia de los seres humanos.
Pero eso no significa ninguna reducción de lo divino a lo huma­
no, porque es el don revelador del Padre el que provoca la expe­
riencia religiosa del ser humano.

100
La revelación no es una palabra que viene de fuera, sino
un descubrimiento que me provoca lo de fuera. Así como el poeta
descubre en determinadas situaciones, normales y extraordina­
rias a la vez, dimensiones profundas de la vida, también la per­
sona religiosa tiene conciencia de la presencia de Dios y de su
acción, que está ahí desde siempre, y le precede. Algo o alguien
me abre los ojos: eso es una revelación. En la experiencia coti­
diana ocurre algo que rompe la rutina, y entonces lo que nunca
habíamos pensado, nos alcanza como una gracia que viene de
fuera. Desde la vivencia de la fe, de pronto el profeta cobra con­
ciencia de la voluntad de Dios.
Hay en el evangelio un episodio que puede resultar ilumi­
nador. Se trata de Mt 16,13-20. Jesús, después de preguntar a
sus discípulos lo que la gente dice de él, les inquiere sobre lo
que dicen ellos sobre él. Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres
el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Jesús respondió: "Dichoso tú,
Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni
la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Jesús autentifi­
ca como palabra revelada proveniente del Padre la confesión de
fe de Pedro. Parece como si le dijera: “No sabes cuánta razón
tienes diciendo lo que dices, porque lo que dices no proviene de
ti, sino que es una revelación de Dios". Pedro, desde su expe­
riencia y conocimiento de la humanidad de Jesús, ha tenido
una "inspiración", recibida del mismo Dios, que le permite con­
fesar a Jesús como el Mesías y alcanzar así lo más profundo de
la realidad de Jesús. Porque "nadie puede decir: Jesús es el
Señor, si no es movido por el Espíritu” (1 Co 12,3). Y, sin embar­
go, cada vez que decimos: Jesús es el Señor, podemos señalar
las concretas circunstancias humanas, y sin embargo "divinas”,
que nos mueven a ello.

7.3. La Palabra se hace libro

Ha llegado el momento de hacer una aclaración a propó­


sito de algo que hemos dicho y repetido de diferentes maneras
a lo largo de este capítulo: la Palabra de Dios, en sentido pleno,
es el Verbo encarnado, Jesucristo. En su humanidad Dios ha
dicho todo lo que tenía que decir y lo ha dicho de forma defini­
tiva. El es la Palabra de Dios dicha en forma humana. Ahora

Q 101
bien, esta Palabra, por ser humana, estaba condicionada y limi­
tada por el tiempo. Su tiempo, por decirlo de algún modo, era
finito, tenía un término. Este término fue, como para cualquier
humano, la muerte. Pero precisamente porque se trataba del
Verbo de Dios, la muerte no tenía dominio sobre él. La Palabra
encarnada, rechazada por los hombres, fue acogida por Dios
mediante la resurrección.
La Palabra encarnada ya no está aquí. No es de este mundo.
Y, sin embargo, "está con nosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28,20). La Palabra se ha ido y se ha quedado. ¿De
qué modo se ha quedado? De muchos modos, pero aquí nos
interesa destacar que, por la acción del Espíritu Santo, el Nuevo
Testamento y, a su modo, también el Antiguo, dan testimonio
de esta Palabra y la hacen presente. Hoy Jesús de Nazaret sigue
hablando a los hombres que leen y escuchan las Escrituras.
Ellas dan testimonio de él y en ellas sigue resonando su voz
para los hombres de lodos los tiempos. En analogía con la Pala­
bra del eterno Padre es legítimo llamar también palabra de
Dios a los textos del Antiguo y Nuevo Testamento. Y así como
en Jesús la Palabra se hizo hombre, en la Escritura la Palabra
se hace libro.
Tales libros son hoy necesarios como testimonio original de
Jesús y su mensaje. Con una transmisión únicamente oral del
mensaje, palabras, obras y vida de Jesús, los fallos inevitables
de la memoria, las deficiencias del entendimiento, las formula­
ciones distintas de la palabra original debido a su transmisión en
épocas y lugares distintos, harían irreconocible la revelación pri­
mitiva. Dentro de la fenomenología de la religión, la consigna­
ción por escrito es un hecho normal. Difícilmente cabe pensar
en una universalidad estricta sin escritura. El escrito permane­
ce (cf. Is 30,8; 40,8). Pero, por otra parte, el escrito necesita
leerse bien y actualizarse; queda así insinuado el papel de la
predicación de la Iglesia y la función del Magisterio, del que
hablaremos más adelante.
La Iglesia apostólica puso por escrito la revelación recibida
por medio del Hijo, de la Palabra. Desde entonces tales escritos
son considerados “santos". En estos escritos la Iglesia ha reco­
nocido no solo un libro promovido por Dios, sino la palabra de
Dios que ha tomado forma en un libro humano, como en Jesu­
cristo ha asumido la carne humana, de modo que existe un

