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indar por (Por alus, al comp

lersonas). loe. adj. Dicho de un pro<


ma explicación» etc.: De poco valor
IKH UIIU.

tullio de mauro. primera tunen


n como de la oiit M II ser uk’.uicn como d

la. II * grande. C casa aris


II 2. ant. Enlre jugadores,
* lenocinio. 112. ant. casa
a. II * militar, f. Conjunto
nies al sen icio inmediato
sa donde recientemente ha .•olor amarillento y no tiene escani
> parroquial, f. La destinada a vivien- pecie de hongo.
almente, es propiedad de la Iglesia. II *
res. II - profesa, f La de religiosos que ra ceñida al cuerpo, generalmente d
iiblica. f. casa de lenocinio. II - real. gan hasta la muñeca, y con faldom
I 2. Personas reales y conjunto de sus casamiento (li contrato matrimon
asa parroquial. II ~ robada, f. coloq. mudar, o volver, o la frs. c
nás preciso. II * santa, f. por antonom. casación, f. Der. Acción df
tá el santo sepulcro de Cristo. II - so­ de tribunal de *.
is antigua y noble de una familia. 11 las casadero, ra. adj.Queest
a una estancia, casco o edificio princi- casado, da. (Del pan. de <
us. casa por casa. II afumar fr. ant. na: Que ha contraído matrimonio.
erla. II ah de, o de la, loes, interjs. colocar las páginas en la platina p¡
asa ajena. II apartar * quienes vivían den numeradas correlativamente.
ierse la fr. coloq. Haber en ella mu- Casal. (Del lal.casd/ej.m.cas
► riña. 11 armar una -. fr. Hacer de ina- lariega. II 3. Ál. Solar sin edificar,
•a vestirla después de fábrica. 11 arran- cios. lí 5. Can., Arg., Par., Ur. y Vt
la casa. II asentar -. fr. Ponerla de nuevo casalero, ra. m. y f. ant
i fr. coloq. barrer hacia dentro. 11 (II casa de labor).
'ica. Expeler la placenta. 11 caérsele a al- CasaliCÍO. m. casa (II edifici
:ima. frs. coloqs. Hacerse insoportable Casamata. (Tal vez de
!. coloq. Sobrevenirle grave contraríe­ Mil. Bóveda muy resistente para
la. loe. adv. desús, a casa hita. 11 como artillería.
na cosa: Muy grande o de gran enver- casamentero, ra. (De <
idv. Arg., Perú y Ur. de trapillo. U. t. c. una boda o interv iene en el ajuste d
v. De propia invención o ingenio. 11 de quien entiende con
establecimientos que sirven o venden interés. U. t. c. s.
las que preparan o sirven habitualmente
i Vino de la casa. Postre de la casa. I trimonio). II 2. Ceremonia nupcia
lingüística
y
teoría literaria
traducción de
MAIA FERNÁNDEZ MIRET SCHUSSHEIM
PRIMERA LECCIÓN
SOBRE EL LENGUAJE

por
TULLIO DE MAURO

SKI
siglo
veintiuno
editores
3K1
siglo xxi editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D.F.

siglo xxi editores argentina, s.a.


TUCUMÁN 1621, 7 N. C1050AAG, BUENOS AIRES, ARGENTINA

portada de marta luisa martínez passarge

primera edición en español, 2005


© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
isbn 968-23-2602-8

primera edición en italiano, 2002


© gius. laterza & figli, roma-bari
título original: prima lezione sul linguagio

derechos reseñados conforme a la ley


impreso y hecho en méxico / printed and made in mexico
A Silvana
... addó tutte 'e parole, / so'
ddoce so'animare,/ so'
ssenipe parole d 'animóte
PREFACIO

Cuando la editorial ideó la serie de las “primeras


lecciones”, le prometí a Vito Laterza tratar de escri­
bir una para él, pero primero tenía que completar
una obra lexicográfica muy larga y laboriosa. Al ter­
minarla empecé a pensar otra vez en la “primera
lección”, pero un cargo público me distrajo todavía
otro año. En cuanto pude me di a la tarea, sobre to­
do para honrar la promesa que le hice a Vito, y que
yo —y no sólo yo— siempre tuve presente.
El texto busca ser lo menos especializado posi­
ble. La intención es hablar, más que de lingüísti­
ca, de lenguaje, de lenguas y palabras, y también
de personas; hablarle a quien está interesado en
el lenguaje aunque no tenga conocimientos espe­
cializados de lingüística. Naturalmente también
he hablado de lingüistas y filósofos, pero sin usar,
espero, muchos tecnicismos, y particularmente he
tratado de escuchar y recrear las voces de algunos
grandes maestros que el canibalismo y el consu-
mismo académicos procuran hacernos olvidar.
Tengo la esperanza de que después a alguien se le
antoje consultar algún libro de lingüística, viejo o
nuevo. En el cuerpo del texto a veces se mencio­
nan libros introductorios clásicos, pero la informa­
ción bibliográfica elemental y de más fácil acceso
se encuentra en las notas, destinadas a quienes
quieran profundizar sobre lo que se cuenta en el
[9]
10 PREFACIO

libro. En el texto y las notas se habla de antiguos


textos griegos y latinos más de lo que resulta acep­
table para una corporación que siempre ha soña­
do y sueña haber nacido hecha y derecha en 1815,
o bien en 1916, 1956 o 1970. Pero por supuesto
que no es así. Es necesario regresar a las aporta­
ciones antiguas por las razones que explicaba muy
bien, con un dejo de ironía (“tenían menos biblio­
grafía y las ideas más claras”) mi viejo profesor Pa-
gliaro, y que volvió a explicar más doctamente mi
buen amigo (y como él dice, “protodidáctico”)
Raffaele Simone. Pero hay otra razón que, de jo­
ven, encontré en el libro de un brillante estudio­
so estadunidense, Willy Durand: cuando tratamos
de llegar a la discusión de las ideas fundamenta­
les, antes o después nos encontraremos sentados
en torno del camastro de Sócrates, en la prisión
de Atenas.
Muchos han dicho que entender por completo
el lenguaje es difícil, si no imposible. Si esto es
cierto, sólo se puede ofrecer del lenguaje que se
conoce y con el que se piensa, algunos Landschafts-
kizzen, esbozos paisajísticos. En vista de que “cada
mamá ve hermoso a su propio bebé”, pensé que
bien podría admitir que la destinataria de estas
pinceladas es esa persona que incluso aceptó ser
mi esposa y compañera. Ella, por lo menos, no las
desdeñará del todo, aunque sea la poseedora de
un título, una minúscula primacía formal que na­
die puede quitarle. Por varios y extraños motivos,
en la noche de los tiempos, las facultades italianas
de humanidades se negaban a enseñar Lingüística
clásica. Finalmente Marceño Durante convenció a
PREFACIO 11

la facultad del Magisterio de Palermo de que la


incluyera. En 1967 se hizo un primer concurso
(que ganamos Luigi Rosiello, Giulio Lepschy y
yo) y me llamaron a la cátedra palermitana, la pri­
mera y durante muchos años la única. En junio
de 1968 presentó su examen profesional, ¡el pri­
mero de nuestro país sobre el tema!, la estudian­
te Silvana Ferreri. Si la vida no hubiera terminado
por juntarnos, multa per aequora, de todos modos
su ex profesor le habría dedicado esta charla a
ella.

TULLIO DE MAURO
Roma, 27 de enero de 2002
1. LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL
PROYECTO

Las palabras, las frases, la lengua común tienen


profundas raíces en nuestra vida psicológica y en
nuestra constitución física; quien esté interesado
en comprender cómo funciona el lenguaje huma­
no debe ser consciente de esto. Veamos por qué.
Las palabras rodean el presente, cada instante
de nuestro presente. Nos acompañan cuando ha­
blamos con otros o leemos o escribimos, también
en el silencio e incluso en los sueños. Y desde el
presente más inmediato se despliegan hacia el pa­
sado y se prolongan hacia el futuro, involucrando
también los pensamientos, la voluntad y la con­
ciencia humanas.
Desde la más tierna infancia las palabras habitan
la memoria de los seres humanos y sirven para unir
el presente con el pasado.
Este pasado es, sobre todo, el de brevísimo pla­
zo, conformado en general por pocos segundos,
seis o siete según los psicólogos. Es un pasado que
en la percepción común, irreflexiva, parece fundir­
se y confundirse con el presente inmediato, pero
que en realidad no es presente, o ya no lo es. Vea­
mos: mientras decimos o escribimos las palabras
que forman una frase debemos conservarlas en la
mente para seguir diciendo y escribiendo pala­
bras que sean coherentes con las anteriores y con
el proyecto de frase que, por lo general, tenemos
[13]
14 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

en mente. Nuestra voz o la mano con la que escri­


bimos o tecleamos está guiada por el proyecto de
frase y por nuestra memoria a corto plazo. Cuando
escuchamos o leemos debemos hacer algo análogo;
a cada momento que pasa debemos recordar lo que
acabamos de oír o leer para reconstruir, unos se­
gundos después, la frase completa que alguien ha
hecho para nosotros.
Mucho antes que los psicólogos y los neurólo­
gos que hace poco más de un siglo estudian la me­
moria, mucho antes que los no tantos lingüistas
que estudian la relación entre palabras y memo­
ria, San Agustín (354-430 d. C.) ya se ocupaba del
estrecho vínculo entre la palabra y ese pasado
apenas transcurrido. Su atención le valió ser, du­
rante siglos, el más agudo explorador introspec­
tivo de la memoria. Hoy disponemos de investi­
gaciones y conceptos teóricos muy sofisticados,
pero la forma en que Agustín describe la memo­
ria a corto plazo, y en particular la memoria lin­
güística, está llena de conceptos que nos parecen
claros y adecuados (De música, vi 8, 21, De Génesis
ad litteram xn 16, 33, Confessiones xi 27, 34-28, 38).
Mantener en la memoria a corto plazo lo que se
está experimentando es una condición necesaria
para fijar la frase que una voz o un texto constru­
ye, y esto es indispensable para conectar el fin y el
principio y para entender lo que escuchamos o
leemos. En las Confesiones Agustín nota, con gran
agudeza, que esta condición también es necesaria
para mantener en la mente el proyecto de ejecu­
ción de una frase, de un canto. Seguimos la reali­
zación de una frase a lo largo del tiempo. Si no te­
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 15

