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Como se puede ver, Irlanda y Gran Bretaña han mantenido unas relaciones
difíciles por siglos. Irlanda, que nunca había sido invadida por los romanos o
los anglosajones, fue dominada por Inglaterra. La dominación inglesa comienza
mucho tiempo atrás, en el siglo XVI cuando Enrique VIII impone al país su
Reforma con el objetivo de lograr controlar Irlanda. Los irlandeses nunca lo
aceptaron y reaccionaron violentamente, lo que provocó la primera rebelión
contra la monarquía. Su hija, Elizabeth I, también trató de imponerse a los
irlandeses mediante una política colonizadora. Hasta mediados del siglo XVIII,
los irlandeses no habían recuperado nada del terreno perdido, inclusive, ya
aceptaban pacíficamente la dominación inglesa, el poder de los protestantes y
las leyes anti-católicas. Los propagandistas militares franceses le ofrecieron a
Irlanda la posibilidad de libertad republicana, éstos aceptaron dicha ayuda y se
esperaba unir las religiones de Irlanda en armas contra Inglaterra. Sin
embargo, resultó en ni más ni menos que en una lucha armada entre
protestantes y católicos. «En su lugar, dos comunidades divididas y
antagónicas -cada una con su propia cultura, lengua, lealtades políticas,
creencias religiosas e historias económicas- compartían una región », escribe
James Waller. El gobierno inglés puso fin a la Rebelión de 1798, la cual se
convirtió en una fuente de odio muy explotada por agitadores y patriota. Con la
abolición del parlamento irlandés y la incorporación de Irlanda al Reino Unido
se creó un nuevo marco político, en el que continuaron los enfrentamientos
entre católicos y protestantes.
En ese contexto, a finales del siglo XIX, nace el movimiento "Home Rule"
(autogobierno), que abogaba por más autonomía y la creación de un
parlamento irlandés dentro de Reino Unido para asuntos internos; aunque no
pedían la independencia ya que los asuntos imperiales seguirían tratándose en
Westminster, Londres. No obstante, también existían nacionalistas irlandeses,
en su mayoría católicos, que reclamaban la completa separación de Reino
Unido. En el otro lado del espectro político se encontraban los unionistas,
protestantes en su mayoría, que vivían principalmente en el noreste de Irlanda;
este grupo era leal a la corona británica y temían convertirse en minoría en una
Irlanda independiente. Con el paso del tiempo, más políticos británicos
consideraban que era correcto escuchar a Irlanda, y líderes, como el ex-primer
ministro británico William Gladstone, apoyaba la creación de un "gobierno
autónomo" e intentaron, aunque sin éxito, aprobar leyes para darle más
autonomía. Paralelamente, el pronto estallido de la Primera Guerra Mundial
había hecho que las tensiones disminuyeran; tanto los unionistas como los
nacionalistas habían tomado las armas contra los alemanes.