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Sébastien Dalgalarrondo y Tristan Fournier

Las morales de la optimización o las rutas de sí


La promesa de optimización de sí ha colonizado nuestro cotidiano. De ahora en adelante, los
individuos se ven inducidos a optimizar su cuerpo, su alimentación, su sexualidad, su sueño,
sus capacidades fisiológicas y cognitivas, su vida biológica y social. En los últimos años, esta
exhortación a la maximización ha invadido los discursos del marketing, los programas de
salud pública, los manuales de desarrollo personal e incluso las teorías del buen
envejecimiento. El pensamiento transhumanista (y su discurso hiperbólico sobre la necesaria
superación de la naturaleza humana) aparece como uno de los principales focos de elaboración
y difusión de una moral de la optimización. Su discurso se apoya sobre la premisa de una sub-
optimalidad del proceso de evolución biológica, para legitimar la investigación y la realización
de nuevas optimalidades susceptibles de garantizar la adaptación de los seres humanos a su
entorno. Estaríamos coaccionados para optimizar la vida con el fin de poder sobrevivir. De
esta manera, el concepto de optimización se ve naturalizado como un proceso continuo de la
evolución humana. Esta concepción del cuerpo perfectible (Dévédec, 2015) considerado bajo
la forma de la discapacidad y lo disfuncional (Katz & Marshall, 2004) refuerza y asocia la
representación contemporánea del «cuerpo-proyecto» (Schilling, 2012). La normalidad de la
experiencia cotidiana de un cuerpo «sano» estaría así en construcción mediante un conjunto de
actividades de autovigilancia, autocontrol y optimización de sí.

Genealogía de un concepto vago


El dominio de aplicación original de la optimización es el cálculo económico. La teoría de la
elección racional y su modelo de optimalidad ha suscitado numerosas críticas en economía
(Simon, 1959) y más allá, especialmente en antropología (Sahlins, 1969), en sociología (Kiser
& Hetcher, 1998; Boudon, 2003) e incluso en ciencias políticas (Green & Shapiro, 1996). En
la historia del acercamiento inexorable entre el principio de optimización y el cuerpo de los
individuos, el desarrollo de la psico-ergonomía (años 1920-1930) corresponde a un momento
crucial. Sin embargo, es en el dominio de la psicología, durante los años 1950, que el concepto
de optimización fue reelaborado bajo la forma que nos interesa en este número: un proceso
cotidiano y una moral, y ya no un modelo explicativo. A. Maslow (1954), al fijarle como
objetivo a la psicología humanista permitir a cada quien completarse mediante la identificación
y el mejoramiento constante de sus capacidades, abrió el campo de la «psicología de la salud»
(Maslow, 1962) y, más generalmente, el dominio del «desarrollo personal». Algunos decenios
más tarde, esta psicología positiva encontrará en las teorías normativas del envejecimiento un
terreno fértil. La teoría del «envejecimiento logrado» desarrollada por P. y M. Baltes (1993) es
así considerada como un proceso de optimización que realiza la plasticidad del cuerpo
humano. «La optimización significa que las selecciones efectuadas en términos de proyectos y
de objetivos estarán comprometidas de manera que se pueda sacar de ellas el mejor provecho
posible, en calidad como en cantidad» (Hummel, 2009: 47).
Esta moral está también subrayada por los primeros trabajos concernientes a la
biomedicalización: «en la era de la biomedicalización, el foco de atención ya no es la
dolencia, la discapacidad y la enfermedad como cuestiones del destino, sino la salud como
una asunto de moral autotransformativa en curso» (Clarke y al., 2003: 172). La optimalidad
pierde definitivamente su calidad de modelo para transformarse en una moral vitalista, en la

