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RECONSTRUCCIÓN DE LA OBJETIVACION DEL SUJETO VAGO EN

COLOMBIA EN EL SIGLO XIX

Autora:
PATRICIA RODRÍGUEZ SANTANA

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - CENTRO DE ESTUDIO SOCIALES
BOGOTÁ, COLOMBIA, 2018

1
RECONSTRUCCIÓN DE LA OBJETIVACION DEL SUJETO VAGO EN COLOMBIA
EN EL SIGLO XIX

Tesis presentada como requisito parcial para optar al título de:


Doctora en Ciencias Humanas y Sociales

Autora:

PATRICIA RODRÍGUEZ SANTANA

Director:
JAVIER SÁENZ OBREGÓN, PH.D. EN HISTORIA Y FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN

Línea de Investigación: Movimientos sociales, identidades y nuevas subjetividades

Grupo Gobierno, subjetividades y prácticas de sí

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS - CENTRO DE ESTUDIO SOCIALES


BOGOTÁ, COLOMBIA, 2018

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A mis dos ángeles Erre y Lucumí

Y a mis polos a tierra: mi madre, mis hijos y mis nietos

3
AGRADECIMIENTOS

La realización de este trabajo no hubiera sido posible sin la generosidad y sabiduría de


varias personas e instituciones. A todos les agradezco. En primer lugar, a Javier Sáenz,
por su dirección, aportes, comentarios y preguntas, que me presentaron un reto. La
Facultad de Ciencias Humanas financió el trabajo de búsqueda, recolección y
organización de las fuentes primarias en archivo. El Departamento de Sociología me
brindó su comprensión, su solidaridad y su apoyo en todo momento. Adriana Correa y
Jaume Fortuño participaron en la recolección, seguimiento de pistas y sesiones de
discusión derivadas de sus primeras lecturas del material. Sandra Gallego y Omar Garzón
fueron un soporte y compañía permanentes; su escucha y sus aportes me posibilitaron
desenredar muchos hilos. Y agradezco a esos hombres y mujeres que habitan las calles,
cuya existencia, vidas y emociones, en su enigma, me empujan a conocer las
profundidades históricas que los anteceden y ese hoy que los agrede y les arrebata la
dignidad.

4
TABLA DE CONTENIDO

RESUMEN…………………………………………………………………………………7
ABSTRACT………………………………………………………………………………...8
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………...9
Trayectoria de una idea…………………………………………………………………...9

El conocimiento sobre el vago decimonónico…………………………………………..13


Las coordenadas…………………………………………………………………………17
El método………………………………………………………………………………..22

I. LA ESCISIÓN DE LOS POBRES………………………………………………………….26


Los pobres como problema de misericordia. El poder pastoral…………………………26

Ser pobre: virtud o realidad social……………………………………………………….28


Los pobres como problema de orden social. Atención y castigo………………………...29
Del poder pastoral al gobierno político del pobre: Pobreza como castigo, caridad como
deber social y desorden social………………………………………................................32

Racionalización de la atención de los pobres y su desmitificación……………………...35


La pobreza legítima y la pobreza falsa. Entre la mendicidad con movilidad restringida y
la obligación de trabajar………………………………………………………………….38
El gran encierro de los pobres. Atención, castigo y trabajo……………………………...49

II. LA PRODUCCIÓN DEL DESPRECIO SABERES SOBRE LA VAGANCIA EN LA NUEVA


GRANADA………………………………………………………………………………..61
Las manchas del sujeto colonial…………………………………………………………64

El deshonor y desprestigio……………………………………………………………….80
La mala calaña…………………………………………………………………………...86
De la pereza neogranadina a la vagancia………………………………………………...88

5
La plaga de la vagancia………………………………………………………………….92
Geografía de la pereza y la vagancia…………………………………………………….96
Los vagos: esos monstruos indomables………………………………………………...100
La promoción de las virtudes…………………………………………………………...102

La constitución del sujeto moral contra la vagancia……………………………………103

III. EL VAGO COMO SUJETO JURÍDICO………………………………………………...117


El escenario…………………………………………………………………………….118
Constitución jurídica del vago………………………………………………………….123
El castigo y la corrección……………………………………………………………….133

Formas jurídicas pre-republicanas……………………………………………………...147


Prácticas judiciales republicanas para decir verdad…………………………………….154

IV. EL CONTROL DEL CONTAGIO………………………………………………………161


Gobierno del abandono. Separación e inmunización…………………………………...163
Gobierno de las vidas de los jóvenes sueltos…………………………………………...176

Ocupación para el pueblo……………………………………………………………….187

V. ENTRE EL ORDEN Y LA UTILIDAD…………………………………………………...199


La mendicidad como posibilidad de la vagancia……………………………………….201
El gobierno de la ciudad………………………………………………………………..212
Castigo de los vagos y gobierno de la población……………………………………….224

VI. DE VUELTA DEL ESPEJO. REFLEXIONES FINALES………………………………….236

REFERENCIAS……………………………………………………………………..……248
ANEXOS………………………………………………………………………………....267

6
RESUMEN

La presencia de personas que viven en la calle ha sido una característica persistente a


través de la historia. La realidad cotidiana de la ciudad de Bogotá, y de muchas otras
ciudades del país y América Latina, está marcada por la presencia molesta de cierta
población marginal, que en Colombia actualmente conocemos como “habitantes de
calle”. Si bien es cierto que la problemática de la vagancia y de los vagos de los siglos
XVIII y XIX, en América Latina y en Colombia, ha sido tratada por diversos
investigadores, la aproximación a estos ha sido tangencial, como parte de otro problema,
o fragmentaria, al tratar específicamente al vago en referencia a un solo aspecto. Vistos
en conjunto, en estos trabajos –realizados en México, Costa Rica, Guatemala, Chile y
Colombia-, además de la coincidencia en el uso de la normatividad y de señalar las
particularidades locales, prevalecen tres asuntos: la asociación negativa trabajo-vagancia
y ocio, el control de los vagos y el acercamiento sociológico y vivencial a estos
personajes. Esta investigación apostó por mirar de forma diferente al vago, partiendo de
la suposición de que como sujeto se constituye mediante la intervención de diversas
fuerzas que lo objetivan y lo atraviesan, lo reconocen como vago y lo ubican del lado
negativo de la estructura y la organización social, a partir de la indagación por los modos
de objetivación en diferentes dominios de saber y viendo cómo esta los escinde como
sujeto situados en el mundo colonial y a partir de la “idea de raza”.

7
ABSTRACT

The presence of people living on the street has been a persistent feature throughout
history. The daily reality of the city of Bogotá, and of many other cities in the country
and Latin America, is marked by the annoying presence of a certain marginal population,
which in Colombia we now know as "street dwellers". Even though it is true that the
problem of vagrancy and vagrants in the XVIII and XIX centuries, in Latin America and
Colombia, has been treated by various researchers, the approach to these has been
tangential, as part of another problem, even fragmentary, when dealing specifically with
the vagrant in reference to a single aspect. Seen as a whole, in these works -made in
Mexico, Costa Rica, Guatemala, Chile and Colombia-, besides the coincidence in the use
of normativity and to point out the local particularities, three issues prevail: the negative
association work-vagrancy and leisure, the control of the vagrants and the sociological
and experiential approach to these characters. This research opted to look differently at
the vagrant, starting from the assumption that as a subject is constituted through the
intervention of various forces that objectify and crosses through the him, recognize him
as vagrant, placing him on the negative side of the structure and social organization. All
of the above, by investigating about the modes of objectification in different domains of
knowledge and seeing how it splits them as subjects located in the colonial world and
from the "idea of race".

8
 

INTRODUCCIÓN

Apenas si puede verse un poquitito del corredor de la casa del espejo, si


se deja la puerta de nuestro salón abierta de par en par: y por lo que se
alcanza a ver desde aquí se parece mucho al nuestro, sólo que, ya se
sabe, puede que sea muy diferente más allá. […] Juguemos a que existe
alguna manera de atravesar el espejo; juguemos a que el cristal se hace
blando, como si fuera una gasa, de forma que pudiéramos pasar a través
(Lewis Carrol, 1980: 38).

TRAYECTORIA DE UNA IDEA

Detrás de este trabajo hay un proceso marcado por discontinuidades entre el proyecto
original y su ejecución, modificaciones que relataré brevemente con el fin de situar la
razón por la cual me anclé en el siglo XIX y, de manera específica, en los vagos como
objeto de estudio. La realidad cotidiana de la ciudad de Bogotá, así como de muchas otras
ciudades del país y América Latina, es la presencia molesta de cierta población marginal,
que en Colombia actualmente conocemos como “habitantes de calle”. Es un hecho que
día a día estos personajes asustan y conminan a las autoridades a tomar medidas y llevan
a las organizaciones humanitarias y solidarias a proponer paliativos en busca del respeto
por la persona, a la ciudadanía a reclamar la tranquilidad para transitar las calles, a la
prensa a registrar la información o acallarla y a tomar posiciones al respecto, y a algunos
académicos a interesarnos por producir conocimiento sistemático sobre ellos y
comprender mejor el fenómeno.

Mi primer acercamiento académico a los habitantes de calle como objeto de estudio se


produjo en la elaboración de la tesis de maestría publicada con el título Emergencia del
sujeto excluido. Aproximación genealógica a la no ciudad (2008)1. En ella, se los analiza

1
Esta tesis, publicada por la Pontificia Universidad Javeriana, fue elaborada con Angela María Robledo
como requisito para la obtención del título de Magistras en Política Social.

9
como sujetos excluidos, producto de un proceso cuyo rastro queríamos construir para
entender la política social orientada a ellos. Para ello, primero hubo un acercamiento
histórico, en busca de su aparición en la ciudad en el siglo XX; posteriormente, vino la
inmersión analítica respecto de la demolición del sector de El Cartucho2, en el centro de
la ciudad, atendiendo a las relaciones de poder que entraron en juego en la política social
y de seguridad ejecutada específicamente en las administraciones de Antanas Mockus y
Enrique Peñalosa.

Muchos caminos de indagación fueron apareciendo como efecto de los resultados de la


investigación, así como de la diáspora de los habitantes de calle por la ciudad, producida
tras la demolición del sector, dispersión que traspasó las fronteras en las que
generalmente se encontraban agrupados. Por ejemplo, la visibilidad cada vez mayor que
han adquirido en comparación con el desprecio manifiesto que generan en la gran
mayoría de la población; la masificación del fenómeno en el país, principalmente en las
capitales; y las respuestas y diferentes posiciones con respecto a su presencia en la calle y
su gobierno. En conjunto, estas constataciones llevaron a un nuevo acercamiento a esta
población, esta vez para identificar las condiciones de posibilidad de un modo de hacer
política pública que los reconozca como ciudadanos diferentes. Dicho de otra manera, se
trataba de relacionar la marginalidad extrema de estos habitantes con dos conceptos clave
para avanzar en el derecho a la ciudad –la ciudadanía diferenciada y las políticas públicas
interculturales–. Con esta idea presenté mi postulación de ingreso al doctorado.

En desarrollo del estado del arte y el mejoramiento de la idea, un primer aspecto a


abordar correspondió a la deconstrucción del concepto de habitante de calle y su
resignificación, a la luz del concepto de ciudadanía diferenciada. Esto implicó, como
primer componente, indagar acerca del término utilizado para nombrarlos y su carga de
significado. Para ello, realicé la búsqueda fundamentalmente en los países de América del
Sur. Un segundo componente consistió en establecer el hilo conductor a partir del cual se
define a los habitantes de calle, lo que equivalía a preguntarme por categorías

2
Ubicado en el antiguo barrio de Santa Inés, entre la calle 10 y la avenida 6 y la carrera 10 y la avenida
Cararacas de Bogotá, este sector era habitado (temporal y ambulatoriamente) por población marginal de la
ciudad, hasta que fue demolido como parte de las políticas elitistas de renovación (gentrification) de
Enrique Peñalosa, durante su mandato en la alcaldía (1998-2000).

10
conceptuales como vida social, ciudad, política, cultura, con las que se los relaciona, y
por los enfoques teóricos con que operan tales categorías. Como último elemento, se
precisó la identificación de las diferentes representaciones con las cuales se rotula a los
habitantes de calle. En primer lugar, la de sujeto excluido, que comporta dos cosas: vivir
en la calle y, consecuentemente, carecer de vivienda, además de la ausencia de lazos
socioafectivos; en segundo lugar, su representación como sujeto desviado, acompañada
de apelativos negativos que los califican como peligrosos, victimarios y fuente de miedo.
Y, por último, la que lo representa como sujeto cultural, basada en la construcción de un
modo peculiar de supervivencia, expresado en la forma de resolver sus problemas
cotidianos, por ejemplo, generando una red social.

Los resultados obtenidos en el paso anterior estuvieron mediados por la reflexión sobre el
reconocimiento y el autoreconocimiento3, dado que la representación que algunos
habitantes de la calle tenían de sí mismos reproducía aquellas representaciones exteriores
que los clasificaban como excluidos o como desviados. En consecuencia, respecto del
reconocimiento de la diferencia cultural, se imponía la tesis de Taylor, según la cual

… nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por falta de este; a


menudo, también, por el falso reconocimiento de otros, y así, un individuo o un grupo de
personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación, si la gente o la
sociedad que lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo o degradante o
despreciable de sí mismo (1992: 43).

Esta reflexión suscitó la necesidad de repensar la investigación. Fue así como el tercer
acercamiento al objeto me condujo a plantear, como proyecto de tesis, el estudio del
ámbito de las prácticas de constitución del sujeto, y ver el sujeto resultante, lo cual
implicó estudiar los modos como se han relacionado y articulado las prácticas discursivas
y no discursivas en la Bogotá del siglo XX, tanto en la constitución del habitante de la
calle adulto como en las subjetividades que produce, si tenemos en cuenta que un sujeto
se constituye en la medida en que se reconoce en un acontecer permanente.

A principios del siglo XX, en las calles de Bogotá se podía encontrar población infantil
sin hogar, apodada por la ciudadanía “chinos”, apelativo que para los años 20 cambia al

3
Como elemento necesario para el otorgamiento y el ejercicio de la ciudadanía diferenciada.

11
de “gamines”4. Con la fuerte ola migratoria interna ocasionada por la crisis de los años 30
y posteriormente por la violencia política de finales de los 50, algunos espacios
tradicionales receptores de inmigrantes se transformaron en lugares de supervivencia
usados por habitantes que deambulan y pernoctan por las calles. Es cuando surgen en
Bogotá, hacia los años 60, lugares como El Bronx, El Cartucho y Cinco Huecos5.

Hasta esta última década, la residencia de personas en la calle se denominaba vagancia y


en la actualidad se la llama habitabilidad de calle. Ha sido esta una característica
persistente a través de la historia, objeto de diversas representaciones y valoraciones,
acorde con la formación histórica en la que se la problematiza. Con esto en mente, se dio
inicio a la indagación y recolección de evidencias que ilustraran la trayectoria y cambios
que el fenómeno presentaba en el siglo XX y las fuerzas que allí estaban involucradas. No
obstante, al anclar el fenómeno en un punto de arranque, la condición de colonia y la
historia de imposición hispana durante tres siglos obligaban a considerarla y situar la
pregunta por la constitución del sujeto a partir del período de transición hacia la
conformación de la República, de tal manera que el siglo XIX pasó a ser el marco
temporal del estudio y su objeto pasó a ser la figura de su predecesor: el vago.

Atravesar el espejo del pasado y franquear el reflejo que distorsiona e impide discernir
qué hay detrás demanda penetrar en esos aspectos que contribuyeron a constituir
objetivamente la presencia de los vagos en Colombia en el siglo XIX y a producir su
clasificación negativa en la sociedad, lo que implica esclarecer los aspectos estructurales
que entraron en escena para instalarse en el territorio colombiano colonial y a lo largo del
siglo XIX. Había que entrar entonces en ese pasado permeado por lo colonial, en el cual
emergió el vago como sujeto, y aclarar cómo fue implantada la condición de vago en
Colombia, estableciendo sus singularidades, continuidades y discontinuidades, en ese
tránsito hacia el período republicano, ello como una forma de singularizar el entramado
4
“El ‘chino de la calle’, trabajador, simpático, travieso, ingenuo, libertino y recursivo, realiza trabajos de
voceador de prensa, lustrabotas y carbonero. […] [p]oco a poco se convierte en ‘chino delincuente’ y
mezcla sus actividades cotidianas con el robo y el atraco. Aparece el ‘gamín’ atracador y ladrón, el pequeño
limosnero y asesino que se convierte en una de las mayores pestes de la ciudad” (Pachón y Muñoz 2011:
161).
5
Ubicados en las zonas que correspondían a las parroquias de Santa Bárbara y San Victorino de la época
colonial, eran albergue de poblaciones rechazadas por la sociedad, entre las que se encontraban los
vagabundos.

12
de fuerzas y relaciones que entraban en juego y que posteriormente posibilitan verificar
sus parentescos6.

EL CONOCIMIENTO SOBRE EL VAGO EN AMÉRICA LATINA

Si bien es cierto que la problemática de la vagancia y de los vagos de los siglos XVIII y
XIX, en América Latina y en Colombia, ha sido tratada por diversos investigadores, la
aproximación ha sido tangencial, como parte de otro problema, o fragmentaria, al tratar
específicamente al vago en referencia a un solo aspecto.

Vistos en conjunto, en estos trabajos –realizados en México, Costa Rica, Guatemala,


Chile y Colombia–, además de la coincidencia en el uso de la normatividad como eje del
análisis y de señalar las particularidades locales, prevalecen tres asuntos: la asociación
negativa trabajo-vagancia y ocio, el control de los vagos y el acercamiento sociológico y
vivencial a estos personajes. A continuación me concretaré en aquellos aspectos clave y
elementos importantes en busca de otros campos de poder diferentes del jurídico que
entraron en juego en la producción del sujeto vago decimonónico en Colombia.

Como aspecto obligatorio para tratar el tema del vago y el problema de la vagancia
aparece la relación que ha existido entre el trabajo –en cualquiera de las valoraciones y
sentidos que ha tenido a través de la historia– y el acto voluntario de negarse a hacerlo.
López (2002) introduce históricamente los diferentes sentidos del concepto de la pereza
en relación directa con el vicio y en su relación negativa con el trabajo. Esto significa que
la vagancia formó parte de la consideración abstracta del trabajo como actividad humana,
en su representación negativa, personificada en un individuo mal visto por la sociedad.
No obstante, esa mirada negativa o de rechazo no significó que en todas las épocas
hubiera sido clasificado como criminal. Por otra parte, subraya ciertas diferencias entre
pereza y ocio, en especial la que insiste en la asociación del ocio con la inactividad y la
“persona que está sin trabajar”. Zambrano señala el lugar privilegiado que el concepto
ocio ocupó en la Nueva Granada, como eje de las preocupaciones de los hispanos, al
sustituir en el siglo XVII el “trabajo como foco prominente del saber y el poder colonial”
6
Entre los vagos del siglo XIX y los habitantes de calle.

13
(2008: 139). Ello implicó desplazar el disciplinamiento corporal con el látigo y el trabajo
forzado por el control del tiempo libre, colándose en la cotidianidad y formas de
relacionamiento social de los indígenas, a través de la aplicación de la normatividad
jurídica, con la cual se penalizaron actos vinculados al ocio indígena, como la
embriaguez, el juego, los rituales, la danza, entre otros7. Con estos hallazgos, concluye la
autora, el posicionamiento del ocio como objeto de control trasladaba la preocupación de
siglos anteriores por el sometimiento del trabajo indígena a la invasión y control de la
sociabilidad de los indígenas por intermedio de prácticas de “individualización y control”
jurídico (p. 148).

Una de las expresiones de esta relación negativa trabajo-ocio la identifica Sagastume


(2001) en Guatemala en la enseñanza de oficios en los gremios y, de manera particular,
en la contradicción entre los sentidos que la sociedad y las autoridades le asignaban a este
empeño, cada una por su lado: mientras los oficios que se enseñaban tenían para la
sociedad una valoración negativa, para las autoridades se constituían en la posibilidad de
regeneración de la plebe con su ingreso al mundo del trabajo.

De la anterior asociación negativa entre trabajo y vagancia surgieron prácticas


encaminadas a controlar a los vagos, tratadas por la totalidad de estudios consultados, a
partir de dos fuentes: la producción jurídica y la práctica judicial, a la luz de los registros
de los juicios. Un primer tratamiento de este aspecto enfatiza en prácticas relacionadas
con el control de los vagos, como la adaptación de las normas hispanas a nuevas formas
de vagancia en Nueva España, incluido el control de los emigrantes expulsados del
campo y la incorporación de la embriaguez y el juego8, como parte de las conductas
características de estos personajes (Arrom, 1986). Adicionalmente, los estudios señalan la
relación entre ociosidad y etnia desde el siglo XVI, lo que significa que, por el hecho de
ser mestizo, la conducta de vagancia adquiría mayor gravedad y, en consecuencia, los
remedios para prevenirla se tornaron más duros a partir de 1766. Asimismo, se ha mirado
al vago atendiendo a su utilidad, como aspecto básico de la vida sana y la vida
socioeconómica activa de un número elevado de personas sin actividad u ocupación

7
Aspectos que rescata de los expedientes penales de la época.
8
Dos vicios, en lo que para ese momento se consideraba “mala vida”.

14
alguna, que no aportaban al crecimiento de las arcas del reino (Martin, 1985). Otros
estudios, por su parte, buscan esclarecer el papel del trabajo forzado como instrumento de
moralización de la plebe y los vagos, en México, en pos de la buena salud de la sociedad
y, consecuentemente, de la utilidad de los vagos (Aillón, 2001).

Específicamente, para el caso de la Nueva Granada, en esta primera manera de tratar al


vago, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX –y concentrándose en Santafé, como
ciudad en crecimiento, con una población peligrosa y difícil de controlar, por la alta
presencia de mestizos y la llegada de forasteros– González (2008) desentraña el sujeto
peligroso en las formas de construcción del discurso de los juicios criminales, las formas
de control social que los afectaron y el discurso construido por ellos mismos. Estos
aspectos en conjunto constituyen, para el autor, un submundo opuesto a los ideales de
comportamiento de las élites, lo que explica que para su control jugara un papel
fundamental el nuevo concepto de utilidad asignado al trabajo y el énfasis en la
formación de sujetos económicos activos, de lo que se derivaba la creación de diversas
instituciones a las que se llevaba a las personas que permanecían en la calle. Todo lo cual
desembocó en la construcción del sujeto peligroso, especialmente por el nuevo sentido
del concepto de utilidad, siendo el vago uno de los integrantes de ese grupo, junto con los
criminales, ladrones, prostitutas, forasteros, entre otros. Botero (2013) vislumbra, entre
otros aspectos, la relación negativa entre ciudadanía y vagancia a partir del análisis de las
leyes y de cómo en estas se involucraba a las prostitutas y los esclavos, entre 1820-1850,
y E. Castro analiza la normatividad contra la vagancia para elaborar una Aproximación
genealógica a la población de vagos (2012), partiendo de la consideración del derecho
como una expresión pragmática del gobierno de los vagos en Colombia.

Desde otra perspectiva, como otra forma de estudiar el control, están las investigaciones
sobre instituciones como el tribunal de vagos de Ciudad de México, creada para el
“control de las masas populares” de los principales centros urbanos, mirando su
inestabilidad histórica y los momentos de existencia durante el siglo XIX (Ojeda, 2003;
Aillón, 2001), y aquellas que buscan determinar las particularidades de la penalización
contra las mujeres acusadas de vagancia y sus implicaciones en el control de las
costumbres y el comportamiento moral de las mismas, en contraste con la construcción

15
del ideal de mujer como antagonista de la imagen de su malignidad, en Costa Rica
(Sánchez, 2016).

El tercer asunto en el que se interesan los estudios sobre los vagos decimonónicos busca,
a partir de los juicios y las definiciones jurídicas, llenar el vacío de información en los
registros de los archivos y establecer los perfiles sociológicos de los vagos. Dos autores
representan este modo de acercamiento vivencial al tema. Por un lado, Jurado (2004)
identifica en las características asignadas en las normas jurídicas tres tipos de carencias
sociales con las que se los asociaba: de oficio o renta, de residencia fija y de destino,
causadas por la inestabilidad laboral. Asimismo, con base en documentos que testimonian
el desarrollo de los juicios contra la vagancia, Jurado construye perfiles sociológicos
sobre actitudes que manifiestan la intolerancia y repudio social hacia ellos, la
desconfianza hacia los pobres, la relación con formas de maldad, la asociación con
algunas características físicas a partir de las cuales se desarrollaba la práctica de la
denuncia, todo ello ilustrado con algunos “retratos existenciales” que permiten
vislumbrar la vida cotidiana de los acusados de vagancia, en diferentes escenarios en los
que aparecen las tensiones con la comunidad, la familia y los valores sociales del
momento.

Por otro lado, Araya (1999) parte de la definición sociológica de la vagancia para
formularla como objeto de estudio mediante el contraste con la realidad histórica de
ociosos, vagos y malentretenidos del siglo XVIII en Chile, y la reconstrucción de la
historia de la configuración moderna del fenómeno a partir de casos chilenos. Destaca en
este ejercicio la diferenciación entre el vago y el vagar sin destino. En la calificación de
vago lo fundamental era la relación con el trabajo, las formas de sostenimiento y ciertos
comportamientos sociales asimilados a la conducta vagabunda, y no el andar vagando. El
“vicio del ocio” indica una preocupación oficial, donde la vagancia era objeto de
persecución, con lo cual el estudio ahonda en la especificidad del vagabundo de las Indias
occidentales –hombre libre sin lazos de dependencia y desobediente a aplicarse a un
oficio– y en la asimilación del ocio con la criminalidad, lo que la llevó a plantear que el
discurso de la ociosidad fue ante todo una teoría sobre la criminalidad que constituyó al
vago en una figura central para el control y la educación. Un tercer aspecto de su

16
planteamiento viene de la posibilidad de observar en las causas criminales las nociones
de “individuo” y “vida privada”, en las que era tenida en cuenta la apariencia del sujeto.

Como se ve, cada una de estas miradas al vago señala tópicos parciales que dibujan un
mapa de saberes y temáticas exploradas de la figura del vago, en su posición de sujeto a
ser sujetado, inscrito en una herencia colonial que enmarcó la jerarquía social, las
relaciones que los hispanos establecieron y el lugar de los vagos como sujetos inferiores,
desobedientes y perezosos. No obstante, es difícil entender por separado las fuerzas que
entraban en juego en su objetivación y constitución, en el período de referencia, entre
otras razones, porque la presencia histórica de la figura del vago en el mundo, data de
períodos anteriores al siglo XIX. Se pretende, por lo tanto, reconstruir este proceso de
constitución del vago en Colombia, estableciendo las continuidades y discontinuidades
producidas en relación con los aspectos que de esa condición colonial previa permearon
la objetivación del vago como sujeto en el siglo XIX.

Se trata de una mirada diferente. Mientras la historiografía parte de las fuentes jurídicas
que califican quién es vago y que hacer con estos individuos centrándose en un aspecto
específico, la presente investigación busca una inmersión que permita considerar cómo
diferentes fuerzas entran en juego en la producción de este sujeto, así como visibilizar
diferentes componentes gubernamentales en torno al manejo de la problemática que la
presencia de vagos plantea a los administradores, la sociedad y la justicia.

LAS COORDENADAS

Esta investigación finalmente apostó por mirar de forma diferente al vago, partiendo de la
suposición de que como sujeto se constituye mediante la intervención de diversas fuerzas
que lo objetivan y atraviesan, lo reconocen como vago y lo ubican como lado negativo de
la estructura y la organización social. Dicho de otra manera, identifico cómo se articulan
y se relacionan las prácticas discursivas y no discursivas, en Colombia, en la producción
del vago. Parte, por tanto, de la identificación de unas líneas de fuerza localizadas en
dominios diferentes de saber y acción que interactúan de diversas maneras y en diferentes
momentos y espacios. Y estos dominios producen “reglas del decir verdadero o falso”
que condicionan y expresan –para este caso– lo no aceptado, lo prohibido, lo inmoral, por

17
medio de prácticas de objetivación discursivas (lo que se dice), y además actúan como
guía para el reconocimiento de un “sujeto vago”, por medio de prácticas no discursivas
(lo que se hace) (Terol, 2013: 299-300). Estamos ante la interfaz

… del saber y el poder, la verdad y el poder […]. Hay efectos de verdad que una sociedad
como la occidental […] produce a cada instante. Se produce la verdad. Esas producciones
de verdad no pueden disociarse del poder y de los mecanismos de poder, porque estos
últimos hacen posibles, inducen esas producciones de verdades y, a la vez, porque estas
mismas tienen efectos de poder que nos ligan, nos atan. (Foucault, 2012: 73-74)

Adicionalmente, esa interfaz se da en un espacio en el que interactúan el saber y el poder


y la verdad y el poder, que se intersectan con las condiciones del momento, con las cuales
definen y respaldan unas formas del sujeto vago, en un momento y un lugar específicos,
teniendo como efecto la constitución del vago como sujeto. Es decir que se ponen en
marcha diversos mecanismos de poder9 para identificarlo, asignarle un lugar y
gobernarlo. En consecuencia, presentan un carácter contingente, por el modo como
ocurren sus transformaciones, solapamiento, contradicciones, supresión y concurrencia
para conformar un entramado que transita a lo largo del siglo XIX en Colombia.

Ahora bien, hay algunos temas implícitos en el abordaje del saber: el primero de ellos
corresponde al saber, como concepto eje del primer modo de objetivación del sujeto, el
cual, siguiendo a Foucault, es un “conjunto de elementos […] formados, a partir de una
misma y única positividad, en el campo de una formación discursiva unitaria” (2013:
255). Esta pluralidad de elementos –con independencia de la necesidad de diferenciar
entre científico y no científico10, racional o irracional– corresponde a una formación
discursiva que contiene, acerca de un objeto disperso11, “tipos de formulación, conceptos
y opiniones, tal y como se invisten en una ciencia, una receta técnica, una institución, un
relato novelesco, una práctica jurídica o política” (pp. 255-256). Dicho de otra forma, la
dispersión de saber acerca de un objeto puede comprender diversos “umbrales de
enunciados”: de conocimiento, políticos, morales, de opinión, religiosos, éticos, estéticos.

9
Entendidos como “conjunto de aparatos, instituciones, reglamentos” (Foucault, 2004: 18; 1996: 30) que
aplican la verdad estipulada.
10
No todo saber es ciencia.
11
En este caso, el vago es comprendido de manera distinta en dominios diferentes. Considerar la dispersión
en cada uno de los componentes enumerados que se refieren al objeto del saber es lo que constituye su
positividad, que a su vez constituye una formación discursiva.

18
Por otra parte, la puesta en marcha de los mecanismos de poder implica diversas
relaciones de poder local, o en el microespacio de las personas, el cual circula y funciona
en cadena “a través de una organización reticular”, aunque “en sus mallas los individuos
no solo circulan, sino que están puestos en la condición de sufrirlo y ejercerlo” de modo
que el poder “transita a través de los individuos” (Foucault, 2004: 22; 1996: 32). Así
mismo, es mediante las relaciones de poder como se posibilita llevar a cabo la sujeción
del individuo12.

Otras consideraciones importantes se derivan de lo anterior y sitúan la investigación. En


primer lugar, el reconocimiento del sujeto como efecto del dispositivo de saber-poder
(Foucault, 2004: 22; 1996: 32)13 y la constatación de que nada allí es estático, pues se
produce en la medida en que se reconoce que pasa por un acontecer permanente. En
segundo lugar, teniendo en cuenta que en este acontecer la constitución de un sujeto se
produce en tres “modos de subjetivación” –que conciernen al saber, el poder y la relación
consigo mismo–, la investigación los aborda en sentido amplio, es decir, indagando por
los modos como se objetiva al sujeto vago en diferentes dominios de saber y viendo
cómo se objetiva a los sujetos mediante la escisión14 de los otros (poder). No obstante,
como forma de acercamiento al tercer modo, que corresponde específicamente a la
subjetivación15, entendida como la forma de elaboración de sí –lo que supone por parte
del individuo su reconocimiento y transformación como sujeto–, se parte de que en los
vagos la acción moral sobre sí que se les exigía derivaba de los códigos (Foucault, 2005:
30). Ello para resaltar que, con sus prescripciones, en diferentes “dominios de
comportamiento”, estos proponen al individuo reglas de actuación a seguir en ámbitos
diversos, como la familia, la escuela, la religión, las normas. Es decir, los códigos señalan
lo que se espera lograr en el sujeto con las prácticas que buscan sujetarlo. Por último, a
partir del análisis preliminar de la información primaria durante el proceso de creación

12
“La estructura del Estado no lograría sujetar así […] a todos los individuos, si no se enraizara, si no
utilizara, como una especie de gran estrategia, la totalidad de las pequeñas tácticas locales e individuales
que envuelven en cada uno de nosotros” (Foucault, 2012: 76). Puede consultarse también Foucault (2004:
19; 1996: 30).
13
“Y al mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto suyo, es el elemento de composición
del poder” (Foucault, 2012: 76).
14
O prácticas divisorias: “El sujeto se encuentra dividido en su interior o dividido por los otros. Este
proceso lo objetiva” (Foucault, 1988: 3).
15
Que corresponde a la relación del sujeto consigo mismo.

19
del archivo16 y la revisión de información secundaria, la aproximación a estos modos de
objetivación abarcó, para el análisis, cuatro dominios de saber-poder en la relación de
fuerza que se da en la constitución del sujeto vago. En cada uno de estos se identificaron
los aspectos del saber y de las prácticas que entraron en juego y los consituyeron como
objeto de atención y de intervención, en sus distintas modalidades.

El primero de ellos corresponde al dominio de la religión cristiana occidental, eje


primario para la identificación de los trazos iniciales de objetivación de los vagos, con el
Reino de Castilla y Aragón, como telón de fondo, al momento de la conquista de
América. El segundo es el dominio de los discursos y las prácticas respecto de otras
formas de división que incidían, afectaban o se relacionaban con la constitución del vago.
El tercer dominio corresponde al saber y las prácticas jurídicas. El cuarto es el que trata
de los saberes y prácticas del gobierno para el vago. Por último, y como eje transversal a
los anteriores por la singularidad que imprime al situar el sujeto vago en Colombia, el
concepto de la colonialidad –en concordancia con lo que significa situar “lo que se dice y
se habla”–, indica cómo se produjo un tipo de sujeto al que solamente se lo reconocía por
su calidad de vago en la colonia y de qué manera se intersectaban las maneras de ver y
decir sobre este tipo de personajes peninsulares, con los sujetos subordinados de la
colonia, a partir de las diferentes imposiciones producidas en el territorio neogranadino.

Dos elementos clave determinan en el ámbito local la constitución del sujeto vago. De
manera general, el hecho de que con la conquista y el inicio del colonialismo se
comienza, en América, “la organización colonial del mundo, de los saberes, de los
lenguajes, de la memoria, y del imaginario [y] se dan los primeros pasos en la
articulación con la idea de raza de las diferencias culturales en jerarquías cronológicas”
(Lander, 2005: 16) y del Otro diferente del europeo17. Lo que significa que con la
conquista surge el fenotipo del sujeto colonial, escindido de los otros y de sí mismo, y se
desatan relaciones de poder desiguales en diferentes esferas de la vida cotidiana,
incluyendo la subjetiva.

16
Entendido en relación con lo que se dice y se vé en una época.
17
Organización colonial del mundo que se funda en una supuesta estructura biológica que diferencia a los
noeuropeos y que codifica la diferencia entre conquistadores y conquistados, denominada por Mignolo
(2003) “diferencia colonial”.

20
El segundo elemento responde a que esas relaciones desiguales constituyen un patrón de
poder centrado “en relaciones de explotación/dominación/conflicto entre la población de
una sociedad y en una historia determinadas” (Quijano, 2014: 311), patrón que ubica al
conquistado en los niveles inferiores. A este patrón de poder que nace en el colonialismo
Quijano lo denominó colonialidad18 y para él señaló que se ejerce en “una malla de
relaciones de explotación/dominación/conflicto que se configuran entre las gentes por el
control del trabajo, de la ‘naturaleza’, del sexo, de la subjetividad y de la autoridad” (p.
312), produciendo un ordenamiento en relación con lugares y roles, en los cuales la raza
actúa en función de la clasificación que se hace de las personas según el trabajo – Que
trae consigo “el control de la fuerza de trabajo” y el género –que “implica el control del
sexo y sus productos (placer y descendencia)” (pp. 312-313).

Asímismo, la idea de raza –y con ella la clasificación como conquistado, inferior,


primitivo– produjo un sujeto racializado, al cual se añade la “sospecha de no humanidad”
con la que se le niega la facultad de pensar. Estamos ante la colonialidad del ser19
(Maldonado, 2007: 144) que, respecto de la facultad de conocer, conlleva una exclusión
epistemológica o colonialidad del saber (Lander, 2007).

En pocas palabras, el colonialismo y las relaciones de poder establecidas en ese periodo


provenían de un proceso de transformación de las formas de organización y escisión
existentes en la península ibérica, marcada por la división conquistador/conquistado,
blanco/indio, negro/mestizo, por las diferentes castas y por una asignación singular en el
proceso de producción y comercio mundial concentrada en la extracción, el
desconocimiento de formas culturales distintas y la imposición de una subjetividad
subordinada, que hace inevitable intuir relaciones conflictivas y resistencias.

Tomando en consideración los párrafos anteriores, el hecho de situar el problema que me


ocupa en este proceso de colonialismo y colonialidad mantenido por tres siglos, significa
18
Mientras que el colonialismo es una “relación política y económica, en la cual la soberanía de un pueblo
reside en el poder de otro pueblo o nación, lo que constituye a tal nación en un imperio”, la colonialidad es
un patrón de poder, que surge del colonialismo: “en vez de estar limitado a una relación formal de poder
entre dos pueblos o naciones, más bien se refiere a la forma como el trabajo, el conocimiento, la autoridad
y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí a través del mercado capitalista mundial y de la idea de
raza” (Maldonado, 2007: 131).
19
Precisa Maldonado: “Se produce una negación ontológica […] no pensar se convierte en señal de no ser
en la modernidad” (2007: 145).

21
no solo considerar las implicaciones que tuvo en la estructura de organización
demográfica, económica, social, política y de relaciones intersubjetivas, sino también ver
de qué manera ese legado atraviesa la república, una vez iniciada su construcción y
consolidación, y la forma como se expresan en la producción del sujeto vago republicano.
Es decir, que en la organización de la república es posible observar una contigencia
particular en la formación del sujeto vago, a partir de los trazos del legado hispano. Todo
esto, teniendo en cuenta que esa malla de relaciones de poder y el cambio de agentes que
se produjo mantuvo, entre otras formas de clasificación, y en alguna medida, la social, la
racial y la económica, impuestas en el colonialismo.

EL MÉTODO

Alcanzar estos propósitos requería partir metodológicamente de la noción de dispositivo,


entendido como un conjunto heterogéneo de elementos que pertenecen a lo dicho,
denominado por Foucault cómo prácticas discursivas, y lo no dicho que correspondería a
las prácticas no discursivas. El primer grupo cobija las leyes, los reglamentos, lo
enunciados científicos, las nociones morales, entre otros aspectos; al segundo grupo
corresponden las medidas administrativas, las edificaciones, las instituciones, etc.; estos,
en conjunto, actúan en una red de relaciones heterogéneas, en tiempos y espacios
diferentes y con problemáticas específicas que requieren solución, para los cuales se
despliega diversas estrategias en busca de alcamzar su cometido.

Hacer la genealogía de la constitución del sujeto vago neogranadino del siglo XIX

requería, desde la perspectiva del dispositivo, identificar dos aspectos fundamentales: la


emergencia y la procedencia. Respecto de la emergencia, y siguiendo a Foucault (1979:
16), ella marca “la entrada en escena de las fuerzas” y su estado en el momento de su
aparición, o sea, “el lugar de enfrentamiento”, mientras que la procedencia establece la
“cualidad”, la singularidad, la “marca que deja”.

Dicho de otra manera, se trata de la identificación de las fuentes y de los diferentes


aspectos que intervienen –características físicas, ideas, sentimientos, actos,
comportamientos–, como “marcas sutiles singulares, subindividuales que pueden

22
entrecruzarse en él [el individuo] y formar una raíz difícil de desenredar” (Foucault,
1979: 12), para establecer de qué manera surgen diferentes elementos o formas
estratégicas específicas de sujeción de un grupo de población, en este caso, de una
población que transita sin destino por el territorio y sin actividad fija alguna para
sostenerse, y para ver cómo fueron posicionándose temporal y espacialmente hasta la
conformación del dispositivo20, y cómo se llegó a conformar genealógicamente el
dispositivo dirigido a los vagos.

En la conformación del archivo de análisis se partió de enfocar el problema en el siglo


XIX colombiano, para establecer cómo se llegó a la producción del sujeto vago, una vez
alcanzada la independencia. Ahora bien, teniendo presente que la independencia solo se
consolidó finalizando la segunda década del siglo XIX, esto implicaba considerar un
aspecto fundamental para entender qué pasó en el último cuarto del siglo XVIII con los
vagos, de qué manera las reformas borbónicas mantuvieron, redefinieron, cambiaron,
solidificaron, organizaron la administración de los mismos, y, una vez alcanzada la
independencia definitiva, qué quedó de ello y cómo entró a formar parte de nuevas
formas de tratar el problema. En esta perspectiva, era ineludible remontarme más atrás en
la historia colombiana, al último cuarto del siglo XVIII.

Por otra parte, el carácter plural, temporal y espacial de las prácticas discursivas y no
discursivas exige otra consideración importante: la identificación arbitraria de un
comienzo. En este aspecto, la condición de colonia de una monarquía católica, que centra
la conquista en la catequización y conversión de los nativos, hacía necesario dejar
abiertos esos límites temporales, en los casos que se requirieran, pero enmarcados en lo
que se conoce como Occidente.

La formación del corpus de información primaria hizo necesario un paso previo de


revisión de documentación secundaria, para establecer, en primer lugar, unos dominios de
saber-poder de arranque y modificarlos o consolidarlos durante el análisis, a partir de los
cuales se identificaron diferentes fuentes de información, que obedecían a la pluralidad
de abordajes sobre la vagancia, en épocas históricas distintas. En segundo lugar, una vez

20
Diferentes “maneras de ver y hablar de”, con procedencias distintas y “a partir de figuras que le eran
extrañas”, se constituyen en piezas que lo conforman (Foucault, 1979: 10).

23
recogida la información, y luego de una lectura previa de la misma, se inició la
sistematización a partir de una tematización fundamentada en los dominios antes
enumerados: de la religión, del saber y de las prácticas, respecto de otras formas de
división de los sujetos, del saber y de las prácticas jurídicas, así como de los saberes y
prácticas del gobierno del vago.

Por tratarse de una genealogía, esta se elaboró fundamentalmente a partir de fuentes


primarias21 y las fuentes secundarias sirvieron para contextualizar, seguir rastros,
complementar y, a veces, como fuente de información primaria concreta de la que no se
disponía en la matriz de la investigación. Como observación adicional, el primer capítulo
se elaboró con un uso más intensivo de fuentes secundarias, dada la dificultad de acceder
a muchos documentos –lo que no impidió que por la red pudieran ubicarse algunos–, y
aunque se constituía en el comienzo de la genealogía y un elemento básico de ella, su
construcción no era el objeto central del trabajo, además que obligaba a remontarme a
espacios diferentes. De ahí que los trabajos de otros investigadores marquen el orden del
capítulo y las búsquedas de información primaria.

Pasando al asunto de la presentación de las fuentes primarias impresas y manuscritas, en


muchos casos estas conservan la escritura, gramática y ortografía de la época y en otros,
se trata de impresos en el mismo siglo de su publicación o en uno posterior, que ya
habían pasado por un proceso de edición y ajuste al lenguaje y escritura contemporáneos.
Cuando se trata de copias de documentos más recientes, su ortografía está actualizada.
No obstante, en general se respetó la escritura de cada fuente en su gramática, ortografía
y estilo y, en casos de ilegibilidad, cuando se trata de manuscritos, se señalan las
intervenciones. A lo largo del texto el lector encontrará citas de las fuentes que, mientras
no se diga lo contrario, se trascriben literalmente.

Los resultados de la investigación se organizan en cinco capítulos, además de la


“Introducción” y las “Reflexiones finales”. El primer capítulo, sobre “La escisión de los
pobres”, aborda las prácticas religiosas de división a partir del castigo divino que

21
Proceso financiado por la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, en el
cual conté con la colaboración de dos interlocutores clave que contribuyeron con la recolección de la casi
totalidad de la información, la discusión para la tematización, el diseño de la matriz de información y la
sistematización.

24
condenó al trabajo al hombre. La puesta en práctica de este mandato dio lugar, en primer
lugar, a la división de los habitantes entre pobres y no pobres; en segundo lugar, a la
división de los pobres entre no válidos o incapaces y aptos o válidos para el trabajo; en
tercer lugar, la división de los pobres válidos entre quienes sí trabajan y quienes no lo
hacen. El segundo capítulo, “La producción del desprecio”, estudia los diferentes
discursos que produjeron el ordenamiento social a partir de la clasificación; en
consecuencia, atiende a la división de la población, en cuanto al linaje cristiano, la
nobleza, el honor, el color de la piel y el lugar de nacimiento, así como a los diferentes
modos como estas clasificaciones demarcan las prácticas divisorias y constituyen al
sujeto vago. En el tercer capítulo, titulado “El vago como sujeto jurídico”, se señala –en
un recorrido por la normatividad jurídica hispana y neogranadina– la movilidad del vago
en cuanto a su constitución jurídica, desde la cual se enuncian aquellos aspectos que dan
visibilidad a estos individuos, así como las prácticas de orden punitivo que fueron
apareciendo y desapareciendo en su control. El cuarto capítulo, sobre “El control del
contagio”, trata de los saberes y prácticas relacionados con el gobierno de la vagancia y
producidos a partir de la valoración de esta como epidemia, cuyo contagio había que
evitar, con un acercamiento a las escisiones que estos saberes y prácticas produjeron en la
población, especialmente en la denominada “bajo pueblo”. El capítulo quinto, “Entre el
orden y la utilidad”, se centra en la manera como influyeron en el gobierno de las
ciudades y el territorio las medidas disciplinarias contra la vagancia, que se enlazaban
con el sentido de utilidad y productividad que tomaba el trabajo y la transformación del
vago en sujeto útil.

25
I. LA ESCISIÓN DE LOS POBRES

Desentrañar los diferentes aspectos que entraron en juego en la emergencia de los


vagabundos en el territorio colombiano ineludiblemente implica hacer visible el proceso
de transformaciones del problema de la pobreza a lo largo de la historia del cristianismo,
con el propósito de identificar los escenarios religiosos donde se instalaron las
condiciones de atención y administración de los pobres. En este propósito, en el presente
capítulo se hace un breve recorrido por la preponderancia y peso de la religión cristiana
de Occidente en este y otros asuntos, especialmente entre los siglos XVI al XVIII, con un
énfasis particular en España. En este período es posible identificar las características del
poder pastoral que en la problematización y afrontamiento de la pobreza llevaron a la
emergencia de la figura de los vagos, todo esto amparado en dos supuestos. Según el
primero, y siguiendo a Foucault, el poder pastoral no se ejerce sobre un territorio, sino
sobre un rebaño en movimiento, y su razón de ser está en hacer el bien. Por ello “es un
poder de cuidados” que individualiza, ya que “el pastor debe tener los ojos puestos sobre
todos y sobre cada uno” (2006: 154-57). Es así como las prácticas de gobierno del Estado
moderno se apropian de las técnicas de individualización pastoral:

Identificación analítica, sujeción y subjetivación […]. El pastorado, entonces, es de esa


forma un preludio a la gubernamentalidad. Y lo es también en virtud de la constitución
tan específica de un sujeto cuyos méritos se identifican de manera analítica, un sujeto
atado a redes continuas de obediencia, un sujeto subjetivado por la extracción de verdad
que se le impone. Pues bien, creo que esa constitución típica tan del sujeto occidental
moderno hace que el pastorado sea sin duda uno de los momentos decisivos de la historia
del poder en las sociedades occidentales (p. 219).

LOS POBRES COMO PROBLEMA DE MISERICORDIA. EL PODER PASTORAL

Durante la Edad Media hasta la Revolución Industrial, el centro de atención estaba en el


pobre. La visión del cristianismo medioeval acerca de la persona pobre, en su condición
individual, se manifestó de dos maneras: respondiendo a la pregunta por qué se es pobre
y respondiendo a la pregunta qué hacer con el pobre, para formular acciones orientadas a
él.
26
Una de las primeras explicaciones de la presencia de pobres buscó el origen de esta
condición en dos fuentes. La primera declaraba que la pobreza y la riqueza eran producto
de la voluntad divina (Morell, 2002: 12). En consecuencia, se era pobre “por designio
divino”. Derivado de este designio, los pobres recibían la ayuda de los ricos, quienes
estaban obligados a ello. La segunda explicaba esta condición por la voluntad del
individuo, que decidía ser pobre “por voluntad propia”. Se destacó en este tipo de
pobreza a las órdenes mendicantes y su recolección de ayuda, a través de la limosna, para
prestar asistencia a los pobres; asimismo se adjudicó un “carácter espiritual” a la manera
de pensar esta pobreza voluntaria. No obstante, se diferenciaba esta voluntad de ser pobre
de aquellos que decidían ser pobres por ociosidad o vagancia. A estos había que
castigarlos y obligarlos a trabajar.

Qué hacer con el pobre


Desde la perspectiva de la persona, la pobreza fue asociada con la “carencia” de
capacidades físicas –o personas defectuosas, niños huérfanos, ancianos, enfermos–, por
su incapacidad para conseguir el sustento; en consecuencia, quien tuviera una carencia de
este tipo se convertía en alguien objeto de ayuda, la cual, a lo largo de la historia, fue
objeto de diversas transformaciones, que variaron entre las formas de limosna personal y
la caridad ejercida por la institución religiosa.

Un siguiente paso consistió en la diferenciación en la asistencia. De acuerdo con Robert


Castel, con el surgimiento de los orfanatos y hospitales y el desarrollo de prácticas
especializadas, el derecho a recibir la asistencia se otorgaba según dos criterios de peso:
la pertenencia a la comunidad o “domiciliación” y la “ineptitud para el trabajo”, que nos
indican la permanencia de dos características relacionadas con el manejo de esta
población, en lo que será la tutela del Estado, en la lógica de la caridad cristiana. La
ineptitud para trabajar formalizó de alguna manera la discriminación de las poblaciones a
las que había que ayudar. Esta escisión de los pobres implicó que el vagabundo, o ese
pobre que no trabajaba, aun siendo apto, fueran arrancados de la estructura social, al
negárseles la asistencia, y, en consecuencia, que se los separara de la sociedad (Castel,
2004: 42-43). En otras palabras, el derecho a la asistencia significaba integrar a quien la
merecía y excluir a quien no cumplía los criterios señalados.

27
La condición de pobre generó así rupturas sociales, por un lado, con la diferenciación
entre pobres y no pobres y, por otro, respecto de la persona pobre, una nueva escisión
entre el que era pobre por designio y el pobre por voluntad propia, que se traducía en la
división de los pobres, de acuerdo con su índole, entre el buen pobre y el mal pobre.

Por otra parte, la atención a los pobres instituyó, a partir de la escisión de los pobres, tres
prácticas: por un lado, la de la caridad, con la donación de dinero y los legados a la
Iglesia; por otro, la que daba derecho a la mendicidad al pobre “no válido”, el pobre
material y espiritual –representado por las figuras del pobre mendicante y del miserable o
pobre sufrido, que se ligaba a la caridad privada o en la mano; y, finalmente, la que
separaba el mal pobre del grupo de pobres a atender.

SER POBRE: VIRTUD O REALIDAD SOCIAL

El pensamiento renacentista sobre la pobreza da un paso adelante, al abandonar las tesis


de la teología medioeval sobre la pobreza, vista como virtud, para dar cabida a una nueva
idea humanista que comienza a entenderla como realidad social (Cayón, s.f.: 13). En el
Reino de Castilla y Aragón, a este cambio contribuyeron tanto la estabilidad política
lograda con los Reyes Católicos, como la apertura al Nuevo Mundo. Con la primera, se
permitió la movilidad de pastores para el comercio, se aumentó el éxodo rural y
aparecieron los pobres vagabundos “entre los grupos más afectados por los movimientos
migratorios” de personas que “vivían de la limosna, atraídas por el auge económico que
ofrecían las ciudades”. Los migrantes, entre los que había “pobres verdaderos” y “pobres
falsos”, protagonizaron revueltas en reclamo de su derecho a la limosna y como rechazo a
las nuevas formas de vida, donde el trabajo ocupaba un lugar importante22. Esto
cambiaba el significado de la “noción reverencial” de la pobreza, ya que, al convertir a
estas personas en ociosas, dificultaba incorporarlas en el trabajo productivo. En
consecuencia, la pobreza empieza a perder su aura evangélica, hecho que se refuerza
cuando los argumentos teológicos de Lutero la desacralizan (pp. 14-15).

22
“El asentamiento de estos grupos, socializados en la función de ‘pedir’ y en el menosprecio al trabajo,
supuso para ellos un fuerte choque, al entrar en contacto con la nueva cultura abierta a los cambios. Esta
cultura ponía el acento en el trabajo personal, como medio de luchar contra el hambre” (Cayón, s.f.: 14).

28
Las primeras leyes que se produjeron sobre los pobres en el Reino permiten reconocer la
mendicidad como un aspecto problemático, central y permanente en las discusiones sobre
la pobreza. Entre los siglos XIV y XV estas leyes iban dirigidas a combatirla23, tanto si se
trataba de los no válidos como de los válidos. Esta lucha jugó un papel central en las
discusiones y prácticas acerca de los pobres, principalmente sobre quién merecía la
asistencia, y profundizó la escisión de los pobres en cuanto a las prácticas. Los pobres
fingidos –o falsos pobres–, además de no recibir asistencia, estaban sujetos a “medidas
represoras estructuradas con base en una legislación que posteriormente recibió el
sobrenombre de ‘sanguinaria’” (Susín, 2000: 107). Estas medidas fueron abandonando el
castigo por la disciplina, sujeta al sistema asalariado que finalmente se impuso. Ello
revela el menosprecio por los pobres, evidente en la diferenciación entre malos y buenos
pobres y en el alcance legal al que se llegó para reprimir a vagos y “mendigos robustos” o
pobres ilegítimos, así como en la búsqueda de la aceptación general de las medidas
asistenciales, igualmente represoras, cuyo fin era neutralizar a estas clases “peligrosas” y
“pasionales”, junto con el temor que causaba su presencia en las clases superiores.

Es en el siglo XVI cuando adquiere fuerza el recelo hacia los pobres. La asociación entre
la presencia de pobres y la sensación de amenaza y miedo a su alzamiento empujaba a
diferenciarlos, administrarlos y reprimirlos, mediante prácticas como tomarlos para el
servicio, proporcionándoles solamente comida y bebida, o darles azotes (60) y echarlos
de las villas24, o las que, una vez proporcionados los azotes, los hacían trabajar
forzosamente en galeras por cuatro años, además de la vergüenza pública. En caso de
reincidir, los azotes subían a cien y el servicio en las galeras se elevaba a perpetuidad25.

LOS POBRES COMO PROBLEMA DE ORDEN SOCIAL. ATENCIÓN Y CASTIGO

Como muestra Bianchi (2005: 72-73), los siglos XVI y XVII fueron los de la expansión
económica de los reinos de Castilla y Aragón y Portugal, que culminó con dos inmensos
imperios coloniales. “La economía europea se transformaba en una economía mundial” y

23
El capítulo III desarrolla el tema jurídico.
24
Recopilación de las Leyes de España, 1369. Ley I, lib. 8, tít. II.
25
Real Pragmática de 25 de noviembre de 1552.

29
se regía por el criterio de “que la riqueza no se creaba sino que se acumulaba”. La
expansión económica en general originó varias transformaciones –desiguales– como el
aumento demográfico, a partir del cual se dio el paso a la agricultura comercial26, el
desarrollo de la producción manufacturera, la transformación de la manufactura
domiciliaria y el establecimiento de nuevas formas de organización de la producción que
derivaron en la organización y dominio de la producción por parte del capital mercantil27.
Asimismo, la expansión del comercio a partir del mercado de ultramar transformó el
mercado europeo en mercado mundial.

Otra transformación importante correspondió a la formación del Estado absolutista con


Carlos I de España, en lo tocante tanto a la consolidación territorial como al
fortalecimiento del poder de los reyes, “que tendió cada vez más hacia el modelo de
Monarquía absoluta”28. La innovación institucional requerida para el funcionamiento de
esta monarquía trajo consigo la organización de los impuestos, el aparato burocrático, los
ejércitos, la diplomacia y la organización de un aparato burocrático a partir de la práctica
de venta de cargos o “mercantilización de la actividad pública”. El sostenimiento de los
ejércitos, tanto para la defensa del orden interno como para las guerras imperiales, vino
aparejado con políticas de conquista de territorios por las armas, para obtener recursos de
forma rápida y legítima de las poblaciones sometidas a las que aplicar el fisco y mediante
la “anexión de territorios” a través de los pactos matrimoniales (Bianchi, 2005: 76-78).
Respecto del Estado absolutista, tres fuerzas limitaron su poder: una, la creación de
algunos cuerpos –Cortes en Castilla y Parlamento en Inglaterra–; dos, las resistencias
sociales, marcadas por sublevaciones campesinas y rebeliones de las burguesías, que ya
venían en proceso de consolidación; y tres, la omnipresencia de mendigos y vagabundos,
generalizada por toda Europa y causada por las guerras (caso francés), los cercamientos
(caso inglés) o el desprecio al trabajo (caso español):

26
La autora llama la atención acerca de las diferencias en el desarrollo de la agricultura y muestra dos vías
diferenciadas: en Inglaterra, con rudimentos de las relaciones capitalistas, en tanto que en Polonia se
refuerza la servidumbre feudal.
27
En el caso de los pequeños productores que mantenían la producción domiciliaria.
28
Como instrumento para su afianzamiento, el derecho romano otorgaba a los reyes “la facultad para hacer
leyes y hacerlas cumplir. Mediante la legislación, los reyes podían modificar costumbres y tradiciones,
borrar el viejo derecho consuetudinario que regía a la sociedad e imponer nuevas condiciones” (Bianchi,
2005: 77).

30
Fue España el país de la vagancia por antonomasia y donde se le mostraría además el
más alto grado de tolerancia. Donde el trabajo físico se consideraba denigrante, los
mendigos trataban de vivir de la abundancia de los ricos que a su vez necesitaban de la
mendicidad para demostrar su rango social, ya que dar limosna era consustancial a la
ostentación. De este modo, parece conformarse una sociedad parasitaria favorecida en el
siglo XVI por la afluencia del oro americano- en donde hasta los mendigos podían tener
un sirviente (Bianchi, 2005: 86).

El siglo XVI fue un siglo de transformación del pensamiento: el mundo cristiano se


fraccionó; “la expansión geográfica y del descubrimiento de América habían causado un
profundo impacto sobre el conocimiento […]. Los interrogantes planteaban cuestiones
que ponían en tela de juicio el saber dogmático” (Bianchi, 2005: 92) e introducían las
primeras ideas sobre la comprensión del mundo por fuera de las explicaciones teológicas.
Con el liderazgo de los humanistas y algunos personajes del clero, la mirada a la pobreza
cambió, marcando “una inflexión evidente en las discusiones ideológicas y en el nivel
teórico de los discursos y reflexiones de los humanistas y tratadistas que abordan el
problema” (Santolaria, 2003: 11).

A partir del primer cuarto del siglo XVI, a raíz de la “mala cosecha” se promovieron
reformas relativas a la mejora en la administración de la asistencia y su secularización, la
diferenciación de los pobres y el trabajo, “como método terapéutico por excelencia” (p.
15). Dos acontecimientos incidieron en la forma de ver la pobreza y ambos determinaron
la constitución de la figura del vago –falso mendigo, pobre válido, pobre ilegítimo–: la
Reforma protestante y el “Gran encierro”. La primera originó debates y trajo nuevas ideas
sobre la caridad y los pobres que se constituyeron en fuente de los discursos y las
prácticas de gobierno de los pobres durante el siglo XVI. El segundo, comprendió el
posicionamiento jurídico del manejo de los pobres en el sentido de la emergencia de la
figura del vagabundo como objeto de represión y de corrección, sustentadas en la noción
de utilidad, a partir del siglo XVII. Es decir que se pasó de la expulsión de la estructura
social y el territorio al encerramiento dentro de esta, con miras a su rehabilitación laboral
y productiva.

31
DEL PODER PASTORAL AL GOBIERNO POLÍTICO DEL POBRE: POBREZA COMO CASTIGO,
CARIDAD COMO DEBER SOCIAL Y DESORDEN SOCIAL

El aumento de la mendicidad callejera, unido a una atención institucional basada en


relaciones de compadrazgo y vecindad, dejaba por fuera los nuevos pobres inmigrantes,
lo cual implicaba la posibilidad de hacer reformas al sistema de asistencia social, así
como el desarrollo de medidas de orden jurídico. Con el incremento de los pobres en las
ciudades no se hicieron esperar las propuestas reformistas para su atención. En los años
29
40 del siglo XVI , los debates sobre los pobres y su atención alcanzaron la cúspide con
Lutero y Calvino, quienes desencadenaron cambios en el sentido asignado a la pobreza y
la caridad, opuestos a los del cristianismo tradicional, en la que Foucault calificó de gran
rebelión (2006: 301) por la reforma de la iglesia católica conocida como la Reforma
Protestante. Desde entonces, a la pobreza se la relacionó con el castigo de Dios y con el
deber de tener paciencia y aceptar este estado, mientras que a la caridad se la equiparó
con un deber para con la sociedad (sentido político), aunque también fue considerada un
obstáculo al orden social: “mostrará en el miserable a la vez un efecto del desorden y un
obstáculo al orden […] agregada a la Pobreza como tal, la Caridad también es desorden”.
Es lo que explica la creación de casas de internamiento y el traslado de la caridad al
Estado, en suma, el “paso de la pastoral de las almas al gobierno político de los hombres”
y, en su lado oscuro, también el “castigo moral de la miseria” (Foucault, 2010: 94).

Lutero atacaba principalmente el tráfico de indulgencias papales por la salvación, inscrito


en la mencionada “economía de la salvación”. La práctica de la limosna y la caridad
estaba incluida en la venta de indulgencias y estas eran el centro de la discusión en sus 95
tesis. Las tesis 45 a 47 explican las enseñanzas que deben impartirse a los cristianos en
cuanto al sentido de las obras de caridad y desmitifican el papel de la indulgencia en esta:
la cautela que debe tenerse con el papel de las indulgencias en la caridad con el fin de que
no se confunda ser caritativo con la compra de indulgencias:

41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea
equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras obras de caridad. //
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna, que

29
No obstante, previo al impacto de la Reforma de Lutero, los siglos XV y XVI fueron escenario de varias
rebeliones pastorales (Foucault, 2006: 301; Amestoy, 2009).

32
la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia. // 43. Hay que
instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una
obra mayor que si comprase indulgencias. // 44. Porque la caridad crece por la obra de
caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a los
más, liberado de la pena. // 45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un
indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene
en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios. // 46. Debe
enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados a
retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en indulgencias. // 47.
Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda liberada a la propia
voluntad y no constituye obligación (Lutero).

La caridad pierde valor, ya no garantiza la salvación ni la anuencia de Dios y solamente


es prueba de la fe, como parte del compromiso del cristiano con el prójimo, al cual se lo
puede socorrer, siempre y cuando se garantice primero la satisfacción de las necesidades
de la propia familia.

Calvino juega un papel importante en la consolidación de la Reforma iniciada por Lutero.


En su estudio clásico sobre la ética protestante, Weber dejó claro que la Reforma sería
inimaginable sin la evolución personalísima de Lutero, “pero su obra no hubiera sido
duradera sin el calvinismo […] por haber sido determinante de cuantas luchas se llevaron
en torno a la religión y la cultura en los países más civilizados y más progresivos desde el
punto de vista del capitalismo” (1999: 101). Con Calvino nace el otro componente de la
desacralización de la pobreza relacionado con la persona del pobre. Este deja de encarnar
una virtud y su condición se asigna a la predestinación (principal dogma), a la cual debe
obedecer teniendo en cuenta la voluntad de Dios. Entre las reglas que propone el
reformador, la tercera se refiere a una enseñanza de la Escritura: “todas las cosas nos son
dadas por la benignidad de Dios y son destinadas a nuestro bien y provecho, de forma
que constituyan como un depósito del que un día hemos de dar cuenta […] [pues Dios] ha
ordenado a cada uno lo que tenía que hacer. Y para que ninguno pase temerariamente sus
límites ha llamado a tales maneras de vivir vocaciones. Cada uno debe atenerse a su
manera de vivir” (1536: 555-56). Cada uno tiene un lugar asignado y una vocación o
profesión30 a la que está predestinado:

30
Este aspecto, como se verá más adelante, incidirá en el sentido que se le asigne al trabajo.

33
Decimos, pues –como lo demuestra con toda evidencia– que Dios ha designado de una vez
para siempre en su eterno e inmutable consejo a aquellos que quiere que se salven, y
también a aquellos que se condenen. Decimos que este consejo, por lo que toca a los
elegidos, se funda en la gratuita misericordia divina sin respecto alguno a la dignidad del
hombre; al contrario que la entrada de la vida está cerrada para todos aquellos que Él quiso
entregar a la condenación; […] // Asimismo enseñamos que la vocación de los elegidos es
un testimonio de su elección; y que la justificación es otra marca y nota de ello, hasta que
entren a gozar de la gloria, en la cual consiste cumplimiento. Y así como el Señor señala a
aquellos que ha elegido, llamándolos y justificándolos; así, por el contrario, al excluir a los
réprobos del conocimiento de su nombre o de la santificación de su Espíritu, muestra con
estas señales cuál será su fin y qué juicio les está preparado (Calvino, 1536: 733).

Así la predestinación se constituye en dogma, por el cual no solamente hay salvados y


condenados, según la voluntad de Dios, sino también los que tienen y pueden hacer
riqueza en ciertas condiciones y quienes están destinados a vivir en la pobreza. “La
voluntad singular de Dios, cuando se dirige al pobre, no le habla de la Gloria prometida,
sino de la predestinación. […] La pobreza designa un castigo […]; así, hay que exhortar a
‘los pobres a la paciencia para que quienes no se contenten con su estado traten, hasta
donde puedan, de soportar el yugo que les ha impuesto Dios’” (Foucault, 1999: 91-92).

Varias transformaciones surgieron de las discusiones y propuestas acerca de qué hacer


con los pobres, en una nueva mirada que visibilizó los diferentes enfoques con los que se
formularon las estrategias para contrarrestar su presencia en el área urbana. Estas
mutaciones traslucen la problematización económica de la pobreza, fundamentalmente en
términos de mano de obra barata, trabajo productivo, escasez de alimentos, falta de
capacitación, superpoblación urbana y responsabilidad de cada habitante de la ciudad, sin
fijarse en la desigualdad social ni en la jerarquización de la estructura social, pues
corresponden, principalmente, a las crisis económicas surgidas de las malas cosechas, la
peste o la escasez de alimentos, por la desolación de los campos.

Las crisis agrícolas contribuyeron a ver la pobreza y el nuevo empobrecimiento como


problemas de orden (Geremek, 1989; Foucault, 1999). Esta nueva mirada, junto con el
hecho de que el Estado asumiera la atención a los pobres, tuvo como resultado que los
miserables fueran relacionados con las dos caras del orden, es decir, como producto del
desorden y como entorpecimiento del orden. Por tal razón, el deber de acabar con la
miseria estaba en manos del Estado y, específicamente, de los funcionarios de justicia.

34
“De una experiencia religiosa que la santifica, pasa a una concepción moral que la
condena” (Foucault, 1999: 95).

En oposición abierta al protestantismo se llevó a cabo el Concilio de Trento (1545-1563),


que renovó la Iglesia Católica con la Contrarreforma. Como principal defensora del
cristianismo y gracias a la unificación del Imperio y los Reinos de España en la figura de
Carlos V de Alemania y I de España, sumada a la conquista de América, España
contribuyó al fortalecimiento de la labor misional del catolicismo31. Uno de los
principales acuerdos del Concilio consistió en la reafirmación de las indulgencias, con
algunas reformas:

No obstante, desea que se proceda con moderación en la concesión de ellas, según la


antigua, y aprobada costumbre de la Iglesia; para que por la suma facilidad de concederlas
no decaiga la disciplina eclesiástica. Y anhelando a que se enmienden, y corrijan los
abusos que se han introducido en ellas, por cuyo motivo blasfeman los herejes de este
glorioso nombre de indulgencias; establece en general por el presente decreto, que
absolutamente se exterminen todos los lucros ilícitos que se sacan porque los fieles las
consigan […]. Y no pudiéndose prohibir fácil ni individualmente los demás abusos que se
han originado de la superstición, ignorancia, irreverencia, […] manda a todos los Obispos
que cada uno note todos estos abusos en su iglesia, y los haga presentes en el primer
concilio provincial, para que conocidos y calificados por los otros Obispos, se delaten
inmediatamente al sumo Pontífice Romano, […] y de este modo se reparta a todos los
fieles piadosa, santa e íntegramente el tesoro de las santas indulgencias (Documentos
Iglesia Católica, s.f.: 158).

RACIONALIZACIÓN DE LA ATENCIÓN DE LOS POBRES Y SU DESMITIFICACIÓN

Las reformas32 se concentraron en la clasificación de los mendigos en verdaderos y


falsos, como paso previo –constata R. M. Carreño– “para obligar a trabajar a los
segundos, restringiendo, además la libertad de limosnear que la habían gozado los pobres
hasta entonces” (1997: 24). A partir de una mala cosecha (1521-1522), en el período
comprendido entre 1522 y 1548 se dieron una serie de reformas urbanas en Europa,
llevadas a cabo por los poderes municipales y soportadas en medidas legales que

31
“Los valores de la fe siempre florecen en España cuando ya han empezado a perder su vitalidad en los
países situados al este y nordeste” (Wilhelmsen, 1964: 10).
32
En el norte de la Europa, donde el capitalismo estaba más desarrollado.

35
facilitaron su difusión por la Europa protestante y católica. Entre ellas, el Edicto imperial
de Carlos V para los Países Bajos de 1531 asumió las reformas nacientes propiciando su
difusión por los países católicos. Estas reformas en términos generales se apoyaron en la
tentativa de racionalización de la atención de los pobres mediante las bolsas comunes y
los hospitales generales; la laicización de la atención, los recursos y las instituciones; la
clasificación o discriminación de los pobres; y el trabajo “como método terapéutico”. Por
otra parte se viene “la devolución de los vagabundos extranjeros a su lugar de origen o su
naturaleza y la reeducación de los niños abandonados como medida de prevención de la
vagancias, entre otras” (Santolaria, 2003: 14-15).

Reforma administrativa de la asistencia a los pobres. La propuesta de Vives


La desmitificación de los pobres se produjo a propósito de la práctica de la caridad y
orientada principalmente a la erradicación de la mendicidad como problema social.
Algunos años después del inicio de la Reforma, el humanismo se centra en la
reorganización de la asistencia a los pobres33 a partir de su consideración integral como
sujetos de ayuda, en cabeza de Juan Luis Vives (1526).

No hay que socorrer solo para el sustento ya que es el hombre completo el que necesita
ser ayudado […]. Hay que hacer el bien también en las cosas del alma, como son los
buenos deseos, los consejos, la prudencia y las normas para la vida; […] en las cosas
referentes al cuerpo como […] el trabajo y la asistencia; y con las cosas externas, la
dignidad, la autoridad, […] el dinero. […] no hay que dar a cada uno lo que le apetece,
sino lo que le conviene, y en cuanto a esto es necesario que quien tiene el deber de
juzgarlo sea ecuánime (p. 19).

Como su propuesta representaba la posición de la burguesía urbana, insistía en la


importancia de tomar medidas legales en contra de los pobres falsos, como una forma
nueva de racionalizar la práctica de la caridad, en la se estigmatizaba y criminalizaba la
mendicidad:

Algunos simulan enfermedades diversas aunque están sanos y sin defecto físico […]
otros se entregan a la holgazanería llevados del atractivo del lucro, convirtiendo su
indigencia en su modo de vida […]. Los hay también que siempre tienen en la boca a
Dios y a todos los santos del cielo; pero nada más lejos de su corazón […]. Una vez

33
En opinión de Susín (2000), Vives, como tratadista, ejerció una fuerte influencia en los debates y
posturas posteriores relacionados con el manejo de los pobres.

36
recibida la limosna se ríen incluso de quienes se las han dado […]. Otros lo guardan con
tan increíble avaricia que ni al morir lo manifiestan a nadie. Otros lo derrochan con
detestable lujo en opíparas cenas […]. Tales hábitos de vida los hacen inciviles,
desvergonzados, voraces, inhumanos, y a las jovencitas impúdicas y libidinosas (pp. 26-
27).

De lo anterior, resultaron conductas asociadas tanto a la falsedad del pobre y a su


impostura –tanto física como en la fe– como a la acumulación de riqueza a costa de las
obras de otros. Entonces propuso un conjunto de medidas a seguir para reformar la
asistencia, entre las que destacan:

LA SECULARIZACIÓN DEL GOBIERNO DE LOS POBRES: El autor inicia su texto con la


reflexión acerca de la ventaja que traería a un gobernante cuidar de los pobres, pues su
abandono significaba “peligro para los poderosos” (Vives, 1526: 75). A partir de la
asociación pobreza-amenaza propuso un manejo de carácter intervencionista de los
pobres –que tuvo secuelas prácticas en Inglaterra y España– y “una serie de instituciones
dirigidas a los que tienen que administrar las limosnas” (p. XXI), con tres grandes pautas o
medidas: disminuir la mendicidad y las limosnas hasta eliminarlas; implementar la
obligatoriedad del trabajo; y socorrer únicamente a quien realmente lo necesite, derivado
de la clasificación de los pobres, de la cual se desprenden varios lugares de destino34.

LA SEPARACIÓN DE LOS POBRES. La discriminación de los pobres fue el centro de las


decisiones de la atención a prestar. La clasificación diferencia los pobres en tres tipos: los
que viven en los hospitales, los que se dedican a la mendicidad pública y aquellos que
“soportan su pobreza en su casa”. De esta se desprendía la recogida de pobres y la
elaboración de registros diferenciados como forma de manejo administrativo, la cual
implicaba constituir equipos a cargo de tres personas –dos senadores y un escribano–,
quienes tendrían como funciones el reconocimiento: uno, del lugar, el hospital, y el
registro tanto de las rentas como de las personas que allí son atendidas y los motivos de la

34
Este destino presentaba varias posibilidades para cada tipo de pobre: trabajo diferenciado según que el
pobre útil fuera falso mendigo –como forma de reprimir, sin “matarlos de hambre pero sí macerarlos”; y
según la edad, la salud y la procedencia– o fuera natural o forastero proveniente de la guerra–; ingreso al
hospital donde había de ser socorrido; la devolución del forastero a la ciudad de origen y penas para
quienes no respetasen las leyes (Vives, 1527: 84-91).

37
intervención; dos, de los ricos venidos a menos y sus necesidades35; y tres, de aquellos
sin “domicilio fijo” y con “buena salud”, con la obligación a que “declaren su nombre
ante el pleno del Senado y la causa por la que mendigan en lugar abierto o espacio libre,
no sea que esa basura se meta en el mismo Palacio consistorial”. Y para que los que
estaban enfermos debían hacerlo “ante dos o cuatro senadores asesorados por un médico,
para evitar ese espectáculo al Senado”. En cuanto a quienes serían elegidos para la
ejecución de estas medidas, señaló la importancia de que el Senado les otorgara “potestad
para obligar y reprimir”, de modo que pudieran “incluso meter en la cárcel para que el
Senado tenga conocimiento de los que no obedecen” (Vives, 1526: 82-83).

Para Vives, el principio base de la atención y la discriminación estaba en la desobediencia


a aquello que “como pena del pecado impuso el Señor al género humano: que cada uno
coma su pan ganado con su trabajo” (1526: 84)36, y que implicaba la obligación de evitar
los “ociosos” mediante el trabajo, cuidándose de la posibilidad de sufrir engaño a partir
de medidas preventivas y teniendo en cuenta la salud y la edad. Según Susín (2000: 11;
2011: 38), estas medidas descansaban en los criterios de “utilidad y estabilidad” en la
gestión de los pobres y materializaban “el espíritu puritano y laborioso de la burguesía
mercantil que impulsa sus obras”, propuestas que buscaban “la reducción sustancial de la
limosna, la obligatoriedad del trabajo y el socorro de los verdaderamente necesitados y
dependientes”.

LA POBREZA LEGÍTIMA Y LA POBREZA FALSA. ENTRE LA MENDICIDAD CON MOVILIDAD


RESTRINGIDA Y LA OBLIGACIÓN DE TRABAJAR

Hacia mediados del siglo XVI, el descubrimiento de América empezó a causar estragos en
la economía española: inflación, ruina de la producción y el mercado interno,
descapitalización, incremento de la desocupación (Perotta, 2000: 102), y mientras la
mendicidad aumentaba escasean los recursos para su atención (Vilar, citado por R. M.

35
Asimismo, “el modo de vida anterior, y por qué circunstancias han llegado a la pobreza; se conocerá
fácilmente por los informes de los vecinos qué clase de gente son y qué clase de vida y costumbres llevan”
(Vives, 1997: 83).
36
Para humanista, los términos “comer”, “sustentarse” o “alimentarse” señalaban no solo su comida, sino
también el vestido, la casa, la leña, la lumbre (Vives, 1526: 84).

38
Carreño, 1997: 25). Como respuesta, se elaboró un conjunto de disposiciones legislativas,
para reducir la mendicidad en un determinado perímetro espacial.

En este escenario es de gran importancia la llamada Ley Tavera de 1540 sobre el


recogimiento de los pobres, que surgió a partir de la crisis de subsistencia de 1538 y
1539, debida al aumento de pobres y mendigos. Esta ley establecía mayor rigurosidad
hacia la mendicidad, en tres sentidos: primero, solo podían ejercerla quienes fueran
pobres verdaderos en su lugar de origen (o naturaleza) y seis leguas en derredor, previo
examen de la pobreza y la obtención de licencia para mendigar, por un año; segundo, el
pobre legítimo requería el cumplimiento de algunas condiciones, como la confesión, la
comunión y pedir fuera de la Iglesia; y tercero, el control por las autoridades y la
proscripción de la mendicidad infantil, medida que se aplicaba en toda Europa
(Santolaria, 2003: 21-23). Con la aprobación imperial de esta Ley por Carlos V, se
buscaba “el beneplácito oficial de la academia”, y para ello, el autor de la ley solicitó en
la Facultad de Teología la opinión de Domingo de Soto y Juan de Robles. El primero de
ellos elaboró su opinión como una deliberación crítica, el segundo presentó un resumen
de las ordenanzas de Zamora y respondió a los comentarios críticos de Soto (p. 30).

Tradición vs. Nuevo orden

En 1545, dos publicaciones se erigen como el debate más importante en relación con la
causa de los pobres, revelando dos posiciones entre los prelados de la iglesia católica en
cuanto a la forma de aproximación a la luz de la doctrina y las prácticas de manejo de los
pobres. Domingo de Soto publicó en enero su libro Deliberación en la causa de los
pobres y en marzo Juan Robles publicó De la orden que en algunos pueblos de España se
ha puesto en la limosna: para remedio de los verdaderos pobres. Destacan en estas obras
la problematización de la pobreza y la atención a los pobres, a partir de cuatro temas:
uno, la diferenciación de los pobres, donde se observa cercanía con los planteamientos de
Vives, para clasificarlos, aunque Soto muestra una posición más tradicional y cercana al
cristianismo medieval; dos, las posiciones en torno a la mendicidad como centro de la
problemática de la proliferación de pobres que estaban pidiendo limosna en las calles;
tres, el examen de los pobres, para lo que Soto sugiere algunos ajustes administrativos

39
que garanticen la veracidad del pobre verdadero, muestra de la desconfianza creciente
hacia los vagos y falsos mendigos; y cuatro, la medida de obligar a trabajar a los falsos
pobres, como forma de acabar con la mendicidad, propuesta por Robles.

LA DIFERENCIACIÓN DE LOS POBRES: Soto (1545: 56) estaba de acuerdo con la necesidad
de diferenciar los pobres fingidos de los pobres verdaderos, y para ello partía de dos
consejos fundamentales: “La primera, averiguar lo que es lícito. Y la segunda, entre lo
que es lícito, escoger lo que más conviene”. Esta distinción era fundamental para
establecer diferencias entre vagabundos baldíos que, “siendo legítimamente pobres,
andan fuera de sus naturalezas a pedir por todo el reino” y los holgazanes que, “no siendo
pobres, fingiendo pobreza andan pidiendo limosna”. No obstante en este “andar por el
mundo” aclaró que no era posible confundir a todos esos vagabundos, porque:

Vagar no sólo quiere decir no tener casa, empero no tener oficio ni legítima causa o
necesidad de discurrir. Que de otra manera no sería este nombre infame como lo es, ni
sonaría mal como suena, porque significa ociosidad. Y así, en castellano se llaman baldíos,
como ganado sin dueño. Por lo cual, el que por razón de su trato o su oficio, o su
necesidad, anda por el mundo, ni es digno de reprensión ni se puede, por ende juzgar por
vagabundo. Pues luego que los tales verdaderamente vagabundos, que ni teniendo
hacienda para poder holgar, ni flaqueza para no poder trabajar, andan pidiendo limosna,
deban ser punidos y castigados, primeramente se prueba por ley divina37 […] no solamente
es ley divina la que prohíbe los vagabundos, más aún se prueba lo segundo por ley natural.
Y es que los hombres que de suyo no tienen hacienda, no tienen derecho a pedir a los otros
la suya, sino sirviéndoles con su oficio y trabajos, siendo personas que puedan trabajar, o
si no pidiéndoles38 (/6v) por Dios (Soto, 1545: 57-58).

Este tipo de razones propiciaron en la España medieval la formulación de las Leyes de


Partidas (1256, 1265), en las que se excluye y se declara como enemigos de la república a
los mendicantes válidos, denominados como sobejanos y baldíos, y la Ley del Rey don

37
Haciendo referencia al Génesis y al Deuteronomio, así como a la primera Carta a los Corintos, Soto
señalaba el precepto divino surgido del castigo y expulsión del Paraíso: “el hombre que trabaja merece el
pan que come, y el otro no” (1545: 58).
38
Sustenta su argumento acudiendo adicionalmente a sentencias de Aristóteles: “Dios y la naturaleza
ninguna cosa hicieron ociosa ni en balde”; de Séneca: “los ociosos son como si no fuesen”; de Demetrio,
quien los comparó con el Mar Muerto; a proverbios: “el ocioso está preñado de deseos, y por eso, no puede
sino parir maldades”; a Platón quien “dijo que la ociosidad era la pestilencia de los mortales”; a San
Agustín: “del ocio ningún fruto se sigue, sino daño y pérdida”; a San Crisóstomo: “el ocio que es el que nos
pervierte y el no trabajar el que nos corrompe […]. Conforme a estas leyes divinas y naturales, todos los
sabios que escribieron de república y todos los príncipes que la gobernaron tuvieron cuidado de escardar
los ociosos y quitarlos de la república” (Soto, 1545: 58-61).

40
Juan (1387) que los inculpaba porque por su causa escaseaban los trabajadores, con lo
que ordenaba: “cualquiera puede tomar el vagabundo que es sano para trabajar y servirse
de él un mes sin soldada, o que les de sesenta azotes y los destierren” (Soto, 1545: 60).

Por otra parte, Soto exponía sus dudas acerca del impedimento dictado a los
legítimamente pobres para salir de su lugar de domicilio. Su argumento, en primer lugar,
era que las “leyes comunes”, tanto las de ayuda a pobres ancianos y enfermos extranjeros
como las de aplicación de castigos a los vagabundos, solo discriminaban entre pobres
falsos y pobres verdaderos y, en consecuencia, no era justa la expulsión de los pobres
verdaderos extranjeros, porque el sentido de esta medida era castigar el crimen o la culpa;
en segundo lugar, aludía que no era posible prohibirles salir a buscar ayuda mientras no
se obligara a los naturales ricos a prestar ayuda a los pobres verdaderos o legítimos; en
tercer lugar, mencionaba que, así como había lugares más ricos que otros que podían
ayudarse, había lugares más caritativos que otros; y finalmente, porque dar hospedaje al
peregrino, acoger al huésped, había sido un precepto aceptado en todas partes.

Robles39 coincidía con Soto en la necesidad de diferenciar, previo examen, los pobres
verdaderos de los pobres falsos, y en erradicar la mendicidad pública de los pobres
verdaderos, así como en censurar la vida de los vagabundos. Sustentaba la necesidad de
diferenciar a partir de los preceptos doctrinales del apóstol San Pablo –“quien no quiere
trabajar no coma”– y planteaba que era indispensable verificar la situación del pobre,
porque si no hay que “dar de comer al que puede y no quiere trabajar, necesario es que,
para juzgar esto rectamente, preceda examen e información si el que se excusa de ganar
de comer por su trabajo lo deja por vicio o por no poder más” (Robles, 1545: 122-126),
estableciendo de manera clara los lineamientos en relación con la diferenciación de los
pobres:

… que se tenga cuidado que ningún pobre verdadero tenga necesidad de andar
mendigando; y que para esto se les dé lo que han menester en sus estancias un día a la
semana […]. Que ningún pobre aunque sea extranjero se excluya de esta limosna, […] si
viniere enfermo sea curado […]. Qué no se dé limosna a gente ociosa y vagabunda que
pueda trabajar: […] estos deben ser por las justicias corregidos y compelidos a que
trabajen y ganen por sí de comer […]. Que de lo que sobrare después de remediados los

39
Llamado también Fray Juan de Medina (Susín, 2000: 19).

41
que justamente mendigaban y los pasajeros, se provean los envergonzantes según la
posibilidad de la limosna (pp. 125-147).

EL EXAMEN DE LOS VERDADEROS POBRES: Aunque ambos coincidían en la necesidad del


examen para clasificar a los pobres, solamente Domingo de Soto propuso de manera
manifiesta distinguir entre las personas venidas a pobres por “su flojedad o vicios” y los
que fingen la pobreza y considerar en su defensa otras causas por fuera de la persona del
pobre. Su propuesta de examen constaba de dos partes: el examen de la pobreza y el
examen de la vida y costumbres de los pobres. El primer examen tenía por objetivo
separar a los pobres verdaderos de los pobres fingidos. Se trataba de aplicar cada cierto
tiempo la justicia, en cabeza de los ministros de justicia o los regidores de los pueblos,
cuya función estaba en diferenciar entre buenos y malos pobres, así como en la
erradicación de ladrones. Mientras el segundo procedimiento, que pretendía conocer de
los pobres “su vida y costumbres, si son concubinarios o inficionados de cualquier otro
vicio” (Soto, 1545: 89), importaba a la aplicación de la misericordia, que no diferencia
entre buenos y malos. La aprobación del examen significaba que el pobre formaba parte
de los pobres legítimos, entre los cuales estaban los enfermos y aquellos que presentaran
alguna dificultad física para realizar un trabajo que les permitiera alcanzar el sustento
propio y de la familia40. Para estos últimos sugería como fórmula, ante la duda acerca de
si una persona era pobre o no, aprobarlo como tal: “en favor de la pobreza se ha de
aprobar por pobre, que a favor de la justicia reprobarse por no pobre” (p. 84).