nemos en mente el proyecto de la frase mientras


la decimos o escribimos no sabremos construirla.
Sin la memoria a corto plazo no podremos produ­
cir la secuencia de palabras que forman una frase
entera. Lo que los psicólogos llaman “memoria a
corto plazo” debe trabajar continuamente para per­
mitirnos programar y ordenar cosas que tengan di­
rección, sentido, y para entender la dirección y el
sentido de las palabras de los demás. Y por otro la­
do, al hablar y al entender las palabras nos vemos
obligados a reconectarnos con los instantes apenas
transcurridos. Las palabras, en suma, nos obligan a
tener continuamente activo un puente que, median­
te la memoria a corto plazo, vincula el presente
con el pasado apenas transcurrido.
Todos lo hemos observado, y hoy también lo
sabemos experimentalmente, que tras algunos se­
gundos la memoria de corto plazo tiende en ge­
neral a desvanecerse de la conciencia, y es sustitui­
da por otros recuerdos a corto plazo. Pero no todo
se pierde en el distante pasado. De la memoria de
corto plazo muchas experiencias, en especial nuesr
tra experiencia de las palabras, pasan a la memoria
de largo plazo, donde se depositan. Una idea muy
sugerente es que las palabras muy leídas o dichas
o escuchadas se gastan, como piedritas que rue­
dan mucho por muchos días y años, pero esto só­
lo sucede con palabras relativamente raras, pues­
tas de moda por algún esnobismo intelectual o
una idea publicitaria, y aun así fastidiarse con las
palabras de moda muy dichas no es lo mismo que
olvidarlas. Por el contrario, las palabras que más
necesitamos decir o entender y que con más fre­
16 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

cuencia oímos, leemos o decimos, atraviesan por


miles nuestra memoria de corto plazo y confluyen
en el espacio de la memoria de largo plazo. Aquí,
como sabemos experimentalmente, las palabras
que ya estaban se refuerzan y su fisonomía se hace
más precisa cada vez que las repetimos o las oímos
repetir. Y con mucha frecuencia también las pala­
bras nuevas que oímos o leemos por primera vez,
y que entendemos o tratamos de entender, se de­
positan junto a las palabras ya memorizadas. Lo
mismo vale para las palabras que, muy raramente,
en forma excepcional, se forjan por primera vez.
Hemos dicho con frecuencia, no siempre: la me­
moria a largo plazo tiene sus límites, y sólo echa
mano de las palabras cuando pueden despertar­
nos algún interés. Como sabemos por los estudios
de lexicología,1 en los textos y discursos produci­
dos en la lengua de un pueblo de larga tradición

‘Una rama importante de la lingüística es la lexicología, el


estudio del léxico, es decir el conjunto de palabras que forman
la lengua. La lexicología se vale en graii medida de la lexi­
cografía, que es una rama de la lingüística aplicada que
algunos lingüistas contemplan con un poco de desprecio. La
lexicografía se ocupa de las técnicas con las que construimos
los diccionarios de las diversas lenguas y de su elaboración
misma, que no puede estar exenta de miles de problemas de
naturaleza muy práctica, y la pureza de las sublimes verdades
lexicológicas y de la lingüística se ve mancillada al contacto con
estos problemas. Pero la lexicología no tendría materia prima
(ni ideas teóricas) sin el material que provee la humilde lexi­
cografía. Regresemos, pues, a ésta. Existen muchos tipos de
diccionarios. 1) Principalmente, los más populares y antiguos,
los diccionarios bilingües, que relacionan las palabras de
lenguas diferentes: acadio e hitita, acadio y egipcio antiguo
(elaborados por escribas a fines del segundo milenio antes de
Cristo), italiano y latín y viceversa, italiano e inglés y viceversa,
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 17

y con interrelaciones productivas, sociales y cultu­


rales complejas, existen cientos de miles de pala­
bras, y si incluimos la terminología científica y clí­
nica, la zoológica y la botánica, en los textos
escritos aparecen millones de palabras diferentes.
Ni los más extensos diccionarios generales regis-

francés e inglés o alemán y viceversa, etc. 2) Los diccionarios


etimológicos, que reconstruyen la historia de las palabras de
una lengua, o las derivaciones “internas” que ocurren dentro
de la misma lengua (caminadora deriva de caminar, etc.) o la
derivación de palabras de otras lenguas más o menos coetáneas
{abandonar deriva en español del francés abandonner) o más
antiguas, de las que nace gran parte del cuerpo de una lengua,
como del latín nacen las lenguas neolatinas y romances, entre
las que se encuentra el español. Los diccionarios etimológicos
nos dicen, por ejemplo, que abadía deriva del latín tardío abba-
tia, que proviene de la palabra griega abbás abbátos, derivada a
su vez de abbá, “padre”, palabra de una antigua lengua semíti­
ca, el arameo. 3) Los diccionarios especiales, de pronunciación
y ortografía, de jergas, dialectos, palabras extranjeras, lengua­
jes especiales de la medicina, la botánica, etc. 4) Filialmente
los más importantes, los diccionarios generales “monolingües”,
que, a partir de las dos grandes lenguas antiguas, el latín y el
griego, empezaron a elaborarse en Europa en el siglo xv. En
el ámbito de los monolingües distinguimos los diccionarios de
aprendizaje (con unos pocos miles de palabras del vocabulario
básico, el vocabulario común y algunos términos especializados)
y los grandes diccionarios de referencia, con cientos de miles de
palabras raras y especializadas: ya sea de forma deliberada o in­
voluntaria, estos diccionarios suelen tener una base histórica y
abarcan varios o todos los siglos de historia de una lengua, co­
mo, para el italiano, el Grande dizionario della lingua italiana,
creado por el filólogo y crítico Salvatore Battaglia (1904-1971)
que la utet de Turín comenzó a publicar en 1961. En 2001 iba
por el volumen xx (SCI-TOG), y actualmente están en prensa
los dos últimos volúmenes. [En español contamos con el Dic­
cionario crítico etimológico castellano e hispánico, de Joan Corami­
nas y José A. Pascual, publicado por Editorial Gredos, de
18 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

tran, por lo tanto, algunos cientos de miles. Se tra­


ta, en su mayoría, de palabras que sólo usan gru­
pos reducidos de personas especializadas en un
ámbito particular de trabajo o estudio. Del mar de
palabras que aparecen en los textos de una len­
gua, una persona lingüísticamente muy culta y con

Madrid.] Los diccionarios históricos son preciosos no sólo pa­


ra el lexicólogo sino para el historiador de la lengua y, en ge­
neral para todos los historiadores. Además, los diccionarios
monolingües generales, hasta los más modestos, son una fuen­
te preciosa de anotaciones gramaticales y sintácticas. No es ca­
sual que una de las mejores gramáticas italianas de nivel cien­
tífico, la que debemos a Lúea Serianni (Grammatica italiana.
Italiano comune e lingua letteraria, con la colaboración de Alberto
Castelvechi, utet, Turín, 1988) sea en gran medida y declarada­
mente (p. VIII de la “Introducción”) una proyección sistemática
de los materiales de Battaglia. Hace ya algunos años los sopor­
tes informáticos permiten crear bancos de datos lexicográficos
que alcanzan y superan el millón de palabras, pero podrían ser
más si se incluyeran todos los términos de ciencias como la bo­
tánica y la zoología. La lexicografía moderna se ha desarrolla­
do sobre la base de la creación de diccionarios y el trabajo le­
xicográfico. Una académica italiana, Carla Marello, escribió
dos buenos resúmenes: Dizionari bilingui, Zanichelli, Bolonia,
1989, y Le parole dell'italiano. Lessico e dizionari, Ídem, 1996. Aun­
que más sintético, es útil el trabajo de Giovanna Massariello
Merzagora, La lessicografia, idem, 1983, y, aunque necesariamen­
te menos actualizado, también lo es el breve y erudito Che cos’é
un vocabolavio, de Brunio Migliorini (Ira. ed., Edizioni della
Bussola, Roma, 1946, luego reeditado muchas veces: Sausoni,
Florencia, 1961, etc.). Finalmente, algunos datos lexicológicos
que se encuentran en el texto y en las notas todavía no son del
dominio público, y derivan (textualmente) del trabajo lexi­
cográfico hecho para escribir el GRADIT. Grande dizionario ita­
liano dell’uso, 6 vols., utet, Turín, 1999, y se indican en una in­
troducción lexicográfica y en un apéndice lexicológico (vol.
I, pp. Vll-XLII, Introduzioney vol. VI, pp. 1163-1204, Caralteri del
lessico italiano).
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 19

buena memoria conserva en la mente, reconoce y


sabe usar sensatamente sólo algunas decenas de
miles, que extrae oportunamente de su memoria
a largo plazo.
La memoria a largo plazo es en cierta forma un
espacio privado, personal, en el sentido de que no
tiene un contenido idéntico en cada ser humano.
Y por ello la configuración precisa del patrimonio de
palabras memorizadas es privada, personal. Sólo los
pocos miembros de un núcleo familiar conocen
las palabras del “léxico familiar” que, en un caso
ejemplar, fue revelado por la memoria poética de
una gran escritora, Natalia Ginzburg. En la sociedad
y en los países en los que la institución familiar tie­
ne un peso importante cada familia conserva restos
de dialectos de origen remoto (las venecianas negri-
gurasdel padre de Ginzburg) o de juegos y deforma­
ciones infantiles de cuando algún familiar era niño
—o casi—: palabras que da vergüenza exportar fue­
ra de los círculos más cercanos, más íntimos. Pero
sucede lo mismo, con mayor amplitud social y re­
levancia intelectual, con otros grupos que se for­
man dentro de una comunidad lingüística. Sólo un
abogado o un juez conoce y sabe usar palabras como
anatocismo o laudo, y entiende o usa otros miles de pa­
labras que, por el contrario, ignora un geólogo, que
a su vez entiende qué quiere decir hematita. Los abo­
gados y los geólogos ignoran palabras como fibroma,
comunes para un obstetra, solenoide, clara para un
profesor de matemática, o como lechada, obvia para
un albañil, que a su vez ignora las palabras de los
anteriores, y todos quedan en ridículo ante la pa­
labra deflación y otras palabras de los estudiosos y
20 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