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cual ya no se trata solamente de prevenir la enfermedad, sino de producir más vida: «nuestra
biopolítica contemporánea no está definida por salud y enfermedad, o incluso por parámetros
de sexualidad y procreación. Es un espacio de problemas concernientes a la optimización de
la vida misma» (Rose, 2007: 82). Para N. Rose ese imperativo contemporáneo de optimización
corresponde a una de las cinco grandes mutaciones a partir de las cuales levanta una
cartografía de la biopolítica contemporánea. El autor subraya la dimensión normativa de la
noción y su articulación íntima con el marco neoliberal. Esa opción terminológica es dictada
por la voluntad del autor de superar la polaridad estructurante en bioética y en ciencias sociales,
al oponer el dominio terapéutico al del mejoramiento (enhancement). En sus trabajos sobre la
mercantilización del cuerpo, C. Lafontaine muestra la amplitud y la diversidad de una bio-
economía que no solo tiene «como único horizonte la optimización de las potencialidades
productivas de la vida misma […], un estadio último del capitalismo globalizado» (Lafontaine,
2014: 122). La medicina anti-edad, por su uso de las hormonas (Dalgalarrondo & Hauray,
2015) y por proponer una responsabilización holística, encarna perfectamente esa medicina de
lo óptimo centrada en la secularización de su bienestar futuro (Mykytyn, 2008). Los trabajos
sociológicos iniciados en el campo del medicamento y especialmente en la problemática del
mejoramiento cognitivo (Coveney, Gabe & Williams, 2011; Maturo, 2013) ponen en
evidencia los efectos de patologización de esta promesa y de las prácticas que genera. Al
naturalizar estados fisiológicos considerados antes como artificiales, el proceso de
optimización deconstruye lo normal (Collin, 2016).
Además, esta multitud de desplazamientos discretos de las fronteras, de las identidades
y de las normalidades tiene como efecto modificar la relación de sentido entre búsqueda de
salud y búsqueda de bienestar. Los trabajos de N. Marquis (2014) sobre el consumo de libros
de desarrollo personal muestran que los lectores y lectoras buscan ante todo identificar márgenes
de maniobra, construirse una posición frente a la contingencia. De esta manera, esas obras
iniciáticas invitan a aprovechar las brechas autobiográficas para hacer la experiencia de nuevas
expectativas, nuevas perspectivas, nuevos caminos. La contingencia se convierte en el impulso
del cambio posible, un acontecimiento desencadenador, una oportunidad. Pero sobre todo, el
éxito de esos libros demuestra hasta qué punto la pregunta por la autonomía personal,
presentada bajo la forma de un potencial adaptativo por desarrollar y por ejercer, se ha vuelto
en adelante central en la manera como evaluamos nuestros comportamientos y nuestras
existencias.
Por último, la reciente obra Lost in Perfection: Impacts of Optimisation on Culture and
Psyche (King, Gerisch & Rosa, 2018) permite identificar bien las diferentes dimensiones
implícitamente movilizadas por la noción de optimización. Se vuelve a encontrar ahí en primer
plano la noción de maximización que remite a una lógica contable. Para esos autores, la noción
de optimización también hace referencia a un procedimiento de orden metodológico en el cual
se trata de racionalizar y relacionar los fines y medios de aproximación a la eficiencia. Sin
embargo, como lo sugiere el título del libro, esa racionalización puede tomar incluso una
forma estética, al aproximarse, e incluso confundirse, con una búsqueda de perfección. Los
autores distinguen ahí dos modalidades operatorias de ese perfeccionismo: la primera
corresponde a un horizonte regulador que, de algún modo, guía al individuo en una vía
ascética. La segunda modalidad toma más específicamente la forma de una voluntad de
mejoramiento y de acercarse a ese hecho de la filosofía contemporánea del transhumanismo
(cuerpo inadaptado/sub-óptimo). La optimización de sí, desde el momento en que implica
pensar la centralidad del cuerpo, da

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cuenta de una acepción particular de la salud, considerada como un potencial por expresar. Se
vuelve a encontrar aquí la «salud libre» de Canguilhem (2002: 61) y su metáfora del atleta. Sin
embargo, lo que nos parece que hace falta en esa obra de ciencias sociales consagrada a la
optimización es su característica procesual, central en la conceptualización que proponemos.
El conjunto de artículos presentados en este número, permite, efectivamente, según nuestro
punto de vista, dar cuenta del hecho de que la optimización de sí procura a quienes la practican
un primer efecto de distanciamiento. Consideramos así que la dimensión procesual es
primordial, pues permite pensar el efecto de reflexividad que le es inherente. El proceso es por
definición no lineal, es una construcción en vías de hacerse. A la manera de la corriente de
agua que busca su lecho evolucionando en el nivel de la topografía, el proceso es adaptativo,
lleno de meandros y de incertidumbres. Porque implica un retorno sobre sí mismo, un trabajo
de incorporación, modifica la manera de verse afectado. Así, en la noción de proceso existe la
posibilidad de un desfase, de un descubrimiento fortuito, de la instauración de una nueva
relación con la sociedad y con sus ideologías, con su cuerpo y con sus sensaciones.