Ahora bien, teniendo en cuenta que, como resultado del examen, era posible encontrar
personas nobles en estado de pobreza o pobres vergonzantes que podían pedir limosna, al
igual que pobres que sufrían de debilidad, criticaba las diferencias en las ayudas y la
manera como a estos ricos no se les obligaba a desempeñar un oficio para su
sostenimiento:

…hay también muchos de buena sangre que están en pobreza, o porque perdieron sus
haciendas, o porque son escuderos, los cuales no aprendieron oficio ni tienen arte de vivir,
y estos no por eso son obligados a abatirse a oficios viles y trabajosos para mantenerse,
sino que justamente pueden pedir limosna, y se les debe hacer en mayor cantidad que a
otros pobres de menor condición (/v23) Esto hemos dicho hasta aquí concediendo todo el

40
En estos casos, sugería aplicar con menos rigor la diferenciación, dado que su estado les impediría acudir
al trabajo con constancia.

42
rigor de justicia. Porque si de esta razón quisiésemos oír la doctrina de los santos, de otra
muy diferente manera hablaríamos41 (Soto, 1545: 85).

Finalmente, en las consideraciones para determinar al pobre legítimo, además de plantear


que, en algunos casos42, fueron los ricos quienes contribuyeron a crear la pobreza,
llamaba la atención acerca de las injusticias que se cometían contra los pobres falsos, al
castigárselos por pedir limosna ilegítimamente, en contraste con la conducta ilegal de
muchos de los que desempeñaban oficios públicos, “los cuales por fraude y engaño llevan
sin consideración mucha mayor hacienda ajena que todos cuantos falsos y vagabundos y
[…] que todos juntos verdaderos y falsos” (Soto, 1545: 87).

ACABAR CON LA MENDICIDAD, ¿CUESTIÓN DE GOBIERNO O DE TRABAJO?: En su crítica de


la mendicidad, Robles partía de una sentencia divina que diferenciaba al pobre del
mendigo, cuyo mandato no implicaba terminar con los pobres y la pobreza sino con la
mendicidad43, según el precepto bíblico de ganar el pan con el sudor de la frente, que,
contrario a las consideraciones de Soto, justificaba la atención en la persona del pobre,
dejando a un lado las causas de la pobreza. Por otra parte, mientras Soto argumentaba la
licitud de pedir limosna, en tanto no existiera una medida para superar la necesidad,
Robles seguía los planteamientos de Vives como obligación del gobernante: “el Príncipe
tiene la autoridad para prohibir que nadie ande a pedir por Dios, con tal que por otra vía
provea enteramente todas las necesidades de comer y vestir y todas las demás” (Iglesia,
2006: 18; Robles, 1545: 97). Para su propuesta Robles partía de la distinción entre
mendigo y pobre: Mendigo no era

… el que de cualquier manera recibe limosna, sino el que la pide […]. Y así no llamamos
mendigo al que recibe mercedes y buenas obras de la liberalidad de algún señor. Y aunque

41
Para ello remite a San Crisóstomo, quien defendía el ataque de los ricos a los pobres que fingían
enfermedades “Como quiera que ni el vino fue criado para que nos tomásemos de él y nos embriagásemos,
ni los manjares para que comiésemos a reventar, y el miserable del pobre, que según su disposición apenas
difiere del muerto, ándasle escudriñando las razones de su pobreza. […] Si el pobre finge alguna lesión, por
necesidad y menester grande la finge, por causa de tu crueldad e inhumanidad, a quien su lástima y sus
suplicaciones no bastan inclinar a que hagas con él miercordia? […] Porque él, pues vino en necesidad de
inventar tal fraude, señal es que era digno que tú hubieras misericordia de él […]” (Soto, 1545: 86).
42
“Hay muchos a quien los ricos hicieron pobres, […] por lo cual no sería mucho que en recompensa de las
injurias que unos pobres padecen, disimulásemos algunos de los que otros hacen” (Soto, 1545:81).
43
Se refiere al mandamiento del Deuteronomio de que los ricos satisfagan las necesidades de los pobres,
sin que tengan que mendigar por ayuda: “Que entre vosotros no haya hombre que sea totalmente pobre y
que por no remediar vosotros su pobreza le sea forzado mendigar” (Robles, 1545: 121).

43
es verdad que San Agustín […] dice que mendigar no es otra cosa que recibir la
misericordia de los hombres, más el mismo se declara que, vivir el mendigo a misericordia
de los hombres, no se ha de entender como quiera, sino pidiendo él esta misericordia a los
hombres (p. 126).

Seguidamente planteaba la necesidad de emitir una orden general, en dos sentidos: que
nadie tuviera necesidad de pedir y no disculpar a quien públicamente pedía por
necesidad, aduciendo diversas razones relativas a la pobreza no voluntaria. En primer
lugar, esta pobreza debía ser penosa, porque “excusarles de esto es excusarles de pena y
trabajo; y que sea penosa y trabajosa la pobreza que no se toma por voluntad”. En
segundo lugar, por la alta probabilidad de caer en pecado que esta traía consigo “y por
esto es conclusión averiguada, que cuando la pobreza (y especialmente la mendicidad) no
es voluntaria es causa de muchos daños espirituales” (Robles, 1545: 127). Finalmente,
porque esta prohibición de mendigar dirigida al pobre verdadero y la obligación que cada
gobierno tenía de proveerles ayuda eran fundamentales para desterrar a los vagabundos,
entre los que incluía, contrario a Soto, a los extranjeros.

En el centro de la solución al problema de la mendicidad propuesto por Robles, se puede


apreciar de qué modo el mandato de trabajar, que coincide con lo que planteaba Vives y
dicta la tradición cristiana, casa con la valoración moderna del trabajo y con

… las necesidades productivas concretas de la específica situación de la primera mitad del


siglo XVI […] late en todas estas consideraciones lo que se ha venido a llamar la “utopía
del trabajo” en el mundo moderno, que considera al trabajo por sí mismo como la solución
al problema de la pobreza, asumiendo ingenuamente la doble creencia de que, por una
parte, “para trabajar basta con querer” […] y por otra parte, la creencia de que el salario
obtenido por el trabajo bastaría para cubrir las necesidades individuales del jornalero o de
su familia (Santolaria, 2003: 37).

Como hemos visto, el tratamiento de la pobreza se centró directamente en la persona del


pobre, pero en ninguno de estos tres pensadores es posible vislumbrar su asociación con
el crecimiento económico y las transformaciones que conllevaba. A pesar de que la
pobreza en el siglo XVI se constituyó en un problema de gobierno, este era visto en
función de la seguridad de la ciudad y sus habitantes y su resolución llevó a tomar
medidas enfocadas en las personas y dirigidas a la atención o represión del pobre, según
fuera legítimo o ilegítimo. La posición de Soto en relación con la mendicidad fue la que

44
predominó en España y en el Concilio de Trento, donde fue declarada “herejía” la
prohibición de la mendicidad (Perotta, 2000: 109; R. M. Carreño, 1999: 27). De la misma
manera, su doctrina contó con varios seguidores, entre otros, Alfonso de Castro (1555),
Gabriel de Toro (1575) y Pedro de Aragón (1590), que retomaba las propuestas de Soto
(Perotta, 2000: 109-11).

Desde otra perspectiva, hacia 1565 Martín de Azpilcueta se refería a la relación de la


iglesia con los pobres en su Tratado de las rentas de los beneficios eclesiásticos y
planteaba algunas respuestas al manejo de la riqueza de la Iglesia. Respecto de lo
sobrante de las rentas eclesiásticas una vez se cumplía con el sustento de titulares y
bienes religiosos a su cargo, afirmaba que tal excedente no era de ellos, sino de los
pobres, y añadía: “al igual que los regidores de la ciudad están obligados a restituir lo que
se gastaren en otros asuntos distintos a los que debían […] tampoco tienen facultad
alguna para trasmitir esos bienes a quienes no sean sus legítimos propietarios” (citado en
Iglesia, 2006: 23-24). “De esta manera se reconocen las obligaciones que tiene la Iglesia
con los más necesitados. Se deja que sea el poder civil quien decida cómo han de
distribuirse estas providencias: dándoles a los pobres un salario mínimo para que puedan
sobrevivir, o construyendo hospitales en los que se les dé cobijo y se procure sanearlos de
sus frecuentes enfermedades” (p. 24)

Ahora bien, en lo que concierne al contexto demográfico de estas discusiones, la falta de


brazos para cultivar la tierra a mediados del siglo XVI, pero especialmente hacia el final,
incidió en la preocupación por la “falta de gente” en el territorio español y condujo a que
la lucha contra la ociosidad se hiciera cada vez más dura, a la par con la demanda por la
organización del trabajo de los pobres. En esta dirección, la ley Pragmática de 1556
pretendía resolver la necesidad de brazos con los muchos mendigos que se negaban a
trabajar. En esta dirección, se elaboraron normas que reglamentaban el permiso para
pedir limosna, acompañadas de la “Nueva Orden para el recogimiento de los pobres y
socorro de los verdaderos, […] que autorizaba la mendicidad, con carácter restrictivo y
sujeta al control de los poderes públicos” (López, 2004: 17-18). En el tercer tercio del
siglo, el aumento del número de pobres tomó proporciones escandalosas con las

45
consiguientes propuestas para su manejo. Así, Giginta44 presentó un escrito sobre la
asistencia de los pobres y la organización de Casas de Misericordia en las ciudades,
donde proporcionarles alojamiento, alimentación, cuidado físico y trabajo; con
recomendaciones para su recolección y una vía de financiación a partir de la organización
de la recolección de limosnas por los mismos pobres. Cellorigo lanzó la propuesta del
trabajo forzoso en su municipio, “en casas que incluyeran oficiales de todos los oficios”,
donde “los pobres se alimentaran con el producto de su trabajo” (López, 2004: 19).

De otro lado, hacia finales del siglo XVI, apareció una tendencia utilitarista45 defendida
por Pérez de Herrera46. Influido por el desmesurado aumento de los pobres ociosos, este
humanista elaboró para el Príncipe el texto Amparo de pobres. En este, ve a los
vagabundos desde diferentes ópticas, que revelan su desacuerdo con que los mendigos
válidos y los vagabundos pidan limosna, pues le quitarían la ayuda al pobre verdadero.
Seis inconvenientes conforman este argumento: 1) la presencia en exceso de “hombres,
mujeres, niños y niñas que, con ocasión de este vicio, entretejidos entre algunos que
habrá que lo son verdaderos y viven como gentiles” conlleva que se comporten como
paganos y comen bien; 2) su falta de techo, que hace que duerman en zaguanes o en
cualquier parte y los expone “a que la gente viciosa, maldita y sucia, los persuada a
cualquier torpeza”; 3) que incurren en el pecado de codicia, porque “no gastando casi
nada juntan mucho dinero” y andan “muy deshonestos casi en cueros”; 4) que se
producen perjuicios para no trabajar y muchos se hacen daño en su cuerpo: “se hacen
llagas fingidas, y comen cosas que les hacen daño a la salud para andar descoloridos”; 5)
que representan peligro y se promueven los robos en casas y en los caminos y además,
entre ellos pueden mezclarse herejes y espías; y 6) que la ociosidad y el engaño eran
riesgosos, tanto para la salud pública como para la economía (Pérez, 1598: 24-27, 39-41).
Veamos:

44
Quien figura entre los pioneros de las propuestas sociales.
45
Que expresa una manera diferente de concebir la pobreza referida a la improductividad de los
vagabundos, los ociosos y los mendigos.
46
Forma parte de la corriente cultural de la Emblemática, cuya intención era “facilitar a través de la imagen
la asimilación […] del mensaje que quería transmitir el autor […] impresionar la voluntad, producir una
acción directa sobre el ánimo valiéndose de medios sensibles. Conformado por título, una figura y un texto
explicativo” (Fernández, 2014: 44-45).

46
Por tanto, consideraba fundamental la institución del albergue47, tanto para el control de
la mendicidad legítima como para la diferenciación entre falsos y verdaderos mendigos.
De la misma manera veía la necesidad de un examen médico que garantizara su estado de
salud y permitiera determinar quiénes eran aptos para el trabajo y quiénes no lo eran.
Mostraba su acuerdo con que al mendigo no apto para trabajar se le autorizara pedir
limosna y vivir en el albergue, recinto que cumpliría, igualmente, la función de hospital y
de corrector moral, específicamente en lo relacionado con la enseñanza y práctica de la
doctrina cristina. Sin denegar la presencia de representantes del clero, manifestaba
acuerdo con secularizar la administración de estos sitios.

En el tercer discurso de su Amparo de pobres, Pérez de Herrera propuso varias medidas:


someter a un cuidadoso examen y reconocimiento a los que pedían limosna por
necesidad; llevar un registro detallado de los extranjeros que ingresaran al reino en
peregrinación o romería; y, para ocupar a los “pobres fingidos vagabundos ya
reformados”, la intervención de los alguaciles de cada lugar, viendo por hacer que “la
gente que se reformare, que será mucha no ande ociosa por estos reinos” siendo necesario
“inquirir las vidas de los que anduvieran sin ocupaciones y vagabundos” (1598: 98),
verificando que se alquilaran como jornaleros y que no abandonaran los trabajos:

Pensó además la forma de distribuir a los niños pequeños entre familias ricas, de modo
“que los criasen y los tomasen a su cargo para hacerlos poner a oficios […] o servirse
dellos con obligación de remediarlos o pagarles lo que les hubieren servido” (Pérez,
1598: 103). Si sobraban niños pequeños, estos debían ir a las casas de expósitos hasta que
alcanzasen edad para ser tomados a cargo por “buenas gentes” y los que quedaran, irían a
los albergues, dándolos en encargo a cada una de las mujeres pobres que allí estaban,
mientras se los acomodaba en alguna familia. En cuanto a los mayores que mendigaban y
vagaban, serían ubicados en casas bajo la orden de un amo y con la obligación de
trabajar, y “a las niñas con obligación de casar, o poner en otro estado las huérfanas
dentro de tantos años y a los varones sacarlos oficiales de los oficios que aprendieron” (p.
104). Los que tenían entre diez y catorce años debían ser enviados a los navíos para

47
Propuesta al príncipe consistente en el encierro nocturno de los mendigos. Discurso Segundo de Pérez
(1598: 52-88).

47
hacerlos marineros o ponerlos en las armerías. En este sentido, Pérez coincidía con la
propuesta de Vives, pero iba más allá, pidiendo elegir padres de trabajadores encargados
de ofrecer trabajos útiles.

Una característica de su propuesta se relacionaba con las mujeres pobres y vagabundas48,


grupo al que ningún pensador había considerado. La dureza del albergue y del castigo de
los vagabundos y delincuentes debería aplicarse asimismo “cuando se trataba del
recogimiento de las mujeres pobres”, calificadas como perdidas (Carreño, 1997: 36).

[…] parece que también es razón, y justo, mandar V. M. que haya en ellos algunas
reclusiones, y castigo moderado, para las mujeres vagabundas, perdidas y delincuentes,
conforme a su flaqueza […] será muy necesario se busque camino para ocupar y
castigarlas, por ser grande el número de las que andan y andarán perdidas, y dificultoso, el
remedio dello, si no tienen alguna pena de temor, escarmiento, y desaguadero, con que
muden costumbres. Pues es cosa muy cierta que, para que vivan bien los buenos y no
hagan cosa mal hecha, les basta el premio y el amor de la virtud; y para los que viven mal,
es de grande importancia el castigo y temor dél para no admitir en su pensamiento el hacer
delitos e insultos (Pérez, 1598: 118).

Adicional al problema de la prostitución de las mujeres efecto del empobrecimiento, se


encontraba una variada gama de conductas inaceptables para estas, como el abandono de
sus oficios de servidumbre, la incursión en delitos de hurto o hechicería, el vagabundeo o
la alcahuetería, siendo catalogadas de vagabundas merecedoras de castigos. Además del
escarmiento, contra la reincidencia y en prevención de la prostitución, planteaba Pérez la
intervención moral, expresada en la necesidad de la penitencia y el cambio de costumbres
a conductas socialmente aceptadas, como la virtud, la práctica de la doctrina cristiana –
misa, confesión, comunión– o el aprendizaje de oficios, tanto para el hogar como para el
sustento. Pérez mostraba su desacuerdo con el castigo de “enmelarlas y emplumarlas”,
usado hasta el momento, pues consideraba que, antes que vergüenza, ayudarían a difundir
sus servicios entre los hombres que gustan de ellos (1598: 119). El castigo para las
mujeres debía tener características similares al aplicado a los hombres, en términos de su
alcance: castigo y escarmiento, para lo cual las casas de trabajo y labor eran las
adecuadas. Como lo expresa Pérez en este aparte del Discurso Cuarto:

48
Propuesta que desarrolla en el Discurso Cuarto “De la forma de reclusión y castigo para las mujeres
vagabundas y delincuentes destos reinos” (Pérez, 1558: 23-26).

48
… ejercitarse han en oficios y labores de mujeres, acomodadas para allí, imponiéndolas en
algunos fáciles de aprender a las que no los supieren, de suerte que ganen bastantemente lo
necesario para pasar su vida, y aun les sobre muy bien […] para que con lo que sobrare
desto se suplan los días de fiestas y domingos, que no trabajan, y haya con qué curarlas, y
reparar las casas, y para pagar los salarios del alcaide y guardas dellas, ayudando a todo
esto los gastos dichos y algunas limosnas con que serán socorridas por mano de las
cofradías que se dirán adelante (p. 123).

La propuesta de Pérez sobre el amparo de niños señalaba, de manera más clara y en


consonancia con Robles, la necesidad de separar o “encerrar” a los pobres verdaderos,
con el fin de prestarles la atención adecuada y evitar su ociosidad e improductividad,
haciendo trabajos o labores acorde con las capacidades físicas de cada uno. También
sugería el tratamiento de la vagancia con las medidas de encierro derivadas de las normas
jurídicas que castigaban la delincuencia. En suma, proponía y defendía la necesidad del
encierro de los pobres, diferenciado según fueran legítimos o ilegítimos, donde para los
primeros la intención era de socorro, mientras que para los segundos era de castigo y
enmienda.

EL GRAN ENCIERRO DE LOS POBRES. ATENCIÓN, CASTIGO Y TRABAJO

Es en el siglo XVII cuando se produce una transformación en el tratamiento de los pobres


verdaderos y falsos a partir del “Gran Encierro” (Foucault, 2010), con incidencia general
en Europa, aunque con especificidades en los diferentes países, de los cuales mencionaré
brevemente a Inglaterra, Francia y, con más detenimiento, España, dado su efecto en
América.

En toda Europa la internación tiene el mismo sentido, por lo menos al principio. Es una
de las respuestas dadas por el siglo XVII a una crisis económica que afecta al mundo
occidental en conjunto: descenso de salarios, desempleo, escasez de la moneda; este
conjunto de hechos se debe probablemente a una crisis de la economía española […].
Durante mucho tiempo la correccional o los locales del Hospital General servirán para
guardar a los desocupados y vagabundos (pp. 106-107)

49
Asimismo, como “cosa de “policía”49, se dicta “un conjunto de las medidas que hacen el
trabajo a la vez posible y necesario para todos aquellos que no podrían vivir sin él” (
Foucault, 2010: 101). Y, paralelamente con esta medida, se desmitificó la mendicidad y
se erigió “el principio de responsabilidad pública frente a la pobreza” (Susín, 2011: 40),
aparejado con mayor intervención de los arbitristas, quienes “sitúan el problema en una
órbita más amplia que la visión religiosa […] integrándolo en la doctrina económica del
momento” (López, 2004: 20-21). Dos aspectos resaltan de esta medida. El primero está
relacionado con la manera de “organizar consecuentemente la inserción de los
trabajadores manuales en las nuevas formas de la vida económica” y el segundo el
hincapié que las legislaciones seguirán haciendo en la “necesidad de hacer trabajar a los
pobres válidos”50 (pp. 20-21). Con el encierro surgieron variedad de centros de atención
adicionales a los amparos y casas de misericordia referidos, como los hospitales
generales.

En un ordenamiento cronológico, Inglaterra lideraba este cambio, que señala el paso de la


caridad privada a la organización pública de la asistencia, con la llamada Ley Isabelina de
160151 o Ley de Pobres, que contemplaba tres aspectos básicos: la organización del
trabajo de los pobres sin alojamiento, hasta que en 1639 se estableció una workhouse, un
impuesto de pobres y la figura de un supervisor de socorro. La medida se dirigía a los
pobres sin oficio, por una parte, y, por otra, contenía “una especie de ‘estatuto de los
artesanos’ dirigido a los ‘poor’ y que se dedicaría a fijar ‘las grandes líneas de una
organización del trabajo fundado en los principios de la reglamentación y del
paternalismo’” (Susín, 2011: 29).

Su desarrollo implicó el establecimiento formal de la atención, diferenciada así: el pobre

49
Entre los siglos XV y XVI el término policía hacía referencia a tres aspectos del gobierno interno de un
territorio: una forma de vivir en comunidad bajo el mandato de una autoridad, “el conjunto de actos”
autorizados para dichas comunidades y “el resultado positivo y valorado de un buen gobierno”. Mientras
que a partir del siglo XVII este término toma un significado diferente y “se empezará llamar ‘policía’ el
conjunto de los medios a través de los cuales se pueden incrementar las fuerzas del Estado, a la vez que se
mantiene el buen orden de éste […] es la encargada de asegurar el esplendor del Estado” (Foucault, 2006:
356-358).
50
Estas medidas legislativas, en opinión de la autora, partían del miedo a los disturbios y de la compasión.
El primero se resolvía con el control de la policía y el segundo se centraba en el ejercicio de la caridad.
51
Codificación hecha en el reinado de Isabel de Inglaterra de las diferentes leyes y ordenanzas emitidas
desde 1349.

50
inválido iba al hospicio o asilo y recibía atención, en tanto que el pobre válido o en
capacidad de trabajar entraba en la Cámara de la Industria, y los vagabundos y los que se
negaban a trabajar iban a casas correccionales52 (workhouses) o a la cárcel; finalmente,
los niños abandonados pasarían de aprendices de algún oficio como forma de prevención
de la vagancia. Asimismo, la ley ordenaba que los ancianos fueran cuidados por sus hijos
y tanto padres como niños pobres eran responsables entre sí; en consecuencia, se prohibía
la limosna en la mano. No obstante, las casas de corrección o el trabajo como penitencia
para los ociosos y holgazanes no consiguieron acabar con el mal en Europa y, a finales de
la centuria, “casi un quinto de la población estaba bajo el amparo del auxilio público
pagado por la parroquia, en Inglaterra” (López, 2004: 22).

Para 1563, el Estatuto de Artífices53 regulaba la organización del trabajo, la


obligatoriedad del mismo, el aprendizaje durante siete años y la evaluación salarial anual.
Perfeccionado más tarde por las Leyes de Pobres54, además de la obligatoriedad del
trabajo para los pobres válidos y su sustento a la parroquia, surgía la prohibición de la
movilidad –sustentada en la Ley de Asentamientos (1662)55, con la cual se pretendía
inmovilizar a los pobres para “proteger las ‘mejores’ parroquias contra la llegada de
indigentes” (Polanyi, 2011: 138-40). Medida que se aplicó hasta que fue derogada
parcialmente en 1795 permitiendo la movilidad de los pobres trabajadores, aunque se
introdujo una práctica, de acuerdo con el principio de administración de la Ley de Pobres,
que significaba la reversión del principio isabelino del trabajo obligatorio. En esta línea,

52
Hacia 1607 cada condado contaba con una casa de corrección, la cual había sido previamente ordenada
en el acta de 1575, que establecía la relación entre casa de corrección y castigo para los vagabundos, así
como entre asilo y alivio de los pobres no válidos (Foucault, 2010: 96-97).
53
La organización del trabajo en el sistema mercantilista descansaba en la Ley de pobres y el Estatuto de
artífices (Polanyi, 2011: 138), que se ocupaba de los empleados, mientras que la primera se ocupaba de los
que ni tenían trabajo y ni podían trabajar y se administraba localmente.
54
“En Inglaterra ser pobre era sinónimo de “gente común” y estos comprendían todo lo que estaba fuera de
las clases terratenientes […] el término pobre se aplicaba a todas las personas necesitadas, y a todas las
personas cuando tuvieran una necesidad […] esto incluía a los indigentes, […] los ancianos, los enfermos,
los huérfanos debían ser atendidos en una sociedad que proclamaba que dentro de sus confines había un
lugar para cada cristiano. Pero había sobre todo pobres capacitados para trabajar, a quienes llamaríamos los
desempleados, bajo el supuesto de que podían ganarse la vida con el trabajo manual sólo si podían
encontrar empleo. La mendicidad se castigaba severamente; la vagancia, en caso de repetición, era una
ofensa capital” (Polanyi, 2011: 139).
55
Criticada un siglo después por Adam Smith. Derogada parcialmente en 1795.

51
como reseña Polanlyi, la Speenhamland56 aseguraba el “derecho a vivir”, generalizaba los
subsidios salariales y añadía subsidios familiares, “todo lo cual tendría que otorgarse sin
obligar al receptor a entrar al hospicio”. No obstante, “en conjunto prevalecía la
impresión de que el pauperismo era un fenómeno sui generis, una enfermedad social
provocada por diversas razones, la mayoría de las cuales se activaron sólo por el hecho de
que la Ley de pobres no pudo aplicar el remedio correcto” (p. 143). Sin embargo,
fenómenos como el crecimiento del comercio, la lentitud en la oferta de trabajo, el
incremento del paro, la insatisfacción con el salario agrícola, el trabajo fluctuante, no eran
enlazados con el aumento de los pobres.

El pensamiento católico resiste, y con él las tradiciones de la Iglesia. Repugnan esas


formas colectivas de asistencia, que parecen quitar al gesto individual su mérito
particular, y a la miseria su dignidad eminente […] se apela al juicio de las facultades. La
de París aprueba las formas de organización pública de la asistencia que son sometidas a
su arbitraje […]. Pronto, el mundo católico va a adoptar un modo de percepción de la
miseria que se había desarrollado sobre todo en el mundo protestante. Vicente de Paúl
aprueba calurosamente en 1657 el proyecto de “reunir a todos los pobres en lugares
apropiados para mantenerlos, instruirlos y ocuparlos” (Foucault, 2010: 96-97).

Una vez que la Iglesia aceptó el encierro, los mendigos perdieron su halo sagrado. Dos
tipos de pobreza constituirán en adelante la posición católica. Desde una perspectiva de
lugar, el lugar del bien y el lugar del mal, “habrá, de un lado, la región del bien, la de la
pobreza sumisa y conforme con el orden que se le propone; del otro, la región del mal, o
sea la de la pobreza no sometida, que intenta escapar de este orden. La primera acepta el
internamiento y encuentra en él su reposo; la segunda lo rechaza, y en consecuencia lo
merece” (Foucault, 2010: 97). Para quienes formaban parte de la primera región, ello
significaba el encierro, entendido como “gesto de asistencia”, mientras que quienes
estaban en la segunda categoría lo veían como castigo. El encierro adquirió así un doble
sentido: asistencia para los pobres buenos y castigo para los pobres malos.

En 1656 se fundó en Francia el Hospital General y posteriormente, en 1676, se ordenó


construir uno en cada una de las ciudades francesas. Así, además de cumplir los objetivos
de acabar con “la mendicidad y la ociosidad como fuentes de todos los desórdenes”

56
“La dinámica de Speenhamland se arraigaba así en las circunstancias de su origen. El aumento del
pauperismo rural fue el primer síntoma del levantamiento que se acercaba” (Polanyi, 2011: 141).

52
(Foucault, 2010: 102), se concretaba la reorganización administrativa de la atención de
los pobres, centralizándola en la reunión de otras entidades de atención existentes. Como
fuerza, el hospital representaba un pivote entre la policía y la justicia y se constituía en el
“tercer orden de la represión”, sin que ello implicara la marginación total de la Iglesia. En
este, se daban conjuntamente tanto “el deseo de ayudar como la necesidad de reprimir, el
deber de caridad y el deseo de castigar” (pp. 81-82). Este encerramiento expresaba un
momento particular del proceso:

Este hombre partido de todos los países de Europa hacia un mismo exilio, a mediados del
siglo XVII, ha sido reconocido como un extraño a la sociedad que lo había expulsado,
irreductible a sus exigencias; entonces para la mayor comodidad de nuestro espíritu, se
ha convertido en el candidato indiferenciado a todas las prisiones, a todos los asilos, a
todos los castigos. No es en realidad más que el esquema de exclusiones sobrepuestas (p.
128).

El vagabundo, antes expulsado de la estructura social y del territorio y repudiado por su


comportamiento contrario a lo esperado y como figura que aplica a variedad de
personajes, representa todo un “gesto creador de alienación” (Foucault, 2010: 128-129)57.
Hacia 1690, los centros de internamiento contenían infinidad de personas que no eran
precisamente pobres, como los presos por las lettres de cachet58: “gente ordinaria”,
“viejas chochas o impedidas”, “viejas seniles”, personas epilépticas, “inocentes, deformes
y contrahechos”, “locas”, “muchachas incorregibles” (pp. 130-131) que son unificados y
homogenizados en los internados.

Ahora bien, en el caso español, y a tono con esta nueva corriente reformista, los poderes
públicos asumen responsabilidades para evitar la desatención y la visibilidad de la
miseria, para lo cual estatuían que, “tras el examen preceptivo se establecerá la reclusión
para los pobres fingidos y el albergue para los pobres verdaderos” (Susín, 2011: 39). En
este terreno, como se vio, dos instituciones ya habían avanzado en cuanto a formas de
encierro desde el siglo XVI: los albergues de pobres propuestos por Pérez de Herrera y las

57
A pesar que el interés de Foucault en su Historia de la Locura se relaciona con el personaje del alienado
mental el loco, esta figura es borrosa hasta el siglo XVIII y entraba en el grupo de alienados sociales,
proscritos y ahora encerrados bajo la etiqueta de vagabundos, figura que comprende, además de los locos y
mendigos, a los válidos.
58
Solicitudes que el pueblo y en especial los mismos familiares hacían al rey para que encerrara a alguno
de sus miembros debido a su mal comportamiento.

53
Casas de Misericordia propuestas por Giginta en 1579.

Estas últimas eran instituciones donde el encierro tenía unas características concretas, en
cuanto a la construcción y distribución interna de espacios y su funcionamiento, acorde
con el objetivo que se perseguía. Se trata de “diseños espaciales en función de exigencias
disciplinarias [que] adelantan los planes que en el siglo XVIII tomarán la forma panóptico
de Bentham”59 y que, a su vez, desempeñan una función simbólica y tienden a favorecer
la anulación de “la voluntad de los internos y a sustituirla por las directrices que con fines
moralizadores y correctores” decretaba la autoridad, hacia la que se debía una obediencia
ciega (Susín, 2011: 41-43). En tales centros el trabajo no solo cumplía su función
terapéutica, física y moral, sino que hacía efectiva “la condena religiosa, moral y política
de la ociosidad”, sin que ello implicara la desaparición de la caridad.

La propuesta de Miguel Giginta, en primer lugar, mostraba que la pobreza tenía causas
sociales y no iba a desaparecer, y que solo se pretendía controlar la mendicidad; en
segundo lugar, no requería del examen de pobres, propuesto por sus antecesores, sino que
partía de lo que denominaba el “recogimiento voluntario”60, “el inexcusable compromiso
de toda la colectividad en torno a algunos principios”, ya que “no se trata solamente de
disciplinar a los pobres, sino de crear nuevos hábitos en todo el tejido social, sirviéndose
para ello de los necesitados” (Fraile, 2001: 178). Como era claro que el compromiso se
sellaba con un acuerdo de las dos partes: quienes daban la limosna y quienes la pedían,
Giginta abogaba por regularla y establecer horarios y lugares concretos en la ciudad,
donde estaría el grupo de mendigos a los que se les asignaba dicha tarea y turno, según el
día; el producto obtenido por cada uno entraba a formar parte de la bolsa común para el
beneficio del colectivo de mendigos “recogidos” en la Casa de Misericordia61. Por

59
Fraile formula una hipótesis acerca del panóptico de Bentham como continuidad más que una ruptura con
base en el estudio de las Casas de Misericordia propuestas por Miguel Giginta: “el panóptico más que abrir
una era es la culminación de una dinámica, es, por tanto, la consecuencia de tanteos precedentes que habían
dado resultados desiguales en el tiempo y en el espacio […] La implantación del capitalismo fue un proceso
desde el punto de vista político, económico o territorial, que fue generando una serie de problemas nuevos
para los que se ensayaron soluciones diversas. El panoptismo fue un eslabón de esa cadena que en una
buena parte comenzó entre los siglos XV y XVI” (2001: 168).
60
Cada mendigo debía conocer con antelación la ubicación y el día en que la Casa de Misericordia de su
lugar abría las puertas, y si deseaba hospedarse, debía hacerlo voluntariamente, igual para el tiempo de
estadía o el momento de salida.
61
“Quien mendiga no lo hace para sí, sino para el conjunto de asilados y para que el ciudadano no albergue
ninguna duda al respecto lo hace con una caja cerrada y sellada y, para evitar cualquier intrusismo, debe

54
último, en cuanto al régimen interno de las Casas de Misericordia, este contemplaba la
enseñanza de la doctrina, el aprendizaje de un oficio, la lectura y el trabajo.

En el último tercio del siglo XVII, paralelo al aumento de la pobreza y las preguntas por la
solución al problema de la mendicidad, el jurista de Zaragoza P. J. Ordóñez elaboró una
propuesta que combinaba la tradición cristiana del bajo medioevo con ideas sobre la
reforma del manejo de la pobreza y la mendicidad, en su Monumento triunfal de la
piedad católica. Erigido por la imperial ciudad de Zaragoza (1672). En el primer
discurso, “Sobre el recogimiento de los mendigos y expulsión de los vagabundos”, hacía
un recorrido histórico por el tratamiento que en la Antigüedad se daba a estas personas, a
través de los textos bíblicos del Antiguo Testamento, que resumía en un lema contra la
holgazanería: “Con la ociosidad se granjean desdichas y con el trabajo se logran
felicidades”. A la República le competía esta responsabilidad y cada uno debía cumplir el
castigo infligido por Dios a los hombres62. La lucha contra la ociosidad posibilitaba que
las provincias y ciudades se enriquecieran y florecieran. Los gobernantes debían estar
pendientes de que todos trabajaran, así como de expulsar los vagabundos y recoger a los
mendigos, previa selección cuidadosa de los “menesterosos”, para lo cual discriminaba
tres géneros de pobres”: los que pedían limosna, agobiados por la necesidad; los que
abrazaban la pobreza voluntariamente (los religiosos); y los que por el vicio de la
ociosidad rehusaban trabajar (Ordóñez, 1672: 36). El problema era la mendicidad y la
holgazanería, más no la pobreza. Esta la justificaba con el lema “Infelices fueran los
pueblos si no hubiera en ellos siempre pobres”.

Con lo anterior, aludía no solo a la obligación sino a la conveniencia de recoger y


mantener a los mendigos, acción que consideraba doblemente provechosa: para la caridad
hacia los pobres y para la salvación de los ricos. En esta línea, pedía, por un lado, obligar
a los vagabundos a ejercer un oficio mecánico o un arte, emplearlo para servir o trabajar
en el campo, alistarlo en el ejército y, en caso de desobediencia, acudir al castigo
(Ordóñez, 1672: 57), y por otro, recoger a los pobres en hospitales, ubicando por
separado hombres y mujeres, para alimentarlos, vestirlos y ponerlos a trabajar. En

llevar a la vista de todos una marca que le identifique como recogidos en la Casa de Misericordia y
encargado por ella para pedir un dinero que se usará colectivamente” (Fraile, 2001: 178).
62
En esto coincidí con Calvino.

55
contraste, daba tres argumentos63 para la expulsión de los vagabundos: uno, el engaño
que estos hacían fingiendo enfermedades y la barbarie de sus costumbres, por ejemplo, al
lesionar a los hijos para mendigar; dos, la posibilidad de que entre ellos se ocultasen los
herejes; y tres, las diferentes actuaciones históricas que ilustraban su remoción del
territorio. Aludía a la orden de expulsión que prescribió Platón; a la orden de Carlos V a
los magistrados de su Corte de cuidarse de quienes no tenían enfermedades o necesidad
de mendigar por su estado físico; a la formulación sobre el destierro, obra de San Carlos
Borromeo; y a las condenas a azotes y galeras que se fallaban contra los ociosos en
Francia y Cataluña. Argumentos que se resumían en otro lema, que confirmaba la
obligación de trabajar: “Quien no tiene bienes, debe trabajar para sustentarse”.

Ordóñez (1672: 133) formuló un conjunto de procedimientos ajustados al cristianismo


bajomedieval y al ejercicio de la caridad, para la organización y gobierno interno del
hospital. Uno de esos procedimientos tenía que ver con el gobierno de las mujeres, con la
separación de sus cuartos de los de los hombres; su vigilancia permanente por una madre,
encargada de velar por que rezaran el rosario, fueran a misa, cumplieran los sacramentos,
trabajaran en hilado y otros empleos, de acuerdo con sus posibilidades (p. 153); y la
separación de las escandalosas del resto de mujeres, como medida preventiva del
contagio de la conducta rechazada.

Con el encierro, a partir del examen como elemento definitorio en la clasificación de los
individuos pobres, no solo se puso de manifiesto quiénes debían ser retirados “del orden
social” e ingresar a una institución, sino que se armonizó la reivindicación del valor del
trabajo con sus “cualidades rehabilitadoras” y el encierro en aislamiento. No obstante, “la
intervención pública no acabó por completo con la visión personal que de la caridad se
hereda de la Edad Media, sobreviviendo, de este modo, relaciones asistenciales
marcadamente interpersonales” (Susín, 2011: 39-43, 52-53).

En el siglo XVII la Contrarreforma dominó en España en lo relacionado con la pobreza, en


el ámbito de las definiciones y de las intervenciones y esto “bloqueó en cierto modo el
proceso de desacralización o secularización de la asistencia a los pobres” (Vázquez,

63
Con los dos primeros coincide con Pérez de Herrera

56
2009: 68). No obstante, a la vez el ocio adquirió un acento “pecaminoso” como uno de
las marcas con que se señalaba a los vagos. El gobierno eclesiástico de la pobreza
sustituyó entonces “los proyectos de tutelados por una autoridad secular” “por un
disciplinamiento emplazado en la cotidianidad del espacio urbano implementado a través
de las campañas o misiones emprendidas por las “congregaciones”64 (p. 70), como
estrategia para la recristianización de los pobres a la vez que funcionaba un conjunto de
instituciones de atención, como hospitales, reformatorios, casas de “arrepentidas”, casas
de misericordia y albergues.

Perfeccionamiento del gobierno de los pobres

Aunque el siglo XVIII no presentó cambios notables en la manera como se percibía la


pobreza, sus dos últimas décadas comprenden dos revoluciones, que efectivamente
afectaron la percepción y el tratamiento de los pobres: la Revolución Industrial inglesa y
la Revolución Francesa. La primera despegó entre 1780 y 1790 con el crecimiento sin
obstáculos de la capacidad productiva, acompañado de un conjunto de cambios tanto
económicos como en las relaciones sociales marcados por el sistema de producción
capitalista, caracterizado por “la separación entre los productores directos, la fuerza de
trabajo, y la concentración de los medios de producción en manos de otra clase social, la
burguesía”, al punto que “la aparición de la fábrica terminó por afirmar la separación
entre trabajo y medios de producción” (Bianchi, 2005: 106).

En 1795, mientras los ingleses derogaban parcialmente la Ley de Asentamientos, que


limitaba la movilidad, al tiempo que “la máquina de vapor estaba clamando por la
libertad y las máquinas estaban gritando por manos humanas”, contradictoriamente se
introducía el Speenhaldam65 y se “proclamaba el principio de que ningún hombre

64
Se trata de “agrupaciones mixtas de seglares y eclesiásticos, dedicadas a ejercer una censura y corrección
moral continuadas […]. A finales del siglo XVII se calcula que había unas 20.000 congregaciones en
España” (Vásquez, 2007: 70).
65
Cada mendigo conocerá con antelación la ubicación y el día en que la Casa de Misericordia de su lugar
abrirá las puertas y si desea hospedarse, acudirá a ésta voluntariamente. De la misma manera el tiempo de
estadía o el momento de salida es también voluntario.
65
En el mismo año “se introdujo una práctica de administración de la Ley de pobres que significaba la
reversión del principio isabelino del trabajo obligatorio. Speenhamland aseguraba el “derecho a vivir”; se
generalizaban los subsidios salariales; se añadían los subsidios familiares, y todo esto tenía que otorgarse

57
padecería de hambre y que la parroquia lo sostendría” aunque ganara poco (Polanyi,
2011: 140-141). En estas circunstancias, en una oleada de panfletos se inquiría por la
procedencia de los pobres y se señalaban varias causas66, siendo la opinión predominante
que se trataba de una enfermedad social provocada por diversas razones, entre ellas, por
“el hecho de que la Ley de Pobres no pudo aplicar el remedio correcto […]. Para los
contemporáneos, no parecía haber ninguna conexión entre las principales manufacturas
urbanas y el gran incremento de los pobres en el campo” (p. 143), si bien algunos
economistas –M’Farlan; Ortes; Smith– efectivamente conectaban el pauperismo con el
progreso. En Inglaterra, la valoración de los pobres varió al compás de las
transformaciones económicas: primero fueron un peligro para la sociedad (mediados del
XVI), luego una “carga para los fondos públicos” (mediados del XVII) y, a finales del
XVIII, una fuerza a utilizar. Fue cuando “Jeremy Bentham […] elaboró el plan de usar a
los indigentes en gran escala en la operación de la maquinaria inventada por Samuel, su
hermano […] en el labrado de la madera y el metal (pp. 157-159).

Ahora bien, en España la recristianización de los pobres, empezada en el siglo anterior,


pasaba por una nueva forma de verlos y por un nuevo entendimiento de la pobreza, esta
vez como asunto de Estado, que centralizaba su manejo. En esta línea, la ordenanza de 4
de julio de 171867 pedía a los intendentes: la aplicación de las reglas relativas al
mantenimiento del orden en la jurisdicción que les correspondiera gobernar (art. 40); no
permitir la presencia de “bagabundos, ni gente inquieta, y de mal vivir, disponiendo que
los indiciados de estos defectos que fueren a proposito para la Guerrra” (art. 41); la
recolección de los no aptos ni para la milicia ni para la “cultura de la tierra”,
dedicándolos a actividades acordes con su físico y edad (art. 42); el destierro de la

sin obligar al receptor a entrar al hospicio”. La escala del subsidio era exigua pero bastaba para sobrevivir
[…] (y) la parroquia lo sostendría a él y a su familia por poco que ganara” (Polanyi, 2011: 140-141).
66
“La escasez de granos; los salarios agrícolas demasiado elevados, que generaban precios elevados de los
alimentos; los salarios agrícolas demasiado bajos; los salarios urbanos demasiado elevados; la irregularidad
del empleo urbano; la desaparición de los pequeños terratenientes; la ineptitud del trabajador urbano para
las ocupaciones rurales; la renuencia de los agricultores a pagar salarios mayores; el temor de los
terratenientes de que debieran reducirse las rentas si se pagaban salarios mayores; la incapacidad del trabajo
a domicilio para competir con la maquinaria; la carencia de una economía doméstica; la incomodidad de las
habitaciones; la alimentación excesiva; la drogadicción” (Polanyi, 2011: 142).
67
Dirigida por Felipe II a los intendentes, ella permite ver “voluntad centralizadora en materia de pobres”
(Vázquez, 2009: 73) como parte de la vigilancia que debía hacer los intendentes sobre “vagabundos hábiles
para la milicia, para la agricultura, destinados a la industria o a tareas graduadas según su ‘edad, salud y
genio’” (Vázquez, 2009: 77).

58
ociosidad, así como el fomento del comercio, la abundancia y las fábricas (art. 43)
(Vásquez, 2009: 40-43). Asimismo, las clasificaciones de los indigentes fueron
haciéndose más detalladas, aspecto que se encuentra en diversas ordenanzas68 y en
documentos de otros personajes, como Ward (1779), Campillo (1741), Campomanes
(1778) y Jovellanos (1778). Finalmente, a lo largo del siglo XVIII, se generaliza el
encierro correccional y disciplinario ligado a la asistencia de los pobres, lugares donde el
trabajo y el adoctrinamiento religioso constituían la regla de su “normalización”
(Vázquez, 2009: 79).

Este breve recorrido por la historia europea posibilita establecer, en primer lugar, que con
la emergencia de los pobres69 se produjo la emergencia del vago, asociada con un
mandato divino, el cual regía el actuar de cada individuo. En segundo lugar, que la
emergencia del poder pastoral individualizador70 vino con la delimitación de un territorio
específico y un “domicilio”, como garantía para acceder a la ayuda caritativa. En tercer
lugar, que en la separación de los pobres según el cumplimiento o no del mandato, se
dieron dos manejos acordes con la clasificación, con la consiguiente exclusión de los
vagos. Ello señala una primera forma de castigo a la desobediencia o pecado como
expresión de la alienación derivada del ostracismo (Foucault, 2010: 129). Por eso es que
se establece un poder pastoral a partir de la legitimidad o no de la condición de ser pobre.
Y en cuarto lugar, es clara la relación economía-pobreza, donde las transformaciones
económicas influyeron en la manera de gobernar la pobreza, tanto de los asistidos como
de los vagos, a la par con la secularización de la atención, ya enmarcada de lleno en el
poder disciplinar, cuyo efecto esperado era el de normalizar esos individuos.

Dicho de otra manera, asistimos a la emergencia de un dispositivo de seguridad regido


por la ley divina, que obligaba al cristiano a ganarse al pan con el sudor de la frente, cuya
aplicación trajo las primeras formas de objetivación de cierto tipo de individuos, todavía

68
Ordenanza de 1718; Ordenanza de Valladolid de 1745; Instrucciones de 1751 y 1759; Leyes de Carlos III
entre 1775 y 1785.
69
Al referirme a los pobres, en plural, además de su número, hago alusión a las diferentes variaciones que
fueron apareciendo en las consideraciones para establecer el tipo de pobre en cada individuo hombre,
mujer, niño, niña, anciano, imposibilitado, etc.
70
Ese “arte de gobernar a los hombres”, en el que se “pone de manifiesto toda una práctica de sumisión de
individuo a individuo bajo el signo de la ley”, instaura “un campo de obediencia generalizada, muy
individualizado en cada una de sus manifestaciones” (Foucault, 2009: 191-213).

59
bajo el dominio del poder pastoral. En el proceso de secularización de la pobreza, estos
dispositivos quedan en poder del monarca y obligan al súbdito a obedecerlo, como
representante de Dios en la tierra. En consecuencia, el pecado o la desobediencia se
constituyen en conductas repudiables que había que castigar y corregir. En el mismo
sentido, el vago emerge con la aplicación de la ley divina y la consiguiente escisión de
los pobres. Y es a partir de esta primera figura del falso pobre y falso mendigo como se
producen las adiciones y transformaciones, no solo en la manera de concebirlos –lo que
incluía una variedad de personajes “desobedientes”–, sino en la de problematizar la
vagancia como asunto de gobierno. Es por eso que, para fines del siglo XVII, adquieren un
estatus diferente cuando se trató de buscarles “utilidad” para el Estado y la economía del
reino. Por último, sin las normas jurídicas, representadas por ordenanzas, instrucciones,
leyes, pragmáticas, el gobierno de los pobres y vagos no hubiera sido posible –ni fácil de
rastrear–, y tampoco se hubiera logrado sin las tecnologías pastorales, usadas para
clasificar y separar, que guiaban siempre las prácticas de los gobiernos seculares.

60
II. LA PRODUCCIÓN DEL DESPRECIO.

SABERES SOBRE LA VAGANCIA EN COLOMBIA

En la problematización de la pobreza vista en el capítulo anterior se destacó la


intervención de diferentes fuerzas en la producción discursiva de un tipo de individuos,
que se ven como desagradables, despreciables, infames, para las autoridades y para el
conjunto de la sociedad. Individuos que no se sujetan a estos mandatos, a pesar de estar
adscritos a un territorio y constreñidos por un gobierno que descansa en un conjunto de
valores, saberes y expectativas respecto de sus habitantes –en cuanto al deber ser, el
deber hacer, la obediencia, la actividad útil, el comportamiento religioso, el
comportamiento moral, entre otros muchos–. Y se vio que el cristianismo es el sustrato
sobre el cual estas fuerzas se entrelazan en la constitución histórica de estos sujetos
negativos en Europa y particularmente en España. De este sustrato me interesa destacar la
intervención de tres momentos en la constitución del sujeto vago introducidos con la
implantación de las formas organizativas y de gobierno en Colombia, que recorren el
siglo XIX. El primer momento provenía de un dominio de saber cristiano –que traspasa
los linderos la secularización del manejo de la pobreza–, en lo tocante a la separación
entre pobres falsos y pobres verdaderos, que condujo a la constitución de un “pobre
negativo” o “pobre malo”, relacionado con los primeros y con tres prácticas establecidas
por las comunidades religiosas en el tratamiento de la pobreza: los criterios de
diferenciación entre pobres verdaderos y falsos, los procedimientos y técnicas
rudimentarias básicas que tal diferenciación comportaba, y la escisión resultante entre los
pobres.

El segundo elemento corresponde a un saber de gobierno, primero religioso y luego


secular, en el cual la figura de la mendicidad y del mendigo se hizo problemática y
variable. Es por ello que unas veces se cuestionaba qué hacer con el mendigo –
especialmente cuando se necesitan manos para el trabajo, como sucedió a mediados del
siglo XVI–, en qué lado de la división de los pobres debe ubicarlo, y si se le mantenía su
derecho a pedir limosna sin tener que trabajar o si se lo obliga a hacerlo. En otras
palabras, la discusión se daba con referencia a la virtud de la caridad y su práctica de la

61
limosna. Otras veces, se hizo visible la grieta que abría la mendicidad permitida y por la
que se filtraban conductas ilícitas por las cuales se accedía al sustento, sin necesidad de
trabajar. Fue así como, en una personalización falsa como mendigo, ejercía la práctica de
la limosna el calificado como vago, eludiendo no solo la obligación del trabajo sino el
castigo que se le aplicaba. En síntesis, la figura del mendigo ocupó históricamente un
lugar gubernamental y socialmente ambiguo, al ser objeto de medidas que oscilaban entre
dos corrientes: de protección-asistencia-permisividad y de persecución-castigo-
ostracismo, a partir de su asimilación con la población vaga. Ya no se trató solamente del
falso mendigo en las calles, sino de la mendicidad como problema y la asimilación
jurídica que se hacía de esta con la vagancia, en algunos momentos históricos71.

El tercer momento en la constitución del sujeto vago se manifestó en la relación entre


trabajo y moral, como aspectos clave en la diferenciación de los pobres. Por una parte, en
cuanto al trabajo, al pobre válido se le remitía a casas de trabajo en tanto que al vago se le
enviaba a casas correccionales en las que estaba obligado a trabajar72; para los primeros,
a pesar de estar obligados a trabajar, esta obligación tenía el propósito de enseñarles a
hacerlo de acuerdo con sus capacidades, y para los segundos el trabajo como castigo valía
como trabajo forzado. Por otra parte, el vago dejaba de ser un sujeto a desterrar del
territorio y se convertía en un sujeto a rehabilitar laboral y productivamente por medio de
su encierro en la ciudad, con lo que se produce un cambio en la manera de ver al vago,
que emerge como sujeto de normalización de acuerdo con la noción de utilidad para el
reino, en el siglo XVII.

El trabajo del pobre válido se planteaba además como medio de moralización y solución
del problema de la mendicidad, reconociendo las capacidades de cada pobre, mientras
que al vago se significaba negativamente y se le daba un castigo correctivo, como medio
para su enmienda. Con el trabajo obligado –en diferente sentido– por parte de estos dos
grupos se pretendía no solo controlar los individuos sin sujeción que actuaban en libertad,
sin dios, ley, ni señor, sino contribuir en la resolución de los problemas de orden de la

71
En el capítulo III es posible identificarlos en la producción jurídica.
72
A partir de la Ley Isabelina y el Gran Encierro.

62
ciudad y de orden moral –religiosos y seculares– ocasionados por la pereza y el vicio de
la ociosidad.

Estos tres momentos llevan a identificar algunas fuentes de saber en las que bebe la
problematización de la vagancia y de los vagos. Saberes que se desprenden de la
separación de los pobres y constituyen diversas fuentes de producción de
representaciones y de prácticas, que directa73 o indirectamente74 sitúan a la vagancia y los
vagabundos en la estructura negativa de la sociedad. ¿Cuáles son esos saberes por medio
de los cuales un individuo se vuelve vago para los demás? Desde la perspectiva
foucaultiana, el saber hace referencia a:

A este conjunto de elementos formados de manera regular por una práctica discursiva y
que son indispensables a la constitución de una ciencia, aunque no estén necesariamente
destinados a darle lugar, se le puede llamar saber. Un saber es aquello de lo que se puede
hablar en una práctica discursiva que así se encuentra especificada: el dominio constituido
por los diferentes objetos que adquirirán o no un estatuto científico […] un saber es
también el campo de coordinación y de subordinación de los enunciados en que los
conceptos aparecen, se definen, se aplican y se transforman […]; en fin un saber se define
por posibilidades de utilización y de apropiación ofrecidas por el discurso. Existen saberes
que son independientes de las ciencias (que no son ni su esbozo histórico ni su reverso
vivido), pero no existe saber sin una práctica discursiva definida; y toda práctica discursiva
puede definirse por el saber que forma. […] El saber no entra tan solo en las
demostraciones; puede intervenir igualmente en dicciones, reflexiones, relatos, reglamentos
institucionales y decisiones políticas (Foucault, 1983: 306-308)

El saber, además de una práctica discursiva emanada de diversos campos acerca de un


objeto, comporta enunciados y sujetos que los producen y los aplican. En esta perspectiva
y siguiendo a Foucault (1983) y Deleuze (2013), el análisis se sitúa en diferentes campos
de saber que se refieren a la estructura negativa de la sociedad, de manera directa e
indirecta, e incumben a la vagancia como problema a resolver. Por ello, dado que se
pretende establecer lo que se rechaza, por ser contraproducente para la sociedad, acorde
con los valores sociales simbólicos y morales hegemónicos, es inevitable acudir en
algunos momentos a la estructura positiva de la sociedad: aunque no se refieran

73
Se refieren a la vagancia como conducta y a los vagos como aquellos en los que se manifiesta el
comportamiento contraproducente o negativo de manera concreta.
74
Este puede deducirse de los comportamientos y valores positivos que se promueven en la sociedad como
contraparte

63
directamente a lo que se rechaza al promover valores positivos, expresan el atributo o la
conducta que se les opone y que se constituye en objeto de difusión, como parte de lo que
se espera de cada individuo, según lo valorado en la sociedad como bueno, adecuado,
aceptable: lo normal.

Para establecer la manera como estos saberes produjeron la vagancia como conducta
negativa de la sociedad se los agrupa en cuatro campos75: el social, el político, el
científico y el ético76. En el saber social el énfasis se pone en la producción del desprecio
a partir de ciertos atributos personales y prácticas utilizadas socialmente como
mecanismos de clasificación legítimos de la posición social que le correspondía a cada
individuo en Colombia. En el saber político se identifica la mirada implícita en la
práctica de gobierno77 sobre la vagancia, como fenómeno, y respecto de la presencia del
vago, como sujeto a corregir78. En el saber científico se identifica el pensamiento de los
intelectuales neogranadinos sobre la vagancia a partir del influjo de la ciencia, en
particular, de la geografía y la biología. Finalmente, en cuanto al saber ético o de
etización, se reflejan aquellos valores morales y éticos –virtudes– que se impulsaron
como parte de la promoción del ciudadano ideal republicano y cuyo fortalecimiento se
centraba en la prevención de vicios como la vagancia y la holgazanería. Estos saberes se
sitúan, fundamentalmente desde finales del período colonial, como umbral de entrada al
siglo XIX, con la intención de establecer las continuidades, transformaciones y rupturas
con este legado en la república en el siglo XIX.

LAS MANCHAS DEL SUJETO COLONIAL

En cada cultura existen sin duda una serie coherente de líneas


divisorias […]. La función de estos actos de demarcación es ambigua
en el sentido estricto del término: desde el momento en que señalan
los límites abren el espacio a una transgresión posible (Foucault,
2008: 13).

75
Por campo de saber se entiende un centro, lugar o punto desde el cual se pronuncian ciertos principios
rectores que influirán en algún tema o aspecto concreto sobre el cual se toman decisiones.
76
A partir de estos se organizó la información que permitió establecer aquellos temas fundamentales en los
que se encuentran insertos social y gubernamentalmente la vagancia y el vago neogranadino.
77
El nivel de gobierno varía entre un nivel macro, medio y local.
78
Extraídos de los informes producidos en las entregas del mando –en el caso de los virreyes– o del
informe anual que debía rendirse al Congreso de la República, en el caso de los secretarios del Interior.

64
Evidenciar las condiciones que dan visibilidad al sujeto vago de la colonia requiere
conocer ese saber social y esos lineamientos mediante los cuales se asigna a un individuo
un lugar dentro de la sociedad, que lo convierten, por ejemplo, en un ser indeseable. En
otras palabras, se trata de establecer las características biológicas, sociales y económicas
que se incorporan como marcadores simbólicos en el sistema de jerarquización social, de
las cuales se extraen, por oposición, los marcadores de orden negativo79 para algunos de
estos individuos.

Cuatro valores sociales de la sociedad española fueron introducidos en las colonias


hispanoamericanas, durante el proceso de organización social: la limpieza de sangre, la
limpieza de oficios, el honor y la calidad de la persona. No obstante, en las colonias un
quinto elemento entró en juego y ganó prelación como marcador social de la diferencia:
el color de la piel de los colonizados. De tal manera, lo no blanco transformó el
entramado de los cuatro rasgos hispanos diferenciadores en las tierras coloniales
americanas y en las prácticas de relacionamiento social, derivadas de la clasificación
social resultante80.

La mancha de la tierra y la sangre

En la sociedad estamental hispana, la significación y connotación social de la pureza de


la sangre constituía un referente primordial para la jerarquización y el relacionamiento
social e inducía a prácticas en las que un individuo debía demostrar su herencia de sangre
religiosa o de linaje81 para ser aceptado socialmente, como sucedió con los judíos
conversos denominados “cristianos nuevos”. El principio religioso original de la
impureza como estigma de los judíos, así como el relacionado con la sangre dañada por el
linaje innoble o falta de títulos nobiliarios, la carencia de bienes y rentas, y el desempeño
de ciertos oficios, formaban parte de los atributos negativos de individuos y familias

79
Lo negativo comprende la ausencia de una característica calificada como positiva o la transgresión de
una conducta aceptada.
80
Al respecto, pueden consultarse los trabajos del historiador Max Hering (2011a, 2011b).
81
Mediante las prácticas de “la probanza”, el cristianismo institucional acreditaba la pureza de la herencia,
demostrando que se procedía de una línea de “cristianismo viejo” o de la estirpe denotada por el apellido y
los títulos nobiliarios de la familia. Puede revisarse la consulta de la Cámara de Indias sobre un proyecto
para extender la gracia y título del uso del don, en Konetzke (1962: vol. I, ít. 251: 4), o la Real Cédula que
dispensaba de la calidad de pardo a favor de Julian Valenzuela (vol. II, ít. 347: 754), la Real Cédula
dispensando a Pedro Antonio de Ayarza la calidad de pardo (vol. II, ít. 349: 757).

65
catalogadas en los estamentos bajos de la sociedad. Este principio, en las Indias
occidentales, se transformó de dos maneras: en primer lugar, según el color de la piel de
indígenas plebeyos82, negros y mestizos, se clasificaba a un individuo como impuro o
defectuoso83; y en segundo lugar, de acuerdo con la sustitución de la figura del judío84
por la de indígenas gentiles85 e infieles de las Indias occidentales.

Un conjunto de normas establecían, en las Leyes de Indias, los lineamientos del trato de
los indígenas como seres inferiores a partir del color de piel y de sus costumbres, de dos
modos: en las prácticas de cristianización y en la reducción86 de los indios gentiles. En lo
relacionado con la cristianización, se formuló como mandato procurar la enseñanza de
“buenas costumbres, apartarlos de vicios y comer carne humana, instruirlos en nuestra
santa fe católica y predicársela para su salvación y atraerlos á nuestro señorío” (Ley II, en
Recopilación de Leyes, 1681); separarlos de las prácticas de idolatría mediante el derribo
y destrucción de los ídolos (Leyes VI y VII); apartar de las poblaciones indígenas a los
“falsos sacerdotes de ídolos y hechiceros” (Ley IX); y organizar las prácticas religiosas y
la obligación para los indígenas de asistir a éstas y cumplir los mandamientos (Leyes XII,
XIII, XV, XVII).

Para J. D. Solórzano87, las prácticas de los indígenas en relación con el cuidado de la


persona (como el vestido), las costumbres y los comportamientos, en especial los
considerados como bárbaros, contrariaban lo aceptable para los hispanos, con lo cual
justificaba que: “para hacerlos Christianos, era primero necesario hacerlos hombres, y
obligarlos, y enseñarlos, á que se tuviesen, y tratassen por tales, y como tales” (1776: lib.
I, cap. IX, ít. 30), y marcaba, además, la condición subordinada del nativo, dada su
cercanía con el mundo animal, en particular viendo aquellas prácticas y comportamientos

82
Significa esto que al cacique se le reconocía la pureza de su linaje y la nobleza que implicaba como
indígena.
83
El defecto vendría de nacimiento, producto de relaciones o de uniones ilegítimas.
84
En esta afirmación coinciden varios investigadores (Zambrano, 2014: 13; Castro-Gómez, 2005: 71;
Hering, 2011a: 42-43). Además es posible extraerla de los diversos relatos sobre la conquista de las Indias
occidentales y de la Nueva Granada (Fernández, 1696; Zambrano, 1736; Silvestre, 1789; entre otros).
85
Aquellos que se resistían a la cristianización o no habían sido catequizados.
86
Asociado a la cristianización, el encerramiento o cercamiento de los indígenas en un centro poblado les
posibilitaba a los misioneros limitar la movilidad de los indígenas por el territorio y, por ende, un mayor
control de los mismos.
87
Madrid, 1575-1655. Jurisconsulto español, oidor de la audiencia de Lima, fiscal del Consejo de Indias,
autor de la Política Indiana en 1647.

66
bárbaros contra Dios y la Naturaleza:

… que entre los mas de estos barbaros, se hallaron muchos, y muy abominables, y
arraygados vicios contra la Ley Divina, y la Ley Natural: como eran la Idolatria, que en
todas partes usaban horrendos, numerosos, y cruentos sacrificios á sus Idolos, ya de los
otros Indios, que tenian por sus contrarios, ya de sus mismos Naturales, y aun de sus hijos,
u mugeres, á los quales tambien se comian en muchas partes, engordandolos primero para
esto, y assandolos despues en sus Barbacoas (lib. I, cap. IX, ít. 30).

Tres hechos –ser infieles, ser idólatras y desconocer al Dios verdadero y el evangelio–
fueron suficientes para justificar la desposesión violenta de tierras y bienes y la
persecución a los que se resisten (lib. I, cap. X, ít. 1).

No obstante, como la cristianización no tuvo los frutos esperados, a pesar de ser el centro
principal de la conquista y de la organización del territorio hispanoamericano, la evidente
persistencia de indígenas infieles o gentiles a lo largo del territorio colonial colombiano
condujo a diversas explicaciones, de las cuales pueden extraerse unos atributos
específicos que serán asociados a la figura del vago. Dos de ellos son la “inquietud” y la
“inconstancia”. El caso de Francisco Antonio Moreno y Escandón88 es ilustrativo del
primero, al referirse al perjuicio que pensaba que causaban los indios bárbaros e infieles,
por “el asilo que prestan a otros indios ya reducidos, i a jentes de mal vivir, que para
libertarse del castigo que merecen sus delitos se acojen a los bárbaros, i les conducen a
mayores inquietudes”, problema que se agravaba en las costas, puesto que estas gentes
tratan con extranjeros, quienes –según alega– les proporcionan el abastecimiento de
algunos productos, además que, “despues de sugerirles nocivas especies i radicarlos en su
obstinación i perfidia, les franquean armas i municipios para que resistan i acometan a los
españoles” (1772: 59). Por su parte, en Francisco Silvestre89 se encuentra una mención
sobre el segundo atributo negativo, como puede leerse en el siguiente fragmento90:

… en este inmenso espacio de terreno, que corre entre Apure, y las orillas occidentales del
Orinoco hay porcion de parcialidades de Yndios desparramados, que según van
aproximandose las Poblaciones de Españoles, suelen irse atrayendo aunque con el riesgo de
que desamparan el Pueblo, quando les parece; porque otra de las calidades, que constituye
el carácter de los Yndios es la inconstancia (1789: 98).

88
Criollo, abogado reformador de la educación y fiscal durante el virreinato de Messía de la Zerda.
89
Secretario del Virreinato y antiguo gobernador de la Provincia de Antioquia.
90
Secretario interino del Virreinato.

67
En el mismo sentido, la rebeldía de algunos indios ante la catequización y la reducción
daba pie a vincularlos con la estructura negativa de la sociedad. El vínculo con la
vagancia proveniente de la conducta de estos gentiles o no conversos que “por la
tenacidad y capricho que manifiestan los Indios en desamparar su patrio suelo, frustando
las mas exactas dilijencias, y regresando á sus primeras habitaciones ó desertando á vagar
sin domicilio permanente” (De la Zerda, 1772: 84). Y el vínculo entre la inconstancia y la
conveniencia, al mencionarse la huida intermitente de algunos indios, que “van y vienen
al monte, quando les parece; pero no cometen ya las hostilidades, que antes” (Silvestre,
1789: cap. XI, ít. 88)91. Aún más, leyendo la relación del virrey Messía de la Zerda se
puede ver adicionalmente el vínculo de estas características negativas de inconstancia y
vagancia con la desobediencia:

Los motivos que pretestan los misioneros son varios y fundados en la inconstancia de los
Indios, que con facilidad desertan á los montes y se restituyen á su idolatría y vida salvaje
en que nacieron, pretestando falta de medio para hacer entradas y sacarlos de los desiertos;
para lo que, segun se describe, no bastaría todo el erario (1772: 87).

Incidentemente queda anotado que la obediencia de los habitadores no tiene otro apoyo en
este reino (á excepción de las plazas de armas) que la libre voluntad y arbitrio con que
ejecutan lo que se les ordena, pues siempre que falte su beneplácito, no hay fuerzas, armas,
ni facultades para que los superiores se hagan respetar y obedecer. Por cuya causa es muy
arriesgado el mando, y sobremanera contingente el buen éxito de las providencias,
obligando esta precisa desconfianza á caminar con temor y á veces sin entera libertad,
acomodándose por necesidad á las circunstancias, bajo cuyo presupuesto pueden dividirse
en tres clases los enemigos, que ó son los mismos vasallos inobedientes, ó los bárbaros
rebeldes que habitan en lo interior de las provincias, ó finalmente los estraños ó estranjeros
súbditos de otras provincias. Los primeros, como domésticos y de quienes suele no
desconfiarse, son mas temibles (p. 102)

Ahora bien, en su Historia general de las conquistas del Nuevo Reyno de Granada,
Lucas Fernández Piedrahíta, obispo de la Nueva Granada en Santafé de Bogotá, Santa
Marta y Panamá, atribuía a los indígenas otras características negativas, varias de la
cuales se relacionan con las asociadas a los vagos:

Son tantas y tan diferentes las naciones, y de costumbres tan diversas las personas que lo
habitan, que con mucho estudio, y trabajo aun será dificultoso darlas a entender de manera,

91
No sobra recalcar que otra de las explicaciones del poco éxito de la cristianización era la del
incumplimiento de los curas (Silvestre, cap. xi, ít. 95; Fernández, 1676).

68
que dén luz a la historia: en lo que todas convienen, es en la idolatria, […] Tambien
convienen en la ociosidad, y en la inclinacion a la embriaguez, y la mentira […] Convienen
demás de los referido en el aborrecimiento a los Españoles: defecto, que brotan todas las
naciones, que en sus tierras experimentan el dominio ageno; y a quienes aborrecen mas,
son a los hijos de Indias y Españoles, que vulgarmente se llaman mestizos (1676: lib. I, 8-
9).

El texto da cuenta de tres cualidades negativas que la moral hispana calificaba como
vicios de los indígenas, asociadas a la “calidad”: la ociosidad, la embriaguez y la mentira.
Pero también permite identificar el doble repudio que soportaron los mestizos vinculado
con la mancha de la sangre, tanto de indígenas como de españoles: para los primeros por
la mezcla con el español, para los segundos por la mezcla con los indígenas. Añadido a
muchas otras características que desbordan el objeto del capítulo, es probable que a partir
de este doble desprecio, la denominación de “libres” haya contribuido al surgimiento de
prácticas de resistencia por medio del blanqueamiento de la sangre a través,
principalmente, del matrimonio con blancos –españoles–, con el fin de ascender
socialmente, como relatan F. Silvestre (1789) y Pedro Fermín Vargas92 (1808). En
síntesis, lo no blanco es el defecto que marca a los habitantes –ni hispanos ni criollos– de
la Nueva Granada93, el cual, acompañado de un conjunto de vicios, aplicados
inicialmente a los indígenas, integrará el conjunto de rasgos negativos distintivos a partir
de los cuales se puede identificar un vago.

Los oficios con mancha

Históricamente, el trabajo, como actividad, se caracteriza por la ambigüedad de su


sentido y su valoración entre el reconocimiento y el repudio. La diferenciación de las
actividades entre intelectuales y manuales, y su consecuente valoración y asignación
social, condujeron a vincular el trabajo intelectual a la nobleza y al linaje, en tanto que los
oficios manuales se asignaron a los estamentos bajos de la sociedad, con una valoración
negativa94. Además de esta separación, la nobleza, los militares y el clero estaban exentos

92
Pedro Fermín Vargas, natural de la Nueva Granada, se desempeñó como naturalista y economista.
93
Este defecto también se denominaba “mancha de la tierra”.
94
Lo que implicó socialmente que la mayoría de trabajo, además de mal vistos, cargaran con el deshonor de
quien los realizaba y de sus descendientes y que otros hubieran sido tipificados legalmente como conductas
criminales.

69
de la obligación de trabajar95, mientras que el resto estaba obligado a ello. Esto lo
señalaba ya Mariano Ospina Rodríguez96, a mediados del siglo XIX.

En los primeros siglos […] en todas partes se ve un corto número de familias ricas,
poderosas y libres, extrañas á todo trabajo industrial, y una inmensa población esclava,
condenada á las faenas de todo género, sin participación en la propiedad. En los países
pobres se ve la población libre consagrada á la agricultura, disminuir á medida que crece la
riqueza. La política, el sacerdocio y la guerra eran las únicas ocupaciones honrosas y
dignas de los nobles y de los hombres libres. Mirado el trabajo como el destino peculiar del
esclavo, juzgósele indigno de ocupar la atención de los sabios (1842: 252-253)

Estas dos características generaron una doble significación del ocio –o una significación
ambigua: como condición y signo de una “vida virtuosa” (Platón), como garantía de la
felicidad (Aristóteles) para la nobleza, o como condición y signo de desobediencia para
aquellos a quienes, teniendo la obligación de hacerlo, se niegan.

La jerarquización de los oficios en función del estamento social daba lugar a una
valoración de los que los ejercían entre honorables u honrados y deshonrados o viles,
valoración que a su vez estaba mediada por el prestigio o desprestigio que cada labor
confería a quien la ejecutara. De la mano de la tradición judeo-cristiana, la relación
oficio-estamento social se manifestó en prescripciones acerca de los trabajos permitidos o
prohibidos –lícitos o ilícitos– a los cristianos, según dieran prestigio o hicieran perder la
dignidad.

Los trabajos con los que se perdía nobleza u honor –oficios ilícitos– se ramificaron en
una gran variedad de labores acordes con el crecimiento de las ciudades, aunque, a pesar
de su vileza, se toleraban en la sociedad, porque satisfacían sus necesidades (Le Goff,
1999: 283). En la tradición española, el honor y la honra constituyeron un ideal fuerte y
en consecuencia el trabajo manual se veía como algo negativo, que había que evitar, por
la deshonra que acarreaba. Esto generaba dos vías de escape al ejercicio de estos oficios:

95
Para Foucault (1999: 79) esta dispensa formó parte de uno de los cuatro de sistemas de exclusión: el
relacionado con el trabajo o con la producción económica. En este, dos tipos de personas estaban
dispensadas de la obligación: los que no podían trabajar (incapacitados) y los que gozaban de la dispensa.
96
Mariano Ospina Rodríguez, político, periodista y abogado, se desempeñó como secretario del Interior y
de Relaciones Internacionales y como gobernador de Antioquia. Fue el fundador del Partido Conservador.

70
la exigencia de la limpieza de sangre para acceder a un oficio honrado97 y, para los
pobres, “el ingreso a la vida clerical” como un medio de liberación.

La denominación de oficios viles revelaba, además de la posición estamental de la


persona, su relación de dependencia o subordinación, porque generalmente se trataba de
un servicio requerido por un tercero. En otras palabras, era una apreciación que producía
ambigüedad, puesto que, al mismo tiempo que se le asignaba un significado de suciedad
–de vileza– era socialmente demandada, y esto permitía a quien realizaba el oficio ganar
para su sustento y el de su familia. Estas características hicieron parte de la manera como
el trabajo se organizó y asignó en la Nueva Granada, de acuerdo con el lugar que se
ocupara en la jerarquía social establecida, y posibilitó a quienes ocuparon posiciones altas
en la sociedad la liberación del ejercicio de los oficios manuales o mecánicos, calificados
como viles. De otra parte, estaba la ubicación y permanencia de algunos de estos oficios
viles, en su forma ilegal, a partir de los cuales podía criminalizarse, por su ilicitud, a un
individuo como vago, como se verá más adelante.

Gobierno de la economía y atributos negativos de los neogranadinos

Convergieron en la Nueva Granada de la segunda mitad del siglo XVIII, en primer lugar,
el impacto de la Ilustración, en la significación del trabajo como actividad útil, y el nuevo
estatus de honorabilidad que la Real Cedula de 1783 asignaba a los trabajos sucios,
sumado a la decadencia de las arcas reales; y en segundo lugar, el poco estímulo a la
agricultura, el marcado énfasis en la explotación minera, acompañado del escaso control
sobre la riqueza extraída de las minas, y la prohibición de la industria interna y su
comercio con el objeto de importar los productos desde España, derivados del desprecio
de los oficios manuales por la población de la Nueva Granada y del mal gobierno de la
economía.

En su tratamiento político de las minas, la agricultura y el comercio se pueden agrupar los


problemas de orden económico expuestos por los virreyes en el siglo XVIII, lo que
permite inferir una relación entre el mal gobierno económico, específicamente por la falta
de control y reglas claras, y la disposición hacia el trabajo de los pobladores. Respecto de

97
Es decir, del rango del trabajo intelectual.

71
las minas, principal fuente de riqueza de la Corona, un grupo de problemas se derivaba
del mal manejo de la producción minera, expresada en la baja producción, el que a su vez
incidía en el empeoramiento de la actitud negativa hacia el trabajo de la “gente común” y
de la pereza, entre otros vicios derivados: es lo que expresaba Antonio Manso en informe
como presidente de la Audiencia del Nuevo Reino de Granada:

Esto proviene, según he comprendido del descuido de los Gobernadores, que han dejado
emperezar la gente tanto que por esto como por ser abundantes aunque groseros los
mantenimientos de que usan, no hay quien quiera trabajar, y así están los oficios mecánicos
sin artífices ni oficiales, de donde se sigue ser la gente común casi toda ociosa, y como
tales aplicados a la rapiña y hurto y otros delitos consiguientes a éstos, que dan harto que
hacer a los Jueces, sin posibilidad de limpiar la ciudad de tal cizaña; porque no siendo
todos los delitos que cometen dignos de pena de muerte, no hay galeras donde enviarles a
servir, por distar esto de cualquier puerto mar a trescientas leguas (1729: 30).

Otro grupo de problemas se asociaron a las bajas capacidades mentales y manuales de los
trabajadores, como: la “poca intelijencia con que se emprende el trabajo; el ningún
método que se observa98 (Moreno y Escandón, 1772); la falta de motivación para la
explotación de las minas logrando beneficio para ambas partes –la Corona y el minero–
tales como: la rebaja en los tributos por el derecho de explotación y el aumento del marco
de oro, el comercio libre de esclavos porque “no hay quien dude que veinte o treinta mil
negros destinados a las minas pueden hacerlas prosperar mucho” (Ezpeleta99, 1796: 367);
y la ignorancia “i solo diré que la mayor parte de los mineros arruinados lo han sido por
falta de conocimiento” (Mendinueta100, 1803: 119-123).

El abandono de la agricultura y la asociación entre este, la inaplicación al trabajo y el


aumento de los comportamientos criminales planteaba a los gobernantes la toma de
medidas para el “adelantamiento” de la agricultura atendiendo la siembra de algodón y la
cría de ganado lanar, so pena de la obligación de abandonar sus tierras quienes no
obedecieran; la promoción de “la hilanza de lanas y algodones por medio tornos y
máquinas que abrevian y facilitan el trabajo”, y de telares para tejer y así aumentar “la
fábrica de ruanas, camisetas, […], supuesto que no ignoran la forma de practicarlo, y no

98
Para el fomento de los oficios de la minería como salida al problema económico.
99
José Manuel de Ezpeleta, virrey de la Nueva Granada entre 1789 y 1797.
100
Pedro Mendinueta y Múzquiz, virrey de la Nueva Granada entre 1797-1803.

72
les falta expendio, […] desterrando la ociosidad de los habitantes y proporcionándoles
por otra parte la extracción de los sobrantes” (Guirior101, 1776: 175).

En el último componente económico se detectan problemas que incidían en el gobierno


del territorio, en la dificultad para sacar la producción y en el control de los pobladores,
por la ausencia de caminos (Guirior, 1776; Mendinueta, 1803), problemas que generaban
prácticas ilegales relacionadas con la prohibición del comercio interno y, en
consecuencia, el estímulo del contrabando –práctica realizada principalmente por los
indígenas rebeldes asociados con extranjeros–. Inconvenientes que afectaban tanto la
economía como las relaciones entre pobladores y derivaban de la ausencia de educación y
la carencia de preparación para el desempeño de oficios y del aprendizaje de buenas
costumbres. Por ello, una de las salidas consistía en la creación de Sociedades de Amigos
del País:

Conceptúo que seria mui conveniente establecer dos sociedades de amigos del pais bajo las
constituciones de las de Madrid, una en la capital i otra en Cartajena, induciendo a entrar
en ellas a las personas mas respetables e instruidas del Reino. Con estos establecimientos i
tantos otros de utilidad pública que seria bien fácil i es de necesidad introducir, se
despertaria en los habitantes el interés comun, el deseo de ver mejorada la suerte de su pais
por caminos mas cortos, seguros, pacíficos i nada peligrosos, i el gobierno iria dando
ocupaciones útiles a estos vasallos, estrechando las relaciones útiles i proporcionándose
nuevos motivos de tenerles a la vista, i de ser un observador constante de sus sentimientos
e ideas para arreglar sus medidas de seguridad sin ser necesario ofender ni atropellar (De
Montalvo102 , 1818: 525).

La doble mancha de algunos oficios

A mediados del siglo XVIII los oficios sucios criminalizados en la Nueva Granada se
entretejieron, en primer lugar, con las características estacionales de los mismos,
derivadas de la demanda, en el caso de oficios urbanos, o de los ciclos vegetativos de
cada producto, en el de los trabajos rurales. Ambos oficios se equiparaban con la
inconstancia en el trabajo, de modo que, a pesar de que no hubiera habido abandono
voluntario del mismo, la actividad per se ocasionaba inconstancia e inseguridad
económica al trabajador. Esto condujo a que entraran a formar parte de la gama de

101
Manuel Guirior, virrey de la Nueva Granada entre 1772-1776.
102
Francisco Montalvo y Ambulodi, virrey de la Nueva Granada entre 1813 y 1818.

73
variaciones que presentó la vagancia y se expresaron en las normas jurídicas103.
Estableciendo la relación con las características negativas asociadas a indios, negros y
mestizos, algunos de los oficios pudieron agruparse alrededor de la “inconstancia”. Como
característica humana, la mirada se centraba en el individuo, en su responsabilidad, su
aplicación, su dedicación, y se manifestaba en la permanencia o continuidad de quien lo
ejecutara o, por el contrario, en su abandono104:

… el que teniendo oficio, no le exerce lo mas del año, sin motivo justo para no
ejercerlo…
… el que con pretexto de jornalero, si trabaja un día, lo dexa de hacer muchos, y el
tiempo que había de ocuparse en las labores del campo, ó recolección de frutos, lo gasta
en la ociosidad, sin aplicación á los muchos modos de ayudarse que tiene aun…
… ó los que, habiéndola tenido la abandonan enteramente, dedicándose a la vida ociosa
o á ocupaciones equivalentes a ella…
… y aunque la hayan tenido algún tiempo la abandonan enteramente105 dedicándose al
ocio, y entretenimientos perjudiciales.

En segundo lugar, se declaraba en las leyes cuáles eran los oficios prohibidos con
connotación criminal, ya no por su carácter estacional e inestable, sino por el tipo de
actividad y los riesgos de seguridad económica que traía a quien lo ejerciera y de
productividad o utilidad para el reino. Corresponden a actividades que, además de
implicar subordinación en la relación de trabajo, requerían de quien las ejercía
movilizarse por el territorio106 e implicaban para la autoridades la pérdida del control
sobre el individuo y la probabilidad de una carga para las rentas del Estado. Como
actividades prohibidas su práctica identifica dos conductas negativas: la “inobediencia” y
el “vagabundeo”, atributos que, como se vio, eran asignados a los libres –indígenas,
mestizos y diferentes castas–. En tres leyes se enumeran los oficios prohibidos: la Real
orden del 30 de Abril de 1745”; Ley XIII “Prohibicion de vagar por el Reyno los

103
Como se verá específicamente en el siguiente capítulo.
104
Leyes que identifican este tipo de oficios: 1745 - Real orden del 30 de abril; 1775 - Real Ordenanza para
las levas anuales en todos los pueblos del Reyno; 1783 - Ley XIII Prohibición de vagar por el Reyno los
buhoneros, saludadores, loberos; y su destino en clase vagos; 1805 - Real Cédula sobre exterminio de
vagos (Antioquia).
105
Énfasis agregados.
106
Leyes que lo establecen: 1745 - Real orden del 30 de Abril; 1783 - Ley XIII Prohibicion de vagar por el
Reyno los buhoneros, saludadores, loberos; y su destino en clase vagos.

74
buhoneros, saludadores, loberos; y su destino en clase vagos” de 1783; Ley 60 de 1826
de la Gran Colombia107:

• Los que no tienen otro ejercicio que el de gaiteros, bolicheros y saltimbancos; porque
estos entretenimientos son permitidos solamente en los que vivan de otro oficio ó
exercicio:
• Los que andan de pueblo en pueblo con máquinas reales, linternas mágicas, perros y
otros animales adiestrados, como las marmotinas, ó gayos que las imitan con que se
aseguran su subsistencia, feriando sus habilidades, y las de los instrumentos que llevan, al
dinero de los que quieren verlas, y al perjuicio de las medicinas que con este pretexto
venden, haciendo creer que son remedios aprobados para todas las enfermedades:
• Los que andan de unos pueblos á otros con mesas de turrón, melcochas, cañas dulces, y
otras golosinas, que no valiendo todas ellas lo que necesita el vendedor para mantenerse
ocho dias, sirven de inclinar á los muchachos á quitar de sus casas los que pueden, para
comprarlas, porque los tales vendedores toman todo quanto les dan en cambio.
• Los que se llaman saludadores108;
• Los que enseñan cámaras obscuras, marmotas, osos, caballos, perros y otros animales
con algunas habilidades.
• Los que andan en cada pueblo, ó de uno en otro vendiendo mercancías y efectos que
segun la prudente estimacion del juez no produscan lo necesario para mantenerse el
tratante y su familia si la tuviese.

A pesar del efecto que en Europa tuvo la Ilustración respecto de la significación del
trabajo, elementos como la jerarquización del mismo en España, la limpieza de oficios y
el estatus de oficio vil asignado al trabajo artesanal o manual solo desaparecieron de la
escena jurídica hispana y colonial hasta finales del siglo XVIII, con la Cédula Real de
1783 de Carlos III, en la cual se modifica la lista de “oficios limpios” y se posibilita que
los trabajos manuales cambien su calidad y se transformen en oficios legítimos, a la vez
que se abre la puerta para que los artesanos reclamen su derecho al reconocimiento de su
honorabilidad.

… que no sólo el Oficio de Curtidos, sinó también los demas Artes y Oficios de Herrero,
Sastre, Zapatero, Carpintero, y otros á este modo, son honestos y honrados; que el uso de
ellos no envilece la familia ni la persona del que los exerce, ni le inhabilita para obtener los
empleos municipales de la República en que estén avecindados los Artesanos o
Menestrales que los ejerciten; y tampoco han de perjudicar las Artes y Oficios para el goce
y prerrogativas de la Hidalguía […] aunque los ejercieren por sus mismas personas (Real

107
Énfasis agregados.
108
Dador de salud. “Comunmente se aplica al que por oficio saluda con ciertas preces, ceremónias, y soplos
para curar del mal de rábia” (Diccionario de Autoridades, 1739, t. VI).

75
Cedula, 1783, citada por García, 1993: 675).

No obstante, persistieron algunos oficios asociados a la vagancia en las leyes dirigidas al


control de los vagos, cuyos ecos llegan hasta 1826. Esta criminalización relacionada con
la temporalidad del oficio o la inconstancia del trabajador en la labor se fundaba: uno, en
la desobediencia a la obligación de trabajar y la inseguridad económica que representaba
para la economía y el sostenimiento del trabajador y su familia; dos, en la valoración
como trabajo innecesario para la sociedad –para entretenimiento-; tres, en la movilidad
que traía consigo y la consiguiente pérdida de control. Características estas que bien
podían encontrarse por separado o agrupadas; y cuatro, en la intermitencia e inestabilidad
del oficio. En este último aspecto, esta inestabilidad resulta tanto de las características
temporales del mismo como de la actitud inestable de quien lo ejerce; en el primer caso,
el trabajador queda sin trabajo involuntariamente, mientras que en el segundo el
trabajador voluntariamente abandona el trabajo.

Los oficios de carácter temporal, o no permanentes, eran los que a partir de la Ilustración
quedaban bajo la denominación de “no productivos pero necesarios para la sociedad” y
tenían una de dos características: ser transitorios o de demanda transitoria. Un primer
conjunto correspondía a labores rurales temporales como la siembra o la cosecha, y otro
conjunto lo comprendían las actividades urbanas artesanales, como la sastrería, la
construcción, la carpintería, la ornamentación, la zapatería, entre otras, y un último
conjunto correspondía a las actividades “no productivas”, es decir, sin reconocimiento,
innecesarias para la sociedad y valoradas como engañosas, enredadoras de jóvenes y
personas ilusas o difusoras de malos hábitos, asociadas al nomadismo, como
característica fundamental del vagabundo. La mayoría de estas actividades se ofrecía en
lugares públicos a cambio de algunas monedas voluntarias, por ejemplo en las
demostraciones de acrobacia; otras consistían en la venta de productos milagrosos como
bebidas o elixires “mágicos” para la salud en general o la “curación de enfermedades”;
otras tenían que ver con la adivinación del futuro o el juego –juegos prohibidos–, la
brujería o rezos, o con el engaño a jóvenes o ilusos que entregaban objetos familiares
antiguos por cualquier suma de dinero.

76
Quedar sin trabajo para alguien de las dos primeras agrupaciones temporales implicaba
cambiar el oficio por otra actividad transitoria además de moverse por diferentes
poblaciones. Su desempeño y la movilidad que implican eran objeto de sospecha de
vagancia, porque se añadía a la inestabilidad del oficio la ausencia de domicilio fijo, la
insuficiencia del ingreso, la sospecha de abandono de las responsabilidades familiares y
el “mal comportamiento”. Por su parte, abandonar o desertar del trabajo acarreaba la
calificación de ocioso u holgazán, en caso de tener domicilio fijo; de vago, en caso
desplazarse entre poblaciones; o de malentretenido, en caso de desertar del estudio. Ante
la ley, mientras no se demostrara continuidad en el ejercicio de un trabajo, así como
suficiencia y estabilidad del ingreso, se obtenía la calificación la de vago.