teóricos de la economía. Y luego están los grupos


regionales. Un italiano de familia siciliana conoce
y puede usar la palabra scarrozzo} los friulianos se
saludan con un alegre mandi!, poco comprensible
para los demás italianos. El grupo de los que cono­
cen una lengua extranjera se reconoce del mismo
modo: un italiano que sepa alemán conoce, y tal vez
usa, palabras como gemíítlich o gespannt, desconoci­
das para el resto. En resumen, las palabras que uno
conoce son en gran parte comunes únicamente pa­
ra un círculo relativamente restringido, aveces poco
más que familiar. Entre las palabras memorizadas
por las personas que componen una misma comu­
nidad existe un núcleo común de algunos miles, que
usamos cotidianamente para hacer que nos entien­
dan personas más alejadas de nuestro grupo profe­
sional, regional y social, y para entenderlos nosotros.
Todas estas palabras, las comunes y las diferen­
tes, según los grupos sociales y las experiencias
personales y de estudio, vinculan a cada instante
al ser humano, en su presente siempre fugaz, con
el pasado personal y no personal. Guardamos en
la memoria personal tanto las palabras más comu­
nes como las que compartimos con grupos más
restringidos, pero no nos pertenecen sólo a noso­
tros. Casi cada palabra que podamos recordar, tal
vez todas, y sin duda todas las importantes y comu­
nes, son palabras que provienen de lo que hemos
oído en nuestra familia, de las personas con las
que hemos entrado en contacto, de lo que hemos
escuchado con cierta atención, de lo leído.
Un poeta italiano, que también era un valiente
abogado, escribió: “He aprendido tantas palabras
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 21

de ti /Cada palabra / una compañera. Cada pala­


bra / el regreso de un amigo”. Y otro poeta, más
grande (si es que puede haber grados en la poesía)
y más famoso, Eugenio Móntale, escribió: “Las pa­
labras / son de todos, y es en vano / que se escon­
dan en los diccionarios”. Si bien la configuración
del patrimonio de palabras que conocemos es per­
sonal, los elementos de la configuración vienen de
lejos: de puntos y personas distantes en la realidad
social y geográfica y, sobre todo, de épocas lejanas
en el tiempo, como sin duda han establecido los es­
tudios de lingüística histórica y comparada.2

2En buena medida el trabajo de los lingüistas ha sido y es


esto: partir de las palabras de lenguas bien documentadas, an­
tiguas como el sánscrito y el griego o el latín o bien modernas
y actuales, como italiano o el alemán, el japonés o el árabe, ir
a las formas más antiguas y a los significados más lejanos en el
tiempo histórico y, donde y cuando es posible, saltar hacia la
prehistoria, las lenguas madres hipotéticas y reconstruidas: el
indoeuropeo común (reconstruido a partir del latín, el griego,
el iraní antiguo y el sánscrito, lenguas germánicas y eslavas,
etcétera), el semítico común o protosemítico (reconstruido a
partir del árabe, el hebreo, el arameo, el eblaítico, etcétera),
el uro-altaico (húngaro, finlandés, turco, etc.), el camitico, el
sino-tibetano, etcétera. Cada veinte o treinta años un estudio­
so se ve tentado a saltar a protoprotolenguas, con la esperan­
za de llegar, a través del tiempo, a la lengua que hablaron nues­
tros antepasados remotos cuando, hace doscientos mil años
según el “reloj biológico”, cien mil según la fecha de los prime­
ros registros fósiles comprobados, apareció el Homo sapiens sa­
piens, presumiblemente parlante, como, tal vez, ya lo eran sus
progenitores inmediatos hacía ya unos cuantos cientos de mi­
les de años. Pero este salto es muy aventurado. Lo dificulta so­
bre todo la excesiva brecha temporal entre las protolenguas re­
construidas sobre la base de hipótesis rigurosas, basadas en
documentos y observaciones precisas de los vestigios y cambios
fonéticos y semánticos y de los orígenes de las primeras lenguas
22 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

Aunque no sepamos nada de historia, aunque


no leamos, escuchemos ni contemos historias, ca­
da palabra que usamos para entender o hacernos
entender viene del pasado y nos une con el pasa­
do, y no sólo con nuestro pasado personal sino
con el del grupo familiar y los grupos humanos,
entre otros el pueblo al que pertenecemos y los
pueblos recordados u olvidados que usaron pala­
bras y lenguas que, transformándose a lo largo del
tiempo, dieron origen a la nuestra. Cada palabra
nos une con la historia.
Pero las palabras y los recuerdos tienen otra co­
nexión, no menos profunda. Hasta ahora hemos
humanas. Otra dificultad es, como ha podido documentarse,
la radicalidad de los cambios de sonidos, funciones y estruc­
turas de las lenguas conocidas, radicalidad en la que debemos
detenernos con frecuencia. Hasta los expertos que no son
insensibles a los problemas de los orígenes de las lenguas
opinan que es imposible hacer reconstrucciones fundadas de
lenguas primigenias. En todo caso, en el trabajo de Franco
Cavazza, Lezioni di indoeuropeistica con particolare riguardo alie
tingue classiche (sánscrito, greco, latino, gotico), Edizioni ETS, Pisa,
2001, pp. 226-229, ibidem, ad indices, puede encontrarse un
grupo de cerca de 25 raíces de bases lexicales que algunos
sostienen que son comunes a las seis mil lenguas conocidas y
que, por lo tanto, pueden ser residuos de un remoto origen
común, así como referencias a otros trabajos serios orientados
a buscar rastros de la monogénesis de las lenguas. Sobre las
preguntas que nos hemos hecho aquí se usan con frecuencia
dos trabajos editados por Romano Lazzeroni, Lingüistica stori-
ca, Carocci, Roma, 1987, y La cultura indoeuropea, Laterza,
Roma-Bari, 1998, y el editado por Alina Giacalone Ramat y
Paolo Ramat, Le tingue indoeuropee, II Mulino, Bolonia, 1988.
Para la etimología en particular recomiendo también un afor­
tunado trabajo historiográfico de Marco Mancini, “Ex ipsis
vocabulorum originibus” Vico e V etimología dei filosofi, Marina
Benedetti (ed.), “Fare etimología”. Presente, passato e futuro della
ricerca etimológica, II Calamo, Roma, 2001.
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 23

presentado la memoria como un almacén, con só­


lidos estantes capaces de acoger miles y, en algu­
nos casos particulares, decenas de miles de pala­
bras diferentes. Es un poco como las imágenes que
pueblan un hermoso soneto de Gioachino Belli,
“Un depósito de aduanas”. Pero hoy sabemos
que las palabras no son mercancías aisladas y
muertas en un gran depósito que a su vez yace
inerte. El depósito es nuestro cerebro, que es un
conjunto siempre en movimiento, un grupo di­
námico de millones de células nerviosas, las neu­
ronas, cada una conectada a otras en miles y mi­
llones de circuitos diferentes. Durante muchos
años la neurolingúística ha tratado de entender
cómo una palabra que entra en el depósito se co­
necta con otras palabras y con los recuerdos de
otras experiencias. Las fronteras de la investiga­
ción avanzan rápidamente, pero lo que ya sabe­
mos sobre lingüística, psicología y psicoanálisis
nos dice que ninguna palabra vive sola/No sólo

sEn el siglo xix un lingüista polaco, Mikolaj Kruszewski


(1851-1887), y luego, en el siglo XX, un lingüista ginebrino,
Ferdinand de Saussure (1857-1913) entendieron que en la
mente las palabras se asocian por afinidades formales y se­
mánticas, es decir por la similitud de la forma significante y
por la contigüidad de sus significados, y que esta contigüidad
no es un hecho meramente psicológico de la memoria: la con­
tigüidad es determinante para definir los límites del significa­
do de las palabras, el campo de sentido dentro del cual, duran­
te el uso, una palabra puede desplazarse conteniéndolo y
transmitiéndolo. A partir de esto, más tarde, el estudioso ale­
mán Jost Triet (1894-1970) desarrolló el concepto de Wortfeld,
“campo semántico”: en torno de un significado dominante se
conglomeran las palabras de significado afín, que así compar­
ten referencias o sentidos. Para un panorama de los estudios
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 23

presentado la memoria como un almacén, con só­


lidos estantes capaces de acoger miles y, en algu­
nos casos particulares, decenas de miles de pala­
bras diferentes. Es un poco como las imágenes que
pueblan un hermoso soneto de Gioachino Belli,
“Un depósito de aduanas”. Pero hoy sabemos
que las palabras no son mercancías aisladas y
muertas en un gran depósito que a su vez yace
inerte. El depósito es nuestro cerebro, que es un
conjunto siempre en movimiento, un grupo di­
námico de millones de células nerviosas, las neu­
ronas, cada una conectada a otras en miles y mi­
llones de circuitos diferentes. Durante muchos
años la neurolingúística ha tratado de entender
cómo una palabra que entra en el depósito se co­
necta con otras palabras y con los recuerdos de
otras experiencias. Las fronteras de la investiga­
ción avanzan rápidamente, pero lo que ya sabe­
mos sobre lingüística, psicología y psicoanálisis
nos dice que ninguna palabra vive sola/No sólo

sEn el siglo xix un lingüista polaco, Mikolaj Kruszewski


(1851-1887), y luego, en el siglo XX, un lingüista ginebrino,
Ferdinand de Saussure (1857-1913) entendieron que en la
mente las palabras se asocian por afinidades formales y se­
mánticas, es decir por la similitud de la forma significante y
por la contigüidad de sus significados, y que esta contigüidad
no es un hecho meramente psicológico de la memoria: la con­
tigüidad es determinante para definir los límites del significa­
do de las palabras, el campo de sentido dentro del cual, duran­
te el uso, una palabra puede desplazarse conteniéndolo y
transmitiéndolo. A partir de esto, más tarde, el estudioso ale­
mán Jost Triet (1894-1970) desarrolló el concepto de Wortfeld,
“campo semántico”: en torno de un significado dominante se
conglomeran las palabras de significado afín, que así compar­
ten referencias o sentidos. Para un panorama de los estudios
24 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

están conectadas con otras palabras, afines por su


forma o su sentido o su cercanía en el uso habi­
tual, sino que se conectan profundamente con las
experiencias a las que da lugar su uso.
Esta conexión es más que una mera yuxtaposi­
ción. Es una conexión profunda, vital. En primer
lugar, con su presencia la palabra refuerza recuer­
dos con los que está vinculada. Por ejemplo, mien­
tras más adjetivos y nombres de colores conozca­
mos, y mejor manejemos el campo semántico del
color, mejor distinguiremos los diversos colores,
mejor y más trabajaremos y viviremos distinguien­
do los colores, como hacen los pintores, los restau­
radores o los diseñadores de telas, y sobre todo las
mujeres que están atentas a la moda y a la aparien­
cia personal, y mejor aprenderemos a entender los
nombres y los adjetivos de los colores. Otro ejem­
plo célebre es el campo semántico de la nieve.
Quien vive toda su vida en la ciudad ve y habla de
la nieve —si es que la conoce—, pero el alpinista
o el esquiador experimentados pueden reconocer
y hablar de diferentes tipos de nieve. Y donde los
europeos ven y hablan sólo de “nieve”, los inuit,
los esquimales, ven y hablan de decenas de nieves
diferentes. El campo semántico está conformado
en función de sus necesidades vitales. Pero, sin