De la exhortación a la apropiación
¿Optimizar qué? ¿Optimizar cómo y para qué? A través de esas preguntas, deseamos subrayar
y trabajar la pluralidad de las ideologías susceptibles de articularse con esa búsqueda de
optimización. Hemos visto que funciona como una moral, como una exhortación normativa a
maximizar el uso de sí con el fin de obtener más capacidad, más salud, más bienestar. Al
asociar los dominios terapéutico y de mejoramiento, el concepto de optimización permite
identificar un campo de investigación original. La optimización, para retomar las palabras de
Gilles Deleuze, es un viaje sin trayecto predeterminado, una experiencia vivida. Mientras que
el concepto de mejoramiento (enhancement) se asocia a la idea de frontera, el de optimización
mantiene un lazo con lo normal. La promesa contemporánea de optimización se desplaza así,
cómodamente, sobre el contínuum entre lo normal y lo patológico, al oscilar, mediante la
diversidad de los vocablos movilizados, entre los registros de sí, del mejoramiento, de la
prevención y del bienestar. Esa plasticidad, al mismo tiempo que constituye un compromiso
de investigación, permite a los actores del mercado, a los poderes públicos y a todos aquellos
susceptibles de usar esa moral adaptar sus productos y sus discursos a la diversidad de la
demanda, a los compromisos reglamentarios, al estado del debate bioético.
Si este mandato permanente a la optimalidad vuelve a dibujar las fronteras de lo
normal, hay otra pregunta que merece ser planteada: ¿Qué les hace a los individuos? Al poder
ser interpretada como el producto de una sociedad saturada de lógicas competitivas, remite a
cada quien a la búsqueda de capacidad y de superación de sí (Ehrenberg, 1994). Esa búsqueda
de «lo mejor» mantiene lazos evidentes con el pensamiento eugenista que en sus evoluciones
contemporáneas sitúa al individuo en el centro del dispositivo y lo invita a una «explotación
intensiva de sí» (Rosental, 2016: 62). Esta última estaría facilitada por la técnica y la
tecnología, presentadas como salvadoras y portadoras de una promesa de autonomización
(Fournier & Lepiller, 2019). Es decir, un individuo más responsable, quien, por un pulimiento
racional y cotidiano de su cuerpo y de sus sensaciones, llegaría a una adhesión idónea a
nuestra sociedad, a sus valores y normas (Bröckling, 2015). Por sus efectos reflexivos, la
admonición a la optimalidad abre, lo hemos subrayado, el espacio de un juego posible, de
líneas de fuga, de exploraciones derivadas y potencialmente críticas. Más allá de la
exhortación, se trata entonces de indagar por el trabajo de interrogación de la lógica de
optimización que parece poder manifestarse en términos de posturas ideológicas (distancia
crítica, formas de compromiso) y de prácticas cotidianas (resistencias, negociaciones,
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experimentaciones). Además, nos parece importante abordar la optimización como una técnica
de sí –en una perspectiva foucaultiana (Martin, 1998)–, que lleva en su núcleo un bricolaje
entre normas y posibles, exhortaciones y preferencias. Ese proceso también puede tomar la
forma de un discurso político de liberación cuando es presentado como un medio de recuperar
el mando sobre el propio cuerpo y sobre su cotidiano, para alcanzar así una forma de vida
«auténtica» (Macé, 2016). La problemática de las técnicas de sí aparece como un lugar de
contacto entre un espacio normativo (y sus técnicas de dominación) y las posibilidades de
resistencia y emancipación. Porque tienen que ver con un proceso, esas técnicas de sí hacen
posible el descubrimiento y la adopción de estilos (styles) diferentes, optimalidades que
interpelan, que por su existencia conciernen además – bajo una forma encarnada– una
posibilidad de vida diferente, con todo lo que eso implica en lo político (Hauray &
Dalgalarrondo, 2018). Una de las tareas de las ciencias sociales consiste en identificar y
comprender en qué situaciones singulares se opera la incorporación de lo social. Los artículos
reunidos en este número dan cuenta del interés de estar atento a las formas, todas muy
singulares, que toman los compromisos y resistencias a esa búsqueda de la optimalidad. Se
reúne aquí un abanico original de intentos de optimalidades desfasadas, derivadas y
personalizadas, que parecen abrir, a quienes las ejercen, un espacio de constitución del sujeto
moral.