Hacia la honorabilidad del trabajo

El último cuarto del siglo XVIII coincide con la aplicación más intensiva de las reformas
borbónicas. El trabajo y sus diferentes oficios adquieren una connotación más económica:
la utilidad, el enriquecimiento de la nación y, con este, la felicidad de sus ciudadanos.
Acompañado de la necesidad de obtener más ingresos para la Corona provenientes de las
minas y de los ingresos fiscales, el trabajo pasa a ocupar un lugar importante como parte
de las soluciones. Como se vio, entre los aspectos necesarios de ajustar en relación con
algunas actividades económicas y los oficios correspondientes estaban: en cuanto al
ordenamiento de una actividad económica concreta, el fomento de otras actividades
económicas, como la agricultura, frenadas en administraciones anteriores; el impulso de
la instrucción en los talleres artesanales y la certificación del maestro y del aprendiz; la
conformación de sociedades de amigos del país, como forma de promover y capacitar
para el trabajo; y las dirigidas a imprimir un carácter honorable a cualquier tipo de trabajo
necesario para el progreso de la Nueva Granada.

La necesidad de estos cambios coincidió con el discurso de algunos ilustrados


neogranadinos, cuyos planteamientos y exhortaciones, expuestas generalmente en la
prensa ilustrada109, se encaminaron a demostrar de diferentes maneras la honorabilidad
del trabajo y la necesidad del mismo en sus diferentes oficios, en pos del progreso de la

109
Es de aclarar que el alcance de difusión en la población en general era limitado, por la ignorancia del
pueblo debida a la falta de acceso a la instrucción pública.

77
nación. En el pensamiento ilustrado era necesario tener en cuenta la importancia de las
ideas modernas en contraste con el enfoque escolástico. Es así como se encuentran
algunos planteamientos en defensa del trabajo considerado en términos de su
universalidad y, por ende, del rechazo a la separación y al menosprecio de las actividades
manuales o mecánicas.

El trabajo para los ilustrados alcanza una connotación positiva: es vehículo de progreso y
un medio para el orden social. Se trataba de una actividad que universalmente competía a
todos, para que el país avanzara económica e industrialmente. Era el “principal móvil de
todos los adelantamientos”, dada la variedad de oficios requeridos (Finestrad110, 1789:
147). Al mismo tiempo, porque procuraba “un orden de equilibrio tal que recíprocamente
trabajen unos para otros” (El Correo Curioso, No. 12: 91), en la medida en que el
desempeño de los oficios no perjudicara el trabajo de los demás. Orden, equilibrio y
relaciones recíprocas en términos laborales y económicos que implicaban la presencia de
diferentes oficios, la necesidad de dignificarlos todos y, como consecuencia, la derrota de
la pereza, alimentada por el desprecio social de los oficios manuales, como lo esclarece el
siguiente fragmento:

El País en que no florecen las Artes, no puede menos de estar lleno de mendigos, y gente
viciosa. Todos los vasallos de un estado no nacen ni son aproposito para empleos, ó
dignidades; es necesario que haya quien fomente la aplicación en los que no son
favorecidos de la fortuna. Un gobierno sabio, y prudente, no niega su proteccion á los que
se dedican a una honrosa ocupacion. Mas vil es el Noble que pasa sus dias en una
vergonzosa peréza que el Artezano que profesa un oficio por mas humilde que sea.
Tienense a las Artes utiles, por cosa despreciable, y a sus Artifices se tratan poco menos
que con vilipendio: motivo por qual se inclinan pocos a profesarlas; mas estiman perecer
de hambre, y educar a sus hijos en los mismos principios, que hacerles aprender un oficio,
ó aplicarlos a las tareas del campo; y a un hay quien se sonrroje de hacerles aprender la
ciencia del Comercio. Esto proviene sin duda del desprecio que se que hacen de las Artes y
de la Agricultura y de la variedad con que se ostenta un nacimiento calificado en un pedazo
de papel, que se caracteriza de Carta Executoria, y no se tiene vergüenza de emplearse en
todo lo que hay de mas vil, vicióso, odióso, y despreciable en la República (El Correo
Curioso No. 39: 154).

110
Misionero capuchino con una actuación importante como pacificador, luego de la Rebelión de los
Comuneros.

78
En la cara opuesta de esta universalidad y dignificación de los oficios manuales se
encuentra la deshonra por la inaplicación al trabajo y la resistencia a la “obligación
social” y al deber ser del ciudadano. Esta negación al trabajo conllevó la aplicación de la
norma que la castigaba y por la cual quien eludiera trabajar y congregara determinadas
características obtenía la calidad de vago. Los diferentes matices de los atributos fuern
enunciados en las normas contra la vagancia, así:

… los que sin tener renta de qué subsistir, sin destino a la labranza, algún oficio Mecánico
u otra honesta ocupación, viven ociosos, […] manifestando una conducta holgazana sin
aplicación ninguna al trabajo; y aunque la hayan tenido algún tiempo la abandonan
enteramente dedicándose al ocio.

Al que teniendo oficio no le ejercita lo mas del año, sin motivo justo para no ejercerlo.
Al que teniendo algun oficio, destino ù ocupación util, sin causa justa le abandona
enteramente y se entrega à la ociosidad.
Al que á pretesto de jornalero, oficial ó aprendis de algun oficio, si trabaja un dia, lo deja
de hacer en muchos, y el tiempo que debia estar ocupado lo gasta en la ociosidad.
A los que andan en cada pueblo, ó de uno en otro vendiendo mercancias y efectos que
según la prudente estimacion del juez no produscan lo necesario para mantenerse el tratante
y su familia si la tuviese (Ley de 3 de mayo de 1826 o ley 60).
Las prostitutas ó mujeres públicas, tenidas y reputadas por tales.
El que á pretesto de jornalero, oficial o aprendiz de algún oficio, si trabaja un dia lo deja
de hacer en muchos, sin tener otro medio legítimo de subsistencia, i que el tiempo que
debería estar ocupado lo consume en la ociocidad (Lei 9 de Abril 6 de 1836) (Archivo del
Cabildo de Medellín, 1790, citado por Jurado, 2004: 41-42).

Como se desprende de los diferentes apartes jurídicos, la inaplicación al trabajo se


identificaba tanto por la negación total a trabajar como por la inestabilidad en el trabajo
de parte del trabajador o la proveniente de los oficios de comercio al por menor
ambulatorio111. En cualquiera de estos tres tipos de inactividad se revela el lado negativo
de la universalidad del trabajo, claro está, enlazado con otras características
complementarias que le daban un carácter diverso a la calidad de vago. Ahora bien, en
este lado negativo, un último sentido del trabajo compete a su papel como control de la
población de vagos, adquiriendo dos sentidos que actúan de manera simultánea: castigo y
corrección.

111
Este pierde su “criminalización” a partir de 1836, según la Compilación de Leyes y Ordenanzas de la
Beneficencia y Asistencia Social de Cundinamarca, 1869-1942.

79
El trabajo era castigo para el vago porque su conducta ilícita llevaba al trabajo forzado o
al trabajo por concierto112. El centro de atención estaba en la renuencia al trabajo o en un
comportamiento inconstante vinculado a la pereza; la pena que se le asignaba pretendía
escarmentar al vago para que, una vez cumplida, no reincidiera en dicho comportamiento.
El trabajo es correctivo, es expiación y con él se busca transformar el sujeto inútil en un
sujeto útil y, por tanto, productivo para la sociedad.

EL DESHONOR Y DESPRESTIGIO

El honor es valor positivo en la sociedad porque imprime, ante los demás, un sello de
dignidad individual y familiar. Entre la población no blanca de Santa Fe113, se convertía
en un bien a alcanzar. Gozar de honor traía consigo un modo de vida específico y unos
comportamientos asociados114, privilegios relacionados con la posibilidad de acceso a la
educación y al desempeño de oficios públicos, así como el deber de defenderlo y
acreditarlo ante la sociedad. Se trata de convenciones sociales que se convierten en objeto
de cuidado y de defensa –personal y familiar– y que tienen un conjunto de “exigencias
sociales”, entre ellas, acreditar la tradición familiar respecto de oficios limpios.

Según estos requisitos, indios plebeyos, negros y mestizos, al carecer de honor, no podían
alcanzar el ejercicio de uno de los oficios nobles deseados en la Nueva Granada, como
pertenencer al clero: “se encarga á los Obispos, que no ordenen á Mestizos, y
defectuosos, lo qual se entiende de Mestizos ilegitimos: porque en la ley 7. del mismo
titulo, se manda que ordenen á los Mestizos que son de padre Español, é India, ó al
contrario” (Solórzano, 1776: cap. XXIX, ít. 23).

112
Esta forma se introduce en las normas a finales de la República, como se verá en el capítulo III.
113
El tener sangre mezclada o ser hijo eran signo de deshonor o deshonra.
114
Consonantes con el estamento social que comprendía la manifestación pública de conductas virtuosas
practicadas siguiendo los comportamientos estipulados como correctos o positivos, es decir, que formaran
parte del “deber ser”.

80
El honor podía ser alcanzado en las colonias, en primer lugar, mediante la prueba de
pertenencia al grupo de “cristianos viejos”115, a los 10 años de conversión, como lo
presenta Solórzano:

… pues segun la comun, y verdadera opinión basta, que hayan passado 10 años despues del
Bautismo, para que no sean tenidos por Neophitos, como lo dice Covarrubias, […] y Fr.
Juan Zapata […] El qual saca de aqui, como conclusión infalible, que los Indios ya de
antiguo convertidos, aunque descienden de padres, y abuelos, que fueron infieles, deben ser
admitidos al Sacerdocio, y á todos los Beneficios, y Dignidades Eclesiásticas, cargos, y
oficios publicos […]. Ni aquí podemos, ni debémos practicar, ni aplicar la doctrina de
Simancas, y Calderon que requiere, á los menos doscientos años de conversión en los
ascendientes de aquel, que quiere probar, que es Cristiano Viejo, y ser tenido, y admitido
por tal: porque hablan de los que descienden de Judios ó moros, que corren por otras
reglas, y razones particulares, como se ha dicho. […] En lo que se podria poner dificultad
con mayor justificación, es, si estuviesemos en caso de Estatutos, que no solo requiriesen
pureza, ó limpieza de sangre; sino tambien Nobleza, como los de Ordenes Militares, y
entonces Yo no admitiría Indios, ni Negros Pleveyos, […] pero si probassen tenerla, ó
haverla tenido en sí, ó en sus antepasados, por ser de los Reyes , ó Caciques antiguos de
aquellas tierras, como si dixessemos, de Incas, ó Motezumas, ó de otros, que en ellas, á su
modo, fueron tenidos, y reputados por Nobles, y como Reyezuelos, y Mandónes entre los
otros: no dudará en admitirlos, y tenerlos por capaces de ellas, como ya lo ha practicado el
Consejo de Ordenes en algunos oficios (its. 25-32).

Una segunda manera era escapar de la calidad de innoble por la emergencia de una
práctica que se producía como forma de ascenso social, denominada
“blanqueamiento”116. Este podía darse a partir del matrimonio o por la compra de la
calidad de noble. En el primer caso, afirmaba Silvestre: “los Yndios no se han minorado
donde los havía, sino que se han ido Españolizando, y pasando á otras Castas” –
específicamente en Santa Fe, como lugar de mayor concentración de población blanca,
principalmente hispana– “y mezclándose con los Yndios, ayudados del terreno, se han
estos ido blanqueando, y minorandose aquellos” (1789: ít. 84-85). En tanto que, en el
segundo caso, a partir de la Cédula Real de 1783, con la apertura de los oficios limpios,
se posibilitaron “las gracias al sacar americanas”117, por las que los pertenecientes a las
castas podían comprar el blanqueamiento, el honor y la movilidad social, como medio de

115
Cristiano de tradición en contraste con el cristiano por conversión.
116
El matrimonio con blancos o blancas se constituía en una práctica social de uso común con la cual se
lograba alguna movilidad.
117
Mecanismo fiscal de la Corona para obtener más ingresos ante el descalabro económico en que se
encontraba el Imperio Español, por las guerras internacionales en las que estaba comprometido

81
alcanzar los privilegios sociales, económicos y ocupacionales de los que habían sido
marginados, es decir, salir de una categoría social baja y negativa.

Entre el enlodamiento y la limpieza del honor

El honor ocupaba en la sociedad una lugar frágil, no solo porque podía obtenerse por el
cumplimiento de ciertos trámites y requisitos, sino porque podía perderse fácilmente al
incurrir en determinadas conductas. Al prestigio individual y familiar lo acompañaba el
ojo incisivo y avizor de los vecinos de un mismo rango, prestos a la crítica social. En
consecuencia, se exigía el cuidado de las buenas costumbres morales y sociales acordes
con la posición en la escala social y las situaciones en que se ponía en riesgo, en general,
constituían uno de los temas importantes para la práctica social del rumor y el
desencadene de ciertas pasiones humanas, como la envidia y la venganza.

Las prácticas asociadas con la vagancia llevaban a un individuo y a su familia a perder el


honor, el prestigio social y el respeto de los demás. La posibilidad de que esta pudiera ser
denunciada ante la justicia desataba dos dinámicas, encauzadas a través del juicio por
vagancia: una, la inquisición social, en la que un número de ciudadanos, representados
por quien denunciaba, debía mostrar los comportamientos por los cuales el acusado
habría tenido que ser castigado por vagancia, presentando evidencias que se enmarcaran
concretamente en la transgresión de las convenciones sociales que integraban el
componente jurídico para identificación de un sujeto vago. Y dos, la dinámica defensora,
fundamentalmente familiar, cuyo énfasis se dirigía a demostrar la inexistencia de la
transgresión, a esclarecer hechos que produjeran la confusión sobre el implicado y su
conducta, acudir a características que por sí mismas reportaban honorabilidad y que no
necesariamente eran las del acusado, sino de su antecesor o antecesores que constituyeran
un sello familiar heredable y protector. Dos caras del honor que pueden extraerse de los
juicios contra la vagancia, donde, además del destino del individuo acusado, entre las

82
partes emerge el honor, como objeto de lucha en el que actúan ciertas pasiones humanas
resultantes de las tensiones en la convivencia cotidiana118.

A partir de la exposición de fragmentos de algunos juicios ilustra el sujeto hablante el o


los aspectos del honor que se atacan y los que se defienden con mayor ahínco, de los
cuales se puede inferir el trasfondo valorativo “positivo” en el que se enmarca el peligro
de la deshonra para el vago –una vida al margen– y su familia. Por tratarse de lo sucedido
en los estrados, se trata de casos extremos, desde la perspectiva social, que en todo caso
contienen las prácticas cotidianas en las cuales juegan los sentimientos, los afectos, los
miedos, las pasiones, las rencillas, los dolores, en el transcurrir de las vidas en la Nueva
Granada.

Las acusaciones corresponden a diferentes voces de ciudadanos testigos o autoridades,


que a partir de los relatos de la denuncia o de lo acaecido durante el juicio daban su
calificación sobre el sujeto. En estas se muestra a los acusados como portadores de las
conductas “negativas” que coinciden con la gama de actuaciones rechazadas socialmente
y con las cuales era posible calificar, judicialmente como vago119 a un individuo. Entre
estas conductas estaban las derivadas de la “desobediencia”, como la desujeción de los
padres120: “entre varios lamentos que este tuvo sobre el trabajo de estar ciego, me
significó que quan solo se senttia por no poder por ello sugetar a su hijo Miguel el que
estava sumamente altanero y atrevido”; las conductas dañinas de mal ejemplo: “he
observado ese sugeto muy perjudicial, sin oficio ni beneficio, jugador y de genio tan
díscolo que a varias personas de distinción de ambos sexos, a procurado y querido
mancillar su onor, buena reputación y fama” / “Rodríguez es persona perniciosa por su
conducta inmoral; que es vago, puesto que no se le conoce oficio ninguno”; las que
pasaban el umbral de lo criminal por la conexión con otros actos delictivos: “que conoce
a Agapito Sanchez que sabe que es un hombre bago y mal entretenido, que le consta que
ha pocos años le robo un toro al señor Juan Jose Arciniegas”; y las moral y socialmente

118
Según lo mencionan la parte defensora o el mismo acusado, en algunos juicios, lo manifestado por los
testigos de la acusación obedecía a su envidia del acusado o de su familia o a la venganza de algún hecho
del pasado sin resolver.
119
Estas características contempladas en las diferentes leyes sobre vagos se verán en detalle en el capítulo
siguiente
120
AGN. sección Colonia, Juicios Criminales contra la vagancia.

83
rechazadas, encarnadas en prostitutas, borrachos, jugadores y concubinos, entre otras,
llevadas a cabo en sitios mal vistos por los vicios que allí se encuentran y a horas no
permitidas121: “que estaba con mal de corazon, y una mujer y dos hombres que la estaban
teniendo para contenerla”, o la del indígena “Belandia, que le noto estaba sumamente
ebrio […] que iba en solicitud de la referida mujer con quien se decia tenia ilicito
comercio” y “el vago perturbador de la paz de la República”, como el caso de Francisco
Sánchez, sobre cuyo oficio coincidían los vecinos “unánimes y conformes” en “no tener
otro que el de andar en esta ciudad de tienda en tienda de dia y de noche y tan dado a la
embriaguez”. Finalmente se encuentran las que se refieren a la “inconstancia”,
representada en el trabajador inestable: “era un ‘vagabundo laborioso’ que se mantenía de
distintos trabajos, forzado a asociarse con otros para sobrevivir y quitarse de encima la
incómoda persecución de los alcaldes”, y “hace largos años manciona en esta Parroquia
sin destino, industria, especulación, trato, ni contrato alguno, dirigido solamente al vicio
del juego de Naypes pervirtiendo el buen orden y comprometido en la nota de vago
faltando a sus obligaciones” (Jurado, 2004: 82).

En contraste, otras voces muestran variadas formas de defensa del honor. En una de ellas,
aunque no se menciona el lado “bueno” del acusado, entra en escena la súplica, donde se
representa el escenario en el cual se encuentra inserto este, connotando cómo, a pesar de
su comportamiento, puede propiciarse el ejercicio de la responsabilidad con su grupo
familiar y así morigerar los efectos de la pena, al darle la posibilidad de ser un sujeto útil:
“En este conflicto digno de la compasión del tribunal, ocurro á él, suplicandole
rendidamente que en uso de acostumbrada benignidad se digne atender las llorosas
suplicas de un padre invalido, anciano, y micerable […] conmutandole la pena por otra
que no pueda causar la separacion de su familia”. Una segunda forma tenía que ver con
destacar las conductas positivas y, en consecuencia, contrarias a las que aparecen en la
acusación, equilibrando la balanza contra la condición de vago en la que se encontrara,
tales como las que describían ciertas virtudes cívicas: “el Señor Gamaliel Rodríguez es
persona honrada, obediente a la ley, amigo del progreso, de exquisito tacto social, aún
con sus mismos enemigos políticos, cumplidor asiduo de los deberes sociales, y

121
Citas de este último grupo tomadas de Ojeda (2007: 100-122).

84
partidario y defensor del actual Gobierno” (Castro, 2012: 73); asimismo las que señalan
la responsabilidad laboral y familiar, aun con trabajos inestables: “mandaba a su casa lo
necesario por que con el mandó de Antioquia muchas ocasiones plata, ropa y otras cosas”
(Jurado, 2004: 103); las que mencionan la sujeción a la potestad paterna y a las prácticas
sociales convenidas: “y me consta, se mantiene bajo la postestad de su padre, sin thener
otra casa que la suia sea viendole y obedeciendole, como hijo obediente en quanto le a
mandado sin habersele objetado, cosa alguna […] arreglado en costumbres, sin dar
escandalo” o “que por allarse soltero se mantenía debajo de su patria potestad y a su lado
trabajando para sustentar a mis pobres padres y hermanas”122. En tercer lugar, las que se
refieren al prestigio ganado en tiempos pasados, como el lugar importante en la élite
obtenido por el padre del acusado y la honorabilidad de su trabajo desempeñado, ante la
sociedad y las autoridades, operando como escudo protector de cualquier vicio para sus
descendientes:

… sabiendo que su hijo no tenia delito alguno, consideraba la falta que le hacía y que no se
había tenido consideración a su reputación, buena criansa que le habia dado a su distincion,
y la de lo mucho que había servido a la Republica de la mencionada Tocayma en lo
honoríficos empleos de Alcalde de Honda, alcalde de Provincia y otros en que por muchos
años se havía ejercitado: motivos todos de que debía esperar otro tratamiento y atención y
experimentando lo contrario, asido como milagro no haber rendido la vida a tamaño
dolor123.

Honorabilidad, prestigio y buen nombre están detrás de cada uno de los textos citados y
permean los distintos niveles de la jerarquía social. En el enfrentamiento de
representaciones negativas y positivas de un sujeto sospechoso de vagancia, las que se
encuentran del lado positivo, como constante, provienen del núcleo familiar y el grupo
social cercano al mismo; en estas se saca a la luz el escenario real inmediato de la vida
cotidiana familiar y su dinámica, ubicando al sospechoso en esa realidad, que trasciende
las señales de visibilidad enumeradas por la ley. De tal manera, en la práctica judicial el
modo de reconocimiento prescrito se desdibujaba, distorsionaba o adquiría formas
diferentes en un caso concreto.

122
Archivo General de la Nación. Miguel Torres. Juicios Criminales. Sección Colonia, fondo Milicias y
Marina SC: 37, f, 560.
123
AGN, Miguel Torres. Juicios Criminales. Sección Colonia, fondo Milicias y Marina SC: 37, f, 565.

85
LA MALA CALAÑA

En el término Calidad se expresa cada una de las formas de diferenciación anteriormente


vistas, en las cuales se fundamentaron la organización social colonial y republicana; ello
de la mano con el origen étnico, el oficio y las cualidades de un individuo asociadas al
honor, y las actuaciones124 en diferentes situaciones cotidianas. La coincidencia de una
calidad altamente valorada por los tres diferenciadores vistos y de comportamientos o
maneras igualmente acordes a lo esperado socialmente, se traducían en la respetabilidad
social. En contraste quien concentrara en su persona conductas sociales y cualidades
negativas se convertía en individuo despreciable y objeto de la desconfianza social.

En el caso de los acusados por vagancia, el uso del término se constituyó, a través de la
normatividad jurídica, en el puente que relacionaba, directamente con el Estado, a quien
con sus prácticas y comportamientos quebrantaba el orden social. A partir de la norma, la
identificación de un vago se hacía especificando las siguientes características: el color de
la piel125, la legitimidad del nacimiento126, el tipo de oficio, la edad y el estado civil.

Al revisar el color de la piel que diferentes investigadores reportan de la consulta de los


juicios por vagancia, llama la atención, en primer lugar, que el registro del color de la piel
no es sistemático, por lo que, a primera vista, la conducta de vagancia era bastante similar
entre blancos y mestizos; por ejemplo, en López (2002: 73-74) se observa, en 46 juicios
revisados, una distribución similar entre blancos (14) y mestizos o libres (12); y en
Jurado (2004) en 6 juicios se encuentran 2 blancos y 4 mestizos o libres127; sin embargo,
es necesario tener en cuenta que, a medida que el blanqueamiento de la población iba en
aumento por los matrimonios entre mestizos y blancos128, en la Nueva Granada y con
mayor fuerza en Santafé de Bogotá, la diferenciación por color se volvía más difícil; así
mismo, independientemente de que aparezca el color como diferenciador del vago, el

124
Hering utiliza el término performancia social para entender la cultura como escenificación (2011: 464).
125
Como un ajuste colonial de lo que el linaje de sangre representaba en el Reino.
126
Podría pensarse como una actualización, también colonial, de la nobleza, en lo que concierne a la
procedencia legítima del apellido.
127
Los trabajos de Ojeda (2007) y Castro (2012), que consultan algunos juicios, no especifican la presencia
del color de la piel, como tampoco los ocho juicios revisados por mí.
128
Recuérdese que Silvestre la menciona como una estrategia de los mestizos para obtener privilegios que
les estaban vedados por su color y mancha.

86
mestizo129 –léase criollo– sin bienes, ni rentas, cargaba con el lastre de su asociación con
la pereza y la vagancia130.

En segundo lugar, la enumeración del oficio sí presenta sistematicidad en el registro,


dado que era el elemento definitorio para la apertura del proceso. Este aspecto importa
bastante, porque, por una parte, muestra la manera como las acusaciones por vagancia,
diferentes al hecho de no demostrar el ejercicio de oficio alguno, se concentraban en
personas cuyos oficios se caracterizaban por su transitoriedad, lo que podría estar en
concordancia con las críticas que tanto viajeros como gobernantes hacían de la falta de
industrias y de trabajo para las gentes del pueblo.

En el cuadro que presenta López (2002), se destaca la mayor presencia de quienes


desempeñan oficios transitorios (21), como tratantes, labradores, aprendices, aserradores,
albañiles, jornaleros, sastres, zapateros, tejedores; mientras que 12 no tienen oficio. Por
su parte, en los juicios revisados por Jurado (2004), se encuentran dos casos en los que no
se reporta oficio alguno y tres en los que se mencionan trabajos mal vistos o viles
desempeñados por mujeres, como el de atender pulperías (2), por la asociación del lugar
con los vicios, las malas costumbres y ser sitio de reunión de los más pobres; y el servicio
doméstico. Finalmente, de lo que se desprende de mi revisión personal, la totalidad de
casos (8) corresponden a quienes manifiestan no tener oficio131.

Ahora bien, adentrarse en los juicios posibilita señalar un aspecto muy importante en
relación con la característica de la pena y la manera como el honor familiar entraba a
jugar en esta. Lo que significa que el concepto de calidad de un individuo, además de
contribuir en la demarcación de su lugar en la jerarquía social, intervenía en situaciones
en las que dicho lugar corriera peligro, puesto que el prestigio que antecede al acusado, a
través de sus antecesores132, traía asociado una especie de blindaje: un individuo con
antecesores respetados estaba protegido de caer en comportamientos negativos.

129
Se implican los diferentes tipos de mezclas étnicas producidos.
130
Vale la pena recordar la dificultad de hallar juicios sobre vagancia, dado que estos no se encuentran
clasificados por el tipo de delito o acusación.
131
Es decir que para fines del siglo XVIII la aplicación de la Real Cédula de 1783 empezaba a surtir efecto,
unido a los procesos que para adelantar una acusación ordenaba el Código Penal.
132
Entre los cuales, además de los títulos con que contaba la familia, jugaba un papel fundamental el
ejercicio de un trabajo en una institución pública, por el honor que traía aparejado.

87
Es así que, ante un mismo comportamiento calificado negativamente, la pena jurídica a la
que se hace acreedor el individuo que la transgrede varía en su grado de dureza por la
intermediación de la posición social, el linaje, el color de la piel y el honor familiar.

En síntesis, la mezcla de sangre, el desempeño de oficios viles o bajos, la falta de honor


y, en consecuencia, la baja calidad de la persona que cumpliera con todas o alguna de
estas características, que variaban de pobre a vago o a criminal, se constituyeron en los
componentes que producían el desprecio social, la desconfianza. Se desprecia y subvalora
al pobre, al trabajador manual o mecánico, a quien no porta apellidos de alcurnia, a quien
nace de uniones ilegítimas, a las mujeres solas, a los vagos, etc.

DE LA PEREZA NEOGRANADINA A LA VAGANCIA

Cada cultura define de una forma propia y


particular el ámbito de los sufrimientos, de las
anomalías, de las desviaciones, de las
perturbaciones funcionales, de los trastornos de
conductas (Foucault, 2008: 21).

Como se desprende de la sección anterior, la caracterización dada a los habitantes de las


Indias occidentales133 abarca no solamente la negatividad de los marcadores de sangre,
oficio, honor y calidad, sino un conjunto de prácticas contra la moral hispana –religiosa y
social– que los hicieron acreedores de la calificación de incivilizados, defectuosos y
degenerados. Uno de los hábitos degenerativos o vicios, denominado inconstancia,
desidia o pereza, atraviesa el siglo XIX y afecta, como calificativo negativo, a la
generalidad de la población neogranadina; a su vez, del vicio de la pereza se desprendían
otros vicios extremos con los que se construyeron las representaciones neogranadinas
sobre los vagos.

134
La pereza, según la definían diferentes diccionarios del siglo XVIII , era el equivalente
de la acidia135, que es “floxedád y peréza”, que “en cuanto pecado especial es un vicio

133
Tanto los que habitaban estas tierras antes de la conquista como la población resultante de las diferentes
mezclas étnicas.
134
Véase: Diccionario de Autoridades, tomos I (1726), IV (1734), V (1735) y el Diccionario de la Lengua
Española (1822).
135
Término utilizado por la gente del común.

88
diabólico”. Va acompañada de la “negligencia, tedio ú descuido de las cosas á que
estamos obligados” y también a la “tardanza ó pesadez en las acciones o movimientos”
(Diccionario de Autoridades, 1735; Diccionario de la Lengua Española 1822), y la
inconstancia que propicia el ociar o “dexar el trabajo, darse al ócio”. En otros términos,
implica hacer algo con desgano, con interrupciones o abandonarlo; a su vez, el desgano,
la lentitud y la demora se hacían corresponder con la falta de aplicación o el poco
esfuerzo para obtener el sustento. Todo esto, llevado al extremo, conducía al abandono de
la actividad o inactividad.

Un territorio de perezosos

La visión general del pueblo neogranadino como un territorio de perezosos se sustentó en


formas particulares de razonamiento acerca de las explicaciones sobre su causas,
soportadas con la visión hegemónica del sentido del trabajo y su organización, impuestas
en el territorio neogranadino. En este sentido, puede inferirse que estas representaciones
surgieron de la tensión entre la idea hispana del trabajo y las prácticas nativas
encontradas en el territorio, tensiones como las que resultaban de la imposición de nuevas
formas de trabajo que contrastaban con las condiciones físicas del medio, de los
indígenas y con el desconocimiento sobre las nuevas actividades; las que surgían entre el
establecimiento de horarios de trabajo y el tradicional ritmo de trabajo nativo; y las que
se producían entre la representación hispana del trabajo como garantía del alimento y
autosostenimiento –por el cual habría que esforzarse–, en contraste con la disponibilidad
amplia del mismo en el medio natural y el consiguiente esfuerzo mínimo en su búsqueda.
Estas tensiones sirvieron para calificar la singularidad de los neogranadinos como gente
perezosa, renuentes al trabajo. Y cuando esta característica se manifestaba en el abandono
del trabajo o en su negación en las prácticas cotidianas, e iba acompañada por un
conjunto de conductas catalogadas como negativas para la sociedad, todo ello conducía a
su identificación como “vagos”. Una forma de razonamiento, formulada como
interrogante o como respuesta, que relacionó en todo lugar la abundancia del medio con
la pereza. Fue así como, ante la pregunta ¿cómo habiendo tanta riqueza hay
simultáneamente tantos pobres y mendigos? (Manso, 1729), la respuesta fuera que la
causa estaba en la holgazanería o pereza, que iba aunada a la disponibilidad de bienes que

89
el medio ofrecía:

Entre otras causas puede decirse la principal de la holgazanería, la misma abundancia de


comestibles tan baratos, frecuentes i fáciles de adquirir, que con poco trabajo encuentran lo
preciso para socorrer la vida i descuidarse del trabajo entregados al ocio. No por otra razón
dentro de las mismas poblaciones se tropiezan muchas jentes sin ocupación ni destino,
vagante i mui nocivas a la sociedad pública (Moreno y Escandón, 1772: 6-7).

Otro razonamiento sobre la pereza del neogranadino se centraba, por el contrario, en la


crítica que hacía el gobierno del trabajo –entendido como técnica–. Tal contradicción
entre abundancia y pobreza tenía que ser producto, en primer lugar, del descuido del
trabajo de las minas136, pues quienes allí trabajaban no se beneficiaban en nada, y
también de que, por la pereza, no había quien quisiera trabajar137. Y como consecuencia
de no percibir ningún beneficio, los habitantes cercanos a las minas habrían preferido
realizar trabajos por su cuenta, aunque no le garantizaran lo suficiente para mejorar su
situación: “Este es el recurso de los que por su pobreza u ociosidad se llaman
masamorreros, que no queriendo ó no pudiendo emprender cortes formales, ni operacion
alguna de utilidad, se contentan con buscar el oro en los empozamientos ó rebalsas de los
rios y quebradas” (Caballero y Góngora, 1789)138. En un segundo lugar, se decía que esta
contradicción la explicaban los malos salarios. Para Mendinueta (1803: 88), por ejemplo,
el mal salario y la rudeza del trabajo tenían efectos negativos en la constancia y
dedicación, ya que “quien no quiso sujetarse a vender su industria, sus fuerzas i su
intelijencia por ménos precio, viene a ser la víctima, se entrega al ocio, i pára en la
mendiguez”, y aunque hubiera existido la posibilidad de que otros hicieran dichas
labores, por el mal salario, estas no le hubieran permitido avanzar mucho. “Son jenerales
las quejas contra la ociosidad, todos se lamentan de la falta de aplicacion al trabajo; pero
yo no he oido ofrecer un aumento de salario i tengo entendido que se paga en la
actualidad el mismo que ahora cincuenta o mas años, no obstante que ha subido el valor
de todo lo necesario para la vida” (1803: 103).

En tercer lugar, en el primer cuarto del siglo XIX, Montalvo139 explicaba esta

136
Recuérdese que la explotación minera era la principal actividad para llenar las arcas reales.
137
Como se vio en páginas anteriores, en cita del mariscal Manso (1729:30).
138
Virrey Antonio Caballero y Góngora (1782-1789), obispo de Córdova y arzobispo de Santafé de Bogotá
139
Francisco Montalvo, virrey de la Nueva Granada 1813-1818.

90
representación por la ausencia de “hombres benéficos” que posibilitasen hacer salir de la
desidia a los pueblos de la Nueva Granada:

No es este el primer pueblo que envuelto en las circunstancias que le rodean se conserva en
la apatía, en los vicios i resistencia al trabajo; todos han sido lo mismo en sus principios, i
se hubieran mantenidos enteramente en ellos, si no hubiera habido hombres benéficos que
a costa de fatigas, de sufrimiento i constancia les hubiesen hecho salir de su abandono e
ignorancia, hasta elevarlos al estado de pueblos laboriosos i sabios (1818: 523-524).

Finalmente, la otra forma de razonamiento es la que aludía a la condición humana de los


neogranadinos. El doctor Aguilar140, al comparar la situación de Colombia con la de otras
repúblicas, presentó un cuadro impresionante en donde el desprecio al trabajo era el
elemento fundamental para explicar el estado en que se encontraba la república:

… pensando, digo, á solas en este diluvio de males que nos empuja á una ruina y
disolución seguras; me he persuadido cada día más, que la verdadera fuente, la más general
y la más constante se encuentra en esa holgazanería vergonzosa que nos domina, que nos
hace repugnante el trabajo, que nos aherroja en la inacción y en el estancamiento, y que nos
obliga á echar mano de medios reprobados para sostenernos ó mantener nuestros vicios; //
Lo digo con rubor, pero con franqueza; en todos mis viajes no he visto en país alguno, ni
entre los turcos de tradicional pereza, un abandono mayor de los intereses públicos, una
más grande y más general repugnancia al trabajo y una decidia más característica que la
que nos aqueja en Colombia. // En otras Repúblicas de este Continente, para limitarme á la
sola América española, habrá pueblos más viciosos, más inclinados al robo, al asesinato, á
la crápula; pero, en ninguno se nota tanta y tan general aversión al trabajo, en ninguno se
pierde más miserablemente el tiempo, en ninguno se advierte mayor abandono y desgreño,
en ninguno hay una ansia tan pronunciada por los divertimientos, por la disipación, por la
holganza [pereza] como en nuestro desgraciado país (1884: 4-5).

En su texto se destacan tres componentes de la pereza: la holgazanería, la repugnancia al


trabajo y la inacción, los cuales corresponden a conductas extremas a partir de las cuales
se definía la vagancia. La pereza la define como “aversión, demasiado común, al trabajo
[…] inacción por toda empresa que requiere trabajo; ese hábito casi general, hijo del odio
al trabajo, que nos obliga á vivir del petardo, del préstamo, de la política, de los destinos
y de la mendicidad” (p. 282). Y agregaba otros hábitos negativos, como la impuntualidad,
la falta de palabra, la pasión por las diversiones, la “ansia y frenesí que desvían y
desvirtúan la actividad y viveza naturales aplicándolas á objetos baladíes, en vez de

140
Presbítero, residente durante veintiséis años en Colombia.

91
consagrarlas al trabajo rejenerador como lo hacen los pueblos prósperos y opulentos” (p.
283).

LA PLAGA DE LA VAGANCIA

La vagancia y la holgazanería nos devoran; son una llaga gangrenosa que


corroe las entrañas de este país rico, inteligente y generoso; son una peste
mortal que todos los días se extiende más, haciéndose endémica y
epidémica (Aguilar, 1884: 288-289).

Las mismas formas de razonamiento concernientes a la pereza en la población


neogranadina utilizadas por los gobernantes, borbónicos lo fueron para los gobernantes
republicanos, para demostrar la presencia del mal que ocasiona este vicio llevado al
extremo: la vagancia. El clima, la abundancia de productos naturales y su bajo costo
fueron considerados como causas en la constitución de ciertos hábitos negativos, pues
“las antiguas costumbres tenian reducidas á mui pocas nuestras necesidades, y pocos
esfuerzos bastaban para satisfacerlas. Esto produjo esos hábitos de pereza y de abandono,
que se hicieron proverbiales” (Ospina, 1842: 483). Lo cual llevaba a la holgazanería,
juzgada como acidia o tedio, y favorecía la presencia cada vez mayor de personas
ociosas, viciosas y con comportamientos inadecuados, es decir, personas totalmente
dañinas para la sociedad:

No por otra razón dentro de las mismas poblaciones se tropiezan muchas jentes sin
ocupación ni destino, vagante i mui nocivas a la sociedad pública, como dispuestas a todo
jénero de vicios, fomentando juegos, riñas i embriagueces, apadrinando esclavos i
sirvientes, a que es correlativo el mal servicio doméstico en las casas i la deterioración de
muchos pueblos, cuyos indios se ausentan i hallan abrigo en poblaciones donde hablan a su
libertad, con notorios desarreglos de costumbres, como por excelencia se nota en esta
capital (Moreno y Escandón, 1775: 81).

El contagio

Se trataba, a los ojos Secretario de Estado en el despacho del Interior y Relaciones


Interiores entre 1834 y 1839 Lino de Pombo, de una “epidemia social, demasiado
arraigada” que se transmitía de padres a hijos, a la que se sumaba el mal social de la
mendicidad, “efecto de la decidia y la ignorancia […] i patrocinado en cierto modo por el
92
espíritu caritativo de nuestros compatriotas”, lo que lo convertía en un problema de
gobierno económico y de orden (1834-1838). El notable aumento de mendigos en la
ciudad posibilitaba establecer la conexión ocio-mendicidad como “una verdadera
enfermedad, física, política i moral, i es casi siempre consecuencia de la desaplicacion al
trabajo”, en la cual intervenían, adicionalmente, “la falta de educación, [el] descuido de
los jefes subalternos en perseguir a los vagos i mal entretenidos de cada lugar, i
[explicable] en la falta de un salario proporcionado con qué atraer al trabajo esos brazos”
(Mendinueta, 1803). La vagancia y mendicidad, vistas como desastres que se cernían
sobre la sociedad, transgredían la “moral pública” y producían inseguridad, eran además
contagiosas y solamente el peso de la ley podía erradicarlas.

Asimismo, los malos hábitos adquiridos en relación con el trabajo conducían a lo que se
denominó “repugnancia al trabajo” que se daba tanto en las clases “acomodadas” como
en la clase “laboriosa”. En las primeras, porque “las máximas de igualdad y el frecuente
turno en todos los altos puestos, ha inspirado á los hombres de todas las profesiones un
decidido empeño de lanzar á sus hijos en la carrera pública”, y porque las condiciones
físicas de los establecimientos educativos y la introducción de hábitos de holgazanería en
estos conducían a los jóvenes “á la desidia y al abandono, y los mas preciosos años de su
existencia, en que debiera formarse para la industria” (Ospina, 1842: 483). En las
segundas, porque concurrían a la organización del trabajo las condiciones opuestas a
aquellas que producen agrado por el mismo141:

… la clase laboriosa disminuye en la misma proporcion en que sube la repugnancia al


trabajo. En la clase ménos acomodada de la sociedad se aumentan tambien cada dia la
vagancia y la holgazaneria, tanto por que arrastrados al foro y á la política los que debieran
acometer y dirijir las empresas de agricultura y minería que dieran ocupacion a los
jornaleros, no hallan éstos a quien alquilar sus brazos; como tambien por el efecto natural
de la relajación en que han caido en todas partes la autoridad pública y doméstica, la
subordinación de los hijos á sus padres, y de los hombres á los magistrados. Tanto
individuos obligados á vivir, y repugnando el trabajo lícito que podría darles la
subsistencia, son prosélitos naturales y secuaces forzosos de todo el que les ofrezca en la
subversión del órden un medio de subsistir ó de medrar (pp. 483-484).

Pueden inferirse dos aspectos importantes en esta descripción que presentaba el secretario

141
Vale la pena recordar que Mendinueta se refería a los mismos problemas a principios de siglo.

93
Ospina. En primer lugar, la imitación que hacían las clases menos favorecidas de las
clases acomodadas, en relación con la repugnancia al trabajo, como consecuencia de los
valores impresos en la sociedad colonial ligados a los oficios limpios y el honor. En
segundo lugar, la imitación de las conductas relajadas, consecuencia del contagio del mal
ejemplo de las figuras de autoridad en los establecimientos de educación, que afectaba las
costumbres y las normas de obediencia a los padres, a los maestros y a la ley.

La falta de educación del cuerpo

Por su parte, Francisco José de Caldas (1808)142 explicaba la vagancia como enfermedad
física fruto de la falta de educación del cuerpo, es decir, de condiciones físicas,
ambientales, propias de la forma de vida y la organización social y laboral del momento,
que exigían un tipo de hombre con un desarrollo físico adecuado a ellas. Esta explicación
surgía de la comparación entre el indígena de la conquista y el indígena contemporáneo.
En el primero la fortaleza física, la agilidad, las costumbres eran diferentes, acordes con
su lucha por la supervivencia en un medio hostil, lo que habría propiciado en los
indígenas un saber que denominaba educación selvática, en la edición número 32 de su
Semanario de la Nueva Granada:

Tal es el poder de una educacion selvatica, que asemeja á los hombres con las fieras, y los
reviste de su misma índole y carácter […] los antiguos habitantes de la Cundinamarca se
hicieron valerosos é intrepidos, de una talla gigantesca y robusta, triunfando muchas veces
con sus ejercicios y método de vida de la terrible influencia de ciertos climas opuestos á la
perfeccion física del hombre (Caldas, 1807: 285).

Ese indígena, comparado con el indio “actual”, ya no existía, pues se había transformado
con la civilización. “La mayor parte de los Indios Conquistados, son sedentarios, ociosos,
é indolentes. El círculo de sus necesidades es bien estrecho; y para satisfacerles tienen
muy poco que hacer. Abandonados á la pereza y al descanso, sumidos en la ignorancia y
en la estupidez” (p. 286). Planteaba Caldas, por tanto, a partir de esa transformación
negativa sufrida en sus capacidades y habilidades físicas, anímicas y mentales, la
necesidad de educar a los indígenas físicamente. Si ya no estaban en la selva y en

142
Criollo ilustrado, sabio y prócer de la independencia. Participó en la Expedición Botánica. Fue escritor,
político y mártir. Su texto sobre la influencia del clima en los seres organizados lo pública en algunos
apartes en 1808 en el Semanario de la Nueva Granada.

94
consecuencia su cuerpo no era educado por el medio, le correspondía el turno a la
“educación civilizada” de su cuerpo, acorde con las condiciones de vida y trabajo de un
indígena civilizado.

Estas observaciones que acabo de bosquejar débilmente sobre la educacion de los antiguos
Indigenas que poblaron nuestra Cordillera, me han conducido por fin á investigar la causa
de la pusilanimidad y cobardia de sus descendientes. No con poco sentimiento emprendo la
pintura de un hombre degradado, sin industria, sin artes, y lo que mas, despojado del valor
y de la intrepidez que caracterizaron á sus abuelos. […] Yo no ignoro que hay algunos que
estudiando muy poco la naturaleza y los efectos de la educacion física, atribuyen
exclusivamente á nuestra Legislacion la metamórfosis asombrosa de los Indios. Estoy muy
lejos de opinar, que la perpetua minoridad y el pupilage á que los sujetan las leyes, han
borrado de su corazon los sentimientos que agitaron á sus mayores. Pero vivo persuadido
que si se les educase en lo físico como se debe, si en vez de dexarlos adormecidos en su
pereza, se les despertase por medio del interes, de los premios, y del halago, el mas
poderoso de los estímulos; se verian unos hombres, que sin tener la fiereza y la barbarie de
sus ascendientes, serian esforzados, valerosos y robustos; y la agricultura habria tomado un
incremento poderoso en nuestras poblaciones (p. 286).

La ignorancia

La pereza, la inacción y el fastidio al trabajo se veían como consecuencia de la


ignorancia, que era fruto del desconocimiento del mandato divino y de las convenciones
sociales y una de las condiciones que hacían posible, a los ojos de los comentaristas, la
inaplicación al trabajo, tan evidente en la cantidad de pobres, vagos y mendigos en la
ciudad de Santafé. Un lector del Semanario escribía al respecto en 1808:

… si la mucha pobreza de esta Ciudad no tiene su orígen en aquella virtud que desprecia lo
terreno para correr mas libre á la perfeccion, sin duda proviene la de tantos infelices, de la
inaccion perezosa, del fastidio al trabajo, de una insensibilidad extravagante por las
modalidades de la vida; en una palabra, de la ignorancia criminal de aquella Ley divina que
condenó al hombre á mantenerse de su trabajo y á costa del sudor de su rostro. Es verdad
que en el hombre, por su desobediencia al primero y único precepto que le impuso su
Criador, quedaron desordenadas sus pasiones y su ciencia convertida en una grandisima
ignorancia pero acaso ¿no lo és tambien que la bondad del mismo Ser supremo, proveyó á
la necesidad que tenia el hombre en semejante estado, de un auxilio extraño que le ayudase
á dirigir y rectificar sus ideas, ilustrar su razon obscurecida, y buscar por medio de ella,
alguna parte de la felicidad que habia perdido? […] luego esta multitud de pueblo que va
entregada á la holgazaneria, y envuelta en los horrores de la ignorancia, no tiene ni ha
tenido educacion ni pública ni privada: luego es forzoso que faltando esta, carezca de
costumbres: luego es preciso que sea perjudicial al Estado y á sí misma por sus vicios y

95
malos ejemplos. ¡Ahí teneis pues (1941, No. 9: 71-72)143

GEOGRAFÍA DE LA PEREZA Y LA VAGANCIA

La gente vaga y ociosa se hallaba esparcida por diferentes lugares, especialmente por las
“poblaciones grandes llenas de Yndios, y de otros Libres Viciosos, y vagamundos, cuyo
medio, aunque en lo general parezca difícil, no lo es en particular” (Silvestre, 1789: 132).
Sus formas de agrupamiento variaban en el territorio, repartidos principalmente entre los
que vivían en guaridas en la provincia de Antioquia, los que vagaban por los montes en
Vélez, los que se reunían y se dedicaban al masamorreo144 en Girón, Neiva y Antioquia, y
toda esta gente vagaba por las poblaciones, “hormigueando por los pueblos”, mientras
que en Bogotá, se veía a la gente mendigando en las calles: “los mendigos llenan calles y
plazas, exhibiendo no tan sólo su desamparo, sino una insolencia que debe dar mucho en
qué pensar, pues la limosna se exige y quien la rehuse, queda expuesto a insultos que
nadie piensa en refrenar” (Samper145, 1869: 10).

De esta descripción sobresalen dos tipos de individuos, de importancia para entender la


constitución del sujeto vago de la República, que a pesar de estar ubicados en la misma
categoría de “vagos”146 marcaban dos sujetos diferentes: aquellos que se oponían a
cualquier forma de explotación o dominación y que, resistiéndose a ellas, se soltaban de
los lazos que los obligaban, de diversas maneras, a ser obedientes y productivos y a
permanecer en un lugar de manera fija, denominados vagos, holgazanes, ociosos, y
aquellos sometidos y dependientes del otro147, denominados mendigos. Samper relata la
presencia de gran número de estos últimos sujetos como testimonio de la miseria en
Bogotá, sujetos que dependían de la ayuda del otro, pero que, desde una perspectiva

143
Escrito enviado por un ciudadano que se identificaba como Amigo de los Niños al Semanario de la
Nueva Granada y que fue incluido en medio del debate sobre la influencia del clima en el comportamiento
entre Francisco José de Caldas y Diego Martín Tanco.
144
Extracción del oro que baja de las montañas y corre por los ríos y quebradas o se acumula en pozos.
145
Miguel Samper (1825-1899), abogado, industrial, político y candidato a la presidencia, escribió La
Miseria en Bogotá en 1869.
146
Aunque esta clasificación no era permanente, lo que si duró fue la presencia de los falsos mendigos y las
caracterizaciones a las que acudían para obtener ayuda, que no solo se dieron en la Edad Media, así como la
desconfianza que les tenían algunos habitantes y autoridades.
147
Del ciudadano de buen corazón.

96
moral, expresaban la lucha entre el derecho a la limosna y el deber de darla, como lo
analiza Simmel en 1908, para quien “el derecho y el deber vienen a ser dos caras de una
unidad absoluta de relación […] cambian notablemente cuando el punto de partida lo
constituye el deber del que da, y ya no el derecho del que recibe” (2011: 28):

En la medida en que las relaciones de prestación se derivan de un derecho –en el sentido


más amplio del término, que contiene como una de sus partes, el derecho jurídico– la
relación de hombre a hombre habría impregnado totalmente los valores morales del
individuo y determinado su acción. […] El deber de asistencia puede entenderse como
simple correlato del derecho del pobre. Sobre todo en países donde la mendicidad es un
oficio regular, el mendigo cree, más o menos ingenuamente, que tiene derecho a la
limosna, cuya denegación considerará como sustracción de un tributo que se le debe. […]
El pobre que resienta su situación como una injusticia de orden cósmico y reclame
remedio, por así decir, a la creación entera, fácilmente hará responsable solidario de su
pretensión a cualquier individuo que se halle en mejor situación que él […] // El derecho y
el deber vienen a ser dos caras de una unidad absoluta de relación […] cambian
notablemente cuando el punto de partida lo constituye el deber del que da, y ya no el
derecho del que recibe (pp. 22-26).

Influencia del clima en el comportamiento


El comportamiento de los individuos extensible al vago y al mendigo, en lo que competía
tanto al trabajo como a las conductas dañinas, tenía su explicación, para Caldas148, en la
manera como el clima incidía en el comportamiento humano:

Si es evidente que el calor, el frío, la electricidad, la presión atmosférica y todo lo que


constituye el clima, hace impresiones profundas sobre el cuerpo del hombre, es también
evidente que las hace sobre su espiritu: obrando sobre su espiritu, obra sobre sus
potencias; obrando sobre sus potencias, obra sobre sus inclinaciones, y por consiguiente,
sobre sus virtudes y sobre sus vicios (1807: 139).

En esta mirada, las diferencias climáticas asociadas a la geografía física del territorio y a
la raza definen aspectos del carácter de los habitantes, a los que se añade la voluntad –
pues “la virtud ó el vicio siempre serán el resultado de nuestra eleccion en todas las
temperaturas y en todas las latitudes” (p. 202)–, el tamaño del cráneo y la capacidad del
cerebro como factores decisivos en la definición del carácter: “La inteligencia, la

148
Caldas asumía una posición intermedia entre aquellos que aducían que el clima no incide de ninguna
manera en el comportamiento humano y aquellos que afirmaban lo opuesto. Para Caldas la combinación
variada de las fuerzas de la naturaleza, la alimentación, la constitución física del hombre tenían influencia
en el ser humano.

97
profundidad, las miras vastas y las ciencias, como la estupidez, y la barbarie: el amor, la
humanidad, la paz, las virtudes todas, como el odio, la venganza y todos los vicios, tienen
relaciones constantes con el cráneo y con el rostro” (p. 145). Estas pasiones, virtudes y
caracteres diferían a lo largo del territorio, de modo que a los habitantes del Chocó, en su
mayoría negros, se los veía como “acostumbrados a la servidumbre, [pues] se sujetan con
facilidad a la voz imperiosa de un solo hombre” (p. 26), mientras que los hombres que
habitaban por el río Magdalena eran de pocas ideas y en ellos “el reposo y el sueño hacen
sus delicias. Su moral […] bien se deja ver que no puede ser la más pura. […] Parece que
la inmoralidad y la desidia se aumentan con las aguas del Magdalena” (p. 43). En la costa
Pacífica los indios se distinguirían por la ausencia de los celos, la tranquilidad, la
“seriedad en el tiempo de sus trabajos”, la paciencia, y lo bulliciosos en sus fiestas. El
mulato, por el contrario, “cuando la sociedad en que vive quiere poner freno a sus deseos,
cuando el jefe quiere corregir los desórdenes, entonces vuelve sus ojos a los bosques
tutelares de su independencia” (pp. 164-65).

Influencia de la voluntad de gobierno en el comportamiento

Por su parte, el escritor, político, profesor y periodista Manuel Ancízar identificaba


poblaciones que se diferencian en su grado de organización social, bienestar, tranquilidad
y progreso según los hábitos de trabajo. Estas diferencias las relacionaba con la tensión
entre la aplicación al trabajo y la pereza, el dominio del poco esfuerzo y la ociosidad, y la
voluntad de gobierno de los pobres, fuera religioso –proveniente del cura, cuya misión es
la de civilizar las poblaciones alejadas149– o político –proveniente de las autoridades y
gentes acomodadas–. La voluntad de gobierno ligada a la moralización de los pobladores
a través de la religión la ejemplificaba con la provincia de Coper, lugar donde el hombre
es “activo y emprendedor, no se contenta con predicar el trabajo, sino descuaja monte i
siembra caña i maizales, i en tiempo de cosecha convierte en granero toda su casa”, en
tanto que en poblaciones cercanas, por el contrario, apenas se produce lo básico para la
alimentación, “i como esta la fundan en el plátano, maiz i guarapo, no han menester
mucho trabajo para asegurarlas, de donde procede que sean perezosos, vivan en la

149
El “cura civilizador” comprometido y activo es capaz es motivar o, por el contrario, de desmotivar tanto
la dinámica laboral en estas poblaciones como la moralidad de los habitantes, manifiesta en los nacimientos
legítimos.

98
ociosidad i se entreguen a vicios” (1851: 46-47). En Coper el cura era activo y
comprometido, en tanto que en estas regiones era desinteresado:

Donde quiera que he hallado un Cura jeneroso i de nobles ideas acerca de su ministerio, los
registros parroquiales presentaban muchos matrimonios i pocos nacimientos ilegítimos:
donde por el contrario, el Cura metalizado, especulador o avaro degrada sus santas
funciones convirtiéndolas en vergonzoso comercio de regateos i compensaciones usurarias,
los matrimonios son raros i las familias ilejítimas forman la mayoría de aquellas mal
rejidas asociaciones. De estas familias salen los jóvenes licenciosos, que apénas púberes se
juzgan emancipados de la dudosa autoridad paterna, i las mujeres de vida suelta i
aventurera, que tienen por disculpa i modelo la conducta de su propia madre. La progresión
del daño social es rapidísima: un mal Cura, puede decirse que prostituye la mitad de sus
feligreses i trastorna la base fundamental de toda sociedad cristiana i civilizada, LA
FAMILIA LEGAL; es decir, la cuna de las creencias i de las costumbres (pp. 78-79).

En cuanto a la voluntad de gobierno político, algunas descripciones permiten distinguir


casos como el de Vélez, donde, a pesar de la laboriosidad de los habitantes, el progreso se
veía truncado por la falta de vías de comunicación, con la consiguiente falta de gestión; y
otros donde, por el contrario, la homogeneidad en la propiedad, como la que se
encontraba en el Valle de Jesús, posibilitaba una población donde “todos son
propietarios, ninguno indijente; y esta igualdad de medios de hacer fortuna escita la
actividad industrial de cada uno” y es una condición a la que, si se le sumara la
instrucción, formaría “la base de sólidas virtudes civiles” (pp. 81-82); y finalmente, casos
de poblaciones “habitadas por jentes laboriosas, hospitalarias i de índoles inmejorable,
forman la base de una poblacion tanto mas feliz cuanto se compone de pequeños
propietarios esentos del influjo frecuentemente opresos de los grandes capitalistas” (p.
103), como muestra de una sociedad organizada bajo parámetros democráticos.

Un elemento final relacionado con la voluntad de gobierno que habría señalado las
diferencias en la laboriosidad de las poblaciones lo hallaba Ancízar en la atención que se
les prestaba a los pobres. En el descuido de los pobres de El Socorro entraban a jugar, a
su juicio, dos características: una relacionada con la ausencia de fuentes de trabajo y la
ignorancia de algunos oficios, cuya ausencia conlleva que, ante esa falta de estímulo
“abandonadas aquellas infelices [gentes] a los azares de la suerte, sin ejemplos buenos
que imitar, sin consejo ni estímulo para el bien, se entregan a los desórdenes, por cuya
escala descienden rápidamente” (p. 134). Y la segunda correspondería a la atención que

99
se presta a esta población, como el caso que localiza en Zapotoca, que, además de ser un
ejemplo de dedicación al trabajo por parte de hombres y mujeres, en general, atiende a la
población pobre de mujeres, formándolas en un oficio que les garantiza su sustento y
organizándoles talleres de trabajo, ejemplo de una población “donde no hay ociosidad”
(pp. 156-158).

LOS VAGOS: ESOS MONSTRUOS INDOMABLES

Sobre los vagos en Colombia en los siglos XVIII y XIX se encuentran en las fuentes
diferentes percepciones. Una primera posición corresponde a aquellas miradas morales
que se referían a lo perjudicial de su presencia, por ser elementos dañinos para la
sociedad, viciosos y con conductas que propician el desorden de la ciudad, coincidiendo
con la imagen general de la pereza, que, en su forma extrema de la vagancia, se asociaba
en primer lugar con las castas. Se trataba de gentes vagantes y ociosas “dispuestas a todo
jénero de vicios, fomentando juegos, riñas i embriagueces, apadrinando esclavos i
sirvientes, a que es correlativo el mal servicio doméstico en las casas i la deterioración de
muchos pueblos […], con notorios desarreglos de costumbres” (Moreno y Escandón,
1772: 81); individuos sin ningún arraigo al territorio, groseros, ebrios y ociosos, cuyo
pensamiento y “rusticidad”, además de ser imitados por sus hijos, iban irradiando en la
sociedad. Y agregaba Caballero y Góngora que, “con semejante jénero de vida, una
numerosa poblacion es en la realidad un mónstruo indomable” (1789: 216), que vive “del
juego, de la estafa y de la inmoralidad en todos sus ramos” (Ospina, 1842: 525). La
ciudad se encontraba invadida de gente holgazana, pero también de locos, rateros,
borrachos, y mendigos. “Hay calles y sitios que hasta cierto punto les pertenecen como
domicilio, y no falta entre ellos persona que […] vierta sin interrupción […] palabras
obscenas, […] dirigidas contra la inocencia del niño o el pudor de la mujer” (Samper,
1869: 10):

… nada hay más común que ver á centenares de hombres sumidos en la más vergonzosa
haraganería y carcomidos por los vicios que les son fieles compañeros; nada más general
que los circulos, en las esquinas, plazas y tiendas, de gentes ociosas que viven fumando,
murmurando del Gobierno y del prójimo, hablando obcenidades y espiando la occasion de
engañar á los otros; nada más popular entre ciertas gentes que los garitos y tabernas

100
(Aguilar, 1884: 283-284).

La segunda mirada al vago y, particularmente, al mendigo lo tenía por víctima del


descuido de los gobernantes, debido a la falta de celo en la lucha contra la ociosidad y la
persecución a los vagos, en lugar de obligarlos a ejecutar algún trabajo productivo150, y
también a la falta de educación, el salario inadecuado y la ausencia de estímulo para
trabajar: “cuando el trabajo es grande i rudo i se paga mal i escasamente, desfallece la
aplicación […] es menester compadecer la suerte de los pobres, cualquiera que sea la
causa porque lo son” (Mendinueta, 1803: 471). Se denunciaba la ausencia de leyes para
desterrar la vagancia y la mendicidad “en provecho de los mismos individuos que ahora
son víctimas de una i otras” (Pombo, 1824: 17). En la tercera posición, que vinculaba la
actitud hacia el trabajo151 con la raza, los individuos de las castas cargaban con el
demérito, por su comportamiento inconstante, su rechazo al trabajo y su conducta
inmoral.

Otra casta de gentes hay que se alimentan con la sobrada embriaguez y ociosidad, amigos de
la libertad desenfrenada, sin ninguna aplicación al cultivo de las tierras, las más fértiles y
pingües. Semejantes a los árabes y africanos que habitan los pueblos meridionales, tales son
los indios, los mulatos, los negros, los zambos, los saltoatrás, los tente en el aire, los
tercerones, los cuarterones, los quinterones y cholos o mestizos. […] Se han multiplicado
tanto que es imposible subsistir pueblo tan crecido si se permite la holgazanería y no se le
destina a las tareas del campo. Ellos por lo regular viven en los montes y sus honduras una
vida silvestre, ociosa, incentivo propio del desenfreno de las pasiones brutales, expuestos a
robos y rapiñas y otros abominables […] se satisfacen con la corta ganancia que les produce
un corto pedazo de tierra […]. Tienen por bebida la chicha […]. De aquí nace el general
trastornamiento de embriagueces y borracheras que se observan en la República,
particularmente en los días de Mercado […]. Este vicio general en las provincias interiores
del Reino tiene botada la estimación, engrosados los humores, impedidas las potencias y
entorpecidos los sentidos, siendo madre fecunda del desorden y de la ociosidad. […] A tal
estado les conduce su desidia, su ociosidad y su ninguna aplicación a la agricultura. No es
espíritu de pobreza, ni desafecto a la abundancia (Finestrad, 1789: 135-137).

150
El Virrey Mendinueta manifestó su oposición a la medida del destierro de vagos del territorio y propuso
como solución la obligación de trabajar en su lugar. Para él, el destierro no tenía ningún efecto positivo y,
por el contrario, era una forma de decirles que fueran a comportarse así a otro lado, en lugar de corregirles
la falta de aplicación (1803: 470).
151
Con énfasis en las actividades agrícolas.

101
LA PROMOCIÓN DE LAS VIRTUDES

Como conducta indebida, e independientemente de la causa que la ocasionara, la


vagancia debía ser perseguida y castigada. Ella representaba, ante la religión, la
transgresión del mandato divino por el cual los individuos deben trabajar para ganarse el
sustento; y ante el Estado, la desobediencia de la ley y la transgresión del orden. Para la
sociedad –entendida como el “enlace de trato, vida, comunicacion, auxilios, alimentos,
pláceres, trabaxos, idéas, pensamientos, é ilustracion; á su mismo tiempo entre las
gerarquías” (El Correo Curioso, 1801, No. 3: 9)–, además de estos vínculos, la vagancia
afectaba las relaciones de autoridad entre superiores e inferiores, las relaciones entre
niveles sociales entre nobles y plebeyos, los diferentes niveles de prestación de servicios,
la coexistencia de proyectos comunes y particulares, la simultaneidad de reglamentos, y
la presencia de una justicia para todos. Es por ello que, además de constituir una ofensa
profunda a sus principios y convenciones, la vagancia era vista como una epidemia social
y un objeto negativo de imitación (Nos. 2 y 3).

En consecuencia, el saber ético y la enseñanza de la moral se constituían en la estrategia


de transmisión y consolidación de los diversos principios morales necesarios en el
proceso de construcción del nuevo ciudadano republicano, amparado por los principios
de libertad e igualdad, como “conjunto de valores y reglas de acción” (Foucault, 2005), y
la urbanidad se erigía en la forma de conducirse en la práctica, para que esos principios
morales fueran afianzados. Se trataba de un verdadero “conjunto prescriptivo” formulado
para erradicar los vicios y las prácticas negativas a la sociedad y el Estado.

La vagancia y la holgazanería, dos de los comportamientos constitutivos de la estructura


negativa de la sociedad, iban entonces en contravía del ideal ciudadano requerido para la
organización económica y social de la misma. El aumento de individuos pobres sin
trabajo, vagando y mendigando en las calles y caminos, pasó a ser un objetivo a atacar,
puesto que la República necesitaba brazos que se ocupasen en la agricultura y en oficios
de la industria. Uno de esos modos concierne a la promoción de aquellas virtudes-valor y
reglas de actuación positivas dirigidas a debilitar el repudio al trabajo, la inaplicación, la
inconstancia y los comportamientos asociados a los mismos con los cuales se altera el
orden social.

102
LA CONSTITUCIÓN DEL SUJETO MORAL CONTRA LA VAGANCIA

Los principios morales, entendidos como “conjunto de valores y de reglas de acción que
se proponen a los individuos y a los grupos por medio de aparatos prescriptivos diversos”
(Foucault, 2005: 25), se difundían por dos medios: primero, en su lucha contra el pecado
capital, del cual eran su manifestación la conducta de vagancia y la holgazanería, la
religión católica se valía de la enseñanza de valores estipulados en el Catecismo de la
Doctrina Christiana, compuesto originalmente por el padre Gaspar Astete de la
Compañía de Jesús. Y segundo, en la prensa ilustrada, a partir de exhortaciones a los
ciudadanos, promueve los valores de la moral cívica que se esperaba adoptaran los
ciudadanos. A pesar de la desigual promoción de estos valores a través de la prensa y los
textos, debilitada por el analfabetismo del pueblo152, en la práctica esto no contradecía el
lugar hegemónico que tomaban los valores promovidos en la sociedad y su uso como
vara de medida del cumplimiento e incumplimiento de los mismos. Es decir que la
calificación de la moral individual concernía a los actos contrarios al orden moral
establecido.

Desde luego, esta hegemonía contaba con formas de control para el cambio de hábitos. El
control religioso de la desobediencia, que se ejerce a través de los mecanismos de la
confesión y la penitencia; el control social del cumplimiento de las reglas de urbanidad,
que se ejerce con tres sanciones sociales: la vergüenza, la pérdida del honor, la afectación
de la calidad; el control judicial, que se ejerce en los casos extremos de trasgresión de las
normas jurídicas; y principalmente el autocontrol, que debe ejercer el individuo sobre sí.

La ociosidad, madre de todos los vicios

Consecuencia del pecado capital de la pereza, el ocio, como el acto de dejar de trabajar,
estar inactivo o dejar de hacer algo en su totalidad, se representa como el vicio más
negativo para la sociedad y para el individuo. En palabras de Ordóñez153: “Peste de las

152
En tanto que desde el pulpito alcanza el catecismo mayor difusión entre la población.
153
Pedro Joseph Ordóñez, doctor en Leyes, escribió el Movimiento triunfal de la moral católica, donde
señalaba el fin del Hospital de la Misericordia de Zaragoza, que era el recogimiento de los pobres para
evitarles “la ociosidad, los vicios y la mala crianza” (Aramburu, 1766: 363).

103
Republicas; Sepulcro del hombre vivo; Madre de los Vicios, y Portillo por donde el
infernal Espiritu haze los combates contra el alma” (1672: 1). Quien porta este vicio es
considerado un ignorante de la ley divina, alguien con un despropósito, una persona
indigna, una peste cuyo desocupación “provoca a la ira, guia a la soberbia, mueve a la
avaricia, incita a la gula, inclina a la pereza, estimula a la lascivia, y despierta a la
invidia” (p. 5). En suma, es un mal que altera el alma humana y estimula las peores
pasiones del ser humano.

Como vicio, se manifiesta de dos maneras en el individuo: exteriormente, el ocio incita


varias tentaciones o, “como dice el Espiritu Santo, enseña mucha malicia”, y por contagio
se convierte en una plaga para la sociedad; e interiormente apoca a la persona, al
producirle estragos, toda vez que la “priva de muchos meritos, y expone á no pocos
peligros” . Ante la sociedad se evita estando ocupado, siendo útil y haciendo las cosas
bien; ante sí mismo, se supera “llevando ocupado entendimiento, y voluntad con
pensamientos, y afectos pios, utiles”. En fin, manteniendo la mente y el cuerpo ocupados
en pensamientos y obras de utilidad (Ferrer, 1780: 75).

La formación moral era central en la construcción de la República, donde las virtudes-


valor se difundían a través de los catecismos de moral154, la prensa155 y los manuales de
urbanidad156. Definida por Rafael María Vásquez en su Catecismo de moral para el uso
de los cursantes de la filosofía del colejio de San Bartolomé –inspirado en las doctrinas
benthamistas– como “la ciencia de los deberes que la razon impone a todo ser intelijente
que busca la felicidad” (1869: 7), le corresponde a cada ciudadano conocer lo que debe
hacer, lo que requiere para ello y la acción misma. Estos deberes se diferenciaban en tres
grupos: al primer grupo correspondían lo deberes con el “Ser Supremo”, al segundo
grupo, los que se tenía con la Sociedad de “los demás hombres”– y al tercero, los deberes

154
Entre los principales, Catecismo de moral de Rafael Vásquez, 1869; Catecismo del Padre Gaspar
Astete, 1845; Lecciones de Moral Cristiana de Michelot, 1852; Consejos a Angélica de Silveria Espinosa
de Rendón, 1887; Código Social. Máximas y preceptos de moral, virtud y urbanidad, para instrucción, uso
y provecho de mis adoradas hijas, de Manuel María Zaldúa, 1891; Elementos de educación, ó sea moral,
higiene, urbanidad y economía doméstica para uso de las escuelas y familias, de Milciades Cháves, 1899.
155
Papel Periódico, 1791; El Astrolabio Bogotano, 1836; El Huerfanito, 1826.
156
Compendio del Manual de Urbanidad y de buenas maneras de Manuel Carreño, 1875; Breves nociones
de urbanidad, extractadas de varios autores y dispuestas en forma de catecismo, para la enseñanza de la
señoritas de la Nueva Granada de Rufino José Cuervo, 1853; Codigo del Buen Tono de M. Meilheural,
traducido por Florentino González, 1858.

104
“Consigo mismo”. Su ejecución implicaba “el poder de cumplir” (Ancízar, 1851: 239).

Principios morales para con Dios y los demás hombres

Lo anterior traía aparejado un conjunto de valores y principios asociados a cada deber, y


todo ciudadano, además de conocerlos, tenía que cultivarlos. Para con Dios, al ciudadano
le correspondía, en primer lugar, conocer que es el creador de su existencia y de la
naturaleza, reconocerlo como ser superior y rendirle “culto interior i esterior”. En
segundo lugar, había que evitar caer en la negación de Dios, en el fanatismo y en la
superstición, porque, además de ofender a Dios, estos vicios acarrearían “innumerables
males a la sociedad, pues destruyen o debilitan la base de la moral pública”, lo que
impediría que se cumpliesen “todos los bienes sociales” (Vásquez, 1869: 9, 18).

Cuando se trataba de los deberes para con los demás, era necesario que el individuo
entendiera la sociedad como “el conjunto o reunion de muchos individuos para trabajar
en su mútuo bienestar” y que supiera de la existencia de una sociedad “universal” y de
varias sociedades “particulares”, como las “naciones” y la “familia” (Vásquez, 1869: 20).
La relación de deberes con la sociedad actuaba en doble vía. Por un lado, la contribución
que cada ciudadano pudiera hacer para la “conservación” y “bienestar” de la sociedad se
daba a partir del reconocimiento y la aceptación, por su parte, de su dependencia de los
demás, con lo que se lograba la “sujeción” y la “subordinación” (p. 21). Por el otro, el
reconocimiento individual que se requería de los demás exigía de cada individuo conocer
que también podía exigir a la sociedad “que lo haga mas feliz de lo que seria si viviera
fuera de su gremio” (p. 22).

Pero este derecho a exigir a la sociedad requería igualmente que cada uno fuera
consciente de su deber con ella. Y una de las virtudes a cultivar con este fin era la de la
“fortaleza”, definida como la “disposicion de ser útiles a nuestros semejantes por nuestra
actividad, constancia i valor” (Vásquez, 1869: 41-42). Contra la “fortaleza” actuaban
diferentes vicios ligados a la vagancia, porque “quitan o menguan la actividad, el ánimo i
la energía indispensables a la sociedad, tales como la pereza, la ociosidad, la
sensualidad”, de lo que se colegía que el hombre estaba destinado a obrar por su propio
interés “pues la ociosidad lo abisma en un estado de tedio sumamente incómodo, que una

105
vez arraigado es un veneno que consume su vida; siendo ademas la triste miseria el
resultado frecuente de estos vicios (p. 46).

Principios morales para consigo mismo

EL AMOR DE SÍ: En la relación consigo mismo, el individuo debía esforzarse


primordialmente por la autosubsistencia y el cuidado de sí, la estilización del carácter y el
bienestar propio, “de modo que nunca quebrante los deberes para con Dios, ni las leyes
de la sociabilidad” (Vásquez, 1869: 53). En este sentido, los deberes con Dios eran los
que comprenden “principios y reglas morales hacia la sociedad y las reglas de urbanidad”
(Zaldúa, 1891: 12). El primer deber se relacionaba con el cultivo de las facultades
intelectuales, a través del “estudio” y de la “experiencia” del conocimiento de Dios.
Entrañaba, por tanto, la reflexión sobre sí y las capacidades con que contara; la
identificación de las cosas útiles para alcanzar la felicidad propia; la diferenciación entre
los placeres “permitidos” y “no permitidos”; el perfeccionamiento del modo de ser a
través de la ejercitación de las virtudes y valores con las cuales alcanzar la felicidad
(Vásquez, 1869); reforzado todo ello por el “amor a sí mismo”, con el cual se aprendería
a identificar el alcance de esas capacidades físicas y mentales. Este último deber hacía
que no se tolerasen “los vicios ni los defectos de nuestra propia persona”, ya que “el
hombre nunca podrá amarse en su degradacion y envilecimiento” (Ancízar, 1851: 205-
206). Y como el individuo cuenta, además, con otras potencias, como el libre albedrío y
la voluntad, “el hombre de bien i el malo conocen que de ellos mismos depende su
conducta”, por lo que “el mérito i la culpabilidad, consecuencias de la virtud i el vicio,
son calificaciones que caen sobre los hombres virtuosos i malos” (p. 240)

El segundo deber correspondía a la conservación del cuerpo mediante el alimento y el


ejercicio. Ambos se veían como necesarios para “mantener i aumentar la fuerzas”
corporales, sin “destruirlas con escesos en comer i beber, con trabajos indebidos o con
alguna especie de intemperancia y [buscando] procurar recuperar la salud perdida por
medio de medicamentos útiles” (Vásquez, 1869: 56). Y este deber en su interrelación con
el anterior ejercería una influencia recíproca en el individuo. Las enfermedades del alma
“producen cambios en el sistema, útiles o dañosos, y […] determinan la voluntad”
(Merizalde, 1828: 457). Los estudios eran al alma lo que los ejercicios y trabajos eran al
106
cuerpo: “ellos son útiles cuando son moderados: ellos reproducen los mismos efectos que
las pasiones, i sostienen la libre circulacion de las fuerzas” (p. 508). Todo lo cual se
resumía en la siguiente máxima: “Nos encontramos constituidos en el deber de
instruirnos, de conservarnos y de moderar nuestras pasiones” (Carreño, 1875: 27).

EL AUTOGOBIERNO DE LAS PASIONES157: “En la vagancia y holgazanería hay un supremo


desorden”, decía Aguilar en 1887. Para prevenir la vagancia, el individuo debía saber
gobernar sus pasiones158. En este sentido, era indispensable gobernar dos tipos de
pasiones, relacionadas con dos instintos humanos. En primer lugar, las que competían al
instinto de “conservación”, por el cual “el animal resiste contra las causas de destruccion
i hace frente á los peligros que le amenazan”, entre los que se citaba “la pereza, el
fastidio, y la intemperancia”, como pasiones pertenecientes a este instinto que operan en
contra de la virtud de la diligencia. En segundo lugar, las pasiones que se relacionan con
el instinto de “imitación”, que se veía como “uno de los mas sólidos fundamentos de la
vida social” (Merizalde, 1828: 475). La emulación de las conductas de otras personas
concernía pues tanto a aquellas que se derivaban de las virtudes, como a las que se
desprendían de los vicios. La imitación de los comportamientos negativos era vista como
fuente de contagio que contribuía a que este instinto se gobernara hacia el vicio. En el
caso de la ociosidad, el flagelo o plaga de vagos producía un efecto de contagio social y
llevaba a que los vagos se reprodujeran como “polillas” en el territorio.

En la visión de la época, las pasiones generan otras pasiones y afectan diferentes partes y
órganos del cuerpo del individuo y a la sociedad. Por ejemplo:

La pasion del juego, se deriva de la sed de las riquezas i de la ociosidad. Ella es tan dañosa
a la sociedad, como perjudicial a la salud: ella la priva de la primera porcion del trabajo, de
la industria, i de los talentos que cada individuo le debe, i ella da lugar á todos los males
que dependen de la vida sendentaria, de la contencion escesiva del espiritu, de las
trasnochadas, i de las pasiones que le son inseparables. Por lo regular corrompe el corazon,
hasta el punto de cometer injusticias (Merizalde, 1828: 484).

157
Me referiré únicamente aquellas que atañen a la vagancia.
158
“Inclinaciones innatas” presentes en todo ser vivo y gobernables por él mismo: fortaleciéndolas en caso
de las significadas como positivas, o controlándolas en caso de las valoradas negativamente. Puede
consultarse, Epitome de los elementos de higiene ó influencia de las cosas fisicas i morales sobre el
hombre i de los medios de conservar la salud. Extractados de Estevan Tourtelle de José Feliz Merizalde
(1828).

107
A propósito, Merizalde planteaba una “influencia recíproca de lo físico sobre lo moral, i
de lo moral sobre lo físico”. Por ello cualquier afección del alma produce cambios en el
organismo, determina la voluntad: “El hombre que quiere perfeccionar su ser i gozar de
felicidad debe contraer tres jeneros de hábitos: 1º los que tienden á conservar el resorte de
los sentidos: 2º aquellos que pueden adelantar i estender los progresos del entendimiento:
3º sujetar en fin, en tiempo oportuno su alma al amor al orden” (p. 459).

La mejora de sí, el trabajo sobre sí, implicaba que, a través de las sensaciones, una
persona podría conocer lo que estaba fuera de ella; con el cultivo de las facultades
mentales, del intelecto, la persona gobernaría y decidiría lo que le convenía, es decir,
fortalecería y gobernaría su voluntad de tal manera que consiguiera que, tanto en su
cuerpo físico como en su constitución moral, se sujetara a sí misma. Adquirir hábitos
sensitivos, intelectuales y de autosujeción conllevaba que la persona aplicara todo ese
conocimiento adquirido, según el momento, y honrara sus deberes para con el Estado y
para con los demás.

CONTRA EL VICIO DE LA OCIOSIDAD EL BIEN DEL TRABAJO: EN 1672 ya decía Ordóñez que
“con la Ociosidad se grangean desdichas, y con el Trabajo se logran felicidades”. La
principal virtud que se promovía para contrarrestar la ociosidad era la diligencia, regida
por una única regla de acción: la dedicación al trabajo, definido como un deber para con
Dios y el Estado. Al cumplir con Dios a través del trabajo, la persona no solo cumple el
mandato divino, sino que evita caer en el pecado capital de la pereza, así como en otros
vicios. Y cumplir con el Estado significaba que el ciudadano aportara con una actividad
útil a la sociedad, que no fuera una carga para esta y que contribuyera a la generación del
bien común, neutralizando la propagación de la peste de la ociosidad.

Dicho de otra manera, las diversas menciones que se encuentran sobre el trabajo revelan
la conexión entre deber cristiano y deber civil. Ante Dios, quien trabaja se enaltece,
porque le representa al individuo un bien espiritual: Y lo recordaba el fraile Estella:
“Mandó Dios al hombre que trabajase, y no lo mandara si no fuera bueno, y por su
mandamiento se santifica” (1785: 169). En la sociedad, el trabajo contribuye a librar al
individuo de las tentaciones que la ociosidad le brinda y le otorga reconocimiento ante el

108
Estado, porque “la ocupación es la vida política de la sociedad. Un hombre sin ocupación
es muerto al Estado, es zángano de colmena, que se alimenta sin trabajar y es la polilla
que los destruye” (Finestrad, 1789: 147). Es decir que quien cumple con este doble deber
obtiene engrandecimiento religioso y existencia ante el Estado, dos recompensas para el
individuo a partir del ejercicio de una actividad útil.

El trabajo, como “base de la sociedad y fuente de la riqueza y de la civilización, es la


condición forzosa del hombre civilizado” (Ospina, 1842: 250) y solo con él cada persona
puede satisfacer sus propias necesidades. El trabajo va de la mano del comportamiento
moral de las personas, moraliza a los individuos, mientras que quienes eluden esta
obligación y prefieren el gozo al trabajo se están rebelando contra Dios y el Estado.
“Transformar esta población aletargada, en una población activa y laboriosa, es el gran
problema social que los poderes públicos y los hombres pensadores están llamados á
resolver en este país” (pp. 258-259).

Dos tipos de individuos son calificados como ociosos: los holgazanes, que sienten
aversión al trabajo, abandonan totalmente cualquier actividad productiva y realizan
actividades prohibidas –como la prostitución, la embriaguez, el juego–, acuden a lugares
prohibidos, arman escándalo, son de comportamiento grosero, etc.–, y los ociosos
vagantes, que van por caminos y pueblos sin trabajar y sin un destino fijo. En cuanto a la
repugnancia al trabajo, heredada de la colonia, ella se manifestaba de diferentes formas
en la República. En primer lugar, la aversión al trabajo manual o mecánico por parte de
las clases privilegiadas. Esta aversión conducía a la propagación de prácticas de compra
de puestos públicos o trabajo intelectual, y se constituía en el modelo a imitar por las
clases inferiores. En segundo lugar, el relajamiento de las costumbres en los colegios
habría conducido a los jóvenes estudiantes de la ciudad al abandono del estudio –
considerado como la actividad útil del joven–, la inobediencia a maestros y padres, y la
dedicación a actividades valoradas como de mal entretenimiento159. En resumen, la
pérdida de “hábitos sociales” venía favoreciendo la “desidia”, el “abandono de
principios” y contribuía a la propagación de la holgazanería (Aguilar, 1884: 289).

159
Forman parte de la estructura negativa de la sociedad.

109
La concentración de la base económica de la sociedad durante la Colonia, sumada al
monopolio del comercio y de la industria, la centralización administrativa, “el
predominio de la raza conquistadora”, el “exceso de trabajo” para indígenas esclavos, y la
división social establecida, eran vistas por republicanos como Miguel Samper como las
causas principales de la “perversión de ideas y de sentimientos”, que, en conjunto con la
ignorancia instituida, habían hecho de Bogotá “una ciudad esencialmente parásita desde
su origen por ser el asiento de clases dominadoras, explotadoras o improductivamente
consumidoras” (1869: 19-20). Luego de medio siglo de Independencia en la República de
Colombia, el pueblo que había de servirle no estaba acabado de formar. Y aunque
alcanzar la libertad implicó muchas dificultades –porque la república se levantó sobre las
“ruinas” coloniales y se trasladaron “literalmente á la Nueva Granada las instituciones
que rejian en otros pueblos que se reputaban libres” (Aguilar, 1884: 484-85), entre ellas,
el trasplante de ciertas reglas de comportamiento y costumbres que implicaron para el
pueblo constreñimiento y limitación en sus prácticas–, aún se los obligaba a comportarse
de acuerdo con reglas que “chocaban con las costumbres establecidas, y violentaban los
deseos y tendencias de los pueblos”. En otras palabras, en el pueblo, en “las masas
populares” se generaba un repudio total de estas reglas.

Era así como podía entenderse la contradicción con el valor que se daba al trabajo. De un
lado, el pueblo imitaba la repugnancia al trabajo de las altas esferas sociales160,
aumentando la vagancia, y de otro lado, se enfrentaba a la obligación de desempeñar
oficios tradicionalmente despreciados y mal pagos y de comportarse de acuerdo con
reglas de las cuales anteriormente estaban excluidos, por su falta de linaje. Y se sumaban
a los hábitos contrarios al trabajo el clima y la tendencia de algunas razas “a la pereza y al
ocio”, sin que bastara “el natural aguijon de la esperanza de mejorar suerte para
determinar el hombre al trabajo”, por lo que se precisaban “otros estimulos, al ménos
miéntras se adquieren nuevos hábitos” (pp. 483-84). Por tanto, se decía que quien “no
tiene modo honesto de vivir debe recibir trabajo y ser obligado á trabajar por la

160
Como se vio, Ospina en 1842 se refirió a este rechazo y desprecio al trabajo, juicio que complementaba
Aguilar, al expresar que en Colombia predominaban las sociedades literarias, “mientras las artes están
completamente abandonadas y la juventud del pueblo corrompida en brazos de la vagancia y de la
ociosidad” (1884: 291).

110
autoridad” y que era al Estado a quien le competía velar por la formación del hábito del
trabajo.

De los apartes anteriores se derivan dos retos para la Republica en relación con el
progreso de la economía y de la moralidad del ciudadano: promover no solo las virtudes-
valor, sino también las buenas costumbres, los buenos hábitos y las artes. Es decir, los
valores morales y las reglas de acción que se requerían como forma de alcanzarlos, y las
artes y oficios necesarios para ocupar principalmente a la juventud, en provecho de la
patria.

Las reglas de acción contra la vagancia

Entre 1828 y 1899 circularon en Colombia diferentes documentos, extranjeros y


nacionales, concernientes a las maneras de conducirse en varios espacios públicos y
privados. Además de los ámbitos, era variada la audiencia a la cual estaban dirigidos
estos escritos: algunos de ellos se dirigían a las escuelas privadas y públicas de hombres y
mujeres bajo denominaciones como manuales o códigos de urbanidad161, otros
correspondían a escritos especialmente para las jóvenes y, por último, estaban los que
aconsejaban de manera específica a los trabajadores162. Puntualmente, los escritos del
siglo XIX sobre urbanidad regían los modos de conducirse el individuo, en dos aspectos:
primero, en la relación con los demás163 a través de la Urbanidad, “expresion i ejercicio
agradable de las virtudes sociales” (Cuervo, 1853:7) que “nos enseña, pues, las buenas
acciones y palabras para con los demás” (Chaves, 1899: 40), en donde la etiqueta jugaba
un papel destacado (Carreño, 1875: 33-34). Y segundo, en la relación consigo mismo.

En cuanto al comportamiento social, estas reglas correspondían a la conducta que se


esperaba de cada uno de los habitantes, diferenciada según el tipo de relación social. Con
la patria, las conductas esperadas apuntaban al cumplimiento de las leyes y el respeto a
los gobernantes; con los padres, se centraban en el respeto, la obediencia y el socorro;
con los maestros, se esperaba atención, respeto y oración por ellos; con los hermanos, el
161
Codigo del Buen Tono (González, 1858), Compendio del manual de urbanidad y buenas maneras
(Carreño, 1875) Elementos de educación ó sea moral, higiene, urbanidad y economía doméstica para uso
de las escuelas y familias (Chaves, 1899).
162
El hombre honrado y laborioso (Sociedad de Beneficencia, 1842).
163
Practicando los deberes para con la sociedad y contribuyendo así al bienestar general.