más recientes, en particular los realizados en Estados Unidos,


véase el libro de Cristina Cacciari, Psicología del linguaggio, II
Mulino, Bolonia, 2001, en particular las pp. 159-211, y el de
Grazia Basile, Le parole nella mente. Relazioni semantiche e estrut-
tura del lessico, Franco Angeli, Milán, 2001. Para un punto de
vista psicoanalítico es muy útil el trabajo de Jacqueline Amati
Mehler, Simona Argentieri y Jorge Cauestri, La babele delVin-
conscio, Raffaello Cortina, Milán, 1991.
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 25

verse obligada a viajar el Círculo Polar, una deno­


dada estudiosa francesa, Ilenriette Walter (n.
1929), en un libro tan placentero como informa­
tivo, L'avventura delle tingue in Occidente, ha llama­
do la atención sobre el campo semántico de la
pasta. Podemos constatar que donde el no italiano
ve o pide un plato de pasta, un italiano distingue,
denomina y de vez en cuando cocina, en forma su­
tilmente diferente, spaghetti, vermicelli, fusilli, spag-
hettini, bucatini, capellini, maccheroncini, zita, penney
mezze penne, tagliatelle, tagliolini, pappardelle, malta-
gliati... por no hablar de ravioli, ravioloni, raviolini,
tortelli, tortellini, tortelloni, cappelletti, cappellacci y
otras decenas de palabras delicadamente interco­
nectadas en la práctica semántico-culinaria de los
italianos.
Un problema que causa mucha controversia es
el de entender hasta qué punto la percepción sen­
sorial misma está determinada por la presencia o
ausencia del recuerdo y el conocimiento de cier­
tas palabras. Sin duda la conciencia organizada de
lo que esperamos está orientada por la presencia
o ausencia de palabras, y la conciencia, a su vez,
determina la memoria.
El juego mutuo entre experiencia, memoria y
palabras hace que, así como la madeleine, la masita
de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, cada
palabra pueda funcionar como la punta de la made­
ja en la que se enredan los recuerdos de nuestras
experiencias y se convierta con frecuencia en el
hilo rojo que une recuerdos desaparecidos y los
devana.
Finalmente, también es cierto que muchas pa­
26 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

labras se encuentran en la memoria no sólo en


asociaciones y campos semánticos, sino junto a
otras secuencias más o menos amplias: proverbios
y expresiones proverbiales, letanías, adivinanzas,
ocurrencias, chistes, refranes, títulos de obras, fra­
ses célebres, rezos, operaciones, fórmulas matemá­
ticas y teoremas, poesías, novelas, canciones. A ca­
da pedazo de este material compuesto le damos el
nombre de “meme”. Los memes son las unidades
funcionales de nuestra memoria. Y también son
una propiedad privada y, simultáneamente, com­
partida y pública. Más que con palabras sueltas, los
memes crean una unión tanto con nuestra familia,
los amigos más cercanos y el grupo social al que
pertenecemos como con el conjunto de grupos
que constituyen un pueblo y una nación.
Es así como las palabras funcionan en la memo­
ria y constituyen un elemento muy poderoso de
nuestra identidad personal, familiar, social, cultu­
ral y nacional. Por ello muchos pueblos que han
adoptado y usado otras lenguas han conservado
celosamente su propia lengua nativa tradicional.
Los japoneses y coreanos aprendieron a lo largo
de los siglos y usan todavía el chino mandarín y sus
ideogramas, pero nunca abandonaron sus lenguas
nativas, que mantienen bien vivas. En la Europa
medieval las clases apenas instruidas conservaron
o adoptaron el latín, pero a su sombra se fortale­
cieron sus lenguas vulgares, populares (theotisca lin-
gua, en alemán, quería decir lengua del vulgus, del
pueblo), que florecieron y se afirmaron. En Afri­
ca las grandes lenguas habladas “por la civiliza­
ción”, es decir el árabe y las lenguas europeas co­
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 27

loniales (francés, inglés, portugués, español) y las


lenguas locales transglotales,4 como el suahili, no
han eliminado las casi dos mil lenguas locales. No
hay que ir muy lejos ni en el tiempo ni en el espa­
cio: después de la República en Italia, en 1946, los
ciudadanos aprendieron (casi todos) el italiano,
pero muchos (seis de cada diez) recuerdan y usan
sus propios dialectos. La memoria profunda y la
identidad de un pueblo están depositadas en una
lengua, en sus sonidos, en sus palabras cuyo signi­
ficado se desvanece.
Y por eso, porque las palabras están vinculadas
con el pasado cercano y lejano, ya sea el nuestro o
el de alguien más, es por lo que tienen que ver con
nuestro presente más inmediato. Nos permiten in­
teractuar con los otros, entender a los otros y ha­
cernos entender. Nos permiten reflexionar inte­
riormente sobre lo que hemos vivido o lo que
estamos viviendo, compararnos con los demás y
4E1 adjetivo “transglótico”, más apropiado que “interna­
cional” califica las lenguas que se establecen fuera de su área
nativa no como simples lenguas extranjeras, contenidas en
grupos más o menos restringidos, sino como “segundas” len­
guas, que se usan codo con codo con una lengua nativa en la
comunicación escrita y pública, en el trabajo, en las escuelas,
etcétera. Hoy pensamos de inmediato en el caso del inglés
(analizado por Claude Truchot en L’anglais dans le monde con-
temporain, Le Robert, París, 1990): es una típica lengua trans-
glótica, nativa para cerca de 250 millones de personas en seis
países del mundo (en el más grande, Estados Unidos, seguida
de cerca por el español) y segunda lengua común en unos
sesenta países, entre los cuales se encuentra el inmenso sub-
coutinente indio. Otras grandes lenguas transglóticas fueron
el acadio, el griego, el arameo, el latín, y son el árabe, el chino
mandarín, el francés, el portugués, el ruso, el suahili y el
español.
28 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

entendernos mejor a nosotros mismos. Nos permi­


ten elaborar emociones, ideas, miedos, fantasías,
sueños, razonamientos, esperanzas y, sobre todo,
continuos programas y proyectos para nuestras ac­
ciones y empresas futuras.
Apenas los hemos evocado: miedos, esperanzas,
proyectos. Las palabras no sólo nos unen con el
pasado, no sólo son preciosas en el presente. Tam­
bién nos abren puertas hacia el futuro. El futuro
más inmediato le sirve a la memoria a corto plazo
para permitirnos terminar la frase que hemos co­
menzado o para entender, como con frecuencia
es necesario, dónde y cómo van a terminar las fra­
ses de los otros. Pero también el futuro más leja­
no entra enjuego mediante las palabras y la me­
moria a largo plazo. En y con las palabras de que
disponemos toman forma instrucciones para ac­
ciones sucesivas, órdenes, proyectos, programas,
leyes.
Pasado cercano y remoto, presente, futuro más
inmediato y más lejano: toda la vida de un ser hu­
mano está comprendida en y por las palabras.
Las palabras nacen de experiencias reales y posi­
bles, de la convergencia de las capacidades de
emoción, acción e inteligencia que posee cada
ser humano, y a su vez tienen gran poder sobre es­
tas capacidades: las consolidan, las estructuran, las
hacen comunicables y comunes, como lo recuer­
da no un humanista sino un gran físico teórico, Al-
bert Einstein (1879-1955): “La mayor parte de lo
que sabemos y creemos nos lo ha enseñado otro
mediante una lengua que otros han creado. Sin la
lengua nuestra capacidad de pensar sería muy
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 29

mezquina, y equiparable a la de otros animales su­


periores.” Así comienza Mi visión del mundo [Bar­
celona, Tusquets, 1996].
Quien tiene una formación humanística o es
ajeno a los estudios sobre la fisiología de la memo­
ria podría verse engañado por el enorme énfasis
que hemos hecho en el valor psicológico, intelec­
tual e histórico que, a través de la memoria, debe­
mos reconocerles a las palabras. Este valor indu­
dablemente existe, pero las palabras y las frases
existen ante todo en nuestra materialidad, en nues­
tro ser corpóreo. Esto ocurre sin duda con la voz,
en la que toman forma los “significantes”, la forma
externa de las palabras y las frases. Como escribió
un gran fonetista británico, David Abercrombie
(Elements of General Phonetics, Edimburgo, Edin-
burgh University Press, 1967, p. 1), “hablamos con
todo el cuerpo”. Las emisiones de aire de los pul­
mones y las vibraciones de la glotis son diferentes
porque las trabajamos y esculpimos con la cavidad
oral, pero la voz que nace así sería casi impercep­
tible si sus resonancias no fueran amplificadas por
la cavidad torácica (que produce las ondas acústi­
cas que oímos); y tampoco sería muy variada sin la
guía del cerebro. Otro gran fonetista, Paúl Passy
(1859-1940) observaba, en su hasta ahora no supe­
rada Petite phonétique des principales langues européen-
nes, que el aparato vocal humano no debe compa­
rarse con un instrumento, sino con un grupo de
éstos: los vientos, las cuerdas, las percusiones... que
no funcionarían sin un director de orquesta. La
capacidad de usar el cerebro es decisiva para arti­
cular la voz, para coordinar los delicados gestos de
30 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