Del interés de entrar a través de lo cotidiano


Si se inscribe en una lectura crítica de la lógica neoliberal de capacidad, el compromiso de este
número es sobre todo revelar «la otra cara» de la optimización. En lo más cercano de los
individuos, de sus prácticas y representaciones, deseamos observar de qué manera estos
últimos se apropian las promesas mejoradoras, adoptando o rechazando las exhortaciones
morales del mercado de la capacidad, de la salud y del bienestar, y organizándose
individualmente o de forma colectiva para construir experimentaciones de sí. En efecto, es en
ese campo de la vida cotidiana, con frecuencia ignorado, donde emergen nuevas relaciones con
el cuerpo, nuevos modos de responsabilizar que evolucionan sin mucho ruido en las fronteras
de lo normal y lo patológico, bajo el flujo continuo del marketing científico (Gaudillière &
Thoms, 2015). Es también en ese régimen de lo ordinario y de lo cotidiano donde se forjan, en
la intimidad de la experiencia y en el descubrimiento de nuevas potencialidades, usos
alternativos, desvíos, desfases (discretos e instructivos). Lo cotidiano se vuelve así el lugar
privilegiado de observación de los posibles, pues los acontecimientos repetidos día tras día
(por ejemplo, comer) están cargados de significación, a pesar de su aparente trivialidad. Si ha
suscitado análisis críticos en ciencias sociales (pensemos, especialmente, en los trabajos de
Henri Lefebvre, 1997, quien, según un enfoque marxista, captaba lo cotidiano como el lugar de
la debilidad humana, de la impotencia de los individuos y de su pasividad), lo cotidiano
constituye también ese espacio-tiempo donde se ponen en evidencia los nefastos efectos de la
sociedad de consumo y contra los cuales se trata de no perder sus propias aptitudes y
capacidades. El mismo Lefebvre (1968: 74) consideraba «revelar la riqueza oculta bajo la
aparente pobreza de lo cotidiano, develar la profundidad bajo la trivialidad, alcanzar lo
extraordinario de lo ordinario».
¡Pues lo cotidiano es eminentemente político! En el primer tomo de su La invención de
lo cotidiano, Michel de Certeau (1990: 255) escribe que «siempre es bueno recordar que no
hay que tomar a las personas por idiotas». Ciertamente, lo cotidiano puede ser interpretado
como un lugar de pasividad donde se despliega la ideología neoliberal, pero el autor nos
muestra, además, las formas y posibilidades de reapropiación crítica de las exhortaciones que lo
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acompañan. Al tomar apoyo en situaciones muy concretas (el trabajo, la alimentación), M. de
Certeau deja ver cómo los individuos «asaltan» el orden social y cultural por medio de
«estratagemas», es decir, de microrresistencias operadas en lo cotidiano, al constituir espacios
de creatividad y de libertad, de posibilidades de emancipación. El travail en perruque *en la
fábrica o el don de comida entre generaciones (De Certeau et al., 1994) son tantos ejemplos
que dan testimonio de una «libertad pirata de las prácticas». Esas tácticas, a las cuales, según
el autor, conviene distinguir de las estrategias1, constituyen formas de politización mediante lo
ordinario y desde abajo. En efecto, la entrada vía lo cotidiano permite acceder a lo
imperceptible de las relaciones de poder, allí donde son identificables los «discursos ocultos»
de los grupos subalternos, de donde estos últimos extraen con qué hacer valer sus ideas de
justicia social (Scott, 2009). Esos discursos, prohibidos a pesar y al abrigo de la mirada de los
grupos dominantes, constituyen tantos actos de resistencia. J. Scott (2009) muestra que incluso
los individuos más desfavorecidos tienen un conocimiento de las reglas del juego social y son
capaces de «poner buena cara», en apariencia, al mismo tiempo que, tras bambalinas, «no son
ingenuos». Es precisamente tras bambalinas donde se forja y se muestra lo que Scott llama la
«resistencia infrapolítica». Lo cotidiano aparece así como un dominio discreto de lucha
política. En esos términos, no habría que buscar la optimalidad en la adopción más o menos
lograda de la exhortación hacia la maximización del uso de sí, sino más bien en la capacidad
de los individuos de reapropiárselo, de encontrar un compromiso satisfactorio, fruto de
bricolajes operados en lo cotidiano.
La noción de bricolaje nos parece particularmente conveniente para captar lo que los
individuos hacen con esta moral de la optimización. C. Lévi-Strauss (1962) hizo el elogio del
bricolaje en el capítulo introductorio de El pensamiento salvaje. Este autor escribió que, en su
sentido antiguo, el verbo bricoler es siempre utilizado “para evocar un movimiento incidente:
el de la pelota que rebota, el del perro que divaga, el del caballo que se aparta de la línea recta
para evitar un obstáculo. Y, en nuestros días, el bricoleur es el que trabaja con sus manos,
utilizando medios desviados por comparación con los del hombre de arte. […] “… y la regla
de su juego es siempre la de arreglárselas con "lo que uno tenga"”… (Lévi-Strauss, 1964: 35-
36). El bricolaje remite así a la recuperación de materiales y al desvío de su uso primario. Aquí
estamos muy cerca de la táctica de Michel de Certeau (1990), es decir, de la capacidad de los
individuos para reaccionar y adaptarse. Es cierto que a menudo el objeto de bricolaje tiene,
como lo precisa Y. Deforge (2001) en su posfacio a Del modo de existencia de los objetos
técnicos, de Gilbert Simondon, «una idea de compromiso». Y prosigue: «ese compromiso
entre querer y poder, entre el proyecto y los medios de realización, es percibido por el
bricoleur como una victoria sobre la dificultad… y por el observador exterior, como un gasto
excesivo de energía para un resultado discutible». Sin embargo, como precisa Deforge, esto no
tiene importancia, pues la verdadera finalidad del bricolaje residiría en «su poder creativo, su
capacidad de diálogo con la materia monótona, su necesidad de comprometerse en una obra
personal» (Deforge, 2001: 330). En su versión metafórica, el bricolaje es más una deriva que
un proyecto en sí, y esa deriva es portadora de sentido, puede volverse emancipadora, al
menos para quienes tienen la capacidad y la legitimidad de comprometerse en él (Altglas,
2014). Si aparece ante todo como no-óptimo por la pérdida de tiempo que ocasiona y por su
relación energía gastada/resultado obtenido apenas convincente, el bricolaje encarna
perfectamente la manera como aprehendemos la optimización de sí. No que sea una forma de

* El “travail en perruque” o también “faire la perruque” son expresiones francesas que designan la utilización del tiempo de
trabajo y/o de las herramientas de trabajo de la empresa por parte de un empleado para efectuar trabajos que no corresponden
a los establecidos por su contrato. Esa actividad responde, en general, a objetivos personales, y a veces es conocida y aceptada
por el empleador.
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optimalidad, sino más bien que puede producir optimalidad en el sentido en que puede llevar a
un compromiso satisfactorio entre normas y posibles, exhortaciones y preferencias.
El objetivo principal del número es entonces ir más allá de la normatividad del
concepto de optimización al interrogar los juegos, las astucias, las negociaciones, las
resistencias y los bricolajes operados por individuos confrontados a sus desigualdades en
competencias y en conocimientos.

Formas y registros de la optimización


Hemos escogido presentar los artículos de este número según tres ejes problemáticos que,
según nosotros, pueden dar cuenta de la base discursiva y de los contrafuertes ideológicos de la
promesa de optimización de sí (Dalgalarrondo & Fournier, 2019): el ascetismo, la exploración
de sí y lo político.