102
paralelismo entre el hacerse carne y el hacerse libro de la pala­
bra. En el evangelio de Juan, el mismo Jesús se identifica con
su palabra, esta misma palabra que permanece en sus discípu­
los (Jn 15,7). Gal 3,8 identifica la "palabra de Dios” que según
el Génesis Dios dirigió a Abraham con "la Escritura". Resulta
significativa la expresión de Rm 9,17: "La Escritura dice, *
habla”, refiriéndose a lo que Moisés dijo al Faraón como "pala­
bra de Dios". Decir, hablar, propiamente solo puede emplear­
se de una persona. “La Escritura dice": así quedan combinados
dos conceptos opuestos, la palabra hablada y escrita. La Pala­
bra de Dios se hace perceptible para los hombres de todos los
tiempos al transformarse en Escritura.
La Escritura es hoy el sacramento, la mediación de la que
disponemos para acceder y escuchar la "Palabra de Dios". La
Escritura es el sacramento del que hoy disponemos para acce­
der a Jesucristo que, propiamente hablando, es el sacramento
original de Dios, el lugar en el que Dios se hace presente en
nuestra humanidad. Hecha esta aclaración podemos seguir con
nuestra reflexión. En adelante al hablar de la Palabra de Dios
nos referiremos a la mediación de la Escritura. A continuación
tratamos de los autores de estos escritos.

7.4. Los hagiógrafos "verdaderos autores"

Para comprender correctamente la revelación y, en concre­


to la revelación escrita, hay que colocar, junto a la acción divi­
na, la acción humana. Esto lo ha sabido destacar la Dei Verbum,
en claro contraste con la tendencia imperante en los documen­
tos del Magisterio y en los teólogos anteriores al Concilio, que
más bien consideraban la revelación escrita como una especie
de "dictado” y recurrían al concepto de "causalidad instrumen­
tal” para definir la actividad de los autores sagrados11. En efec-

11. Bastarán algunos ejemplos. San Gregorio Magno, en una fórmula equívo­
i ca, atribuye a Dios el carácter de escritor: "(Spiritus Sanctus) haec scripsit, qui scri-
benda dictavit’’ (Moralia in Job, Prólogo, 1,2; P.L. 57,517). El concilio de Trente se
refiere a los libros sagrados y a las tradiciones como "dictados por el Espíritu
Santo" (DH 1501). El Vaticano I nombra sólo a Dios como "autor" de la Escritura
(DH 3006). León XIII, en su encíclica Providentissimus se refiere "a los hombres
como instrumento para escribir", y a Dios como "autor principal" (DH 3293).