la boca y de los órganos de la voz con el fin de ob­


tener las sutiles diferencias que nos permiten dis­
tinguir diversas familias de sonidos y tonos. El cere­
bro tiene una función de primordial importancia
en lo que llamamos “prestar oídos” y seleccionar,
entre un rumor, el sonido de la voz que deseamos
oír, e identificar en ella los cambios de ritmo y to­
no y la sucesión de sonidos significativos para in­
tegrar lo que percibimos en la forma de palabras
que conocemos. El cerebro tiene la misma fun­
ción en el aprendizaje y el uso de los equivalentes
de la voz, como en la lengua de señas, el lenguaje
gestual de la comunidad de los sordos (de los que
hablaremos más adelante, p. 112, nota) y las acti­
vidades más comunes, como leer y escribir, que es
un trabajo para todo el cuerpo: músculos, vista, ce­
rebro. Aunque esto es más evidente en el ejercicio
productivo y perceptivo de las lenguas de señas de
los sordos, también está presente en la escritura y
la lectura. A los intelectuales, para los cuales leer,
escribir y aprender parecen actividades fáciles,
porque se han convertido en costumbres, un gran
personaje trágico del siglo xx, Antonio Gramsci
(1891-1937) les recordaba, desde su cautiverio en
las cárceles fascistas, que saber escuchar, sentarse
a leer, a escribir, a estudiar palabras provoca fati­
ga, fatiga muscular. Por lo demás hoy sabemos que
sin el aporte químico y físico de todo el cuerpo no
se pueden fijar recuerdos en la memoria a largo
plazo, pues ésta está físicamente constituida en re­
lación con el cuerpo entero, cuya importancia pa­
ra la vida de las palabras y las lenguas ya hemos
señalado. Y esto vale no sólo para las voces y los sig-
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 31

niñeantes: no recordaríamos esa voz sin atribuirle


un sentido, el sentido que hemos experimentado
con todo nuestro ser. Quienes imaginan que las
palabras tienen una parte física, la de la vocaliza­
ción que producimos y oímos, y una parte espiri­
tual, la de los significados y los sentidos estudiados
por la semántica y la gramática, van por el camino
equivocado, porque vivimos la experiencia de dar
sentido a las voces con todo el cuerpo, y es así co­
mo las conservamos a largo plazo, voces unidas a
sentidos y sentidos unidos a voces, es decir, pala­
bras. Tenía muchísima razón el “fabuloso Gianni”,
el escritor italiano Gianni Rodari, que rivaliza con
Dante, Maquiavelo y Umberto Eco por el número
de traducciones que hay en el mundo de sus
obras. Mientras les enseñaba a los niños de Reggio
Emilia las “lecciones” que luego se convertirían en
La gramática de la fantasía, cuando los niños, a quie­
nes les había pedido que inventaran una historia a
partir de un detalle o de una palabra, guardaban si­
lencio y decían no recordar ninguna palabra o nin­
gún suceso, Rodari, sonriendo, respondía: “¿Pero
y la punta de tu nariz, tu dedo meñique, tu pierna
derecha? ¿Será posible que ellos no se acuerden
de nada? ¿Ytu codo? ¿No habrá una palabra de la
que sólo él se acuerde?” Los niños y las niñas se
reían, y las palabras y los recuerdos afloraban des­
de la punta de la nariz, del meñique, del codo.
No sólo la voz, sino también nuestro discurso y
nuestra comprensión y nuestro conocimiento de
una lengua hunde sus raíces en todo nuestro
cuerpo.
Y sin embargo es verdad que las palabras tras-
32 LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO

tienden el plano de lo puramente físico. Estudiar


las ondas acústicas o las variaciones cromáticas
producidas por la voz o por la caligrafía cuando se
realiza una palabra con la voz o con la escritura y
estudiar el comportamiento físico de quien la di­
ce o la recibe nos enseñan cosas importantes y, en
última instancia, nos enseñan a recordar siempre
que, privados de raíces en lo físico, no existirían
el significado y los significantes de las palabras y
las frases; pero no dicen dónde y en qué momen­
to una palabra aterriza en nosotros, cómo está co­
locada en la memoria y en la mente, qué límites
impone su forma y su uso y, cuando la adoptamos,
qué relación establece con las otras palabras. En
resumen: el hecho es que una palabra, que en
efecto radica en fenómenos físico y fisiológicos, no
se reduce a éstos. Recordemos que una palabra so­
brevive a la materialidad individual durando por
innumerables generaciones, atravesando de per­
sona en persona el espacio material y social en el
que existimos como individuos. Y sobre todo, las
motivaciones por las que decidimos decirla y los
efectos que provoca cuando la oímos no se dejan
reducir a causas o efectos de naturaleza física.
Este esquivo objeto material que es la palabra
tiene las características de la banalidad cotidiana
más manida, obvia e inmediata, y al mismo tiem­
po nos sorprende porque tiene en sí algo extraor­
dinario, un poder o, como dijo un gran pensador
y lingüista alemán, Wilhelrn von Humboldt (1767-
1835), tiene una enérgeia que trasciende la banali­
dad y la cotidianidad. Esta localización física, fisio­
lógica, de las palabras, y al mismo tiempo su
LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA Y EL PROYECTO 33

evidente poder de trascendencia han hecho que


en la historia de la reflexión sobre el lenguaje la
mayor parte de los estudiosos y pensadores rigu­
rosos, alejados del misticismo (basta evocar aquí
algunos de los nombres más conocidos: Saussure,
Croce, Chomsky), digan que una sombra de mis­
terio parece rodear nuestra habla y nuestra forma
de comprendernos a través de las palabras. Nos
adentramos en el mundo de las palabras con este
misterio en mente, pero al mismo tiempo busca­
mos dispersar las sombras hasta donde sea posible.
Así entenderemos mejor cuánta razón tenía
aquel gran poeta popular italiano, Ignazio Buttit-
ta, cuando en su siciliano escribía: Un populu / di­
venta poviru e servu / quanni ci arrohbanu a lingüa /
addutata dipatri: / e persu pi sempri. /Diventa poviru
e servu, / quanno i pároli non figghianu pároli / e si
manciano tra d'iddi. / Mi nn'addugnu ora, / mentri
accordu a chitarra du dialettu / caperdi na corda lujor-
nu. “Un pueblo se vuelve pobre y esclavo cuando
le roban la lengua que sus padres le dieron como
dote: está perdido para siempre. Se vuelve pobre
y esclavo cuando las palabras no engendran pala­
bras y se devoran entre sí. Me doy cuenta ahora,
mientras afino la guitarra del dialecto que pierde
una cuerda cada día.”
2. CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS

Hay seres vivos aun muy parecidos a los humanos


que no disponen de la capacidad de usar palabras
y frases. Se comunican, a veces en formas muy
complejas, pero no poseen un lenguaje similar al
humano. A algunos de estos animales, por ejemplo,
a los chimpancés, sobre todo a las hembras, ha sido
posible enseñarles mediante la domesticación algu­
nos elementos de una lengua. Esto es interesante
por muchas razones y más adelante tendremos oca­
sión de hablar más al respecto, pero la realidad es
que en la naturaleza, en estado salvaje, sólo los se­
res humanos desarrollan la capacidad de usar las
palabras. A este respecto debemos darle la razón
a un estudioso estadunidense, Philip Lieberman,
quien, después de intentar durante mucho tiem­
po reconstruir los hipotéticos pasos intermedios
entre las formas de comunicación de los primates
y de otras ramas del Homoy el lenguaje de palabras
y frases del Homo sapiens, en 1991 dio a su libro un
título muy significativo en sí mismo: Uniquely Hu-
man (Unicamente humano).
La capacidad de usar las palabras no opera en
forma constante en la vida humana. Algunas de
nuestras experiencias, incluso las más complejas,
son vividas sin revestirlas de palabras. Y las pala­
bras no pertenecen sólo a esferas de experiencias
que podemos llamar animales o, con un dejo de
[34]
CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS 35

desprecio, bestiales. Crear o incluso sólo saber apre­


ciar imágenes o música, resolver racionalmente
problemas mecánicos u operativos complejos, selec­
cionando y adecuando los medios a fin de obtener
resultados, son ejemplos de formas de experiencia
y actividades cuya realización no pasa necesariamen­
te por las palabras. Las palabras no lo son todo y no
están necesariamente presentes en todos los as­
pectos de nuestra vida.
Pero podemos suponer que, si bien no intervie­
nen directamente en la creación de una pieza mu­
sical o arquitectónica, o en la resolución inmedia­
ta de un problema práctico, las palabras son el
humus escondido, el supuesto no evidente e inclu­
so indirectamente responsable de la realización y
la forma de estas experiencias. Aunque tengan lu­
gar sin la presencia de palabras, muchas de estas
experiencias, como la concepción de un cuadro o
de un tema musical, suponen adquisiciones ante­
riores mediadas por la posesión y el uso de pala­
bras. En otros términos, podemos preguntarnos si
al estar totalmente privados de palabras seríamos
capaces de hacer estas obras. Es una pregunta a la
que hoy la etología, el estudio de otras especies
animales, de su comportamiento y capacidades,
puede responder en formas unívocas y nada trivia­
les. El conjunto de estas respuestas nos permite
afirmar que algunas capacidades de razonamien­
to relativamente complejas y algunas capacidades
innovadoras, y en este sentido creativas, no están
limitadas a la especie humana. Hace algunos años,
en 1974, un etólogo italiano, Danilo Mainardi (n.
1933) lo explicó muy bien en un libro cuyo título
36 CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS

entonces resultaba provocador: Lanimale cultúrale


(El animal cultural). Sin embargo, otros animales
que, a diferencia de los humanos, no usan pala­
bras y lenguas, son capaces de mejorar sus formas
de vida y de desarrollar, rebasando los límites de
la herencia biológica, sus propias formas de cul­
tura que se transmiten a lo largo de las generacio­
nes no por la vía genética sino, sin la intervención
de las palabras, mediante la imitación y la comu­
nicación.
Si bien aquí destacamos los límites de la presen­
cia de las palabras en la vida humana no buscamos
minimizar el valor del lenguaje. Por el contrario,
deseamos ayudar a articular y entender mejor có­
mo se determina la importancia de las palabras y
de su uso. Sólo si renunciamos a asegurar, enfáti­
ca y erróneamente, que las palabras lo son todo,
que todo el razonamiento es verbal, podemos es­
perar entender mejor que las palabras son muchas
cosas, y buscar entender esta multiplicidad.
Debemos volver a hacer una afirmación bastan­
te obvia: las palabras pueden acompañarnos, y de
hecho nos acompañan, en toda clase de momen­
tos de nuestra vida. También las experiencias crea­
tivas y operativas no verbales de las que hablamos
antes pueden (aunque no necesariamente) in­
cluir, y con frecuencia incluyen, una elaboración
proyectual en palabras más o menos amplia, en la
que las palabras la acompañan y le sirven para
compararla y entenderla. Pero sobre todo, en in­
numerables casos y tipos de experiencia, las pala­
bras surgen como sin esfuerzo del fondo de nues­
tra memoria, o debemos buscarlas allí mismo, y
CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS 37

nos ayudan en muchos fines diversos. Un pasaje


particular de Philosophische Untersuchungen [Inves­
tigaciones filosóficas, Crítica, Barcelona, 1987], la
obra magna del gran filósofo del lenguaje Ludwig
Wittgenstein (1889-1951), que apareció postuma­
mente en 1953, consagra un pasaje a enumerar es­
tos fines, o para demostrar que es imposible hacer
una lista exhaustiva y definitiva:

¿Pero cuántos tipos de proposiciones existen? ¿Por


ejemplo: afirmación, pregunta, orden? Existen innume­
rables tipos: innumerables usos diferentes de todo lo
que llamamos “signos”, “palabras”, “proposiciones”. Y
esta multiplicidad no está fija, no está definida de una
vez por todas; surgen nuevos tipos de lenguaje, nuevos
juegos lingüísticos, y otros envejecen y son olvidados.
(Los cambios en las matemáticas pueden darnos una
imagen aproximada.)
Aquí la expresión “juego lingüístico” está destinada a
mostrar el hecho de que el habla de un lenguaje cons­
tituye una parte de una actividad, una forma de vida.
Consideremos la multiplicidad de juegos lingüísticos
contenidos en estos (y otros) ejemplos:
Ordenar, y actuar según una orden.
Describir un objeto sobre la base de su aspecto o sus
dimensiones.
Construir un objeto sobre la base de una descripción
(diseño).
Hablar de un suceso.
Especular en torno de un suceso.
Elaborar una hipótesis y someterla a prueba.
Representar los resultados de un experimento me­
diante tablas y diagramas.
38 CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS

Inventar una historia; leerla.