El ascetismo como proceso


En su obra titulada Has de cambiar tu vida, Peter Sloterdijk (2012) nos propone considerar al
atleta como la encarnación contemporánea mejor lograda y más accesible de la búsqueda de
superación de sí mediante optimización racional. El autor enuncia la hipótesis de un retorno
poderoso de la práctica del ascetismo en nuestras sociedades secularizadas. La
«modernidad» se parece así a un régimen antropotécnico nuevo que «seculariza y colectiviza la
vida de ejercitación, sacando las ascesis transmitidas desde antiguo de sus respectivos
contextos espirituales, con el fin de disolverlas en el fluido de las modernas comunidades de
trabajo dedicadas al entrenamiento y a la formación.» (Sloterdijk, 2012: 421). Asistiríamos de
esta manera –y la ideología del hombre óptimo sólo sería una versión de ello– a un vasto
proceso de «masificación de la ascesis». El deporte, ese laboratorio del superhombre, de la
superación y de la toma de riesgos (Dalgalarrondo, 2015), en el cual kinesiterapeutas, médicos
e ingenieros de las sociedades de las nuevas tecnologías trabajan juntos en la exploración de
los límites humanos (Dalgalarrondo, 2018), participarían en ese proceso de masificación de la
ascesis al difundir una moral de la optimización de sí; ese laboratorio del hombre óptimo y su
contexto experimental corresponderían al vasto gymnasion mediático del ejercicio
antropotécnico: «procedimientos de ejercitación, físicos y mentales, con los que los hombres de
las culturas más dispares han intentado optimizar su estado inmunológico frente a los vagos
riesgos de la vida y las agudas certezas de la muerte.» (Sloterdijk, 2012: 24). El deportista, la
encarnación secularizada del asceta y de sus «hazañas», muestra la posibilidad dada a todo
ejecutante escrupuloso de una producción de sí: «Es en el gimnasio, es decir, en el lugar donde
se practicaban los ejercicios físicos, que se daban también las lecciones de filosofía, o sea,
donde se practicaba el entrenamiento mediante la gimnástica espiritual» (Hadot, 2002: 57). Por
último, el ascetismo mantiene lazos estrechos con la noción de placer, con la de ejercicio para
uno mismo, desde el momento en que este último procura un sentimiento exacerbado de
control cuya vertiente patológica está perfectamente documentada mediante los trabajos sobre
la anorexia (Darmon, 2008).
En este número especial, S. Salman nos ofrece el análisis de una figura emblemática de
esta exhortación a la ejecución de sí mismo mediante el ejercicio, la del coach en empresa.
Muestra, en primer lugar, que las técnicas de management son uno de los medios de difusión de
las ideologías en que se funda esa búsqueda de la optimización de sí: la «realización de sí» (y
su modalidad pragmática «el empresario de sí mismo») y el «saber ser» (y su forma ideal-tipo
el «manager coach»). La autora nos muestra mediante su enfoque genealógico (1930-2000) los
lazos que se tejen entre la psicología del trabajo, las técnicas de coaching y los beneficios de
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ese posicionamiento a distancia de lo patológico y de la salud. El coaching se inscribe en la
dinámica apolítica del desarrollo al proponer a los individuos técnicas de optimización de la
«vida misma». Esta genealogía deja ver, sobre todo, de qué manera esas técnicas de sí han
cambiado de blanco progresivamente, al pasar del grupo y de sus dinámicas al
individuo/manager y sus potenciales. El coaching es una práctica «instaurativa» que sitúa en
su centro «el trabajo sobre sí mismo», un retorno sobre sí del manager facilitado por su
adhesión a la moral de la realización de sí y a la exploración racional de su potencial, de su
autenticidad. La autora muestra bien que la despolitización de la práctica está, en parte, ligada a
ese discurso sobre la realización de sí que sitúa al practicante en responsabilidad frente a su
propia búsqueda de adaptación social: «el coaching induce la idea de que los problemas de
comunicación o las tensiones profesionales son atribuibles al individuo y a su “personalidad”,
des-responsabilizando así a la empresa de una reflexión sobre sus modos de organización del
trabajo y reportando sobre el individuo la responsabilidad de remediar».
Al interesarse en el uso del deporte como técnica de optimización de sí en el entorno de
la empresa, el trabajo de Y. Dalla Pria es un ejemplo perfecto de esa masificación de la ascesis
y de la función que la actividad física –presentada aquí como un simple soporte pedagógico–
puede desempeñar en la difusión de una moral de la ascesis transformadora. Aquí también,
como en el caso precedente del coaching, la situación del practicante sometido a la exhortación
de optimización de sí está coaccionada por la relación salarial. El análisis de los seminarios de
formación deja ver de qué manera la práctica deportiva combinada con el desarrollo personal
constituyen una conjunción en un ejercicio cuyo objetivo es someter a los individuos a «un
alineamiento de todos los componentes de la vida humana sobre las lógicas de mercado». Una
búsqueda de fitness social que pasa por el reclutamiento de los cuerpos, constituidos en
biocapital, y que se apoya de ahora en adelante sobre las promesas de las neurociencias para
legitimar un enfoque holístico. La instauración ejercitante se convierte en una «máquina» para
marginalizar a los menos productivos, «para fragmentar colectivos» y para «jerarquizar a los
individuos según su potencial económico». Si la apatía aparece como un modo de resistencia
posible frente a este tipo de exhortaciones provenientes del management, de todas maneras esas
prácticas sirven como soporte para la difusión, en el seno del conjunto de los miembros de la
organización, de una ideología del «modelamiento» de los asalariados, la cual parece escapar a
toda politización y ejercer sobre los más críticos una violencia simbólica.
La práctica ascética también se deja ver en la búsqueda del bienestar corporal y
estético. Al proponernos una etnografía de los concursos de Miss, C. Couvry y M. Braizaz nos
muestran que esas pruebas de belleza pueden transformarse en un lugar de contestación al
ofrecer a algunas participantes la ocasión de afirmar públicamente su singularidad. El
concurso puede convertirse, de esta manera, y de modo marginal, mediante la exposición de
cuerpos diferentes y la expresión de valores y normas alternativas, en un momento político
durante el cual la asistencia es invitada a la reflexión. De este modo, es posible para algunas
candidatas, evitar el «suplicio de la puesta en obra», al comprometerse en la vía de la