103
to, la Dei Verbum (n.° 11), después de recordar que "todos los
libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, en cuanto que escri­
tos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como
autor”, también afirma que "en la composición de los Libros
sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de
todas sus facultades y talentos”, de forma que a estos hombres
ha}' que considerarlos como “verdaderos autores". En suma,
"todo en la Biblia viene a la vez de Dios y del autor humano"12.
Hay que afirmar, pues, que si Dios es autor y los escritores
bíblicos son "verdaderos autores", estamos ante dos auténticos
autores de un mismo texto. Encontramos una buena analogía
para entenderlo en el caso del secretario de un jefe de estado
que le redacta los discursos. El discurso es, en cierto modo, de
los dos. Aunque a efectos jurídicos e ideológicos el discurso es
del jefe de estado, a efectos literarios y también ideológicos, el
discurso es del secretario. Dos referencias bíblicas pueden ser­
vir para confirmar esta cuestión del doble autor. Dice 1 Co 12,3:
"nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es movido por el
Espíritu Santo”. Y, sin embargo, Lucas, para decir que Jesús es
el Señor, ha realizado todo un trabajo de paciencia y cuidadosa
investigación y ha redactado los materiales recogidos en el
orden que le ha parecido conveniente (Le 1,1-4).
El problema, en este asunto del doble autor, surge porque la
acción divina no se encuentra al lado de la acción humana, sino
en la misma acción humana. Lo divino y lo humano no son
dos magnitudes separables (como podrían serlo en el caso del
secretario y del jefe de estado, en el que cada uno tiene su pro­
pia aportación en el resultado único), sino que forman una uni­
dad sustancial, en la que lo divino impregna, da forrfta, es como
el alma de lo humano, pero solo se capta a través de lo huma­
no. "Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en len­
guaje humano”, afirma DV 12. Lo mismo Juan Pablo U en Fides
et Ratio, 84: "La palabra de Dios es siempre palabra divina en
lenguaje humano”. En la partícula "en" está toda la dificultad,
porque la dimensión humana y la divina de la revelación no son

12. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, ed.


Arzobispado de Valencia, 1993, 101; cf. p. 30: “La Sagrada Escritura, en cuanto
Palabra de Dios en lenguaje humano, ha sido compuesta por autores humanos en
todas sus partes y todas sus fuentes".

104
dos realidades distintas, forman una única realidad. Dios donde
habla es "en" el lenguaje humano, no “además de”, más allá de,
por encima de o por debajo del lenguaje humano. Por tanto, el
hablar de Dios no podrá descubrirse nunca al margen o más
allá del lenguaje humano en el que se manifiesta.
El número 12 de la Dei Verbum, tras afirmar que Dios habla
en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano,
ofrece dos orientaciones fundamentales para conocer lo que dice
Dios. En primer lugar es necesario captar con la mayor exacti­
tud lo que dice el texto humano y su sentido. Eso exige tener en
cuenta los géneros literarios, conocer el ambiente social en el
que el texto se escribió, buscar lo que el autor dice e intenta
decir, según su tiempo y su cultura, tener en cuenta el modo de
narrar, de pensar, y de expresarse en tiempos del escritor. Pero
sin olvidar que un texto humano puede recibir distintas y, a veces,
contradictorias interpretaciones. De ahí la importancia de la
segunda advertencia, que nos sitúa en sintonía con la palabra
divina que el texto humano expresa: "La Escritura se ha leer
con el mismo Espíritu con que fue escrita". Pues los textos
bíblicos no son solo históricos, son textos teológicos, tienen
una pretensión salvífica (cf. Jn 20,31), necesitan de la fe para ser
comprendidos hasta el fondo. Para leer la Escritura con el Espí­
ritu con que fue escrita hay que "tener muy en cuenta el conte­
nido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda
la Iglesia y la analogía de la fe”. Sólo leído con fe, en su tota­
lidad y en un contexto eclesial el texto bíblico alcanza su verda­
dero sentido.

8. Recepción de la revelación

Los textos evangélicos que tenemos son ya textos "actuali­


zados”, escritos para unas comunidades distintas y distantes de
la generación de Jesús. Eso aparece claro si notamos que los
autores bíblicos ponen en boca de Jesús palabras que él nunca
pronunció históricamente hablando. Aplican lo que Jesús dijo
e hizo a situaciones nuevas que Jesús no conoció ni pudo cono­
cer en su tiempo. Actuaban así porque estaban convencidos de
que el Espíritu de Jesús resucitado seguía hablando en el pre­
sente a los creyentes que vivían en situaciones distintas a las de