Recitar en teatro.
Cantar en un coro.
Decir adivinanzas.
Inventar una ocurrencia; contarla.
Resolver un problema de aritmética aplicada.
Traducir de una lengua a otra.
Preguntar, agradecer, maldecir, saludar, rezar... (§ 23).

Ya regresaremos más adelante a esta multipli­


cidad de motivaciones y destinos en el uso de las
palabras. Pero por lo pronto resulta evidente que
esta multiplicidad no siempre ha sido tenida pre­
sente, y que no es posible restringir las palabras a
un solo ámbito de la vida humana, la poesía o la
razón o la praxis.“En los símbolos fonéticos debe
buscarse [...] todo el movimiento de la conciencia,
a la cual la lengua da forma: la palabra no sólo es
Ta tumba de las musas’, sino el sagrario de la vida
de toda la humanidad”, escribió, en los mismos
años de Wittgenstein, el lingüista italiano Antoni­
no Pagliaro (1898-1973) en Segno vívente (Nápoles,
esi, 1952, p. 52).
En este y en otros escritos Pagliaro buscó con
insistencia atraer la atención hacia otra dimensión
del uso de las palabras. Es una dimensión obvia pa­
ra los no lingüistas y cotí mucha frecuencia rele­
gada al olvido en los estudios de los especialistas:
la dimensión de la comprensión. Las palabras nos
acompañan no sólo cuando nos explicamos; debe­
mos recurrir a ellas también para entender lo que
oü os dicen. Además de Pagliaro, este aspecto, que co­
mo dijimos puede parecerle obvio al profano, tam-
CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS 39

bien fue abordado por un estudioso norteameri­


cano de origen austríaco, Rudolf Franz Flesch (n.
1911), que buscaba mejorar la comprensión de lo
que escribimos. A Flesch le debemos una de las
fórmulas más verosímiles para medir y vincular la
legibilidad de un texto con los diferentes grados
de comprensión de éste por parte de lectores de
variados niveles culturales.1
Pero Flesch y Pagliaro no fueron suficientes. La
lingüística teórica internacional debió esperar has­
ta los años sesenta y a los trabajos del semiólogo
argentino Luis Prieto (1927-1995) y del filósofo in­
glés H. Paúl Grice (1913-1988) para ver dirigida la
atención hacia las condiciones concretas en las
que tiene lugar la comprensión de los enunciados.
Esto implicó desarrollar una atención comple­
mentaria no sólo a la lengua, sino también a las
modalidades concretas con las que ésta se adapta
a las necesidades de la producción de enunciados
y, en consecuencia, a su comprensión. Dos lingüis-
tas franceses, Entile Benveniste (1902-1976) y An-
toine Culioli (n. 1924) fueron principalmente
quienes llevaron a la lingüística a ocuparse del es­
tudio no sólo de la lengua, sino de las formas en
que una lengua se adapta a las necesidades de la
enunciación, de la producción concreta de pala­

1 Sobre los diferentes niveles de comprensión de un mismo


texto según los diversos niveles de educación y las técnicas para
asegurarse de que un texto sea accesible para dichos niveles pue­
den consultarse los textos, editados por Piero Lucisano, Misura-
re le parole, Kepos, Roma, 1992; Alfabetizzazione e lettura nel mondo,
Tecnodid, Ñapóles, 1994, y Emanuela Piemontese, Capire efarsi
capire. Teorie e tecniche delta scrittura controllata, Tecnodid, Nápoles,
1996. Véase también la nota 3.
40 CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS

bras y textos. Muchos otros se ocuparon también


de cómo las palabras y las frases se organizan pa­
ra dar origen a un texto, y con ello nació un sec­
tor específico: la lingüística textual.2
Todas las líneas de investigación, tanto la semio-
lógica como la filosófica y la lingüística, nos llevan
a comprobar que las palabras solas no son sufi­
cientes, no lo son todo, no sólo en la vida, sino
tampoco en el proceso de construcción y com­
prensión del enunciado de una frase o un texto.
Ante una voz que resuena, ante un escrito que se
encuentra bajo nuestros ojos debemos reconstruir
el camino hacia la frase o el texto del que es la rea­
lización concreta pero, como veremos con más de­
talle, debemos aprender a vincular tanto la enun­
ciación concreta como la frase y el texto con las
circunstancias y con el contexto no lingüístico, in­
cluso con referencia a la persona que ha escrito o
producido un texto o un enunciado. Las palabras
por sí solas no son suficientes, pero obviamente sí
son una condición necesaria para la comprensión
de enunciados o, por lo menos, para una com-
■Puede encontrarse una síntesis de la lingüística moderna
en Giulio C. Lepschy, La lingüistica del Novecento, II Mulino, Bo­
lonia, 2000. Existen dos útiles manuales introductorios, el pri­
mero más simple y el segundo más exhaustivo: el de Gaetano
Berruto, Corso elemen tare de lingüistica generale, utet, Turín, 1997,
y el de Raffaele Simoiie, Fondamenti de lingüistica, Laterza, Ro-
ma-Bari, 1995. Si partimos no de autores y corrientes o de una
exposición sistemática, sino de términos y conceptos, los libros
de Federica Casadei, Breve dizionario di lingüistica, Carocci, Ro­
ma, 2001, y en un nivel más avanzado Gian Luigi Beccaria (di­
rector) , Dilion ario di lingüistica e di filóloga, métrica, retorica, Einau-
di, Turín, 1994, cumplen el mismo propósito de orientación en
un nivel más sintético.
CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS 41

prensión más plena. Por el momento es importan­


te destacar que al menos desde 1960 en adelante
está claro, incluso para los especialistas, que las pa­
labras nos acompañan no sólo cuando produci­
mos enunciados y textos, sino también cuando los
recibimos y tratamos de comprenderlos.3
Así, en resumen, las palabras nos acompañan
incluso en el silencio de la escucha y de la lectura.
En la oscuridad de nuestros recuerdos de la pri­
mera infancia permanece sumergido el momento
y la forma en que nos apropiamos de la primera
palabra. Pero hoy sabemos que incluso en este pe­
riodo primigenio, en los primeros años, los prime­
ros meses e incluso los primeros días de vida las
palabras nos acompañan desde la escucha muda.
Con la voz de la persona que les habló por prime­
ra vez, nutriéndolos y acariciándolos, los peque­
ños recién nacidos aprenden a sintonizarse con la
que luego será su lengua materna. Es verdad que
las palabras de la madre no son comprendidas en
el sentido adulto del término, pero hoy, gracias a
los estudios del psicólogo argentino Jacques Meh-

’Sobre los problemas de la comprensión, véanse Lucia


Lumbelli, Fenomenología dello scrivere chiaro, Editori Riuniti, Ro­
ma, 1989; véase también la referencia 1. En Capire le parole (La-
terza, Roma-Bari 1999) discutí sobre la naturaleza no lineal y
siempre problemática de las palabras. Sobre la comprensión
de los textos literarios sigue siendo fundamental Umberto Eco,
Lector in fabula, Bompiani, Milán, 1986. En el libro editado por
Silvana Ferreri, Non uno di meno, 1 vol. y CD, La Nuova Italia,
Florencia, 2002, se demuestra documentadamente que en las
escuelas la comprensión puede dar un gran salto hacia adelan­
te en ambientes educativos adecuados, con efectos positivos so­
bre los desniveles de alfabetización.
42 CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS

ler (n. 1936) sabemos que los pequeños compren­


den el conjunto de expresiones que se les dirigen,
como una señal global. En pocas horas aprenden
a apreciar el ritmo, el perfil de la entonación, el
conjunto de acentos de las expresiones vocales
que escuchan; en pocas horas dan muestras de ha­
ber aprendido a distinguir estas características de
la lengua que escucharon por primera vez de su
madre de las características de otras lenguas, aun­
que sea la madre misma quien las hable. Digamos
que se encariñan con las características rítmicas y
con la entonación de la lengua que les habla su
madre, más que con su voz misma (que también
aprenden a distinguir rápidamente: cada voz hu­
mana tiene una impronta individual única). Tam­
bién veremos más adelante la importancia, inclu­
so para los adultos, de comprender los enunciados
como señales aprehendibles en forma global. A
partir de estos enunciados, los pequeños avanzan
hacia la exploración de la lengua materna. La ex­
ploración avanza paso a paso, de la comprensión
de los tonos de afecto o reproche, de disgusto o
de juego hacia la comprensión distinta de las pri­
meras expresiones y palabras (hacia los seis u ocho
meses) y, sólo entonces, hacia los intentos, cada
vez más hábiles, de producir sus propias sílabas,
palabras y primeras frases.
Para entender a los otros y hacerse entender
por ellos, los seres humanos descubren progresi­
vamente, desde el inicio de sus vidas, el extraordi­
nario poder interactivo de las palabras. Aquí vale
la pena señalar que incluso cuando, como dicen
los adultos,“todavía no habla”, y por eso la palabra
CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS 43

latina “infante” (infans es el que no sabe fari, ha­


blar), un pequeño de la especie humana comien­
za a usar las palabras para entender, y las palabras
lo acompañan durante todo el día. Haber evoca­
do este uso silente de las palabras para entender a
los otros lleva nuestro discurso hacia una tercera
dimensión del uso de las palabras, fundamental
pero muchas veces olvidada: el uso puramente in­
terior de las palabras, que permite a cada uno ra­
zonar consigo mismo, reflexionar, dar rienda suel­
ta a los pensamientos y los recuerdos. Para los
pequeños entre los seis y los ocho o nueve meses,
así como para los adultos, los silencios maduran
experiencias, ideas, soluciones, emociones. Uno
de los más famosos filósofos alemanes, el odiado
y amado Georg Friedrich Wilhelm Hegel (1770-
1831), entendió en forma muy sugerente esta di­
mensión escondida cuando (y fue quizá la última
línea que escribió) evocó la capacidad humana de
encerrarse en el Stille der nur denkenden Erkenntnis,
en el silencio del conocimiento intenta sólo re­
flexionar y pensar. También aquí las palabras
pueden resultar compañeras preciosas de nues­
tra naturaleza humana.
La imagen que hemos presentado de la presen­
cia invasora de las palabras estaría incompleta si
no rememoráramos un hecho muy importante,
por lo menos para las personas instruidas. Desde
algunos miles de años atrás la escuela se ha difun­
dido entre los pueblos de la Tierra y desde hace
un siglo (aunque en Italia sólo ha venido suce­
diendo desde hace unas décadas) ha abarcado
segmentos cada vez más grandes de la población.
44 CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS

La escuela nació, esencialmente, como un espacio


de aprendizaje de la escritura y la lectura.4 Ante to­
do, la escuela nos ha hecho experimentar que,
junto a la voz que emitimos y oímos, e invocamos
interiormente, las palabras se hacen presentes de
otra forma: mediante la lectura y la escritura. Las
técnicas cada vez más sofisticadas de reproducción
y transmisión de los textos nos han permitido con­
fiar cada vez más en la escritura para transmitir lo
que queremos decir o lo que otros quieren decir­
nos. La escritura y la lectura se mezclan ahora en
diversos momentos de nuestra existencia y vuelven
más extensa y abarcadora la presencia de las pala­
bras.

4 Sobre la alfabetización véase Giorgio Raimondo Cardona,


Antropología della scrittura, Turín, Loescher, 1981; Armando Pe-
trucci, Serioere e no, Roma, Editori Riuniti, 1987. Véase también
la referencia 3.
3. LA INTERACTIVIDAD NATURAL DEL USO
DE LAS PALABRAS

Las palabras tienen en la vida de los seres huma­


nos una presencia tan importante como la vista, o
tal vez más, como la respiración. Estamos de acuer­
do con el antiguo texto griego de la escuela médi­
ca de Hipócrates (circa 470-370 a.C.), el Perí diaí-
tes (I XXIII, 9), “Sobre los modos de vida”, que al
mencionar las capacidades fundamentales del
cuerpo humano incluye también la diálektos, el ha­
bla, entre el oído, la vista, el olfato, el gusto, el tac­
to y la respiración. Sin embargo existen diferencias
fundamentales, como veremos a continuación.
Observamos, primero, que hay actividades del
cuerpo que se llevan a cabo para satisfacer necesi­
dades internas, fisiológicas, como la respiración, o
bien responden puntualmente a estímulos exter­
nos, como el oído o el olfato. La diálektos, el habla,
aparece en cambio en forma independiente de los
estímulos externos. Podemos argumentar que esto
no siempre es así: algunas expresiones de alegría,
sorpresa o dolor pueden responder también a estí­
mulos externos y aparecen como reacciones mecá­
nicas automáticas. Pero estas expresiones pueden
reprimirse fácilmente, y sobre todo, pueden asu­
mir formas muy diversas que sólo en principio de­
penden de un estímulo y que pueden ser modifi­
cadas a voluntad. El habla, en cambio, no obedece
mecánicamente a estímulos externos y en todos
[45]
46 LA INTERACTIVIDAD NATURAL DEL USO DE LAS RELABRAS

los casos, incluso en sus manifestaciones más con­


dicionadas, sigue siendo más libre que otras activi­
dades fisiológicas de nuestro cuerpo. Nos resulta di­
fícil, si no imposible, con excepción de algunos
ejemplos límite, suspender o controlar las activi­
dades fisiológicas, mientras que podemos contro­
lar el uso de las palabras o, por lo menos, su uso
“esofásico”, externo y evidente.
Consideremos una segunda diferencia. Las ac­
tividades fisiológicas se realizan, o pueden realizar­
se, controlando sus manifestaciones, cambiando y
adaptándose según la situación: entrecerramos los
ojos o aguzamos la vista, dilatamos la nariz, desa­
celeramos o aceleramos la respiración. El lengua­
je también es altamente adaptable, y su expresión
puede variar según la situación: bajamos o subi­
mos el volumen de la voz, aceleramos o desacele­
ramos el ritmo, pasamos de tonos graves a tonos
más agudos. Hasta ahora no hay diferencias. Y sin
embargo podemos observar fácilmente que, en
conexión con la primera diferencia, y también en
relación con la independencia mayor o total de
estímulos externos, buena parte de la adaptabili­
dad del uso de las palabras depende de impulsos
autónomos, autocorregidos, que no se deben a
estímulos inmediatos provenientes del exterior,
sino de impulsos y decisiones que se producen
dentro de nosotros.
En esta variabilidad autónoma no está enjuego
sólo una diferencia exterior de comportamiento.
Existe un aspecto neurológico profundo. En la
corteza cerebral humana, junto al área que gobier­
na el lenguaje, descubierta por el cirujano y antro­
LA INTERACITVIDAD NATURAL DEL USO DE LAS PALABRAS 47

pólogo francés Pierre-Paul Broca (1824-1880), el neu­


rólogo alemán Karl Wemicke (1848-1905) descubrió
una segunda área muy pequeña, exclusivamente hu­
mana, ausente en otros primates y mamíferos, con
funciones de regulación y autorregulación de la voz,
y con funciones simultáneamente autoperceptivasy
motrices. El área cortical de Wernikce es la que per­
mite a los seres humanos intervenir inmediatamen­
te sobre su voz mientras la producen, cambiándola
según se modifiquen las influencias externas. Como
veremos, esta capacidad de modulación oral-auditi­
va automática está predispuesta genéticamente y tie­
ne relación con una propiedad que influye aun en
mayor medida sobre el lenguaje humano. Sobre és­
ta, que por el momento dejamos sine nomine, volve­
remos a hablar más adelante.
Finalmente, la diferencia más grande. Con res­
pecto a las otras actividades, el lenguaje está mar­
cado por la Ínter actividad. Aunque grandes pen­
sadores y estudiosos, como el italiano Benedetto
Croce (1866-1952) y el estadunidense Noam Av-
ram Chomsky (n. 1928) sin negar lo innegable, es
decir que las palabras tienen un uso interactivo y
comunicativo, afirman que la función de comuni­
carse no es una característica primaria del lenguaje
humano. Para ambos, que parten de ópticas teóri­
cas y objetivos científicos y filosóficos completamen­
te diferentes, el lenguaje es una emanación del es­
píritu, un dispositivo que no tiene relación con
ninguna necesidad que no sea conformarse a sí
mismo. El lenguaje y las palabras sólo se adaptan
en forma secundaria y lateral a las tareas de la inte­
racción comunicativa. Para otros, por el contrario,
48 LA INTERACTIVIDAD NATURAL DEL USO DE LAS RELABRAS

la función de comunicar del lenguaje, su interacti­


vidad consustancial, su capacidad para transmitir
conocimiento, es su característica fundamental.
Sin pretender resolver un contraste tan radical,
pueden, y deben, mencionarse al menos tres ele­
mentos que son bastante seguros. El primero fue
aclarado por un pionero de los estudios de biolin-
güística y neurolingüística, el estadunidense Erich
Lennenberg, en un libro clásico, BiologicalFounda-
tions of Language (1967). En las crías de la especie
humana la capacidad de usar las palabras se atro­
fia o no se desarrolla más allá de cierto umbral de
edad (cerca de los ocho años) si, como sucede en
casos afortunadamente rarísimos, antes de este
umbral los pequeños no han establecido una rela­
ción duradera con otros seres humanos. En segun­
do lugar, incluso el uso más personal, íntimo, no
interactivo de las palabras se realiza siempre con
palabras (y reglas) aprendidas, por lo general, de
otros. Finalmente, gran parte del uso que hace­
mos de las palabras está vinculado con la necesi­
dad de entender a otros o de hacernos entender
por ellos, y por lo tanto está relacionado con la in­
teractividad.
Hoy nos parece indudable que la capacidad de
usar las palabras está codificada específicamente
en el patrimonio genético del Homo sapiens sapiens,
como parte de su herencia. Ya los antiguos grie­
gos, no sólo médicos sino pensadores como Aris­
tóteles (384-322 a.C.), en su Política (1253 a 1-29)
o Epicuro (341-272 a.C.), por ejemplo, en su Car­
ta a Herodoto (párr. 75), pensaron lo mismo, que
los seres humanos reciben el logos, el lenguaje, de
LA INTERACITVIDAD NATURAL DEL USO DE LAS PALABRAS 49

su physis específica, de su constitución natural. Yen­


do más allá, el poeta epicúreo latino Lucrecio (cir-
ca 90-50 a.C.), en su libro De nerum natura (v 1028-
40), compara el desarrollo del lenguaje en los niños
pequeños con un impulso nativo, un instinto, simi­
lar al que hace que el ternero use sus cuernitos pa­
ra amenazar o defenderse, los pequeños tigres y leo­
nes se defiendan y ataquen con garras y dientes, y
los pájaros a confíen su vuelo a las plumas toda­
vía temblorosas de sus alas. Un hexámetro lucre-
ciano reza a manera de conclusión: Sentitenim vis
quisque suas quoad possit abuti: “cada ser tiene el
sentido del uso que puede hacer de sus capacida­
des”; y entre sus otras vis los pequeños de la es­
pecie humana se abandonan al instinto lingüísti­
co, al language instinct, como hace algunos años
(en 1994) tituló su libro un estudioso estaduni­
dense, Steven Pinker.
Todo esto suena convincente. Pero debemos
decir que entre todas las otras actividades funda­
mentalmente naturales, heredadas por todos los
seres humanos, ninguna tiene un grado de interac­
tividad comparable al del lenguaje. Contrariamen­
te a lo que dicen algunos estudiosos modernos, los
antiguos que mencionamos antes observaron ati­
nadamente que el lenguaje indudablemente era
natural, por eso resultaba fundamental para cum­
plir las necesidades comunes, pues cada criatura
humana (como dice Aristóteles en el mismo pa­
saje que recordamos arriba) es un zóon politikón,
un animal civile, un ser vivo “político” o, mejor di­
cho, “social”, “comunitario”, que para serlo debe
interactuar y discutir con sus similares en la polis,
50 LA INTERACTIVIDAD NATURAL DEL USO DE LAS RELABRAS