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«desestigmatización». Por otra parte, las autoras insisten en el hecho de que las candidatas más
convencionales, las que parecen a priori poder sacar el mayor provecho de esta puesta en
ascesis y en competición de los cuerpos (y de las personalidades), pueden encontrar
dificultades para valorizar esa experiencia en otros espacios sociales: «la optimización estética
como finalidad en sí o con fines explícitos de promoción social personal es percibida como
ilegítima e inmoral». Por último, el análisis de la organización de esos concursos muy
populares y del trabajo de socialización en obra nos permite aprehender los impulsos íntimos de
adhesión de esas jóvenes mujeres y apreciar las condiciones en las cuales esas prácticas de
belleza constituyen técnicas de optimización de sí.

La exploración de sí
La moral ascética, como proceso de transformación, no podría reducirse a la aplicación de un
simple régimen o a la adopción de una postura estético-moral. El ascetismo es un proceso
exploratorio en el sentido en que se busca experimentar una transformación de sí mediante el
ejercicio. De esta manera, las técnicas de optimización pueden ser aprehendidas bajo un
ángulo más prosaico, el del viaje. Las técnicas de sí que se asocian al viaje son principalmente
procesos introspectivos, una proposición de viaje interior, de práctica de sí mismo para estar en
capacidad de gobernarse mejor. Un viaje liberador hacia sí mismo que obliga al individuo a la
instauración de un nuevo diálogo con su cuerpo, con sus sensaciones y sus emociones. Esa
dinámica del viaje se transforma, a veces, por efecto de dramatización, en una exploración de
sus límites y de sus capacidades de adaptación.
Es de esta experiencia de sí de lo que se trata especialmente en el artículo de M.
Aronov. La autora nos propone un análisis original del consumo mundano de LSD por
individuos sanos, preocupados por un mejoramiento en/y de lo cotidiano. Construye una
genealogía de la «experiencia psicodélica», que aclara especialmente el recorrido de la noción
de «mejoramiento», su emergencia en el seno de la contracultura de EEUU, en los años 1960,
y su nuevo auge en el seno de la promesa de la «microdosis psicodélica». Así, nos muestra de
qué manera una promesa de mejoramiento circula entre lo íntimo de lo cotidiano, bajo la
forma de una preocupación de sí y de una búsqueda de bienestar, y el pensamiento
organizacional, en el cual los potenciales de eficiencia y creatividad en el trabajo son
presentados como centrales en el proceso de producción e innovación: «Mi interés en el caso de
tales usos de drogas “psicodélicas” ha sido explorar de qué manera una aceptación económica
del “problema” encuentra aceptación por parte de la identidad individual. Al hacerlo, mi
objetivo fue, en general, reflexionar a través de las problematizaciones contemporáneas del
neuro-enhancement». Esta historia entrelazada de las teorías del management y de la
«experiencia psicodélica» nos permite constatar que esa búsqueda de eficiencia ha producido,
a lo largo de su historia, una conjunción muy original, en la cual se cruzan y se entremezclan
las técnicas zen, las neurociencias, las teorías del management, la psicología y la farmacología.
El trabajo de É. Dagiral sobre las prácticas de cuantificación personal da cuenta de una
faceta complementaria de ese trabajo de exploración de sí. Una exploración que toma aquí la
forma de la propia vida puesta en cifras, de sus comportamientos, de sus fallas y de sus
objetivos. El autor muestra que esas formas particulares de atención de sí pueden conducir a los
practicantes a experimentar un sentimiento de confusión: «hemos mostrado que los medios
corren el riesgo de sustituir a los fines, en la medida en que estos últimos son difícilmente
asibles (i.e. «la felicidad»), a pesar de los esfuerzos considerables desplegados