105
los primeros discípulos. Los creyentes estaban convencidos de
que lo que Jesús había dicho seguía conservando su sentido y
significado aplicado a otras situaciones. El mensaje de Jesús es
susceptible de convertirse en operante y actual en distintos con­
textos personales, sociales y eclesiales13.
El lector actual del texto bíblico, en el que se encuentra la
revelación cristiana, se encuentra con un problema, a saber, que
su lenguaje está vinculado a formas de pensamiento que no son
ya directamente las del hombre moderno. El mensaje bíblico
tiene un condicionamiento histórico y, por ser histórico, este
condicionamiento no puede tener valor absoluto. Ahora bien, el
mensaje cristiano tiene una pretensión de verdad para el hoy y
el aquí de mi vida. Por esta razón, dice la Pontificia Comisión
Bíblica, “es susceptible de ser interpretado y actualizado, es
decir, de ser separado, al menos parcialmente, de su condicio­
namiento histórico pasado para ser trasplantado al condiciona­
miento histórico presente"14. De ahí que la Iglesia puede y debe
expresar este mensaje en el lenguaje de las diferentes culturas.
El Evangelio no está ligado a ninguna cultura, pero puede y
debe entrar en comunión con todas las culturas; de esta comu­
nión surge un mutuo enriquecimiento (GS 58).
El texto está, pues, abierto a desarrollos ulteriores, que se
producen gracias a relecturas en contextos nuevos. Un nuevo
contexto revela potencialidades de sentido que los contextos
anteriores dejaban en la oscuridad, lo que nos abre a una mejor
comprensión de la revelación, o a la comprensión de nuevos
aspectos de la misma en el curso del tiempo. En todas las
grandes obras subsisten virtualidades latentes que solo el tiem­
po permite descubrir. Los grandes inventores descubren más
de lo que imaginan, pues abren caminos que sin ellos no se
habrían abierto. Hay obras de ciencia, arte o virtud que des­
bordan a sus autores y pertenecen a todos. ¿Acaso una página
del Quijote o una catedral gótica es para nosotros, mujeres y
varones de] siglo XXI, lo que fue para sus primeros contem­
poráneos? Sin renegar del pasado y reconociendo su paterni­
dad, las nuevas miradas humanas otorgan nueva vida a los

13. Cf. Edward Schillebeeckx, Jesús en nuestra cultura, Sígueme, Salaman­


ca. 1987, 55-56.
14. O.c. en nota 12, 101.

106
pensamientos y palabras del Quijote y a las piedras o ruinas
de la antigua catedral.
En el caso de la Biblia, la profundización y actualización ¡.
del texto es posible (como ya hemos dicho en el apartado ante­
rior) cuando la Escritura se lee en el mismo Espíritu en que
esta se compuso y en comunión con la tradición eclesial. Pero
esto supuesto, no basta el conocimiento de su contexto original
y de su estructura literaria si queremos ponernos en sintonía
con su intención profunda. Hay que preguntarse por su preten­
sión de verdad en el hoy y aquí de mi vida y de la vida de la Igle­
sia. Para que la Biblia deje de ser arqueología y se convierta en
palabra divina para el hoy de mi vida, es necesario tener en
cuenta, además de su contexto contemporáneo, nuestro contex­
to actual. Si se trata de un texto religioso y salvífico, en el que
Dios se expresa, solo puede considerarse que alcanza su preten­
sión cuando tiene incidencia real en mi vida.
Todo esto nos abre al principio de Tradición y al papel de la
Iglesia en la actualización de la revelación. Eso también nos
mueve a preguntarnos por los signos de los tiempos actuales,
susceptibles de ser iluminados por la revelación y al mismo
tiempo capaces de abrirnos a nuevas comprensiones de la
misma. En los dos próximos capítulos nos ocuparemos de ello.
Antes debemos plantearnos una última cuestión para cerrar el
presente capítulo.

9. Presencia de Jesucristo en toda manifestación divina

Jesucristo no es solo la plenitud de la revelación divina. Es


también el mediador de toda revelación, el que la hace posible.
Incluso aquellas manifestaciones divinas en las que no aparece
de forma explícita su presencia, son manifestaciones que se
dan por él y a él tienden, bien porque preparan su venida, bien
porque en él encuentra plenitud y sentido. Veámoslo de forma
concreta, teniendo en cuenta los distintos modos por los que
Dios habla, tal como hemos visto en el punto 2 de este capítulo.