111
amor y la ayuda recíproca; con los amigos, los consejos prudentes y la solidaridad; y con
los pobres, aquellas conductas que demostrasen la caridad, la compasión y el socorro
(Carreño, 1875: 11-19; Cuervo, 1853: 12-30). La prescripción de reglas de acción cubría
también diversos ámbitos sociales, como las visitas y las presentaciones, los bailes y
tertulias, la conversación, el juego, la forma de escribir y enviar cartas, el alojamiento de
huéspedes y el modo de comer (González, 1858: 21-45), el modo de conducirse en la
calle, en la iglesia y en la escuela (Carreño, 1875: 71-84). Como se ve, las reglas
abarcaban el conjunto de convenciones sociales, que transgredían las capas sociales
bajas, principalmente aquellos individuos cuyo comportamiento se encontraba en el lado
negativo de la estructura social, prácticas que estaban por fuera de su ámbito cotidiano y
de las costumbres y modos de relacionarse.

Por su parte, las reglas concernientes a la relación consigo mismo tenían que ver con los
deberes de conservación de las facultades mentales, del cuerpo y la salud, y el manejo de
las pasiones, como se vio anteriormente e ilustra esta cita de Carreño: “El hombre
instruido conocerá á Dios, se conocerá á sí mismo, y conocerá á los demas hombres: el
que cuide de su salud y su existencia, vivirá para Dios, para sí mismo y para sus
semejantes: el que refrene sus pasiones, complacerá á Dios, labrará su propia tranquilidad
y su propia dicha, y contribuirá á la dicha de los demás” (1875: 31). A pesar de que les
correspondía seguirlas tanto a hombres como a mujeres, para estas era más exigente su
observancia, pues “las reglas de urbanidad adquieren, respecto de su sexo, mayor grado
de severidad que cuando se aplican á los hombres” (p. 38).

El grupo de reglas a cumplir consigo mismo competía, en primer lugar, a la esfera de la


higiene personal, al aseo de la persona en las diferentes ocupaciones que esta se realizase
en el día y en la manera como se relacionara con los demás como forma de mantener el
decoro y la dignidad personal. En segundo lugar, a los diferentes actos del individuo en el
recinto de su casa, correspondientes a todos aquellos que se deben realizar al acostarse, al
levantarse, al atuendo en la casa, al comportamiento con la familia y los vecinos. En
tercer lugar, aquellas que concernían al trabajo. Práctica que había que cultivar con
constancia, para luchar contra la vagancia.

112
El individuo y el trabajo

Nunca te entregues al ocio / De la virtud enemigo;


Que es una vida de muertos / Y sepultura de vivos
(DJRB, 1779)

EL TRABAJO COMO UN DEBER GENERAL: “Debemos trabajar todos, grandes y pequeños,


ricos y pobres y debemos trabajar para conseguir alimento y para dar ocupación digna á
nuestra vida” (Cháves, 1899: 27), deber que podía ser tanto manual como mental. El
primero correspondía al “sudor de la frente”, el segundo al “sudor del alma”. El trabajo
manual lo alababa Sociedad de Beneficencia como virtud que “mantiene la serenidad del
alma, fija la imaginación y dá descanzo al espiritu […] es necesario á la parte física como
á la moral del hombre”:
Los trabajos corporales son de una necesidad primaria en toda sociedad; preciso es que
haya brazos para la agricultura y para las artes útiles: porque estas ocupan á la mayor parte
de los ciudadanos. La ociosidad es el mayor enemigo de los hombres acomodados. […] No
obstante esto, la mayor parte de las jentes acomodadas desdeñan el trabajo manual, el que
intentan reemplazar por diferentes medios, unos montando á caballo, otros yendo a la caza,
varios pescando […]. Al paseo y a la caza van tambien las penas del alma, únicamente el
trabajo de manos si no los hace desaparecer del todo, al menos los disminuye mucho
(1842: 27-28).

APRENDER UN OFICIO HONRADO: El trabajo de los niños consiste en el cumplimiento de


sus tareas escolares, “con interés y cuidado”, en ayudar a los padres en las labores del
hogar y en “aprender un oficio honrado para cuando sean grandes” (pp. 27-28). A las
niñas les correspondían las faenas del hogar:
… ayudando a su madre á gobernar, á asear los niños, á coser y aun á cocinar […].
Además deben ocuparse en hacer bordados, piezas de costura y planchado. Este trabajo
parece poco productivo pero es de grande utilidad para las familias. Muchas mujeres
laboriosas viven hoy honradamente con esta clase de trabajo. Las que no trabajan, se
llenan de tedio y malas costumbres, se vuelven murmuradoras y son el estorbo de la
sociedad. La Vírgen María pasaba la vida dichosa en su casa de Nazareth hilando y
preparando los alimentos. A ello deben imitar las niñas para vivir siempre ocupadas
(Chaves, 1899: 28-29).

GOBIERNO DEL OFICIO: En lo que competía al control de la ocupación, es importante


resaltar la promoción de un conjunto de prácticas dirigidas al individuo, como forma de

113
autocontrol, que lo inducían a una manera concreta de conducirse en relación con el
trabajo. En primer lugar, la práctica del examen de conciencia164 que debía hacer un
individuo en relación con el aprovechamiento del tiempo. Un ejemplo concreto de esta
manera de actuar la promovía la Sociedad de Beneficencia, de la siguiente manera:
“Sobre la horas del dia/ Para saber del empléo/ Que le hayas dado, y pregunta:/ ¿qué
acciones buenas he hecho?/ ¿Qué deberes he olvidado?/ ¿Qué virtudes? ¿Qué defectos?/
Y así puedes ir sondeando/ Tus obras y pensamientos,/ Bien ya para complacerte/ Si haz
practicado lo bueno,/ O bien para corregirte/ Procurando tu remedio” (1842: 7).
En segundo lugar –como forma de advertencia del peligro constante en que se encontraba
su honor personal– cualquier trabajador debía tener el autocontrol en la práctica
permanente de los deberes que le competían y con los cuales podía ganar y conservar
honor y credibilidad, es decir, una “buena reputación”. El cumplimiento del compromiso
establecido en la entrega de su trabajo se valoraba según la puntualidad en la entrega, la
exactitud en la obra u oficio estipulado y la calidad del producto obtenido:

Todo aquel que con su oficio profesion ó industria está empleado en servir al público,
debería hacerse constantemente estas reflecciones. Mi crédito y mi honor dependen de la
exactitud y puntualidad con que yo cumpla mis comprometimientos. El crédito y la
honradez no se adquieren sino con la práctica constante de cumplir relijiosamente lo
prometido; […] No basta hacer las cosas para el dia á que uno se ha comprometido, es
necesario hacerlas de la misma manera á que se obligó, y tan bien hechas cuanto depende
de la instrucción, esmero y posibilidad de cada uno. Esactitud y puntualidad, esmero y
cuidado en lo que se ha de hacer, son palabras que deberian estar grabadas en todos los
talleres y oficinas públicas, y mas que todo en el corazos de los artesanos, profesores y
oficinistas de todas las clases (Sociedad de Beneficencia, 1842: 9-10).

No cumplir con estos deberes básicos en el trabajo, cualquiera que este fuera, conllevaba
la deshonra, y “un hombre deshonrado en la sociedad viene á ser un ente bien
desgraciado, si es que le resta algun sentimiento de su dignidad” (pp. 10-11). En el peor
de los casos arrojaba sobre sí la vergüenza, último grado de la deshonra, puesto que
implicaba humillación general ante la sociedad.

164
Práctica de la religión católica previa a la confesión.

114
La tercera forma de autocontrol se relacionó con el ejercicio de la libertad en la elección
del trabajo a realizar, condicionada por “las fuerzas físicas y morales”, como medio para
alcanzar la perfección:

Cada ciudadano elejirá la profesion que mas le agrade; pero debe antes consultar sus
fuerzas físicas y morales, porque su primer objeto debe ser siempre ejercerla con
perfeccion y buen nombre. Es una obligación estricta de cada ciudadano, hacer todos los
esfuerzos para llegar á esta perfeccion, porque asi será mas util á sus coasocidados y
obtendrá más provechos (Sociedad de Beneficencia, 1842: 28).

Se trata, en este caso, de un modo de luchar contra la pereza que ataca en el ejercicio del
trabajo, es decir, cumplir a cabalidad con el compromiso adquirido tanto en tiempo de
ejecución como en calidad del producto. Ahora bien, quienes luego del autoexamen de
las capacidades físicas y morales estuvieran conscientes de su falta de capacidad para
ejercer algunas ocupaciones, dada la exigencia de destrezas que estas demandaban,
siempre era posible acudir a los trabajos manuales, como forma de evitar quedarse ocioso
y perder la tranquilidad del alma.

La ociosidad enjendra todos los vicios; la persona ociosa se llena de enfado, todo le
molesta, todo le fastidia y para distraerse y aturdirse se entrega en brazos de los vicios, que
parece se ofrecen entonces como grandes consuelos. La embriaguez, el juego y otros
desórdenes nacen casi generalmente de la ociosidad. La persona ocupada no tiene ocasión
de enfadarse, ni de aburrirse del tiempo, y por consiguiente no sucumbe á la tentacion de
beber, de jugar […]. El bagabundo y perezoso que a pesar de vivir de la estafa y del
petardo, quiere adquirir algo por sus propias manos, desecha la sujecion y el trabajo
reglado y sistemático, elije el juego, y entre una y otra suerte empina la copa, y la aurora le
sorprende ébrio ó perdido (Sociedad de Beneficencia, 1842: 30).

En síntesis, las reglas y prácticas morales, en conjunto con los principios morales
promovidos durante la construcción de la República, convergieron en la relación del
individuo consigo mismo y en el gobierno que de sí fuera capaz de realizar, para cumplir
con Dios, la Sociedad y consigo mismo.

***

115
A lo largo del capítulo se ha visto cómo se conformó un modo de desprecio del sujeto
colonizado, producto, en general, de la ausencia de unas características o distintivos de
quienes se ubicaban en la cúspide de la jerarquía social dominante y que constituyeron
los elementos ordenadores en Hispanoamérica, a partir de lo que Aníbal Quijano (2004:
204) denomina colonialidad del poder. Este desprecio contribuyó a la constitución
histórica de la identidad del sujeto conquistado y subalternizado, así como a una cierta
sensibilidad o percepción colectiva de la vagancia, como conducta encarnada en la figura
del vago. A ello aportaron saberes procedentes de diversos dominios, imprimiendo un
conjunto de marcadores con los cuales diferenciar entre esos sujetos subordinados
165
aquellos indeseables. Marcadores que, en los siglos XVIII y XIX , además de señalar la
vagancia como una manera y un lugar donde se era visible (Deleuze, 2013: 18),
remitieron a algo que había que temer y, en consecuencia, que se precisaba erradicar.

Se trata de saberes que se manifiestan en el orden social y a partir de los cuales se


estructuró la organización social colonial166, que comprendían a su vez diferentes saberes
que caían en umbrales del orden moral, de orden científico y de orden político. El
desprecio que traían implícito, además de crear una nueva identidad subordinada, estaba
impregnado de miedo a aquel que estuviera al margen, de temor al contagio por imitación
de conductas, y de medidas dirigidas a fortalecer en la estructura positiva de la sociedad
las formas de comportamiento diferenciales del trasgresor, las cuales no solo evidencian
formas de visibilidad diferenciada, sino que implican relaciones de fuerza para ejercer
diversas formas de poder sobre aquel que encarne o pudiera encarnar el vicio o conducta
de la vagancia.

165
Ya que una época se define por lo que ve y por lo que enuncia (Deleuze, 2013: 36).
166
Como ordenadores, destaca Quijano la idea de raza, a partir de la cual se establece la marca principal o
“diferencia colonial”, con la cual se imponen el control del trabajo y el género.

116
III. EL VAGO COMO SUJETO JURÍDICO

La historia de la emergencia del vago, como preocupación de los Estados, nos muestra el
papel decisivo que en la constitución de este sujeto han tenido tanto las prácticas sociales,
dirigidas a diferenciar entre pobres verdaderos y pobres falsos, como las medidas a tomar
a partir de los resultados de esta diferenciación, medidas que se dividían entre la
integración, mediante la atención o la licencia para pedir limosna, y la separación a partir
del desentendimiento de aquellos clasificados negativamente y el recelo ante su engaño y
camuflaje. Prácticas cuya invención y ordenamiento beben del cristianismo, como se vio,
que además de constituir sujetos de un tipo específico, establecieron formas de proceder
con aquellos que acatando la voluntad divina padecían algún sufrimiento y necesidad, así
como las que juzgaban moralmente la desobediencia o el pecado contra el mandato
divino y dictaminaban sobre la vida de los que pecaban. Prácticas morales, que devienen
en prácticas judiciales y señalan a los individuos que no acatan el mandato divino, el del
rey o las normas.

… el modo en que, en la historia de Occidente, se concibió y definió la manera en que


podían ser juzgados los hombres en función de los errores que habían cometido, la manera
en que se impone a determinados individuos la reparación de algunas de sus acciones y el
castigo de otras, todas esas reglas o, si se quiere, todas esas prácticas regulares modificadas
sin cesar a lo largo de la historia (Foucault, 1978: 16).

En la documentación encontrada sobre los siglos XVIII y XIX en Colombia, se vislumbra


un núcleo predominante de decisiones y prácticas de tipo judicial que se formularon en
relación con el sujeto vago, así como formas cambiantes de ese sujeto relacionadas con
un conjunto de prácticas e imaginarios del período. En este sentido puede plantearse que
a partir del dominio de lo jurídico se organizó tanto la vida como el destino de este sujeto.
En otras palabras, las coacciones y penas que se producen en función de la falta en que se
incurre se dirigen específicamente a castigar y corregir. Para ello, con el objeto de centrar
la mirada en el momento histórico específico que me interesa, y que se refiere a esa
transición del virreinato colonial a la formación de la República independiente, es
necesario esclarecer, en primer lugar, el escenario en el cual ocurrió esa guerra declarada
contra el vicio de la vagancia y contra los vagos.

117
EL ESCENARIO

Dos coordenadas conforman este escenario. La primera coordenada es la de las Reformas


Borbónicas aplicadas en la Nueva Granada, en el siglo XVIII y de manera substancial
hacia el final de la centuria, como escenario administrativo y gubernamental; y la
segunda corresponde a las fuentes judiciales con que España gobernaba a los vagos del
virreinato y los efectos que algunas de las reformas tuvieron sobre este gobierno, como
escenario jurídico.

Las Reformas Borbónicas

El siglo XVIII arranca en España con el rey Felipe V, de la dinastía de los Borbones. Este
emprende una serie de reformas dirigidas a recuperar el lugar dominante de España en
Europa mediante su transformación política, económica y cultural, así como el dominio y
la defensa del territorio de América, con la pretensión de alcanzar “las condiciones de
vida social que quería el gobierno español” (Barbosa, 2007: 47). No obstante, en la
América española se estimuló cierta indisposición hacia España por parte de la élite
criolla y la conciencia concerniente a “la identidad neogranadina, como sobre los propios
intereses y posibilidades, que posteriormente dieron paso a las pugnas por la separación y
la autonomía” (König, 1994: 53). Estas reformas fueron implementadas en la Nueva
Granada en tres fases. En el primer cuarto de siglo tuvo lugar el primer cambio relativo a
la constitución y reformulación del Virreinato de la Nueva Granada, aunque no logró
trascender, por la falta de recursos de la Corona. Más adelante, entre 1739-1740, se
llevaron a cabo reformas de orden administrativo y comercial. Y finalmente, durante el
virreinato de Manuel Antonio Flórez (1776-1782), Carlos III delegó en Juan Francisco
Gutiérrez de Piñeres la garantía de la implementación de las reformas borbónicas,
momento en el que se expidió el mayor número de disposiciones en ese sentido.

Los cambios producidos en esta última fase cobran gran importancia para el tema, por
cuanto constituyen la puerta de entrada del siglo XIX y la base organizativa general de
Colombiala República: su administración económica, política, social y judicial, con la
que después de la independencia política (1819) se inició el proceso de construcción
118
republicano. Para ilustrarlo mejor, además de la centralización del gobierno español, se
realizaron reformas fundamentales en el virreinato en “un trabajo profundo en cuanto al
funcionamiento del aparato administrativo, fiscal y educativo del gobierno español”
(Barbosa, 2007: 50). Asimismo, surgió una relación nueva entre las colonias y el
gobierno español; se implementó un sistema de gobierno económico, que consistió en la
“abolición de monopolios ineficaces, creación de monopolios lucrativos fiscalmente,
explotación de la plata y apertura para todas las clases sociales” (p. 51); se crearon los
resguardos armados; el territorio perdió autonomía económica y administrativa; menguó
de forma importante la participación de los criollos en los cargos públicos, al igual que en
la Real Audiencia, al tiempo que persistieron la esclavitud y los monopolios del tabaco y
la caña.

De manera particular, tres reformas incidieron en el abordaje del problema de la


presencia de vagos en el territorio167. La primera, no en orden de importancia, siguiendo a
María del Pilar López (2002: 82-97), se produjo a partir de los cambios en el pensamiento
económico en España con la influencia de los fisiócratas: la explotación del oro dejó de
ser el centro de la producción en las colonias, en tanto que adquirieron un lugar
preponderante la promoción de la industria y la agricultura, al igual que la transformación
en la valoración del trabajo; aumentaron las críticas a la escasa dedicación al oficio
artesanal, a las artes mecánicas y a la insuficiente especialización como aspectos que
dificultaban el progreso y favorecían la presencia de vagos. La segunda reforma tuvo que
ver con la organización de la población en la ciudad, para lo cual se formularon
disposiciones de “policía de la población”, centradas en la ordenación y control de la
plebe, entre las cuales están las medidas contra la vagancia, así como las que se referían
al “arreglo de medios, la división de la ciudad en barrios, la regulación y control de
chicherías, la creación de los hospicios reales, la prohibición de la mendicidad, la
regulación de juegos y diversiones y la expulsión de forasteros de la ciudad” (p. 91);
controles que desde 1774 aumentaron en la ciudad.

167
En este aparte las reformas se exponen de manera general. No obstante y de acuerdo con la estructura
del documento, la especificidad de cada medida será profundizada en los diferentes capítulos.

119
La tercera transformación se produjo con la organización de la ciudad en barrios y las
medidas que se dictaron hacia la población que implicaron el paso de una organización
con bases cristianas a una organización de orden secular: el paso de las parroquias a los
cuarteles y a la división en barrios. El Virrey Manuel Guirior (1776), en la instrucción
que hacía a su sucesor Manuel Antonio Flórez, lo relataba de la siguiente manera:

… para el buen órden interior de esta capital, dispuse que, á semejanza de lo prácticado en
España, se dividiese en cuatro cuarteles y ocho barrios, encargando los primeros á cuatro
Ministros de la Real Audiencia, y nombrando ocho Alcaldes para los segundos, con órden
de que numerasen las casas, vecindarios y habitaciones de todas clases, con la jurisdicción
correspondiente para conservar la quietud bajo las reglas que se prescriben en la
instrucción formada la intento con el fin de dar ocupación á los vagos, indagar el número
de almas, casas y familias como corresponde al mas acertado gobierno (citado en López,
2002: 183).

Es decir que esta organización comprendía el conocimiento total de la población por cada
alcalde, el cual involucraba la diferenciación dentro de ella de los extranjeros, los vagos y
los malentretenidos, contra los que se tomaron medidas específicas. Controles que se
fortalecieron luego de la Revuelta de los Comuneros (1781), los cuales tuvieron que ver
con la disposición de dar destino a los vagos, la prohibición de la mendicidad, la recogida
de pobres y mendigos y el retorno de los indios a sus tierras, entre otras.

Fuentes judiciales: el derecho colonial

Pasando ahora a la segunda coordenada del escenario, es importante la descripción de las


diferentes fuentes judiciales de las que se nutrió el sistema jurídico con que España
gobernaba las colonias y concretamente a los vagos en el virreinato, para entender la
naturaleza de este sistema aplicado en las colonias y los cambios jurídicos llevados a
cabo durante la independencia, es decir, el paso de un derecho monárquico que no
consideraba la división de poderes a un derecho republicano en el que se estipularon tres
poderes –ejecutivo, legislativo y judicial–, así como las normas del derecho colonial que
se mantuvieron en ese tránsito, hasta bien entrado el siglo XIX, entre las cuales figuraron
las medidas en contra del vago.

Es de destacar que el derecho castellano, con el cual se pretendía gobernar las colonias,
prontamente mostró su ineficacia en los territorios coloniales, dadas las diferencias

120
poblacionales, de desarrollo y de extensión del territorio, que hicieron necesaria la
formulación del Derecho Indiano tomando el lugar principal en las colonias; no obstante,
“la potestad legislativa, tanto en las Indias como en España, radicaba exclusivamente en
la Corona” (Ots, 1952: 88). El derecho indiano se nutrió, por cierto, de fuentes jurídicas o
leyes que databan del siglo XIII, la costumbre y la jurisprudencia.

En cuanto a las leyes –primera fuente–, en orden cronológico corresponden a: 1) las Siete
Partidas (1256-1263) de carácter erudito y con propósito doctrinal, que reemplazaron el
derecho local por uno territorial y con la Ordenanza de 1348 alcanzaron su fuerza legal y
una difusión extraordinaria en los territorios de las Indias Occidentales (p. 39); 2) las
Leyes de Toro (1505), que comprendían un conjunto de 83 leyes cuya importancia radicó
“en la formación histórica de algunas instituciones jurídicas del pueblo castellano” (p.
40); 3) la Nueva Recopilación de Leyes de Castilla (1567), que sistematizó el Derecho
castellano en 12 libros, “subdivididos en títulos y éstos en leyes, con un total de más de
cuatro mil”, pero su publicación “no acabó con la necesidad de seguir consultando otra
fuentes anteriores” (p. 41); 4) la Novísima Recopilación de Leyes de España (1805), que
sistematizaba las normas jurídica vigentes “sin reproducir literalmente los textos legales
de dónde aquellas procedían” (p. 42), aplicándose hasta después de la Independencia; 5)
la Recopilación de las Leyes de Indias (1680), llevada a cabo por el presidente del Real y
Supremo Consejo de Indias, que constaba de nueve libros divididos en 218 títulos y 6.377
leyes168, y “al frente de cada ley se indican las fuentes de su procedencia” (p. 93).

Por otra parte, la costumbre incluida en la Recopilación de Leyes de Indias de 1680, no


obstante, “tuvo menguada aplicación en el área del derecho criminal” o privado (Barbosa,
2007: 118-19). Y la jurisprudencia que corresponde a lo que determinaba una decisión
judicial en la Colonia presentó dos particularidades: una, que “se diluía en las discusiones
jurídicas permanentes en cuanto al respeto escueto de la ley […] y la ausencia de
reflexiones judiciales […] [de modo que] se incrementó el arbitrio excesivo de los jueces.
En el campo criminal se impuso el criterio de la imposición facultativa de las penas”, y
dos, la influencia de la Iglesia en la aplicación de la justicia, que llevó a que se

168
Esta Recopilación fue ampliada en 1841 con las normas posteriores a 1680 y una publicación final
denominada “Recopilación compendiada de las leyes de Indias [en 1864] con notas no contenidas en la
edición de 1841” (Ots, 1952: 93).

121
confundiera la noción de delito con la de pecado (p. 120). En términos generales, este
derecho se caracterizó por su casuística, con tendencia a homogenizar y ser
meticulosamente reglamentista y con “profundo sentido ético y religioso” (pp. 88-90).

El derecho republicano

Una vez se desintegró el Virreinato, cuya cabeza principal se regía por los reales
acuerdos de las Audiencias, empezó el paso del derecho colonial al derecho republicano,
a partir de un cambio drástico: del poder absoluto del monarca se transitó a un Estado con
tres poderes públicos –ejecutivo, legislativo y judicial–, en “un nuevo contexto de acción
en el cual emergieron los derechos del ciudadano, la proporcionalidad y la igualdad
formal que estructuraron la justicia republicana” (Barbosa, 2007: 121). No obstante, en
esta transición era clara la influencia y continuidad de las fuentes del sistema judicial de
la Colonia, con las cuales se regía el virreinato. Como puede verse, bajo la
vicepresidencia de Santander en 1825, la ley de procedimiento civil enumeraba en el
primer artículo las fuentes del derecho que se emplearían, entre las cuales figuraron las
fuentes coloniales. Veamos:

1. Las decretadas o que en lo sucesivo se decreten por el poder legislativo. 2. Las


pragmáticas, cédulas, órdenes, decretos y ordenanzas del gobierno español sancionadas
hasta el 18 de marzo de 1808 que estaban en observación bajo el mismo gobierno en el
territorio en forma de República. 3. Las leyes de la recopilación de Indias. 4. Las de la
Nueva Recopilación de Castilla. 5. Las de las Siete Partidas (Barbosa, 2007: 122).

Estas fuentes se mantuvieron hasta 1887169, momento en que desaparecen totalmente. Lo


que significa que el derecho republicano, adicional a las leyes que formulaba el poder
legislativo, utilizaba las leyes coloniales que sirvieron para llenar los vacíos jurídicos
durante esta transición, siempre y cuando no entraran en contradicción con los principios
republicanos. De allí que las leyes que veremos a continuación sobre estos sujetos
conservaran esta característica predominante de la continuidad. Ahora bien, la aplicación
de estas fuentes no era arbitraria y, por el contrario, tuvo un orden estipulado en la
Constitución Federalista de 1858, en el cual se daba prioridad a las leyes expedidas por el

169
Con la Constitución Política de 1843, se formuló una ley que ordenaba codificar todas las leyes en un
documento único, labor encargada a Lino de Pombo, que se publicó con el título de Recopilación
Granadina y recogía las leyes vigentes hasta 1844.

122
Congreso de ese año, seguido por las expedidas por los congresos de la Nueva Granada
de 1845 a 1857, y luego por las de la Recopilación Granadina, las pragmáticas, órdenes,
decretos y ordenanzas expedidas hasta marzo 18 de 1808, las de la Recopilación de Indias
y las de las Siete Partidas (Barbosa, 2007: 122). Por otra parte, es de destacar que en la
primera mitad del siglo XIX, en ausencia de un código penal, la tipificación criminal y los
procedimientos a seguir, “acogían los principios del debido proceso” (p. 149). De igual
forma, hay que señalar que la asimilación cristiana del delito con el pecado, heredada de
la tradición judicial colonial, solo se rompió hasta 1937, a partir de la diferenciación que
se estableció entre delito y moral, al igual que cambió el sentido de la pena, pasando de la
expiación a la prevención, con el Código Penal.

CONSTITUCIÓN JURÍDICA DEL VAGO

Como se vio en el capítulo I, los primeros trazos del dispositivo de la vagancia


contemplaron un juego de relaciones de poder de orden religioso y moral,
fundamentalmente. Respecto de este juego de relaciones podemos afirmar, siguiendo a
Foucault (2001), que el vago aparece en el campo del cristianismo medieval y la religión
católica, en un dominio de justicia religiosa170, con la norma moral y las prácticas
desarrolladas para ellos; además, en el auge de la secularización del vago, se lo entendió
como un sujeto a corregir en este juego de relaciones de poder. De esta manera se entra
en el dominio jurídico, con una justicia secular que parte de los discursos y prácticas que
toma de la justicia religiosa –apropiándolas, ajustándolas o descartándolas–, para
configurar jurídicamente el individuo a sujetar mediante técnicas de selección y
diferenciación y de gobierno de su vida.

Por otra parte, la preponderancia de fuentes primarias de este tipo en los archivos del
siglo XIX, así como el proceso de organización política administrativa que se iniciaba con
las Reformas borbónicas y que se produjo con la independencia de la Nueva Granada,
posibilitan plantear este dominio jurídico como fuerza en el proceso que objetiva y

170
Si la virtud cardinal de la justicia consiste en dar al prójimo lo que es debido, entonces el vago, por el
hecho de desobedecer un mandato divino y cometer pecado, se hacía merecedor de algo, criterio con el cual
procedió la Iglesia de diversas maneras ante la presencia de estos individuos entre los siglos XIII y XVI.

123
constituye el “sujeto moderno a corregir”. Estudiarlo conlleva examinar tres
componentes: el sujeto peligroso, su castigo y corrección, y la verdad y la justicia.

El vago, un sujeto peligroso

Como primer componente de la noción jurídica del vago y su constitución como sujeto
jurídico, se identifican no solo los individuos sobre quienes se intentaba intervenir, sino
los vicios que estos representaban y que se quería someter –como la vagancia, la
holgazanería y el malentretenimiento–. Ahora bien, la particularidad que la relación
figura-vicio171 presenta en el tiempo, al conectarla con los acontecimientos a partir de los
cuales se modifica la configuración de ese individuo a corregir, permite descifrar la
dinámica de las relaciones en un momento dado. En otras palabras, el escenario donde se
producen las virtudes y conductas negativas posibilita penetrar en “las múltiples
experiencias que el concepto cristaliza” (Geertz, 1988, citado por Ortega y Chicangana,
2012). La combinación individuo-vicio se encarnó en diversas imágenes vivas de la
vagancia. Fueron estas las que configuraron las definiciones jurídicas sobre el vago y
señalaron la trayectoria de la problematización de este personaje dificultoso, visibilizando
no solo aquello que lo definía como “individuo a corregir” –lo que, como planteaba
Foucault (2001), tiene que ver con su estilo de vida y comportamiento–, sino también el
trasfondo de las relaciones sociales, allí donde su presencia era molesta y orientaban las
representaciones de la vagancia, en dirección a lo que había que corregir en ese
individuo, en lo que tocaba a sus vicios y sus conductas negativas (pp. 61-65).

La definición formal que los constituyó jurídicamente como vagos en las normas del
gobierno monárquico en 1775172 señalaba los individuos que molestaban en la vida
cotidiana. La historia muestra que el mote de vago fue utilizado como “término policial”
desde el siglo XIV (Góngora, 1966), pero fue en los siglos XVI y XVII cuando aparecen
otras figuras que representaban aspectos de la vida española en los albores de la edad
moderna y que enumeraban la Real Pragmática de 1566 de Felipe II y la Instrucción de
Virreyes en 1628 de Felipe IV. Estas figuras personificaban en la península dos tipos: los
171
Con esta relación me refiero a que, dado que el concepto de vago incluía diversas figuras a partir de
diferentes conductas indebidas, asociadas con la inactividad o inacción, estas correspondían a
comportamientos amorales que representaban el vicio de la vagancia.
172
Lo que no significa que antes de este año no hubiera habido medidas orientadas a ellos.

124
nómadas, sin asiento territorial ni domicilio fijo, representados por los inmigrantes del
exterior (los gitanos)173, y los inmigrantes internos, que desempeñan sus oficios de
población en población (los caldereros). Ambos encarnaban culturas y costumbres no
aceptadas y el nivel más bajo en la jerarquía de los trabajos, lacrados además por su
intermitencia e inconstancia. Y los individuos reacios al trabajo, representados en el
mendigo válido.

Y declaramos ser vagamundos quanto á la dicha pena los egipcianos y caldereros


extranjeros, que por leyes y prágmaticas destos Reynos estan mandados echar de él, y los
pobres mendigantes sanos que, contra la orden y forma dada en la nueva pragmática que
cerca dello se ha hecho, piden y andan vagamundos; guardándose en lo demas, en lo que
toca á los dichos gitanos, y caldereros extrangeros y pobres, lo contenido en las leyes y
pragmáticas que cerca dello estan hechas (Recopilación de las Leyes de Indias).

Asimismo, los extranjeros inmigrantes formaron parte del momento histórico en el cual
confluyó la llegada de los gitanos al territorio español entre 1415 y 1425 con el aumento
de la pobreza debida a las malas cosechas, la escasez de trabajo, las pestes y la baja
valoración de algunos oficios.

Por su parte, en las Indias occidentales, se produjo a principios del siglo XVII la aparición
de una figura peninsular que creó tensión con la Corona: el vago peninsular inmigrante,
calificado como peligrosamente dañino para los indios, quien, además de trasgredir las
disposiciones poblacionales de vivienda separada de estos, representaba un perjuicio para
ellos, lo que llevó a la formulación de una ley previniendo sobre su presencia en
América:

Los Vagabundos Españoles, que viven entre Indios, y en sus Pueblos, les hazen muchos
daños, y molestias intolerables y conviene, que los Virreyes, Presidentes, y Governadores
hagan guardar, y cumplir las leyes 21 y 22 tit. 3. lib. 6. y provean, que no puedan estar
entre los Indios, ni habitar en sus Pueblos […] y ordenen que hagan asiento con personas á
quien sirvan, ó aprendan oficios en que se ocupen, y puedan ganar, y tener que sustentarse
por buenos medios; y si esto no bastare, ni lo quisieren hazer los destierren de la Provincia
(Novísima Recopilación de Leyes de España).

173
Los gitanos empiezan a ser perseguidos a partir de 1499. En la Real Pragmática de 1566, el término que
se utiliza es el de egipciano, originado en que los primeros gitanos que entraron en el reino español lo
hicieron por los Pirineos “en pequeños grupos de 50-100 miembros dirigidos cada uno por un líder que se
llama a sí mismo ‘duque’ o ‘conde’ del Egipto Menor o Pequeño Egipto. De ahí el hombre de ‘egipcianos’
y más tarde ‘gitanos’”. Ver “Aproximación histórica al pueblo gitano”. Documento en línea.

125
Su presencia en territorios coloniales fue consecuencia de las primeras leyes y
pragmáticas formuladas para la colonización de las Indias en las que había libertad de
desplazamiento para quienes quisieran venir voluntariamente a estas tierras: familias o
personas solas, a quienes no se les indagaba por su conducta. Posteriormente, la libre
movilidad restringió los aspirantes que representaban figuras de precario
comportamiento, entre los que estaban los gitanos, los judíos y los nuevos cristianos. Acá
hay que tener presente que, al tiempo con la preocupación por el posible daño que estos
vagos causaran a los indios, también entraron en juego las disposiciones que prohibían la
mezcla conquistador-conquistado, colonizador-colonizado y aquellas sobre la
organización de la población en el territorio de las Indias.

Avanzando en el tiempo, hacia mediados del siglo XVIII, con la Orden Real de 1745 se
afianzó el núcleo a partir del cual fue posible discernir si un individuo podía ser
catalogado o no como vago, lo que facilitaba su identificación en tierras americanas
(Jurado, 2004). En cualquiera de las representaciones –que señalo a continuación– en que
era posible ubicar un individuo, era condición no “tener un oficio fijo” que garantizara su
sustento y el de su familia; es decir que no se permitía la intermitencia de la labor ni la
inconstancia del individuo. Pero, si además de estas formas inaceptables con respecto al
oficio, el individuo portaba otras características relacionadas con las costumbres públicas
o las normas de la ciudad que contravinieran lo lícito, y comportamientos contrarios a lo
aprobado o autorizado socialmente, era posible clasificarlo, además, de manera más
específica en alguna de las figuras en que se dividió la vagancia.

Por orden real se amplió la gama de figuras que entraron a formar parte de aquellos
declarados como vagos. En particular aumentaron los rostros que revelaban174 las figuras
del holgazán u ocioso –aquel que eludía el trabajo de manera permanente o por periodos
largos o desempeñaba actividades contrarias a los trabajos permitidos– y del vagante o
nómada; los que encarnaban la variedad de comportamientos que más adelante darán
lugar a la representación del malentretenido; y los personajes ejemplo de la no sujeción,
que personificó el joven suelto. En resumen, un sinnúmero de conductas a partir de las

174
Como preludio del término que posteriormente aparecerá claro en las normas.

126
cuales se amplió la diversidad de imágenes que representaban “lo no aceptado”175 y “la
no sujeción” a oficio o a persona alguna (padres, maestros, señor, etc.), como se puede
apreciar en la Tabla 1, que resume la variedad de prácticas y comportamientos que
constituyeron las definiciones jurídicas.

TABLA 1. CONDUCTAS, FIGURAS Y PRÁCTICAS ASOCIADAS CON EL VAGO.

CONDUCTA FIGURA PRÁCTICAS

Transgredir las normas sociales de Asiste a casas de juego, tiene malas


convivencia en público, los horarios compañías, anda por espacios
y los espacios y no aplicarse al Malentretenido sospechosos como única actividad.
trabajo.
Amancebamiento, embriaguez,
costumbres permitidas a horas no
autorizadas.

No sujeción a las normas y Irreverente, escandaloso, hijo


disciplina de la casa, sin actividad desobediente, estudiante desobediente,
útil. No sujeción a la disciplina del Joven suelto tiene malas costumbres, porta armas
estudio, inconstancia, abandono. prohibidas vs. edad, joven forastero
Comportamiento público suelto, joven abandonado, limosnero.
reprobable. Sin actividad útil.

Renuencia o inaplicación al trabajo, Sin oficio ni beneficio. Mendigo


inconstancia, abandono del trabajo. válido, jornalero, el que deja el trabajo.
Evasión del trabajo con artimañas. Holgazán
Utilización del prójimo pudiendo
trabajar.

Andar de pueblo en pueblo, sin Saltimbanquis, bolicheros, gaiteros, los


destino fijo, viviendo en la que ferian habilidades, pícaros,
ociosidad o desempeñando trabajos Vagantes176 embaucadores, vendedores
equivalentes a la vagancia. ambulantes, holgazanes.
Vagos volantes

Fuente: Elaboración propia.

En síntesis, tres elementos se desprendían de esta definición, los que mayor continuidad
irían a presentar en la evolución del concepto durante un buen tiempo. Primero, la forma
175
Para mayor detalle de esas conductas puede remitirse al Anexo 1 con la cronología de las leyes que
definen al vago 1745-1926.
176
Es un término que utilizan en la época algunas de las normas, para referirse al individuo que vaga de
lugar en lugar en diversas calidades: sin domicilio fijo, ni destino, ni trabajo fijo, o como ocioso.

127
de identificar un vago, en el que se conjugan “la negación al trabajo”, las “prácticas
trasgresoras” y “la ausencia de domicilio”, que llevaba implícito la falta de
reconocimiento familiar o comunitario. Segundo, las conductas negativas o ilícitas en las
que se incurría y que contribuyeron en la imputación como vago, al mismo tiempo que de
estas se derivaban las figuras a las que nos referimos en la Tabla 1. Y, por último, las
prácticas no permitidas, que al formar parte de una norma jurídica se tornaban ilícitas y
llevaban a que formalmente se incurriera en desvío de la conducta, prácticas que a su vez
constituyeron el abanico de actividades desplegadas por esa clase de individuos en la
ciudad y que nos hablan de esos modos de vida clasificados en su momento como
deshonestos e irreverentes.

Esos tres marcadores de raigambre colonial177 se encuentran en las definiciones españolas


producidas entre 1775 y 1805, redactadas en un estilo más conciso y centradas en lo
sustantivo de las conductas rechazadas (Anexo 1). Con su enunciación formal, se
afianzaron los términos178: clase de vagos (1775), categoría que comprendía diferentes
comportamientos asociados a la vagancia; malentretenidos, que agrupaba a individuos
holgazanes que se dedicaran a actividades transgresoras de las costumbres sociales
aceptadas; y la diferencia ocioso-vago, para la cual tener o no domicilio era la
característica central de distinción, siendo los ociosos los que lo tenían, en tanto los vagos
carecían de él, aunque ambos coincidían en que no se sujetaban al trabajo (en cualquiera
de las formas antes descritas). Y se ampliaba incluso más la lista de oficios sucios u
equivalentes a vagar por las poblaciones, sin destino fijo (Anexo 1).

Basta con poner como ejemplo una de las definiciones producidas, en la cual se
enumeran los tres elementos clave que integraban la identidad del vago. En 1777 el
gobernador de Antioquia Cayetano Buelta Lorenzana, como parte de la puesta en marcha
de las Reformas Borbónicas, emitía un bando de buen gobierno con el objeto de instruir a
177
“Muchas de las tensiones y contradicciones que se hicieron evidentes hace doscientos años, al comienzo
de una larga y conflictiva ruptura que terminará en la emergencia de las nuevas repúblicas americanas,
continuarán operando y definiendo nuestra historia, no como herencias intactas, sino como procesos de
configuración de organización de lo político” (Ortega y Chicangana, 2012: 23).
178
Tres normas jurídicas dan la definición de vago: la Real Ordenanza para las levas anuales en todos los
pueblos del Reyno, D. Carlos III, en Aranjuez, por Real decreto y cédula de 7 de mayo de 1775; el Bando
de Buen Gobierno de 1777, del gobernador Cayetano Buelta Lorenzana; y, en 1783, la Prohibicion de
vagar por el Reyno los buhoneros, saludadores, loberos; y su destino en clase vagos. El texto completo de
las definiciones se encuentra en el Anexo 1.

128
los alcaldes sobre las medidas para la recuperación del “orden social”, entre las cuales
figuraban las dirigidas al control de los vagos. En este bando se define a los vagos y
ociosos de la siguiente manera:

Igualmente son odiosos y perjudiciales los ociosos y bagos, que no sirven […] y para que
no se ofrezca duda sobre la distinción, que hay de la clase de Ociosos a la de Bagos se
tendrá presente, que ociosos son aquellos de residencia fija en un pueblo, sitio o estancia,
que no se sujetan al trabajo diario y no siembran lo proporcionado para su manutención y la
de su familia, pues no les exime de la clase de ociosos una corta sementera, ni algunos días
de trabajo, estando la mayor parte del año sin exercitarse en el cultivo del campo. Vagos
son aquellos que no tienen domicilio cierto y andan de una parte a otra sin lexítimo motivo,
y para yncurrir en la clase de vago, es bastante prueva, el que esté en cualquiera población
un mes, sin destino formal ni solicitarlo, y teniendo presente el daño que en castigo de la
culpa de nuestros primeros padres les impuso el mismo Dios la pena de que se mantubiesen
con el sudor de su rostro, reputa por ladrones de la Republica a todos los ociosos y bagos,
que en contravenzion a este divino precepto, se mantienen con el sudor y trabajo de su
proximo, en cuyo concepto deven ser como perniciosos y perjudiciales, expelidos y
arrojados de la República, y será muy culpable cualquiera que los auxiliare, aunque sea con
el pretexto de piedad, y limosna, pues esta se deve ejecutar con los pobres, viejos,
enfermos, tullidos, y otros, que con legítimo impedimento no pueden trabajar; pero no con
una clase de gente tan perniciosas y nociva (Buelta, AGN: ff 229-225v).

Es posible inferir un cambio en la forma como era visto el vago, que pasa de ser un
“individuo que hace daño” por su propagación de las malas costumbres y vicios entre los
indios, a un individuo al que se declara “ladrón de la República”. Dos calificativos que
responden a uno mayor: el de “sujeto peligroso” que, por un lado, representa un peligro
moral –por lo que puede advertirse en las informes de los virreyes– y, por otro, está cerca
de recibir la denominación de delincuente.

Por ejemplo, Moreno y Escandón, fiscal protector de los indios en la Real Audiencia, se
refería en su narración sobre los indios bárbaros a un individuo dañino moralmente y al
perjuicio que se causaba con

… el asilo que prestan a otros indios ya reducidos, i a jentes de mal vivir, que para
libertarse del castigo que merecen sus delitos se acojen a los bárbaros, i les conducen a
mayores inquietudes siendo esto mucho mas perjudicial en los que, por hallarse situados en
las inmediaciones de la costa, logran el trato i comercio con los extranjeros quienes […] al
mismo tiempo, despues de sujerirles nocivas especies i radicarlos en su obstinación i
perfidia, les franquean armas i municiones para que resistan i acometan a los españoles
(1772: 59).

129
En el mismo sentido, la aprensión por aquellos vagos que, “además de su vagancia se
contemplen con vicios perjudiciales”, se expresó también en la necesidad de evitar la
mezcla en los hospicios entre vagos y el resto de hospicianos179. El virrey Guirior se
refería al “cuidado propio del gobierno para separar los muchos holgazanes que con el
disfraz de mendigos cometen excesos y gravan la república” (1776: 183).

Por contraste, entrando en el último cuarto del siglo, se piensa la vagancia como una
fuente de incubación de la delincuencia180. En su virreinato, Caballero y Góngora en su
relación de mando dibujaba una población sin sujeción, expresada en los siguientes
males: vivir libre de ley y religión; ausencia de esfuerzo para el sostenimiento diario,
puesto que la naturaleza misma proveía los alimentos, sumado esto a una ubicación
estratégica en las laderas del río; desorden y confusión; costumbre de “huirse unos de los
otros para poder vivir á sus anchas y sin el recelo de ser notados en sus infames y viles
procedimientos”; disposición para el entretenimiento permanente mediante “juegos,
bailes, y funciones entregadas á la ociosidad a que ayuda la fertilidad del pais”; mal
ejemplo, que los hijos imitan; y aumento notable de la población de “inútiles vasallos que
a largos pasos se van precipitando en la misma barbarie de sus habitantes”, para finalizar
de la siguiente manera: “Con semejante jénero de vida, una numerosa poblacion es en
realidad un mónstruo indomable, que á todo lo bueno se resiste, y nada proporcionada
para recibir con docilidad las providencias más benéficas del Gobierno” (1789: 216).

Por su parte, el virrey Ezpeleta observaba que en el territorio halló “varias gentes vagas y
sin oficio, jugadores, ladrones y otros menores delitos que necesitan correspondiente castigo
y que por falta de seguridad en las cárceles […] [de modo que] quedan impunidos sus delitos
que aun siendo menores la falta de castigo les hará pasar a otros de la mayor gravedad”
(citado por Rodríguez, 2004: 33). Situación por la cual tomó medidas correctivas y
preventivas según lo manifiesta en su informe, en orden a impedir que delinquieran:

… no me detuve en ocurrir a este objeto, publicando una ordenanza de vagos […] para
escitar a todas las justicias a recojer i perseguir esta clase tan perjudicial al Estado […]
como que por medio de la recolección de vagos i su destino a las armas, obras públicas i

179
tal como se encuentra en la Ley XII, t. V, lib. XII, tít. XXX de la Novísima Recopilación de Leyes de
España (NRLE).
180
De manera precisa, esto puede verse en la ley XVI de la NRLE.

130
otros objetos que les sirven de castigo i enmienda, se evita que de vagos pasen a
delincuentes, i de aquí a forajidos en los montes (1796: 354; énfasis agregado).

A diferencia de las miradas que marcaban la peligrosidad de estos individuos, en 1803 el


virrey Mendinueta analizaba otros aspectos que matizaban la imagen nefasta que dejó
consignada su antecesor sobre los habitantes del virreinato. Para Mendinueta, la
mendiguez era “una verdadera enfermedad física, política i moral i es casi siempre
consecuencia de la desaplicación al trabajo […] puede dimanar de principios en que,
averiguada la verdad, no resultarian quizá orijinalmente culpados los mismos mendigos”
(1803: 102). Todo venía de la falta de educación, el mal trabajo de los encargados de su
control y la ausencia de un salario que atrajera hacia el trabajo, sumado a la abundancia
de alimentos y las mínimos requerimientos que implicaba llevar una vida de ocio o de
mendicidad. Se presentaba también una imagen diferente de la población del virreinato
en general y de los vagos en particular, contra la carga de monstruosidad aludida por su
antecesor:

… es una pintura ideal pero horrorosa de un monstruo que no existe. A juzgar por ella, se
creeria […] que abunda de jentes míseras, de holgazanes i facinerosos; que esos hombres,
retraidos en las breñas i espesuras, son muchos i objeto temible para los traficantes, para
los pueblos i aun para el gobierno; i en una palabra, se tendrá por una verdadera desgracia
la suerte de venir a gobernar este monstruo indomable, a que todo lo bueno se resiste […], i
se puede asegurar que sus vecinos no se han perdido para la sociedad, no son esas hordas
volantes de vagos que finjen tan numerosas; emigraron a los lugares mas inmediatos; i con
efecto, es cosa bien comun hallar una parroquia floreciente cerca de una ciudad medio
arruinada […]. Los forajidos en los bosques parece se contentan con vejetar libremente,
pues en catorce años no se ha oido que turben el sosiego público, ni que salgan de sus
guaridas a cometer alguna violencia (pp. 88-90).

Ya aludí atrás a las conductas ilícitas que se asociaban con el vago y que, además de
contribuir con la formulación de diversas figuras del mismo, posibilitan inferir las
prácticas sociales no aprobadas –esas que realizan los individuos sin sujeción, al eludir o
desobedecer esa norma social y legal– y dejan ver las relaciones de fuerza que se
establecen a partir de su contravención. Estas prácticas revelan la experiencia relacional
del día a día en lo que tocaba a las costumbres y conductas aceptadas y desaprobadas en
un momento determinado y a la experiencia de lo inadmisible, a medida que crecían la
población, las necesidades, el hambre, la falta de trabajo y la complejidad de la vida en

131
sociedad. De la misma manera, indican el crecimiento de la ciudad, manifiesto en la
diversidad de oficios y oficiantes que los realizan, ubicados en la parte más baja de la
jerarquía de trabajos, y que son las labores que realiza la plebe.

Las normas producidas en este corto período de finales de la Colonia denuncian una
conducta ilícita general: el vicio de la “ociosidad”, del que se hacía derivar el vivir
ocioso, la vida ociosa, el andar malentretenido y las ocupaciones u oficios viles. La
ociosidad se manifestaba de manera diferente y en variados ámbitos, incluidos aquellos
que por las características de la actividad implicaban espacios que contrarían la idea de
utilidad, lo cual llevaba a su asociación, por equivalencia, con la vagancia y el vivir
ocioso y sin destino. Me refiero a los oficios que desempeñaban los denominados
vagantes, los bufones, los magos y los pícaros181, y los propios de expresiones artísticas,
junto con algunos oficios artesanales, como el arreglo de ollas u objetos de hierro, oficios
estos cuya característica, además de su bajeza, era la de ser dependientes, pues se hacían
para otro y no por gusto; en consecuencia se los tildaba de viles y sin prestigio:

… porque estos entretenimientos son permitidos solamente en los que vivan de otro oficio
ó exercicio: los que andan de pueblo en pueblo con máquinas reales, linternas mágicas,
perros y otros animales adiestrados, como las marmotinas, ó gayos que las imitan con que
se aseguran su subsistencia, feriando sus habilidades, y las de los instrumentos que llevan,
al dinero de los que quieren verlas, y al perjuicio de las medicinas que con este pretexto
venden, haciendo creer que son remedios aprobados para todas las enfermedades: los que
andan de unos pueblos á otros con mesas de turrón, melcochas, cañas dulces, y otras
golosinas, que no valiendo todas ellas lo que necesita el vendedor para mantenerse ocho
dias, sirven de inclinar á los muchachos á quitar de sus casas los que pueden, para
comprarlas, porque los tales vendedores toman todo quanto les dan en cambio (Real Orden,
1745).

Considerados, como tantos otros, “oficios sucios”, se los asociaba con la plebe y la
impureza de sangre. Solo hasta finales del siglo (1783) “Carlos III abolirá la viejísima
limpieza de oficios y por tanto la vileza del trabajo mecánico […] oficios como el de

181
“Es fácil deslindar algunas características del pícaro. Ante todo era un pobre, aunque ocasionalmente
dejara de serlo, no obstante por esencia era vagabundo, casi siempre ágrafo y de un bajo nivel cultural,
proviniendo en su mayoría de familias deshechas […]. Por lo general el punto de partida del pícaro era una
pobreza asfixiante que lo obligaba a moverse y, a partir de tal condición, su vida sería una constante
aventura en la que se debiera rebuscar, luciendo su ingenio. Una nota típica de este personaje era su
condición de urbano, porque si bien se lo podía encontrar en el campo, siempre la esfera de su función es el
ámbito urbano” (Freixa, 2012: 15).

132
curtidor, zapatero, herrero, sastre, y otros similares son declarados honestos y honrados”
(Sanchis, 2004: 45).

Como epílogo, de este sujeto podría afirmarse que lo constituía su “fuerza” y su


“capacidad de inquietar” al poder estatal y a la sociedad en su falta de utilidad, en el
desorden que provocaba, en la inmoralidad de su comportamiento y en la inseguridad que
ocasionaba, características que entraban en tensión con un saber moral y legal,
posteriormente.

EL CASTIGO Y LA CORRECCIÓN

Las conductas negativas, los comportamientos y las figuras que representaban al vago
formaron, en términos generales, el marco a partir del cual se definían dos defectos a
corregir en ese sujeto: su inutilidad, la cual se irá transformando a medida que el trabajo
adquiere una valoración de orden económico en busca de productividad, y sus vicios en
busca de un vasallo y más adelante un ciudadano virtuoso, obediente, trabajador. Un
sujeto que no sea una carga para el Estado.

Como referente, este se despliega a partir de las prácticas desarrolladas por la Iglesia para
establecer la diferencia del vago entre los pobres, y para su atención o no, según el lugar
asignado; posteriormente, a medida que se seculariza la administración y el destino de
pobres y vagos, el poder de la ley y las medidas o prácticas dirigidas a su corrección se
nutren de la experiencia de la Iglesia. Las disposiciones religiosas se transforman en
normas jurídicas, dirigidas tanto a controlar su presencia e influencia negativa como a
resolver la vida de estos sujetos sin destino, mediante la aplicación de castigos, de los que
se espera sean ejemplares para los vagos y para el resto de pobres, principalmente.

Esas normas iban indudablemente a la par del desarrollo socioeconómico y de las


necesidades político-administrativas, sociales, militares y económicas de España, hasta
alcanzar los territorios hispanoamericanos del imperio. Las Reformas Borbónicas de fin
de siglo atraviesan la dinámica de estas normas en una variedad de dictámenes y
procedimientos, adicionales a los que permitían la identificación del vago, como los
lineamientos sobre los correctivos a aplicar expresados en los castigos y penas por

133
vagancia una vez identificado el sujeto a corregir. Estos cambios posteriormente son
afectados por las guerras de independencia y la metamorfosis de los virreinatos en
Estados independientes. Un proceso que implicó la transformación de la relación de los
países con España y el resto del mundo, y de la relación de sus habitantes con el Estado y
entre ellos, como ciudadanos libres e iguales.

En el caso específico de Colombia, como mostré, las normas españolas, en lo que


competía concretamente a los vagos durante la Colonia, formaron parte de aquellas que
se siguieron aplicando hasta bien avanzado el siglo XIX. Sin embargo, uno de los
elementos importantes que entraron en juego y que crearon tensión en las diferentes
esferas de relación Estado-vagos tiene que ver con la producción de sujetos libres,
ejemplares y productivos; aspecto este que, aunque no se visibiliza claramente, permite
inferir un cambio en el sentido con el cual se aplicaban estas sanciones: se pasó del
vasallo al ciudadano obediente, libre y productivo. Y nuevamente se trata del tejido de
relaciones que avanza en conjunto con la organización del territorio, la ciudad, la
educación del pueblo y su desarrollo económico independiente, y el control y
enderezamiento de este tipo de población.

Las penas o sanciones a quienes se reputaba de vagos responden a la pregunta por las
características de la intervención jurídico-policial con la cual se los coaccionaba, cuyo fin
era gobernar su vida y producir sujetos acordes con el ideal de súbdito-ciudadano que se
busca. Por ello examino el saber jurídico sobre el vago, que buscaba corregir un sujeto
ingobernable, saber expresado en las penas que se prescribían y en la dinámica que estas
adquieren, una vez entran a formar parte de la “herencia” hispana, lo que permite
vislumbrar la concurrencia de formas de castigo ejemplarizantes y formas correctivas,
que se ramifican a medida que abundan las figuras del vago y los comportamientos
“perturbadores”.

Penas a la vagancia. Bifurcación y gradualidad

Las leyes que dictaban penas y castigos contra los vagos en la colonia y, en especial, en
el siglo XVIII estaban dirigidas a contrarrestar un delito representado por una variedad de

134
conductas censuradas. Bajo la denominación de delito y pena, previa a la primera
codificación penal elaborada en el siglo XIX, se castigaba la vagancia en sentencia,
después de un juicio al que debían ser sometidos los sospechosos de esta conducta y que
pretendía probar el delito, como se verá más adelante. En los 45 juicios que revisa López
(2002: 98-102) contra personas imputadas de vagancia entre 1746 y 1809, las
acusaciones varían en complejidad, desde la sola vagancia y holgazanería hasta la
agregación de uno o más agravantes, como perturbar la tranquilidad, pelear con armas o
estar armado, escandalizar y blasfemar, andar con malas compañías, amenazar vecinos,
andar a deshoras en la calle y en fiestas, robar, forzar mujeres, jugar, maltratar los padres,
irresponsabilidad económica con la familia, concubinato con mujer casada y amistad
ilícita con mujeres, delitos cuyas penas iban desde la expulsión de la ciudad o el destierro
a otro lugar de la República o el trabajo forzado en fábricas o en salinas hasta el presidio
o el servicio en las armas, aunque se concedía la libertad en caso de ausencia de pruebas
o si estas no permitían comprobar la condición de vago.

Esta variedad de penas se explica también por los cambios que fueron ocurriendo a lo
largo del siglo en la ciudad, producto del crecimiento de la población, principalmente de
mestizos o “libres”, que condujeron a que la política ya no fuera de segregación sino de
transformación “por medio del ‘castigo corrector’, de las conductas no deseadas” (López,
2002:104). Entonces vino el endurecimiento y transformación de los castigos en la
República y, en lugar de sacarlos del territorio –último recurso–, se buscó corregir
mediante el trabajo forzado. Con sentido utilitarista, se obligaba y enseñaba esa mano de
obra, que no tenía más costo que la ración diaria entregada. Correctivos que corresponden
a la aplicación de una ley penal simple disciplinaria, con la cual se pretende castigar y
corregir corporalmente. Como se verá, estas penas iban acompañadas de otras técnicas en
las que es posible encontrar una cadena de procedimientos y mecanismos para “la
vigilancia y el control” (Foucault, 2006).

Por ahora, ahondando en la normatividad jurídica de la Colonia que nutre el fin del siglo
XVIII (Anexo 2: 1745-1795), las penas con las cuales se definía el destino del vago se
particularizaron de acuerdo con características personales, que combinaban la edad, el
estado físico y el desarrollo anatómico, a partir de las cuales se pronunciaron las

135
condenas a servir trabajando182, a azotes, a la expulsión o el destierro, a la custodia o al
servicio de las armas. Y a los hombres y mujeres que no querían trabajar, ni eran tan
viejos para ello ni estaban enfermos se les obligaba a trabajar desempeñando un oficio y
recibiendo como retribución únicamente la comida y la bebida, obligación que
demandaba un tercero que se responsabilizara de darle trabajo y vigilar su cumplimiento
y enderezamiento. Si nadie requería sus servicios ni se responsabilizaba del individuo, las
penas consistían en azotes y expulsión, según el caso. A quienes cumplieran con un rango
de edad, corpulencia, estatura y estado físico óptimo, se los sentenciaba a las armas183; la
excepción a la regla eran los casados; sin embargo, si bien hubo quienes, “habiendo
acreditado la experiencia que muchos vagos y mal entretenidos toman el estado del
matrimonio, con el objeto de continuar en sus desarregladas vidas, sin la contingencia de
ser aprehendidos como tales, y aplicados al servicio de las Armas” (NRLE, 1779, lib.
VIII: 437), esta excepción se derogó.

Distinto era el destino para los menores de edad, generalmente clasificados como
malentretenidos, orientado a la protección vigilada con reconvención a los padres
respecto del cuidado que les debían dar a los jóvenes proporcionándoles educación,
aprendizaje de un oficio, “colocándolos con amo ó maestro”. De carecer de padres, se
nombraba una figura paterna en su reemplazo:

… quando sean huérfanos estos niños y niñas vagantes, tullidos, ancianos o miserables,
vagos ó viciosos los mismos padres, tomen los Magistrados políticos las veces de aquellos;
y supliendo su imposibilidad, negligencia o desidia, reciban en sí tales cuidados de colocar
con amos ó maestros á los niños y niñas, mancomunando en esta obligación no sólo á la
Justicia, sino tambien á los Regidores, Jurados, Diputados y Síndicos del Comun; pues con
este impulso universal y sistemático en todos los pueblos se logrará desterrar de ellos en su
raiz la ociosidad, y sacar partido ventajoso de la multitud de personas, que aunque
componen parte de la poblacion general del Reyno, son en el estado actual carga y oprobio
de él (NRLE, lib. VIII: 438).

182
Lo característico de estas penas, en las que se obligaba al trabajo, era que requerían que cualquier
persona quiera “tomarlos y servirse de ellos”.
183
Una vez se institucionalizó la práctica anual de la leva en los lugares donde comúnmente se encontraban
los vagos, el límite mínimo de edad para el enrolamiento se amplió, ante la perspectiva de crecimiento y
desarrollo físico que prometía la anatomía del sentenciado.

136
Las penas se adecuaban a los casos que se presentaban en la realidad184. Algunas veces se
tendía al endurecimiento y otras a la disminución o reblandecimiento. Ambas
modulaciones estuvieron cruzadas por dos consideraciones, relacionadas con lo físico-
demográfico y con la personalidad, representada en la reincidencia; según las primeras,
los castigos podían aumentar o disminuir su dureza, en tanto que la penalización de la
reincidencia se iba endureciendo de acuerdo con el grado de empecinamiento en
mantener la conducta de vagancia, aspecto que se definía con la individualización de la
norma en la práctica final del juicio: la sentencia.

En lo que toca al endurecimiento del castigo, este se produjo en cinco casos: para el
acusado por primera vez, con la sustitución de los 60 azotes por el trabajo forzado en
galeras, sumado a la vergüenza pública –a partir de una edad determinada–. Los azotes
aumentaron a 100 con la primera reincidencia y además se los destinaba al servicio en las
galeras por 8 años, mientras que quienes reincidían por segunda vez eran condenados al
servicio perpetuo en ellas. La deserción del servicio de las armas recibía “la pena de
servir por un año en las obras públicas de estos Reynos” y, cumplido este término, para
evitar el malestar entre individuos “regulares o voluntarios” en las armas, se aumentó el
tiempo de servicio “en los Regimientos fixos de América por el tiempo de ocho” años:

Enterado de varias representaciones de los Capitanes Generales, y de los repetidos recursos


de muchos individuos aplicados al servicio de las Armas en calidad de vagos, sobre que se
destinen estos á los Cuerpos españoles; y deseando evitar el disgusto, que una odiosa
diferencia en el tiempo podría ocasionar entre los individuos de un Cuerpo, viendo que se
destinan por ménos á los vagos que á los quintos […] he tenido a bien resolver, que se
uniforme el tiempo de unos y otros […]. Lo que comunicará mi Consejo para su
cumplimiento á los Tribunales y demas Jueces á quienes toque; previniéndoles que con la
remision de vagos acompañen la correspondiente nota de cada uno, para que pueda servir
de gobierno al Inspector general en el repartimiento y colocacion que deba hacer de esta
gente en los respectivos Regimientos (Novísima Recopilación de las Leyes de España,
1745, lib. XII tit. XXXI: 437-438).

En contraste, el castigo se reblandeció en dos sentidos clave, según el abolengo y la


posición social del sentenciado. Si se lo tenía, se privilegiaba, por un lado, a quien tuviera
títulos nobiliarios, de modo que a los vagos nobles destinados al servicio de las armas se

184
En el Anexo 2 se enumeran cronológicamente las normas sobre penas y castigos y cada una de ellas
contiene el detalle de los casos a los que aplican.

137
los asignaba ahora “en calidad de soldados distinguidos, observándose en la declaracion
de tales las mismas formalidades y reglas prevenidas” (p. 439); y a quien era castellano,
como los gitanos, gozaba de 90 días para demostrar que tenía forma lícita de subsistencia
y residencia fija y se le indultaban delitos anteriores185. Por el contrario, a los vagos
neogranadinos sin abolengo alguno, ineptos para las armas o la marina o de corta edad,
en 1784 se los destinaba ahora a los hospicios, donde se los educaría en “buenas
costumbres” y aprendizaje de “oficios y manufacturas” de acuerdo con su edad y fuerzas;
mientras que los vagos con “vicios perjudiciales” eran enviados a sitios de corrección y
los mayores de cuarenta años eran sentenciados “á las obras, ó á los hospicios segun su
edad ó robustez” (pp. 439-440).

De lo anterior es posible concluir que la corrección presentó varias inflexiones en


relación con la complejidad del delito de vagancia, las características personales y la
posición social, inflexiones que muestran curvas de endurecimiento hacia el
disciplinamiento y curvas de ablandamiento hacia la corrección, a partir de los casos que
se presentaban y la heterogeneidad de los individuos que conformaron la clase de vagos.
Se contaba además con el aviso –pregón– y las posibilidades de enmienda, en penas que
cabían dentro del tipo del castigo corporal, pero que distaban de las guiadas por la
limpieza de sangre y el país de origen.

Hasta el siglo XIX, con la formulación del primer Código Penal en la Nueva Granada en
1837, se enuncia formalmente una tipología de penas agrupando las diferentes formas de
castigo y las formas posibles de ejecución para los jueces, de acuerdo con la gravedad del
delito de la vagancia, sentencias que más tarde serán competencia de los Códigos de
Policía de 1858, 1902, 1927, al ser calificada la vagancia como contravención.

El delito, fue considerado como “la voluntaria i maliciosa violacion de la lei por la cual
se incurre en alguna pena”, y a esta se la clasificaba en dos grandes tipos: corporales y no
corporales:

185
Entre los cuales se incluían el delito de contrabando y la deserción de las armas.

138
Art. 19. Las penas corporales son186 : 1º La muerte. / 2º La de trabajos forzados. / 3º La de
presidio. / 4º La de reclusion en una casa de trabajo. / 5º La de vergüenza pública. / 6º La
de prision. / 7º La de expulsión del territorio de la Republica. / 8º La de confinamiento en
un distrito parroquial, canton ó provincia determinada. / 9º La de destierro de un lugar ó
distrito determinado. // Art. 20. Las penas no corporales son: 1º La declaracion espresa de
infamia. / 2º La privación de los derechos politicos í civiles ó de algunos de ellos. / 3º La
suspension de los mismos. / 4º La sujecion a la vijilancia de las autoridades. / 5º La
inhabilitación para ejercer empleo, profesion ó cargo público en jeneral, ó en clase
determinada. / 6º La privación del empleo, pension, profesion ó cargo público. / 7º La
suspensión de los mismos. / 8º El arresto. / 9º El apercibimiento judicial. / 10º La
obligación de dar fianza de buena conducta. / 11º La multa. / 12º La pérdida de algunos
efectos, cuyo importe se aplique como mula (De Pombo, 1845: 174).

Las penas que se aplicaba a los vagos buscaban disciplinar y corregir y, según la tipología
anterior, correspondían al tipo de pena corporal de tormento y agresión física y a la
mortificación por encierro, desgaste, obligación de realizar actividades que exigen fuerza
física, en horarios excesivos y con mínimas condiciones de recuperación. El sujeto
sentenciado vago era objeto de ambas formas de castigo corporal, salvo excepciones. Y
mientras las primeras querían castigar por la culpa, las segundas pretendían corregir por
escarmiento.

Teniendo en mente que la aplicación de algunas normas hispanas perduró en la República


hasta 1887 y que en este escenario se produjo la formulación de los dos primeros códigos
de la nación, Penal y de Policía, en 1858, junto con la Ordenanza 38 de 1888 sobre la
Policía, es visible cierta herencia hispana en los ajustes que con el paso del tiempo y las
nuevas circunstancias políticas, administrativas y sociales requería la República en
formación, y en lo que respecta a los vagos, sobresale la moral que se pretendía infundir
en los ciudadanos simultáneamente con la idea de libertad. Un siglo en el cual los
principios y la formación religiosa sustentaban las bases morales a promover y defender.

Varias leyes se promulgaron entre 1825 y 1888 (Anexo 2, 1825-1888: 1902-1917)


relacionadas con el establecimiento de penas contra la vagancia. La producción de la
norma punitiva era bastante activa, en contraste con la producción de nociones jurídicas
que definían al vago. El castigo corporal, como práctica, fue el medio coercitivo de
ejercicio del poder para contrarrestar el vicio y el daño que este flagelo producía, y la

186
El Código que le sigue al de 1837 es el de 1873; en este se excluyen de los castigos corporales la pena
de muerte, los trabajos forzados y la vergüenza pública; y de los no corporales, la declaración de infamia.
Así como incorpora la rebaja de penas para los casos de buen comportamiento y “mejora moral”.

139
normatividad al respecto es prolífica, conservando diversas modalidades correctivas de la
colonia. No obstante, en su continuidad, las penas pasaron por diversas modificaciones,
además de la formalización jurídica. Un primer momento de modificación se produjo con
tres eventos:

1. La aparición de una figura problema en escena (1825): el mendigo válido y sin


licencia, llamado antiguamente falso mendigo, quien sería reputado y perseguido
como vago (1836), sobre el que pesaba la transgresión de dos reglas: mendigar sin
licencia y holgazanear eludiendo el trabajo. Cualquier mendigo sin licencia estaba
sujeto al castigo, incluidos los inválidos, que iban primero unos días a prisión y
luego recibían la licencia.
2. La definición formal y abierta de la condena a las armas (ejército o policía) como
una función “correctiva” del individuo, así como la relación entre castigo y
gravedad del delito: “Art. 10. Los vagos serán condenados segun la mayor o
menor gravedad de los casos, i según sus diversas aptitudes i demas
circunstancias que acompañen el hecho” (De Pombo, 1845, Tratado II. Parte III:
169).
3. La entrada en escena de dos penas “útiles” para la República, como expresión del
castigo corporal: a) el concertaje187 con “individuos particulares ó de
establecimientos públicos” que se caracterizaba por tener un carácter obligatorio,
pero requería la voluntad del procesado mediante el arreglo previo entre
concertante y concertado; asimismo se exigían responsabilidades judiciales
mutuas, y el detalle de los medios coercitivos para garantizar su cumplimiento; y
b) la colonización, que obligaba “a formar nuevas poblaciones ó caserios en
parajes desiertos ó baldíos, á las orillas de los caminos públicos, ó á aumentar las
poblaciones ya establecidas; provisionándoseles, por cuenta de las rentas
provinciales, aquellos ausilios indispensables para su establecimiento i
subsistencia, según los decretos que al intento espedirán las cámaras de provincia”
(De Pombo, 1845, Tratado II, Parte III, Lei 9: 169).

187
Con esta noción y su práctica se obligaba a un vago a servir a alguien que lo requiriera. Esta pena se
aplicó también en el caso de los jóvenes hijos de esclavos nacidos libres, quienes debían concertarse hasta
los 25 años, entrando los desobedientes a la categoría de vagos con destino permanente al ejército (Anexo
2).

140
En caso que el condenado se rehusara a colonizar, se le asignaba la pena del “concierto
obligatorio” en las obras del camino de Quindío (1843). Específicamente en Bogotá, a los
vagos se les destinó al “concierto” para obras de construcción de vías, bajo la vigilancia
del ejército o de la policía.

Son muchas las discusiones que se han dado sobre la práctica del concierto188. El sentido
del término era el de un contrato entre dos partes, convenido voluntariamente; no
obstante, el que como castigo adquiera carácter obligatorio permite verlo como trabajo
forzado, y a este correspondía el concertaje para los vagos. Por otra parte, el castigo de la
colonización era una forma endurecida de la pena de confinamiento que involucraba tanto
el destierro como el encierro en un territorio inhóspito o una población pequeña, alejada
de los grandes centros poblados y vigilada. Este castigo preveía dos destinos: a territorios
totalmente deshabitados y apartados o a poblaciones ya constituidas, también apartadas.

El segundo punto de mutación lo dio el debilitamiento del castigo corporal y se enmarcó


en el escenario de las reformas liberales de mitad de siglo, que descansaban en la
ideología del librecambio e implicaban la modernización de la economía, para lo cual era
necesario “acabar con prácticas que reñían con las corrientes modernas del pensamiento
como la esclavitud” (Botero, 2012: 42-43)189, así como adecuar la infraestructura de
comunicaciones, ante las nuevas perspectivas para el país como exportador de materias
primas. “La abolición de la esclavitud aparece como una vía de transformación de las
relaciones de trabajo hacia sistemas más productivos” (Kalmanovitz, 1997: 109).

El concertaje establecido en las normas de manumisión previas a la abolición total de la


esclavitud fue el medio de posponer la libertad y de sujetar al esclavo a la tutela del amo
para el aprendizaje concertado. Quienes se negaban o abandonaban el compromiso eran
reputados de vagos y castigados como tales. En las normas sobre vagancia es la primera
vez que aparece la raza, pues con los ideales de libertad e igualdad se produjo una
“homogeneización cromática, social y cultural” (Rosas, 2014: 281), con la cual se negaba
la diferencia a partir del mestizaje, como fórmula para reforzar la “política de

188
Ver Colmenares (1987: 13-47); Rosas (2014: 271-302); Restrepo (2012: 235-272); Kalmanovitz (1997:
33-38).
189
Medida exigida por los ingleses.

141
blanqueamiento”190. La práctica del concertaje obligatorio, en el caso de los libertos
menores de veinticinco años, quienes debían estar bajo tutela, se guiaba por la imagen
acerca de los negros libertos propalada por científicos como Codazzi y Pérez, para
quienes representaban el polo opuesto del ideal de hombre civilizado. Decía Codazzi que
“los individuos de esta última [raza ‘africana’], antes se dedicaban a la explotación de las
minas; pero en el día, haciendo mal uso de la libertad recién adquirida, han dejado en su
mayor parte este trabajo por vivir en absoluta independencia” (citado por Restrepo, 2007:
31). Y Pérez:

Si esta raza fuerte y robusta tuviese amor al trabajo i ambicionase las comodidades de la
vida civilizada, podría enriquecerse brevemente […]. Mas para esto es preciso trabajar
constantemente en los minerales, estraer el rico metal, amontonar en fin oro […] i esto es
cosa difícil en el estado actual en que se encuentran aquellas poblaciones, esentas del
ejemplo saludable (citado por Restrepo, 2007: 31).

Como “había que producir sujetos morales que se reconocieran como humanos” la
educación de los esclavos “implicaba su alfabetización, el aprendizaje general de
‘deberes sociales’; e inculcación de ‘amor al trabajo y a las virtudes públicas’ que se veía
como promoción de ‘la primera civilización’” (Restrepo, 2012: 243).

Con la abolición de la esclavitud la figura del “concierto” se debilitó, únicamente como


instrumento de humanización del liberto, pero no así como forma de trabajo forzado para
la corrección de los vagos. Este mecanismo aparece aún en el Código de Policía de 1902
y desaparece totalmente en 1912. No sucedió igual con el trabajo forzado. A pesar de que
el Código Penal de 1873 lo eliminó como forma penal de castigo, permaneció incluso
después de haberse eliminado el concertaje, bajo otras formas, como el trabajo en obras
públicas o en las colonias penales, y todavía se encontraba en el Código de Policía de
1917191. Al dejar de ser delito y convertirse en contravención, el trabajo forzado para el
vago pasa así a ser correctivo.

190
“El mestizo fue idealizado como de origen biétnico o triétnico, pero la imagen exhibida estaba siempre
en el extremo más claro del espectro. El futuro traería, casi, mágicamente, un emblanquecimiento de la
población a través de la mezcla de razas […] da como resultado la coexistencia de dos variantes en el tema
nacionalista: […] la ideología democrática de ‘todos somos mestizos” […] la ideología discriminatoria que
señala que algunos mestizos son más claros que otros, que prefiere el más blanco del más negro y que ve la
consolidación de la nacionalidad en el proceso de blanqueamiento” (Wade, 1997: 42).
191
No es posible aseverar su desaparición total, por cuanto la búsqueda de información cubrió hasta el
primer cuarto del siglo XX

142
A partir de la abolición de la esclavitud se produjeron dos transformaciones importantes
con la formulación del Código de Policía de 1858. La primera fue de orden formal y tuvo
que ver con la transformación del delito de vagancia en contravención de policía (art.
468). El código ofrecía en general una gama de penas192 que podían imponer los jefes de
policía –trabajo en presidio, reclusión, trabajo en obras públicas, encierro correccional,
arresto, concierto, destierro, confinamiento, multa, comiso, caución de buena conducta
(art. 48)–. De estas, el mismo código establecía cuatro aplicables a los vagos,
diferenciadas por “sexo, edad y condición del individuo”, a saber: la caución o “fianza,
prenda o hipoteca” que un tercero daba para responder por el comportamiento no
reincidente del acusado; el concierto; el confinamiento; y la reclusión no mayor de un
año, en caso de incumplir el concierto o violar el confinamiento. Por otra parte, se
estatuía la suspensión de la pena, como forma de reblandecimiento, en caso de haberse
cumplido la mitad del castigo y haberse demostrado buena conducta, mientras que si se
reincidía, la pena se endurecía con el doble de tiempo.

La segunda transformación competía al orden de la administración de justicia en lo que


corresponde a la práctica necesaria para la sentencia del vago. La fase inicial de
investigación mantuvo la competencia de la policía judicial, mientras en la fase de
resolución la competencia pasaba al jefe de policía, cuando la contravención había sido
de conocimiento de la institución, como se verá en el siguiente apartado.

Palabra de verdad y palabra de justicia193

Es hora de exponer una omisión intencional relacionada con los sentidos de los términos
ley y norma en la España medieval y moderna. Según Tau (1992, citado por Rubio,
2010), en España el término ley, desde el siglo XVI hasta el XVIII, tenía tres significados
diferentes: el de orden jurídico y, en consecuencia, fundamento de la sociedad
organizada; el de norma importante, y el de legislación: “toda norma escrita y
promulgada por la autoridad que deviene en la legislación propiamente dicha […] por el
rey o cualquier otra autoridad […]. Una ley que estuvo asociada desde los Reyes
Católicos al desarrollo del poder político pues fue utilizada como principal instrumento

192
Donde no se especifican cuáles son corporales y cuáles no.
193
Términos enunciados por Foucault (2014).

143
para expresar su voluntad, siendo uno de los medios de acción del Estado” (Rubio, 2010:
10-11).

Abordar los procedimientos judiciales194 en la batalla contra el flagelo de la vagancia u


holgazanería lleva a algunas consideraciones. Primero, el cristianismo no solo desarrolló
una serie de prácticas reguladas y organizadoras de la forma de administrar la caridad,
sino la producción de técnicas para la decisión sobre quién merecía ser socorrido y quién
no, con las cuales se buscaba establecer la verdad a partir de formas diversas de
verificación: examen médico, visita domiciliaria e indagación con vecinos. En la puesta
en práctica de la justicia divina por el cristianismo con los llamados malos o falsos
pobres, que constituyeron las primeras representaciones de los vagos, aquellos que
pudiendo trabajar se negaban a hacerlo o lo eludían con artimañas, como el falso
mendigo, la lesión de los más pequeños y débiles, o la autolesión para suscitar
misericordia y caridad, todo ello conllevaba el establecimiento de la verdad, previa a la
decisión final sobre asistir o no asistir al pobre.

Segundo, el cristianismo ejerció un papel y una influencia muy fuertes en España y esta,
“más que ninguna otra comunidad medieval, había recibido y asimilado la influencia
tanto del Derecho Romano como de la religión católica”. Se coincidía “en dar a la justicia
un puesto sobresaliente en el ordenamiento social, colocándola por encima de todas las
virtudes” (Mayorga, 2001). Las leyes y normas de la institución monárquica, al ser
implantadas en Hispanoamérica, según Barbosa, constituyeron el ordenamiento judicial
colonial, como instituciones y fuentes de “la estructuración de la ley criminal […], sus
referentes teóricos y su significación” (2007: 93) y organizaron en las Indias occidentales
el derecho colonial o indiano.

La fuerza del saber jurídico en el gobierno de los vagos, además de objetivarlos y de


formular formas de sujeción fuertes, dado el interés en su erradicación, exigía la
comprobación, como arista jurídica que se interpuso entre la objetivación jurídica del

194
Para efectos de claridad y coherencia en la exposición, entiendo lo jurídico como lo relativo a la norma,
y en consecuencia se ajusta al Derecho. Lo judicial concierne al procedimiento en el que interviene un juez:
hacer justicia en la práctica. Mientras que la técnica que se utiliza en la puesta en práctica del
procedimiento tiene que ver con destrezas específicas o especialidades: es una forma de proceder para
cumplir el fin que se persigue.

144
sujeto calificable como vago y la aplicación definitiva del castigo, correspondiente al
proceso que se estableció para que la sentencia que se dictara fuera justa. Algunas de las
leyes y normas sobre los vagos formularon los procedimientos judiciales que
establecieron los pasos a seguir para comprobar la calidad de aquel que era denunciado o
sospechoso de vagancia y que, cómo veremos, se modificaron, se dejaron de utilizar o
prolongaron su uso en el tiempo. En estos se estipulaba la sucesión de pasos y agentes
que debían intervenir, tanto en la indagación de la verdad, proceso durante el cual, con
los hallazgos se establecían unas primeras verdades, como en la decisión final en cabeza
de quien tuviera asignado el poder último de decidir, o sea, quien daba la última palabra
de verdad y emitía la sentencia –palabra de justicia. Elementos que servirán de criterios
con que establecer la continuidad o discontinuidad en la aplicación de los procedimientos
para establecer la verdad en el siglo XIX en Colombia.

En el siglo XVIII es posible encontrar algunas formas jurídicas herencia de leyes españolas
previas, como el deber de publicación de la ley para que ninguno la pudiera ignorar, y
además de advertir sobre la conducta inaceptable, instaba a las gentes al trabajo e
intimidaba contra el desacato, a través del pregón (siglos XIV y XV). En lo que
corresponde a la amenaza de castigo que se imponía un mes después de divulgada la
norma a quienes se evadieran del trabajo o de la protección de un señor, en el siglo XIV se
aplicaba una pena dura consistente en azotes y expulsión del lugar y posteriormente se la
suaviza permitiendo su conmutación por el derecho que se le otorgaba a cualquier señor
del lugar para utilizar al condenado en labores195 (siglo XV), de tal manera que solamente
se aplicara la expulsión a los que nadie solicitaba en sus trabajos.

Del texto de la Ley de 1369, con la cual se fijaban las “Penas de los vagamundos de
ambos sexos y facultad de tomarlos y servirse de ellos”196, es posible inferir que tanto la
advertencia como el castigo por desacato derivaron de problemas de gobierno de las
poblaciones ocasionados por la presencia de un cada vez mayor de número de pobres, la
falta de dedicación al trabajo y la sequía de trabajadores en los campos. También se
colige que la pena, además de castigar, tenía como fin obtener la “utilidad por el trabajo”

195
Su única obligación era la de darle de comer.
196
Puede consultarse el Anexo 2. Cronología del desarrollo y evolución de las penas.

145
en favor del Reino. Además se hace evidente que entre la publicación y el proceso
mediaba la práctica de la acusación197, como forma de refuerzo de la vigilancia por parte
de las autoridades, para conocer del desacato a la norma. Podría esto significar que el
pregón, además de advertir a aquel o aquella que, siendo hábil, no trabajare o se sujetara
a un señor, también perseguía que el resto de pobladores denunciasen su presencia y
desacato pasado el plazo de un mes. Así mismo, detrás de la posibilidad de acusar o
delatar al infractor estaba la inconformidad de la sociedad con su presencia.

Aún más, en la ley tardomedieval es posible identificar otra forma jurídica de control del
funcionario de administración de justicia, al que le correspondía aplicar la norma contra
la vagancia en el lugar: la verificación del cumplimiento del proceso que señala la norma
por el funcionario y la determinación de la presencia o no de falta de quien actuaba como
justicia del lugar, así como la aplicación de la pena pecuniaria que fija la ley. En síntesis,
durante los siglos XIV y XV se vislumbran ya, en cuanto al control de los vagos, diversas
prácticas judiciales: la publicación de la norma, el castigo por desobediencia, la acusación
por parte de un tercero y el control a la justicia del lugar198. Estos procedimientos fueron
mandados desde el siglo XIII por Alfonso X en las Siete Partidas, fuente del derecho
español posterior.

Estas prácticas de la justicia, aunque se conservaron, no estuvieron exentas de


modificaciones, enmiendas, ajustes o complementos en el siglo XVII. Por ejemplo, hubo
revisiones que indicaban a los encargados de la vigilancia el cuidado a tener para no caer
en el engaño o artimaña con la que muchos solían eludir el castigo o revisiones que
llevaban a una inflexión de la pena –endureciéndola o flexibilizándola– y que debían ser
divulgadas por medio del pregón. Estas enmiendas aparecen en dos leyes sobre vagos.
Así, mientras en 1552 un pregonero debía narrar, leer o ubicar en lugar público la norma
que introdujo la pena del trabajo forzado para los vagos, en reemplazo de los azotes, en
1566 se pregonaba que la ausencia de pregón no era argumento para escapar de la

197
El conocimiento de un delito o contravención podía obtenerse como parte del trabajo de vigilancia de las
autoridades del lugar, quienes tenían por mandato recoger a todos aquellos que cumplieran con las prácticas
o conductas prescritas en la ley, o por la delación ante las autoridades. Dos formas diferentes a partir de las
cuales, en aplicación del derecho, se daba inicio al proceso de conocimiento o instrucción, como mostraré,
expresado en diversos niveles de complejidad.
198
Es decir, la verificación del cumplimiento del procedimiento a aplicar.

146
sanción por no acatar la norma (Novísima Recopilación de las Leyes de España, Libro XII.
Tit XXXI, 1745: 430-431).

En Santafé de Bogotá, por medio del pregón también la Real Audiencia informaba de o
hacía públicas las diferentes decisiones tomadas, entre las que estaban los acuerdos y las
sentencias. (J. Vargas, 2007: 145). Rubio señala que “las leyes debían ser pregonadas en
las plazas y mercados de los pueblos, ante escribano público quien debía levantar
testimonio de su publicación. Este testimonio servía no solo para certificar su
publicación, sino también para saber cuándo habían de cumplirse, para determinar el
momento de su entrada en vigor” (2010: 22). A fines del siglo XVIII, esta práctica de
comunicación nuevamente se encuentra en un bando, en el cual también se concede un
mes de plazo antes del apresamiento por desacato.

FORMAS JURÍDICAS PRE-REPUBLICANAS199

Desde el siglo XVIII, la vagancia, además de ser una conducta moralmente reprobada por
la iglesia y la sociedad en general, jurídicamente se clasificaba como delito, y se
establecía contra el sujeto vago200 un procedimiento jurídico para definir penalmente su
destino y comprendía la comprobación de la vagancia y el juicio por incurrir en ella. Las
normas detallan de manera diferencial formas de proceder según el tipo de vago201, con
secuencias de prácticas dirigidas a producir un conjunto de verdades conducentes a la
palabra de justicia o el decir justo que emitiera el juez al pronunciar sentencia.

El marco jurídico de esta forma de proceder y controlar se remonta, como se vio, a las
normas españolas del siglo XIII y las Siete Partidas de Alfonso X202, que en América

199
El Anexo 3 contiene, diferenciadas por año de sanción, las diferentes normas relativas a los procesos
judiciales, así como las formas jurídicas estipuladas para su realización.
200
Constituido por la definición que le daba visibilidad social como un sujeto peligroso.
201
Con esto me refiero a la diferenciación que se hacía de un vago, de acuerdo con algunas conductas
conexas.
202
En la Tercera Partida, denominada “La Justicia que hace que los hombres vivan unos con otros en paz, y
de las personas que son menester para ella”, luego de la definición de Justicias, los temas que abarca
corresponden a quién demanda; quién es demandado; quiénes intervienen: los jueces, los personeros, los
abogados, los escribanos públicos, los selladores, los consejeros; la formas de verdad: el juramento, los
testigos, la pesquisa; la garantía del procedimiento: la escritura, los sellos de la cancillería. La Séptima

147
ejercieron influencia. En el proceso la verdad iría emergiendo a medida que se
pronunciaban verdades en las diferentes etapas, con el concurso de un conjunto de
elementos, como señala Foucault de la relación entre las formas jurídicas y la verdad al
aplicar justicia:

Esa institución que tiene la apariencia de trabajar en el plano de los prescriptivo y lo


decisional, consume y fabrica, utiliza y produce, suscita y enuncia una cantidad
considerable de “decir veraz”, de veridicciones diferentes. Ya se trate de los
procedimientos de instrucción o los considerandos de un fallo, del recurso a los testimonios
o las pericias, de los alegatos o las declaraciones de culpabilidad, de la interpretación de la
ley o la consideración del estado de las costumbres o de datos económicos, la práctica
judicial otorga un lugar destacado al decir veraz, y bajo formas notablemente diversas
(2014: 31).