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para separar en objetivos singulares los ingredientes de una vida lograda y satisfactoria para
sí». La puesta en ecuación de su vida puede, en efecto, desembocar en una práctica de
optimización cotidiana que oculta su extrema complejidad, un funcionamiento «en el vacío».
En efecto, es difícil establecer a priori un «optimum social», identificar el equilibrio ideal
entre vida familiar y trabajo, sin experimentar un efecto de saturación. La práctica intensiva de
cuantificación de sí puede, desde entonces, tener como principal efecto la revelación de la
complejidad de nuestra vida social y la necesidad de pasar por otros desvíos, otras técnicas de
sí, efectuar elusiones para aprehender la cuestión de la vida óptima. El fracaso de la estrategia
de optimización de sí mediante cuantificación remite al practicante a la cuestión más general
de la calidad de nuestras vidas y a la imposibilidad de fraccionar estas últimas bajo la forma de
variables independientes: «hemos descrito una relación con la optimización que parece no
alcanzar el óptimo pretendido, sin embargo, de todos modos, no deja de orientar la búsqueda
de objetivos formulada por esas personas. En este sentido, si lo propio de la perfección es no
poder alcanzarla, sino mantenerse como meta individual inalcanzable, la optimización
constituye su punto de acabamiento contemporáneo, en términos de dominio de sí, exigible por
las organizaciones como por los individuos frente a sí mismos».
La exploración de sí emparejada con la búsqueda de un ideal moral puede también
nacer de una situación coactiva. Es la encuesta original que ha conducido V. Wolff entre
personas que practican un régimen sin gluten y a través de la cual la autora muestra, mediante
un hábil giro del estigma, de qué manera el cuerpo «sensible» pasa del estatuto de coacción al
de aliado en ese recorrido reflexivo. Las diversas manifestaciones del cuerpo en las personas
intolerantes al gluten ˗dolor de estómago, inflamación estomacal, gases, trastornos digestivos
y diarreas crónicas˗ son ante todo vividas como llamados al orden permanentes e
incapacitantes que pueden suscitar la repulsión (Memmi et al., 2011) y así transformar el
cuerpo «sensible» en un cuerpo anormal y difícil de gestionar en público. Sin embargo, esa
vulnerabilidad conduce a un conocimiento íntimo de sí, abre hacia exploraciones y
experimentaciones, para transformarse en técnica de sí: los signos corporales que muestran los
encuestados son progresivamente aprehendidos como los indicios de un cuerpo que, al resistir
al gluten, intentaría guiarlos hacia otro modo de vida. Esa inclinación interpretativa puede
entonces conducir a una nueva ética y una posibilidad legítima de contestar a las autoridades
morales, especialmente con respecto al mundo alimentario común. «El cuerpo sensible o
hipersensible (…) se convertiría en una herramienta de expresión de un compromiso moral,
mientras que la elección de privarse de un alimento, ante todo justificada por su efecto sobre el
cuerpo, tomaría un valor político».
La idea según la cual la atención sobre el propio cuerpo se activa ante todo cuando este
se manifiesta mediante males, heridas o enfermedades está también en el corazón de otro de los
artículos, el de N. Diasio y V. Fidolini. Su estudio se concentra en hombres de 40 a 60 años,
una categoría de edad poco estudiada en ciencias sociales que, sin embargo, se muestra muy
rica en observaciones en cuanto a las maneras de cumplir un «cuerpo-proyecto» (Shilling,
1993). En efecto, estos hombres deben enfrentar las primeras marcas del tiempo en su cuerpo:
ganan peso, aparecen problemas de colesterol, etc. La alimentación aparece entonces como un
lugar privilegiado de vigilancia, de reflexividad y de trabajo sobre sí mismo. Pero esta
atención nutricional convertida en necesaria ¿no implica una reconfiguración de los modelos
de masculinidad? Pues la alimentación, trátese de consumo, de trabajo doméstico o de
relaciones con el cuerpo, constituye un arma muy eficaz para mantener y reproducir el orden
del género (Fournier et al., 2015). Se convierte aquí en un
«terreno de juego y experimentación de sí, donde actúan a la vez control del tiempo,

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preservación de la salud y del viviente», y donde se trata, además, de interrogar, hibridar y
afinar los modelos de masculinidad. Ese mecanismo hace eco al «perfeccionismo moral»
(Laugier, 2010), que parte de una toma de consciencia de la vulnerabilidad humana para
enseguida apuntar hacia el mejoramiento. En ese artículo, el perfeccionismo moral pasa por
experimentaciones, tanteos y bricolajes operados entre normatividades a veces discordantes.

Lo político
En las diferentes técnicas y situaciones de optimización de sí analizadas en este número hay
una dimensión eminentemente política, tanto en el contenido de las promesas descritas, como en
las prácticas mismas. Se descubren así las confluencias múltiples y polimorfas entre técnica de
dominación y técnica de sí. Se constata, de hecho, hasta qué punto la capacidad de deriva a
veces solo está constituida por un simple desfase, que permite la instauración de una nueva
relación de poder; y cómo esta se anida en los intersticios de la mecánica de dominación por la
cual es posible expresar su libertad, una visión del mundo.
Esa deriva emancipadora puede ante todo tomar la forma, como es el caso en J.
Coveney y L. Thompson, de una toma de distancia crítica. Los autores operan de manera
completamente original (su artículo está organizado bajo la forma de una discusión entre ellos)
un retorno reflexivo sobre su propio recorrido profesional, que tiene la particularidad de verse
marcado por una primera etapa de carrera adelantada como profesionales de la salud; luego, una
segunda etapa en el contexto académico de las ciencias sociales. A través del prisma de un
verdadero «coming out», describen hasta qué punto la moral de optimización realizada en las
relaciones de cuidados está basada en la exhortación hacia la responsabilidad individual;
exhortación que ha impregnado considerablemente sus conductas profesionales y personales, y
de la cual ellos han aprendido a desligarse progresivamente: «Examinamos las maneras en que
nuestras experiencias como aprendices, o “cuerpos dóciles” (Foucault, 1995), encarnan
diferentes formas de optimización, ya haya sido para nuestros pacientes, clientes o para
nosotros mismos». Como se ha mencionado antes, la optimización suscita aquí, más allá de la
exhortación, un movimiento reflexivo sobre sí mismo. Si se considera el concepto foucaultiano
de subjetivación, es ante todo la reflexividad la que permite la crítica, la autonomización, luego
la emancipación. Para Foucault (1990), la distancia crítica se emparenta así con la virtud y
puede entonces constituir una actitud moral y política que aparece como la primera etapa del
proceso de apropiación de las promesas mejoradoras.
Esta actitud también es la sede de formas de resistencia más afirmadas que, cuando se
vuelven colectivas y organizadas, pueden erigirse en movimientos políticos. Es el caso de la
práctica de la esterilización voluntaria estudiada por E. Tillich para este número especial. En la
encuesta etnográfica que la autora dirigió entre mujeres sin hijos que pasan al acto a veces
muy jóvenes, la esterilización aparece como una forma óptima de anticoncepción, pero también
–y esa es la originalidad– como un medio de acceso a la plena realización de sí, así como con
el ayuno (Dalgalarrondo & Fournier, 2019), esta anticoncepción definitiva permitiría, de
alguna manera. hacer más con menos. Además, los adeptos del movimiento childfree no se
contentan, en versiones más radicales, con querer mejorar sus condiciones de vida ni con
liberarse de una norma de parentalidad considerada asfixiante, incluso debilitante, sino que
promueven también «una escala de valores que jerarquiza los niveles de desarrollo personal»:
en lo bajo de esta escala, la procreación, y en lo más alto, la esterilidad voluntaria. Una forma
de neomalthusianismo. «La optimización toma entonces aquí la forma de una