107
*4 fS.xCH, iti tlf < cu la creación

l'isv» h,(bld por medio de lo creado (ya nos hemos explicado


k\s autvi ioivs iiptu lados 2 y 3). Esto es posible porque en esta
Prtmcrü. periiumenlc y universal revelación de Dios está pre-
¡Wly <'lisio, (¡rucias a esta presencia se percibe lo divino en lo
s\xxtskx Por medio de la creación, Cristo es accesible a todo ser
humano. aunque no sea consciente de ello. El Concilio Vatica­
no U se refiere a esta presencia de Cristo en la creación: "Dios,
creando y conservando el universo por su Palabra (cf. Jn 1,3),
ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de
si mismo (cf. Rom 1,19-20)" (DV 3). La presencia del Logos en
la creación hace posible un conocimiento auténtico del "Dios
verdadero” en la creación.
Algunos escritores cristianos primitivos han reflexionado
sobre esa presencia cristológica y, por eso reveladora, en la
creación. San Ireneo tiene un texto suficientemente claro al res­
pecto. El Logos, que está presente en la creación, desde los
comienzos, revela progresivamente al Padre. Todas las manifes­
taciones divinas tienen lugar por medio del Logos. La primera
de estas manifestaciones es la creación: “Ya por el hecho mismo
de la creación, el Verbo revela al Dios creador; por el hecho de
la existencia del mundo, al Señor que lo ha fabricado; por la
materia modelada, al Artífice que le ha modelado y, a través del
Hijo, al Padre que lo ha engendrado... El Hijo, pues, cumplien­
do Ja voluntad del Padre, lleva a perfección todas las cosas
desde el principio hasta el fin, y sin él nadie puede conocer a
Dios. El conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento
del Hijo está en poder del Padre y nos lo comunica por el Hijo.
En este sentido decía el Señor: nadie conoce al Hijo más que
el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se Jo quiera revelar. Las palabras “se lo quiera revelar" no
tienen solo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empe­
zado a manifestar al Padre al nacer de María, sino que tienen
un sentido general que se aplica a todo tiempo. En efecto, el
Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo de la
creación"15.

15. Tratado contra las herejías, libro 4. c. 6, n. 5-7: P.G. 4, 989-990. Los subra­
yados son míos.

108
En uno de sus Sermones dice San Atanasio: "La impronta
de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la
creación: para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría
al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre”.
Y más adelante, en este mismo sermón se refiere a la Sabidu­
ría (= el Verbo, Unigénito del Padre) creadora que se refleja en
la sabiduría que aparece en las obras de la creación16. Por su
parte San Andrés de Creta identifica la luz encarnada con
aquella luz creadora “que estaba en el mundo desde el princi­
pio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no
la reconoció”17.
Cristo está presente como artífice de lo creado ya que por su
medio todo ha sido hecho y nada se ha hecho sin él (cf. Jn
1,3.10; Col 1,15-20; 1 Co 8,6). Esta presencia es la que hace posi­
ble un conocimiento de Dios en la creación; es el fundamento
de su presencia reveladora: si todo ha sido hecho por medio de
la Palabra (Jn 1,3), es lógico que esta Palabra sea la que se escu­
cha cuando los cielos proclaman la gloria de Dios (Sal 19).

9.2. Presencia de Cristo en la conciencia

Dios habla en la conciencia de cada persona. Ya hemos


indicado que esta voz de Dios encuentra su mejor expresión en
las diez palabras que Yahvé entregó a Moisés en el Sinaí: no
matarás, no mentirás, no robarás... Pues bien, en estas pala­
bras de la conciencia, el creyente del Nuevo Testamento puede
ver un anticipo negativo de lo que en el sermón de la montaña
Jesús expresará en positivo, profundizando así en esta revela­
ción en la conciencia, y dándole su sentido más pleno: “Habéis
oído que se dijo... Pues yo os digo" (Mt 5,21 ss.). El Sermón del
monte revela toda la verdad divina y humana de la ley de la
conciencia, conduciéndola a su plenitud18. La conciencia, implí­
citamente, tiende hacia Cristo y en él encuentra su última
explicación.

16. Sermón 2 contra los amaños, n. 78-79: P.G. 26, 311-315.


17. Sermón 9, sobre el domingo de Ramos: P.G. 97, 1002 C-D..
18. Así dice el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1968.