Ad portas de la República, concretamente en el último cuarto del siglo XVIII, es posible


dilucidar tres formas de control jurídico de la vagancia. Aquel que pretendía el control de
los vagos sin domicilio, cobijado por la ley de levas, que prescribía un procedimiento
específico para definir el destino de los hallados en los caminos; el que trataba del control
de los ociosos con domicilio y exentos de vínculos con actividades delictivas, contenido
en las normas generales con los vagos; y, por último, el control de quienes, con o sin
domicilio fijo, dedicaran la mayor parte del tiempo a la ociosidad y otros delitos, como el
asalto y el hurto.

Formas de verdad en la declaración de la calidad de vago

La aprehensión de los vagos se produjo a partir de un dispositivo con tres líneas de


actuación: la que correspondía al desempeño regular que las “justicias del lugar”203
debían realizar en su tarea de control y erradicación de los vagos y holgazanes; la que
resultaba de la aplicación de la ley de levas contra los vagos por la cual las tropas
recogían a los vagabundos anualmente por todo el territorio; y la de recogimiento de
bandidos y salteadores entre los que era factible encontrar vagos-ladrones, por ejemplo, o

Partida se refiere a las acusaciones y fechorías (malfetrías) que se cometen y por las que se merece castigo.
Puede consultarse http://www.cervantesvirtual.com/obra/las-siete-partidas--4/
203
Con este término las normas coloniales se refieren a cada uno de los agentes que conforman la
administración jurídica local: gobernador, alcalde, procurador fiscal, juez pedáneo, juez letrado, entre otros.

148
vagos que los frecuentaran, sin incurrir todavía en este tipo de delitos; en este caso la
actuación tenía carácter de prevención.

La forma establecía, en términos generales, un procedimiento jurídico de constatación,


que consideraba diversas formas de decir verdad para declarar jurídicamente como vago a
un individuo204. En segundo lugar, venía la declaración como vago como requisito
indispensable para continuar con la asignación de la pena, que correspondía a la verdad
establecida en justicia, decisoria del destino de dicho sujeto. La verificación205, con
algunas especificidades según la línea de actuación, en general constaba de cuatro pasos:
información sumaria de la calidad de vago; declaración del aprehendido y la posibilidad
de presentar pruebas a su favor en los tres días siguientes, demostrando ocupación
permanente o mala intención del denunciante; declaración de la justicia competente del
lugar: la acusación de vago común, vago delincuente o vago para levas, o la exculpación
de los cargos imputados en la sumaria; y la notificación al acusado o su tutor y al
procurador fiscal.

EL VAGO DE LEVAS: las leyes de levas dictadas contra los vagos datan del último cuarto
206
del siglo XVIII y obedecían a la necesidad del reino de fortalecer las tropas para
enfrentar sus guerras. En las colonias, su sentido era defender los territorios de los Reinos
de las Indias. Consistían en el recogimiento de vagos que se encontraran en los caminos y
poblaciones y pasaban por el siguiente proceso selectivo: quienes entraban en la calidad
de vagabundos formaban transitoriamente el grupo destinado a las armas y su calidad se
sometía a la verificación de tener o no nexos con actividades delictivas, caso que añadía a
su calificación de vago la de malhechor, siendo objeto del procedimiento regular para
estos casos207. Pasado este filtro, con los restantes se aplicaba la separación por edades,
diferenciando aquellos cuyas edades estaban entre 17 y 36 años208 y calificaban para el
reclutamiento y aquellos que estaban por fuera del rango, que conformaban el grupo de

204
Antes de lo cual se era “sospechoso de vagancia” por algunas de las características visibles, asociadas a
esta conducta, contempladas en las normas.
205
Implica presunción de inocencia con la presentación de pruebas por parte del imputado como vago.
206
Ver Anexo 3, leyes de 1775, 1785, 1789 y 1795.
207
Novísima Recopilación de Leyes de España (1805: t. V, lib. XII, tít. XXXI, ley VII: 431-437).
208
Posteriormente y por necesidades de la Corona, esta se amplía a 40 años como edad máxima y a 16 la
mínima.

149
vagos comunes y eran remitidos a la justicia del lugar para que se les aplicara la norma
correspondiente.

Con los aptos por edad, la técnica del examen médico se constituyó en el medio para
establecer, en definitiva, el grupo real de vagos para las armas, y constaba de la
verificación de sanidad o estado físico del individuo y la medición de talla para definir el
arma específica de destino. En este examen algunos podían ser declarados no aptos para
ningún arma. Con esta veridicción o palabra de verdad se bifurcan los destinos finales del
vago: quienes iban para las armas se remitían a la cabezas del corregimiento, con el
documento que testimoniaba el proceso, previa aprobación por la Sala de Armas; y los no
aptos quedaban calificados como vagos comunes y remitidos a la justicia local. Una
fuente de evitación de la pena de leva la constituyó el hecho de ser casado y tener familia,
caso en el cual, a pesar de tener la mala calidad de vago y quizá estar en el rango de edad
aceptado y con las condiciones corporales y de sanidad aptas para ello, se lo eximía del
castigo. Esta conducta se mantuvo hasta que la Ley VIII de 1776 derogó el artículo
correspondiente209.

EL VAGO COMÚN: por su parte, las leyes ordinarias o generales contra los vagos, en
términos formales, debían ser aplicadas de manera permanente en el sentido de la
vigilancia y el cumplimiento de la misma al aprehenderlos210. Estaban dirigidas al control
de los ociosos con domicilio fijo en los poblados y a los vagantes no vinculados a las
actividades delictivas de manera permanente211. El procedimiento para anunciar la
aplicación de la ley de levas para los vagos comunes lo encontramos en la Nueva
Granada, en el bando de 1777212, en el cual aparece un elemento nuevo en relación con el
conocimiento de la presencia de vagos comunes en las poblaciones, que consistía en
pregonar la obligación de sujetarse al trabajo o, de lo contrario, se formaría parte de las
filas de levas, y se daba un plazo de un mes para ordenar sus vidas. Una vez concluido el

209
Ver supra “Penas a la vagancia. Bifurcación y gradualidad”.
210
En tanto que las levas de vagos tenían una periodicidad.
211
Que incluía a “todos los que viven ociosos sin destinarse á la labranza ó los oficios, careciendo de rentas
de que vivir; ó que andan mal entretenidos en juegos, tabernas y paseos, sin conocérseles aplicacíon alguna;
ó los que, habiéndola tenido, la abandonan enteramente, dedicándose á la vida ociosa, ó á ocupaciones
equivalentes a ella […] los que se encontraren à deshoras de la noche, durmiendo en las calles desde la
media noche arriba” (NRLE, t. V, lib. XII, tít. XXI, ley VII, arts. 12 y 15).
212
En el Anexo 3, además de este bando, se pueden consultar los años 1783 y 1788.

150
plazo, mediante un procedimiento administrativo jurídico se elaboraba una lista de “todos
aquellos que no se Sugeten al trabajo”213.

A la publicación de la lista le seguía la aprehensión de vagos comunes. Esta presentaba


varias transformaciones acordes con las necesidades de tropa y con la prevención. Por
ejemplo, en las normas sobre captura de malhechores se produjo una modificación
dirigida a prevenir la conversión de los vagos comunes en salteadores a partir de la
autorización a las tropas para recoger vagos en las poblaciones. De este modo, decía la
Novísima Recopilación de Leyes de España, “sin mas diligencia que un testimonio dado
por la citada Justicia, que acredite conforme a la ordenanza de vagos, la calidad de tal, lo
arrestará la partida” (1745, ley XV, lib. XII, tít. XXXI: 442), la cual lo remitía al
comandante para su destino al servicio de las armas u otro servicio, en los bajeles o
donde correspondiera según la edad y estatura. La facultad para sentenciar a este destino
también era competencia de los presidentes, regentes de Audiencia o subdelegados, que
rendían cuentas al rey “ántes de tomar providencia” (p. 443). Otro ejemplo se encuentra
terminando el siglo: ante la necesidad de completar los cupos de las tropas diezmadas,
todas las poblaciones debían contribuir con un varón de cada cincuenta, incluyendo
vagos.

Respecto tanto de la prevención de la conversión del vago en malhechor como del


reemplazo de tropas, los dos últimos ejemplos evidencian una simplificación del
procedimiento, de tipo casuístico, por la urgencia de contingentes. Para el primero era
suficiente haber sido apresado como vagante en un camino o en un poblado para que el
oficial de tropa, sin más, determinara cómo proceder en la remisión214. Para el segundo
bastaba el informe del párroco y dos personas de conocida integridad, “que lo califiquen
de tal, sin oirle ni proceder á otra formalidad de proceso, ni admitirle recurso alguno” (p.
443). Esta simplificación señala la flexibilidad de los procesos de vagos para las armas, a
medida que las necesidades de tropa se vuelven urgentes, e indica la utilización de la
medida del trabajo forzado en beneficio de la defensa del reino.

213
AGN, Fondo Curas y Obispos, t. 48, doc. 10, ff. 229r-241v.
214
Armas u autoridades locales.

151
Una última mención corresponde a los gitanos, constituidos como vagos, por su estilo de
vida y costumbres nómadas. Las normas que se les aplicaron hasta 1782 tenían carácter
ordinario, pero cambiaron al año siguiente con la formulación de una ley específica “para
contener y castigar la vagancia y otros excesos de los llamados gitanos” (Nueva
Recopilación de las Leyes de España, ley III, lib. XVII, tít. XVII), que evidencia la
presencia de gitanos en el territorio neogranadino, a pesar de haberse impedido por ley su
ingreso en las olas inmigratorias de peninsulares. Por ello no sobra mencionar esta
inflexión de la norma en cuanto a su control y verificación como vagos: se les concedían
noventa días para borrar todos los vestigios de su ser gitano, cambiando costumbres,
prácticas, vestimentas, y domiciliándose y ocupándose en un oficio aceptado, y en
consecuencia dejar de vagar por los caminos (Anexo 3).

Estas características, suficientes para que cualquier persona pudiera identificar un gitano,
se constituyeron en la prueba que permitía a la autoridad verificar la sujeción a la norma,
y era requisito fundamental del cambio cumplir con la totalidad de las estipulaciones para
no ser procesado por infringirlas. A la verificación visual se añadía un testimonio escrito
y el registro completo215 de los desobedientes (hombres y mujeres adultos). Estos eran
remitidos a los corregidores correspondientes, quienes, una vez aceptaban la inculpación,
tenían facultades para aplicar como pena una marca o sello en la espalda o una pena más
suave. Es decir que no los funcionarios de justicia les adelantaban proceso formal y la
reincidencia tampoco tuvo, en este caso, un procedimiento que la sustentara, únicamente
la prueba expresada en el sello de la espalda y el regreso a su vida prohibida.

Formas de verdad y certificación de actuar en justicia

Ahora bien, en cuanto al control del proceso y garantía de conformidad con la decisión,
un conjunto de agentes de la administración de justicia intervenían en esta etapa. Luego
de que el implicado era apresado por la autoridad competente o denunciado por un vecino
de la población, intervenían, de entre las justicias216, quien conocía del caso y acusaba y
quien sentenciaba, más el escribano encargado de relatar todo el procedimiento realizado;
215
Toda la información necesaria para ubicarlo y tener la certeza de que se trata de la misma persona
acusada. Anexo 3, 1783.
216
De acuerdo con el tipo de población y el aparato de administración de justicia con que contara, la
competencia recaía o en un juez pedáneo o, más generalmente, en el alcalde municipal.

152
los funcionarios que conocían de las decisiones y certificaban cada paso, como el
procurador síndico o personero del lugar, las salas o audiencias criminales en caso que
funcionaran allí, o los corregidores municipales; y el perito médico para el caso de las
Armas.

Pero no bastaba con recoger pruebas, acusar y sentenciar. Esta verdad jurídica no era
definitiva, por cuanto el proceso prescribía otra verdad, también jurídica, relacionada con
la certificación del procedimiento por parte de quienes representan la administración,
como garantía definitiva de lo decidido. Esta nueva verdad dictaminaba si lo encontrado
era prueba definitiva para la sentencia dictada o, por el contrario, el procedimiento
contenía fallas o vacíos que era necesario completar, lo que implicaba la vuelta al lugar
de origen del proceso, para completarlo. La veridicción jurídica definitiva la producía una
instancia de control de los agentes judiciales intervinientes y del proceso mismo.

Tanto el procedimiento de levas para vagos aptos como el general aplicado a vagos
comunes, fuera cual fuera su origen217, encontrados en el último cuarto de siglo y con el
cual se comienza el tránsito de la Colonia a la constitución y consolidación de la
República, formaban parte de un dispositivo de gobierno del vago, evidencia del afán por
emitir palabra de justicia218. La excepción guiada por la necesidad de tropas para la
defensa del Reino en todos sus confines se cruzaba con otros dispositivos, que
administraban instancias de gobierno de poblaciones diferentes, como las adscritas al
ejército, la policía y la armada o las encargadas de los delincuentes. Las normas también
visibilizaban la incursión y conexión con otra instancia administrativa armada, en este
caso, en los territorios, municipios, provincias o partidos y ciudades, para la utilización
de esta población en las obras públicas. Fue así como en las decisiones contra los vagos
comunes el trabajo forzado se constituyó en castigo-corrección y el destino a las armas
adquirió igual sentido: buscar, además de la limpieza del Reino en cuanto a la presencia
de vagos, la promoción y aplicación a la industria y la transformación del sujeto vago en
un sujeto útil.

217
Me refiero a si era producto de la vigilancia ordinaria de las autoridades competentes, de la remisión por
el proceso de levas o de la remisión por el proceso de apresamiento de bandidos y delincuentes.
218
Decir verdad, decir lo justo.

153
PRÁCTICAS JUDICIALES REPUBLICANAS PARA DECIR VERDAD

Las bases doctrinales del derecho colonial se nutrieron, en primer lugar, de elementos
escolásticos y, desde mediados del siglo XVIII, de los postulados de Alfonso Castro,
Cesare Beccaria y Montesquieu (Barbosa, 2007: 169). Estos permearon también la
educación en general y la formación jurídica en particular, en la que se educaron como
juristas los criollos y los próceres de la independencia. La influencia de la doctrina
escolástica se manifestó en la doctrina ilustrada, en la cátedra sobre derecho público –
dictada desde 1787–, basada en los contenidos del texto Elementos del derecho natural y
del derecho de gentes del alemán Henecio, que en la segunda parte trataba temas como
“la sociabilidad natural del hombre, la formación de la familia, la sociedad civil y los
derechos del ciudadano” (p. 71), los cuales incidieron notablemente, durante su vigencia
hasta 1795, en el surgimiento del sentimiento libertario y el espíritu revolucionario de los
criollos.

Luego, a partir de la independencia y la integración grancolombiana se instituyó, junto


con la primera constitución republicana unificada, la reforma educativa, en cuyo nuevo
plan de estudios se prescribía la enseñanza de Jeremías Bentham sobre principios del
derecho político influido de una suerte de racionalismo, que implicó que las respuestas a
las diversas cuestiones jurídicas fueran encontradas a través de la razón y no de la fe,
pues Bentham

… no aceptaba la teoría de la soberanía popular ni creía en la existencia de normas


jurídicas universales que limitasen la libertad del legislador […]. Sus conocidos
americanos eran Miranda, Nariño, Bolívar y Santander, quienes […] les gustaba su punto
de vista utilitario que estipulaba que tanto la conducta como la legislación debían basarse
en el principio del bien mayor para el más amplio número de individuos (pp. 59-60).

Ello produjo un cambio doctrinal con el traslado del sitio de producción219 en el que se
apoyaba el desarrollo jurídico: la atención republicana se desplazó a las discusiones de
franceses, ingleses y estadounidenses. Según Barbosa (2007), las bases de la ley penal del
siglo XIX partían del derecho penal clásico, fundado en dos principios: la autonomía y el

219
Estos sitios o núcleos de saber son el lugar donde se llevan a cabo discusiones relacionadas con la teoría
jurídica y su influencia traspasa fronteras.

154
libre albedrío del individuo. Por su parte, el delito pasaba a ser definido como “infracción
de la Ley del Estado” y se cometía en el marco de los dos principios, donde el libre
albedrío conllevaba una responsabilidad moral y posibilitaba responder penalmente. La
consideración como delito de la conducta ilícita del sujeto vago y la presencia de
elementos del proceso judicial en orden a impartir lo justo partían de estos dos principios;
en otras palabras, en adelante las contravenciones fruto del libre albedrío y la autonomía
entraban en la órbita de lo voluntario. Y detrás del sentido que iba tomando en la
República el delito de vagancia estaba el imaginario social derivado de la jerarquización
social y los comportamientos asociados a cada uno de los niveles de la jerarquía, a partir
de la cual se determinaba la calidad de la población, en relación con la veridicción
hegemónica, en cuanto a qué es lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo no aceptable, lo que
puede ser y hacerse y lo que no puede ser ni hacerse, lo justo y lo injusto, etc.

El proceso de constitución del sujeto vago republicano, en lo relacionado con su gobierno


jurídico o control como población marginal peligrosa, no fue ajeno al influjo hispano en
lo que respecta a la herencia legislativa con la que se tramitó judicialmente el control de
los vagos ni a la diferenciación interna que presentó jurídicamente. Esto que significa que
también influyó la heterogeneidad jurídica de las agrupaciones conceptuales –en
consecuencia, dinámicas y cambiantes–, obra de diferenciaciones como las que se
establecieron entre vago y malentretenido u ocioso, y producto de agrupaciones de orden
práctico para impartir justicia, como la que clasificó a esta población entre vagos
comunes para la administración ordinaria, la de vagantes o vagabundos para las levas y la
de vagos malhechores para la justicia penal ordinaria220.

A partir del segundo cuarto del siglo XIX221, la legislación republicana asumió las riendas
del gobierno de los vagos con sus propias leyes, inmersas todavía en el derecho colonial.
Las normas, leyes o artículos atinentes específicamente al procedimiento jurídico a seguir
pasaron por tres momentos ligados al desarrollo histórico y conflictivo del proceso de
formación del Estado republicano y a su incidencia en las continuidades o modificaciones
de las disposiciones. Fue así como en el transcurso de 25 años estos tres momentos

220
Dentro de las cuales caben las características que discriminan entre vago y ocioso, la edad, el sexo, etc.
221
En el Anexo 3 se pueden consultar las normas relativas al siglo XIX, ordenadas cronológicamente.

155
señalan las transformaciones de la mirada política y económica sobre el vago y, en
especial, de la manera de gobernarlo y sujetarlo. El primer momento tiene que ver con los
efectos que las guerras de independencia tuvieron en el incremento de la pobreza, el
aumento de mujeres con hijos desamparados, la falta de trabajo en el campo y las
migraciones a la ciudad, la desocupación de quienes regresaban de la guerra o de quienes
migraron, todo lo cual trajo el aumento de la mendicidad y la vagancia, vistos como
flagelos que azotaban la vida en las ciudades.

En la Ley del 11 de marzo de 1825 “Sobre la organización del régimen político y


económico de los departamentos y provincias”, que definía las funciones de los
representantes de la autoridad de gobierno en cada nivel territorial, se percibe la urgencia
local en los municipios producida por la proliferación de vagos, a los que se destinaba al
servicio de armas como castigo a partir de un procedimiento sencillo y sin que mediase
ningún proceso judicial, que garantizara la palabra de justicia. Basta con determinar su
utilidad a las armas y prohibir la presencia pública de mendigos sin licencia (Congreso de
la República, s.f.: 24. Anexo 2).

El segundo momento se produjo al siguiente año, cuando se restableció el orden en el


proceso jurídico para dictar, en derecho, la sentencia al sujeto, una vez comprobada su
vagancia, puesto que se mantenía la asociación con otros delitos (Ley 60 de 3 de mayo de
1826; ver Anexo 3). Destacan dos aspectos importantes respecto de los vagos: uno
atinente a la relación directa que se estableció entre la conducta ilícita y el delito, donde
de la conducta amoral nacía la conducta delictiva, por lo que era necesario castigar la
primera. Por contraste, las normas coloniales, sin desconocer los vagos delincuentes,
planteaban lo opuesto: la conducta delictiva era la que podía influir en la conducta de los
vagos comunes; el que vagos tuvieran roce frecuente con malhechores influiría
negativamente en los primeros, por lo cual se precisaba tomar medidas drásticas de
prevención. El otro aspecto corresponde a la ineficacia de la administración local en el
cumplimiento de la norma. Sobre esto, Restrepo (2011: 107-108) menciona como causa
la falta de fondos y de personal –tanto de policía como judicial– con que contaban el país
y los alcaldes, después de las guerras de independencia. Esta mención se encuentra en
algunos informes de autoridades coloniales y es posible inferirla de las normas contra el

156
desacato de las autoridades. Sin importar las razones que lo expliquen, se trata de un
problema que obstaculizaba el buen gobierno e iba surtiendo efecto en la dureza de los
“castigos” pecuniarios o de destitución a través del tiempo.

Ahora bien, en lo tocante a las prácticas jurídicas, con la Ley 60, la secuencia que se
estableció en busca de la verdad se sustentaba igualmente en el principio de inocencia y
pretendía buscar la verdad formal222 que resultaba de verificar la verdad material223 sobre
la calidad o no de la vagancia, y era lo que posibilitaba dar la sentencia o la pena de dos a
seis años en el servicio de la marina224.

El proceso de verificación o comprobación contemplaba, en términos generales, las


características que prescribían las leyes borbónicas relativas a las levas para vagos,
adecuadas a la singularidad del momento, en su orden: la recolección de información para
determinar la calidad de vago, esta vez recogida a partir de tres testigos citados por el
procurador municipal, quien debía formular la acusación; el apresamiento del individuo y
su confesión o descargo –con tres días de plazo para presentar pruebas sólidas–; y la
sentencia, pasado el término anterior y la debida notificación al procurador municipal y al
reo. Asimismo se ordenó la intervención de varios funcionarios del orden municipal. Del
procurador municipal, encargado de recoger toda la información necesaria para la
acusación, equivalente a la información sumaria; y del juez letrado, que recogía las
pruebas verbales de testigos y las aportadas por el acusado, con la participación del
alcalde u otra autoridad local, para estudiarlas y pronunciar sentencia.

Una década más tarde el procedimiento cambió, al tomar el proceso una forma rigurosa
en cuanto al orden a seguir y el orden como entraban en el proceso los funcionarios
judiciales. La denuncia por acusación o solicitud fiscal mediante pruebas concretas daba
lugar al oficio en el que se formalizaba el sumario sobre el sospechoso; una vez puesto
preso, seguía la confesión, de carácter electivo, dependiendo de las pruebas del sumario.
El acusado contaba con 10 días para recabar pruebas a su favor y presentar defensa por

222
Se refiere al pronunciamiento que emite el juez, al decir veraz jurídico que emite el saber del juez con la
sentencia.
223
Tiene que ver con la comprobación del hecho por procedimientos que buscan pruebas concretas.
224
A pesar de que la pena preestablecida para cualquier clase de vago era la misma, su duración da un
margen de libertad al juez o alcalde o autoridad de justicia, de cuyo conocimiento y competencia se hace
cargo.

157
escrito. Lo anterior implicaba, por una parte, que para verificar estas pruebas se contara
con cinco días adicionales y, por otra, que si el acusado no sabía leer ni escribir, tendría
que acudir a un tercero en su representación, cosa que generalmente sucedía, dado el alto
índice de analfabetismo del pueblo. Al finalizar los términos, se pronunciaba la sentencia,
que también comprendía otro cambio, como se vio en el tema tratado atrás sobre las
penas.

En este proceso intervenían como agentes de la administración el juez de primera


instancia, en el análisis de pruebas y sentencia; el gobernador, el jefe político, los alcaldes
o los jueces parroquiales, en la recolección de pruebas; el fiscal y los testigos, como
acusadores; el tribunal, que dictaba sentencia definitiva ante el fiscal; y el reo o el
defensor, confirmando o revocando la sentencia pronunciada en la primera instancia.

El último cambio en el procedimiento jurídico con los vagos se produjo en 1841 con la
formulación del Código de Policía, que implicó una reforma previa de tipo administrativo
en cuanto a la asignación de funciones relacionadas con el orden y la seguridad de las
ciudades, de tal manera que la competencia en el manejo de la vagancia pasó a manos de
la institución policial, con la tipificación de contravención, lo que la habilitó para el
castigo de la vagancia. En otras palabras, significó un cambio de poder, y se pasó del
poder judicial al poder policial, con procedimientos de actuación y asignación de penas
diferentes, como se verá.

La ley establecía en primer lugar la división de la policía en general y especial, urbana y


rural. De manera específica (Anexo 3, año1841), definía la contravención como la
violación de la norma en sus diferentes formas legislativas y dio competencia a los jefes
de policía o a los que hicieran sus veces en los cantones para conocer y prevenir las
contravenciones llevadas a cabo dentro del territorio (arts. 26 y 27). Por otra parte, redujo
el procedimiento judicial a uno de carácter verbal breve y sumario (art. 28) y facultó
como policía judicial a los jefes de policía, con competencia para que ellos o sus agentes
delegados realizaran las indagaciones necesarias de establecimiento de los delitos y
contravenciones o faltas (art. 84). En lo que competía al cuidado de la moral y las buenas
costumbres, el código ordenaba: “Tienen los empleados de policía el deber de impedir
que los vagos i jente sin oficio infesten las poblaciones, descubriendo los que la lei repute

158
por tales, i solicitando su juzgamiento i castigo por la autoridad competente” (Lei Mayo
18 de 1841; Anexo 3).

Concretamente, al año siguiente, en ley anexa a la de policía general se estableció la


competencia del jefe de policía para la declaración de un sujeto como vago y para dictar
las penas y los procedimientos establecidos en la Ley de 1836, de tal manera que con los
artículos 1 y 2 (Anexo 3) se produjo el desplazamiento de la autoridad de un funcionario
de la administración de justicia al jefe de policía, en el caso de los vagos y el tipo de
penas a aplicar, amparadas en las obligaciones que correspondían a su misión de
vigilancia del “orden y las buenas costumbres” urbanas225. Pero se mantuvo el
procedimiento estipulado en 1836, para verificar que el individuo cumpliera esta
condición y poder acusarlo y sentenciarlo por vagancia; de la misma manera, se mantenía
que el jefe de policía podía reducir las penas de concertaje o colonización.

La última transformación del siglo XIX se presentó con el Código de Policía de 1858.
Como se desprende de la norma (Anexo 3) y por comparación con los dos códigos de
policía anteriores, se desplazó el procedimiento de verificación de la calidad de vago.
Esto significó que bastara con que un acusado de vagancia fuera clasificado en alguna de
las calidades contenidas en la definición que los visibilizaba226, esto porque, si la
definición en las normas anteriores era condición necesaria para denunciar o aprender en
una batida a un sospechoso de vagancia, la condición suficiente le correspondía a la
verificación de la calidad; mientras que en el Código de Policía la definición, por el
contrario, pasaba a ser condición suficiente para el pronunciamiento de la pena
correspondiente. Otra modificación consistió en que el procedimiento de sentencia
resultó desplazado por uno nuevo, relacionado con la manera de actuar en la puesta en
ejecución de cada forma de castigo, en el caso de las medidas de caución, concierto y
confinamiento; y en el de reincidencia o de suspensión de la pena, dondequiera que se

225
Como se vio en el intertítulo dedicado al castigo, las penas estipuladas en el código para los asuntos de
orden correspondían al castigo corporal expresado en el trabajo forzado en las obras públicas, siempre y
cuando los vagos no fueran menores, hijos de familia o pupilos descarriados, mujeres de vida pública o
estudiantes inaplicados.
226
En el Anexo 1 puede consultarse la definición del vago, en la que se describen diez características que
identifican dicha condición.

159
trataba de “reforma” del sujeto, y finalmente, en qué casos utilizar la reclusión como
último recurso.

Retomando lo visto, dos mutaciones importantes se produjeron desde mediados de siglo


con el liberalismo. El desplazamiento del poder judicial por el poder policial para el
gobierno de los vagos y, en consecuencia, el desplazamiento de la tipificación como
delito a su tipificación como contravención. Y la inflexión de las normas que establecían
los procedimientos, ya no de acuerdo con el tipo de vago, sino según el tipo de pena, que
a su vez pasó por una modulación concerniente a la reducción de las penas a aplicar,
variando en cuanto a su temporalidad; y cuyo resultado fue la modificación de los
procedimientos de verificación y control del proceso por unos más ágiles, dirigidos a
hacer efectiva la pena.

Un tercer cambio consistió en la desaparición del principio tácito de presunción de


inocencia al desplazarse el proceso correspondiente a la instrucción. En tanto que, de
alguna manera, el principio de la libertad de la persona y la voluntad o libre albedrío, que
estarían actuando en cada una de las decisiones y prácticas del sujeto vago, se
fortalecieron, y esa libertad podía ser utilizada por el penado para concertar y estar de
acuerdo con la responsabilidad de lo concertado, manifestando un trasfondo de cierta
confianza en que cumpliría con su compromiso, lo que no fue óbice para considerar qué
hacer en caso de reincidencia.

Para terminar, la discontinuidad de la línea jurídica procedimental era reflejo de la gran


dinámica del siglo, de los momentos turbulentos de paz, de los conflictos y cambios
políticos, de las guerras sucedidas a lo largo del territorio republicano y de los efectos de
estos sucesos, en unión con los desarrollos del saber legal, las influencias de otros centros
de producción de doctrina y los desarrollos de los instrumentos y técnicas que soportaban
los procesos.

160
IV. EL CONTROL DEL CONTAGIO

En este capítulo esclarezco otras formas de gobernar el problema de la vagancia, con lo


que me refiero a ámbitos paralelos al dominio jurídico, como el de la prevención227,
política que buscaba evitar que algunos menores estuvieran expuestos al “contagio” del
vicio de la vagancia como resultado de las siguientes situaciones: por pérdida de los
padres; por pobreza de las familias, cuya resultante era el abandono de menores; por
ciertas conductas negativas de algunos jóvenes establecidas jurídicamente como indicios
de vagancia; y finalmente, por comportamientos incipientes que pudieran estar indicando
tendencias a la vagancia. El conocimiento de estas características en la población de
menores y jóvenes condujo a la identificación de tres grupos de población infantil que se
veía necesario vigilar y a los cuales había que aplicarles medidas dirigidas a su
inmunización o su encauzamiento u orientación, para así cortar de raíz esta plaga. Para
ello identifico esos diferentes modos de actuar como parte de lo que se denominaba buen
gobierno, cuyo objeto era controlar y contrarrestar la amenaza de contagio que
representaba la vagancia –como problema– y las conductas asociadas a los vagos –como
su expresión–, en particular, en grupos de menores y jóvenes de ambos sexos. En esta
perspectiva, el problema a resolver tenía que ver con la manera de gobernar estos grupos,
evitando así su caída en las redes de la vagancia228.

La intensificación de las reformas borbónicas en el último cuarto del siglo XVIII tuvo por
objeto el fortalecimiento de las finanzas de la Corona mediante el incremento de la
productividad económica y la eficiencia administrativa coloniales. En esta perspectiva, en
dos informes de transmisión de mando de los virreyes, se encuentran algunas

227
En el Diccionario de Autoridades (1737, t. V) dos acepciones aplican claramente a lo que señalo cuando
hablo de prevención:la de “preparación y disposición de alguna cosa, que se hace anticipadamente, para
evitar algún riesgo, o para executar qualquiera otra cosa”; y la de “conocimiento anticipado de lo que puede
suceder, o del riesgo que amenaza”. Es decir que algunos aspectos de la realidad conocidos por los
gobernantes eran marcadores de conductas catalogables como vagancia, como punto de partida para
anticipar las posibles conductas de algunos grupos de población e identificar acciones tendientes a
contrarrestar o erradicar esta posibilidad.
228
Es conveniente recordar que en la ley la “clase vago” estaba compuesta por diferentes comportamientos,
de los cuales emergieron diversas figuras sociales, manteniéndose en el tiempo tres de ellas: los vagos, los
malentretenidos y los holgazanes, cada una caracterizada por comportamientos específicos jurídicamente
punibles, como se vio en el capítulo III.

161
interpretaciones sobre el gobierno: para el virrey De la Cerda (1772) el gobierno estaba
dirigido al beneficio público del reino, mientras que su fiscal Moreno y Escandón –como
protector de indios– diferenciaba entre administración de justicia y buen gobierno,
separando, en este último, el gobierno económico y del interior del gobierno religioso o
eclesiástico. Por su parte, el virrey Guirior señalaba la necesidad de tener en cuenta dos
aspectos clave para el buen gobierno: la extensión y dispersión del territorio
neogranadino y el carácter variado de sus habitantes: “el Gobierno de Indias requiere
muy distintas reglas, ya por las crecidas distancias y genio de sus habitadores, ya por los
usos antiguos y diversos de sus provincias” (1776: 11).

Al diferir las medidas borbónicas de gobierno de la administración de justicia, el buen


gobierno trataba de asuntos que requerían ordenación y elaboración de distintas reglas
para la administración y el fomento en diferentes ámbitos. En el caso de la economía, el
descubrimiento de minas y la organización del trabajo en ellas, así como el impulso a la
agricultura y siembra de tabaco y cacao, a las maderas y al comercio del trigo, quina y de
manufacturas españolas. En cuanto a las instituciones, era necesario organizar su
funcionamiento y promover la fidelidad de los empleados. En el ámbito religioso, se
requería mejorar la administración de las misiones y la propagación de la fe católica. De
la misma manera, era necesaria la intervención en los ámbitos de las ciencias, artes y
producción literaria; los concernientes al arreglo de la población, el cuidado de los pobres
y su separación de los holgazanes; y los espacios relacionados con el ordenamiento de la
ciudad, la educación de la juventud y la organización del territorio, entre otros asuntos
(Moreno y Escandón, 1772; Guirior, 1776; Caballero y Góngora, 1789). Todos estos
como principios fundamentales de las reformas a aplicar y obedeciendo cada uno a
problematizaciones políticas específicas con base en las cuales se orientaban y aplicaban
los mandatos de la Corona.

Gobernar implicaba tres componentes de orden administrativo y político: ¿a quién y qué


es lo que se gobierna?, ¿quiénes gobiernan? y ¿cómo y en qué espacios se gobierna? En
lo que concierne a quién y qué es lo que se gobierna, fue a partir de estas preguntas como
el gobierno se dirigió a la conversión en sujetos morales y útiles de los menores y jóvenes

162
de ambos sexos susceptibles de contagio por su condición de desamparo229 o conductas
relajadas230, a partir de formas preventivas protectoras de la influencia negativa y su
consecuencia: la imitación de los malos ejemplos. Para ello se desplegó un conjunto
institucional y de funcionarios encargados de gobernar directamente la epidemia de la
vagancia, en la batalla contra este vicio y azote.

Como fuentes para dilucidar esta forma de gobierno, en sus diferentes componentes,
están las transmisiones de mando de los virreyes del último periodo colonial; los
informes anuales al Congreso de los Secretarios del Interior de la República de Colombia
en el siglo XIX, en los que se percibe la postura de los gobernantes acerca del problema; y
la mirada de algunos ilustrados y la prensa del momento. Este capítulo tiene dos
secciones. La primera rastrea la manera como se conducía a los menores desamparados,
inmunizándolos ante la posibilidad de contagio; la segunda se centra en la conducción de
los jóvenes sueltos reorientando sus conductas, si entraban en la clasificación de vagancia
por primera vez, u orientándolos en caso que sus comportamientos no alcanzaran a ser
considerados jurídicamente punibles. En cada una de estas secciones se presentan los
componentes básicos relativos a lo institucional y al objeto y las medidas de gobierno
establecidas para este grupo poblacional.

GOBIERNO DEL ABANDONO. SEPARACIÓN E INMUNIZACIÓN

Como problema de gobierno, la manera como se pensaba y entendía la vagancia


involucraba: su definición, sus vínculos y los personajes que la representaban o podrían
representarla en un inmediato futuro. Como mostré en el capítulo II231, la vagancia
formaba parte constitutiva de la pereza, característica general asignada a los habitantes
del territorio neogranadino232. La pereza se enunciaba como la madre de todos los vicios,
dos de los cuales se hacían corresponder con lo que posteriormente será denominado

229
Comprendía a los huérfanos, los abandonados y los denominados jóvenes sueltos.
230
Era el caso de los denominados jóvenes sueltos libertinos, entregados a las diversiones.
231
En el intertítulo “Gobierno de la economía y atributos negativos de los neogranadinos”.
232
Por los gobernantes borbones y republicanos y los ilustrados.

163
vagancia, y eran la ociosidad233 y la holgazanería234, cuyos comportamientos permiten
identificar diferentes personajes constitutivos de la “clase vago”235, como el ocioso, el
haragán u holgazán y el vagamundo o vago236.

A partir del último cuarto del siglo XVIII, la vagancia y los vicios asociados a ella fueron
objeto de diversas medidas de gobierno derivadas del conocimiento de las conductas
transgresoras, constitutivas de la vagancia, de fácil apropiación por imitación, así como
con alta probabilidad de convertir a quien las practicara continuamente en un individuo
vago. La mirada sobre estas conductas permitió, en primer lugar, identificar las
características más comunes relacionadas con el medio social, principalmente en los
estamentos bajos; y en segundo lugar, las condiciones que predisponían al riesgo para
cierto tipo de individuos. A partir de esto, se posibilitó el reconocimiento de tres focos de
atención, los dos primeros caracterizados por la escasa edad de los individuos y ciertas
condiciones sociales –los menores y niños abandonados o huérfanos y los jóvenes
sueltos-; y el último, como consecuencia del olvido del Estado, la pobreza y la
ignorancia: un sinnúmero de habitantes desocupados de diferentes poblaciones, en las
cuales se carecía de industria o esta era muy rudimentaria.

Fue así como, con las reformas borbónicas y el proceso de urbanización, desde fines del
siglo XVIII y durante el siglo XIX, la preocupación por el gobierno de la vagancia tuvo
como objetivo su control y erradicación como epidemia. Se tenía en mente
fundamentalmente el ordenamiento de las ciudades y la consecución de la felicidad de
sus habitantes. Medidas que hundían sus raíces en el contexto anterior a las reformas
borbónicas, en el siglo XVI, cuando fue común en el territorio español la fundación de
instituciones como las casas de doctrina, las obras pías de niños huérfanos y los centros
de niños huérfanos y abandonados237. Con el surgimiento de las casas de expósitos se

233
“OCIO: Cessación del trabajo, inacción o total omissión de hacer alguna cosa” (Diccionario de
Autoridades, 1737, t. V).
234
“HOLGAZANERIA: Ociosidad, haraganería, aversión al trabajo, Desidia, inertia, iganavia” (Diccionario
de Autoridades, 1734, t. IV).
235
Entendida como un grupo conjunto que presenta características comunes.
236
“VAGO-GA: Lo que anda de una parte á otra sin determinacion á ningun lugar”; “VAGABUNDO-DA:
Holgazán, ú ocioso, que anda de un lugar en otro, sin tener determinado domicilio, ú sin oficio, ni
beneficio” (Diccionario de Autoridades, 1739, t. VI ).
237
Antes habían surgidos dos formas de manejar el problema de la infancia abandonada: en el siglo XIII con
el Papa Inocencio III y la creación de las instituciones para los niños de padres desconocidos, y

164
propició la reducción de los infanticidios como práctica común entre los pobres, también
en la Nueva Granada. El problema que presentaba el creciente aumento de pobres llevó a
la búsqueda de soluciones. En este escenario, respecto de los niños y niñas pobres y
abandonados, Vives (1526) formuló tres criterios básicos a tener en cuenta: la atención de
la que deben ser objeto los niños con o sin padres en un sitio especialmente dedicado para
su crianza; la enseñanza de las primeras letras y modales adecuados; y la enseñanza de
las prácticas de aseo, de acuerdo con los lineamientos de la sociedad y la doctrina
cristiana. “Lo mismo debo decir de las escuelas de niñas; en ellas se enseñarán los
rudimentos de las primeras letras, y si se encuentra alguna con aptitudes para el estudio
de las letras, permítasele progresar más siempre que todo vaya orientado a mejorar las
costumbres” (p. 93). Más adelante, Pérez de Herrera (1598), ante este mismo problema,
se enfocaba en el amparo, la distribución y ocupación de los niños y niñas pobres, y los
huérfanos desamparados y pedía “que se repartiesen, por mano de los prelados y
corregidores, entre caballeros, y ciudadanos y gentes ricas, que los criasen y los tomasen
a su cargo para hacerlos poner a oficios adelante, o servirse dellos, con obligación de
remediarlos o pagarles los que les hubieren servido” (p. 103). En su plan, precisaba los
grupos de atención, por edades y diferenciando la atención entre los totalmente
incapacitados para manejarse autónomamente238 y aquellos que por su desarrollo podían
ser objeto de formación.

Finalizando el siglo XVIII, Pedro Rodríguez de Campomanes239, en el Discurso sobre el


fomento de la industria popular, mencionaba como principal característica de los
hospicios “la educación de los expósitos” y planteaba que, además de su gobierno a
través de juntas, estos establecimientos debían tener un método uniforme en cuanto a su
política, así como mantener vigilancia sobre esta y sobre el avance de la industria
popular. Para el autor, en estos establecimientos, los primeros aprendices debían ser los
mendigos y ociosos y “los niños vagantes extranjeros”, quienes “por fuerza o de grado,

posteriormente, en el siglo XIV, con Pedro IV de Aragón, rey de España, la figura del Padre de Huérfanos
“antecesor[a] del Defensor del Pueblo de Menores, que recoge a los niños huérfanos y abandonados
ayudándoles a su sustento y educación” (Casado, Díaz y Martínez, 1997: 3).
238
Los que se encuentran en los primeros años de desarrollo.
239
Político de Asturias. En 1775 promueve la constitución de la Real Sociedad Económica de Madrid,
modelo de estructuración de las Sociedades Económicas de Amigos del País.

165
en estos talleres y a poco tiempo se volverían vecinos honrados y enseñarían en su pueblo
el oficio lo que hubiesen aprendido, ejerciéndolo ellos con utilidad propia” (1774: cxxix).

De los autores anteriores tres componentes serían esenciales para las diferentes medidas
de constitución de un sujeto útil a la sociedad: la atención separada de niños y niñas del
resto de población a atender; la diferenciación por edad y capacidades en las actividades;
y la educación y formación moral y para el trabajo.

El aumento de la población de pobres y de la niñez en las calles, tanto en la Península


como en tierras americanas, trajo consigo el desorden de las poblaciones y ciudades. Para
introducir sus Reformas, el rey borbón Carlos III firmó en 1783 una resolución en la que,
como parte de las medidas de ordenamiento de las ciudades, estipulaba la internación de
niños y niñas en los hospicios junto con la forma de manejo de estos lugares. Esta medida
de encierro tuvo como principal motivación hacer que estos niños y niñas con el tiempo
no se volverían vagos:

Internar a los niños en los hospicios para que se les instruya en las buenas costumbres, se
les haga aprender oficios y manufacturas, dándole ocupación y trabajo proporcionado a su
fuerza, o se apliquen el que ya supieran; a fin de que dando pruebas de su aplicación y
enmienda puedan, con el tiempo, restituirse a su Patria o donde se les convenga fijar su
domicilio, para hacerse vecinos útiles y contribuyentes (citado por Pedreira, 1992: 216).

El abandono de la niñez fue un fenómeno que se presentó también en las Indias


Occidentales, así como la aparición y generalización de las casas de expósitos. En el siglo
XVII, en la Nueva Granada, la proliferación de estas la provocó el creciente aumento de la
niñez abandonada por cualquier causa: mortalidad temprana de los padres, uniones
ilegales, migración a la ciudad, falta de trabajo, pobreza...240. Del mismo modo, se dieron
iniciativas particulares o actos solidarios por parte de mujeres indígenas con recursos

240
También llevaban al abandono las malformaciones congénitas del recién nacido, conflictos familiares,
adulterio de las mujeres, incesto o como protección de hijos de indios o esclavos contra las cargas que esta
condición traía consigo. Por otra parte, era una práctica por igual de indios pobres, negros esclavos y
blancos. Para mayor información véase la tesis doctoral de María Himelda Ramírez “Las diferencias
sociales y el género en la asistencia social de la capital del Nuevo Reino de Granada, siglos XVII y XVIII”
(2005).

166
económicos dirigidas cobijar, bajo su tutela, un niño o niña huérfana241 y posteriormente
designarlo su heredero o heredera.

En este contexto se fundó la Casa de Expósitos y Recogidas (1642)242 para enfrentar el


problema del abandono de recién nacidos dejados “en las calles de Santafé, en las puertas
de las casas y en los atrios de las iglesias”243 (Vargas, 2007: 226). Estas casas tenían
instalado un dispositivo llamado torno244, donde desde la calle se dejaba a los niños
abandonados, cuyo peso hacía girar el torno hacia adentro y activaba una campana que
anunciaba a la mujer tornera la llegada de un nuevo expósito abandonado. Con esto se
garantizaba el anonimato de las madres. En el funcionamiento de estas casas se aplicó la
sugerencia de Pérez de Herrera en cuanto a la distribución de los niños, una vez contaban
con cierta edad245. En la Nueva Granada, a esta distribución se le añadió la diferenciación
de acuerdo con la raza de los menores, así: los hombres blancos y mestizos se enviarían a
casas acomodadas o con maestros de oficios, los indígenas debían regresar a su lugar de
origen, y los negros, a su categoría de esclavos246.

A finales de la Colonia neogranadina empezaron a funcionar los hospicios de pobres,


como forma de contrarrestar el aumento de mendigos en las casas de recogimiento247,
discriminados así:

El primero en el Hospicio de pobres de sexo masculino, libertando al público de la molestia


de crecido número de holgazanes disfrazados con el vestido de miserables, i ejercitándose
la piedad en los que son acreedores a ella. I el segundo en la Casa destinada para
recojimiento de mujeres, i recibo de niños expósitos i su crianza, en que seria superfluo

241
Ramírez (2005) halló ejemplos en testamentos de mujeres indígenas que tutelaban niñas abandonadas o
huérfanas.
242
En 1565 llegó a la Real Audiencia un oficio del rey que trataba de la “urgencia para crear un refugio
para mujeres desamparadas”, pero solo hasta 1639 se otorga la licencia para abrir esta casa y se la funda en
1642 (Vargas, 2007: 226).
243
Producto del abandono de los descendientes de los blancos y las transgresiones de las mujeres
españolas, criollas y mestizas con el matrimonio como institución.
244
En 1198, el Papa Inocencio III introdujo el llamado torno de expósitos. Este medio, accesible para todos
y en cualquier momento, facilitó el abandono de niños en el más completo anonimato, con la certeza de
que estos iban a ser recibidos y atendidos (Roggenbuck, 1996: 674).
245
En los siglos XVI y XVII, el educador Comenius estableció cuatro edades de crecimiento: infancia,
puericia, adolescencia y juventud. Los niños estaban en estos hospicios hasta terminar la puericia (Delval,
2008: 34).
246
Sobre las niñas no hay menciones específicas.
247
Informe que el fiscal Moreno y Escandón (1772) le dirige al virrey De la Cerda.

167
referir los beneficios comunes que en servicio de Dios i del Rei reporta el público con unas
obras que por sí mismas publican su utilidad i grandeza (Moreno y Escandón, 1772: 42).

Posteriormente, en 1774, Moreno y Escandón como ministro presentó un proyecto para la


fundación y construcción del Real Hospicio248 (en dos casas contiguas o dos Reales
Hospicios) para pobres e inválidos de ambos sexos, con una sección de mujeres que
contemplaba la acogida de los niños expósitos, el cual fue autorizado en 1777 mediante la
Real Cédula de 10 de junio despachada en Aranjuez. Todo esto guiado por la disposición
del Recogimiento de Pobres y su encierro. La Real Cédula marcó el inicio de la
secularización de la pobreza y la desacralización de pobres y mendigos, al tomar el
Estado las riendas de la administración de las casas de hospicios. En las ordenanzas sobre
los hospicios de Santafé, de 1777249, se formulaba la necesidad de “procurar con el mayor
zelo recoger, y abrigar a los menesterosos y desamparados sea qualesquiera edad, clace, y
condicion que sean” (f. 190), así como el abrigo de las mujeres con hijos. Una vez
llegaban al hospicio los expósitos y los huérfanos, y luego de que eran registrados y
aclarado su estado bautismal, en caso de ser infantes debían recibir la atención de un ama
de leche permaneciendo bajo su cuidado hasta la edad de seis años. A partir de este
momento el niño o niña eran trasladados a la casa respectiva según su sexo.

Los alguaciles fueron los encargados de recoger a los pobres que andaban vagando por la
ciudad y de reencauzar la limosna procurada en alimentos al Hospicio, de tal manera que
“la comida que antes se distribuia caritativamente en los pobres que concurrian a la
Porteria se condusca al Hospicio” (f. 200)250. El Virrey Guirior instruyó a los alcaldes de
barrio sobre las medidas a tomar para el recogimiento de los pobres y el destino que se
debía dar en el caso de los menores:

248
Nombre genérico que comprende dos Reales Hospicios separados físicamente en edificaciones
contiguas.
249
Se trata de un manuscrito en donde se copian, de la cédula, cada uno de los aspectos relativos a la
constitución de los Hospicios, como la población que allí se debía albergar, el manejo específico de los
expósitos, la distribución de estos, una vez han alcanzada determinada edad, el gobierno interior de estas
instituciones por una Junta encabezada por el fiscal de crimen, las rentas con las cuales irían a ser
sostenidos, entre otros asuntos, así como la respuesta de los diferentes convocados a formar parte de la
Junta, cuyo asiento estaba en la Real Audiencia.
250
Roggenbuck (1996) encuentra en Bogotá una relación entre “la falta de funcionamiento de las
instituciones públicas de atención y la aparición de niños callejeros” (p. 679).

168
… es preciso que descubran los que se hallaren sin destino, los vagos, y mal entretenidos,
los huerfanos, y muchachos abandonados de sus Padres, y valiendose de este conocimiento
se les previene seria, y estrechamente, que a los ultimos los trasladen sin dilacion al
Hospicio, ó Casas de Recogidas con una voleta circunstanciada, para que se asiente, y
firme en el Libro su entrada (1776: 4).

Con el Real Hospicio –también denominado el “Presidio de la Virtud, pues por medio de
ella dexan de triunfar los vicios en las Ciudades” (Papel Periódico, 1791, No. 13)– se
esperaban resultados en la erradicación de la presencia de vagos y de ciertos
comportamientos indebidos, pues así “ya no se encontrarían por las Calles esos vagos de
uno y otro sexo […] no se notaria tanto mala crianza y afeminación en esa numerosa
turba de Jovenes viciosos y holgazanes […], dexaria de haber tanta copia de estudiantes”
(pp. 99-100), que solo hasta 1796 empezaron a ser percibidos, por la demora en la
finalización del proyecto:

Habiendose, pues, sentido yá los efectos, desapareciendo de las calles y Plazas de esta
Capital aquel tropel de mendigos, verdaderos ó fingidos que incomodan al mismo paso,
que compadecen, y quitandose de la vista del Publico el lastimoso objeto, que exercitaba su
caridad; parece muy conforme, que aquella porcion infeliz de la humanidad no pierda el
derecho de ser socorrida en el recogimiento en que se halla. Allí sera mas util, en su
inversion la limosna, y sin variar de destino se mejorará en la aplicación á beneficio
espiritual y corporal de los Pobres (No. 225: 1287).

En la Cámara de Providencia de Bogotá, en 1833, se “decidió por decreto modificar la


razón del Hospicio de Bogotá a Casa Refugio, con el propósito de contar con una casa
pública de educación, instrucción y beneficencia”, que incluiría en adelante dos tipos de
población: la de expósitos, niños pobres e indigentes que vagaban por las calles y
desamparados de ambos sexos “que desde muy temprana edad andaban vagando por las
calles” (Mancera, 2012: 228)251, y la de los ancianos y pobres achacosos252. Lino de

251
Hombres menores de 12 años huérfanos, menores de 15 años con padre conocido, menores de 10 años
hijos de presos pobres, mujeres huérfanas menores de 15 años, todos los incapaces, incluidos los ancianos
que no cuenten renta alguna. “Con el torno de expósitos –que es el símbolo del abandono institucionalizado
de niños– no sólo se pretendía salvar a los niños abandonados; sobre todo se pretendía borrar la
‘vergüenza’ de la maternidad ilegítima, el ‘pecado’ de la deshonestidad y de facilitar la conversión a la
pecadora” (Roggenbuck, 1996: 675).
252
Otra denominación que tenían era la de valetudinarios (Restrepo, 2011: 103).

169
Pombo253, en el informe de 1836 como secretario del Interior mencionaba algunos
aspectos de esta adecuación y las actividades realizadas:

Se ha trabajado con mui laudable empeño en la provincia de Bogotá, por la gobernacion,


por la cámara i por las ciudades patriotas, en el arreglo i progresos de la casa de refujio,
instruccion i beneficencia establecida en la capital para reclusion de mendigos254 i crianza
de niños espositos; i el resultado de sus esfuerzos ha sido bastante satisfactorio,
refaccionado i considerablemente mejorado el solido i espacioso edificio, i provisto de los
muebles i enseres necesarios, están alojadas en él ciento veinte personas adultas de ambos
sexos, con la separacion debida, i se cuida de setenta niños, la mayor parte espositos: à
todos se les viste i alimenta bien, se les atiende con el mayor esmero por los empleados de
la casa, se les acostumbra al aseo, al trabajo i á la templanza, i se les proporcionan los
goces i la comodidad posibles. Dentro del establecimiento está montada una buena escuela
de enseñanza primaria, escritura, aritmética, dibujo linear i relijion: i hai tambien tornos,
telares i otras máquinas en que los reclusos, dirijidos por maestros inteligentes, fabrican
varios tejidos de lana, algodon i seda (p. 25).

Frente a la amenaza de peligro social, en 1834, al Hospicio de Bogotá se le asigna un


nuevo carácter al ser transformado en casa de corrección para que presidiarios y niños
abandonados cambiaran sus malas costumbres y los primeros rectificaran su conducta, a
través del aprendizaje de un oficio; destaca en esta modalidad de corrección la
convivencia de menores con los condenados por vagancia y ocio. La enseñanza de la
religión, la moral, las primeras letras y algún oficio, una vez el expósito cumplía 6 ó 7
años, fue una de las disposiciones más estables en este periodo.

En el Código de Beneficencia de Cundinamarca (1858)255, además de insistirse en la


obligación de aceptar a los expósitos, también se hacía referencia a la necesidad de dar
“instrucción relijiosa i enseñanza de algun arte u oficio a los espósitos que estén en edad
de recibirla, o que se concierten con personas que puedan dársela, siempre que así lo
garanticen” (art. 12, num. 4: 344).

253
Fungió como secretario del Interior entre 1834 y1839.
254
A partir de 1834 y hasta 1858 se asiló en la Casa Refugio los viejos enfermos junto con los abandonados
y los huérfanos.
255
La segunda mitad del siglo XIX marca el inicio del proceso de construcción del Estado nacional y, con
este, de una serie de cambios en la legislación y ordenamiento estatal. Uno de estos cambios correspondió a
la creación de la Junta de General de Beneficencia de Cundinamarca mediante la Ley 15 de 1869 de la
Asamblea de Cundinamarca, quedando todos los establecimientos de caridad y beneficencia bajo su
dirección. Posteriormente este ejemplo será seguido por otros Estados.

170
Detengámonos ahora en la constitución de la Sociedad San Vicente de Paúl por ocho
laicos256 en calidad de socios fundadores, en la Iglesia de San Francisco de Bogotá. Se
trataba de una sociedad católica laica de carácter privado, destinada para el socorro
domiciliario “principalmente á las personas que, padeciendo verdaderas necesidades no
se atreven, por decoro y delicadeza á excitar la compasión pública”257 (1887: 3). Las
niñas huérfanas o desvalidas fueron otro de los grupos objeto de su asistencia y atención,
por hacer parte del conjunto de pobres a atender, como las madres de familia solas,
enfermas y con hijas; las madres sin apoyo con niñas; las huérfanas sin ayuda; los
artesanos imposibilitados258. Para llevar a cabo sus funciones, relacionadas
específicamente con personas abandonadas, contaba con: la escuela gratuita para
“huérfanas o hijas de padres pobres”; la sala de asilo, conformada por “las huérfanas sin
familia, o de las que teniéndola se hallen en estado de estrema pobreza”; la sección
docente, encargada de “la enseñanza de la doctrina cristiana, la impresión y distribución
de catecismos y libros de religión y moral, además de la dirección y consejería de las
jóvenes, la promoción de los ejercicios espirituales, la premiación de los aprendices
aplicados, el establecimiento de conferencias de estudios religiosos, y de ubicar en las
escuelas y colegios gratuitamente o a bajo precio a niños pobres (Sociedad de San
Vicente de Paúl, 1866, 18-29).

Otras consideraciones generales de la Sociedad tenían que ver con la obligación de


prestar socorro a los pobres viciosos, siempre y cuando no fueran “incorregibles”, y
solucionar el problema de la relajación de los lazos familiares y sus consecuencias, mal
con variadas formas de manifestación: “el aprendiz que deja el techo paterno; el
jornalero, el pueblo nativo para ir a buscar fortuna, i mas luego a lanzarse en la carrera de
la prostitucion; los hogares abandonados; los jefes de familia solos i ya viejos i enfermos
forman un cuadro lastimoso” (Sociedad San Vicente de Paúl, 1866: 40-41). Como
remedio, la Sociedad planteó en primer lugar dar ejemplo: “como propietarios,
256
Rufino de Castillo, Mario Valenzuela, Ricardo Carrasquilla, Francisco Quijano, Francisco de P. Franco,
Matías de Francisco y José María Trujillo Herrera
257
Con respecto a estas sociedades, Castro diferencia dos tipos de ayuda para los pobres: “la ayuda
institucional y la ayuda a domicilio […] La ayuda domiciliaria era entendida como una ayuda más
organizada, más racional y más útil […] no fue realizada en Colombia sino hasta mediados del siglo xix,
cuando se fundó la Sociedad de San Vicente de Paúl […] la ayuda domiciliaria en Colombia fue realizada
por instituciones o sociedades privadas” (2006: 8-9).
258
Nótese el especial interés por la asistencia de mujeres pobres con hijas y niñas abandonadas o huérfanas.

171
industriales y dueños de obras; i despues nuestras insinuaciones […] cuidaremos de que
bauticen al recién nacido, enviando a la escuela a los niños mas grandes, siguiendo el
aprendiz en el talles” (p. 41), y, finalmente, inculcar los mandatos religiosos259.

Para la beneficencia pública, en 1863, se estableció la creación de una escuela taller en la


Casa de Refugio de la ciudad por medio de la Ordenanza Orgánica de la Instrucción
Pública (cap. IX, art. 55, en Noriega, 1887), para que los “expósitos y refugiados
varones” recibieran instrucción elemental, así como la enseñanza de un “arte industrial a
todos los niños que se hallaran en aptitud de recibirla y quisieran inscribirse en la
respectiva maestranza”, y á los “expósitos o huérfanos de la Casa que estén en la misma
aptitud” (art. 55:81-82)260. Las artes y oficios que allí se enseñaran debían ser designadas
por la municipalidad de acuerdo con las circunstancias; para empezar, la escuela-taller
inició con tres oficios: zapatería, herrería y carpintería (§ art. 57).

En el Acuerdo Orgánico de la Casa de Refugio de 1866261 (art. 1, num. 2, en Noriega,


1887) se planteaba “la crianza y educación de los niños expósitos hasta aquella edad en
que pudieran valerse á sí mismos y adquirir con el producto de su trabajo lo necesario
para subsistir” (art. 1: 127-128). Allí se admitieron dos tipos de menores: los niños
expósitos262 o los que siendo huérfanos y menores de 12 años se encontraban “destituidos
del auxilio de persona alguna” (art. 2, num. 1) y “los niños menores de diez años, hijos de
presos pobres, en depósito hasta que sus padres queden en libertad” (num. 2), así como
los hijos de presos menores de diez años que pagaran una cuota por su manutención
temporal263. En cualquier caso, para los dos tipos de niños aplicaron las medidas de

259
Para la Sociedad el ateísmo práctico era el cáncer de la sociedades modernas.
260
Las niñas no formaron parte de esta instrucción industrial, porque, mientras que los varones expósitos
pasaban al departamento de hombres al cumplir los diez años y estaban habilitados para recibir la
instrucción elemental y de un arte industrial, las niñas debían permanecer con los niños expósitos bajo el
cuidado de la mayordoma “como Directora de escuela” quien debía instruir las niñas de “conformidadcon
las disposiciones de la Ordenanza (Acuerdo Orgánico, 1866, art. 11 num. 3; art. 25).
261
En el código de Beneficencia de Cundinamarca que trataba sobre todos los establecimientos públicos de
caridad se contempló que la administración de la Casa de Refugio la haría directamente el poder ejecutivo,
el cual se encargaría de estipular la manera como se debía llevar la contabilidad en los establecimientos, y
en el Acuerdo orgánico de 1866 se especificaban en detalle todas las características que esta debía tener,
desde su organización hasta su funcionamiento.
262
Por medio del uso del torno, ubicado en el lado de las mujeres, para el recibimiento de expósitos y el
cuidado de los expósitos en este departamento hasta que el niño o niña alcanzaban determinada edad.
263
Los menores de diez años, hijos de los presos, no estaban contemplados como refugiables en el Código
de Beneficencia de1858.

172
cobijo, instrucción elemental y enseñanza del trabajo. La única especificación al respecto
fue la separación de los menores según el sexo y con ello la creación de dos escuelas, una
para los hombres y otra para las niñas.

Para su funcionamiento, se establecieron dos departamentos que separaban todo lo


concerniente a los niños y a las niñas, teniendo cada uno como responsable un
mayordomo o mayordoma. En estos debían seguirse las instrucciones relacionadas con la
forma de organización de las habitaciones, los horarios detallados por actividad a realizar
desde la hora de levantarse hasta la hora de dormir, el tipo de alimento que debían recibir,
el tipo de vestuario que se les debía proporcionar, así como el mobiliario personal
(concretamente la cama y las mantas). Se especificaba, además, el trabajo que los
refugiados debían realizar en la Casa, asignado por el inspector o el respectivo
mayordomo, de acuerdo con el sexo del expósito, sus intereses, habilidades o
conocimientos. Lo importante era que los menores estuvieran ocupados de manera
permanente y con el mismo horario de trabajo, como medida equitativa, exceptuando a
quienes se encontraban enfermos. Para las contravenciones se prohibió el uso del castigo
físico, anticipando un sistema de penas concernientes al aumento del número de horas de
trabajo, la pérdida del derecho a los paseos, la pérdida del descanso o diversión y el
encierro en soledad con una ocupación específica o en total oscuridad.

La salida del expósito o refugiado (art. 6) exigía el tener la edad de catorce años, darse
por mandato de la autoridad o tener reconocimiento de padres o parientes; sin embargo,
la ordenanza permitía que los mayores de catorce años que quisieran quedarse en la Casa
de Refugio lo pudieran hacer hasta cumplir veintiuno. Otra vía de salida se producía
cuando el refugiado había sido “concertado” por el inspector, que podía concertar,
cuando lo estimara necesario, “personas honradas y de responsabilidad, á los jóvenes
refugiados, con voluntad de éstos y bajo precisas condiciones” (art. 8, num. 5). Quien se
llevara al joven debía garantizarle la lectura, la escritura, saber contar, cualquier oficio o
profesión lucrativa, vestido y alimentación regular y buen trato; debía también
presentarse anualmente demostrando el cumplimiento de los compromisos, así como
pagar una multa por la devolución del joven, luego de un año, si se verificaba el
incumplimiento del compromiso de la enseñanza. Una última característica tiene que ver

173
el paso del expósito varón al dormitorio de los niños264, en lo cual se asignaba su cuidado
a uno de los expósitos mayores, velando principalmente por que el menor recién llegado
se adecuara y guardara las formas de comportamiento establecidas: “que no adquiera
malas costumbres, que no destruyan sus vestidos, que tengan completo siempre su ajuar
personal, que estén siempre aseados y abrigados, que sus alimentos estén bien
preparados”, y, de manera especial, inculcándoles el compañerismo, el amor al trabajo, a
la escuela y a la patria, así como el respeto a los padres, “por manera que del
establecimiento nadie salga sin buenos principios morales, sociales y religiosos” (art. 43:
138) .

En contraste, en el Papel Periódico Ilustrado (1888) es posible identificar dos tipos de


niños marginados de las calles: uno, el niño callejero separado de la familia, la sociedad y
la beneficencia social, pero, aun así, una figura activa del paisaje y la vida de la ciudad
por su vivacidad y cierto encanto pícaro. “El Chino” o niño pobre de Bogotá265 se
caracterizaba por estar en una edad entre ocho y catorce años, ser pobre y no tener
familia:

Lucrecio, ávido de libertad, prefirió el oficio de recorrer las calles, gritando: “La Reforma,
número 468, acaba de salir, el güen periódico noticioso, y no cuesta sino 5 centavos el
ejemplar”. La industria de Lucrecio está hoy muy popularizada. […] Al lado de esta
industria, se ha extendido la del cepillo y el betún266, que hace cuatro ó cinco años
introdujeron dos italianos, que volvieron ricos á la patria […], éstos ganaron dinero […]. El
italiano guardaba con cuidadoso esmero cada moneda que caía á su bolsa de cuero, y formó
así un capital; el chino de Bogotá ve con desprecio el dinero, y gasta con la largueza de un
gentleman (No. 77: 77).

El segundo tipo era el del niño pobre desamparado, marginado de la protección familiar
y atendido por la beneficencia, “el chico que la sociedad recoge para educarlo, vestirlo y
alimentarlo, para abrirle con el trabajo un puesto en la sociedad, y reemplazar á la madre”
y a la familia. Sin esta intervención ese desamparado “iba á ser probablemente presa del

264
Una vez el expósito alcanzaba los 7 años de edad.
265
“El chino de Bogotá no es semejante al pilluelo de ningún otro pueblo […]. El chino es regularmente un
muchacho huérfano ó abandonado, que pernocta en el portal más inmediato al lugar donde lo coge la
noche, que se alimenta de los despojos de otras personas ó de algún pan estafado con ardides ingeniosos. Se
le ve por la mañana en la plazuela de San Victorino, lamiendo la estaca con destapan las botijas de miel”
(Papel Periódico Ilustrado, 1888, No. 77: 77).
266
Cuando se escribe el artículo, había en la ciudad 40 niños que desempeñaban esta actividad, uno de
ellos, Lucrecio, un “bola botín” fue tomado como personaje de la sección “Tipos bogotanos”.

174
vicio y del crimen” (p. 77). Se trataba de un nuevo tipo de niño que participaba en la
industria, específicamente la fabricación de rieles, para ese momento.

Estos dos personajes eran diferentes: los primeros preferían dormir en la calle, ser
“emboladores” o voceadores de prensa y vivir libres; los segundos necesitaban amparo y
protección. No obstante, aunque es probable que la ausencia de lazos y tutela familiar
propiciara la formación de espíritus con deseo de libertad, como se infiere del relato
periodístico sobre Lucrecio267, este cuenta que, después de encontrarlo en la calle un
señor y ponerlo a su servicio como paje y después de un tiempo transferirlo al servicio de
otra persona, Lucrecio voluntariamente decide estar libre en la calle268. También puede
sospecharse de la existencia de fallas en la recolección, porque algunos eludían su captura
o porque las autoridades encargadas del recogimiento de pobres y su remisión a las
instituciones de Beneficencia no cumplían a cabalidad su labor269 de recoger la totalidad
de niños de la calle, que, por lo que se percibe del relato de Januario Salgar, en el
periódico referido, eran fácilmente ubicables.

Por su parte, Roggenbuck propone otra caracterización de los niños abandonados y su


presencia en la calles. Denomina abandono institucionalizado la manera como la difusión
de la práctica del torno de expósitos conllevó la legitimación del abandono y con esta el
mantenimiento del anonimato de los padres: “estaba prohibida cualquier investigación
sobre los padres del niño que había sido abandonado en una casa de expósitos. […],
mediante el acto de entrega del niño quedaban rotas todas las relaciones entre madre e
hijo, la madre se separaba jurídicamente para siempre de su hijo” (1996: 674-675). Al
llamar “abandonados sueltos” a los niños ajenos a la beneficencia que vagan por las
calles, establece también una diferenciación entre los huérfanos según estuvieran o no
bajo la protección institucional: huérfanos recogidos o refugiados en la Casa de Refugio
(denominada en 1874 Casa de Hospicio) y chinos de Bogotá.

Cualquiera que haya sido su condición de soledad o abandono, estos niños constituyeron
dos sectores de población diferentes: los sujetados por la institucionalización y objeto de

267
Este bola botín vendía principalmente dos periódicos: La Reforma y El Comercio.
268
Ver Periódico Ilustrado No. 77.
269
Queja frecuente entre los gobernantes, principalmente por falta de recursos económicos o de personal.

175
las medidas de lucha contra la vagancia y de formación para el trabajo; y los que se
libraban de ella y vagaban por las calles durmiendo en cualquier portal y haciendo
cualquier cosa para buscar alimento. La primera era una población integrada a la sociedad
mediante las diferentes formas de civilización; la segunda estaba al margen y se
constituía en transgresora de las pautas de habitación, convivencia y comportamiento, a
pesar que en algún momento haya formado parte del paisaje de la ciudad.

En síntesis, la institucionalización y el gobierno del abandono reunieron diferentes


técnicas y mecanismos que involucraron: primero, un componente organizativo a partir
de unas metas específicas dirigidas a la previsión del aprendizaje de malas prácticas y
comportamientos de la niñez abandonada en las calles, con formas de financiación, reglas
de funcionamiento interno, personal de servicio, sistema de penas, actividades de los
refugiados, y tipo de informe de ejecución, entre otras; segundo, una población de
menores a atender, definida por la orfandad y el desamparo; tercero, un sistema de acceso
a estas instituciones por dos caminos: el abandono de menores en el torno y el
recogimiento de los pobres; cuarto, un modo de atención, en el cual la separación por
sexos incluyó, además de la diferenciación en la educación, la exclusión de la formación
para el trabajo de las niñas; quinto, una lógica de paso por la institución acorde con la
edad; sexto, un sistema de registro detallado acerca del expósito, con todos los datos
disponibles de su ingreso y su salida; y por último, un sistema de salida del refugiado,
cumplida una edad específica, voluntaria o por concertaje, caso este que variaba,
dependiendo de las labores concertadas, según el sexo, la edad y la raza del menor o la
menor.

GOBIERNO DE LAS VIDAS DE LOS JÓVENES SUELTOS

En el capítulo III vimos algunas figuras o personajes de la vagancia en las ciudades


consignadas en las normas jurídicas que definían al vago como resultado de ciertas
conductas negativas en un individuo, lo cual dio lugar, a partir de 1745, a diversas
representaciones del mismo; pero la condición fundamental para quedar clasificado en
esta clase fue “no trabajar” o “no tener un oficio fijo” que garantizara el propio sustento y

176
el de su familia. Concretamente, uno de esos nuevos rostros que representan al holgazán
u ocioso lo encarnó la figura del joven suelto acusado por vagancia como malentretenido.
La denominación de suelto y su imputación obedecía a que en este individuo se
condensaban distintas formas habituales de “estar suelto” o “sin sujeción”, por ejemplo:
actos como desobedecer las normas de disciplina del hogar y del estudio que conducían a
una conducta inconstante en el desempeño de los oficios del hogar o los deberes
escolares. Y era signo de vagancia, por cuanto se consideraba que entre las obligaciones
de los niños y jóvenes estaba la obediencia a padres y mayores, y una de las actividades
que debían llevar a cabo era el estudio. De la renuencia a cumplir con estos deberes venía
el desprecio al trabajo y la inactividad.

El acto de desobediencia comprendía el incumplimiento de normas sociales de


comportamiento, manifiestas en la grosería, la impertinencia, el irrespeto, y de normas de
vivir “en policía”, evidencia de lo cual era estar en la calle en horarios no permitidos,
juntarse con malas compañías, transitar por lugares prohibidos, ingresar a sitios que no
correspondiesen a la edad, realizar actos públicos censurables y escandalosos, y mostrar
malas costumbres, como la práctica de juegos prohibidos, embriaguez, entre otros. Todo
esto conllevaba la calificación de “malentretenido”, apelativo que entró a formar parte de
la clase vago270. Dicho de otra manera, entre el grupo de vagos malentretenidos estaban
los hijos o alumnos desobedientes271, los jóvenes forasteros o vagantes y los limosneros
abandonados. Estos jóvenes fueron objeto de imputación como vagos y de sanciones que
tenían dos caras: el castigo a infligir y el convencimiento de su capacidad para
escarmentar en el joven por su mal comportamiento. Es de aclarar que el término “joven
suelto” aplicó tanto para los blancos y de familias acomodadas como para la juventud
“libre de todos los colores” o mestiza y los jóvenes pobres pertenecientes a las capas
bajas de la sociedad. Ambos podían, según sus conductas transgresoras, ser objeto de
acusación legal por vagancia o, en otros casos, de sospecha de fragilidad ante la tentación
de vagar. Para ambas conductas se dictaron medidas de gobierno diferentes.

270
El término “clase” es utilizado en la legislación colonial para referirse a una variedad de conductas
representadas finalmente por tres figuras: vagos, holgazanes y malentretenidos. Este último comprendía a
los jóvenes sueltos, cuya característica fundamental era la desobediencia tanto a los padres como a los
profesores y las normas de la ciudad.
271
La conducta desobediente repetida produjo en esa época que algunos padres acudieran a la justicia para
pedir para sus hijos sueltos un castigo que los recondujera por el buen camino.

177
Paso a mostrar el sentido de las disposiciones tomadas en dirección a rescatar de las
garras del vicio de la vagancia a esa juventud que se juzgaba frágil ante la posibilidad del
contagio, de la que se desprendieron medidas para el rescate y medidas para la
orientación que confluyeron en la formación moral y para el trabajo.

Rescate del joven malentretenido

Como objeto específico de gobierno, la sujeción de los jóvenes calificados de


malentretenidos se formuló a partir de penas jurídicas que buscaron su enmienda por
diversos medios, según la edad, el estado físico y el desarrollo corporal. Para el caso que
compete a esta sección, las normas establecieron penas blandas para aquellos que por
primera vez fueran acusados de vagancia, y los reincidentes por segunda vez eran
rechazados para formar parte de las armas o la marina por su condición física. Para estos,
bajo la vigilancia de sus padres o tutelados por un amo o maestro –en caso de su orfandad
o abandono–, se estipuló la formación como sujetos útiles; los protectores por obligación
quedaban comprometidos a garantizar que el joven se dedicara al estudio o al aprendizaje
de un oficio, como se ordenaba en la Novísima Recopilación de las Leyes de España:

1. Que las Justicia amonesten a los padres, y cuiden de que esos, si fueren pudientes,
recojan á sus hijos é hijas vagos. Les den la educacion conveniente, aprendiendo oficio ó
destino útil, colocándolos con amo ó maestro; en cuya forma, interina se forman las casas
de recoleccion y enseñanza caritativa, se logrará arreglar quanto ántes la policía general de
pobres, y apartar de la mendiguez y de la ociosidad á toda la juventud, atajando el progreso
y fuente perenne de la vagancia. // 2. Que quando sean huérfanos estos niños y niñas
vagantes, tullidos, ancianos o miserables, vagos ó viciosos los mismos padres, tomen los
Magistrados políticos las veces de aquellos; y supliendo su imposibilidad, negligencia o
desidia, reciban en sí tales cuidados de colocar con amos ó maestros á los niños y niñas,
mancomunando en esta obligación no sólo á la Justicia, sino tambien á los Regidores,
Jurados, Diputados y Síndicos del Comun; pues con este impulso universal y sistemático
en todos los pueblos se logrará desterrar de ellos en su raiz la ociosidad, y sacar partido
ventajoso de la multitud de personas, que aunque componen parte de la poblacion general
del Reyno, son en el estado actual carga y oprobio de él; contribuyendo semejante descuido
á mantener enflaquecida la fuerza esencial del Estado, que consiste en disponer las cosas de
modo que con el progreso del tiempo no exista ociosa en el Reyno persona alguna capaz de
dedicarse al trabajo: por cuyo medio se logrará, que se arraiguen en estos Reynos las
fábricas y manufacturas; ejercitándose en la preparación de las primeras materias los vagos
de ambos sexos, que por lo comun existen en las ciudades y villas populosas, y con

178
dificultad se podrán destinar útilmente á la labranza y el pastoreo de los ganados (18051,
ley X, libro XII, tít. XXI: 438).

Orientación del joven de la ciudad272

En contraste con el tipo anterior de joven, todo aquel que revelara ciertos
comportamientos contrarios y transgresores del orden cotidiano, sin incurrir en conductas
de desobediencia consideradas punibles en la ley, se consideró como un joven débil al
contagio de la vagancia. Sus comportamientos en mayor medida fueron asociados con las
conductas adquiridas en el medio en el que se desenvolvían los estamentos bajos, los
cuales dejaban ver su falta de “cultura”, al no seguir los códigos establecidos como
“buenas maneras”. Al respecto, Varela y Álvarez en su mención del pícaro afirmaban:

La reorganización social moderna, la ausencia de lazos familiares “adecuados” en las


clases populares, […] los programas de “amparo de pobres”, contribuyeron a una
indexación negativa de los hijos de las clases populares y a su sometimiento a una clase de
socialización específica y empobrecida en relación a la recibida por los descendientes de
otros grupos sociales (1991: 68).

A esto se añade el desprecio por algunos oficios y el consiguiente descuido de la


formación de la población en trabajos que pudieran proporcionar, además de un sustento
estable para ella, un beneficio económico a la república. En las descripciones sobre la
vida cotidiana en Santafé es frecuente encontrar alusiones a la falta de disciplina y
conducción social de los pobres o la plebe, puesto que su actuar público se encontraba
por fuera de los lineamientos que regían la vida cotidiana “normal”. Ospina Rodríguez
profundizaba en la explicación de estas diferencias entre posiciones sociales en cuanto al
acatamiento de las normas de comportamiento y mencionaba como consecuencia
negativa de la revolución el desacuerdo entre las instituciones y las costumbres,
explicándolo de la siguiente manera:

Un hombre culto y familiarizado desde la infancia con las reglas de urbanidad y etiqueta de
una corte, estará libre, contento y satisfecho en medio de las atenciones de una salón; y si
se coloca en él á un tosco campesino, y se le sujeta á todas las formalidades de la
cortesanía, se la habrá constituido en un estado penoso de esclavitud y de violencia. […]
Un pueblo lo mismo que un individuo, es libre cuando se le permite hacer lo que apetece y
no se le obliga á ejecutar lo que repugna […] cuando las reglas que lo rijen se conforman á

272
Perteneciente, en su gran mayoría, al bajo pueblo o plebe.

179
sus necesidades, á sus hábitos y deseos. Las instituciones trasplantadas a éste país eran del
todo estrañas á las costumbres nacionales; las creencias y las opiniones populares, las
inclinaciones y deseos de las masas no tenian con ellas ningun enlace ni punto de contacto
(1842: 484-485).

Por lo anterior, además de repetidores de las conductas paternas, los jóvenes de la plebe
se caracterizaron por estar demasiado tiempo en las calles sin hacer nada útil, entre otras
cosas, porque la instrucción pública no llegaba a la plebe y la educación moral no era lo
suficientemente fuerte. Así que pertenecer a la plebe era signo de desorden.

Como las capas sociales altas rechazaron el trabajo mecánico, por considerarlo vil e
ilícito, el énfasis en la educación de sus hijos se centró en el aprendizaje de las pautas
morales y de comportamiento ante los demás, así como en la formación encaminada al
desarrollo de trabajos intelectuales, “porque todos los oficios que no sean gobernar
repugnan á sus hábitos é ideas” (Ospina, 1842: 483). Mientras que el desempeño de estos
oficios viles corrió por cuenta de los pobres, paralelo al entorpecimiento de la formación
en artes y oficios.

Retrocediendo un poco en el tiempo, conviene aclarar que ya en el siglo XVIII algunos


ilustrados habían planteado la discusión sobre el trabajo manual y señalado la dignidad de
estos oficios y la necesidad de formar trabajadores de estas artes. El sabio Caldas –en su
cargo de padre de menores de Popayán–, refiriéndose a Popayán, señalaba la presencia
simultánea en los jóvenes del ocio y la falta de formación para el trabajo: al mismo
tiempo que había jóvenes ociosos, los talleres estaban vacíos; y planteó la necesidad de
obligarlos “a colocarse con un maestro de un oficio, sin distinguir entre nobles y
plebeyos” (citado por Paniagua, 2012: 108). Por otra parte, en el El Correo Curioso de
Santa Fé de Bogotá, un ciudadano, bajo el seudónimo de “El indio de Bogotá”, se refería
de manera más clara a las consecuencias negativas de la diferenciación de los oficios,
donde los de tipo manual o artesanal quedaban calificados como viles:

Tienense las Artes utiles, por cosa despreciable y á sus Artifices se tratan poco menos que
con vilipendio: motivo por el qual se inclinan pocos a profesarlas; mas estiman perecer de
hambre, y educar á sus hijos en los mismos principios, que hacerles aprender un oficio, o
aplicarlos a las tareas del campo; y á un hay quien se sonrroje de hacerles aprender la
ciencia del Comercio. Esto proviene sin duda del desprecio que se hacen de las Artes y de
la Agricultura y de la vanidad con que se ostenta un nacimiento calificado en un pedazo de

180
papel, que se caracteriza de Carta Executoria, y no se tiene vergüenza de emplearse en
todo lo que hay de mas vil, vicioso, odioso y despreciable en la República (No. 39: 154).

Asimismo, en la Nueva Granada, además de la imagen negativa de los jóvenes ociosos


estaba la de los artesanos, derivada de la falta de trabajo permanente, un estilo de vida
caracterizado por prácticas vistas como “libertinas” o “licenciosas” y una apariencia de
pobreza, por la que fácilmente eran identificados como vagabundos.

Como resultado de la representación de la ociosidad en los jóvenes y de la imagen


negativa de los artesanos, ambos fueron el objeto de las medidas tomadas en el último
cuarto del siglo XVIII sobre la enseñanza y el fomento de las artes y oficios a partir de la
instrucción de gremios. Ahora bien, retornando al sigo XIX, junto a los “males”
enunciados, se agregaba el de los malos hábitos de comportamiento de los jóvenes de la
ciudad, como consecuencia de los defectos atribuidos a la educación moral y religiosa en
la Nueva Granada:

Disminuyó en la sociedad como por escalones la energía del sentimiento relijioso; y si los
padres lo mantenian en su pecho descuidaron de inculcárselo a sus hijos. La moral […]
quedó socabada. […] y la juventud abandonada con el mas culpable descuido se ha
formado y se forma en hábitos de licencia, de insubordinación y de holgazanería, de
indiferencia o de desprecio por los principios tutelares de la felicidad doméstica y del orden
público (Ospina, 1842: 481).

Por lo que puede decirse que el conjunto de medidas dirigidas a esta juventud en alto
riesgo de caer en la inactividad y la vagancia partió de la inquietud general relacionada
con la prevención del contagio de la holgazanería y la vagancia, y se imputaban los
defectos a factores asociados con la educación en la escuela y en la familia, a la
organización productiva y a la valoración tradicional de ciertas actividades manuales. Por
ejemplo: la vacuidad de la enseñanza de máximas en relación con su impacto para anular
el vicio de la pereza; el vacío de sentido que la educación imprimía a los estudiantes273; el
relajamiento de la disciplina en la institución escolar; la mala crianza; la inactividad

273
Ospina expresa su inconformidad con algunos vicios de la educación para los jóvenes: “El tercero de los
vicios que enumero está en preferir una tintura superficial de varias materias á la instrucción sólida sobre
algunas de ellas. Redúcese la educación en la mayor parte de nuestros establecimientos á transmitir á la
memoria de los jóvenes algunas incompletas nomenclaturas técnicas, que los convierten en charlatanes
inútiles, […] El cuarto de los vicios consiste en haber descuidado en los establecimientos de enseñanza
secundaria, de una manera deplorable, la educacion relijiosa, la disciplina y subordinacion de los alumnos”
(1842: 531-532).

181
asociada con la negación al trabajo; el desprecio de las actividades manuales; el vacío de
formación en artes y oficios; el desestímulo a oficios fundamentales, como la agricultura
y otras artes manuales, básicas para el consumo interno; y el escaso desarrollo de la
capacidad industrial y del comercio con otros países.

Además de las anteriores inquietudes, entraron en juego conductas relacionadas con


prácticas consideradas contrarias a la moral, como los amores ilícitos y la proliferación de
menores sin padre o abandonados, así como la presencia en las calles de artesanos pobres
y sin trabajo y la aparición de variedad de personajes señalados como perturbadores del
orden y la seguridad:

Unanse á esa multitud de niños sin padre reconocido y sin educación conveniente,
verdadera rémora de la sociedad y elemento poderoso de disolución, los muchos hijos
legítimos que una culpable negligencia de los padres ó tutores dejan corromper desde muy
temprano, niños que las continuas desavenencias de los casados entre sí privan de los
elementos indispensables para su educación y que sus malos ejemplos corrompen […]. Da
grima ver por las calles de la ciudad enjambres de niños del pueblo, sucios, rotosos y
vagamundos; da pena ver tantos artesanos pobres, desvalidos ó viciosos que no tienen con
qué dar un pan á sus hijos hambreados; da espanto ver el número de tramposos, de pillos,
de estafadores, de petardistas, de pedigüeños, de mendigos que llenan las calles de nuestra
capital, de las ciudades y pueblos de la República (Aguilar, 1884: 247).

La decisión tomada para afrontar el temor de contagio fue la promoción del aprendizaje
de las artes y los oficios, de la que se esperaban, además del desarrollo de la industria,
efectos positivos en el ordenamiento interno de la población, en la mejora de los
principios morales y de comportamiento social y en la constitución de un sujeto útil. La
medida atacaba la ociosidad y la ignorancia y, además, la tradicional valoración negativa
de los oficios mecánicos y trabajos manuales274.

Enseñanza para el trabajo

Dado que los jóvenes a los que me he referido vivían en la ciudad fundamentalmente bajo
la protección de sus padres, la forma institucional que facilitó la decisión de la enseñanza
de las artes y oficios surgió con la organización de los gremios de oficios. El modelo

274
Hasta marzo de 1805 se manda aplicar en estas tierras la declaración de los oficios manuales como
“honrados” (establecida por Real Provisión de 1783 para el reino de España). No obstante, en el ambiente
social estos oficios conservaron una baja valoración.

182
adoptado en la Nueva Granada para la elaboración de la Instrucción de Gremios de 1777,
mediante el cual se proyecta la organización de la enseñanza de las artes y oficios, en
tiempos del virrey Manuel Antonio Flórez275, tuvo como fuente principal las
formulaciones de Rodríguez Campomanes, en su Discurso sobre la educación popular de
los artesanos y su fomento, en el que se propuso “manifestar el modo de enseñar,
perfeccionar, animar, y poner en la estimación que merecen, las artes y oficios en el
Reino, y a los artesanos que las profesan: desterrando las vulgaridades, y abusos que lo
impiden”. Campomanes quería centrarse en el perfeccionamiento y forma de enseñanza
de la “industria reunida de los gremios y oficios” (1775: 37). El tratado constó de
diferentes capítulos relativos a: 1) las características del aprendizaje basado
fundamentalmente en la necesidad de conocer las “reglas del arte”, el conocimiento y
manejo de los instrumentos y de las diferentes actividades que congrega cada arte u
oficio, así como los materiales; 2) el énfasis en el dibujo como medio para el diseño, el
conocimiento de los instrumentos del oficio, las máquinas y las diferentes operaciones a
realizar; y 3) la necesidad e importancia del aprendizaje de los “conocimientos cristianos,
morales y útiles para instruir la juventud, dedicada a los oficios, y a las artes” (p. 54),
para que pudieran comportarse de manera honrada y con compostura y permanecerse
aseados y bien presentados. El autor se refiere acá de manera concreta a la indumentaria y
aseo de los artesanos, así como a la participación que se esperaba de los padres, en este
proceso:

Puede atribuirse a este abandono de la decencia en general, parte del menosprecio de los
artesanos; porque a la verdad su poca limpieza los suele confundir con los mendigos, o
vagos. Y como el traje es tan parecido, no se desdeñan de tratar con ellos; y de ahí procede
perderse muchos, contrayendo la misma vida licenciosa y holgazana; huyendo de los
obradores y talleres de sus maestros, para aprender el fácil y descansado arte de la tuna, y
todo género de bellaquerías. Si los maestros y padres cuidaran más de su aseo, y modales
decentes; los tales hijos y aprendices se avergonzarían de acompañarse con los vagos;
librándolos de este de un contagio, que se les pega demasiado (pp. 55-56).