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cultura subversiva del rechazo de la reproducción, acompañada por un discurso que predica la
liberación y el alcance de una plena realización de sí».
La optimización por restricción está en el corazón de otro de los artículos, en el que
S. Mouret se interesa en el veganismo. Los adeptos de este movimiento ambicionan mejorar la
naturaleza humana mediante la detención del consumo de productos animales: carne,
productos lecheros, miel, cuero, etc. Esta consideración no es solamente ética, pues es también
sanitaria y política. Sanitaria, pues una adaptación alimentaria (Fournier, 2017) se impone a
ellos por el hecho de que el régimen vegetariano conduce a carencias en vitamina B12, un
componente orgánico esencial para el funcionamiento del organismo humano que no se
encuentra en el mundo vegetal. El trabajo moral de los veganos consiste entonces en un
arbitraje entre el cuidado de sí y el cuidado de los demás: entre la opción de una
complementación, que permite la viabilidad del llamado régimen, pero que implica una
relación con el artificio y una descomplementación. Las que a su vez pueden volverse objeto de
reivindicaciones e incluso de experimentaciones; aunque ponen en peligro el movimiento
mismo. Pues «se trata de fabricar un cuerpo vegano sano, dicho de otra manera, ejemplar, que
se vuelve entonces un instrumento político». Cada vegano es, en efecto, la encarnación del
movimiento que predica, él o ella no podría defenderlo exhibiendo un cuerpo demasiado
debilitado o con fallas. Esa encarnación, según el sentido que le dan B. Hauray y S.
Dalgalarrondo (2018), parece constituir claramente una de las facetas políticas de la
optimización de sí.
El conjunto de las promesas de optimización de sí analizadas en este número permite
apreciar la diversidad de ensamblajes movilizados por sus promotores y por los practicantes
comprometidos en esas rutas de sí. Varias contribuciones ponen en evidencia, en la línea de
las reflexiones de I. Illich (Paquot, 2019), una triangulación entre ascetismo, exploración de sí
y reivindicación política. Estos ensamblajes (Ong & Collier, 2008) o agregaciones (Lepiller,
2019) funcionan a la manera de un tejado en el cual cada teja/argumento se superpone
parcialmente y refuerza, por efecto de continuidad o por contraste, lo atrayente de la promesa
de optimización. La performatividad de esas promesas está estrechamente ligada con la
multiplicidad heterogénea de su composición. Los elementos variados que las componen –
discursos, representaciones, técnicas o tecnologías, visiones del futuro– trabajan juntos y
ofrecen nuevas zonas de intercambios (Deleuze & Guattari, 1980) por descubrir y por
experimentar. Esos ensamblajes toman la forma de entidades funcionales (Patton, 1994) y
cubren nuevos horizontes, nuevas maneras y nuevas razones de actuar sobre sí. Es en ese
juego de las normas y de los posibles donde opera el trabajo de apropiación: los individuos
bricolean y ensamblan para, finalmente, inclinarse hacia un compromiso satisfactorio que les
permita operar una ruptura, incluso mínima, luego mantenerla.

Agradecimientos
Deseamos agradecer calurosamente a los autores de las contribuciones y de las reseñas por la
calidad de sus textos, así como al equipo editorial de Ethnologie Française por habernos
acompañado en este proyecto. Un agradecimiento especial a J.-P. Hassoun por sus relecturas y
consejos muy oportunos.

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Traducido del francés por JORGE MÁRQUEZ VALDERRAMA, para la asignatura “Debate
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Económicas, Universidad Nacional de Colombia). Medellín, 21 de febrero de 2020.
(Correcciones: CRISTIAN CAMILO ROJAS).
Fuente: Dalgalarrondo, Sébastien et Fournier, Tristan, « Introduction. Les morales de
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