109
9.3. Presencia de Cristo en las religiones
Más delicada es la cuestión de la presencia de Cristo en las
religiones no cristianas. Según la doctrina católica, las religio-
nestíenden hacia Cristo y en él encuentran plenitud de sentido.
Si eso es así, entonces de algún modo Cristo tiene que estar ya
presente en ellas; si no estuviera presente no podrían encontrai
su plenitud en Cristo, no podrían tender hacía él. No puede ten­
derse hacia lo que no está ya presente, aunque sea oscuramen­
te. Ahora bien, es evidente que esta presencia, ni siquiera implí­
citamente, es percibida por los miembros de las religiones no
cristianas, sino que incluso es negada, pues en estas religiones
se afirman explícitamente otras mediaciones (Buda, Mahoma).
Actualmente la teología católica habla de la presencia de Cris­
to por medio de su Espíritu en las religiones. En todo lo bueno,
justo, bello y verdadero que hay en ellas el cristiano puede ver un
signo de la presencia del Espíritu: toda verdad, la diga quien la
diga, procede del Espíritu Santo, decía Tomás de Aquino19. El
Magisterio de Juan Pablo II ha significado un progreso en esta
comprensión de la presencia y actividad del Espíritu en las reli­
giones no cristianas, el Espíritu de la verdad, "que sopla donde
quiere (Jn 3,8) y que hace que ningún hombre "nunca jamás sea
del todo indiferente ante el problema religioso"20.

9.4. Presencia de Cristo en la revelación hecha a Israel

Al creyente del Nuevo Testamento le resulta fácil percibir la


presencia de Cristo en la revelación hecha en el primer testamen­
to (terminología que me parece más respetuosa con el judaismo
que la de revelación veterotestamentaria). Pues el cristiano des­
cubre que toda la dimensión de promesa que se encuentra en
este primer testamento encuentra su realización en Jesucris­
to Todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él”
(2 Co 1,20).
El mismo Jesús de Nazaret explica a sus discípulos que las
Escrituras
escrituras judías, por una parte, dan testimonio de él (Jn 5,39),

19. Suma de Teología, I-IJ


20. Gaudium el Spes, 41. ’ 109, 1, obj. 1 y ad 1.

110
y solo en esta perspectiva pueden entenderse; y, por otra, tienen
una misteriosa profundidad, de modo que sólo pueden ser
entendidas cuando él las explica (Le 24,27.32.45; Jn 2,22). Ya
desde sus comienzos así lo entendió la Iglesia y siguiendo este
criterio interpretó los escritos del Primer Testamento (Hech
8,32-35; Jn 20,9). A partir de ahí se comprende lo que afirma la
Pontificia Comisión Bíblica: “La Iglesia lee el Antiguo Testa­
mento a la luz del acontecimiento pascual -la muerte y resu­
rrección de Jesucristo-, que aporta una radical novedad y da,
con una soberana autoridad, un sentido decisivo y definitivo a
las Escrituras”21. Así se explica que, en las múltiples referencias
neotestamentarias al Antiguo Testamento, tanto en muchos
pasajes de las cartas de san Pablo, como en los cuatro evange­
listas, se use frecuentemente la fórmula: "Para que se cumplie­
ran las Escrituras". La misma intención tienen las genealogías
de Jesucristo, con las que comienzan los evangelios de Mateo y
Lucas: mostrar que toda la economía antigua se cumple en
Jesucristo y hacia él camina.
La constitución Dei Verbum (nn. 15 y 16) se expresa así: "El
fin principal de la economía antigua era preparar la venida de
Cristo, redentor universal y de su reino mesiánico, anunciar­
la proféticamente (cf. Le 24,44; Jn 5,39; 1 Pe 1,10), representarla
con diversas imágenes (cf. 1 Co 10,11)... Dios es el autor que ins­
pira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Antiguo
encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el Antiguo. Pues,
aunque Cristo estableció con su sangre la nueva alianza (cf. Le
22,20; 1 Co 11,25), los libros del Antiguo Testamento, incorpora­
dos a la predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud
de sentido en el Nuevo Testamento (cf. Mt 5,17; Le 24,27; Rom
16,25-26; 2 Co 3,14-16) y a su vez lo iluminan y lo explican". Hay
una referencia mutua entre ambos Testamentos: el Primero no
solo tiende hacia el Nuevo, sino que también contribuye a ilumi­
narlo y explicarlo. Sin el Primero, el Nuevo no se entendería ple­
namente y hasta parecería sin raíces en la historia. Por este moti­
vo, si bien las otras manifestaciones divinas pueden considerarse
preparaciones al Evangelio, no pueden considerarse como el Pri­
mer Testamento "preparaciones inmediatas", pues el arraigo his­
tórico del Nuevo se encuentra de forma directa en el Antiguo.

21. O.c. en nota 12, p. 47.

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