Las costumbres de los artesanos constituyeron, para el autor, otro objeto de censura,
puesto que la asistencia a las tabernas y la práctica de embriagarse y de jugar naipes

275
“Copia casi textual de la expedida en Madrid con el propósito de elevar el nivel del artesanado”
(Martínez, 1997: 2).

183
fueron hábitos asociados a las personas holgazanas. Por ello en sus reflexiones señalaba
que “la permanencia en las taberna es seguramente lo que más contribuye a desarreglar
las costumbres de los artesanos. Por lo cual deben los maestros, y padres impedir por
todos los medios la entrada de los jóvenes en tales oficinas o escuelas de ociosidad, de los
homicidios, y de las expresiones soeces (p. 57). Según Campomanes, durante la niñez los
padres y maestros de escuela y de los talleres debían transmitir la honradez y las
costumbres “virtuosas”, así como la demostración de ello en la práctica, puesto que “el
ejemplo de los mayores ha de confirmar a los niños, en que sus superiores tienen por
bueno lo mismo, que les recomiendan” (p. 58).

Campomanes dedicó el capítulo XVII a las ocupaciones “mujeriles a beneficio de las


artes” para evitar que estuvieran ociosas y, en especial, porque, en la medida que más
mujeres se dedicaran a trabajar en tareas para su sexo, “ese mayor número de hombres
quedan, para las faenas penosas: así del campo, como de los oficios pesados, de la
navegación y milicia” (Campomanes, 1774: 1):

Las ocupaciones de las artes, a que conviene se dediquen las mujeres, son muchas, y
pueden excusar varios artistas, y aun gremios enteros de hombres. En ello habría un
general beneficio del Estado, como lo advertirá por sí mismo cualquiera. Todo el que
pertenece a coser cualquier género de ropas, vestidos o adornos, puede muy bien hacerse
por mujeres. // Los hilados de todas las materias, que entran en los tejidos. // Los tejidos
mismos. // Los bordados. // Los adornos mujeriles de todo aquello, en que no entran
piedras preciosas, ni metales; cuyos géneros se llaman de calle mayor. // Botonaduras,
ojales, cordones, y redecillas. // Pinturas de abanicos. // Encajes, blondas, y puntas. //
Medias, y calcetas. // Listonería y cintas (pp. 9-11).

Por consiguiente, la propuesta de Campomanes era reflejo de la disposición que


prescribía el ordenamiento de los gremios en la Nueva Granada, fiel copia de la
disposición formulada para la organización de los gremios de Madrid. Adicionalmente,
en esta se reflejaba una clara orientación a la industria y la economía. Según Marta
Fajardo, la instrucción general era entonces “uno de los pocos escritos oficiales en el cual
se refleja de algún modo cómo debería procederse dentro de una sociedad más moderna,
racionalista y pragmática” (1995: 190) y respondía a situaciones y necesidades concretas
de la Nueva Granada, como la casi nula presencia de un maestro “capaz de construir una
mediana pieza de su oficio ni oficial en quien se note la debida aplicación para

184
aprehenderlo, envilecidos los más, ó yá por su natural desidia […] careciendo
enteramente de reglas, método, é instruccion capaz de solidar una perfecta enseñanza
(citado por Fajardo, 1995: 190-191)276, así como a la falta de una policía de oficios que
vigilara este proceso: “Para poner ahora las Artes en el mejor estado posible se háce
preciso formar una instruccion que sírva de regla, y método para enseñarlas y
aprehenderlas y que los Artesános, mejorandose la policía de los oficios, adquieran una
educación superior á la actual, conciliándose estimación entre sí, y con el resto de las
demas gentes” (p. 191).

La instrucción comenzaba por establecer la división y separación de los gremios para


lograr un mejor conocimiento de cada arte277. En términos generales, el desarrollo del
texto de la Instrucción estaba a tono con el planteamiento de Campomanes, en cuanto a:
1) la división y separación de los gremios y la manera como debía organizarse cada uno;
el papel de los maestros en la organización horaria de la enseñanza, la maquinaria y
equipo, y las horas en cada oficio, cuidando de no sobrecargar al estudiante ni de
aburrirlo; 2) la obligación de padres y maestros de intervenir en el aprendizaje de los
niños de la lectura y escritura velando por la asistencia escolar desde los cinco años de
edad hasta los nueve o diez años (ít. 15: 194); 3) la necesidad de elaborar listas en cada
barrio, de los menores comprendidos entre estas edades inasistentes a la escuela, para
castigar a los padres; 4) la obligación de enseñar en el hogar aquellos oficios que no
requieran tanta instrucción formal; 5) la diferenciación según la fortaleza física de los
jóvenes para el aprendizaje de oficios adecuados a la misma; 6) la obligación de velar por
el aseo y presentación del aprendiz, razón por la cual “los Maestros y Padres cuidarán
muy particularmente el que sus Discípulos, y hijos, vayan siempre con todo el aseo
posible, haciendoles que todos los días se laben, y peynen, cosiendoles, y remedandoles
sus vestidos, ó haciendoselos coser, y remendar” (pp. 196-197); y 7) finalmente, la
indumentaria adecuada, en este caso, la prohibición del uso de la ruana, tanto para
aprendices como para oficiales y maestros, así como la prohibición de usar redes o gorros

276
El texto de la Instrucción fue transcrito por la profesora Martha Fajardo.
277
No obstante, en su Discurso sobre el fomento de la industria popular, Campomanes planteaba un efecto
negativo de la separación de los gremios: “Nada es mas contrario á la industria, que la erección de gremios
y fueros privilegiados; dividiendo en unas sociedades pequeñas al pueblo, y eximiendolas de la justicia
ordinaria en muchos casos” (1774, ít. XV: CIX).

185
para garantizar el aseo del cabello.

Uno de los temas claves de la instrucción de gremios era la igualdad de los oficios y la
necesidad de erradicar diferenciaciones entre las personas, incluidos los mismos
artesanos, como lo planteaba Campomanes:

Por esta misma razon se hace forzoso desterrar el error con que las gentes de otra
Gerarquía, ó empleados en las Carreras de Armas, y letras, desprecian á los Artesanos,
teniendolos en concepto de hombres de baja esfera, sin dignarse de su compañía, y
constítuyendolos en un abatído comercio, reducido al trato entre sí mismos, sin atreverse a
ingerirse en las concurrencias, y corrillos de aquellos, ni aún en sus diversiones y paseos
(1774: 199).

Para el ingreso se determinó un procedimiento formal que comprendía un contrato entre


el maestro, uno de los padres o pariente y el tutor o el curador278, por medio del cual el
padre o pariente quedaba comprometido a no cambiar a un aprendiz de maestro, ni
permitirles faltar a clase o sacarlos de esta. Asimismo, durante la instrucción un alumno
podía ascender por tres escalafones, de aprendiz, de oficial y de maestro, en su paso por
los talleres, de acuerdo con el cumplimiento de las normas y la demostración del
aprendizaje obtenido, a partir de la presentación de un examen. Una vez conseguida la
aprobación, este podía pasar al grado siguiente. Contemplaba, además, las normas que
regían para oficiales279 y maestros sueltos280, así como las diferentes penas que se
establecieron para maestros, estudiantes, padres o tutores por el incumplimiento de la
obligaciones pactadas.

Finalmente, como planteó Campomanes, el ordenamiento de los gremios trajo como


resultado negativo el descuido de la educación y, en consecuencia, la debilidad en el
cumplimiento de sus objetivos. Fue ello que en el último decenio del siglo XVIII se
281
hablaba aún de la ignorancia arraigada y al tiempo de falta de artesanos . Esta

278
El mismo tipo de contrato y las mismas obligaciones con el maestro del taller le correspondían a la
persona del hospicio responsable del menor.
279
Al cumplir el tiempo no se examinaba para maestro.
280
Se refiere a los oficiales que, habiendo completado el tiempo de aprendizaje, no presentaban el examen
de maestro, así como a los maestros sueltos que siendo oficiales y habiendo presentado el examen de
maestro, hayan abierto voluntariamente una tienda con aprendices y maestros. A estos se les denominaba
de “tienda abierta, por propia voluntad” (Campomanes, 1774: 205-206).
281
Ejemplo citado por Virginia Gutiérrez de Pineda en su libro La familia en Colombia (1997).

186
precariedad en el cumplimiento de los objetivos de la instrucción de 1777 la registró El
Correo Curioso:

¿En qué estado están las ciencias? […] ¿En qual las artes y oficios? […] apenas se
conocen, sin tener otras que las que posée cualquiera Pueblo miserable, como son malos
pintores, y peores albañiles, carpinteros, y herreros […] hablese con verdad, con candor,
con un vivo deseo de que se reconozcan los defectos de patriotismo, y de amor al trabajo,
que és el origen del atraso, en que nos vemos (1801: No. 12, 46).

Todavía en 1884 el presbítero Aguilar afirmaba que los vicios de la vagancia y la


holgazanería “devoraban” la República, porque la juventud había perdido el hábito del
trabajo entregándose al vicio, la inacción y al mal entretenimiento –especialmente a los
juegos prohibidos– y se quejaba de la falta de eco a sus clamores en relación con una
medida contra la ociosidad de la juventud, retomando la idea de la Escuela de Artes y
Oficios:

Yo me he cansado en mis revistas de exitar á que formen Escuelas de Artes y Oficios,


como las de Argentina, […], etc.: pero mi voz se ha perdido […]. Abramos Escuelas de
Artes y Oficios bien organizadas como las de aquellos países, para tantos niños vagos,
ociosos y desvalidos, como recorren nuestras calles, los cuales serán más tarde el azote de
la sociedad, cuando, ahora en su mente, tal vez, existe la chispa del genio que no se
desarrolla por falta de cultivo. […] Mándese jóvenes escojidos para que aprendan en los
grandes centros mecánicos del mundo […] tráiganse máquinas y aparatos para dar impulso
á la industria y mejorarla: foméntese el trabajo y hónresele, que él hace más ilustres á los
hombres […] háganse certámenes de industria en donde se repartan premios adecuados á
las necesidades de cada uno de los sobresalientes; prémiese a los que trabajan en
perfeccionar la minería, á los que siembran árboles de cacao […]. En una palabra
foméntese la agricultura y la ganadería (1884: 292-293).

OCUPACIÓN PARA EL PUEBLO

Otro aspecto importante corresponde al ordenamiento de la economía interna como


efecto del aprendizaje de las artes y oficios, al “difundir en el pueblo los conocimientos
útiles para el progreso de la industria en los diferentes ramos” (Ospina, 1842: 491) y con
este la posibilidad de dar ocupación a un buen número de habitantes de la república, a
través de las sociedades patriotitas o de amigos del país. Las Sociedades Económicas de
Amigos del País se destacaron como una de las realizaciones de la Ilustración en la

187
segunda mitad del siglo XVIII en España y se erigieron como un medio a través del cual se
buscaba el impulso y desarrollo de la industria. “En general se las considera un exponente
más del movimiento europeo de creación de tertulias, academias y sociedades para
difundir los conocimientos e impulsar las reformas” (Arias, 2012: 220). En este espíritu y
en este periodo surgieron diversas sociedades, cuya diferencia la marcaba la actividad
industrial que impulsaba cada una. Fue así como se formaron sociedades de tertulias de
ilustrados, que con el tiempo se convirtieron en sociedades académicas; así como
sociedades de agricultura, de ciencias, de artes útiles y de comercio.

Campomanes, en su Discurso para el fomento de la industria popular, se erige como el


promotor de estas sociedades. Junto con la formación del artesanado por los gremios,
aludía a la necesidad de crear Sociedades Económicas de Amigos del País debido a que,
en su opinión, los gremios separados contrariaban el fomento de la industria popular,
porque no solo dividían “en sociedades pequeñas al pueblo”, sino que tenían ciertas
falencias, como la poca enseñanza, la falta del dibujo en los aprendices, la ausencia de
premios, la ausencia de pruebas públicas y la dificultad para distinguir la perfección de
los géneros que se fabrican, por falta de exposición pública. Para el autor, los gremios no
compaginaban con el fomento de las artes, y una de las formas más seguras de
fomentarlas era “la introducción de artífices extranjeros”282, así como el fomento de la
industria por parte de los padres y el público “como tutor de las particulares familias
desvalidas” (1774: cxviii).

En los primeros cinco capítulos analizaba tres asuntos. El primero involucraba un


principio de la economía política relacionado con la búsqueda de la utilidad a partir de la
consideración de las diversidad de necesidades de una provincia y de la ocupación de su
población: “son también entre sí diferentes las producciones del arte que necesitan los
humanos y de ahí se deriva un principio general de economía política, reducido a ocupar
la universalidad del pueblo, según su posibilidad de fuerzas e inclinación” (p. ii). El
segundo asunto tenía que ver con el lento y casi nulo progreso de la industria, debido a la
creencia predominante acerca de a quienes les corresponden los oficios; en este sentido,
la industria fue considerada como algo ajeno a la ocupación de un ilustrado. En el tercero,

282
Serían los maestros ideales.

188
a partir del análisis de diferentes artes y oficios, formulaba las medidas a tomar, por
ejemplo, corregir la idea de centrarse únicamente en la producción agrícola, pues “la
agricultura sin artes es lánguida […] es insuficiente e incapaz de sostener un país […]
porque ésta no emplea todos los hombres, ni en todos los tiempos […] es preciso que los
tres ramos de labranza, crianza283 e industria se animen” (p. viii)284.

En cuanto al fomento de algunas industrias en las aldeas, Campomanes advirtió en las


manufacturas menores la posibilidad de ocupar la cantidad de gente ociosa que se
encontraba en las ciudades y villas, por la facilidad con que se aprendía este oficio, y
propuso, por una parte, ocupar las mujeres en las casas de los nobles y, por otra, a los
comerciantes, el establecimiento de “una industria continua, con que las gentes vivirían
ocupadas, contentas, y pudientes; y ellos nada perderían en tales anticipaciones” (p. xvii),
teniendo en cuenta la experiencia obtenida en Flandes y Alemania. Pensaba que las
fábricas de lino y cáñamo permitirían ocupar a los pobres, por la simpleza del oficio; y
para el hilado de algodón285 sugirió el establecimiento de la enseñanza y la ubicación de
tornos en las aldeas, para promover en estas las hilazas de algodón.

Para lograr esto, consideró necesario la intervención, como impulsores de las industrias
populares, de los párrocos, quienes desde el púlpito podrían inducir al empleo en estas
industrias de acuerdo con las habilidades de cada uno; y de “los caballeros y gentes
acomodadas”, a partir del auxilio “á sus renteros”, lo cual redundaría en beneficio para
ellos mismos. También contempló el acceso a los principales descubrimientos fuera de
España a través de las academias económicas y de agricultura, “para examinar el modo
de promover estas industrias, [ya que] traduciendo las mejores obras escritas en este
género fuera de España puede hacer familiares los más importantes descubrimientos” (p.
xxxiii).

Para el autor, la población era el centro de atención, de ahí la necesidad del conocimiento
del “número de vagos y mendigos; las causas que influyen á ello; y discurrir los medios
de que puede valerse el Gobierno para destinar ambas clases á ocupacion, que los

283
Se refiere a que la mujer, las hijas y los niños de un labrador que no se estaban en las fábricas eran “una
carga, aunque indispensable, que abruma al jornalero y enflaquece al labrador” (Campomanes, 1774: viii).
284
Por esta razón considera injusto acusar de perezoso al pueblo español.
285
Industria que deja mucha utilidad.

189
mantenga” (p. cxliv). Además de contribuir a disminuirle carga a la sociedad por la
ociosidad, una ocupación honesta moralizaría tanto las malas costumbres como el
comportamiento indecente o poco decente. En este sentido las sociedades se
constituyeron como un medio para la contención de los ociosos, a partir del buen ejemplo
de una cantidad mayor de ocupados.

Teniendo este escenario de referente, cuatro problemas explicaban el atraso industrial


durante el último tercio del siglo XVIII en la Nueva Granada: la ausencia de estímulos a
ciertos oficios (Guirior, 1776), la falta de artesanos en diferentes artes útiles (Finestrad,
1789), la falta de aplicación, y la inexistencia de fomento del trabajo (Silvestre, 1789). En
consecuencia, las alternativas de solución debían involucrar maneras de alentar el
aprendizaje y práctica de oficios como:

… la hilanza de la lana y algodones por medio de tornos y máquinas que abrevian y


facilitan el trabajo, y de telares para tejer […] de modo que a menos se aumente la fábrica
de ruanas, camisetas, frisas, frazadas y tejidos semejantes, supuesto que no ignoran el
modo de practicarlo, y no les falta expendio, y podrá facilitar el progreso a otras
manufacturas desterrando la ociosidad de los habitantes y proporcionándoles por otra parte
la extracción de los sobrantes (Guirior, 1776: 174-175).

Paralelamente se visualizaba una variedad de beneficios a obtener con la presencia de


personal capacitado en las artes útiles al virreinato: “Su industria alentaría a los pobres;
animaría a los ambiciosos de mayor opulencia; promovería los entendimientos de los
naturales; entretendría a los huérfanos; ocuparía a los ociosos; contendría a los audaces;
haría respetable la justicia y constituiría culto al Nuevo Reino” (Finestrad, 1789: 132-
133). Unido esto, estaba en poder de los gobernantes cumplir con el deber de volver
aplicados a quienes no lo eran por voluntad o porque no encontraban oficio, y de los
sacerdotes exhortar a la población a trabajar e insistir en que quien negaba caía en pecado
(Silvestre, 1789).

Los primeros intentos de fomento organizado de las actividades económicas productivas


en procura de la eliminación de la vagancia, la holgazanería o la inactividad surgieron
con la fundación de la Sociedad Económica de los Amigos del País en la villa de
Mompox, a partir de la aprobación dada por el Virrey Caballero y Góngora. El objeto de

190
su actividad era “el mejor modo de la siembra del Algodon, conocimiento de terrenos,
distribucion de semillas, y todo lo demás necesario” (1784: 10).

Manuel del Socorro Rodríguez (1791), en sus reflexiones sobre la felicidad pública
consideraba como la máxima expresión de generosidad y algo fundamental para un país
la reunión en un cuerpo patriótico de personas dedicadas al estudio de la felicidad
pública. Para ello, siguiendo el ejemplo de España y con el pensamiento enfocado en esa
meta, planteó: “En una palabra fundese en Santafé una Sociedad Económica de Amigos
del País […]. Allí se juntarán los buenos Ciudadanos y comunicándose recíprocamente
sus ideas, convendran en todo lo que exija el interes de la causa pública” (Papel
Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, 1791: No. 19: 159-160). Se trataba de una
economía presidida por unos principios ilustrados cuya idea central debía ser siempre el
bien común.

Los principales objetos a qué aplicarán sus reflexiones serán el fomento de la industria, de
la Agricultura, del Comercio y de las Artes. […] se reservarán algunas pequeñas partes
para proponer premios á la Juventud; unico medio de exitar la emulacion y de conseguir
unos regulares aumentos en la Republica. […] Como la virtud casi ya no se ve florecer
sobre la tierra, sino la alienta algun interés lucrativo, decia yo, que una Republica será
brillante si se pensase en un fondo para dotar al fin del año dos Doncellas del estado medio
y otras dos del popular. Para tener obcion á esta gracia habían de prescribirse no solo de
educacion y honestidad sino de genio laborioso y bien entretenido. De este modo se
conseguía que todas las del Pueblo se interesasen con honrosa emulacion á merecer entrar
en el Sorteo […] ¡Quantas jovenes se prostituyen vilmente por que carecen de la esperanza
que les podia brindar la posesion de una estado mas feliz! (No. 20: 166-167).

Como se aprecia, con este impulso a la industria y la oferta de un premio se esperaba el


aumento de la producción, favorecer la competencia y, con ello, incitar al estudio y al
trabajo.

Pedro Fermín de Vargas, centrándose en la actividad agrícola, propuso como primer y


único medio de perfeccionamiento y progreso de la agricultura el establecimiento de una
Sociedad Económica de Amigos del País:

… a imitación de las muchas que hay en España […]. La capital debía ser la primera que
adaptase esta idea […]. Las ciudades de Popayán y Caracas seguirían seguramente un
ejemplar tan útil. Las conexiones entre estos cuerpos facilitarían recíprocamente los
conocimientos necesarios sobre cultivo y propagación de varios frutos, y en entablarían el

191
cambio de semillas […]. El cuerpo patriótico de que hablo se debía fundar bajo las mismas
reglas que los de Madrid y Vizcaya […]. De los fondos de la Sociedad se sacaría lo
necesario para comprar en Europa286 los modelos de aquellas máquinas que son
indispensables para la perfección y adelantamiento de la agricultura y de aquella industria
propia del país (1789: 15-16).

Los lineamientos de Vargas eran en gran medida cercanos a los planteamientos de


Campomanes en cuanto a la concentración en una actividad, la convocatoria a los
asociados, las funciones a ejercer, el aprovechamiento del conocimiento ilustrado sobre el
territorio neogranadino, así como la población hacia la cual iría dirigido este impulso,
entre otros aspectos.

En 1801, Jorge Tadeo Lozano también planteó la necesidad y utilidad de un “cuerpo


patriótico” como medio necesario para hacer “florecer el reyno”: “que dedicado a la
reforma de las costumbres por médio de la buena educacion, y á introducir el buen gusto
de la industria, y de las Artes pueda estender sus conocimientos y cuidados á los ramos
indicados y á quantos se les presenten utiles á la Sociedad comun”. Afirmaba Lozano que
con el florecimiento de las artes se erradicaría la mendicidad y la gente viciosa, con el
siguiente argumento: “La esperiencia lo tiene acreditado en los países donde se
establecieron; ellas han hecho felices a los pueblos donde se fundaron, y han logrado
hacer desconocidos la mendicidad y la miseria” (El Correo Curioso, No. 39: 154). Por
otra parte, en primer lugar, creía necesario tener en cuenta la relación entre las
características de la variedad de climas en el territorio y el cultivo adecuado al mismo, así
como las posibilidades de exportación; y, en segundo lugar, valoraba el dibujo como un
conocimiento y destreza importante en el desarrollo de la industria y las artes, por lo que
sugería su enseñanza como medio para el perfeccionamiento de las obras de las diferentes
artes, con el cual los artesanos podrían inventar obras que, además de traerles honor y
utilidad propia, traerían consigo utilidad común.

Todo lo cual resume en su propuesta sobre la necesidad de crear una Sociedad de Amigos
del País que tendría por objeto: el perfeccionamiento de la artes para mejorar la
fabricación de los productos derivados de diversos oficios: la madera, la platería, la

286
El texto sobre la Sociedad Económica se extiende hasta la página 20.

192
pintura, la herrería, lo que favorecería la enseñanza pública en “toda clase de obrages” y
evitaría el ocio de mujeres y hombres, ordenando la caridad pública, puesto que “si una
Sociedad establecida baxo de ciertas reglas y Estatutos, abrazase tan importantes fines, y
recogiese muchachos, y niñas cuyos padres no pueden enseñarles, y los pusiesen en
escuelas públicas, llegarían a sér utiles para si mismos, para la Religión y el Estado” (El
Correo Curioso, No. 40: 158).

En ese mismo año de 1801, el virrey Mendinueta aprobó la Sociedad Económica de


Amigos del País de Bogotá, que inició su funcionamiento en mayo de 1802287. Su
“principal propósito era el de estimular y poner en práctica los medios más a propósito
para fomentar en el virreinato la agricultura, la cría de ganados, la industria, el comercio,
las ciencias útiles y las artes liberales” (Forero y Díaz, 2012: 9).

Como puede colegirse de las quejas y reclamos que se hicieron en diferentes momentos
respecto de la necesidad de formar tales Sociedades, esta iniciativa no formaba parte de
las prácticas generales en la nación para el desarrollo de la industria. Pocas sociedades se
establecieron localmente con el interés de consolidar productos muy concretos
regionales. Según Renán Silva, estas sociedades “no fueron en la Nueva Granada, como
hecho significativo, sino una propuesta” que nadie ha podido mostrar con hechos de peso
respecto de tal proceso (2002: 639), salvo para los casos de las sociedades económicas de
Mompox y de Cartagena. Ello se debía a problemas administrativos internos y a la falta
de protección de la producción, lo cual no las favorecía en términos de competencia. En
consecuencia, no se logró erradicar la presencia de mendigos y vagos en las calles.

En contraste, con el período republicano viene el impulso al conocimiento académico y la


investigación a partir de la creación de las Academias. Fue así como en 1817 se creó la
Real Academia de Medicina, Cirugía, Farmacia y Química, como primera “agrupación
científica que contó con el apoyo del Estado” (Díaz, 2012: 16). De tal manera, en ese
primer cuarto de siglo, en conjunto con la Sociedad Económica de Amigos del País, estas
fueron las únicas entidades con carácter estrictamente académico de fomento de las
denominadas ciencias útiles.

287
Con el impulso de José Celestino Mutis.

193
Posteriormente, en 1826, se estableció la Academia Nacional de Colombia, cuya misión,
prescrita por Santander, consistía en guiar la marcha del país “con el siglo, concurriendo
a comunicar a nuestros compatriotas las verdades útiles, que hacen desarrollar la
civilización intelectual, industrial y política” (citado por Díaz, 2012: 20), misiones que no
se cumplieron debido a la inestabilidad política y el abandono de sus integrantes. En
1832, se creó por decreto la Academia Nacional de la Nueva Granada, la cual inició
actividades el año siguiente, igualmente con una existencia efímera.

En el informe como secretario del Interior, Mariano Ospina (1842) se refirió a un


conjunto de efectos negativos para la República de la Nueva Granada, provenientes, entre
otros, “del desórden y de la guerra”, el cierre de buena parte de los establecimientos
educativos de primaria y colegios, el deterioro de la “educación moral y relijiosa”, la
“errada dirección impresa a la educacion secundaria” y la “repugnancia al trabajo”
(Ospina, 1842: 471-490). Específicamente, en lo concerniente al desatino de la educación
secundaria, Ospina se quejaba de la ausencia de conocimientos útiles y el predominio del
trabajo intelectual, como puede observarse en el siguiente texto:

Como los hombres públicos, únicos que han llamado por su brillo la atencion de la
juventud, jeneralmente han hecho alarde de otros conocimientos, los jóvenes han debido
fácilmente persuadirse que habia otra cosa importante que aprender. Ciencias esactas y
naturales, conocimientos industriales, aplicacion de las verdades científicas á las artes
productivas de riqueza, han sido cosas estrañas en los colejios y universidades […]. Al ver
nuestras universidades y colejios se creeria que en la Nueva Granada no deben tener los
hombres otra ocupación que gobernar y hacer leyes y constituciones (p. 481).

Como respuesta política, Ospina propuso ampliar la enseñanza del conocimiento útil a
aquel sector de la población escolarizado, sugiriendo un cambio de rumbo para la
enseñanza acorde con lo que se consideraba que la nación necesitaba y con los “intereses
de la juventud”, cambio consistente en el fomento de “los conocimientos industriales […]
y las ciencias de una utilidad mas inmediata y que estén mas en relacion con agricultura,
el comercio y la minería y hacer que […] se formen hábitos de moralidad, de
subordinación y de laboriosidad”288 (p. 491). En 1844, su empeño por las ciencias útiles

288
Más adelante profundiza este argumento guiado por la preocupación de que la juventud cayera en el
malentretenimiento: “El jóven á quien se deja abandonado a todas las distracciones que presenta la
sociedad, es muy difícil que renuncie á ellas voluntariamente para consagrarse con ardor á las fatigas de un

194
condujo a que se planteara una educación más técnica y práctica. “Su plan de estudios
buscaba formar hombres útiles y disminuir el número de abogados” y hacia énfasis en las
matemáticas y ciencias naturales (Díaz, 2012: 21).

Con la primera presidencia del general Mosquera (1845) se sucede una dinámica de
transformaciones en campos como el económico, el social y de las ciencias289. El
mejoramiento que en estos se buscaba partía de la necesidad de responder a las
necesidades de la nación mediante la generación de conocimiento útil para su aplicación
práctica. Por ejemplo, con la creación de la Universidad Nacional (1867), dos de las seis
escuelas con las que empezó fueron la de Ciencias Naturales y la Escuela de Artes y
Oficios. Según Manuel Ancízar, el contenido de las asignaturas de la Escuela de Ciencias
Naturales tenía como objetivo “la inmediata aplicación a la Agricultura i la Minería”
(Díaz, 2012: 25). De igual manera, en 1871 la fundación de la Academia Nacional de
Ciencias Naturales, antecesora de la actual Academia Colombiana de Ciencias Exactas,
físicas y naturales, “respondía a una necesidad nacional, dado que las instituciones
republicanas y el bienestar de las familias tienen su base en el beneficio de la educación
popular y en el desarrollo industrial” (p. 31), pero la inestabilidad política impedía el
cumplimiento de sus objetivos.

En resumen, aunque se mantenía el objetivo de las academias en cuanto al fomento y


desarrollo de los conocimientos industriales y de las artes y oficios, cambia el sector de la
población para la cual se las pensaba. Mientras que para los gremios y sociedades
económicas eran centrales los sectores populares, redimibles por intermedio de la
educación popular, con el fin de separarlos de todas aquellas oportunidades que los
condujeran a la vagancia y la holgazanería y bajo los lineamientos de un grupo de socios
ilustrados290, en el período republicano estas necesidades de conocimiento, fomento y
desarrollo se orientaron a instruir sectores de población que podían acceder a la

estudio asiduo, y mas quizá que resista á las tentaciones que con frecuencia lo arrastran á la disipación”
(Ospina, 1842). Página 532
289
El Museo Nacional, el Observatorio Astronómico, el Instituto de Ciencias Naturales, Físicas y
Matemáticas, y la Organización del Colegio de Ingenieros Militares y la Comisión Corográfica de los
Estados Unidos de Colombia.
290
La misión de las Sociedades Económicas era, a partir del conocimiento del país, identificar las
necesidades de fomento de actividades y conocimientos dirigidos al desarrollo industrial para la producción
de sujetos útiles, morales y obedientes.

195
formación secundaria y universitaria, en un sentido más académico, sin perder la
perspectiva de su utilidad, lo cual ratifica la percepción de Silva (2002) acerca del
espejismo de estas sociedades económicas, pero esta vez por la desconexión que produjo
el énfasis en el conocimiento académico para la formación de los estudiantes de
secundaria, en contra de la organización y fomento de la industria en las poblaciones
pobres.

En síntesis, detrás de lo relatado es posible reconocer en primer lugar a la vagancia y a


los vagos como el enemigo común que se oponía al ordenamiento de la ciudad, de la
población y de la economía, y que develaba el miedo a lo que se percibía como flagelo.
Este se expresaba de tres formas: en el temor e inquietud por su contagio y expansión y
las medidas que se impartían para los abandonados; en sospechar del joven, por la
posibilidad de imitar conductas que lo conducirían a caer y quedarse en la vagancia,
sospecha que llevaba a actuar organizando talleres y la enseñanza de artes y oficios,
como medios de luchar contra la posibilidad de este flagelo; y en el recelo y la sospecha
que se tenían de la gente pobre, aun si no vagaba, ya que se considera que estaba muy
contaminada con la pereza y la desidia e inactividad. Por ello, se buscó enfrentar el
contagio con el fomento y la instrucción in situ de la población pobre de las provincias.

Para el caso de los menores abandonados, las medidas constituyeron una versión del
modelo de la peste, sugerido por Foucault, modelo que permite identificar la manera
como sus características se traducían en la conformación de hospicios y casas de refugio
para niños, en los que, en primer lugar, se daba su separación y aislamiento del ambiente
y las condiciones exteriores; en segundo lugar, se los encerraba hasta cierta edad, con el
objeto de prepararlos para una vida en sociedad, encierro que comportaba formas de
inclusión. Esto porque, por un lado, las funciones de refugio y orfanato eran una forma de
cuarentena dentro de edificaciones en los linderos de la ciudad, hasta que se acabara el
peligro; y en tercer lugar, una vez cumplían cierta edad, momento en el cual se espera
haber alcanzado la formación moral y para el trabajo trazada, ellos podía integrarse a la
sociedad y salir al exterior. En otras palabras, se los encerraba para incluirlos e
integrarlos luego, ya inmunizados contra el contagio; en tercer lugar, el funcionamiento

196
de los hospicios formaba parte de un régimen disciplinario, en el cual los sujetos asilados
eran individualizados según un sistema de observación permanente y control.

En contraste, el gobierno del joven instruido en artes y oficios se produce a partir de una
forma de poder disciplinar entre cuyas características es fundamental señalar las
siguientes: 1) no implica encierro, pero cuenta con un escenario delimitado: el taller
(Foucault, 1984: 148); 2) el dominio sobre el cuerpo se expresa de diversas formas, como
el aseo, el modo de vestir, la posición adecuada para afrontar las actividades del oficio, en
suma, en la constitución de un cuerpo de aspecto moralizado, a la vez educado, hábil y
útil (p. 140), técnicas dirigidas a disciplinar el cuerpo y normalizar al joven en su
singularización; 3) en cada taller se encuentra una jerarquía, un rango que individualiza
los cuerpos por medio de su localización, que “no los implanta, pero los distribuye y los
hace circular en un sistema de relaciones” (p. 149) y donde además se realiza la
“vigilancia jerárquica” del maestro sobre cada uno de sus alumnos; 4) el examen se
constituye en una práctica normalizadora que, además de demostrar el aprendizaje
logrado, da vía al ascenso hacia el siguiente nivel jerárquico o de ejercicio libre del oficio
fuera del taller.

Es importante subrayar que las medidas disciplinarias del modelo de la peste o del
ejercicio del poder disciplinar empleadas con los jóvenes estaban relacionadas con el
saber derivado del ejercicio del poder. Es lo que Foucault denomina “vigilancia
administrativa” (2016: 269-270) cuyos componentes aparecen claros: el saber de la
gestión, que corresponde a la experiencia acumulada proveniente del ejercicio del poder;
el saber de investigación, incipiente, que en los casos descritos corresponde a la
información recogida sobre la procedencia de cada individuo y establecida en los
manuales de funcionamiento, así como a los requisitos de ingreso a la formación en las
artes y los oficios; y el saber de inquisición policial, que se obtiene con la vigilancia de
los individuos bajo encierro o en formación y que contiene un sistema de castigos de
ciertos comportamientos trasgresores de los reglamentos y el orden establecido. Ahora
bien, respecto del control del contagio de la vagancia, las medidas que impulsó el temor
que causaba se relacionan con el propósito de lograr el desarrollo de la economía

197
mediante el fomento de la industria y el mejoramiento sustantivo de la calidad de los
productos, para lo cual era necesario aumentar la población útil.

198
V. ENTRE EL ORDEN Y LA UTILIDAD

El último aspecto a considerar corresponde a las medidas de reforma urbana y


ordenamiento de la población y el territorio que intervinieron en el gobierno de la
vagancia. Estas oscilaron entre el control y la producción de sujetos útiles y estaban
dirigidas a disciplinar los cuerpos en el espacio de la ciudad y en algunos lugares del
territorio. El acto de disciplinar, como se verá, se efectuó en diferentes órdenes, atinentes
a la corrección de conductas no aceptadas que atentaban contra la moral y el buen vivir,
la desobediencia y la asistencia persistente a espacios prohibidos o espacios para el vicio.
Así, el sometimiento de los cuerpos inactivos, perezosos u holgazanes se dio con su
inserción en la actividad económica local para transformarlos en sujetos útiles. Se trataba
fundamentalmente de medidas dirigidas en su gran mayoría a habitantes de la ciudad que,
sin ser exactamente vagos, presentaban algunas de las características de la vagancia y, en
consecuencia, se constituyeron en objeto de estas medidas de reforma, desde la
perspectiva de la “vagancia como posibilidad”291. Esta administración se alimentó del
saber derivado de la gestión cotidiana292 de grupos y sectores de población calificados
negativamente y, por tanto, rechazados. El temor a la posibilidad de la vagancia se
manifestó en la vigilancia administrativa293 de indicios tanto de conductas evasivas de la
obligación de trabajar294 como del posible aumento de la vagancia. Sospecha que actuó
como detonante de formas administrativas dirigidas a corregir el rumbo de las conductas
que obstaculizaban el buen gobierno.

Diversas señales animaron la sospecha. El primer indicio lo daba el desorden físico y mal
comportamiento de grupos específicos de habitantes de las zonas urbanas que actuaban
contra el orden y ornato y perturbaban la tranquilidad y la seguridad ciudadanas. Un

291
Me refiero a vagancia como posibilidad, al estadio en el cual los comportamientos habituales de ciertos
sectores de la población, en las ciudades, son motivo de sospecha, por cuanto forman parte de las señales de
“escape a la obligación del trabajo” (Foucault, 2016: 224).
292
Para Foucault, esta es una forma de “vigilancia administrativa de las poblaciones” por la cual “los
mismos que manejan el aparato de Estado, sea directamente por cuenta del poder político, sea
indirectamente mediante un sistema de contratos, forman de manera simultánea cierto saber que acumulan
y utilizan” (2016: 269).
293
Es una de las funciones del poder (Foucault, 2016: 239).
294
Es decir, las “formas como uno escapa de la obligación del trabajo como se sustrae a la fuerza de trabajo
como evita dejarse retener e inmovilizar por el aparato de producción” (Foucault, 2016: 224).

199
segundo indicio incluía algunas de las características asociadas a los comportamientos
indicativos de la vagancia o elusivos del trabajo y la acción policial. Un tercer indicio
concernía a la preocupación por el control de espacios prohibidos o sujeto de
restricciones para su operación. En todos los casos, las medidas restringían la movilidad
de los cuerpos y la permanencia en ciertos espacios. La cuarta fuente de sospecha y
desconfianza la constituía la mendicidad, pues se la consideraba propicia a producir y
encubrir conductas de vagancia, al encontrarse en un límite borroso y hasta ese momento
incontrolable. Por último, otra fuente de temor a la posibilidad de la vagancia surgía del
desorden territorial, dada la presencia de poblaciones alejadas de baja densidad y grandes
extensiones deshabitadas e incivilizadas, indicadoras de fallas de gobierno.

Es de resaltar que estas señales de posibilidad se enmarcaron en el nuevo sistema


capitalista productivo, necesario para traer el progreso a la República, a los ojos de las
administraciones. Para ello se tomaron medidas interrelacionadas, como la civilización
del territorio, el ordenamiento económico y productivo y el aumento de la población útil.
En este entramado se situaba la “integración” del vago –jurídicamente castigado– a la
población útil y productiva, como una forma de gobierno y medio de poblamiento y
civilización del territorio. Fue así como economía, territorio y población conformaron
una estructura en la cual se cruzaban las reformas borbónicas y, posteriormente, las leyes
republicanas, sobre la que gravitaba la vagancia como uno de los obstáculos a eliminar.

El capítulo examina las medidas tomadas para contrarrestar estos elementos de sospecha,
insertas en las dos grandes prácticas de gobierno referidas: la reforma urbana y las
disposiciones concernientes al ordenamiento de la población y el territorio. En la reforma
urbana se visibiliza la manera como la urbanización, la producción, la civilización del
territorio y el aumento de la población útil favorecen nuevas formas de gobierno de la
posibilidad de la vagancia. No obstante, lo anterior significaba una forma específica de
gestión del castigo de los vagos, concurrente con el proceso de ordenamiento de la ciudad
y el territorio y el aumento de la población útil. Podría decirse que se trata de dos caras de
una misma moneda –la vagancia–, expresadas en dos medidas de gobierno: una para
combatir la posibilidad de la vagancia y otra para incorporar el castigo en las medidas
administrativas de organización de la república.

200
LA MENDICIDAD COMO POSIBILIDAD DE LA VAGANCIA

Antes de entrar en materia, es necesario establecer los componentes de gobierno y su


relación con la vagancia, vista como posibilidad, con el fin de situar el escenario en el
cual se produjeron las medidas dirigidas a la transformación de comportamientos
sospechosos, en la perspectiva del orden y la utilidad. Desde el último cuarto del siglo
XVIII, estos componentes remitían a los vicios de la pereza, la holgazanería y la ociosidad
y eran objeto de diversas interpretaciones que los relacionaban con la facha o el aspecto
externo y con la presencia o ausencia de ciertas dinámicas sociales y económicas en el
territorio, que es posible identificar en las consideraciones que hicieron al respecto
algunos de los gobernantes de fines de la Colonia y en el período republicano, donde se
las identificaba como formas de desorden. Preocupaba al gobierno la desorganización y
el escaso control del trabajo ejemplificados en la inconstancia de los dueños en la
explotación de las minas, en la ausencia de conocimientos sobre su explotación y control
del trabajo y en los bajos salarios, causantes de la apatía laboral, todo lo cual se reflejaba
negativamente e incidía en la escasa producción, la baja calidad y la disminución de la
mano de obra, en contraste con el aumento de la población vaga y perezosa (Caballero y
Góngora, 1789: 233; Mendinueta, 1803: 103).

En esta perspectiva, la mendicidad como práctica pasó de ser una condición


espiritualmente reconocida a convertirse en una conducta sujeto de ordenamiento, es
decir que con la secularización perdió su halo espiritual. A principios del siglo XIX, esta
era considerada ya como enfermedad física, política y moral (Mendinueta, 1803) y como
epidemia social heredable e imitable, al igual que la vagancia y la ociosidad. Según el
virrey Ezpeleta, los mendigos “incomodan i embarazan” (1796: 358) y forman parte de la
plaga que representa a los vagos. Así mismo, el arzobispo virrey Caballero y Góngora, en
su relación de mando los describía como muchedumbre de mendigos o enjambres “que
llenan las calles de las principales Ciudades, exigiendo del Público su subsistencia con
clamores y lamentaciones irresistibles, sin esperanza de retribucion, como que no pueden
numerarse en ninguno de los cuerpos del Estado, siendo la menor porcion de ellos los
verdaderos pobres acreedores á la compasion y Socorro de los Pueblos” (1789: 292-293).

201
El virrey Mendinueta consideraba la mendicidad como resultado de la “desaplicación al
trabajo” y aducía como causas la ausencia de educación, el incumplimiento de los
deberes por parte de la autoridad encargada de perseguir a vagos y malentretenidos, los
salarios bajos y la “la abundancia i baratura de los alimentos mas groseros, i las
limitadísimas necesidades de los que se entregan a la vida holgazana i pordiosera” (1803:
102).

La mendicidad, esa enfermedad contagiosa asociada a la vagancia, necesitó de medidas


dirigidas a su control, ya no borrando físicamente a los vagos a través de la expulsión del
territorio, eludiendo así el mal, sino tratando el mal dentro del territorio con la reducción
de los mendigos a lugares de encierro y la asignación de tareas útiles. Estas actividades,
que estaban dirigidas a su transformación como sujetos útiles, se plantearon teniendo en
cuenta sus capacidades y posibilidades individuales en cuanto a sexo, edad y tipo de
limitación.

En la Nueva Granada, la Ilustración y sus ideales de utilidad condujeron a la


secularización de la caridad y dieron lugar a lo que, en el lenguaje de la época, los
ilustrados denominaron “caridad ilustrada”. Como se buscaba una población diferente,
ello exigía implementar reformas295 para “una población distinta que no estallara en
alborotos” y que las aceptara obediente, contribuyendo a la utilidad pública. Como era
urgente “mudar de principios morales […] la mendicidad y la desocupación permitidas
por la Iglesia católica fueron desvirtuadas” (Rodríguez, 2007: 17, 56) y adquirió
preponderancia el principio de utilidad.

Los problemas relacionados con el desorden de la población vienen mencionados en los


informes de virreyes y secretarios del Interior, en el acápite Población y Policía, donde se
trataban las dificultades en las ciudades en relación con el despoblamiento del territorio,
la desorganización de las poblaciones y su comportamiento, la presencia de inmigrantes y
de personas no gratas –entre las cuales los mendigos representaban el mayor problema–,

295
Concepciones ilustradas que coinciden con la implementación de las reformas borbónicas, denominada
por McFarlane el tercer periodo virreinal, durante el cual “el gobierno de Carlos III adelantó el programa de
reformas más radical de los Borbones, con proyectos para incrementar el comercio colonial, reestructurar la
administración virreinal, frenar la influencia criolla en el gobierno y crear mecanismos más amplios y
eficaces para explotar el potencial fiscal del territorio” (citado por Rodríguez, 2007: 17).

202
los comportamientos inadecuados y las manifestaciones del desorden en las calles. Fue
así como, a partir de las medidas de ordenamiento, se pensaron y organizaron las
funciones de policía para el control del orden.

Con la reforma urbana (Ojeda, 2007) se emitieron medidas específicas, implementadas


entre 1774 y 1801. Este paquete comprendía un conjunto de medidas dirigidas a regular
el orden de la ciudad mediante el reemplazo de las parroquias por barrios; el
ordenamiento de los oficios a través del de los gremios; el control sobre los
establecimientos y el comportamiento de los habitantes, especialmente de los jugadores
de naipes y trucos; la reubicación de la población suelta y desvalida en hospicios y asilos;
el control nocturno a través de rondas. Además, la medidas buscaban controlar a la
población de lugares valorados como sombríos; llevar la estadística de los rebeldes; la
vigilancia de los lugares de conspiración (las trastiendas); la higiene de las calles y las
prácticas de traían el desaseo, como la matanza de perros. Algunas de estas atañían en
mayor o menor medida al problema de la mendicidad.

Hacia el último cuarto del siglo XVIII, para la mayoría de reformadores borbónicos, el
mendigo varón era un holgazán disfrazado, perjudicial para los verdaderamente
necesitados, así como una plaga y un obstáculo para el aumento de la población (Moreno
y Escandón, 1772: 42, 82; Ezpeleta, 1797: 330; Caballero y Góngora, 1789). En lo que
corresponde a su manejo o administración, en línea con sus juicios se estipulaba la
recolección de los mendigos296 como forma de “separar los muchos holgazanes que con
el disfraz de mendigos cometen excesos y gravan la república” (Guirior, 1776: 182); en
este sentido, según Ezpeleta, la administración tenía el deber de brindarles a los mendigos
“voluntarios” una ocupación útil fuera del hospicio, “para que no sirvan de carga á la casa
[y] no defrauden el sustento á los verdaderos pobres” (1797: 359).

El pensamiento ilustrado acerca de la mendicidad

296
Como se vio en el capítulo I, la medida contra la mendicidad y la proliferación de vagos en las ciudades
del encierro de pobres en Castilla, en relación con el resto de Europa, fue tomada tardíamente; en
consecuencia, solo hasta finales de la Colonia, con las reformas borbónicas, se implementó en las tierras
americanas.

203
Por su parte, la prensa fue uno de los medios a través de los cuales los ilustrados
expresaron su pensamiento acerca de los cambios y reformas necesarias para que el país
pudiera avanzar en su actividad productiva y en su economía. En el Papel Periódico de la
Ciudad de Santafé de Bogotá se encuentran comentarios acerca de los mendigos falsos o
voluntarios y las medidas tomadas. En primer lugar, el que se refería a su presencia en las
calles como muchedumbre de “mendigos voluntarios” corroídos por los vicios de la
pereza y la ociosidad (1791, No. 11: 83). En segundo lugar, el que aludía la necesidad de
una “idea mas racional, mas propia y mas digna de la Caridad”: “No hay ninguno tan
imposibilitado que dexe de poder emplearse en algun ejercicio. A proporcion del sexo, de
los años, de las fuerzas, y de la habilidad, ninguno tiene impotencia de ser útil en alguna
operacion lucrativa” (No. 13: 100). En tercer lugar, aquel que destacaba y apoyaba el
Hospicio de Pobres –obra del virrey Ezpeleta– como la obra más importante por su
dedicación al recogimiento de los mendigos297, incluidos los vagantes: “esos miserables,
que en el seno de su Patria andaban forasteros, y errantes sin asilo alguno, de una en otra
parte; yá podrán vivir tranquilamente desfrutando una comodidad proporcionada á su
estado inválido y calamitoso” (No. 50: 327). Finalmente, el que imagina los resultados
del destierro de la ociosidad: “¡Que aspecto tan hermoso seria el de la Capital del Reyno,
sus calles, sus plazas, y demás lugares Públicos estubiesen despojados de estos miserables
brutos […] Que espectaculo tan digno […] verlos unidos formando una Sociedad laboriosa”
(No. 14: 107). Estas citas sintetizan la “caridad ilustrada”, plasmada en la “limosna
prudente” o “caridad prudente”: “siendo la Caridad una virtud discretísima, exige
esencialmente todo aquello que cede en beneficio de la sociedad. […]. A mi me parece
que un hombre verdaderamente instruido en lo que es Caridad ilustrada, se portaría de
este modo” (No. 16: 126), mientras que la caridad mal entendida, por el contrario,
causaba perjuicios a la persona del mendigo, a la ciudad en particular y a la nación en
general.

Cuatro características sintetizan estas maneras de percibir los gobernantes e ilustrados de


fines del período borbónico el problema de la mendicidad y la presencia de mendigos: 1)
los mendigos representan un costo para la administración debido a su inutilidad: son

297
Y porque “ha honrado mucho nuestro Siglo, porque ha formado en él la época mas gloriosa de la
Caridad ilustrada” (Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, No. 13).

204
individuos que no producen, que viven del bien ajeno y que además les quitan la
posibilidad de ayuda a quienes realmente la requieren; 2) son portadores de dos vicios
característicos del conjunto de población calificada jurídicamente como vaga: “la
holgazanería y la pereza” y, en consecuencia, transmisores de la enfermedad de la
mendicidad; 3) son individuos que causan desorden y malestar y rechaza el resto de
pobladores quienes no resisten su presencia en las calles, pues son un obstáculo
permanente que se hace necesario quitar; 4) manejar el problema de la mendicidad y la
presencia de mendigos exige tres medidas: el recogimiento de los mendigos falsos; su
separación y su dedicación al trabajo; y el cambio de sentido de la limosna, de la caridad
cristiana a la caridad ilustrada o prudente.

De estas alternativas emergió la triada asistencia, transformación y rehabilitación, como


prácticas diferenciadas según el tipo de individuo, así: la asistencia se prestaba al
mendigo verdadero no válido para ejercer algún oficio y sostenerse, mientras que el
gobierno de los mendigos válidos o falsos mendigos se dirigía transformarlos en sujetos
activos y útiles, transformación que se esperaba como resultado de las medidas
correctivas que les eran impuestas, centradas principalmente en el trabajo obligatorio o
trabajo forzado; así, al tiempo que se corregía al falso mendigo este se rehabilitaba y
contribuía con su trabajo a la sociedad y a la economía.

Alcanzada la independencia, la mendicidad empezó a ser entendida como resultado de la


mala educación, la falta de motivación y la apatía. Por ello, el secretario de Gobierno y
del Interior Lino de Pombo planteaba, además de las medidas específicas para instruir a
los mendigos en oficios útiles, la necesidad de una ley de policía de orden, seguridad y
ornato que se encargara tanto de la erradicación de la mendicidad y la vagancia (1833:
17), como de velar por la rehabilitación de multitud de individuos mendigos y vagos,
como “pasos importantes en favor de la moral, de la industria i de la riqueza nacional”
(1834: 31).

Al hacer honrado i laborioso, quizá contra su voluntad, á un hombre que por la


desfavorable influencia de las circunstancias, por lo vicios de la educacion, por falta de
estímulos ó por natural indolencia habia contraido el hábito funesto de la ociosidad, no es
á él solo á quien se beneficia: se adquiere un nuevo ajente de produccion, quitándolo á la
depravacion de costumbres; i se trasforma en un buen padre de familia i en un apoyo de

205
la libertad o del órden. […] Una buena lei de policia, bien cumplida, produciría entre
otros este resultado provechoso (pp. 30-31)

El problema de la mendicidad durante la segunda mitad del siglo XIX fue descrito y
298
analizado por Miguel Samper en su escrito sobre La miseria en Bogotá. En este se
refiere a la presencia de los mendigos en las calles y plazas y su comportamiento
defectuoso, expresado en que “la limosna se exige y quien la rehuse, queda expuesto a
insultos que nadie piensa en refrenar” (1869: 8). Igualmente, resaltaba al aumento
desmedido de los pobres vergonzantes299, que explicaba como consecuencia de las leyes
de expropiación de los bienes de la Iglesia, emitidas por el general Mosquera:

Las religiosas que fueron arrojadas a la calle en 1863, despues de haber sido despojadas
de cuanto tenian; los sacerdotes regulares i los que servian beneficios o fundaciones
dotados con rentas de los bienes llamados desamortizados; los enfermos que en número
de mas de doscientos eran constantemente atendidos en el hospital de la ciudad, i que no
hallando el remedio de sus dolencias no pueden trabajar i se convierten con sus familias
en mendigos; en fin, los numerosos empleados cesantes, así civiles i militares, a quienes
el espíritu de partido arroja sin piedad de sus empleos, todas estas clases han venido, mas
o ménos, a pesar con sus necesidades sobre los recursos de la sociedad en jeneral
(Samper, 1869: 2-3).

Por otra parte, Samper veía la necesidad de indagar por las causas de la miseria, tanto en “la
naturaleza física como en la acción recíproca de los hombres” (p. 5), es decir, fijarse en los
hechos físicos, morales e industriales. Y en lo relacionado con el papel de las Sociedades de
Beneficencia en la lucha por la erradicación de la mendicidad, el autor consideraba que
constituían una alternativa más prudente y racional que la caridad oficial300 (pp. 22-23).

Por su parte, el abogado José María Salazar (1849), en su Memoria descriptiva del país
de Santa Fe de Bogotá, consideraba que el problema de la mendicidad, entre otras causas,
lo producía la usurpación de los falsos mendigos, razón por la cual se requería una
política “sana” consistente en sacar de las calles al mendigo verdadero301 a partir de su

298
Miguel Samper (1825-1899). Abogado, político y empresario. Ministro de Hacienda y candidato a la
presidencia de Colombia en 1898.
299
Aquellos que no exponen públicamente su pobreza y miseria y acuden a terceros. A los cuales describía
como grupo mayoritario entre los miserables y no tenido en cuenta por la beneficencia.
300
Porque tenía mucha confianza en el papel de las asociaciones, siempre y cuando recibieran el apoyo
permanente de las familias pudientes.
301
Propuesta que hace a partir del conocimiento de experiencias de formas de socorro a éstos como las de
Génova

206
reclusión y de la asignación de un oficio acorde con sus capacidades, edad y sexo. Para lo
cual era necesario adoptar ciertas prácticas impositivas con que recabar recursos: “la sana
política ha encontrado siempre mil recursos para extinguir la mendicidad y el ejemplo de
algunas naciones en que se ha conseguido exterminarla, nos hace concebir la misma
esperanza” (pp. 403-404).

El influjo de la salubridad pública

Para fines de siglo XIX, la mendicidad y la salubridad pública se trataron como dos temas
asociados, ocupando un lugar muy destacado en el de la salubridad, como problema de
gobierno y conocimiento ilustrado. Fue así como la Sociedad de Medicina y Ciencias
Naturales de Bogotá, en respuesta a una solicitud de Rufino Gutiérrez, como prefecto
general de la Policía, en uno de sus apartes sobre la higiene en Bogotá, además de
referirse a la presencia de los mendigos, reclamaba la fundación de un asilo especial para
indigentes donde corregir tanto el problema de moralidad como el de salubridad:

Estos, en completa ociosidad, viendo de contínuo el mal ejemplo de sus compañeros; sin
que nada estorbe su ámplia libertad y abandono, careciendo de toda noción de dignidad y
decoro; llegarán á presentar el más cumplido y más lastimosos cuadro de miseria y
degradación moral; repugnan por su desaseo y sus harapos ú ofenden el pudor con su
desnudez y como las más de las veces, su indigencia es una consecuencia de la pereza y
de todos los otros vicios que necesariamente la acompañan, los mendigos al exhibir su
miseria por las calles y plazas, ofenden la moral pública, y sus penalidades y
humillaciones mortifican á la sociedad que participa de sus sufrimientos, además de sus
importunidades, por la compasión que inspiran y hasta de sus humillaciones, porque
revelan el abandono en que los deja la sociedad que debe moralizarlos y protegerlos
(Tamayo, 1886: 6-7).

Dado que se trataba fundamentalmente de mendigos hábiles y sin enfermedad alguna, el


informe propuso dos acciones con los asilados. Como primera medida, se requería la
asignación de tareas, conservando la separación de oficios según el sexo y la instrucción
moral. Ello señalaba la posibilidad de designar ocupaciones dentro y fuera del asilo,
siempre y cuando las ocupaciones internas se distribuyeron entre personas incapaces de
desempeñar actividades fuertes y mujeres indigentes, cuyos oficios deberían estar
relacionados con el tejido, la manufactura y actividades similares acordes con el esfuerzo
207
requerido, en tanto que para los hombres recomendaba labores productivas fuera del
asilo, relacionadas principalmente con la agricultura302, seguida por el trabajo en vías
públicas cercanas a la ciudad o el “cultivo de los jardines públicos”. Como segunda
medida, el informe planteaba, como propósito de la instrucción moral, “desarrollar en
ellos el sentimiento religioso, tratando de borrar los recuerdos de su desgraciada historia
y los malos principios inculcados por las enseñanzas y malos ejemplos de sus mayores”
(p. 9), instrucción que debía impartirse a la totalidad de asilados.

Una segunda referencia acerca de la mendicidad y la higiene pública se encuentra en Las


epidemias en Bogotá, escrito del médico Josué Gómez, quien ve la necesidad urgente de
intervenir en el habitante de la ciudad. Se trataba de centrarse en el individuo y no en un
grupo o sector poblacional, por cuanto: “la higiene pública es como las familias, que se
componen de miembros humanos, y cada miembro humano es un sér orgánico, que vive
como viven todos los que forman la familia” (1898: 5). Por esto consideró necesario
vigilar constantemente a todo aquel que le gustara vivir en las calles. El mendigo, decía
Gómez,

… invoca siempre en nombre de Dios, y siempre ofrece como recompensa inmediata el


reino de los cielos; habla poco, golpea al portón con el báculo y no son escasas las veces
en que los golpes van animados de un espíritu de exigencia y de soberbia; de andar
jorobado, de dirección oblicua, de cerviz hacia el suelo, con el bendito en los labios, se
ven estos tipos de cara flaca, macilenta, de mirar inanimado, de piel bronceada, cubierta
de anchas manchas de color panela, con vestidos abigarrados, […] de olor insoportable,
descalzos, llenos de asquerosos insectos (pp. 5-6).

Escisión de los mendigos

Las nociones de falso pobre y pobre mendigo contenían a aquel sujeto que
voluntariamente había decidido vivir de la ayuda de los demás. La referencia a la
voluntariedad de vivir en la pobreza surgió con la identificación de aquellos individuos
que, aun teniendo las habilidades y capacidades físicas y mentales para sostenerse, habían
decidido no desempeñar ningún oficio y vivir de la caridad ajena, acudiendo a una serie

302
La agricultura era considerada el oficio más sano y moralizador: “pues se ha observado que ciertos
desórdenes intelectuales y morales producidos por la ociosidad, la bebida y la exitación á los trabajo de la
tierra, no tienen mejor remedio que la aplicación á los trabajos de la tierra, y el contacto inmediato con la
naturaleza” (Tamayo, 1886: 8).

208
de artificios o engaños para conseguir su propósito303. Estas denominaciones surgieron
del saber religioso y administrativo acumulado y con la proliferación de prácticas
engañosas, con las cuales podían mezclarse soterradamente entre los mendigos
verdaderos o pobres no hábiles, eludiendo así la obligación de trabajar.

La figura del falso mendigo trajo consigo la cuestión de cómo manejar este tipo de
individuos. Respecto de gobierno las posiciones se movían entre el ejercicio de la caridad
indiscriminada, como virtud teologal, y la caridad selectiva, que requerían diferenciar el
pobre bueno del falso pobre. La presencia de falsos mendigos posibilitó el surgimiento de
procedimientos dirigidos a establecer quiénes serían los beneficiados con la caridad
institucional o del permiso para mendigar, y diferenciarlos de quienes, por el contrario,
no lo serían por su calidad de falsos mendigos o de vagos. Prácticas de separación
heredadas posteriormente por la administración secular de atención a los pobres y
utilizadas como parte de las prácticas de “caridad ilustrada”304. Así mismo, esta
transformación mantuvo la escisión de los pobres en verdaderos y falsos y la consiguiente
diferenciación de los mendigos entre verdaderos o necesitados y voluntarios o falsos. De
esta manera, con el objeto de separar de la beneficencia aquellos que usurpaban el lugar
de los inhábiles, se formularon procedimientos dirigidos a diferenciar, entre la masa de
indigentes, a los mendigos voluntarios o falsos305.

Entre las intenciones detrás de la recogida de los pobres para el ordenamiento de las
poblaciones del virreinato y concretamente en Santafé de Bogotá durante las Reformas
Borbónicas estaba evitar que un falso mendigo quedara como beneficiario de la asistencia
destinada al pobre verdadero. El virrey Guirior lo dejaba claro: “el recogimiento de los
pobres que vagan por las ciudades ha sido […] tambien un cuidado propio del gobierno
para separar los muchos holgazanes […] con el disfraz de mendigos” (1776: 182). Esta

303
Ejemplos de este tipo de artificios son descritos también en documentos anteriores al siglo XV y en
adelante, como disfrazándose de similar a los necesitados o infringiéndose daño para mover a compasión,
entre otras formas.
304
Esta denominación corresponde al momento en que la caridad cristiana pierde su connotación espiritual
y divina y la figura del pobre como “inspiración de la caridad cristiana” la reemplaza la figura del pobre
como “preocupación de la caridad ilustrada” (Rodríguez, 2007: 39).
305
Como se vio en el capítulo I Los primeros procedimientos, como el cuestionario y la visita domiciliaria,
como medio de constatación, fueron invención del gobierno pastoral sobre los pobres y posteriormente
retomados por las administraciones municipales.

209
medida estuvo acompañada de disposiciones relativas a la ocupación diferenciada306 y al
uso de las “temporalidades”307 en las que se hospedaría a los recogidos para la asistencia
como a los recogidos para convertirlos en seres útiles. Sin embargo, las rentas producidas
por estos hospicios no eran suficientes para alimentar a los que estaban en encierro y a los
que aún quedaban en las calles.

Como las rentas que producían estos hospicios no eran suficientes, el virrey Caballero y
Góngora sugirió a su sucesor, como alternativa de financiación en el cumplimiento cabal
de las metas, abrir “una suscricion voluntaria convidando á este acto de piedad á los
Obispos, Canónigos y demas vecindario, como que de este modo se libertaban de la
demanda importuna de los pobres” (1789: 293). Posteriormente, Ezpeleta daba cuenta del
resultado de la recogida y del perfeccionamiento de su accionar destacando la
construcción de un edificio a partir de la destinación de los recursos obtenidos de las
rentas y la colaboración o la piedad del público y de la labor de una junta308. El éxito
estaba no solo en la separación de los mendigos sino en la vigilancia del buen
funcionamiento y seguimiento de las normas establecidas respecto de la inversión en
ellos y su recolección. Finalmente, como se vio, afirmaba la necesidad de ofrecer
ocupaciones útiles para aquellos mendigos voluntarios (1797: 359).

Por su parte, Mendinueta llamaba la atención sobre la falta de educación –cuya atención
veía como indispensable para que las providencias de tipo más general en relación con la
mendicidad fueran exitosas– y la necesidad de aumentar el salario a condiciones justas,
como atractor para preferir la aplicación al trabajo a mendigar, hechos que, en su opinión,
podían explicar la proveniencia de la mendicidad. Y valoró el resultado positivo de la
devolución de los mendigos forasteros a su domicilio de origen, puesto que, en términos

306
En dos sentidos: mendigos verdaderos y mendigos falsos; y mujeres y niños abandonados de hombres.
307
La expulsión de los jesuitas de los dominios hispánicos se produjo mediante Real Decreto en febrero de
1767, firmado por Carlos III. Con esta, tuvo lugar la ocupación de sus temporalidades (bienes muebles,
inmuebles, dinero y rentas), la creación de un depósito con los capitales encontrados en los colegios, los
pagos de los deudores de los jesuitas y las rentas producto de su administración, cuyo destino era
consultado a una junta de temporalidades. En el caso de Santafé, con las rentas obtenidas se esperaba poder
mantener a los mendigos (Martínez, 2013: 292).
308
Siguiendo las sugerencias de la policía del interior de la ciudad acerca de la necesidad de personal o de
“manos ejecutoras”, Ezpeleta forma una junta para desempeñar estas funciones internas, la cual no
sobrevivió por falta de fondos. En su reemplazo el cabildo secular debía cuidar de este ramo o, encargarse
materialmente de él “sin adelantar ni en el poco ni en el mucho” (1789: 293), lo que lo lleva a reclamar una
orden real.

210
de cantidad, era más factible en cada población atender un número pequeño, dado que la
llegada de forasteros a Santafé sumaba una población de mendigos demasiado grande e
imposible de atender. Por eso veía en la recuperación de la práctica de esta medida –
cumplida por algún tiempo y olvidada después– una solución para que en la ciudad
pudiera cumplirse, cabalmente, el desarrollo de las medidas de recogimiento de
mendigos:

… tales podrian ser las de filiar á estos mendigos forasteros antes de enviarles, para que
fuesen conocidos á su vuelta, y prevenir á las justicias respectivas que periódicamente, y
en union de los curas avisen de su existencia, con responsabilidad en caso de omision, y
conminando á los mismos pobres con alguna pena, y no dispensando su remision al
domicilio cuando profuguen ó se aparezcan aquí: es de esperarse que esto baste á correjir
un desórden, que á primera vista parece invencible (1803: 472).

Adicionalmente, para poder establecer con certeza quiénes eran los verdaderos pobres y
quiénes los inhábiles para el trabajo, Mendinueta se manifestó sobre las ventaja de
conocer la cantidad real de pobres que habitaba en la capital, la reorientación de la
caridad hacia los hospicios y, finalmente, la ocupación de los recluidos, acorde con sus
condiciones y estado, “en la fábrica de algunos tejidos ordinarios, como lienzo de
algodón, frazadas, bayetas y otros artículos, que han servido, para su vestuario, y los
sobrantes se han vendido al público” (p. 473).

Entrando ahora al período republicano, la Ley 9 del 6 de abril de 1836 y su acto


legislativo introdujeron formalmente las medidas de diferenciación de los mendigos
válidos e inválidos que no contaban con el socorro de sus familias y la transformación de
los mendigos válidos, los vagos y los reos por pequeños hurtos en personas “laboriosas”.
Por su parte, como secretario del Interior, Pombo mencionaba en su informe de 1834 las
consecuencias positivas de las medidas para atacar la mendicidad y la vagancia como
prevención de “deslices juveniles que sirven de primeros ensayos para los grandes
crímenes” (p. 25) y propuso extender este recogimiento y refugio a otras poblaciones,
partiendo del modelo de Bogotá.

Se ha trabajado con mui laudable empeño en la provincia de Bogotá, por la gobernacion,


por la cámara i por las ciudades patriotas, en el arreglo i progreso de la casa de refujio,
instruccion i beneficencia establecida en la capital para reclusion de mendigos i crianza
de niños espositos; i el resultado de sus esfuerzos ha sido bastante satisfactorio,

211
refaccionado i considerablemente mejorado el solido i espacioso edificio, i provisto de
los muebles i enseres necesarios, están alojadas en él ciento veinte personas adultas de
ambos sexos, con la separacion debida, i se cuida de setenta niños, la mayor parte
espositos: à todos se les viste i alimenta bien, se les atiende con el mayor esmero por los
empleados de la casa, se les acostumbra al aseo, al trabajo i á la templanza, i se les
proporcionan los goces i la comodidad posibles. Dentro del establecimiento está montada
una buena escuela de enseñanza primaria, escritura, aritmética, dibujo linear i relijion: i
hai tambien tornos, telares i otras máquinas en que los reclusos, dirijidos por maestros
inteligentes, fabrican varios tejidos de lana, algodon i seda (p. 25).

Ahora bien, en esta norma se aprecia la formalización y recuperación de una vieja


práctica, en cuanto al permiso oficial de la mendicidad, esta vez bajo la forma de
licencia309. Así, en el artículo 1 se prohibía a los mendigos sin licencia expedida por el
alcalde del distrito parroquial pedir limosna públicamente y quien obrara en contra de
este mandato inmediatamente quedaba calificado como vago y era sujeto de las medidas
que a este se aplicaban. Estas licencias tenían sus restricciones que superaban la
demostración de la invalidez, es decir, no se expedían a aquellos inválidos con familia,
“en aptitud para sostenerlos con sus rentas ó con su trabajo individual” (art. 2, en Pombo,
1845).

EL GOBIERNO DE LA CIUDAD

Las denominaciones despreciativas de los vagos provenientes de habitantes y gobernantes


representaban la asignación de culpa y el rechazo por el desorden y la inseguridad que
causaban, principalmente en los centros urbanos. Estos apelativos variaron en los siglos
XVIII y XIX, entre la calificación de pecador, monstruo, hidra de mil cabezas y plaga, uno
de cuyos símiles fue la comparación con la polilla310. En esta sección, ahondo en las
disposiciones y nuevas maneras de gestionar el castigo a los vagos, como líneas de
gobierno de este sector de la población que se cruzan en función del ordenamiento tanto
del virreinato como de la república, en las cuales el trabajo o actividad se constituían, en

309
Recuérdese que en el capítulo I se mencionó el uso de una placa que identificaba públicamente al
mendigo con permiso para pedir limosna.
310
A veces, estas formas de desprecio hacían mención de los mendigos.

212
unos casos, en signo de obediencia, y en otros, en medio de corrección311 y manifestación
de rehabilitación312.

Anteriormente, traté unas formas de gobierno dirigidas a sectores específicos de


población en peligro de caer en manos del monstruo de la vagancia en las que subyace
una forma de ordenamiento de la población, requerido por los gobernantes y
observadores, quienes consideraban la necesidad de controlar el desorden que estos
sectores provocaban o podrían provocar, si no se los controlaba previamente. Eran lo que
hoy día denominamos medidas preventivas. Ahora la lectura corresponde a dos grupos de
medidas que se caracterizan fundamentalmente por ser disposiciones correctivas313. Me
enfoco primero en el grupo de decisiones que forman parte del ordenamiento urbano,
para continuar luego con las decisiones relacionadas con el orden de la población en el
territorio.

El control de la población sospechosa

El primer grupo de medidas, en conjunto, apuntaban a mantener el orden en la ciudad y


posibilitaban identificar y situar a la población sospechosa, incluidos los vagos. En este
sentido, hicieron parte de la reforma urbana de finales del siglo XVIII y del ordenamiento
urbano durante el siglo XIX. El control de la población representó, tanto en su distribución
espacial como en su comportamiento moral, un elemento constitutivo de la preocupación
de los gobernantes por el orden de la ciudad, donde el gobierno de los habitantes fue la
pieza fundamental que partía de su distribución, su localización y su comportamiento.
Dicho de otra manera, todo comportamiento humano que representara peligro se
constituía en foco de preocupación del gobierno de la ciudad, ya que transgredir el orden
traía consecuencias negativas para la seguridad, la tranquilidad, la economía, las rentas, el
tamaño de la población útil, el progreso de la república, etc. Como la inminencia del
peligro presionaba la toma de decisiones respecto de las medidas a tomar contra los

311
Sin desconocer que se trata de un castigo judicial, el centro de interés está en la corrección, en este caso,
interceptada, por la decisión de aumentar la población útil.
312
La cual representa la efectividad del castigo.
313
Retomo para ello algunos aspectos identificados como parte de la lógica jurídica en el capítulo IV y los
entrelazo en el escenario de las Reformas Borbónicas y las medidas de organización de la República, en lo
que corresponden a la población, el territorio y la seguridad, en busca del orden interno.

213
transgresores, las disposiciones se dirigieron al control general del orden, para evitar y
contrarrestar el peligro que presentaba todo conato de comportamientos sospechosos,
indicativos de la vagancia.

En el informe de transmisión de mando del virrey Guirior (1776) y la instrucción para los
alcaldes de barrio de Santafé de Bogotá se identifica el paso de la organización pastoral
de la ciudad a una organización administrativa secular: en lugar de la división en
parroquias314 la ciudad se organizó, hacia finales del siglo, en cuatro cuarteles y ocho
barrios, reorganización que garantizaba, además del conocimiento de la población, su
diferenciación, el ordenamiento de la ciudad y el control de la movilidad. El
conocimiento de cuántos, quiénes, dónde y qué hacían los individuos sospechosos
facilitaba el control de la vagancia315. En primer lugar, porque tener información sobre
cada habitante de cada barrio exigía la clasificación de la población según su calidad316 y
la identificación y ubicación de los individuos objeto de asistencia o desconfianza. En
consecuencia, propiciaba una mayor información y mayor control para cada alcalde de
barrio317, así como para las autoridades del cuartel correspondiente318:

21. Tendrán los Corregidores todo el cuidado que corresponde á mi confianza en solicitar
por sí, o por medio de sus subdelegados, saber la calidad, vida y costumbres de sus
vecinos y moradores, para corregir y castigar los ociosos y malentretenidos, que léjos de
servir á lo que pide qualquiera República bien ordenada, para mantenerse en quietud y
policía, y sin escándalos que causen lunar al cristiano régimen de ellas, desfiguran todo
este semblante por su ociosidad dando ocasion á pervertir los bien entretenidos (Novísima
Recopilación de Leyes de España, 1805, t. V., lib. XII, tít. XXXI, ley XIV).

314
“Las parroquias, que como división existieron desde 1598 hasta el año de la reforma, eran los espacios
de orden, congregación y comunión de su habitantes. Pero desde ese momento 1774, las costumbres en la
ciudad empezaron a cambiar bajo una doctrina civil de la moral” (Ojeda, 2007: 17).
315
Desde el medioevo cristiano, el gobierno pastoral de los pobres introdujo un primer bosquejo de técnica
de conteo y verificación in situ de las condiciones de pobreza, con el fin de diferenciar al “pobre bueno” del
“pobre malo”.
316
Como se vio en el capítulo II, el concepto de calidad cobijaba la raza, la ocupación y su estado marital,
fundamentalmente, y el conocimiento del tipo de oficio desempeñado posibilitaba identificar a un individuo
como vago o sospechoso de vagancia.
317
Además, para facilitar su labor, se recomendaba que cada alcalde residiera en el barrio de su gobierno.
318
Cada alcalde de barrio debía reportar esta información al nivel superior.

214
Más concretamente, identificar la presencia de la gente forastera sospechosa y sin oficio,
alojada clandestinamente en casas y chicherías319, posibilitaría, según el virrey, ubicar
lugares de hospedaje encubiertos que además eran centro de reunión de forasteros y
vagos, por ende, fuente de desorden de la ciudad.

En segundo lugar, la división de los cuarteles en barrios se consideró importante, por


cuanto permitía identificar y separar “los muchos holgazanes que con el disfraz de
mendigos cometen excesos y gravan la república” (Guirior, 1776: 182)320. Todavía en
1845 bajo la administración de Pastor Ospina, gobernador de Bogotá, mediante decreto se
exigía a los comisarios que informen a los jefes de policía o inspectores, acerca de las
personas que permanecieran “la mayor parte del tiempo en lugares públicos o
[anduvieran] vagando por las calles sin mayor destino”, lo mismo que el resultado de “las
indagaciones para descubrir los vagos i jente sin oficio”321 (citado por Restrepo, 2011:
116).

En tercer lugar, al alcalde de barrio como autoridad responsable de su zona le


correspondía: 1) velar por que los vecinos informaran sobre la presencia personas
sospechosas como los forasteros: “harán dichos Alcaldes particular prevencion á todos
los Vecinos, y con especialidad á los que acostumbraren dar Posada á forasteros, y aun a
las Tenderas, y Chichera, que siempre que admitan algun Huesped, den inmediatamente
noticia”322; 2) vigilar la presencia de criados sueltos y evitar que fueran sonsacados por
otros vecinos: “cuando algun criado, ó sirviente se ausenta, sea libre, ó esclavo, tanto por
el Vecino de donde se ausenta, como por aquel á cuya casa acudiere, para que de este
modo se reprima la nociva libertad, […] evitando robos de criados, y otros perjuicios”
(Guirior, 1774: ff. 307-08.); y 3) cuidar de la presencia de vagos y malentretenidos,
incluidos los indígenas y la población objeto de beneficencia. Funciones de vigilancia

319
Explicaba esto por la falta de establecimientos públicos debidamente autorizados para el hospedaje y la
alimentación de forasteros y, consecuentemente, para su control.
320
Lo que supone un proceso de constatación antes de ser clasificado el sospechoso como falso pobre.
321
Ajustada a la organización de policía del momento.
322
Se buscaba que el vecindario jugara un papel de “apoyo de la tranquilidad pública”; para ello, eran
fundamentales la numeración de las casas y el conocimiento de quienes las habitan.

215
administrativa que tuvieron como telón de fondo el conocimiento y control de los
portadores de características asociadas a la vagancia323.

La expulsión de los extranjeros sospechosos de vagancia por desobedecer la norma de


presentarse ante las autoridades para mostrar su documentación a su llegada e informar el
tiempo y lugar de estadía, así como de las actividades que venía a realizar o el motivo de
su visita324, fue la medida adoptada para el control del efecto negativo de los extranjeros
en las ciudades. No obstante, a partir de 1820, un sector nuevo de población forastera
engrosó el grupo de la gente sospechosa que amenazaba el orden de la ciudad de Bogotá:
los excombatientes que llegaban luego de la batalla definitiva de independencia y del
cese total de la guerra en 1825 y que, “por diversas razones, entre ellas enfermedades y
mutilaciones habidas en el campo de batalla han quedado cesantes y sin protección”. Y
como Bogotá había sido uno de los principales focos receptores de esta migración “los
tarados, enfermos y tullidos se entregaron a la mendicidad por las calles; [y] los que
gozaban de cabal salud se dedicaron al robo y al asalto nocturno (Gutiérrez, 2007: 114).

Como solución se involucró a los residentes del barrio en el control de la población allí
avecindada: el intendente de la ciudad promulgó en 1820 una instrucción para los
alcaldes pedáneos de Bogotá en la cual debía nombrar, por cuadra, un “celador”
encargado de enumerar a todos los vecinos especificando el oficio o arte al que cada uno
se dedicaba, para identificar “aquellos que no tuvieran oficio alguno, y están entregados a

323
“Es preciso que descubran los que se hallaren sin destino, los vagos, y mal entretenidos, los huerfanos, y
muchachos abandonados de sus Padres, y valiendose de este conocimiento se les previene seria, y
estrechamente, que a los ultimos los trasladen sin dilacion al Hospicio, ó Casas de Recogidas con una
voleta circunstanciada, para que se asiente, y firme en el Libro su entrada. […] A cualquiera Indio que
encontrasen sin destino, ni permiso de sus Superiores de los muchos, que se ocultan en esta Ciudad
fugitivos de sus Pueblos, […] los reducirán á la Carcel, y darán inmediatmente notícia al Señor Fiscal
Protector, para que disponga remitirlos á los Pueblos de su naturaleza, ó donde mejor convenga” (Guirior,
1774: f. 308).
324
En 1785, el alcalde de Santafé, decretó en su bando de buen gobierno la recolección, aislamiento y
corrección con los indios antes de expulsarlos a sus pueblos (Rodríguez, 2004: 32-33); y el virrey
Mendinueta en su informe de transmisión recomienda a su sucesor, la expulsión de extranjeros, tomando
algunas precauciones para afianzar su cumplimiento: “i tales podrian ser las de filiar a estos mendigos
forasteros ántes de enviarlos, para que fuesen conocidos a su vuelta i prevenir a las justicias respectivas que
periódicamente i en union de los curas avisen de su existencia con responsabilidad en caso de omision, i
conminando a los mismos pobres con alguna pena i no dispensando su remision al domicilio cuando
profuguen i se aparezcan aquí: es de esperarse que esto baste a correjir un desórden que a primera vista
parece invencible” (1803: 104). Asimismo, el virrey Amar y Borbón (1809) no añadió el registro de
información relacionada con la ubicación de esta nueva población en los bordes de la ciudad y estipuló las
acciones a seguir para su identificación.

216
la ociosidad y vagabundería” (citado por Gutiérrez, 2007: 114). Disposición parecida se
encuentra más adelante en la medida expedida el 11 de febrero de 1826, por la cual el
celador de calle debía realizar este trabajo sin sueldo y residir en la cuadra, además de
cuidarla e informar diariamente al alcalde de barrio sobre la movilidad de los residentes
forasteros hospedados o establecidos. No obstante, esta instrucción fue reemplazada, por
su incumplimiento, con la designación de “patrullas itinerantes nocturnas” (p. 115).
Posteriormente, Rufino José Cuervo, en 1831, agrupó las funciones de los celadores de
barrio que comprendían varios aspectos a vigilar en relación con la actividad, el
comportamiento y la moralidad de la población y posibilitaban la identificación de los
sospechosos, la vigilancia de actividades y lugares objeto de preocupación, así como
tomar decisiones sobre cierto tipo de población325.

La presencia de forasteros configuró, hacia 1833, un triple problema para la


administración: de un lado, un obstáculo para la beneficencia, puesto que su llegada a los
hospicios implicaba un lugar menos para un neogranadino necesitado; de otro, la
inclusión de los jóvenes que se desplazaban por el territorio de la Nueva Granada hacia
distintas poblaciones en la categoría de “prófugos o errantes” (Ley 6 de abril de 1836),
con lo que pasaron a formar parte de los denominados “vagantes” por su permanente
movilidad; y finalmente, la asistencia asidua a las chicherías por aquellos que no
buscaron el hospicio como refugio326.

En síntesis, los forasteros personificaron rasgos asimilables a los vagos por su estadía en
las calles o su ubicación en el periferia –zona caracterizada por la inseguridad–, por la
identidad falsa en busca de refugio y por la asistencia frecuente a casas y lugares
etiquetados como fuente del desorden, por su cohabitación con el juego, la prostitución y

325
“Son obligaciones de los celadores en sus respectivas manzanas: 1º Celar la ociosidad, la holgazanería,
la inmoralidad escandalosa, y la circulación de noticias, papeles, cartas, que corrompan o extravíen la
opinión del pueblo. 2º recoger a los mendigos capaces de trabajar, a los muchachos forasteros prófugos sin
destino, a los muchachos del lugar que por descuido de sus padres o por orfandad andan pidiendo limosnas
y a los que a deshoras de la noche hallaren corriendo por las calles […] 3º presentar en al jefe de policía a
los que abandonan frecuentemente su ocupación […] a los gariteros y jugadores de manos […] 5º
supervigilar que no haya casas de juego o de públicas prostitutas […] 7º formar el censo de población […]
8º cuidar del aseo y limpieza de las cuadras” (citado por Mejía, 1998: 323).
326
Estas razones fueron expuestas por Guirior, al sustentar las medidas de división en barrios para la
ciudad.

217
las conductas escandalosas e inmorales, todo lo cual los metió en el grupo de individuos
contaminantes, también portadores del vicio de la ociosidad y pereza.

Control de espacios y actividades prohibidas

Desde la perspectiva del ordenamiento de la población y de la ciudad, entre el conjunto


de medidas estipuladas, además de las dirigidas al arreglo del orden y aseo físico de las
calles y andenes, como la recolección de basuras o el alumbrado público, y al control de
la ubicación y movilidad de la población, se consideró necesario controlar la asistencia a
algunos espacios de “perdición” en la ciudad, calificados así por el tipo de actividades
que allí se llevaban a cabo, por la amenaza que representaban para la seguridad y por el
tipo de personas que los frecuentaban. Eran espacios del descarrío, por esconder o ir
ligados a comportamientos peligrosos y negativos para el orden y tranquilidad de la
ciudad que, por tanto, debían ser controlados para evitar el escándalo de las riñas y actos
ilícitos como la prostitución o que tuvieran consecuencias fatales, todos ellos mediados
por el consumo de bebidas dañinas como la chicha. En este sentido, los jugadores y
prostitutas engrosaron el grupo de población sospechosa de la ciudad.

LOS JUEGOS PROHIBIDOS: En la Novísima Recopilación de las Leyes de España (1805)


aplicables a las colonias americanas, se encuentra la prohibición de ciertos juegos
calificados como “vicio”, cuya práctica era objeto de castigo. Entre ellos ocupaban el
primer lugar los de naipes y dados, cuya transgresión traía consigo penas pecuniarias que
aumentaban con la reincidencia, diferenciados de los juegos de azar327, que ocupaban el
segundo lugar en la Pragmática de octubre de 1771. A los primeros se los prohibía porque
implicaban la apuesta de dinero que el juego de naipes favorecía 328. No obstante, dadas
las rentas que el juego de lotería de cartones traía a la Corona, este fue oficialmente
aceptado, pero prohibido en lugares públicos329 como los cafés y casas públicas, puesto
que representaban una especie de competencia “ilegal” para las arcas de la Corona y

327
Estos eran castigados con multas según la condición social del jugador.
328
No obstante, teniendo en cuenta que los naipes podían ser jugados en las residencias, el uso de las cartas
se restringía a los naipes españoles o “naipes de comercio”. Por su parte, una de las funciones de las rondas
nocturnas fue la vigilancia y control de la práctica de apostar en las casas de habitación.
329
El rey Carlos IV, hacia 1800, prohibió el juego de lotería de cartones en estos lugares públicos (Ley
XVII).

218
disminuirlas. En lo concerniente a los juegos permitidos por no ser juegos de suerte, se
estipularon dos medidas de control: por un lado, ante la posibilidad de aceptar retos o
apuestas, se regulaba su valor máximo, con la condición de que uno de los jugadores
interviniera en estas; y su prohibición en espacios prohibidos, como las tabernas, las
hosterías, los cafés, donde solamente podía jugarse a las damas, al ajedrez y a tablas
reales.

La prohibición y regulación del juego quedaba en manos de diferentes niveles de


funcionarios y autoridades con un gran número de subalternos. En este sentido, las Leyes
de Indias regulaban el juego para los oficiales de galeras y los sargentos de guardia y lo
prohibían a los ministros togados y sus esposas, por el mal ejemplo que representaba para
los habitantes de la ciudad, y prohibían jugar a los aprendices de mercaderes330, clérigos y
receptores ordinarios. Además, se limitó la apertura de casas de juego a la autorización de
un juez.

Un elemento fundamental derivado de estos juegos y asociado con la prohibición de su


práctica por sus consecuencias sobre la vagancia fue la “apuesta”, acerca de la cual no
solo se pensaba que producía la ruina de muchos hogares, desórdenes y perturbación de
la tranquilidad en la ciudad, sino que acrecentaba el vicio del juego. La desgracia
económica derivada de las apuestas traía consigo la ruptura familiar, efecto devastador
para la familia y la sociedad que se relacionaba también con la caída en la vagancia: a
medida que el jugador era atraído por el juego se abandonaba la familia, el trabajo y se
perdían los bienes; es decir, no solo se terminaba en la ruina, sino que se caía en la
perdición y la ociosidad.

Ahora bien, hacia el último tercio del período colonial, debido al aumento desaforado de
los juegos prohibidos, se produjo el endurecimiento del castigo por la desobediencia de la
norma y “la renovación de las penas prescritas por el rey Carlos III a los jugadores de
naipes y gariteros, bajo la real pragmática de 6 de octubre de 1771” (R. Ojeda, 2007:
162). En 1825 se advirtió a los jueces municipales vigilar la presencia de lugares o
actividades y proteger de su influencia negativa en los habitantes, evitando que “vicien

330
Se trataba de jóvenes aprendices del comercio y, en consecuencia, indefensos ante el vicio.

219
con juegos de suerte y azar, perjudiciales siempre al honor y bien de los ciudadanos”
(Ley 11, art. 60), y la Ley 60 de 1826 calificaba como vagos a los sujetos que acudían a
estos lugares o actividades (art. 29, num. 5). En defensa de la decencia pública, en 1841
se fortaleció la legislación sobre los juegos permitidos. El artículo 114331 de la Ley 2 de
mayo 18 de 1841 sobre policía general contenía dos dictados de control del orden
relacionados con las medidas para contrarrestar la vagancia o su favorecimiento: el
control sobre los establecimientos permitidos, como medio para prevenir los juegos
ilícitos332, y el control sobre la población potencialmente sensible de caer en el vicio y
con ello en la vagancia, los cuales rigieron hasta 1902333.

EL CONSUMO DE CHICHA Y LAS CHICHERÍAS: El consumo popular de bebidas


“espirituosas” en la Nueva Granada se centró fundamentalmente en la chicha, el guarapo
y el aguardiente de caña. De estas bebidas, la única que llamó la atención positiva de
virreyes y la corona fue el aguardiente de caña, por los ingresos que representaba su
venta. La chicha, a pesar de ser una bebida indígena muisca con una tradición milenaria
enmarcada en un conjunto de prácticas, rituales y formas de relacionamiento propias de
cada cacicazgo, fue objeto de señalamiento por parte de las autoridades: sus efectos
negativos fueron descritos por algunos comisionados o visitadores de las reducciones de
indios, en los informes que presentaron, donde mencionaban cómo el estado de
embriaguez afectaba el comportamiento al punto de transgredir el sentido del orden
hispano. De ello derivaban la inconstancia de los indígenas respecto de las formas de

331
“Art. 114. No podrán abrirse ni establecerse, trucos, villares, ni otras casas donde se jueguen
públicamente juegos permitidos, sin el previo permiso de la policía. Ella impedirá que tanto en dichas casas
como en otros lugares cualesquiera se jueguen juegos prohibidos por las leyes. Los sitios, parajes i casas
públicas donde se jueguen juegos permitidos, serán invijilados por la policía con especial cuidado para
evitar todo desórden, é impedir que se admitan en ellos hijos de familia, sirvientes domésticos ó esclavos”.
332
En 1801, las casas de juego fueron declaradas como “enemigo capital del público”.
333
En el Código de Policía de 1858 se mantuvo la exigencia del permiso para establecer una casa de juegos,
previa descripción de los juegos “á que se destinaría el establecimiento, y dará las señales de éste para que
pueda ser vigilada”; así como su ubicación exclusivamente urbana, y el control del acceso de aquellas
personas vulnerables al vicio y la ociosidad como los menores de edad, sirvientes domésticos y jornaleros,
entre otros. Por su parte, se asignó al dueño de casa la responsabilidad de velar por el cumplimiento de las
normas (capítulo tercero) para los juegos que se jugaban en las residencias. En 1902, se precisaba la
definición de juegos de suerte y azar como “aquellos en que la inteligencia del común de los jugadores,
suponiéndolos de buena fe, no puedan inclinar la suerte á su favor”, exceptuando las rifas, las carreras y
apuestas de caballos y el juego de gallos, que “no pueden tener lugar sino en establecimientos destinados
especialmente para el efecto” (art. 553).

220
trabajo impuestas o la evasión del mismo. El arzobispo virrey Caballero y Góngora
mencionaba la grosería de los habitantes libres, su holgazanería, el bajo consumo de
alimento y el exceso en el consumo de bebidas espirituosas, aduciendo que por ello
estaban “prontísimos y siempre dispuestos para sus juegos, bailes y funciones, entregados
a la ociosidad á que ayuda la fertilidad del país bastándoles muy poco trabajo para
satisfacer sus cortas necesidades” (1789: 286), así como el alto riesgo de imitación por
parte los hijos, que aumentaba la población de “inútiles vasallos”.

No obstante, a pesar de ser bebida espirituosa, la imagen y valoración del aguardiente de


caña tuvo un destino y calificación diferente del de la chicha. Por un lado, el virrey
Messía de la Cerda destacaba su rentabilidad, a pesar de los efectos nocivos para la salud
pública y que producía “embriaguez y desórdenes” con “desarreglo en los pueblos de
indios y el acabamiento de estos, con otros efectos perjudiciales” (1772: 97). Por el otro,
luego de ordenar estudiar su composición y modo de producción334 y de haber
establecido que el aguardiente de caña no era perjudicial para la salud de quien lo
consumía, así como la dificultad que traería su erradicación, “en un reino en que
acostumbradas las gentes á esta bebida, no alcanza arbitrio de discurso para impedir su
destilación […] á mas de que para destruir el aguardiente de caña, era […] preciso
aniquilar las haciendas de trapiches y mieles”, surgió la figura del estanco del aguardiente
como clave “para que no se destile, ni en todas partes lo encuentren los viciosos, ni
tampoco a ínfimos precios” como sucedía con la chicha.

Al atentado a la moral y a las rentas atribuido a la embriaguez se añadía el efecto


negativo de la caída en el juego prohibido de dados335. La búsqueda de una mayor renta
del aguardiente de caña llevó a la prohibición de bebidas competidoras como la chicha, el

334
“Se mandó por médicos prácticos e inteligentes se examinasen los simples de que se compone y modo
como se destila, para que con este conocimiento expusiesen si por su naturaleza es perjudicial á la salud, y
lo ejecutaron expresando que este licor no envuelve otra malicia que la que contienen todos los
espirituosos, ni puede causar otros perjuicios que los correlativos á su fermentacion, como sucede en el de
la uva, el vino y semejantes, siendo útil en algunas operaciones médicas, concluyendo en pocas palabras
que el uso no daña, sino el abuso; y como el medio mas oportuno (De la Cerda, 1772: 97).
335
“Siendo atractivo, y abrigo de todo vicio, se ha introducido en estos (indios) hasta el juego de dado, que
no puede ser más dañoso para dichos indios, por las malas consecuencias, y muchas razones que se dejan
entender, publicando una desolación y ruina tan grande […] como que son deudores a su magestad” (AHN,
Policía, citado por Mora, 1989: 38).

221
vino de uva y el guarapo. No obstante, según Mora, además de estas razones morales,
religiosas y tributarias, también hubo una de orden económico: el establecimiento de
fábricas de aguardiente traería consigo provechosas utilidades económicas locales, como
mostraban los casos de Honda, Zipaquirá, Popayán y Quito, muestra de “la potencialidad
de un mercado para el aguardiente que debía abrir su espacio a todos los sectores de la
sociedad” (1989: 16).

La guerra contra la chicha se produjo al tiempo con el estanco del aguardiente y la renta
de esta bebida, y se justificó con el aumento de las inmigraciones hacia algunas zonas
productoras de chicha y el consecuente abandono de los cultivos de tabaco336, fenómenos
imputados a la asistencia de “labradores, esclavos, criados, gente de servicio, hijos de
familia y jóvenes” a los lugares de expendio de chicha, en donde comprometían tanto su
tiempo como sus recursos (Mora, 1989: 44-45), provocando, además, “desórdenes
sociales, económicos y morales” como había pasado en Socorro, San Gil, Chiquinquirá,
Monguí y Charalá en 1796.

El ataque a la chicha337 implicó, además del control de las chicherías como lugares de
producción, su control como lugares de reunión, consumo y peligro, a lo que se sumaban
las condiciones insalubres de su producción. Por todo ello, eran representadas como sitios
de desvergüenza, no solo por el consumo de la bebida, sino por la concentración de gran
parte de los ociosos y holgazanes que, además de embriagarse, protagonizaban
escándalos y riñas a altas horas de la noche dentro del establecimiento y en la calle. En
otras palabras, a la presencia del establecimiento como estructura física se agregó la
presencia del vicio, las costumbres negativas o contraconductas, la prostitución y la
holgazanería y vagancia.

Los efectos de la asociación con la moral y el vicio llevaron a que las chicherías fueran
vinculadas a la presencia de los indígenas e identificadas como lugares donde se reunían
personas de mala calidad, de dudosa reputación, holgazanes, criminales y forasteros sin

336
Producto que ocupó un lugar importante en el manejo fiscal de la Nueva Granada.
337
Para la autora, a medida que el mestizaje aumentaba surgían nuevas bebidas, como el guarapo, “bebida
que respondió a lo que podríamos llamar la correlación entre sociedad y bebidas embriagantes. Con los
mestizos nació el cultivo de la caña y el guarapo. Uno y otro producto cumplirían funciones de
acercamiento e integración entre las cultura indígenas y la sociedad colonial” (Mora, 1989: 18-19).

222
destino ni ocupación y donde se realizaban encuentros ilícitos, se practicaban juegos
prohibidos y apuestas el patio trasero o trastienda y se armaban riñas. Al respecto, decía
Francisco Domínguez, alcalde de Santafé en 1801:

Ciendo el fin de nuestra obligacion: mantener en paz la república, limpiarla de gente


bagabunda, evitar las ofensas de Dios y cuidar del publico: Nos ha enseñado la
experiencia, que lo que, pone en movimiento, los mas excesos, que se experimentan
continuas inquietudes, y cumulo de vicios, es: la multitud de Yndios de uno i otro cexo,
de que esta llena esta ciudad, Día y Noche, lo que como su cotidiano alimento sea la
Chicha, y la comen sin regla, pasando a embriagarse de aquí provienen las quimeras y
heridas, amancebamientos y otros vicios en que quasi vemos sumergida esta Ciudad
(citado por Ojeda, 2007: 93).

Debido a que se trataba de establecimientos nocturnos a donde también llegaban


forasteros que eludían las medidas de control de los hospedajes, de las chicherías y de los
consumidores de estas bebidas, se establecieron rondas nocturnas, al tiempo con la
división en barrios, como manera de tener una visión general más localizada de la
población y de los establecimientos. Por otra parte, se añadieron, como factores de
repudio de las chicherías y del consumo de esta bebida, la falta de higiene o sanidad
pública –cuando entró en auge el interés por la higiene– especialmente en la forma como
se la producía338. Otro factor de preocupación por su consumo lo constituyó la reducción
de la asistencia al ritual dominical de la misa.

A pesar de considerarlas una amenaza para la moral, la salud y el bien público, no


progresó la prohibición de chicherías y el expendio de la bebida, por cuanto el arriendo
de los locales representaba ingresos para las comunidades o para el cabildo y el hospital
San Juan de Dios, muchos de ellos “propiedad eclesiástica y de la ciudad”. Ante esto, la
decisión fue gravar el consumo de la chicha y reglamentar el funcionamiento de las
chicherías, reemplazando el control del “número de máximo de totumas vendidas [por el
control del] dinero invertido por el consumidor en esa compra” (Alzate, 2006: 173).

338
Las mujeres masticaban el maíz sin mediar ningún proceso o control de sanidad, como se desprende de
un extracto de los registros de Policía: “se originan tabardillos y otras enfermedades, siendo lo peor y más
repugnante a la naturaleza humana, que las tales mujeres y las que las ayudan a este oficio mascan masa y
después de esta indecencia tan horrible e indigna de referirse la reducen a liquor” (AHN, Policía, citado por
Mora, 1989: 36).

223
Por otra parte, la inmutabilidad del vicio de la embriaguez ante las medidas tomadas fue
interpretada en 1795 como determinante de la baja cantidad de viejos en el pueblo339, y la
persistencia de su consumo se atribuyó a la gente del común: “el vicio de la embriaguez
solo está radicado en la gente comun; es decir, en lo que se llama Pueblo báxo” (Papel
Periódico, No. 177: 1995)340. Asimismo se relacionaba el consumo de chicha con faltas
contra la moral, la salud, el orden, el bien público y como causa de muerte, prejuicios que
“permanecieron constantes en la época republicana hasta la segunda mitad del siglo XX”

y posteriormente fueron reforzados por la ciencia (Calvo y Saade, 2002: 17).

El conocimiento científico alimentó los objetivos de la higiene pública para derrotar el


vicio de la chicha y, entre otras causas, se buscó indagar por qué alteraba el
comportamiento. Haciendo seguimiento al tratamiento del maíz y valido de la
experimentación animal, en 1889 el médico, científico, educador y etnólogo Liborio
Zerda investigó con detalle la manera como se fermentaba el maíz en la producción de la
chicha y en el laboratorio experimentó las reacciones en animales, comparándolas con el
comportamiento humano. Por otra parte, el tema de la chicha fue introducido en la
adaptación de la obra de Tonrtell en el texto de higiene del médico José Félix Merizalde:

Lo que hai de mas sensible, es que los licores espirituosos embotan los sentidos en tanto
grado asi física como intelectualmente […] cuando estos infelices caen enfermos se
acierta rara vez á curarlos […] lo mismo bajo el aspecto moral […] No conosco nada que
embrutesca i desfigure tanto como el continuo abuso de las bebidas fuertes. […] LA
EMBRIAGUEZ DEBE ACARREAR LA RUINA DE UN ESTADO cuando ella se hace jeneral,
porque destruye el amor al trabajo, la virtud, la humanidad, templanza, i el instinto moral,
prendas sin las cuales no puede conservarse la sociedad (1828: 342; énfasis en el
original).

CASTIGO DE LOS VAGOS Y GOBIERNO DE LA POBLACIÓN

Tratar la gestión del castigo de los vagos como parte de la administración del
ordenamiento de la población requiere tener en cuenta la presencia de un sujeto

339
A la chicha se la calificó como causante de enfermedades mortales.
340
Es decir, dos aspectos incipientes de lo que posteriormente se conoció con el nombre de salud pública, la
cual comprende, entre otros aspectos, el estudio de las causas de un problema de salud o de muerte, así
como la distribución de la misma entre la población, para la posterior toma de medidas de tipo sanitario,
fundamentalmente.

224
sentenciado como vago al que le correspondía purgar un castigo, las medidas dirigidas al
gobierno de la población en el territorio y las de gestión de la economía, tres
componentes interconectados en un punto de intersección: el trabajo, entendido como una
medida para hacer del castigo una forma de corrección, una necesidad adjunta de la
civilización del territorio y una vía para aumentar la población económicamente útil y
con ella las arcas del Estado, constituyéndose esta última en el fin principal. Por tratarse
de procesos vinculados entre sí, expondré la manera como las tres líneas de gobierno
fueron concebidas por los gobernantes en la guerra contra la vagancia. Examino la
manera como una medida de biopolítica y una medida económica entraron a formar parte
de esta lucha para la corrección y transformación del vago en un sujeto útil. Para ello,
tengo en cuenta las representaciones y las medidas de gobierno de la población en la
España de los siglos XVII y XVIII, en la convergencia de tres fenómenos: el
despoblamiento del territorio, la desacralización de la pobreza y la mendicidad y “el
encumbramiento relativo del homo faber” (Vásquez, 2009: 19).

Los pensadores anteriores a la entrada del liberalismo económico consideraban a la


población únicamente en el sentido del crecimiento vegetativo: la cantidad de población
era la demostración de la fuerza de un reino341; es decir que su aumento traía consigo más
poder para el príncipe. En contraste, el sentido que dan a la población los primeros
liberales económicos es totalmente diferente: el aumento no debía ser visto como un
“movimiento de la Naturaleza”, sino como un recurso “que el monarca debe administrar
para conservar su reino” y las medidas de promoción de la procreación eran, en
consecuencia, “indicio de una política necia” (p. 25). Desde esta última perspectiva, el
fiscal Campomanes, fiscal de Carlos III, consideraba la población como parte activa de
un reino: “es precisa la población para hacer que toda la tierra fructifique y así no hay
embarazo por decidir no tanto por conveniente cuanto necesaria la población” (1750,

341
Posición sostenida hasta mediados del siglo XVIII por los arbitristas y fundamentada de forma variada en
el aumento de los nacimientos con la promoción del matrimonio (Fernández Navarrete 1626); el aumento
del castigo de la prostitución y el adulterio (Cellorigo, 1600); la promoción del trabajo que por ende viene
acompañado del aumento de la fertilidad (Valencia, 1608); la disminución de las dotes (Saavedra Fajardo
1640); o mediante la aprobación de ciertos privilegios y la aplicación de otras medidas como “la apertura
de casas de huérfanos, la fundación de obras pías” (Juan de Cabrera, citado por Vázquez, 2009: 28).

225
citado por Vásquez, 2009: 23). En el mismo sentido, Ward342 (1779:196) argumentaba
que era equivocado centrarse solamente en el número de sus habitantes y no disfrutarlos
para beneficio del reino. Es decir, lo importante era su actividad y utilizarla a favor del
reino equivalía a constituirla como objeto político. En este sentido, respecto de los vagos,
planteaba la necesidad de buscar su transformación como sujetos útiles:

La población se aumenta de diferentes modos físicos y políticos: se aumenta físicamente


quando se acrece el número de individuos: se aumenta políticamente quando un hombre,
que no trabaja, ni dá utilidad alguna á la República, se hace un vasallo útil inclinándole á
la industria; y este es el aumento que mas importa; pues quando se dice que la riqueza del
Soberano consiste en el número de vasallos esto se debe entender de vasallos útiles
solamente; porque un millon de holgazanes, vagabundos y mendigos de profesion, lejos
de aprovechar, sirven de una carga muy pesada al Estado, sin los que estaría mucho
mejor y mas rico (p. 58).

No obstante, vale la pena recordar que, aunque antes de Ward se habían tomado medidas
para sujetar a vagos y holgazanes mediante el trabajo, como forma de contrarrestar la
ociosidad, estas provenían del saber religioso, para el cual el ocio es pecado, por lo cual
se insistía en la necesidad de combatirlo. Y mientras que “lo que se articula en las
propuestas ilustradas es un universo positivo; más que en la ‘ociosidad’, se insiste en la
potencial “utilidad” de los desvalidos […] producir nuevas fuerzas y beneficios para la
nación transformando al pobre o vagabundo en un ‘vasallo útil’” (p. 36). Aumentar la
población útil traía consigo la mejoría de su calidad a través de medidas del gobierno en
salud, educación y control de los comportamientos.

En los discursos de los gobernantes de fines de la Colonia respecto de las problemáticas


específicas a resolver con la ejecución de las reformas borbónicas sobre organización del
territorio y la población, así como en las llevadas a cabo en la época republicana
decimonónica, se transforma el significado de la población, así como las modalidades de
aplicación en el territorio neogranadino de las medidas formuladas para ello. Durante este
ordenamiento, se aplicaron medidas guiadas, en primer lugar, por la resistencia de los
indígenas a concentrarse en nuevos centros poblados343; en segundo lugar, por la

342
Economista español y ministro de la Real Junta de Comercio y Moneda en el reinado de Carlos III.
343
Un buen número de indígenas prefirió esconderse y vagar por los montes, rehuyendo este tipo de
concentración, como está descrito en los diferentes informes de transmisión de mando de los virreyes.

226
presencia de poblaciones aisladas y con escaso número de habitantes; y finalmente, ante
la necesidad de poblar grandes extensiones del territorio sin civilizar344.

Agrupamiento de poblaciones indígenas

Con la reducción de poblaciones indígenas propuesta por Moreno y Escandón como


fiscal visitador del virrey Messía de la Cerda, se pretendía juntar la población de varios
corregimientos pequeños para garantizar el gobierno de los indígenas, tanto en lo
relacionado con el control de la ociosidad como en lo concerniente al adoctrinamiento en
la fe345. El objetivo fundamental de esta propuesta de reorganización de poblaciones
indígenas era tener un conocimiento exacto del número de habitantes: “su calidad, clase,
fondos i modo de vida” (De la Cerda, 1772: 42), y el registro numérico de casas, calles y
lugares públicos. Este conocimiento posibilitaría un mejor control y mayor efectividad de
las medidas civilizatorias para este grupo poblacional, puesto que, una vez “civilizados i
reducidos a obediencia, servirian para la agricultura aprovechándose las espaciosas
fértiles tierras que ocupan” (p. 60), así como para comunicar el territorio. Por su parte, el
arzobispo Caballero y Góngora (1789), además de la numeración de las habitantes de
estas poblaciones, sugirió ajustar “los límites de los Gobiernos y los Corregimientos”, así
como explorar totalmente los montes y escondederos, como forma de tener un más
acertado conocimiento de la cantidad de población (p. 288). Es decir, que el
agrupamiento permitiría el conocimiento no solo del número de habitantes sino
identificar aquellos que se encontraban vagando, de tal manera que se hacía más factible
su gobierno.

Repoblamiento y creación de poblaciones

Ahora bien, como medida para el aumento de la población útil, el gobierno de los vagos
ocupó un lugar fundamental en estos lineamientos de actuación administrativa. Con ello
se produjo una transformación en la gestión de la pena: ya no se trataba de mantener

344
Los territorios despoblados eran considerados signo de atraso y falta de soberanía.
345
“Con lo que sobrarán sujetos idóneos que apetezcan estos empleos, por su carácter i sueldo; estarán los
indios mejor doctrinados, desterrándose la ociosidad, como que se interesa el correjidor en que trabajen i
cultiven las tierras para ganar el tributo; se restablecerá este ramo a beneficio del erario […] i finalmente
tendrán estos vecinos unos empleos de honor” (Moreno y Escandón, 1772: 39).

227
separados de la sociedad a los vagos con el encierro o la expulsión del territorio346, en su
lugar lo importante era la utilidad que estos podrían traer con la nueva forma de ejecutar
el castigo. De una motivación dirigida al escarmiento y la corrección del vago se pasó
utilizarlo en la ejecución de las medidas de obras públicas, construcción de caminos,
repoblamiento y colonización del territorio, transformando con ello a los vagos en sujetos
útiles y no solo eliminando los gastos que su presencia ocasionaba a las rentas, sino
produciendo utilidad para las mismas347. En dicho proceso encarno entonces una relación
formal entre el gobierno de la población orientado a su crecimiento y la gestión del
castigo de los vagos. En virtud de ello, las medidas llevaron a comunicar poblaciones
entre sí, a fortalecer o a crear “nuevas parroquias”, a hacer más visibles las poblaciones
alejadas, a tener un conocimiento exacto de ellas y a disminuir el número de vagos y de
personas dispersos en los montes.

… en ambos puntos se han tomado providencias cuando se ha reconocido o hecho constar


su necesidad; i en el tiempo de mi gobierno se han facilitado cuantos ausilios se han
pedido para la apertura de nuevos caminos para franquear los antiguos que la malicia o el
interes de los particulares tenia cerrados, para construir puentes, para la creacion de
nuevas parroquias o lugares en los sitios convenientes, para el establecimiento de nuevas
estafetas i correos, i para otros muchos fines dirijidos todos a mejorar las poblaciones, a
proporcionarles nuevos recursos para su subsistencia i prosperidad, i a hacerlas mas a la
vista i conocimiento del gobierno, a pesar de su distancia i situacion (De la Cerda, 1772:
352-53).

En convergencia con lo anterior y ajustado a los planteamientos de Ward, a fines del siglo
XVIII la transformación de los vagos en sujetos útiles fue actualizada en las leyes a partir
del trabajo por concierto que se desprendía de un acuerdo entre el sujeto vago y su
concertante348. El trabajo derivaba del presidio urbano en obras públicas de la ciudad o en
la construcción de caminos, que adicionalmente aportarían al ordenamiento físico y la

346
A pesar que en el encierro se les obligaba a trabajar y a recibir adoctrinamiento como parte del proceso
de corrección.
347
“Si hubiese arbitrio para que a esta jente perjudicial se emplease útilmente en beneficio público, se haria
un notorio servicio a la república i al reino, libertándole de los daños que ocasiona su holgazanería, sacando
efectos provechosos de su ocupacion, recojiéndola i destinándola a la apertura de caminos, trabajo de
minas, cultivo de tierras que abundan abandonadas, i aun fijándose poblaciones en sitios oportunos para
facilitar los tránsitos i comercio” (De la Cerda, 1772: 81).
348
Esto no significa que las disposiciones sobre el destino de los mismos al servicio de las armas –marina o
ejército– dejaran de aplicarse.

228
conexión territorial; y la colonización, como medida para el ordenamiento de la
población con la participación de los vagos, redundaba en el repoblamiento y
reordenamiento de algunas poblaciones o en la erección de poblaciones en aquellos
lugares incivilizados y apartados del territorio nacional349

Nuevas medidas que en el siglo XIX formaron parte del destino para los vagos en conjunto
con el servicio de las armas. Cualquiera de los tres frentes de trabajo previstos requería el
desarrollo de técnicas y formas de organización e inversión en las localidades, para su
puesta en marcha de manera exitosa. Por ejemplo, el concertaje necesitaba de la demanda
y el compromiso de un tercero en el proceso, la negociación de las condiciones
directamente con el vago y el control por parte de la autoridad competente del
cumplimiento de ambas partes. El presidio urbano no era posible sin un mecanismo de
vigilancia en las calles para evitar la fuga de presos y sin formas de financiación del gasto
necesario para garantizar la manutención de los reos. Y la colonización precisaba
financiación del desplazamiento de los grupos de vagos a los lugares de destino, la
vigilancia durante el trayecto, la manutención y los recursos básicos para el proceso de
asentamiento, de tal manera que garantizara el éxito del proceso, incluido el pago de la
autoridad encargada del control.

No obstante, el concierto y el presidio urbano entraron en tensión con la escasa


disponibilidad de recursos locales y la casi nula utilización del trabajo de los vagos
adultos por ciudadanos, lo que dificultó la ejecución efectiva de la ley350, en tanto que el

349
Entre ellas, la colonización se erigió como la de mayor eficiencia potencial: “el arreglo de las mal
situadas Poblaciones, y fundacion de nuevas Colonias compuestas de estos vagos, en terrenos
proporcionados y bajo aquellos principios que se dirijan á su fomento y á la perpetuidad de las propiedades
divididas, es el único remedio que bastaria á curar todos los desórdenes que se experimentan. En todos
tiempos, cuando el daño ha llegado á ser intolerable, ha sugerido la necesidad y enseñado la experiencia ser
esta providencia la única eficaz para mantener en sosiego los pueblos, en seguridad los caminos, en libertad
la administracion de justicia, en arreglo y exactitud la exaccion de Reales Derechos y en resguardo todas
las Rentas” (Caballero y Góngora, 1789: 286).
350
“Dicha lei los destina á servir de concertados; á formar nuevas poblaciones á costa de las rentas
provinciales; á servir en el ejército, ò á trabajar en los presidios. Ningún individuo particular recibe de
concertados á tales hombres; no se han emprendido las nuevas poblaciones que supone la lei, porque para
esto se necesitan crecidos fondos con que no cuentan las provincias; el ejército sigue reemplazando su
fuerza como antes, con los hombres á quienes las autoridades locales pueden aprender con mas facilidad; i
en fin, la mayor parte de nuestros presidios son reuniones de vagos con racion, vestuario i alojamiento
seguro” (Pombo, 1939: 34).

229
desplazamiento de vagos a poblaciones nuevas o despobladas encontró obstáculos
similares, como lo señalaba el ministro de gobierno Ospina:

… pero la lei ha impedido que semejante cosa pueda realizarse, pues ha dispuesto que las
rentas provinciales provean al establecimiento y subsistencia de los destinados; y no
existiendo fondos en tales rentas es imposible que aquello se verifique; y aun cuando los
hubiera no es de creerse que las Cámaras de provincia dejaran de atender á tantos objetos
importantes que demandan gastos por señalar sueldos á los vagos. Es pues ineficaz la lei
que existe sobre estirpacion de la vagancia, y hai urgente necesidad de espedir alguna que
ponga remedio al mal (1842: 526).

La colonización en la República

Los problemas en el manejo del territorio de la República persistieron luego de las


guerras de independencia, debido principalmente al desconocimiento real del total de
población ocasionado por los censos incompletos; al mal estado de las vías, que impedía
el comercio y el buen desarrollo de la agricultura y obstaculizaba la salida de los
productos de las poblaciones alejadas, así como el ingreso de productos extranjeros; a las
consecuencias negativas sobre la producción de tejidos por la llegada de productos de
manufactura extranjera de mejor calidad (Vélez, 1833). A ello se sumaban la anarquía, el
desorden, la inseguridad, la desconfianza y otros efectos derivados de la revolución,
como el “saqueo de las rentas públicas, de los parques, y bienes nacionales, ultrajes y
persecuciones a los ciudadanos mas honrados y fieles, […] venganzas personales”, el
silencio de las leyes y la ausencia de normas sociales351. A este panorama se añadían
otros hábitos antiguos, como la repugnancia al trabajo; el rechazo a la formación
industrial por el desprecio de los oficios manuales, el énfasis en la formación para ocupar
cargos públicos, el mal funcionamiento de los colegios, la introducción de prácticas
corruptas y la falta de trabajo (Ospina, 1842: 472-74).

Para salvar estos obstáculos, Lino de Pombo consideraba indispensable producir “un
nuevo ajente de producción quitándolo a la depravación de costumbres” (1835: 31) y
transformándolo tanto en padre ejemplar como en “apoyo de la libertad i del órden”. Para
351
La llegada de nuevas ideas, “disminuyó en la sociedad como por escalones la enerjia del sentimiento
relijioso […] la moral que no había tenido otra base que la fé cristiana quedó socavada […] la juventud
abandonada […] se ha formado y se forma en hábitos de licencia, de insubordinación y de holgazanería de
indiferencia o de desprecio por los principios tutelares de la felicidad doméstica (Ospina, 1842: 480-81).

230
ello en sus informes de 1839 y 1835, respectivamente, pedía una ley que organizara y
asignara medios.

Por ejemplo, pudieran fijarse por ahora dos ó tras lugares, el canton de las Bocas del Toro
en la provincia de Varegua, la isla de Gorgona en la provincia de Buenaventura, i el
canton de San Martin en la provincia de Bogotá, para destinar á ellos los vagos de todas
las provincias de la República: no les seria fácil huir de allí, se verian obligados á trabajar
para vivir, tendrían medios de que subsistir sin gravar las rentas públicas; i al mismo
tiempo que harian un beneficio de poblar aquellos lugares, tal confinamiento serviria de
ejemplar á otros para no sufrir la suerte de los penados.

La construccion i mejora de canales, puentes i caminos nacionales seria otra ocupacion á


propósito para los vagos en caso que se organice la empresa de estas obras […] dirijido
por personas intelijentes, habria las ventajas de que no se necesitaria un aprendizaje
preparatorio para sacar inmediato provecho de los hombres que fueran destinados á el; i
los que tuvieran buenas disposiciones podrían cultivarlas prácticamente, i perfeccionarse
en un oficio de los mas importantes para la prosperidad del país, i para el cual se
necesitarán siempre muchos centenares de hombres. Si la vagancia es una plaga en
cualquiera sociedad, en la Nueva Granada es doblemente perjudicial, por la escasez de
población.

Resolver las dificultades en la aplicación de las medidas de colonización, para Ospina,


exigía, de una parte, convertir el problema de la vagancia en competencia de los jefes de
policía, y de otra, crear “dos o más establecimientos de poblacion en los puntos que el
poder ejecutivo estimara mas convenientes, conduciendo allí a todos los vagos” (1842:
527). La ubicación de los vagos debía hacerse en lugares desiertos, para poblarlos con la
vigilancia y autoridad de un empleado, quien asignaría “a cada individuo […] algunas
fanegadas de tierra y se le obligaría a cultivarlas; habria además una porcion cultivada en
comun por los mismos, para proveer á la subsistencia de los que de nuevo lleguen al
establecimiento, miéntras recojen su primera cosecha” (p. 527). Era importante entonces
que estos terrenos, además de fértiles, estuvieran bien situados. Hacia 1845, en la
provincia de Antioquia se había llevado a cabo la supresión de algunos distritos
parroquiales y se habían levantado nuevas poblaciones. No obstante, la ausencia de
policía seguía siendo una dificultad general en el territorio para el mantenimiento del
orden de las poblaciones y ello no se debía a la falta de una ley, sino de funcionarios que
la pusieran en práctica (Ospina, 1845: 34-35).

231
Ahora bien, la preferencia por la colonización del territorio no significó el abandono de la
medida del presidio urbano de vagos renuentes al concierto o a fundar poblaciones,
puesto que, según Pombo y Ospina, para que funcionara con éxito la colonización era
necesario abrir caminos que permitieran comunicar el territorio. En esta dirección se
encuentran reportes sobre presidios o forzados de Cartagena destinados a las canteras y
preparación de cal, cuyo producto compensaba en gran parte el gasto estatal; y presidios
en dos distritos destinados a la construcción del camino de Quindío352:

La práctica corrobora cada día la opinion manifestada por el Gobierno, i puesta en


ejecucion, acerca de la conveniencia de ocupar los presidios en obras de esta especie.
Aunque un presidiario no trabaje como un jornalero, trabaja sin embargo diariamente, en
operaciones análogas á las de la agricultura, que lo robustecen i habitúan á la ocupacion; i
al volver á su domicilio no lleva la corrupcion que antes solia adquirir en la holganza de
las grandes poblaciones, que eran ordinariamente la residencia de los presidios, el Estado
se indemniza con el valor de las obras construidas del gasto que los reos le ocasionan, de
manera que estos establecimientos no son realmente gravosos al erario. Lo que se ha
llamado servicio de policía urbana, á la cual se destinaba antes los presidiarios en las
ciudades, es la ocupacion menos útil i menos adecuada que puede dares à estos reos; i por
lo mismo no creo que en lo sucesivo se les separe de los trabajos de las vias de
comunicacion para volverlo á aquel destino (Ospina, 1845: 44).

A pesar de las posibilidades que abría la colonización a mediados del siglo XIX, con la ley
de descentralización se restringió la creación de poblaciones, al entrar en juego diversos
factores, principalmente la falta de recursos con que cada distrito debía contribuir:

Verdad es que cuando se pretende la creacion de una provincia, la razón perentoria que se
presenta es la de que los pueblos que deben formarla pueden contribuir desahogadamente
con lo necesario para hacer frente a los gastos que demanda su administracion […] solo
se cuentan como gastos indispensables, las asignaciones de reducidos sueldos a los
empleados municipales (Cuéllar, 1853: 14).

En consecuencia, las nuevas provincias tuvieron escasa población y recursos para los
gastos que se necesitaban, entre ellos, “la construcción de cárceles, puentes i caminos”,
“para establecer casas de educacion y beneficencia”, “para objetos de aseo i ornato en las
poblaciones, para la instrucción publica”, ni aun “para el pago de sueldos de los
empleados” (Cuéllar, 1853: 15). De cuatro provincias erigidas, solo dos –Sabanilla y

352
Este tipo de presidio mostró mayor efectividad que el de carácter urbano.

232
Cundinamarca– disponían de lo necesario para sostenerse. Esta escasez de recursos en la
creación de poblaciones llevó a que algunos intelectuales republicanos –entre los cuales,
Manuel Ancízar constituye un ejemplo de las ideas liberales que rondaban el ambiente–
rechazaran tales medidas de poblamiento, como lo muestra el siguiente comentario del
político de Fontibón sobre las mujeres del Socorro:

Así abandonadas aquellas infelices a los azares de la suerte sin ejemplos buenos que
imitar, sin consejo ni estímulo para el bien, se entregan a los desórdenes, por cuya escala
descienden rápidamente hasta parar en una muerte prematura. Varias vezes se ha
intentado someterlas a una política perseguidora, i por decenas se les ha enviado a morir
de miseria i fiebres a las selvas del Chucurí, sin que por esto hubiesen mejorado las cosas.
Matar no es moralizar; además de que no concibo con qué derecho puede una sociedad
cualquiera castigar los desórdenes de que ella misma por su indiferencia es causante. Si
los vecinos pudientes del Socorro hubiesen tomado interés en la educación industrial de
las mujeres pobres, abriéndoles talleres de oficios y enseñándolas el camino de la vida
honrada, entonces tendrían derecho para pedir a las autoridades la persecución de las
holgazanas y viciosas, como una protección a las buenas costumbres de la porción sana
del pueblo, y como un remedio que atajará la propagación del mal hasta sus propias
familias; de otra manera, el castigo es iniquidad, y las persecuciones de la policía,
permaneciendo vigente la causa de las acciones punibles, llegarían a convertirse en única
y constante regla de gobierno, es decir, en la más intolerable de las tiranías (Ancízar,
1853: 134-135).

En consonancia con la descripción anterior, Camacho Roldán, hacia fines de siglo, no


solo mencionaba la crueldad de las medidas con los vagos, sino que reseña el cambio
producido en la aplicación de las medidas de colonización, que pasaron de ser correctivas
y en cierta medida obligatorias para los vagos, a ser una alternativa voluntaria. Como se
manifestaba en el caso de las poblaciones de la orilla del río Magdalena:

Los vagos y prostitutas, ó los reputados tales, eran enviados sin conmiseración alguna á
poblar, se decía, las márgenes del Magdalena, cuando en la mayor parte de los casos era
tan sólo á morir. Las memorias de mando de los virreyes dan testimonio repetido de esta
política cruel, que debió establecer desde entonces hábitos de indolencia y disposición de
espíritu favorable á considerar la muerte como una redención, y el trabajo como un
tormento.

Á lo menos hoy esa colonización es voluntaria, y en el que va allí, aclimatado ya á la


acción de los bosques y á la vida solitaria, puede encontrarse con la energía física y moral
que requiere ese medio ambiente, tan distinto del de las ciudades y los pueblos del
interior; pero esa colonización tiene que ser muy lenta […] Quizás la población que
empieza a formarse en esas márgenes desiertas es ya distinta de la que por la fuerza

233
quisieron implantar allí los virreyes y sus agentes. Desertores del ejército, reos prófugos,
población de los montes del interior ya acostumbrada á la soledad, antiguos bogas de los
champanes, y como base general, el residuo formado por selección de las primitivas
colonias de habitantes aclimatadas á las condiciones de vida de esos lugares, son
probablemente los que en los leñateos y los pueblos del Magdalena Central constituyen
hoy la masa principal de los plantadores (1897: 252-54).

En síntesis, son varios los aspectos o facetas a destacar relacionados con el gobierno de
los vagos. Primero, el aparecimiento de la población como objeto de gobierno y las
primeras medidas que esbozaban planteamientos de biopolítica. En este sentido y
coincidiendo con los planteamientos de Vásquez (2009)353 y de Castro-Gómez (2004)354,
estamos ante las primeras medidas de biopolítica en territorio hispanoamericano y
específicamente en la Nueva Granada, introducidas con las reformas borbónicas, en las
cuales el lugar de los vagos se resignificaba, entrando a formar parte de la consideración
activa de la población.

La segunda faceta corresponde a la nueva forma de gestión administrativa de la pena


judicial y su relación con la introducción de las ideas del liberalismo económico en las
colonias, para el cual el concepto de utilidad ocupaba un lugar importante. La valoración
del trabajo como medio necesario para alcanzar la utilidad económica incidió, en mi
opinión, en la reorientación del castigo de los vagos: el vago entra entonces a formar
parte activa en las actividades económicas del reordenamiento de la ciudad, con su
trabajo en las obras públicas, o en el reordenamiento de las poblaciones y del territorio,
con su participación en los procesos de repoblamiento o de colonización, que implicaban
su cooperación activa en las economías locales. Lo que puede interpretarse como un
vínculo del castigo de los vagos con las medidas de biopolítica colonial y republicana
tomadas para el aumento de la población productiva, que condujeron a que el sujeto vago

353
En su libro La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940, Vázquez
plantea seis formas de biopolítica y a la primera la llamó biopolítica absolutista (1600-1820) “suscitada por
la experiencia de una despoblación acuciante y asociada a los modos de gobernar propios de la ‘Razón de
Estado’, el mercantilismo y el cameralismo de los siglos XVII y XVIII. En cualquier caso la presencia de
mecanismos disciplinarios y eventualmente reguladores se vincula a un ejercicio de la soberanía
monopolizado por la figura del monarca” (2009: 16).
354
El autor, en La hybris del punto cero. Ciencia, arte e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816)
analiza “cómo fue recibido por la comunidad de los criollos ilustrados en la Nueva Granada” el discurso
biopolítico español, al que denomina “biopolítica imperial”, buscando demostrar la anuencia de los criollos
ilustrados: “el sector (minoritario) de los criollos ilustrados verá con buenos ojos la introducción de las
reformas borbónicas y no las considerará como una amenaza”.

234
fuera quien, dada la pena que debía pagar por su calidad de vago, escogiera su destino
entre el presidio urbano, el trabajo por concierto o la colonización.

El tercer aspecto que se vislumbra tiene que ver con que el involucramiento de los vagos
en las reformas dirigidas al poblamiento y civilización del territorio, que representaron
principalmente su exclusión del territorio en busca de otro tipo de utilidad: la tranquilidad
y seguridad de la población de las ciudades, y no como manera de integrarlos social y
productivamente a la sociedad, sino de utilizarlos. Dicho de otro modo, la utilidad que se
pretendía imprimir en los vagos se asociaba con la corrección que buscaba la ejecución
de la pena sacando de la ciudad los agentes contaminantes de la vagancia, alejándolos de
un modo diferente al encierro: transformando así el antiguo destierro del territorio en un
nuevo tipo de destierro. Añadido a lo anterior, quien trabajaba en la construcción de
caminos como concertado o colono era un individuo “marcado socialmente” y expulsado
muy discretamente de la sociedad, esta vez sin que tuvieran la posibilidad de continuar
vagando, ya que se lo convertía forzosamente en sujeto útil, pero igualmente valorado
negativamente por su calidad de reo y objeto de control, hasta tanto cumplieran la
condena y con esperanza de su conversión real como sujeto útil a la sociedad.

235
VI. DE VUELTA DEL ESPEJO. REFLEXIONES FINALES

Dime, Dina: ¿te transformaste en Zanco Panco? Pues yo creo


que sí… Sin embargo, será mejor que no se lo digas a tus
amigos por ahora porque aún no estoy segura (Lewis Carroll
1980: 183).

I. La constitución del vago como sujeto en el siglo XIX, a partir del análisis de la
intervención de los saberes y prácticas provenientes de la religión cristiana, las formas de
diferenciación y organización social, las leyes y el gobierno de la población y el
territorio, heredados todos ellos del Imperio español, fue resultado del cruce, en dos
momentos históricos de la Nueva Granada, de los saberes y prácticas hispanas adaptadas
a la Colonia y de los saberes y prácticas republicanas. Este cruce en que se produjo la
forma-sujeto del vago –a pesar de las transformaciones por las que transitó, respecto de lo
que se decía y lo que hacía en la República con relación a él– originó un sujeto borroso,
habitante de dos momentos o estratos de la historia neogranadina, en el que prevaleció la
forma-sujeto colonial. Esto porque el vago objetivado en el siglo XIX era un sujeto
permeado por las fuerzas procedentes de un momento histórico diferente, que entraron en
tensión con el momento específico del proceso republicano, y porque de la colonia a la
República varió la distribución de las formaciones discursivas y no discursivas, donde la
visibilidad cambió de modo y los enunciados cambiaron de régimen, cambio que, para el
caso de los vagos de la República y en lo que toca a la distribución de saberes y prácticas,
fue muy lento, principalmente en la primera mitad XIX. Esto se debió a que ocupaban
mayor atención otros temas, como la consolidación de la independencia en los campos de
batalla y la organización general de la administración del país, entre otros asuntos de gran
envergadura, mientras que el gobierno de la población de vagos correspondía al
microespacio del ejercicio del poder.

Para observar la filtración colonial en la manera como en el siglo XIX se termina por
definir el gobierno de la vagancia había que considerar, en primer lugar, las formas de
representación del vago, derivadas de los saberes experienciales de los gobernantes,
heredados de la Colonia. En estos se vio que predominaban varios ordenadores

236
negativos: la raza, ligada al color de la piel, a la mezcla de sangres sucias y a
comportamientos que contrariaban las normas sociales y jurídicas; y la posesión o
carencia de riquezas o bienes, de linaje y de nobleza.

Ligados al ordenador de raza, en un individuo estas características lo ubicaban en el nivel


inferior de la escala social, fundamentalmente, en el bajo pueblo. Y el lugar jugaba
también como ordenador negativo, en la representación del territorio colonizado como
lugar indómito, incivilizado y, en consecuencia, atrasado. Así, ser oriundo de la Nueva
Granada se constituía en una marca a la que se asociaban, en la representación y
construcción de los vagos, varios vicios: la pereza, vista como rechazo al trabajo y
vinculada al ocio; la embriaguez, especialmente agravada por el consumo de la chicha,
cuyos estragos físicos y mentales se pensaba que transformaban a los individuos e
incidían negativamente en su papel como sujetos productivos; y la falta de disposición al
trabajo, comportamiento que se ligaba con el clima, la pereza y la desobediencia.

En segundo lugar, en la investigación se siguió de cerca la persistencia de elementos


conceptuales y prácticos de los cuatro dominios del saber –religioso y moral, social,
jurídico y de gobierno– y sus concreciones prácticas para la sujeción del vago. En esta
tarea se vio que predominaba el saber hispano dondequiera que estaban en juego las
definiciones y figuras que constituían la categoría estudiada, con su séquito de normas,
penas, comportamientos y parámetros de conducta ligadas a la sumisión y obediencia, en
contraste con los principios de igualdad y libertad, en los cuales se enmarca la
construcción del ciudadano republicano.

Insumisión y desobediencia eran dos anomalías permanentes con las que se identificaba
al vago y se lo señalaba como sujeto que contrariaba la idea de buen súbdito y buen
ciudadano, ideales que se esperaba ver cumplidos en los habitantes a lo largo del
territorio. Por ello tales anomalías representaban un sujeto despreciable que formaba
parte de la estructura negativa de la sociedad configurada por una variedad de malos
sujetos –gitanos, ladrones, criminales, prostitutas, etc.–. A lo anterior se sumaban algunos
hábitos punibles, como la embriaguez, la desobediencia, el desorden, así como la
asistencia asidua a sitios prohibidos y el uso de lenguaje grosero, entre otros síntomas.
Sin embargo, no hay que olvidar que, en el desarrollo de la normatividad jurídica colonial

237
y republicana, así se le adjudicara el apelativo de criminal, ser vago no significaba ser
criminal per se. En algunas leyes se plantean normas separadas para delincuentes y
vagos; en otras, aunque los vagos estaban cobijados por la misma ley junto con los
criminales, se diferencian de estos en la gravedad de la falta y el sentido de protección de
la medida del recogimiento, con excepción de aquellos vagos acusados por delitos como
robo o por cualquier crimen.

II. La investigación pudo esclarecer los cambios en las maneras de ver al sujeto vago, a
partir de las reglas de verdad o falsedad que enunciaban los dominios de saber. En
diferentes momentos, entre las Reformas Borbónicas y la constitución de la República, se
ensancharon o contrajeron aquellos rasgos físicos y de comportamiento con los cuales se
identificaba al vago. Así, fueron apareciendo nuevos personajes, como integrantes de la
“clase vago”, y otros dejaron de ser vistos como tales. Es lo que ocurrió con individuos
que ejercían algunos oficios viles y formaban parte de esta clasificación, que no cambió
hasta que lo hizo la valoración de los oficios manuales. O fue el caso de los mendigos
verdaderos, el personaje más inestable, cuya clasificación dependía del dominio de saber
predominante. Adicionalmente, tres características permanecieron en la historia de su
constitución como vagos: el trabajo, el domicilio o pertenencia a un lugar y el vínculo
familiar o comunitario. Lo que sí cambió, no obstante, fueron las maneras de ver y decir
sobre este sujeto y las características que se le agregaban o suprimían e hicieron de este
sujeto una clase o categoría, que variaron al compás de los cambios en el entorno:
sociales, económicos, de conocimiento, en los saberes e intereses predominantes y en las
formas de poder mediante las cuales se los intentaba eliminar o sujetar.
Es por ello que en el ámbito del saber, a pesar de tener elementos comunes, la
objetivación del vago se transformó, al ser aplicada en las colonias americanas y el
territorio de la Nueva Granada, debido a las tres especificidades del orden local: la raza,
como rasgo fenotípico en interconexión con el territorio, como escenario, y la pereza,
como virtud negativa agravante. Sin embargo, cabe señalar que, a pesar de que en las
normas jurídicas estas particularidades del sujeto vago de la Colonia o de la República no
estaban enunciadas, sí se impusieron en la práctica administrativa de los gobernantes, en
los diferentes niveles del gobierno y en las prácticas divisorias de la sociedad.

238
Más allá del campo jurídico, también en los microespacios se dio que las formas de
identificación del vago –objetivadas en las normas jurídicas– fueron apropiadas y
permeadas por las tres singularidades señaladas, como país colonial, como medio de
defesa, ya fuera para evitar la acusación de vagancia o para reducir la pena. Era el caso
del uso del honor familiar, de la posición del padre, del conocimiento del cura.
Asimismo, fue posible establecer que tales apropiaciones se daban igualmente en los
discursos de los gobernantes de turno –fueran virreyes o secretarios de Gobierno–, así
como en los escritos de intelectuales –como Manuel Ancízar, Francisco José de Caldas,
Federico Aguilar, entre otros– y en la prensa del momento. En concreto, aunque en las
normas fueran los mismos los marcadores de vagancia que se aplicaban a un blanco, a un
mestizo, a un indio o a un negro, en la práctica jurídica las particularidades de escisión
marcaban la diferencia en la severidad de la sentencia.

III. Con respecto a la separación del vago, el trabajo constituía la característica


permanente y más significativa en el proceso de su constitución. Más específicamente, en
este proceso pesaba mucho la actitud negativa hacia el trabajo, que se manifestaba en la
negación, el abandono o la evasión de esta obligación. Como objeto de saber, la categoría
trabajo tuvo transformaciones según el dominio de conocimiento predominante pero en su
sentido moderno, esta surge a finales del siglo XV y es solo hasta el siglo XIX cuando
toma el sentido que se le asigna actualmente. Estas trasformaciones tuvieron varias
inflexiones, relativas a su razón de ser, a la persona que debía realizar el trabajo, al lugar
que ocupaba la persona, al tipo de trabajo y a las formas asociadas. A pesar de que este
concepto, aplicado al vago colombiano del siglo XIX, remitía al sentido de productividad,
asociado al proceso de industrialización, y asignaba la calidad de sujeto útil a quien lo
realizara, no se puede despreciar la variedad de sentidos históricos que lo interceptan en
formas no discursivas. En efecto, en el medioevo cristiano el trabajo estaba asociado al
mandato divino, como forma de borrar el pecado original. Esto le daba un carácter
obligatorio para cualquier cristiano. Pero este carácter también se adscribía al individuo
en cuanto súbdito, en cuanto siervo y en cuanto ciudadano. Es decir, como en los
diferentes dominios de saber el trabajo ha jugado un papel importante de valoración, en
nuestro período de estudio su incumplimiento producía diferentes escisiones que

239
conducían a dos dicotomías: las que califican la calidad de una persona respecto de su
cumplimiento o no, y las que propiciaban la división jerarquizada por el privilegio de ser
excluidos de esta obligación y tener la obligación de hacerlo. Como mostró Jacques Le
Goff (2003), esta división entre no obligados y obligados a trabajar, en la asociación entre
posición social, nobleza, honor y reconocimiento, demarcaba dos polos. En el extremo
positivo, la exclusión de la obligación de trabajar encarnaba un privilegio, en la
confluencia de valores considerados supremos, cuya resultante era la pertenencia a un
nivel social superior y cuya síntesis se expresaba en la calidad de nobleza. Y en el
extremo negativo, la obligación connotaba lo innoble, polo en el que se situaba a los que,
estando obligados a trabajar, se rehusaban a ello, en una manifestación de la apreciación
negativa del trabajo que se resume en la dicotomía vagancia-trabajo.

En lo que compete a los vagos, los diferentes sentidos del trabajo se instalaron como la
condición fundamental a partir de la cual se desplegaron dos caras del ejercicio del poder:
el poder que define posiciones y gobierna la vida de los que habitan un territorio –la
Nueva Granada– y el poder que señala el destino de quien no acepta esta obligación;
formas de poder que se ejercían en todas las instancias que rigieran la conducta del sujeto
colonial y republicano –religiosa, administrativa, moral y económica–, interceptadas por
la raza y la marca de la pereza. El trabajo o su renuencia voluntaria eran definitorios de la
calidad de vago, la cual se matizaba y presentaba en figuras diferentes, de acuerdo con
otras características de conducta asociadas con la vagancia.

Ahora bien, en el caso de los vagos, al trabajo se le asignaban dos funciones adicionales:
como forma de castigo y como medio de corrección. Se trata de formas punitivas que
presentan variaciones a lo largo de la historia y el dominio de saber hegemónico. Por
ejemplo, como castigo, se manifestaba como trabajo forzado, trabajo por concierto,
trabajo en galeras, etc.; y como escarmiento, era utilizado no solo para que lo sufriera el
vago –con latigazos en plaza pública o en el destierro–, sino para que el resto de
habitantes evitase seguir esta conducta. Como dispositivo protector o preventivo, era
utilizado para tratar algunos segmentos de población asociados con la posibilidad de la
vagancia y para separar a los vagos del trato asiduo con los criminales. Asimismo,
económicamente se utilizó el trabajo forzado de los vagos con fundamento en una

240
perspectiva utilitarista, en beneficio de las arcas de la Corona o, posteriormente, de las
rentas de la República. No obstante, en uno u otro caso, la expectativa de la medida
punitiva era la corrección de la conducta negativa ante el trabajo y de las otras conductas
asociadas con la vagancia, corrección que a fines del siglo XIX desembocó en la estrategia
de transformar al vago en sujeto útil. Por último, a la actitud negativa hacia el trabajo se
oponen el saber y la promoción de prácticas éticas, con las que se fomentan conductas
hegemónicas positivas, contrarias a las que presentaban los vagos, por medio de una serie
de escritos, máximas y manuales en los cuales el trabajo contribuía a la formación del
buen ciudadano.

Otra característica permanente, asociada a las anteriores, era la ausencia de domicilio fijo,
marca asociada a la figura de los vagantes, sujetos sin lazos ni filiación alguna que se
desplazaban por el territorio y no gozaban de reconocimiento familiar, ni de la
comunidad ni el vecindario. Es por ello que el domicilio, entendido como lugar de
nacimiento, también se usaba como fundamento de disposiciones y ordenanzas, por las
cuales se reintegraba a los vagos procedentes de otras poblaciones a sus lugares de
origen.

IV. Adicionales a los saberes y prácticas rastreados en los cinco capítulos, en el estudio
fue necesario considerar dos fuerzas que aparecían detrás del escenario de constitución
del vago. Estas eran la transgresión, como fuerza que constituía al sujeto, y la
marginalidad, como fuerza que emergía y acompañaba esta constitución y fijaba el lugar
del vago en la sociedad. Transgresión y marginalidad que no actuaban por separado y
que, al igual que otras fuerzas determinantes, entraron en escena asumiendo
características variadas, según el dominio del saber y las prácticas hegemónicas del
momento, y formando parte activa en la constitución del sujeto vago. En cuanto a la
transgresión, esta podría pensarse como una fuerza que mueve al sujeto, y para ello la
mejor manera de hacerlo es tomándola en sentido positivo, es decir, considerar la cara de
la observancia de las normas que intimidan y limitan como una forma hegemónica de
reducir la agencia del sujeto, coacciones que se pretenden ejercer en cada uno de los
dominios de saber y prácticas analizados y contra las cuales se rebelaba el sujeto, de

241
variadas maneras, como la huida, la simulación, el abandono, la reincidencia, entre otras
conductas transgresoras.

En esta perspectiva, para leer la transgresión y abordarla, hay que tener en cuenta que no
hay transgresión sin la existencia de una regla que romper, leída como relación de poder
atravesada por los ordenadores de raza, clase, espacio, en la cual el sujeto vago tiene
posibilidad de agencia, al tomar la decisión de quebrantar la regla, aun conociendo las
consecuencias de hacerlo. Esta trasgresión deja reconocer la manera como estos sujetos
con sus diversas conductas fisuraban las reglas: la ley, la norma, la convención social, el
mandato moral, etc. En términos foucaultianos, en la exclusión y la transgresión se trata
del poder y el saber, más que de la ley, la norma y la representación. Y es que la
infracción de los vagos se situaba precisamente en la vida cotidiana, en el microespacio
de las diversas relaciones sociales de poder en las que se encontraba involucrado, al situar
la decisión voluntaria de romper la regla en el espacio de las relaciones sociales como la
familia, la escuela y el comportamiento en la calle del joven malentretenido.

Un segundo elemento concierne a la mutabilidad de la transgresión, dada la relación de


dependencia, de una parte, con el saber, las prácticas hegemónicas y el momento, y de
otra, con las características que definían al vago, a partir de las cuales este se convierte en
un sujeto que cambia. De tal manera que transgresión y sujeto vago objetivado eran
dinámicas en su constitución. Yendo más al fondo, las transformaciones del saber
motivaban en las prácticas de gobierno y de los individuos nuevas formas de transgresión
y estas activaban las modificaciones en las definiciones del vago. En síntesis, si no hay
norma no hay transgresión y si esta no se produce, no se activan los dispositivos para
manejarla como asunto de gobierno, ni se dan las inflexiones, grietas o fisuras en las
normas y el entorno. Asimismo, las modificaciones del saber son las que producen
cambios y delinean lo que se modificará, o que habrá de convertirse o lo que dejará de ser
transgresión, en cualquiera de los dominios.

La transgresión, en los diferentes dominios del saber y de las prácticas, aparece como
posibilidad y, en consecuencia, está sujeta a un tipo de sanción. Por ello la contravención
del vago se manifestaba como pecado, se la asociaba con lo inmoral, se la calificaba
como crimen, y generaba desconfianza y desprecio. Su mutación, en algunos casos,

242
comprende una característica transitoria, si tenemos en cuenta la relación entre saber y
reglas, puesto que lo que en un momento específico es transgresión en otro deja de serlo.
Respecto de este último punto, podría decirse que lo que cambió, en el caso de algunas
figuras de los vagos, fueron las conductas que se consideraba transgresoras y, por ende,
que ello condujo a cambios en el sujeto transgresor, como fue el caso del mendigo.

El tercer elemento a considerar atañe a la singularidad de la transgresión en relación con


la vagancia. En palabras de E. Carpintero, “todos transgreden la ley pero no todos estos
actos se pueden unificar con el término transgresión” (2012: sp). Lo anterior nos recuerda
que la transgresión, entendida en general como ruptura de la regla, comportaba diversos
tipos de transgresor, uno de los cuales era el vago. Esto llevó a especificar en qué
consistía la singularidad de esa transgresión, en el caso del vago colombiano del siglo
XIX, y qué era lo que transgredía. A partir de los comportamientos vistos a lo largo de
este trabajo, puede afirmarse que se trataba de un transgresor múltiple y que, en su
condición de vago, además de negarse al trabajo, otras características lo objetivaban y
convertían en transgresor múltiple y cambiante. No había un solo tipo de vago, sino
diversidad de vagos, una vez se acerca la lente a sus particularidades. Pero la condición
fundamental que lo asociaba con la vagancia era la de quebrantar la regla de la obligación
de trabajar, y ese quebranto se constituía en un mal terrenal, de fuertes raíces cristianas,
que además actuaba contra el poder hegemónico, con sus propios intereses económicos,
políticos y sociales, que son los que reglamentan acá y allá las normas (leyes escritas) y los
preceptos culturales (usos y costumbres), que informan la vida cotidiana del conjunto social.

Respecto de la marginación, segunda nueva fuerza resultante de la producción del sujeto


vago, con J. Le Goff sabemos que, como realidad histórica, ella conlleva la exclusión, la
recuperación o la reintegración, que mueven el lugar del vago, una vez se lo ha calificado
como tal. Pero, además de hallarse inmerso en un juego de relaciones de poder, en el cual
la hegemonía hispana impuso las clasificaciones sociales, los lugares o las posiciones en
la estructura de la sociedad colonial, las formas de hacer y ser, el vago hizo uso de su
poder de agencia para eludir la norma del trabajo y por ello soportó diversas
marginaciones, acordes con el momento histórico y la forma de vagancia que
representaba. Respecto de los vagos colombianos, lo que justificaba su marginación era

243
quebrantar, en cualquiera de sus formas, la regla del trabajo; en este sentido, además de
cargar con las marcas de la raza, la impureza de sangre, la mancha de la tierra y la
condición de pobreza, ellos portaban consigo la transgresión de la regla del trabajo,
condición que lo singularizaba como sujeto transgresor.

A pesar de que otros grupos de población también habían sido objeto de aislamiento,
separación o desintegración, en relación con la sociedad, los vagos, además de cargar con
el peso del desprecio que los aislaba con los otros grupos, soportaron formas de
aislamiento diferentes, como el destierro y la expulsión. Esto significa que, además de ser
un sujeto cambiante históricamente, su marginación en cuanto vago cambió,
consecuencia de la intersección de las fuerzas en juego y de la agencia que este lograba
con la transgresión. Pero se trataba de dos tipos de marginación: una voluntaria, al
incumplir la regla, y otra involuntaria, fruto del castigo por transgredir la norma.

V. ¿Quién era entonces ese vago del siglo XIX? Para responder a la pregunta, en síntesis,
la investigación arrojó los siguientes componentes de su identificación,
independientemente del saber hegemónico del momento, colonial o republicano: Era un
sujeto identificado socialmente por su condición de vago, que transgredía y profanaba la
regla de trabajar, entendida como un deber. Era un sujeto doblemente marginado, pero
también rescatable, recuperable. A ello apuntaban las medidas dirigidas a su gobierno: a
transformarlo en sujeto útil para la sociedad, a la luz del saber y poder hegemónicos que,
para fines del siglo XIX, definían el trabajo como fundamental para la producción, la
utilidad y la aceptación social. No era un ciudadano, pues su posición política y su
marginalidad se traducían en la suspensión de su ciudadanía, a la espera de si se
recuperaba o no de su vicio, con posibilidad de rehabilitación. Producto de relaciones de
poder desiguales, marcadas por la colonización, en medio de las cuales la transgresión le
daba cierta agencia, el vago decimonónico entra entonces en la triple tipología de
transgresor, marginado y vago recuperable.

244
VI. Respecto de la inquietud por la cual me sumergí en esta figura decimonónica,
encaminada a establecer conexiones entre los vagos y los actuales habitantes de calle,
paso a plantear varias conjeturas, sugestivas para investigaciones sobre la población
actual, teniendo en cuenta la posibilidad de contar con evidencias de primera mano sobre
el tercer modo de subjetivación en la relación del sujeto consigo mismo. Parto de que la
visión sobre el habitante de calle, en las diversas formas-sujeto que toma desde el siglo
XX, es herencia de la del sujeto vago decimonónico, visión que perdura hasta bien entrado
el siglo. En efecto, conservó su denominación en las ordenanzas y códigos de policía
hasta más allá de la mitad de siglo. Fue así como el vago del siglo XX recogió el rasgo
fundamental de no tener oficio ni beneficio alguno y, a su vez, algunas de las
características que acompañan su definición jurídica, a las cuales se añadieron diversas
transgresiones, bajo dicha calificación, que amplían la pluralidad de sujetos dentro de esta
clase.

La primera conjetura tiene que ver con la eliminación del término vago, y sus
implicaciones, de las normas. Con la eliminación del concepto se produce un cambio de
lugar del trabajo, que pierde su protagonismo, mientras que la dupla seguridad y orden
adquieren prioridad en el orden de la ciudad, cuya transgresión lo representa el vivir en la
calle, hacer de la calle su lugar de residencia. Es así como hoy día el habitante de calle se
refunde, en los dominios del saber académico y del saber político, en la categoría
habitabilidad de calle.

La segunda conjetura atañe al vínculo perverso entre su presencia en la calle y el proceso


de gentrificación de la ciudad, en el juego de relaciones de poder que se produce a partir
de las medidas políticas de desplazamiento del espacio marginal en el que se agrupan los
habitantes de calle y se movilizan (léase, son empujados) hacia otros sectores de la
ciudad, también marginales o con alta degradación. Esta vez, la política de reubicación
espacial tiene un sentido diferente a la que en el siglo XIX representaba la colonización
del país con los vagos, con fines tanto civilizatorios del territorio y como de
transformación en sujetos útiles. Hoy día, estas medidas, cuya característica es el
desplazamiento a este tipo de sectores, ocultan intereses. Con la degradación acelerada

245
del espacio se reduce el precio de la tierra disponible para el mercado y el capital
inmobiliario.

La tercera conjetura corresponde al ingreso de una fuerza nueva en el juego de


relaciones, en las cuales el habitante de calle se convierte en un campo de lucha
disputado, por un lado, por el “capitalismo ilegal”, procedente del microtráfico, el
contrabando de armas y el comercio de la muerte, y por otro, por las instancias oficiales
encargadas de la atención de esta población, en términos de la política pública. En este
escenario, la agencia y posibilidades del habitante de calle para sobrevivir están jalonadas
por estas dos fuerzas, sumadas a la vulnerabilidad en que se encuentra buena parte de esta
población debido a la adicción, lo que la hace presa fácil de la ilegalidad y la sitúa en una
relación de poder débil, en su relación con la administración y la ciudad en general; así se
cumple la profecía de su peligrosidad.

La cuarta conjetura pone en cuestión la noción de ciudadanía que le otorga la ley al


actual habitante de calle. Mientras que el vago republicano no era ciudadano o su
ciudadanía quedaba suspendida hasta su rehabilitación, el habitante de calle sí es
ciudadano. Pero las condiciones de marginalidad de aquel que permanece en la calle, que
no cuenta con las certificaciones que lo acreditan como ciudadano (cédula, por ejemplo),
que no participa de la oferta institucional que se le ofrece, y cuyo estilo de vida está
ajustado a las relaciones sociales que teje en la calle, nos dicen lo contrario: a pesar de ser
ciudadano, sus condiciones de vida, incluida su agencia, borrada o disminuida por la
adicción, distan mucho de lo que se entiende por ciudadano, y la introducción del término
“nuevas ciudadanías” no hace nada en su favor.

El habitante de calle –principalmente el adicto– contrasta con el individuo que se debe a


sí, que se autogobierna. Según los actuales lineamientos para el ser y hacer ideal de los
individuos en la sociedad, cada uno debe ser el dueño de sí y empresario de sí, y ha de
ejercer el control sobre la vida que quiere vivir para ser un individuo exitoso,
emprendedor, dueño de su vida. Se trata de un juego de relaciones de poder mediado por
los intereses que promueve el capital. En la actualidad, para ese futuro empresario de sí
se han desarrollado una serie de tecnologías y prácticas formativas dirigidas por un
entrenamiento del cuerpo y de la imagen, mientras el individuo aprende no solo a

246
autogobernarse, sino a promocionarse y venderse, cosas que no le interesan y no están al
alcance de un habitante de calle.

Las prácticas políticas dirigidas a la atención social de grupos de pobres marginados,


incluidos los habitantes de calle institucionalizados voluntariamente con el propósito de
reintegrarse a la sociedad, enfilan sus tecnologías buscando fomentar el emprendimiento
acorde con su posición social, haciendo que estos pobres y habitantes en rehabilitación o
rehabilitados diseñen sus vidas a partir de oportunidades limitadas y logren al menos
vivir con los mínimos de calidad de vida. Mientras que, para la sociedad, el habitante de
calle que decide permanecer en ella, en su gran mayoría no rehabilitable, es el ejemplo de
un individuo fracasado, un individuo que forma parte del desperdicio humano, que no
supo aprovechar su vida y con el que no se cuenta. Un individuo que, aunque ya no se ve
como contagioso, es un adicto, un despojo irrecuperable, motivo de inseguridad y de
desprecio.

Se trata de ritmos sociales diferentes que mantienen la división social y marchan acordes
con cada uno de estos niveles. Los que se quedaron atrás son inservibles, no son útiles,
son “consumidores fallidos”. Razón tiene Zygmunt Bauman cuando afirma que
desechamos lo que sobra del modo más radical y efectivo: haciéndolo invisible, sin
mirarlo, y haciéndolo impensable, no pensando en ello. “El residuo es el secreto más
oscuro y bochornoso de toda producción” (2005:43). Todos los días al menos un
habitante de calle es asesinado en la ciudad por el hecho de ser habitante de calle.

Habría que añadir dos derechos a la lista de derechos del hombre:


el derecho al desorden y el derecho de marcharse.
CHARLES BAUDELAIRE

247
REFERENCIAS

Fuentes primarias

ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (AGN), COLONIA Y REPÚBLICA

FONDOS: Asuntos Criminales, Curas y Obispos, Milicias y Marina, Miscelánea, Policía,


Real Audiencia.

LEYES, CÓDIGOS, ORDENANZAS…

Código de Beneficencia de Cundinamarca, 1858.

Códigos españoles concordados y anotados, 1847-1851. Madrid: Imprenta de La


Publicidad, a cargo de M. Rivadeneyra.
Las Siete Partidas del Rey D. Alfonso el Sabio, 1767.

Los doce códigos del Estado Soberano de Cundinamarca (1858).

Novísima Recopilación de Leyes de España – NRLE, 1805.

Ordenanza orgánica del Hospital de Caridad de Bogotá, 1863.

Ordenanza Orgánica de la Casa de Refugio, 1866.

Recopilación de leyes de los reinos de las Yndias, 1681. Madrid: J. de Paredes.

Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias. Mandadas a imprimir y publicadas por la


Majestad Católica del Reino Don Carlos II. Quarta Impresión. Hecha del Real y
Supremo Consejo de Indias, Madrid, 1781.
Relaciones de los virreyes del Nuevo Reino de Granada, 1869.

PRENSA

El Correo Curioso de Santa Fé de Bogotá, 1801.

Gaceta de Colombia, 1821-1831.


Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, 1791.
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Semanario del Nuevo Reino de Granada, 1849.

248
OBRAS

Aguilar, F. C. (1884). Colombia en presencia de las Repúblicas Hispano-Americanas.


Bogotá: Imprenta de Ignacio Borda.

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266
ANEXOS

267
ANEXO 1. CRONOLOGÍA DE LAS LEYES QUE DEFINEN AL VAGO.

1745

Real orden del Se declaran vagos: el que sin oficio ni beneficio, hacienda ó renta, vive sin saberse de
30 de abril de que le venga la subsistencia por medios lícitos y honestos: el que teniendo algun
1745 patrimonio ó emolumento, ó siendo hijo de familia, no se le conoce otro empleo que el
de casas de juego, compañías mal opinadas, freqüencia de parages sospechosos, y
ninguna demostración de emprender destino en su esfera: el que vigoroso, sano y
robusto en su edad, y aun con lesion que no le impida ejercer algun oficio, anda
pidiendo limosna porque este, con lo que le esta consignado en su destino, puede vivir,
como lo executen los que no se separan de él: el hijo de familias, que mal inclinado, no
sirve en su casa y en el pueblo de otra cosa, que de escandalizar con la poca reverencia
ú obediencia á sus padres, y con el ejercicio de las malas costumbres, sin propensión ó
aplicación á la carrera que le ponen: el que anduviere distraido por amancebamiento,
juego ó embriaguez: el que sostenido de la reputación de su casa, del poder ó
representación de su persona, ó la de sus padres ó parientes, no venera como se deba á
la Justicia, y busca las ocasiones de hacer ver que no la teme, disponiendo rondas,
músicas, bayles en los tiempos y modo que la costumbre permitida no autoriza, ni son
regulares para la honesta recreación: el que trae armas prohibidas, en edad en que no
pueden aplicársele las penas impuestas por las leyes y prágmáticas á los que las usan: el
que teniendo oficio, no le exerce lo mas del año, sin motivo justo para no ejercerlo: el
que con pretexto de jornalero, si trabaja un día, lo dexa de hacer muchos, y el tiempo
que había de ocuparse en las labores del campo, ó recolección de frutos, lo gasta en la
ociosidad, sin aplicación á los muchos modos de ayudarse que tiene aun por muchas
aguas, nieves ó poca sazon de las tierras y frutos no puede trabajar en ellas, haciéndolo
en su casa en muchas manufacturas de cañamo, junco, esparto y otros géneros que toda
la gente del campo entiende: el que sin visible motivo da mala vida á su muger con
escándalo en el pueblo: los muchachos que, siendo forasteros en los pueblos, andan en
ellos profugos sin destino: los muchachos naturales de los pueblos que no tienen otro
ejercicio que el de pedir limosna, ya sea por haber quedado huérfanos, o ya porque el
impío descuido de los padres los abandona á este modo de vida; en la que, creciendo sin
crianza, sujeción ni oficio, por lo regular se pierden, quando la razon mal ejercitada les
enseña el camino de la ociosidad voluntaria: los que no tienen otro ejercicio que el de
gaiteros, bolicheros y saltimbancos; porque estos entretenimientos son permitidos
solamente en los que vivan de otro oficio ó exercicio: los que andan de pueblo en
pueblo con máquinas reales, linternas mágicas, perros y otros animales adiestrados,
como las marmotinas, ó gayos que las imitan con que se aseguran su subsistencia,
feriando sus habilidades, y las de los instrumentos que llevan, al dinero de los que
quieren verlas, y al perjuicio de las medicinas que con este pretexto venden, haciendo
creer que son remedios aprobados para todas las enfermedades: los que andan de unos
pueblos á otros con mesas de turrón, melcochas, cañas dulces, y otras golosinas, que no
valiendo todas ellas lo que necesita el vendedor para mantenerse ocho dias, sirven de
inclinar á los muchachos á quitar de sus casas los que pueden, para comprarlas, porque

268
los tales vendedores toman todo quanto les dan en cambio.

1775

Real Ordenanza 12. En la clase de vagos son comprendidos todos los que viven ociosos sin destinarse á
para las levas la labranza ó á los oficios, careciendo de rentas de que vivir, ó que andan mal
anuales en entretenidos en juegos, tabernas y paseos, sin conocérseles aplicación alguna; ó los que,
todos los habiéndola tenido la abandonan enteramente, dedicándose a la vida ociosa o á
pueblos del ocupaciones equivalentes a ella; estando prohibida la tolerancia de la ociosidad en
Reyno. D. buena razón política, y en las leyes de estos Reynos, señaladamente en las leyes 1, 2 y 4
Carlos III, en de este título, promulgadas por los Señores Reyes Don Enrique II, Don Juan el I. y II.,
Aranjuez por y Don Felipe el II., en diferentes años.
Real decreto y
ced. de 7 de 15. Como la ociosidad no se excluye por una aplicacion superficial, deben estimarse por
mayo de 1775 ociosos y vagos los que se encontraren á deshoras de las noches, durmiendo en las
calles desde la medianoche arriba, ó en casas de juego ó en tabernas, que advertidos por
sus padres y maestros, amos ó Jueces, por la tercera vez ó mas reincidan en estas faltas,
ó en la de abandonar la labranza ú oficio en los dias de trabajo; dedicándose á una vida
libre ó voluptuosa, y despreciando las amonestaciones que se les hayan hecho”.

16. Han de ser comprendidos en las levas así los ociosos naturales de la ciudad ó villa,
como los forasteros y extranjeros en quienes concurra la ociosidad, y la mala
costumbres de perder su tiempo en el ocio y diversion, sin aplicarse á trabajo ú oficio, ni
escuchar las advertencias de sus padres, maestros, curadores y amos, ni las que debe
hacerles la Justicia, para que, constando de su advertencias, y de la incorregibilidad, por
la sumaria que queda prevenida en el artículo trece de esta ordenanza, con su audiencia,
en la forma tambien prescripta, proceda la Justicia á declarar por vago, ocioso ó mal
entretenido al que así resultare serlo (Novísima Recopilación de Leyes de España, 1775,
lib. VIII: 431-34).

1777-1802

269
Bando de Buen … y para que no se ofrezca duda sobre la distinción, que hay de la clase de Ociosos a la
Gobierno de de Bagos se tendrá presente, que ociosos son aquellos de residencia fija en un pueblo,
1777, del sitio o estancia, que no se sujetan al trabajo diario y no siembran lo proporcionado para
Gobernador su manutención y la de su familia, pues no les exime de la clase de ociosos una corta
Cayetano Buelta sementera, ni algunos días de trabajo, estando la mayor parte del año sin exercitarse en
Lorenzana el cultivo del campo. Bagos son aquellos que no tienen domicilio cierto y andan de una
parte a otra sin lexítimo motivo, y para yncurrir en la clase de vago, es bastante prueva,
el que esté en cualquiera población un mes, sin destino formal ni solicitarlo, y teniendo
presente el daño que en castigo de la culpa de nuestros primeros padres les impuso el
mismo Dios la pena de que se mantubiesen con el sudor de su rostro, reputa por
ladrones de la Republica a todos los ociosos y bagos, que en contravenzion a este divino
precepto, se mantienen con el sudor y trabajo de su proximo, en cuyo concepto deven
ser vistos como perniciosos y perjudiciales, expelidos y arrojados de la República, y
será muy culpable cualquiera que los auxiliare, aunque sea con el pretexto de piedad, y
limosna, pues esta se deve ejecutar con los pobres, viejos, enfermos, tullidos, y otros,
que con legítimo impedimento no pueden trabajar; pero no con una clase de gente tan
perniciosas y nociva. (234) BANDO
1783
Con motivo de varias representaciones y recursos que se han hecho al mi Consejo, se
Prohibicion de
ha reconocido que no obstante lo prevenido en la cédula de 24 de Noviembre de 1778
vagar por el
(Ley 8. Tít. 30. Lib I), y en la de 2 de Agosto de 1781 (ley II de este titulo), andan
Reyno los
vagando por el Reyno sin destino ni domicilio fijo diferentes clases de gentes; como son
buhoneros,
los que se llaman saludadores; los que enseñan cámaras obscuras, marmotas, osos,
saludadores,
caballos, perros y otros animales con algunas habilidades; los que con pretexto de
loberos; y su
estudiantes, ó con el de romeros o peregrinos, sacan pasaportes los unos de los Maestres
destino en clase
de Escuela ó Rectores de Universidades, y los otros de los Capitanes Generales ó
vagos
Magistrados políticos de estos Reynos […] Igualmente, según está ya declarado en
citada Real cédula de 24 de Noviembre de 1778, mando que sean comprendidos como
vagos los romeros o peregrinos que se extravian del camino y vagan en calidad de tales
romeros; y que los escolares, solo yendo de las Universidades á sus casas via recta,
puedan recibir pasaportes de los Rectores y Maestres de Escuela de las Universidades
literarias, … Por lo respectivo á los que llaman saludadores, y los loberos, mando
asimismo, que sean comprendidos en la clase de vagos y tratados como tales.

En la clase de vago, son tambien comprendidos y deben tratarse como tales los
Cédula 15 de
menestrales, y artesanos desaplicados que, aunque tengan oficio, no trabajan la mayor
1788
parte del año por desidia, vicios á holgazanería; á cuyo fin estarán siempre á la vista
para saber los que incurren en este vicio.

1805

Real Cédula En la clase de vagos y malentretenidos se comprenden los que sin tener renta de qué
sobre subsistir, sin destino a la labranza, algún oficio Mecánico u otra honesta ocupación,
exterminio de viven ociosos, en paseos, diversiones, y riñas particularmente a deshoras de la noche,
vagos. por lugares sospechosos manifestando una conducta holgazana sin aplicación ninguna al

270
(Antioquia) trabajo; y aunque la hayan tenido algún tiempo la abandonan enteramente dedicándose
al ocio, y entretenimientos perjudiciales en tabernas y juegos con reincidencia en la vida
voluptuosa despreciando por tercera vez las amonestaciones de los padres, amos y
jueces (Jurado, 2004: 41-42).

1826

Ley de 3 de Art. 29 Los jueces letrados y alcaldes municipales procederán contra los vagos, ociosos
mayo de 1826 o y mal entretenido que existan en el lugar ò lugares de su distrito. La ley reputa por
ley 60 vagos, y sujeta á este procedimiento:

1º Al que sin oficio, ni beneficio hacienda ó renta vive sin saberse de donde le venga la
subsistencia por medios licitos y honestos:

2º Al que aun teniendo alguna renta ó emolumento de que susistir, no se le conoce otro
empleo que el de casas de juego, compañías mal opinadas, frecuencia de parajes
sospechosos y ninguna demostracion de emprender destino ú ocupacion util:

3º Al que sin lesion bastante que le impida ejercer algun oficio, arte ó industria util,
anda de puerta en puerta pidiendo limosna:

4º Al hijo de familia que mal inclinado, no sirve en su casa en el pueblo sino de


escandalisar por sus malas costumbres y poco respeto á sus padres, sin propension ni
aplicación á la carrera à que estos le han destinado:

5º Al que tuviere una conducta manifiestamente relajada y que estuviere distraido, en


tabernas, en juegos y en casas de prostitutas:

6º Al que teniendo oficio lo le ejercita lo mas del año, sin motivo justo para no
ejercerlo:

7º Al que teniendo algun oficio, destino ù ocupación util, sin causa justa le abandona
enteramente y se entrega à la ociosidad:

8º Al que á pretesto de jornalero, oficial ó aprendis de algun oficio, si trabaja un dia, lo


deja de hacer en muchos, y el tiempo que debia estar ocupado lo gasta en la ociosidad:

9º A los muchachos forasteros en los pueblos, que andan en ellos pròfugos sin destino:

10º A los muchachos naturales de los pueblos que por haber quedado huérfanos ó por
descuido de sus padres que abandonan su educacion, no tienen otro ejercicio que el de
pedir limosna:

11º A los que andan en cada pueblo, ó de uno en otro vendiendo mercancias y efectos
que según la prudente estimacion del jeuz no produscan lo necesario para mantenerse el
tratante y su familia si la tuviese:

12º Los que con pretesto de estudios viven sin sujecion á sus respectivos superiores, sin
cumplir con las obligaciones escolares, y entregados á la ociosidad.

271
1836

Ley 9 de Abril 6 Art. 4º Se reputan por vagos


de 1836
1º. Los que sin oficio ni beneficio, hacienda ó renta, viven sin saberse los medios lícitos
i honestos de donde venga la subsistencia.

2º. Los que, aún teniendo renta ó emolumentos de que subsistir, no se les conoce otra
ocupación que la habitual compañia i amistad de hombres vagos i criminales, ó la
frecuentacion de casas de juego, ó de mujeres tenidas y reputadas por prostitutas.

3º. Los hijos de familia que no sirven en su casa, i en el público, sino de escandalizar
por sus malas costumbres i poco respeto a sus padres, sin manifestar aplicación a la
carrera á que ellos los destinen.

4º. Las prostitutas ó mujeres públicas, tenidas y reputadas por tales.

5º. El que á pretesto de jornalero, oficial o aprendiz de algún oficio, si trabaja un dia lo
deja de hacer en muchos, sin tener otro medio legítimo de subsistencia, i que el tiempo
que debería estar ocupado lo consume en la ociocidad.

6º. Los muchachos forasteros, que andan en los pueblos prófugos, errantes ó sin destino.

7º. Los que habiendo emprendido la carrera de estudios, viven sin sujeción á sus
respectivos superiores, sin cumplir con sus obligaciones escolares i entregados á la
ociosidad."

Art. 5º La calidad de vagos se acreditará sumariamente de oficio, por denuncio ó á


virtud de pedimento fiscal, por información de testigos ú otras pruebas verídicas i
dignas de fé, según las leyes.

1858

Código de Artículo 41. Los hechos que por el presente Código se prohiben i castigan, son
Policía de 1858 contravenciones a la policía, a no ser que espresamente se califiquen en él como delitos.

Artículo 467 Se reputan vagos:

1º Los que sin ejercer oficio, ni tener beneficio, hacienda o renta, vivan sin saberse los
medios lícitos i honestos de donde les venga la subsistencia.

2º Los jornaleros, oficiales, aprendices o sirvientes domésticos que no teniendo otro


medio de subsistencia que su oficio, pasen la mayor parte del tiempo en ociosidad i
disipacion;

3º Los muchachos forasteros que anden errantes i sin destino;

4º Los que dependiendo de otro por razon de su estado o por contrati que traiga

272
aparejada sujecion, abandonen la persona de quien dependen i se entreguen a la
ociosidad;

5º Los hijos de familia insoburdinados que escandalicen por sus malas costumbres i
poco respeto a sus padres, sin consagrarse a la carrera o aprendizaje a que ellos los
hayan destinado;

6º Los estudiantes que, viviendo léjos de sus padres se entreguen a la ociosidad i no se


sujeten a los respectivos superiores, ni cumplan las obligaciones que les conciernan;

7º Las mujeres que por su conducta relajada i escandalosa sean notoriamente tenidas i
reputadas por públicas prostitutas;

9º Los ebrios habituales i escandalosos;

10. Los que pudiendo ganar la subsistencia con su trabajo, se entregan a la mendicidad.
(Tanco, 1923: t. 2).

1888

Ordenanza 38 Art. 49. Son vagos los que se encuentran en alguno de los casos siguientes:
sobre Policía
1º Los que sin ejercer oficio ni beneficio, hacienda o renta, viven sin saberse los medios
lícitos y honestos de donde les venga la subsistencia;

2º Los que, aun teniendo rentas ó emolumentos de qué subsistir, se entregan á la


ociosidad y cultivan relaciones más ó menos frecuentes con personas viciosas y de
malas costumbres;

3º Los hijos de familia ó pupilos á quienes sus padres ó guardadores no pueden ó no


quieren sujetar y educar debidamente, y que, ó se entregan á la ociosidad, ó aunque
ocupen útilmente el tiempo, causen frecuentes escándalos por su insubordinación á la
autoridad ó al guardador, ó por sus malas costumbres;

4º Los menores sirvientes domésticos y jornaleros que sean encontrados por la Policía
en casas de juegos permitidos tres y más veces en el curso de un trimestre;

5º Las mujeres públicas;

6º Los oficiales, jornaleros, aprendices y sirvientes domésticos que pierden en la


ociosidad parte del tiempo, de suerte que lo que ganen no les alcance para atender á su
decente manutención, siempre que no se sepa el medio legítimo como proveerá á sus
necesidades;

7º Los estudiantes que se entregan á la ociosidad y no pueden por eso cumplir


satisfactoriamente sus deberes escolares;

8º Los que mendigan contra la prohibicion de la Policía y sin inconveniente grave para
trabajar;

9º Los que andan de pueblo en pueblo sin ejercer una industria ú oficio capaz de

273
proporcionarles honradamente la subsistencia;

10. Los que hayan sido conducidos á la cárcel ó á alguna casa particular por ebriedad
dos ó más veces;

11. Los que sean condenados por juegos prohibidos ó permitidos, por cinco y más
hechos ejecutados en el curso de un mes (Asamblea de Cundinamarca, 1889: 81).

1902

Código de Cap. III Indigencia y mendicidad


Policía
Art. 475. El individuo que mendigue sin licencia será reputado como vago […]

Art. 479. Cuando una persona san conduzca ó exponga en público á un niño estropeado
ó enfenremo como pretexto para mendigar, tal persona se reputará como vaga, y el niño
como desamparado y sin domicilio, según el caso, procediéndose, respecto de ellos,
cmo se previen en este Código.

Cap. V Vagancia

Art. 490. Son vagos los que se encuentren en alguno de los casos siguientes?

1º. Los que, sin tener oficio ni beneficio, hacienda ó rente, viven sin saberse los medios
lícitos y honestos de donde les venga la subsistencia;

2ºLos que, aun teniendo rentas ó emolumentos de qué subsistirm se entregan á la


ociosidad y cultivan relaciones más ó menos frecuentes con personas viciosas y de
malas costumbres;

3º. Los hijos de familia ó pupilos á quienes sus padres ó guardadores no pueden ó no
quieren sujetar y educar debidamente, y que, ó se entregan á la ociosidad, ó aunque
ocupan útilmente el tiempo, causan frecuentes escándalos por su insubordinación á la
autoridad ó al guardador, ó por sus malas costumbres;

4º. Los menores, sirvientes domésticos y jornaleros que sean encontrados por la Policía
en casas de juegos permitidos tres y más veces en el curso de un trimestre;

5º. Las mujeres públicas;

6º Los oficiales, jornaleros, aprendicer y sirvientes que pierden en la ociosidad parte del
tiempo, de suerte que lo que ganen no les alcance para atender á su decente
manutención, siempres que no se sepa el medio legítimo cómo proveer á sus
necesidades;

7º Los estudiantes que se entreguen a la ociosidad y no pueden por eso cumplir


satisfactoriamente sus deberes escolares;

274
8º. Los que mendigan contra la prohibición de la Policía y sin inconveniente grave para
trabajar;

9º. Los que andan de pueblo en pueblo sin ejercer una industris ú oficio capaz de
proporcionarlos honradamente la subsistencia;

10,. Los que hayan sido conducidos a la cárceló á alguna casa particular por ebriedad
dos ó más veces;

11. Los que sean condenados por juegos prohibidos ó permitidos, por cinco o más
hechos ejecutados en el curso de un mesç (Asamblea de Cundimarca, 1904: 65-66).

1922

Código de Repútense vagos: a los que sin tener oficio ni beneficio, hacienda o renta, vivan sin
Policía de 1922 ocupación lícita u otro medio legítimo de subsistencia y cuyos malos antecedentes
legales, por delitos contra la propiedad, estén comprobados plenamente; a los que
mendigan públicamente contra la prohibición de la policía y sin inconvenientes graves
para trabajar, a juicio de dos facultativos nombrados por el funcionario que conozca el
caso, a falta de dichos facultativos podrá nombrarse a dos personas honorables del
vecindario; a los ebrios consuetudinarios, debiéndose acreditar este hecho con
declaraciones de personas honorables del vecindario, siempre que aquellos no tengan
oficio ni beneficio, ni otro medio lícito de subsistencia; los que hayan sido condenados
por tres veces por alguna autoridad, como violadores de disposiciones sobre juegos
prohibidos, e inccurran nuevamente en la misma falta; los que sean convictos de
proyecto o proyectos fingidos de falsificación de moneda o de documentos de crédito
bancario o del Estado; y toda persona bajo cuya dirección, protección, consejo o ayuda,
otra persona ejerza la prostitución pública o privadamente (Castro, 2011:…) Ordenanza
22 de 1922 sobre reformas del Código de Policía (Compilación de Leyes y Ordenanzas
de Beneficencia y Asistencia Social de Cundinamarca, 1860-1942. Bogotá, 1942).

1926

Decreto 1863 de Artículo 1. Son vagos:


noviembre 8 de
1926 1. Los que, sin tener oficio, capital o renta no comprueben medios lícitos y honestos de
subsistencia.

2o. Los individuos que sufran cuatro o más condenas de policía en un semestre.

3o. Los menores de edad que causen frecuentes escándalos por su insubordinación a la
autoridad de las personas de quienes dependan, o que observen reconocidas malas
costumbres, o que sean hallados en casas de lenocinio por tres veces o más en un
trimestre, o en casas de juegos permitidos por más de cinco veces por trimestre.

También contempla la norma en lo relacionado con los vagos, delitos conexos como los

275
ebrios consuetudinariosm los que se hallaren practicando juegos prohibidos, los
reincidentes, rameras, mendigos y los que andan de pueblo en pueblo sin ejercer una
industria u oficio que les proporciones honradamente la subsistencia (Castro, 2011: 59).

276
ANEXO 2. CRONOLOGÍA DEL DESARROLLO Y EVOLUCIÓN DE LAS PENAS

1369

Ley de 1369, Grande daño viene á nuestros Reynos, por ser en ellos consentidos y gobernados
con la cual se muchos vagamundos y holgazanes, que podrían trabajar y vivir de su afan, y no lo
fijan las “Penas hacen; los cuales no tan solamente viven del sudor de otros, sin lo trabajar y merescer,
de los mas aun dan mal exemplo á otros que los ven hacer aquella vida, por lo qual dexan de
vagamundos de trabajar, y tornanse á la vida dellos; y por esto no se pueden hallar labradores; y fincan
ambos sexos y muchas heredades por labrar, y vienense á ermar. Por ende Nos, por dar remedio á esto,
facultad de mandamos y ordenamos, que los que ansí anduvieren vagamundos y holgazanes, y no
tomarlos y quisieren trabajar por sus manos, ni vivir con señor, si no fuesen tan viejos y de tal
servirse de disposición, ó tocados de tales dolencias, que conoscidamente parezca por su aspecto,
ellos” que son hombres y mugeres que por sus cuerpos no se pueden en ningunos oficios
proveer ni mantener; que todos los otros hombres y mugeres así vagamundos, que
fueren para servir soldadas, ó guardar ganados, ó hacer otros oficios razonablemente, y
no quisieren afanar y servir á señor, que qualquier de los nuestros Reynos los pueda
tomar por su autoridad, y servirse dellos un mes sin soldada, salvo que les dé de comer
y de beber; y si alguno no los quisiere así tomar, que la Justicia de los lugares haga dar á
cada uno de los vagamundos y holgazanes sesenta azotes, y los echen de la villa (a)355; y
si las justicias así no lo hicieren, que pechen por cada uno de los dichos holgazanes
seiscientos maravedís para la nuestra Cámara, y los doscientos maravedís dellos para el
acusador (NRLE, 1745: 429-30).

1552

Mandamos, que los vagamundos, que según las leyes de nuestros Reynos han de ser
castigados so pena de azotes, de aquí adelante la dicha pena sea á que sirvan por la
primera vez en las nuestras galeras quatro años, y sea traído á la vergüenza
públicamente, seyendo el tal vagamundo mayor de veinte años; y por la segunda vez le
sean dados cien azotes, y que sirva en nuestras galeras ocho años; y por la tercera vez le
sean dados cien azotes, y sirva perpetuamente en las dichas galeras (NRLE, 1745: 430).

1566

En quanto toca á los vagamundos se guarde, cumpla y execute lo contenido y dispuesto


en la pragmática y ley precedente de 1552; y que los dichos vagamundos que
verdaderamente lo fueren, sean condenados en la dicha pena, no embargante que digan
y aleguen no haber sido amonestados por pregon público, ó particular amonestacion que
por la presente declaramos y ordenamos, que aunque no preceda la dicha amonestación

355
En nota al pié bajo la letra (a) se aclara que este pena de expulsión en 1775, puede ser conmutada por la
servicio a las armas.

277
ni pregon, pueden y deben ser condenados conforme á la dicha pragmática (NRLE,
1745: 430-31).

1745

Ley I. Penas de Por ende Nos, por dar remedio á esto, mandamos y ordenamos, que los que ansí
los vagamundos anduvieren vagamundos y holgazanes, y no quisieren trabajar por sus manos, ni vivir
de ambos sexos; con señor, si no fuesen tan viejos y de tal disposicion, ó tocados de tales dolencias, que
y facultad de conoscidamente parezca por su aspecto, que son hombres o mugeres que por sus
tomarlos y cuerpos no se pueden un ningunos oficios proveer ni mantener; que todos los otros
servirse de hombres y mugeres asi vagamundos, que fueren para servir soldadas, ó guardar
ellos. ganados, ó hacer otros oficios razonablemente, y no quisieren afanar ni servir á señor,
que cualquier de los nuestros Reynos los pueda tomar por su autoridad, y servirse dellos
un mes sin soldada, salvo que les dé de comer y de beber; y si alguno no los quisiere así
tomar, que la Justicia de los lugares haga dar á cada uno de los vagamundos y
holgazanes sesenta azotes, y los echen de la villa y si las Justicias así no lo hicieren, que
pechen por cada uno de los dichos holgazanes seiscientos maravedís para la nuestra
Cámara, y los doscientos maravedís dellos para el acusador (1805: 429-430).

Ley II. Destino Todo hombre ó muger que fuere sano, ó tal que pueda afanar, sean apremiados por los
de los Alcaldes de las ciudades, villas y lugares de nuestros Reynos, que afánen y vayan á
vagamundos á trabajar y labrar, ó que vivan con señores, ó que aprendan oficios en que se mantengan,
oficios, ó al y no les consientan que estén baldíos; y que lo hagan así pregonar; y si despues del
servicio con pregon los hallaren baldios que les hagan dar cincuenta azotes, y les echen fuera de los
señores” lugares: y mandamos a las Justicias, que lo hagan así guardar, so pena de perder sus
oficios: y esto se entienda, salvo si fueren hombres enfermos y lisiados en sus cuerpos,
Libro XII, o hombres muy viejos, ó mozos menores de edad de doce años (Ibíd.: 430).
Título XXXI
Novísima
Recopilación.

Ley IV Mandamos, que los vagamundos, que según las leyes destos nuestros Reynos han de ser
Aumentos de castigados en pena de azotes, de aquí en adelante la dicha pena sea á que sirvan por la
penas á los primera vez en las nuestras galera quatro años, y sea traido á la vergüenza públicamente,
vagamundo, y seyendo el tal vagamundo mayor de veinte años; y por la segunda vez le sean dados cien
su destino á azotes, y sirva en nuestras galeras ocho años; y por la tercera vez le sean dados cien
galeras azotes, y sirva perpetuamente en las dichas galeras. (Ibíd.:430).

Libro XII,
Título XXXI
Novísima

278
Recopilación.

Ley VI … y que (como está advertido en la cédula de 21 de Julio de 1717, y en el artículo 41 de la


Observancia de instrucción de Intendentes de 4 de Julio de 718) los que fueren hábiles y de edad competente
las leyes contra para el manejo de las armas, se pongan en custodia, para que, dándome cuenta, los mande
los vagamundos destinar á los Regimientos que sea conveniente; y en el interin se executa, y estan detenidos
y holgazanes; y en las cárceles, han de ser asistidos con una racion de pan de á veinte y quatro onzas
su destino á los castellanas, y quatro quartos al dia; valiéndose á este fin las Justicias de los caudales de
Regimientos penas, y á falta dellos, de los Arbitrios y Propios de las Comunidades. (Ibíd.:431).

Libro XII,
Título XXXI
Novísima
Recopilación.

1775 - 1795

1775 Ley VII He venido a declarar y mandar, se proceda de aquí en adelante á hacer las levas anuales y de
Real ordenanza tiempo en tiempo en las capitales y pueblos numerosos, y demas parages donde se
para las levas encontraren vagos y personas ociosas, para darles empleo útil […] 4. Por las mismas razones
anuales de deberán proceder las Justicias ordinarias en los demas pueblos del Reyno á prender y
todos los detener los vagamundos, ociosos y mal entretenidos, como les está encargado y mandado
pueblos del por otro Real decreto de 5 de Enero de 1726, promulgado de órden de mi augusto padre, y se
Reyno. repitió por Real decreto de 15 de Diciembre de 1733 […]

5. Los vagos y ociosos aprehendidos, que fueren hábiles y de edad competente para el
manejo de las armas, se mantendrán en custodia, y sin prisiones en caso de ser las cárceles
Libro XII, seguras, y que no haya recelo de fuga; pero en cualquiera de estos dos casos se les asegurará
Título XXXI con prisiones.
Novísima
Recopilación. 6. La edad de los vagos aplicables al servicio de las Armas se ha entender desde diez y siete
años cumplidos hasta treinta y seis tambien cumplidos.

7. La estatura se ha de regular la misma que está prevenida para el reemplazo del Exército,
que es la de cinco pies cumplidos; […] teniéndose alguna consideración á los que prometen
aun disposicion de crecer y adquirir mayor estatura, para no desecharlos, […]

8. Para calificar las inhabilidades corporales, que apartan las gentes de entrar en el servicio
de las Armas como inútiles, mando, se arreglen las Justicias á los dispuesto en el artículo
treinta y quatro de la misma Real ordenanza de reemplazos en todo y por todo.

9. A ningún casado a título de vagos se le ha de aplicar al servicio de las Armas, aunque


concurran en él todas las calidades necesarias, para evitar los abusos en que se podía caer,
afectándose las quejas y causas para aplicar algunos indebidamente á este destino; pues si
las Justicias tuvieren motivo de corregirle por ocioso, se ha de proceder conforme á
Derecho, haciéndole causa, oyéndole todas sus defensas, y determinando lo que fuere de

279
Derecho, mas nunca se le ha de incluir en la providencia de levas generales ni particulares.

10. La permanencia en las cárceles, de los que fueren aprehendidos en las levas, debe ser de
muy corta duracion, por no molestarles inútilmente con la prision, y excusar gastos en la
manutencion; a cuyo efecto mando a todos los Jueces y Justicias ordinarias, procedan en este
asunto con la preferencia, actividad y zelo que exige. (Ibíd.: 431-434)

Ley VIII Habiendo acreditado la experiencia que muchos vagos y mal entretenidos toman el estado
Derogacion del del matrimonio, con el objeto de continuar en sus desarregladas vidas, sin la contingencia de
artículo 9 de la ser aprehendidos como tales, y aplicados al servicio de las Armas, con arreglo al articulo 9
ley anterior de la última ordenanza de levas, y conviniendo al bien de mi servicio y de la causa pública
sobre aplicación cortar los graves perjuicios que de su observancia se originan; he venido en derogar el citado
de los vagos articulo 9., y mandar, que no solo fuesen comprehendidos en la leva los que se hallen en
casados iguales circunstancias, sino tambien qualquier reo que se halle detenido por alguno de
aquellos delitos, que no siendo contrarios á la comun estimacion de las familias, ni de los
mismos que los cometen, no se oponen al honroso servicio de las Armas. (Ibíd.: 437),

Libro XII,
Título XXXI
Novísima
Recopilación.

Bando de Buen … y teniendo presentte el derecho que en castigo de la Culpa de Nuestros primeros Padres
Gobierno de les ympusso el mismo Dios la pena de que se mantuvieren con el sudor de su rostro, reputa
Antioquia 1777 por Ladrones de la Republica a todos los Ociossos, y Bagos, que en Contravenzion a este
Divino precepto, se mantienen Con el sudor y trabajo de su proximo, en Cuyo Concepto,
deven ser como perniciosos y perjudiciales, expelidos y arrojados de la Republica, y será
mui culpable cualquiera que los auxiliare, aunque sea con el pretexto de piedad, y limosna,
pues esta se deve ejecutar con los Pobres, Viejos, enfermos, tullidos, y otros, que con
lexitimo impedimento no puedan trabajar, pero no con una clase de Gente tan perniciosa, y
Nosiva (AGN. Fondo Curas y Obispos, t, 48, doc 10 ff 229r-241v).

Circular de 12 … para que sirviese de adicion á la ordenanza de levas, que á todo vago de deserte, y sea
de Mayo de aprehendido, se imponga la pena de servir por un año en las obras públicas de estos Reynos;
1779 y que cumplido este término, pase a servir en los Regimientos fixos de América por el
tiempo de ocho (1805: 438).
Libro XII,
Título XXXI
Novísima
Recopilación.

1780 Ley IX. Enterado de varias representaciones de los Capitanes Generales, y de los repetidos recursos
Destino fixo de de muchos individuos aplicados al servicio de las Armas en calidad de vagos, sobre que se

280
por tiempo de destinen estos á los Cuerpos españoles; y deseando evitar el disgusto, que una odiosa
ocho años de los diferencia en el tiempo podría ocasionar entre los individuos de un Cuerpo, viendo que se
vagos para el destinan por ménos á los vagos que á los quintos […] he tenido a bien resolver, que se
servicio de las uniforme el tiempo de unos y otros; […] Lo que comunicará mi Consejo para su
Armas cumplimiento á los Tribunales y demas Jueces á quienes toque; previniéndoles que con la
remision de vagos acompañen la correspondiente nota de cada uno, para que pueda servir de
Libro XII, gobierno al Inspector general en el repartimiento y colocacion que deba hacer de esta gente
Título XXXI en los respectivos Regimientos (Ibíd.: 437).
Novísima
Recopilación.

Ley X Destino y 1. Que las Justicia amonesten a los padres, y cuiden de que esos, si fueren pudientes, recojan
ocupacion de á sus hijos é hijas vagos. Les den la educacion conveniente, aprendiendo oficio ó destino
los vagos útil, colocándolos con amo ó maestro; en cuya forma, interin se forman las casas de
ineptos para el recoleccion y enseñanaza caritativa, se logrará arreglar quanto ántes la policía general de
servicio de las pobres, y apartar de la mendiguez y de la ociosidad á toda la juventud, atajando el progreso
Armas y Marina y fuente perenne de la vagancia.

2. Que quando sean huérfanos estos niños y niñas vagantes, tullidos, ancianos o miserables,
vagos ó viciosos los mismos padres, tomen los Magistrados políticos las veces de aquellos; y
supliendo su imposibilidad, negligencia o desidia, reciban en sí tales cuidados de colocar
con amos ó maestros á los niños y niñas, mancomunando en esta obligación no sólo á la
Libro XII,
Justicia, sino tambien á los Regidores, Jurados, Diputados y Síndicos del Comun; pues con
Título XXXI
este impulso universal y sistemático en todos los pueblos se logrará desterrar de ellos en su
Novísima
raiz la ociosidad, y sacar partido ventajoso de la multitud de personas, que aunque
Recopilación.
componen parte de la poblacion general del Reyno, son en el estado actual carga y oprobio
de él; contribuyendo semejante descuido á mantener enflaquecida la fuerza esencial del
Estado, que consiste en disponer las cosas de modo que con el progreso del tiempo no exista
ociosa en el Reyno persona alguna capaz de dedicarse al trabajo: por cuyo medio se logrará,
que se arraiguen en estos Reynos las fábricas y manufacturas; ejercitándose en la
preparación de las primeras materias los vagos de ambos sexos, que por lo comun existen en
las ciudades y villas populosas, y con dificultad se podrán destinar útilmente á la labranza y
el pastoreo de los ganados (Ibíd.:438).

Ley XI 24 de … todos los nobles, que sean aprehendidos por vagos y mal entretenidos, se destinen al
Abril, de 1781 servicio de las Armas en calidad de soldados distinguidos, observándose en la declaracion
Destino de los de tales las mismas formalidades y reglas prevenidas en la Real ordenanza de levas de Mayo
nobles, de 1775 (Ley 7) (Ibíd.: 439).
aprehendidos
por vagos y mal
entretenidos, al
servicio de las
Armas.

Ley XII de 11 … he venido en declarar que en las sucesivas levas se observen las reglas siguientes:
de Enero de

281
1784 1. Los mozos sanos y robustos, que fuesen desechado para el servicio de las Armas por no
Conduccion de tener la talla correspondiente, se aplicarán a la Marina, en donde se admitirán para el
los vagos, servicio de batallones, […]
ineptos para el
servicio de las 3. Los vagos ineptos para el servicio de Armas y del de la Marina, que no tuvieren otro
Armas y delito que este vicio, y tambien los muchachos de corta edad que fueren aprehendidos por
Marina, a sus vagos, se remitirán á los hospicios ó casas de misericordia del partido, ó de la capital de la
respectivos provincia, para que se les instruya en las buenas costumbres, y les hagan aprender oficios y
destinos. manufacturas, dándoles ocupacion y trabajo proporcionado á sus fuerzas, ó que se apliquen
al que ya supieren; á fin de que, dando pruebas de su aplicación y enmienda, puedan con el
tiempo restituirse á su patria, ó donde les convenga fixar su domicilio, para hacerse vecinos
útiles y contribuyentes.
Libro XII,
Título XXXI 5. No habiendo todavía en el Reyno suficiente número de hospicios y casas de misericordia,
Novísima y no debiendo mezclarse con los demas hospicianos los vagos, que ademas de su vagancia
Recopilación. se contemplen con vicios perjudiciales, para que no les influyan sus resabios; se destinarán
salas o lugares de correccion contiguas á los mismos hospicios, en que con separacion estos
vagos resabiados se emplean en los trabajos de las obras, huertas y demas faenas de la casa.

7. Y los vagos que excedan de quarenta años se aplicarán á las obras, ó á los hospicios segun
su edad ó robustez (Ibíd.: 439-440).

Real órden Prohibió el Rey absolutamente el que se destinasen a las Armas, y admitiesen en los
circular de 1 de Cuerpos, los vagos ó sentenciados casado. Pero después en otra de 30 de Julio comunicada
Septiembre de al Consejo en 30 de Agosto, enterado S.M. de la poca fuerza en que se hallaban los
1789 batallones de Marina, y no poderle llenar sus importantes objetos; resolvió, que se
destinasen y admitieran en ellos los casados, mientras no lleguen a completarse (1805: 437).
Libro XII,
Título XXXI
Novísima
Recopilación.
(Nota de pié 15)

Real órden de … mando S.M. admitir en los batallones de Marina en calidad de jóvenes, siempre que sean
27 de Junio de bien apersonados, de sana contextura, y de doce á catorce años de edad, los destinados por
1791 las Justicias, ó aplicados por vagos á este servicio, con la obligacion de continuar en el ocho
años desde que cumplan los diez y seis; y que estos esten para todo en igual caso que los
Libro XII, voluntarios, mediante que su corta edad borra la nota de haber sido destinados al servicio de
Título XXXI las Armas (1805: 436).
Novísima
Recopilación.
(Nota de pié 14)

282
Cédula del 9 Que con el fin de contener y castigar la vagancia de los conocidos con el nombre de Gitanos,
marzo de 1795 ó Castellanos nuevos tomó mi glorioso Padre Carlos III […] las providencias que estimó
oportunas y para ello se promulgó la Pragmática-Sancion, su fecha diez y nueve de
Septiembre de mil setecientos ochenta y tres, y entre los Capitulo que comprehende […]

Cap. 35. […] á todos los llamados Gitanos, y á qualesquiera otros delinqüentes vagantes que
han perturbado hasta ahora la pública tranquilidad, si dentro del citado término de noventa
días se retiraren á sus casas, fixaren domicilio, y se aplicaren á oficio, exercicio ú ocupacion
honesta, concedo Indulto de sus delitos y excesos anteriores, sin exceptuar los de
contrabando, y desercion de mis Reales Tropas y Baxeles (Sánchez, 1797: 106-07).

1825 - 1888

Ley 11 de Art. 61. Los jefes municipales no permitirán: primero, que haya cuestores de limosnas en
marzo 11 de sus cantones sin espresa licencia del intendente: segundo, que haya vagos ni mal
1825. Sobre la entretenidos, y al efecto los destinarán al servicio de las armas si fueren útiles y sin sueldo,
organización y por un tiempo determinado y que no podrá pasar de tres meses; ni que ningun mendigo pida
réjimen politico limosna publicamente sin patente ó licencia por escrito del juez local, quien deberá
y económico de concederla solamente a las personas que no puedan ganar el sustento con su trabajo: tercero,
los que las diversiones públicas y permitidas nunca sean contrarias á la moralidad, ó que se
departamentos y vicien con juegos de suerte y azar, perjudiciales siempre al honor y bien de los ciudadanos
provincias (Congreso de la República, s.f.: 24).

Ley 60 de 1826, Art 30. Los vagos comprendido en cualquiera de las clases espresadas en el articulo anterior
3 de mayo serán condenados al servicio de la marina por dos a seis años, para cuyo efecto el juez que
Sobre los haya condenado los remitira al gobernador de la provincia para que este los remita al
procedimiento comandante de marina mas inmediato, costeandose su conduccion de las rentas municipales
en las causas de de los lugares por donde transiten
hurto y robo
Art. 35. La facultad que se concede por esta ley á los jueces letrados y alcaldes municipales
para proceder contra los vagos, no altera ni disminuye en nada la que tienen los jefes
políticos municipales para perseguir los mismos vagos, y destinarlos gubernativamente y por
vía de correccion ál servicio de las armas en el ejército permanente ó al de policia de los
lugares con arreglo al artículo sesenta y uno de la ley de ocho de marzo de mil ochocientos
veinticinco, año decimo quinto, sobre el gobierno político, y económico de los
departamentos (Congreso de la República, s.f.: 467-469).

Lei Orgánica del Parágrafo único del Art. 33 sobre la conscripcion militar: Los vagos conocidos por tales, i
Ejército Junio que no tengan vicios capitales, serán destinados al ejército, i su número se descontará del
10 de 1833 continjente de la parroquia (distrito) á que pertenezcan (De Pombo, 1845: 382).

283
Ley 6 de Abril Art. 1º Ningun mendigo pedirá limosna públicamente sin licencia por escrito del alcalde del
de 1836 Sobre distrito parroquial donde ha de mendigar, quien la concederá únicamente á aquellas personas
el modo de inválidas, notoriamente incapaces de ganar el mantenimiento con su trabajo. El mendigo que
proceder contra contraviniere esta disposicion será perseguido como vago, si no fuere persona inválida; i en
los vagos y en caso de serlo, sufrirá de tres á siete días de prision. I luego recibirá la licencia
las causas de correspondiente para mendigar.
menor cuantía
Art. 10. Los vagos serán condenados segun la mayor o menor gravedad de los casos, i según
sus diversas aptitudes i demas circunstancias que acompañen el hecho:

1º. A servir en calidad de concertados con individuos particulares, ó de establecimientos


públicos, por un tiempo de dos á seis años; ó al servico de las armas

[parágrafo único] Cuando haya de destinarse á los vagos al servicio de las armas, se
observará siempre lo dispuesto en el parágrafo único del artículo 33 de la lei de 10 de junio
de 1833, sobre, la organización del ejército permanente

3º. A formar nuevas poblaciones ó caserios en parajes desiertos ó baldíos, á las orillas de los
caminos públicos, ó á aumentar las poblaciones ya establecidas; provisionándoseles, por
cuenta de las rentas provinciales, aquellos ausilios indispensables para su establecimiento i
subsistencia, según los decretos que al intento espedirán las cámaras de provincia
(Ibíd.:169).

Lei 8. Mayo 29 Sobre jóvenes hijos de esclavos nacidos libres


de 1842.
Adicional a la Art. 4º […] es un deber del alcalde destinarlo hasta que cumpla veinticinco años á oficio,
lei 21 de julio arte, profesion ú ocupacion util, concertándolo a servir con su antiguo amo ó con otra
de 1821 sobre persona de respeto que pueda esducarlo é instruirlo […] se consultará con la voluntad del
manumisión jóven […]

Art 6º Los jóvenes […] que no se concertaren, ó que concertados se fugaren, ó no


cumplieren debidametne con las obligaciones de su concierto, serán como vagos, destinados
por el alcalde al ejército permanente, despues de oír al personero comunal (Ibíd.: 185).

Decreto de 31 CONSIDERANDO:
de marzo de
1843 1º Que por el artículo 10 i su parágrafo único de la lei de 6 de abril de 1836, los vagos
pueden ser concertados para servir en establecimientos públicos i destinados á formar
poblaciones; i por el artículo 3º de la lei 14 de 1842 puede igualmente obligárseles á trabajar
en concierto:

2º Que en la empresa de la construccion del camino de Quindío i formacion de las


poblaciones que en él deben establecerse, se presentan facilidades para dar ocupacion á los
vagos con provecho de la empresa i utilidad de estos, que á la vez que tendrán asegurada su
subisitencia durante el concierto, aprenderán á trabajar i adquirirán el hábito de hacerlo;

DECRETO

284
Art 1º Autorizase al director del camino de Quindío para que pueda recibir en concierto
vagos con destino á trabajar en el camino i en las obras i establecimientos que en él deben
hacerse.

Art. 3º Al recibir un vago en concierto se pondrán por escrito las condiciones y tiempo que
este deber durar. Una de las condiciones será que el vago deber trabajar diariamente en las
ocupaciones para que el director lo juzgue mas á propósito. En el mismo documento se
expresará los medios coercitivos de que podrá usarse para obligar al vago a trabajar i
mantenerlo sujeto. Todo con arreglo a los artículos 3º i 4º de la lei 14 de junio de 1842.

Art. 5º Los Gobernadores de Mariquita i Cauca espedirán los reglamentos i órdenes


necesarias para arreglar el servicio de los vagos, que conforme á este decreto sean
concertados para trabajar en la parte del camino de Quidío que corresponde respectivamente
á aquellas provincias.

Art. 9º Los Gobernadores del Cauca i Mariquita dictarán las órdenes convenientes para que
sean concertados los vagos que haya en la respectiva provincia, conforme á las disposiciones
que quedan establecidas. Dado en Bogotá, á 31 de marzo de 1843.

(AGN. Sección: República. Fondo: Gobernaciones varias. Tomo: 118. Folio: 151).

1845 El Gobernador de Bogotá Pastor Ospina en su decreto del 5 de Octubre ordena: que “Los
condenados por el delito de vagancia debían purgar su descrédito o deshonra –la infamia, en
términos jurídicos- en los presidios o bajo las órdenes de un contratista. Cuando eran
asignados a la construcción o al arreglo de vías, quedaban a las órdenes del Ejército si las
obras se realizaban lejos de la ciudad, o de la Policía si se ejecutaban en el centro urbano o
en sus inmediaciones. A los acusados que presentaban alguna limitación física se les
asignaban labores dentro de las prisiones”. (Restrepo, 2011:116-117).

Entre 1945 y 1846, una tercera sección del deposito del presidio del Primer Distrito formada
por vagos aprehendidos en las afueras de la capital, se asignó a obras públicas de la
Provincia del Socorro. (Restrepo, 2011: 117-118).

1847 Algunos colonos que lograron la consolidación de empresas productivas fueron beneficiados
con mano de obra de Vagos, entre ellos, Aquileo Parra, que celebró un contrato con el
gobernador de la provincia, Manuel María Zaldúa en 1847 en los siguientes términos:

1. Recibir los vagos condenados por este delito hasta por seis años, a condición de ser
robustos para soportar el clima y el trabajo.

2. Una vez recibido el vago en concierto, éste no podrá ser desechado hasta terminar el
tiempo de la condena.

3. Los empresarios asumen los gastos de mantenimiento, medicinas en caso de enfermedad


y gastos de conducción.

4. El trabajo de los vagos será nuestra única retribución.

285
5. En caso de castigo no será más de 25 azotes, en caso de penas graves serán remitidos a la
autoridad.

6. En caso de fuga los empresarios responderán ante la Cámara Provincial con una multa de
50 pesos (A.G.N. Gobernaciones varias 91. F 666r. Citado por Ramos, 2000: 116).

1850 “A mediados del siglo XIX, las medidas restrictivas, conocidas como concertaje de vagos y
penas por vagancia, fueron perdiendo vigencia, cuando el pensamiento liberal conquistó
espacios políticos y se promovió la idea del libre mercado, hasta ser finalmente derogadas en
1851. Véase Gaceta Oficial, Bogotá, sábado 3 de mayo de 1851, No. 1219. A esta élite de
intelectuales liberales perteneció Manuel Ancízar, quien hizo manifiesto su rechazo ante la
adopción de estas medidas, y pidió a cambio la capacitación de ‘holgazanas y viciosas’, en
oficios que les pudiesen generar ingresos” (Castro, 2012: 39).

1851 PROYECTO DE LEI SOBRE VAGANCIA (46)

El Senado i Cámara de Representantes &c.

Decretan:

Art. 1º Corresponde a los jueces parroquiales en 1ª instancia el conocimientos de los juicios


de vagancia.

Art. 2º Corresponde en 2ª instancia a los jueces de circuito el conocimiento de dichos


juicios.

Art 3º El procedimiento que debe observarse tanto en la 1ª instancia como en la 2º, es el


detallado por las leyes de negocios criminales.

Art. 4º Los vagos solo podrán ser condenados a servir en calidad de concertados en
establecimientos públicos o particulares en donde puedan aprender algun oficio, por un
término que no pase de seis años.

Art. 5º Toca a los respectivos Alcaldes parroquiales la ejecucion de estas sentencias e


invijilar su cumplimiento. Al efecto luego que se les pase copia de la sentencia pronunciada
procederán a concertar al vago con el jefe del establecimiento público o particular que a bien
tengan.

Art. 6º Las condiciones del contrato se reducirán a escrito.

Art 7º El vago concertado queda sujeto a los reglamentos especiales qie arreglen o el
establecimiento público o el servicio de los domésticos en su caso. La persona que lo reciba
está ademas facultada para ejercer sobre él la misma autoridad que ejerce un padre sobre sus
hijos. Puede en consecuencia imponerle aquellos castigos correccionales que sean
convenientes para su mejora moral.

Art 8º Si durante el término del concierto, el vago acreditare que se ha reformado


adquiriendo no solo amor al trabajo, sino también la actitud necesaria para desempeñar un

286
oficio o industria de que pueda vivir honradamente, el Cabildo del respectivo distrito puede
declararlo libre del concierto, oyendo verbalmente o por escrito a la persona con quien fue
concertado.

Art 9º El Poder Ejecutivo procurará establecimientos de colonias agrícolas, industriales o


mineras en los lugares que estime convenientes. Cuando esto tenga lugar los vagos solo
serán condenados a servir en estos bajos los reglamentos que dicte el mismo Poder
Ejecutivo.

Art 10º Quedan derogados los artículos 1º, 2º, 3º i 4º de la lei 3ª parte 3ª tratado 2ª de la
Recopilacion Granadina i los artículos 5º, 6º, 7º, 8º, 9º i 10 de la lei 9º parte 3ª tratado 2º de
la misma recopilacion.

Propuesto a la Cámara del Senado por el infrascrito Secretario de Estado del Despacho de
Gobierno. – Manuel D. Camacho.

1858 Código de Artículo 41. Los hechos que por el presente Código se prohiben i castigan, son
Policía contravenciones a la policía, a no ser que espresamente se califiquen en él como delitos.

Artículo 42. El juzgamiento i castigo de los delitos de que trata este Código es de
competencia privativa de la policía, siempre que no tengan pena señalada en el Código
penal. De los delitos que tienen señalada en el Código penal i en el presente, solo conocerá
la policía cuando el ofendido intente su acusación ante ella; pero la pena de tales delitos en
este caso no puede esceder de la que se les señala en el presente Código

Artículo 48. Los jefes de policía pueden imponer las siguientes penas:

Trabajo en presidio. / Reclusion. / Trabajo en obras públicas. / Encierro correccional. /


Arresto. / Concierto. / Destierro. / Confinamiento. / Multa. / Comiso. / Caucion de buena
conducta.

Artículo 49. Toda pena impuesta por la policía se reputa correccional, i no suspende en el
que la sufra el ejercicio de los derechos políticos sin en cuanto este ejercicio sea
incompatible de hecho con el cumplimiento de la pena. […]

Artículo 468. Los individuos declarados vagos por los trámites que se establecen en el
presente Código, se castigarán con las penas correccionales que se determinan en los
articulos siguientes, aplicándolas en atención al sexo, edad, i condicion del individuo
Artículo 469. Cuando se proceda por primera vez contra un individuo como vago, si se
presenta alguna persona de responsabilidad que dé caucion de que tal individuo no
continuará observando la conducta que haya dado lugar al procedimiento, el Jefe de policía
podrá entregarlo a dicha persona mediante la caucion que debe prestar a satisfaccion de
dicho Jefe de policía.
Artículo 470. Si el individuo continúa en su mala conducta, se exijirá la responsabilidad del
que haya dado la caución i se procederá contra el vago para aplicarle la pena
correspondiente. Si la persona que hubiere prestado la caucion presentare ella misma el vago
a la policía manifestando que no ha logrado hacerle enmendar su conducta i que quiere se le

287
releve de la responsabilidad en que se constituyó, se le relevará de dicha responsabilidad.
Artículo 471. Si no hubiese quien diere caucion para asegurar la buena conducta del vago, o
si esta caucion no hubiere surtido efecto según el artículo anterior, se impondrá por pena al
vago, siempre que fuere posible, la de concierto por uno a cuatro años, bien para servir en la
fuerza permanente de la Confederacion o del Estado, bien para trabajar en fábrica, taller,
establecimiento rural u otro, o bien para servir en calidad de doméstico en casa particualr o
establecimiento público.
Artículo 472. Al que por cualquiera causa no pudiere concertarse conforme al artículo
anterior, se le confinará por el mismo tiempo en un Distrito cuya cabecera sea una aldea o
parroquia de poca poblacion, i en que haya facilidades para que cualquier individuo apto
para trabajar pueda subsistir de su trabajo.
Artículo 473. El que no cumpliere i el que violare el concierto o el confinamiento impuesto
conforme a los dos últimos artículos, será destinado a reclusion por el mismo tiempo del
concierto o del confinamiento; pero si éste escediere de un año, la reclusion no pasará de
este término. También se convertirá en esta pena la de confinamiento cuando el confinado
continuare entregado a la ociosidad o a los vicios, i requerido por el Jefe de policía del
Distrito no enmendare su conducta.
Artículo 474. Cuando un vago, habiendo cumplido la mitad de su pena, compruebe haber
abandonado los vicios que dieron lugar a la condena i haberse consagrado de buena voluntad
a una ocupacion lícita que le proporcione la subsistencia, el respectivo Jefe de policía
decretará la suspension de la pena, sin perjuicio de hacerla continuar si el individuo no
observare la conducta que haya prometido. Respecto de los que hubieren destinado al
servicio militar, no podrá tener lugar la rebaja.
Artículo 475. El vago que habiendo cumplido su condena reincidiere en su mala conducta,
será correjido con doble pena de la que haya sufrido, siempre que no esceda del máximo
señalado a tal pena. (Tanco, 1923:152-153)

1886 Acuerdo Art. 8º. Los mendigos que estén sanos y que no quieran permanecer en el Refugio, podrán
32 sobre salir de él siempre que comprueben que cuentan con recursos suficientes para su
creación de un subsistencia, y que se obliguen á no mendigar por las calles de la ciudad so pena de sufrir los
Refugio de castigos de que trata el Código de Policía (Municipalidad de Bogotá, 1887:769).
mendigos […]

1888 Ordenanza Art. 50. Los vagos serán condenados á trabajar en obras públicas por un mes ó un año, según
38 sobre Policía las circunstancias del hecho; pero los que se especifican en los números 3º, 4º, 5º y 7º no
podrán ser sacados á trabajar en lugares públicos, y se procurará su enmienda
preferentemente á cualquiera otra cosa. Puede, al efecto, con su consentimiento,
cambiárseles la pena impuesta por concierto con una persona honrada.
Art. 51. El condenado la primera vez por vago tiene derecho á que se le exima de sufrir la
pena de trabajos en obras públicas, siempre que preste una fianza, á satisfacción del Jefe de
Policía, de enmendarse en el hecho que ha motivado el procedimiento. Si violara el
compromiso, se hará efectiva la fianza y se obligará á cumplir la pena impuesta
primitivamente. [Derogado por el artículo 29 de Ordenanza 55 de 1915]

288
Art. 52. El que después de condenado como vago vuelva á incurrir en alguno de los casos
que constituyen la vagancia, será castigado con reclusión por un mes á un año. A las
personas de que hablan los números 3º, 4º, 5º y 7º del artículo 49, púede imponérseles un
lugar de reclusión-concierto, si este es posible y se cree preferible para su enmienda.
Art. 53. Siempre que alguno haya sido condenado á reclusión por vago, y se presentare una
persona de conocida honradez y buenas costumbres que se comprometa á dar trabajo al
penado por un tiempo doble del de la condena, mediante arreglos hechos con dicho penado,
á que éste observará buena conducta, y á pagar una multa de cincuenta pesos ($50) á cien
pesos ($100) caso de no cumplir lo ofrecido, ó de que el vago no ejecute el trabajo
convenido á otro equivalente; si éste aceptare el convenio, lo ratificara el Jefe de Policía, y
se llevará a efecto. Si se faltaré a lo prometido, sea porque no se le dé trabajo al penado, sea
porque éste no lo ejecute, ó porque observe una conducta notoriamente mala, se llevará el
penado á la reclusión para que cumpla la parte de pena que le faltaba cuando se hizo el
arreglo. También se exigirá la fianza, á menos que el fiador, apenas se viole el compromiso
por el penado, lo ponga á disposición de la autoridad para que se haga efectiva la pena. El
concierto de mujeres no se verificará sino en personas de notable moralidad y de especial
severidad de costumbres. [Derogado por el artículo 29 de Ordenanza 55 de 1915]
Art. 54. Cuando el vago sea reincidente y cause notables perjuicios en el lugar en donde
resida, el Alcalde podrá enviarlo, con los comprobantes del caso á la capital del
Departamento, á disposición del Gobernador, para que sea colocado en un cuerpo del
ejército nacional. [Derogado por el artículo 29 de Ordenanza 55 de 1915] (Asamblea de
Cundinamarca, 1889:81-82).
1902 - 1917

1902 Código de Cap. III Indigencia y mendicidad


Policía Art. 475. El individuo que mendigue sin licencia será reputado como vago, y si por su
invalidez no pudiere ser castigado como tal, será recluido en la Casa de refugio con
preferencia á cualquier otro indigente que pueda mendigar. La misma reclusión se impondra
al que abuse de la licencia que se le dé para mendigar.

Art 481. Cuando resulta supuesta invalidez de un individuo dado á la mendicidad, será
condenado á reclusión por tres á seis meses. (Asamblea de Cundianamarca, 1904:64)
Cap V Vagancia
Aplican los mismos castigos contemplados en la Ordenanza 38 de 1888 Art. 491-495.
(Asamblea de Cundinamarca, 1904:66)

1912 Ordenanza La Ordenanza No. 27 del Código de Policía del Departamento de Norte de Santander en
No. 54 de 1912 1924 incluyó a los vagos y vagas como mano de obra fuerza en la apertura de la carretera de
y su aplicación Cúcuta a Pamplona, en los siguientes términos:
en 1924 “Artículo 1º. Las obras públicas a que deben ser condenados los vagos según el artículo 127
de Ordenanza número 54 de 1912, serán las de la Carretera de Cúcuta a Pamplona, mientras
haya trabajo en aquellas obras o las que el gobierno estime conveniente. Exceptúense de esta
disposición los de la Provincia de Ocaña, quienes trabajaran en las obras públicas de ésta

289
Artículo 2º. Todas las autoridades municipales que de acuerdo con lo estatuido en el capítulo
X de la ordenanza 54 de 1912 tengan que conocer de la declaratoria de vagos en alguna o
algunas personas, remitirán a ésta o éstas, condenadas que fueren, si estuvieren
comprendidas entre las destinadas a trabajos públicos, por conducto de la primera autoridad
de la respectiva Provincia, a los trabajos establecidos, en la Carretera de Cúcuta a Pamplona
y a los demás que el Gobierno designe. Los gastos de conducción y alimentación serán
costeados por el Departamento” (citada por Castro, 2012: 54-55)
1917 Ordenanza N°. 19 de junio de 1917 Junta General de Beneficencia. […] aquellos que
explotan la caridad pública, se consideran como vagos que deberían ser remitidos por la
autoridad competente a una colonia penal14 (Arévalo, 2009: 174-75, citado por Castro,
Beatríz. El tratamiento de la pobreza urbana en Colombia, 1869-1922. Informe de la
Investigación (Cali. Universidad del Valle, 1998) policopiado, 26).

290
ANEXO 3. PROCEDIMIENTOS JUDICIALES CONTRA LOS VAGOS

1775 Real D. Carlos III, en Aranjuez por Real decreto y ced. de 7 de mayo de 1775. He venido
Ordenanza para en declarar y mandar, se proceda de aquí en adelante á hacer levas anuales y de
las levas anuales tiempo en tiempo en las capitales y pueblos numerosos, y demás parajes donde se
en todos los encontraren vagos y personas ociosas, para darles empleo útil (p. 431) […]
pueblos del
Reyno. 12. En la clase de vagos son comprendidos todos los que viven ociosos sin destinarse
á la labranza ó á los oficios, careciendo de rentas de que vivir, ó que andan mal
entretenidos en juegos, tabernas y paseos, sin conocérseles aplicación alguna; ó los
que, habiéndola tenido la abandonan enteramente, dedicándose a la vida ociosa o á
Novísima ocupaciones equivalentes a ella; estando prohibida la tolerancia de la ociosidad en
recopilación de buena razón política, y en las leyes de estos Reynos, señaladamente en las leyes 1, 2
leyes de España. y 4 de este título, promulgadas por los Señores Reyes Don Enrique II, Don Juan el I.
Tomo V. Libro y II., y Don Felipe el II., en diferentes años
XII. Titulo
XXXI. Ley VII. 13. Estas malas calidades se deben justificar con información sumaria con citacion
. del Síndico General ó Personero del Comun; y luego que se prenda al ocioso ó vago,
se le hará cargo, y tomará su declaracion; cuya citacion no se entenderá en Madrid ni
en los Sitios Reales, donde se observará la práctica actual.

14. Si pretende el preso de la leva por vago, ocioso o mal entretenido, probar
ocupación y arreglo en su porte, o emulación en los que hayan depuesto contra él, lo
ha de justificar dentro de tres dias precisos con toda individualidad; de manera que si
alegare estar dedicado á la labranza, ha de demostrar la yunta y tierras propias o
agenas en que labra, con las demas determinaciones oportunas para averiguar la
verdad; y lo mismo se ha de entender si alegare estar dedicado á oficio justificando el
taller propio ó ageno, y el maestro ú oficiales con quienes trabaja continuada y
efectivamente. […]

15. Como la ociosidad no se excluye por una aplicacion superficial, deben estimarse
por ociosos y vagos los que se encontraren á deshoras de las noches, durmiendo en
las calles desde la medianoche arriba, ó en casas de juego ó en tabernas, que
advertidos por sus padres y maestros, amos ó Jueces, por la tercera vez ó mas
reincidan en estas faltas, ó en la de abandonar la labranza ú oficio en los dias de
trabajo; dedicándose á una vida libre ó voluptuosa, y despreciando las
amonestaciones que se les hayan hecho.

16. Han de ser comprendidos en las levas así los ociosos naturales de la ciudad o
villa, como los forasteros y extranjeros en quienes concurra la ociosidad, y la mala
costumbre de perder su tiempo en el ocio y diversión, sin aplicarse á trabajo ú oficio,
ni escuchar las advertencias de sus padres, maestros, curadores y amos, ni las que
debe hacerles la Justicia, para que, constando de su advertencia, y de la
incorregibilidad, por la sumaria que queda prevenida en el articulo trece de esta
ordenanza, con su audiencia, en la forma tambien prescripta, proceda la Justicia á
declarar por vago, ocioso ó mal entretenido al que así resultares

291
17. Esta declaracion se le ha de notificar al interesado, y executar sin embargo de
cualquiera apelacion ó recurso, por no admitir tardanza las levas; y se le dará
testimonio de esta declaracion: y tambien se hará saber al padre, deudo, maestro ó
amo con quien estuviere, y al Procurador Síndico y Personero del pueblo, que debe
hacer las veces de Promotor Fiscal de la Justicia, por el interes comun que resulta de
no consentir vagos, holgazanes, ociosos, baldíos y malentretenidos en la República.

18. Si fuese absolutoria la sentencia, se notificará del propio modo, y dará testimonio
al Procurador Síndico y Personero, ó á cualquiera de ellos, para que puedan reclamar
y seguir su Justicia á beneficio del Público; ayudándose á dichos Procurador Síndico
y Personero, ó á cualquiera de ellos de oficio, y sin llevarles derechos algunos;
actuando las Justicias precisamente ante el Escribano de Ayuntamiento, ó el que haga
sus veces, como materia de policía y gobierno de los pueblos: pero las sentencia se
executará igualmente desde luego, con las prevenciones oportunas de poner al
procesado el cuidado de amo, maestro, ú hospicio, en que dé muestras evidentes de
su aplicacion.

19. Donde hay Salas ó Audiencias Criminales, podrán á prevencion proceder los
Alcaldes Oidores, determinándose en las Salas, con arreglos al modo sumario y
método establecido en esta ordenanza.

20. Verificada la declaracion de vago, y teniendo la edad de diez y siete años


cumplidos hasta los treinta y seis años cumplidos se hará el reconocimiento de
sanidad, y la medida; en cuyo caso se destinarán al servicio de las Armas, como esta
mandado en diferentes Reales ordenanzas y decretos, en lugar de imponerse á tales
vagos las penas de destierro, y otras mas graves contenidas en las leyes, que tengo
por bien moderar y revocar en esta parte, atendiendo al honor de sus familias, y á lo
que dictan la humanidad, y el beneficio público de aprovechar estas personas, que por
descuido de sus padres y deudos, en no destinarles al trabajo, viven ociosos y
expuestos a caer en graves delitos, de que conviene preservarles con el exercicio de
las armas: y excluyo de él a los que incurrieren en delitos feos, que siempre les ha de
inhabilitar de tan honrado destino; pues en quanto á estos últimos les seguirán las
Justicias sus causas por los términos regulares y les impondrán las penas que
merezcan conforme á las leyes. […]

21-22. Todos los que, según va dispuesto, fueren destinados á las Armas, se han de
remitir á la Cabeza del Corregimiento mas inmediato […] EL costo de la conducción
desde el domicilio hasta la entrega en la cabeza del partido se debe suplir de dichos
fondos de gastos de Justicia, del sobrante de caudales públicos, ó por repartimiento
[…]

33. Prohibo, que a título de esta leva se corten causas criminales, ni incluya en ella á
los delinqüentes; porque respecto á estos deben seguirse sus procesos por los tramites
regulares, é imponérseles las penas en que hayan incurrido conforme á las leyes.

34 Concluidos los autos de leva, se ha de remitir un testimonio literal é íntegro por


compulsa, con fe negativa de no quedar otros, á la Sala del Crímen ó Audiencia del
territorio.

35 Siempre que está guardada la forma substancial, y sabida la verdad, y extremos

292
necesarios para calificar el concepto de vago, ocioso ó distraido habitualmente, se ha
de aprobar por la Sala el destino de las Armas; advirtiendo para los casos sucesivos á
los Jueces de lo que hayan omitido.

36. Solo en el caso de constar manifiestamente corrupcion de testigos, prepotencia,


venganza ó malicia en suponer vago y malentretenido á quien no lo es, ademas de
revocar la condena, se ha de tomar la providencia correspondiente con el Juez y
Escribano que hayan abusado de su oficio.

37. Como los pueblos y la Real Hacienda habrán hecho gastos en la conducción y
manutención de los injustamente acusados por vagos á los depositos, se ha de
condenar igualmente al Juez, Escribano y testigos, á proporcion de su culpa, en el
reintegro de estas cantidades á los caudales públicos y á mi Real Audiencia, ademas
de los daños y perjuicios que se hayan seguido al agraviado, y en las costas del
proceso.

38. Por el contrario si resultare colusion en no declarar por vago á quien resulte serlo
verdaderamente, la Sala del Crímen ó Audiencia respectiva hará la declaracion
correspondiente, y conducir al vago al depósito á costa de la Justicia, Escribano y
demas complices; y ademas de las costas les impondrá las penas ó prevencion que
correspondan á la gravedad de su culpa

39. […] y así prohibo, que á título de epiqueya, ni por otros medios se consienta
estimar como vago al verdaderamente aplicado, ni como laborioso al que se halla
distraido; cuidando mis Fiscales de promover la observancia, y de representar al mi
Consejo cualquiera contravención notable, ó duda que advirtieran.

40. Los vagos ineptos para las Armas […] se deben recoger igualmente, y dárseles
destinos para el servicio de la Armada, oficios, ó recogimiento en hospicios, y casas
de misericordia ú otros equivalentes: y como este es un arreglo puramente político y
que necesita en quanto á los destinos respectivos y convenientes particular examen,
las Salas del Crímen expondrán al mi Consejo por mano del Gobernador de él los
destinos correspondientes, para que me consulte el Consejo, por la via que
corresponde, el arreglo que estimare oportuno con la brevedad y distinción posible, á
fin de que no subsista por mas tiempo en el Reyno la nota, ni los daños que tras
consigo la ociosidad en perjuicio de la universal industria del Pueblo, de que depende
en gran parte la felicidad comun […]

42. La leva general se ha repetir anualmente en los pueblos y villas grandes, para
evitar la subsistencia de gente ociosa […] (1805:431-437).

1776 Habiendo acreditado la experiencia que muchos vagos y mal entretenidos toman el
Derogación del estado del matrimonio, con el objeto de continuar en sus desarregladas vidas, sin la
artículo 9 de la contingencia de ser aprehendidos como tales, y aplicados al servicio de las Armas,
ley anterior con arreglo al artículo 9 de la última ordenanza de levas; y conviniendo el bien de mi
sobre aplicación servicio y de la causa pública cortar los graves prejuicios que de su observancia se
de los vagos originan; he venido en derogar el citado artículo 9, y mandar, que no solo fuesen
casados comprehendidos en la leva los que se hallen en iguales circunstancias, sino tambien
qualquier reo que se halle detenido por alguno de aquellos delitos, que no siendo

293
Novísima contrarios á la comun estimacion de las familias, no de los mismos que los cometen,
recopilación de no se oponen al honroso servicio de las Armas.
leyes de España.
Según nota (15): En Real órden cricular de 1 de Septiembre de 1789 prohibió el Rey
Tomo V. Libro
absolutamente el que destinasen á las Armas y admitiesen en los Cuerpos, los vagos ó
XII. Titulo
sentenciados casados. Pero después en otra de 30 de Julio comunicada al Consejo en
XXXI. Ley VII.
30 de Agosto, enterado S.M de la poca fuerza en que se hallaban los batallones de
Marina, y no poderle llenar sus importantes objetos; resolvió, que se destinasen y
admitieran en ellos los casados, mientras no lleguen á completarse. (Ibídem)

1777 AGN, Ygualmente son odiosos y perjudiciales los Ociosos y Bagos no sirven de maior cosa
Bando de Buen que como sanganos de la Republica, comer de la miel, que las diligentes Avejas, con
Gobierno de su trabajo y sudor fabrican, siguiendose otros perjuicios gravissimos con su mal
Antioquia. Exemplo, y Vicios que los hazen sumamente intolerables y siendo tan recomendado
Gobernador por las Leyes Reales y respectivas Providencias, Bandos, y Pragmaticas de su
Cayetano Buelta Magestad, el que todos los Ociosos, y Vagos se les destine o bien a trabajar, los
Lorenzaga. . Arcenales, y Precidios, o a las Obras Publicas, luego que se publique este Vando,
passando un mes será obligasion de las Justizias en toda su jurisdiccion formar una
lista de todos aquellos que no se Sugeten al trabajo de la agricultura, servir a un amo
o a otro cualquier ofizio, que sea aproposito para su manutenzion y utilidad de la
Republica, bíen entendido que aunque por lo prompto estos ociosos se dediquen al
trabajo, y oficios que tomaren, siempre que se separen dellos, volviendo a la
ociosidad, y a ser Bagantes, se les arrestara y dará quentas, para darles el
correspondiente destino, y para que no se ofresca duda de la distincion que hay de la
clase de ociosos a la de Bagos, se tendrá presente que Ociosos son aquellos de
residencia fixa, en un Pueblo, sitio o estancia, que no se sugetan al trabajo diario y no
siembran lo proporsionado para su manutencion y la de su familia, pues no les exime
de la clase de ociosos una corta sementera ni algunos Dias de trabajo estando la
maior parte de el año sin exercitarse en el cultivo de el Campo. Bagos son aquellos
que no tienen Domicilio Cierto, y andan de una parte a otra sin lexitimo motivo, y
para yncurrir en la Clase de Bago, es bastante prueva, el que este en cualquiera
Poblazion un mes, sin destino formal, ni solicitarlo (AGN, Fondo Curas y Obispos, t,
48, doc 10 ff 229r-241v.)

1783 7. Concedo el términos de noventa dias, contados desde la publicacion de esta ley en
Pragmática- cada cabeza de partido, para que todos los vagamundos, de esta y cualquiera clase
sancion en que sean, se retiren á los pueblos de los domicilios que eligieren, […] y abandonando
fuerza de ley: el trage, lengua y modales de los llamados gitanos, se apliquen á oficio, ejercicio ú
Reglas para ocupacion honesta, sin distinción de la labranza ó artes. […]
contener y
castigar la 9. Pasados los noventa dias procederán las Justicias contra los inobedientes en esta
vagancia y otros forma: á los que habiendo dexado el trage, nombre, lengua o geringonza, union y
exceso de los modales de gitanos, hubieren ademas elegido y fixado domicilio, pero dentro de él no
llamados se hubieren aplicado á oficio no á otra ocupacion, aunque no sea mas que la de
gitanos. jornaleros o peones de obras, se les considerará como vagos, y serán aprehendidos y
destinados como tales, según la ordenanza de estos, sin distinción de las demas

294
vasallos. […]

Novísima 11. Pero a los que no hubiere dexado el trage […], y aun elegir domicilio,
recopilación de continuaren saliendo a vagar por caminos y despoblados, aunque sea con el pretexto
leyes de España. de pasar á mercados o ferias, se les perseguirá por las Justicias, formando proceso y
Ley XI Libro lista de ellos con sus nombres y apellidos, edad, señas y lugares donde dixeren haber
XII Titulo XVI nacido y residido.

12. Estas listas pararán a los Corregidores de los partidos, con testimonios de lo que
resulte contra los aprehendidos; y ellos darán cuenta con su dictámen o informe á la
Sala de Crímen del territorio.

13. La sala en vista de lo que resulte, y de estar verificada la contravención, mandará


inmediatamente, sin figura de juicio, sellar en las espaldas á los contraventores con
un pequeño hierro ardiente, que se tendrá dispuesto en la cabeza de partido, con las
armas de Castilla.

14. Si la Sala se apartase del dictámen del Corregidor, dará cuenta con uno y otro al
Consejo, para que este resuelva luego y sin dilacion lo que tuviere por conveniente y
justo.

15. Conmuta en esta pena del sello, por ahora y por la primera vez, la de muerte […]
y la de cortar las orejas á esta clase de gentes, que contenian las leyes del Reyno.

16. Exceptuo de la pena a los niños y jovenes de ambos sexos que no excedieren los
diez y seis años. […]

20. Verificado el sello de los llamados gitanos que fueren inobedientes, se les
notificará y apercibirá, que en caso de reincidencia se les impondrá irremisiblemente
la pena de muerte; y asi se executará solo con el reconocimiento del sello, y la prueba
de haber vuelto á su vida anterior

Según nota (d) los capítulos 35 a 43 que no aparecen en el texto “se concedió indulto
de sus delitos anteriores á todos los llamados gitanos, y demas delinqüentes vagantes,
desertores y contrabandistas que en el término de noventa dias se presentáran, y
retirasen á sus casas, fixando su domicilio, y aplicándose á oficio ú ocupacion
honesta. (1805:367-369).

1783 y 1784 22. Para perseguir á los gitanos vagos, y á otros cualesquiera que anduvieren por
Modo de despoblados en cuadrillas con riesgo o presuncion de ser salteadores ó
proceder las contrabandistas, desde luego, y sin esperar á que pase término alguno, se darán avisos
Justicias á la y auxilios recíprocos á las Justicias de los pueblos convecinos, y los tomarán de la
persecucion de Tropa que se hallare en cualquiera de ellos.
los gitanos
vagos, y demas 23. Con las noticias de haber tales gentes, darán cuenta las Justicias al Corregidor del
bandidos, partido, y este con ellas, ó las que por sí tuviere, tomará las providencias
salteadores y convenientes para perseguir y aprehender tales delinqüentes; […]
facinerosos
26. […] á las Justicias, que fueren omisas en la execucion de esta ley pragmática, por

295
Novísima la primera vez se las suspenda de sus oficios por el tiempo que faltare para
recopilación de cumplirlos; que por la segunda, ademas de la suspensión, no puedan ser reelegidas en
leyes de España. seis años; y que por la tercera queden perpetuamente inhabilitados […]
Ley III Libro
XVII Titulo 28. Por cada omisión denunciada y probada, ademas de la suspensión, se exigirá á las
XVII Justicias omisas mancomunadas la multa […] (Ibíd.:372)

1784 a Las Las partidas destinadas a la persecucion de bandidos, contrabandista, y malhechores


partidas de cuidarán, como uno de los puntos mas esenciales de su comision, de recoger todos
Tropa los vagos que encuentren en los caminos, lugares y despoblados; á cuyo efecto,
destinadas á la inmediatamente que lleguen á cualquiera pueblo, bien sea de tránsito ó de asiento,
persecucion de preguntarán á la Justicia, si hay alguna persona sospechosa ó vagantes en su distrito;
malhechores y sin mas diligencia que un testimonio dado por la citada Justicia, que acredite
cuiden de conforme a la ordenanza de vagos, la calidad de tal, lo arrestará la partida. Dando
recoger los cuenta al Capitan General para su pronto destino al servicio de las armas u a otro
vagos que correspondientes segun su edad y talla. Esta providencia, llevada con teson y eficacia
encuentren en por su respectivos Capitanes Generales y Comandantes de Tropa, será muy útil para
los caminos, limpiar el Reyno de vagos y mal entretenidos, y promover la industria y aplicación; a
lugares y cuyo fin la recomiendo estrechamente á los citados Capitanes Generales para su
despoblados. exacto cumplimiento: bien entendido, que en la Corte, y capitales donde hubiere
Audiencia y Chancillerías, y en las demas ciudades populosas en que se han
establecido ó establecieren por mí ó por mi Consejo Jueves particulares de vagos ó de
Policía. Conforme á las últimas Reales órdenes expedidas en este asunto, no se han
Novísima
de alterar las facultades de tales Jueces en sus respectivos distritos. (Ibíd.:441-442)
recopilación de
leyes de España.
Ley XV Libro
XII Titulo
XXXI

1784b 9. Deseando que se administre pronta justicia en los delitos que referidos, para que el
Persecucion de escarmiento de unos sirva de freno á los demas; […] en caso de haber hecho
malhechores y resistencia á la Tropa, mande formarles luego el proceso, y sentenciarles, segun va
contrabandistas prevenido; pero si no hubiere ocurrido resistencia á la Tropa, dispondrá, que sin la
en todo el menor dilacion se entreguen los reos, y lo que se les hubiere aprehendido, á la
Reyno. Justicia Real ordinaria, en caso de que sean ladrones y malhechores sujetos á su
jurisdiccion, ó al Juzgado de Rentas de la provincia, si fueren defraudadores de ellas;
encargando á estos Tribunales, que procuren evacuar cuanto antes sus causas para el
mas pronto y debido castigo; á cuyo fin el Capitan ó Comandante General facilitará
Novísima
los testigos y declaraciones que necesiten de los Militares que se hubiesen hallado en
recopilación de
la prision, dando aviso por la Secretaría del Despacho universal de la Guerra de los
leyes de España.
casos en que notare dilaciones, negligencias ó omisiones en los procesos y castigos.
Ley V Titulo
XVII 10. Aunque al tiempo de determinar estas causas juzgasen los expresados Tribunales
de Justicia Real ordinaria ó de Rentas por inocentes á algunas de las personas
aprehendidas por la Tropa destinada á perseguir malhechores y contrabandistas, no

296
precederán á ponerlas en libertad, sin dar ántes aviso al Capitan ó Comandante
General de la provincia, para que la Tropa que lo arrestó, vea si tiene que pedir contra
ellos, ó encuentra algun inconvenientes en su soltura; y en caso de hallarlo, lo
expondrá al mismo Tribunal, y tambien á mi Real persona […] ántes de ponerse á los
reos en libertad; pero si no hallaren reparo […] se les concederá, con apercibimiento
de que tomen algun modo honesto de vivir, para no dar lugar á que se sospeche mal
de sus personas. […]

14. Para que los malhechores, contrabandistas y vagos no encuentren asilo en parte
alguna, mando, que las Justicias de todos los pueblos del Reyno publiquen un bando,
y fixen carteles en los parages mas freqüentados, notificando á los vecinos, […] que
estuvieren dentro de su jurisdicción, que no permitan que se recoja en ellas persona
alguna sospechosa, ó que se ignore quien es; y que si por algun accidente
irremediable se verificare, den inmediatamente aviso á la respectiva Justicia, para que
proceda á la averiguación de su calidad, y al correspondiente arresto si fuere
malhechor, contrabandista ó vago. […] (Ibíd.:373-375)

1785. Real La comision dada á los Comandantes de Tropas, que destinen Capitanes Generales
resolucion: para perseguir contrabandistas y salteadores de caminos, solo comprehende en la ley
Declaracion de precedente á los vagos ó vagantes que no tengan domicilio, y de los quales se suelen
lo dispuesto en formar los malhechores: pero los malentretenidos que tengan fixa residencia en los
la ley pueblos, deben quedar sujetos á la ordenanza de vagos general, y a la disposición de
precedente las Justicias y sus levas; excepto quando hubieren sido aprehendidos en el contrabajo,
sobre la ú otros delitos de robo en los caminos o despoblados,. O se les persiguiere en
persecucion de continuación de los mismo deleitos… También se debe exceptuar la capital en que
vagos por los reside el General y Audiencia y sus cinco leguas, en que aquel tiene comision
Comandantes de separada contra todo género de vagos y mal entretenidos. Y en este concepto por
Tropa destinada amancebamiento, borracheras, poco ó ninguna aplicacion al trabajo, raterias
á la de pequeñas, estafas y otras cosas de esta clase, en que incurran los vecinos
contrabandistas domiciliados en los pueblos, si no se verifica tambien la vagancia freqüente y
y salteadores de continua sin fixa residencia, deben seguir conociendo las Justicias conforme á la
caminos. ordenanza general de vagos, absteniéndose los Comandantes y Capitanes Generales,
excepto en las capitales como va dicho: en cuyo supuesto la Secretaría de Guerra
conocerá de los que cita la Instrucción de 29 de Junio de 1784 (ley anterior), en los
casos y con las distinciones que ella refiere, y que van aquí especificadas; esto es,
Novísima
limitándose en quanto á los llamados vagos, á los que verdaderamente lo son sin
recopilación de
domicilio; debiendo correr por la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia todos
leyes de España.
los recursos de los destinados por las Justicias ordinarias, y por los Delegados en los
Ley XVI Libro
Tribunales reales, y de las demas cosas que sean incidentes o análogas á estas, y por
XII Titulo
el Gobernador del Consejo, consultando á S.M., quando ya se hallen destinados, ó
XXXI.
cumpliendo la pena. (Ibíd.:442)

1786 […] en cada uno de los regimientos de infanteria española, quiere el Rey, que las
Instrucción de justicias continúen con la mayor actividad la recoleccion de vagos conforme á la

297
22 de Octubre ordenanza de estos, y que tengan facultad para admitir y filiar los reclutas voluntarios
de 86 sobre la que se presenten, observando las reglas siguientes […]
recoleccion de
vagos, y I. Las justicias han de publicar y fixar edictos previniendo, que todo voluntario que se
admision de presentarse para el aumento de la infantería se le admitirá y gratificará su talla; y que
reclutas por las igualmente se admitirá al que se hallare fugitivo sin otro delito que el vago,
justicias para extendiéndose su filiacion en los mismos términos que á los voluntarios, sin nota, ni
completar los expresión que pueda perjudicarles […]
terceros
VI. los reclutas voluntarios, vagos presentados, y aprehendidos han de tener á lo
batallones.
menos la talla de cinco pies medidos descalzos, y para que no pueda haber variación
en este importante punto, tendrá obligación el oficial que se hallase comisionado en
el depósito de la capital, de remitir á todos los pueblos de la comprensión de ella una
marca exacta que señale, los pies pulgadas y lineas. […]

VII. La edad de los que reciben ó destinen para este aumento será desde diez y seis
años cumplidos hasta cuarenta, en el concepto de que bastará para su admisión ó
destino lo que declaren baxo juramento, y manifiesten en sus personas, sin que se
admita recurso alguno despues de filiados, pues han de quedar obligados á cumplir su
tiempo ó condena, respecto al juramento que hicieron.

VIII. Todo el que admitiese para el real servicio ha de jurar ser católico, apostólico
romano, ha de tener robustez, disposición, agilidad para toda fatiga; no ha de tener
imperfección notable en su persona, ha de ser reconocido por cirujano que informe y
certifique su salud, no ha de tener el ejercicio que prohibe la ordenanza, ni ha de ser
castigado con pena afrentosa.

IX. A los sargentos y soldados dispersos, que anduviese mendigando ó vagando por
los pueblos sin oficio, ocupacion, bienes, ni parientes que los socorran, se
considerarán como vagos, y según su edad y achaques se les dará destino con informe
de la justicia, y órden del capitan ó comandante general de la provincia: á los que
fueren de edad y robustez para la fatiga, se les aplicará el exército por seis años,,
abonándoles los premios que gocen, como asimismo todo el tiempo que hayan
servido en los cuerpos donde salieron, y por mitad el de dispersos: á los de mediana
edad, sin mayores achaques se les destinará á las compañias de inválidos hábiles que
estuviesen mas inmediatos; y a los ancianos y achacosos que no puedan tomar las
armas se les enviará á los hospicios ó caxas de inhábiles.

X. Los reclutas y vagos se admitirán ó destinarán por ocho años contados desde el dia
en que se les tome la filiacion en el pueblos donde se reciban ó apliquen

XIII. Si la filiacion fuese de algun vago aprehendido se dirá: fue aplicado á servir á
S.M. en la infantería por tantos años, variando en la filiacion lo que corresponda, con
atención á la diferencia de un voluntario, á uno que se destina por condena al servicio
de las armas. (Colón de Larriátegui, 1779:318-333)

1788 Real 21. Tendrán los Corregidores todo el cuidado que corresponde á mi confianza en
Ordenanza de solicitar por sí, ó por medio de sus Subdelegados, saber la calidad, vida y costumbres
Intendentes de sus vecinos y moradores, para corregir y castigar los ociosos y mal entretenidos

298
Corregidores […]
Cuidado de los
Corregidores en 30. Emplearán todo su zelo y vigilancia en exterminar de los pueblos de su
la correccion y jurisdiccion los ociosos, vagos y malentretenidos, que causan innumerables
castigo de los desordenes y perjuicios en la República; á cuyo fin observaran y harán observar por
ociosos y todas las Justicias de su distrito la Real ordenanza de levas de 7 de Mayo de 1775,
malentretenidos. con las declaraciones y demas órdenes posteriores expedidas sobre el asunto; en la
inteligencia de que cualquiera contravencion ó negligencia en este punto será
Novísima castigada con todo rigor, sin admitir excusa ni pretexto alguno. (1805, Ibíd.:441)
recopilación de
leyes de España.
Tomo V. Libro
XII. Titulo
XXXI. Ley XIV

1789 Auto de la Por Auto del 5 de abril de la Sala Plena, se mandó que a cada uno de los procesados
Sala Plena del 5 por leva se le formase sumaria ó pieza de auto separada, sin incluir en ella dos ó mas,
de abril aunque fuesen de una clase; y que dada cuenta á la Sala, si se le aplica se á algun
servicio, se le notificara la providencia; y en caso de súplica, se le admitiese con
calidad de justificar su ocupacion en el preciso término de tercero día con citacion del
Fiscal de S.M., y sin otro término se decidiese la confirmacion ó revocacion de la
providencia.

1795 Real órden […] sobre la contribucion de un hombre de cada cincuenta vecinos para el reemplaza
de 9 de Febrero del Exército; se previno que si en algun pueblo se aplicare para su contingente alguno
de 1795 que se considere de la clase de vago, deberá hacerse por informe del Cura Párroco, y
Novísima dos personas mas de integridad que lo califiquen de tal, sin oirle no proceder á otra
Recopilación de formalidad de proceso, ni admitirle recurso alguno. (Ibíd.:443)
las Leyes de
España. Libro
XII Titulo
XXXI Nota de
pié (22)

1801 Circular Por diferentes Reales resoluciones, comunicadas […] se uniformó en todas ellas el
del Consejo del nuevo sistema, establecido con el fin de contener y castigar los escandalosos delitos
28 de Abril: Los que estan cometiendo por todas partes la multitud de malhechores, facinerosos y
salteadores de contrabandistas que las infestan con sus latrocinios y atrocidades; mandando en su
caminos y sus conseqüencia, que todos los reos que se aprendan por las partidas de Tropa
cómplices, comisionadas en su persecucion, y sean salteadores de caminos, se pongan á
aprehendidos disposicion de los respectivos Capitanes y Comandantes Generales, para que,
por la Tropa en procediendo militarmente contra ellos, se les juzgue en Consejo de Guerra ordinario
las poblaciones de Oficiales, con asistencia del Asesor que el efecto nombrarán dichos superiores
, queden sujetos Gefes, y con inhibición de todo otro Tribunal, debiendo consultarme las sentencias

299
al Juicio militar por la via reservada de Guerra para mi Real aprobación; pero con la circunstancia de
que, si el reo fuere contrabandista, y no resultare inculcado en otro delito que el de
defraudador de mi Real Hacienda, se entregará con las armas, caballos y demas
efectos aprehendidos, al Subdelegado de Rentas, para que por él sea juzgado como
Novísima
corresponde. […] todos los salteadores de caminos, y sus cómplices que sean
Recopilación de
aprehendidos por la Tropa dentro de las capitales de las provincias y demas
las Leyes de
poblaciones, queden sujetos al referido Juicio Militar, del mismo modo que lo fueron
España Ley VIII
en los caminos y despoblados, […] pero que los demas reos, que no sean de esta
Libro XXXI
especie, pertenecerán á la Jurisdicción ordinaria, á ménos que hagan resistencia á la
Titulo XVII
Tropa, en cuyo caso se procederá con arreglo á la Real instrucción. (Ibíd.:379)

1825 Ley 11 de Art. 61. Los gefes municipales no permitirán: 1º., que haya cuestores de limosnas en
Marzo Sobre la sus cantones sin expresa licencia del intendente: 2º., que haya vagos ni mal
organización y entretenidos, y al efecto los destinarán al servicio de las armas si fueren útiles para
régimen político ello, ó al de la policía del lugar, con ración y sin sueldo, por un tiempo determinado,
y económico de y que no podrá pasar de tres meses; ni que ningun mendigo pida limosna
los publicamente sin patente ó licencia por escrito del juez local, quien deberá concederla
departamentos y solamente a las personas que no puedan ganar el sustento con su trabajo […] (N.N.,
provincias. 1840:305)

1826 Ley 60 de En la Ley de 3 de mayo de 1826 o ley 60, sobre procedimiento en los casos de hurto
1826, 3 de mayo y robo, su considerando reza:
Sobre
procedimiento Que por una consecuencia de la dilatada guerra que ha sufrido la República cierta
en los casos de clase de hombres se ha desporalizado hasta el estremo de atacar frecuentemente del
hurto y robo. modo más escandaloso la propiedad y seguridad individual del pacífico ciudadano, y
que siendo indudable que la multitud de hurtos que se cometen con impunidad nacen
de los vagos, ociosos y malentretenidos que por desgracia existen en las poblaciones
por el poco celo de los encargados de la policía, y debiendose poner un pronto y
eficaz remedio á este grave mal, escarmentando á aquellos, y exijiendo á estos la mas
estrecha responsabilidad.

Decreta […]

Art. 29. Los jueces letrados, y alcaldes municipales procederán contra los vagos,
ociosos y malentretenidos que existan en el lugar ó lugares de su distrito. La ley
reputa por vagos, y sujeta á este procedimiento: (Ver definición en el Anexo 1)

Art 30. Los vagos comprendidos en cualquiera de las clases espresadas en el articulo
anterior serán condenados al servicio de la marina por dos a seis años, para cuyo
efecto el juez que los haya condenado los remitira al gobernador de la provincia para
que este los remita al comandante de marina mas inmediato, costeandose su
conduccion de las renteas municipales de los lugares por donde transiten.

Art. 31. La calidad de vago se justificará por información sumaria de tres testigos
contestes sobre la vagancia y su clase, la que se practicará con citacion del

300
procurador municipal.

Art. 32. Practicada la informacion se oirá al procurador municipal, quien


inmediatamente introducirá la acusacion si la creyera de justicia, y el juez entonces
procederá á la prision del acusado y á tomarle su confesion, haciendole los cargos
que le resulten de la sumaria y de la acusacion y sino diere descargo alguno que se
considere lejítimo se dictará la providencia correspondiente contra él.

Art. 33. Si el sindicado de vago, ocioso ó mal entretenido alegare tener ocupacion
conocida lo acreditará dentro del tercero dia, justificando si espusiese ser labrador,
las tierras propias ò ajenas en que trabaja, y lo mismo si alegare profesar algun oficio
acreditando cual es su taller propio ó ajeno, y el maestro ú oficiales con quienes
trabaja continua y efectivamente

Art.34. Concluido el término de los tres dias, se dictará sentencia, que se notificará al
procurador municipal y al reo, y se ejecutará inmediatamente sin que haya lugar á
consulta ni otro recurso, escepto el de queja conforme al artículo ciento setenta y
cuatro de la ley orgánica de tribunales. [los anterior fueron derogados por la ley 6 de
abril de 1836 y los articulos 1 y 2]

Art. 35. La facultad que se concede por esta ley á los jueces letrados y alcaldes
municipales para proceder contra los vagos, no altera ni disminuye en nada la que
tienen los jefes politicos municipales para perseguir á los vagos, y destinarlos
gubernativamente y por vía de correccion ál servicio de las armas en el ejército
permanente ó el de policia de los lugares con arreglo al artículo sesenta y uno de la
ley ocho de marzo de mil ochocientos vienticinco, año decimo quinto, sobre el
gobiernos político, y económico de los departamentos (De Pombo, 1845: 169).

1836 Ley 6 de Art. 3º Los jueces de primera instancia procederán contra los vagos que existan
abril de 1836 dentro del territorio de su jurisdicción (a)
sobre el modo
de proceder Art. 5º La calidad de vagos se acreditará sumariamente de oficio, por denuncio ó á
contra los vagos virtud de pedimento fiscal, por información de testigos ú otras pruebas verídicas i
y en las causas dignas de fé, según las leyes
de hurto de
Art. 6º. Hecha la acusacion por la persona que lleve la voz del ministerio fiscal, se
menor cuantía.
reducirá á prision al reo; si hubiere mérito para ello, se le tomará su confesión, i
(Antioquia)
seguidamente se recibirá la causa á prueba por diez dias con todos los cargos, i dentro
CONGRESO
de ellos se presentarán tambien los alegatos por escrito que hicieren las partes. Si se
DE LA
articulare nueva prueba, i esta fuese admisible ó conducente, podrá prorogarse el
REPUBLICA
término por cinco dias mas.

Art. 7º. Concluidos los diez dias, ó los quince en su caso, dentro de los tres dias
siguientes pronunciará sentencia el juez aunque no se hayan presentado alegatos por
las partes.

Art. 8º. Inmediatamente se consultará la sentencia con el tribunal del distrito judicial
respectivo: i el mismo tribunal, con previa citacion i audiencia del fiscal, i del reo ó
de su defensor, confirmará ó revocará la sentencia dentro de cinco dias contados

301
desde el en que fué recibida la causa.

Art. 9º. De esta sentencia, pronunciada por el tribunal de distrito, no habrá lugar á
ningun otro recurso escepto el de queja. [Todos los anteriores fueron derogados en
cuanto a los vagos por la ley sobre policia general de mayo de 1842 y sustituidos por
articulos 1 y 2 de la misma]

Art. 10. Los vagos serán condenados segun la mayor o menor gravedad de los casos,
i según sus diversas aptitudes i demas circunstancias que acompañen el hecho (Ver
penas en el Anexo 2)

Art. 11. Los gobernadores, jefes políticos, alcaldes i jueces parroquiales pueden i
deben proceder á la práctica de las primeras dilijencias contenidas en el artículo 5º,
para entregar con ellas los procesados a disposicion del juez competente. [este
artículo también forma parte de los derogados]

Art 12. En las causas por delitos de hurto de menor cuantía, i despues de reducido a
prision el reo conforme al articulo 183 de la Constitucion se procederá por los
mismos trámites establecidos en la presente lei para los juicios de vagos; i
comprobado el hecho se impondrá la pena ( De Pombo, 1845).

1841 Lei Mayo "Ley 18 de mayo de 1841 sobre policía general" […]
18 de 1841
Sobre policía Art. 26. Es contravención la violación de la ley, decreto ú ordenanza ó bando de
jeneral policía, por el cual se impone la pena de apercibimiento judicial, ú otra en que el
máximun del arresto no esceda de veinte dias, ni el valor de las cosas que se pierden
esceda de veinte pesos

Art. 27. Los jefes politicos i los alcaldes, en su calidad de jefes de policia los
primeros en los cantones y los segundos en los distritos parroquiales, son autoridades
competentes para conocer i decidir á prevencion, de las contravenciones que se
cometan dentro de los límites de su respectivo territorio, é imponer á los
contraventores las penas que les están señaladas por las leyes, decretos ú ordenanzas
ó bandos de policia.

Art. 28. Los procedimientos que son de la competencias de los jefes de policia, i que
se denominarán “resoluciones de policia correccional” serán verbales, breves i
sumarios. Estarán reducidos á hacer comparecer al reo por sí o por medio de
apoderado, notificarle las pruebas que contra él existen, oir los descargos i recibir las
pruebas que en su favor presente dentro de las veinticuatro horas de como fueron
hechos los cargos: tales pruebas pueden ser verbales, ó escritas en papel comun; i en
seguida decidir el jefe de policía, pronunciando dentro de veinticuatro horas la
resolucion que estime justa.

Art. 29. De estas resoluciones no habrá no se admitirá apelación ni recurso alguno,


escepto el de queja. Ellas se ejecutarán sin demora, i sin oirle reclamacion alguna (
De Pombo, 1845: 72-81).

302
1842 Ley de 14 TÍTULO I.- DE LA VAGANCIA
de Junio de
1842, adicional Art. 1º Corresponde en los sucesivo á los jefes de policía declarar la calidad de
a la de Policía vagos á los individuos comprendidos en los casos del artículo 4º de la lei de 6 de
General (Ley de abril de 1836, i condenarlos á alguno de los servicios espresados en los incisios 1º. i
18 de mayo de 3º del artículo 10 de la misma lei [Anexo 2], observando el procedimientos
1841) detallado en los artículos 28 i 29 de la lei 18 de abril de 1841 sobre policía general

Art. 2º El jefe político ó alcalde que aplique la pena del inciso 3º del artículo 10 de
la lei de 6 de abril de 1836, dará cuenta la gobernador de la provincia, informándole
de los motivos de la resolucion. El gobernador la aprobará, revocará ó reformará
como lo crea arreglado á justicia, pudiendo conmutar la pena en la que establece el
inciso 1º del artículo citado, atendiendo al estado de las personas.

Art. 3º Cuando un vago sea condenado á servir en calidad de concertado, el mismo


jefe de policía que dictó la resolución estipulará las condiciones del concierto;
fijando los medios coercitivos que puedan emplearse para mantener sujeto al vago i
obligarlo á trabajar. Cuando en las ordenanzas ó reglamentos especiales de policía
se establezcan reglas para estos conciertos, no podrán separarse de ellas los jefes de
policía.

Art. 4º Lo vagos condenados á formar nuevas poblaciones pueden ser auxiliados


para su establecimiento i subsistencia, bien por individuos ó compañias particulaes
que quieran tomar á su cargo la empresa de la nueva poblacion. Pero en este último
caso se hará bajo un contrato formal entre el gobernador de la provincia i el
empresario ó empresarios.

Art. 12. Quedan derogadas la lei de 6 de abril de 1836, en cuanto atribuye á la


autoridad judicial el conocimiento de las causas de vagos, i todas las demas que
fueren contrarias á la presente (De Pombo, 1845: 81-82).

1858 CODIGO Art. 468. Los individuos declarados vagos por los trámites que se establecen en el
DE POLICIA. presente Código, se castigarán con las penas correccionales que se determinan en
Capítulo V los artículos siguientes, aplicándolas en atención al sexo, edad i condicion del
Vagancia. individuo.
Tanco, 1923,
Tomo II, pp152- Art. 469. Cuando se proceda por primera vez contra un individuo como vago, si se
153 presenta alguna persona de responsabilidad que dé caucion de que tal individuo no
continuará observando la conducta que haya dado lugar al procedimiento, el Jefe de
Policía podrá entregarlo a dicha persona mediante la caucion que debe prestar a
satisfaccion de dicho Jefe de policía.

Art. 470. Si el individuo continúa en su mala conducta, se exijirá la responsabilidad


del que haya dado la caucion i se procederá contra el vago para aplicarle la pena
correspondiente. Si la persona que hubiere prestado la caucion presentare ella
misma el vago a la policía, manifestando que no ha logrado hacerle enmendar su
conducta i que quiere se le releve de la responsabilidad en que se constituyó, se le

303
relevará de dicha responsabilidad.

Art. 471. Si no hubiese quien diera caucion para asegurar la buena conducta de un
vago, se impondrá por pena al vago, siempre que fuere posible, la de concierto por
uno a cuatro años, bien para servir en la fuerza permanente de la Confederacion e
del Estado, binen para trabajar en fábrica, taller, establecimientos rural u otro, o
bien para servir en calidad de doméstico en casa particular o establecimiento
público.

Art. 472. Al que por cualquier causa no pudiere concertarse conforme al artículo
anterior, se le confinará por el mismo tiempo en un Distrito cuya cabecera sea una
aldea o parroquia de poca poblacion, i en que haya facilidades para que cualquier
individuo apto para trabajar pueda subsistir de su trabajo.

Art. 473. El que no cumpliere i el que violare el concierto o el confinamiento


impuesto conforme a los dos últimos artículo, será destinado a reclusion por el
mismo tiempo del concierto o del confinamiento; pero si éste escediere de un año,
la reclusion no pasará de este término. También se convertirá en esta pena la de
confinamiento cuando el confinado continuare entregado a la ociosidad o a los
vicios, i requerido por el Jefe de Policía no enmendare su conducta.

Art. 474. Cuando un vago, habiendo cumplido la mitad de su pena, compruebe


haber abandonado los vicios que dieron lugar a la condena i haberse consagrado de
buena voluntad a una ocupacion lícita que le proporcione la subsistencia, el
respectivo Jefe de policía decretará la suspension de la pena, sin perjuicio de
hacerla continuar si el individuo no observare la conducta que haya prometido.
Respecto de los que se hubieren destinado al servicio militar, no podrá tener lugar
la rebaja.

Art 475. El vago que habiendo cumplido su condena reincidiere en su mala


conducta, será correjido con doble pena de la que haya sufrido, siempre que no
esceda del máximo señalado a tal pena (Tanco, 1923: 152-53, t. II).

1902 Código de Art. 491. Los vagos serán condenados á trabajar en obras públicas por un mes á un
policía año, segú las circunstancias del hecho; pero los que se especifican en los número 3º,
4º, 5º y 7º [hijos de familia o pupilos, menores sirvientes domésticos y jornaleros,
Capítulo V mujeres públicas y estudiantes] no podrán ser sacados á trabajar en lugares públicos,
y se procurará su enmienda preferentemente á cualquiera otra cosa. Peude, el efecto
con su consentimiento, cambiárseles la pena impuesta por concierto con una persona
honrada.

Art. 492. El condenado la primera vez por vago tiene derecho á que se le exima de
sufrir la pena de trabajos en obras públicas, siempre que preste una fianza á
satisfacción del Jefe de Policía, de enmendarse en el hecho que ha motivado el
procedimiento. Si violare el compromiso, se hará efectiva la fianza y se obligará á
cumplir la pena impuesta primitivamente.

Art. 493. El que después de condenado como vago á incurrir en alguno de los casos
que constituyen la vagancia, será castigado con reclusión por un mes á un año. A las

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personas de que hablan los números 3º, 4º, 5º y 7º del artículo 489, puede
imponérseles un lugar de reclusión-concierto, si éste es posible y se cree preferible
para su enmienda.

Art. 494. Siempre qye alguno haya sido condenado á reclusion por vago, y se
presentare una persona de conocida honradez y buenas costumbres que se
comprometa á dar trabajos al penado por un tiempo doble del de la condena,
mediante arreglos hechos con dicho penados, á que éste observará buena conducta, y
á pagar una multa de cincuenta ($50) á cien pesos ($100), caso de no cumplir lo
ofrecido, ó de que el vago no ejecute el trabajo convenido ú otro equivalente; si éste
aceptare el convenio, lo ratificará el Jefe de Policía, y se llevará á efecto. Si se faltare
a lo prometido, sea porque no se le dé trabajo al penado, sea porque éste no lo
ejecute, ó porque observe una conducta notoriamente mala, se llevará el penado á la
reclusión para que cumpla la parte de pena que le faltaba cuando se hizo el arreglo.
También se exigirá la fianza, á menos que le fiador, apenas se viokes el compromiso
por el pensado, lo ponga á disposición de la autoridad para que se haga efectiva la
pena. El concierto de mujeres no se verificará son oen personas de notable moralidad
y de especial severidad de costumbres.

Art. 495. Cuando el vago sea reincidente y casue notables perjuicios en el lugar en
donde reside, el Alcalde podrá enviarlo, con los comprobantes, para que se a
colocado en un cuerpo del Ejército nacional. (Asamblea Departamento de
Cundinamarca, 1902: 65-66).

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