en su comunidad, y para discutir debe contar con


el uso de la palabra.
En el uso de las palabras la interactividad se ma­
nifiesta, como hemos visto, desde los primeros mo­
mentos de la vida humana, y continúa su camino
lingüístico dentro de la comunidad a la que perte­
necemos. Seamos conscientes o no de ello, constan­
temente nos convertimos en alumnos y maestros de
los otros en el uso de las palabras.
La interactividad tan extensa se relaciona direc­
tamente con la necesidad de una continua refle­
xión sobre las palabras que escuchamos o leemos
y sobre las que les decimos a los otros. Tal refle­
xión, que recibirá su nombre técnico más adelan­
te, es una auténtica propiedad intrínseca y especí­
fica del lenguaje humano. Aquí la usamos para
señalar que cada uno es, por derecho propio, un
maestro en el uso de su lengua, a condición de
que siga siendo alumno de los otros y sea cada vez
más consciente de la complejidad inherente al uso
de las palabras.
Aquí quiero hacer una segunda justificación
del trabajo de quienes estudian el lenguaje y de es­
ta “primera lección”. Estudiar el lenguaje puede
ser de gran interés teórico y cognitivo, y así ha si­
do desde los orígenes de los estudios filosóficos,
étnicos y médicos. Pero puede parecer superfluo
para los fines prácticos, materiales. Parafraseando
a Dante, “opera naturale é ch’uom favella” [“acto na­
tural es que el hombre hable”] (Paraíso xxvx 130):
hablar y reflexionar sobre el habla es totalmente
natural. Podríamos pensar que, como seres huma­
nos, la madre naturaleza nos ha enseñado todo lo
LA INTERACTTVIDAD NATURAL DEL USO DE LAS PALABRAS 51

que necesitamos para interactuar con los demás


sin necesidad de clases especiales, pero esto es
verdad sólo en parte. Aun si así fuera, estudiar el
lenguaje no tendría sólo un valor cognitivo, teó­
rico: no sería superfluo si nos ayudara a percibir
la complejidad implícita en el uso de las palabras
y a darnos cuenta de que el arte de hablar (inclu­
yendo el arte de escuchar, leer y escribir) es una ars
tonga, un camino lleno de sorpresas y algunas tram­
pas, que evoluciona durante toda la vida, como su­
cedió con las generaciones que nos antecedieron y,
diis adiuvantibus, nos seguirán.
4. LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA EN EL USO
DE LAS PALABRAS

Desde el siglo xxy hasta hace pocos años, muchos


estudiosos, con frecuencia de los más insignes, se
han visto tentados a encerrar la realidad del len­
guaje en una fórmula única y unificadora. Cada as­
pecto o característica del lenguaje ha polarizado
la atención teórica, y ha sido presentado, bajo di­
ferentes argumentos científicos, como la única
condición necesaria y suficiente para producir y
definir el lenguaje. Recordemos algunos ejemplos
ilustres de estas posturas teóricas. Benedetto Cro-
ce consideraba que el lenguaje podía definirse co­
mo expresión; y un gran lingüista francés, André
Martinet (1908-1999), como la facultad de usar
signos doblemente articulados, es decir subdivisi­
bles en “monemas”, palabras o partes de palabras
dotadas de una parte significante (articulada en
fonemas) y de un significado. Noam Chomsky
concibió el lenguaje como un dispositivo innato
capaz de “generar” (en el sentido matemático del
término, es decir, no sólo producir, sino entender
y saber describir en forma ordenada y estructura­
da) un número potencialmente infinito de frases
a partir de un número limitado y cerrado de re­
glas gramaticales y de medios léxicos (aunque las
ideas de Chomsky han cambiado con respecto a la
naturaleza de estos últimos). Paúl Grice notó la ca­
pacidad de dar lugar a procesos de inferencia;
[52]
LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA 53

Luis Prieto la facultad de usar signos cuyos signi­


ficados son de vez en cuando una relación de ex­
clusión, de completa inclusión o de una intersec­
ción y sinonimia más o menos amplias, lo que a su
vez obliga a quien desea entenderlos a correlacio­
nar los enunciados con las circunstancias; el psicó­
logo norteamericano Steven Pinker ha señalado y
exaltado el carácter de instinto biológico.
Debemos reconocer los méritos de estas fórmu­
las y de otras similares. El primero es haber adver­
tido, implícita o explícitamente, la necesidad teó­
rica de hacer una caracterización específica del
lenguaje con respecto a las otras formas de activi­
dad humana y de la comunicación misma. Un se­
gundo mérito de los que se han alcanzado en es­
ta tarea es haber realizado agudas reflexiones
sobre la realidad del lenguaje y haber obligado a
otros a argumentar las razones de su apoyo a esta
o aquella fórmula, así como, con más frecuencia,
señalar sus limitaciones, para destacar todo lo que
las fórmulas corren el riesgo de dejar de lado: la
complejidad intrínseca si no absoluta de la hete­
rogeneidad constitutiva del lenguaje.
En efecto, el problema con que se topa quien
reflexiona con espíritu teórico sobre el lenguaje
es el de tener juntas dos exigencias no coincidentes:
dar una caracterización específica del lenguaje y, al
mismo tiempo, reconocer y asumir su heterogenei­
dad intrínseca en la teoría y en la definición.
La reciente evolución de los estudios del len­
guaje permite, hasta cierto punto, dar cuenta de
la complejidad inherente al uso de las palabras,
pero hay que recordar que la complejidad no es
54 LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA

un descubrimiento reciente, sino que ha estado


presente a lo largo de la historia de las ideas sobre
el lenguaje. Por ejemplo, como recordábamos an­
tes, tanto Aristóteles como Epicuro tenían clara la
calidad al mismo tiempo natural y “política” del
lenguaje, que pensaban que estaba relacionado
tanto con la physis, la naturaleza, como con la or­
ganización de las diversas comunidades y culturas
humanas. A Aristóteles no se le escapa otro aspec­
to de la complejidad, el del doble valor que pue­
den tener los enunciados: un valor puramente “se­
mántico”, es decir indicativo de estados de ánimo,
de los deseos, placer o dolor, y por lo tanto pare­
cido al grito de las bestias, y por otro lado un va­
lor sometido a juicios de verdad y falsedad (De in-
terpretatione, 16b 34-17 a 7), a su vez agrupables en
silogismos, tanto en función de su verdad como de
su capacidad de persuasión, los entimemas. Para
Epicuro, lo que denominamos con el término uni­
tario “significado” de las palabras está constituido
en realidad por entidades de cualidades diversas
(emociones, recuerdos, imágenes, conceptos) que
de vez en cuando encuentran un vehículo a través
de las palabras.
La complejidad de la realidad lingüística se ha
hecho cada vez más clara, podríamos decir cada
vez más complejamente clara, mediante la sedi­
mentación de experiencias culturales, intelectua­
les y científicas del mundo medieval y de la edad
moderna. Ya señalamos que algunos de los más
grandes teóricos y estudiosos del siglo xx evocan
precisamente estas experiencias. Recordemos en
particular al lingüista suizo Ferdinand de Saussu-
LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA 55

re, autor de un libro que apareció postumamen­


te, el Cours de lingüistique genérale (1916) [Curso de
lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1945],
fuente de inspiración para muchos lingüistas teó­
ricos del siglo XX, y Ludwig Wittgenstein, al que
también mencionamos. Para ambos todas las ma­
nifestaciones del lenguaje se encuentran en dos
esferas que se entrecruzan: por una parte, un pa­
trimonio innato, una capacidad innata del cere­
bro humano para albergar el lenguaje, es decir la
Naturgeschichte, la “historia natural” de la especie
humana, que como dice Wittgenstein en las Philo-
sophische Untersuchungen (párrafo 44), aparece“co-
mo caminar, comer, beber, jugar”; y por la otra las
diversas realidades temporales y sociales (Saussure
insistió mucho en la temporalidad) en las que vi­
ven las lenguas y en las que actúan los diversos
tipos de “entrenamiento” para usar palabras
propias de las diferentes sociedades humanas
(Wittgenstein insiste sobre todo en la Abrich-
tung, este entrenamiento).
En sus reflexiones Wittgenstein parece absorto
en una conversación metahistórica con algunos
grandes del pasado, Platón (428-349 a.C.), San
Agustín y el lógico y matemático alemán Gottlob
Frege (1848-1925), aunque no le faltaron conver­
saciones con algunos economistas y epistemólogos
de su tiempo. Saussure, con su estilo más aislado,
estuvo en cambio atento e interesado en el estado
institucional, académico, de los diferentes campos
del conocimiento: economía teórica, psicología y
el naciente psicoanálisis, sociología, teoría de la
ciencia además, naturalmente, de la filología y los
56 LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA

tradicionales studia humanitatis. Fue desde este ho­


rizonte de relaciones entre ciencias y otras disci­
plinas que ellos vislumbraron la complejidad del
lenguaje. Por su naturaleza compleja les parecía
que con justa razón el lenguaje podía ser reivindi­
cado como “materia” de estudio de una multitud
de disciplinas: historia y fisiología, psicología y so­
ciología, filología y, naturalmente lingüística (hoy
podríamos añadir estadística y neurociencias, teo­
ría de la información y etnología). El lenguaje, di­
ce Saussure, es una realidad “heteróclita”, como
los verbos o sustantivos altamente irregulares cu­
ya inflexión se complementa con temas y palabras
de orígenes muy diversos: nominativo vis y geniti­
vo voboris, presente fero, perfecto tuli, supino latum,
presente I am o soy y pasado I was o era y fui. Para
Saussure el lenguaje era el lugar de confluencia de
estructuras heterogéneamente diversificadas.
No podemos clasificar una disciplina simple­
mente declarando que se ocupa de tal tema in­
trínsecamente heteróclito, sino que debemos es­
pecificar bajo qué perspectiva nos ocuparemos
de él. Para la lingüística Saussure sugería adoptar
como filtro epistemológico, como punto de vista, la
constitución y organización de las lenguas según
sus necesidades individuales (que Saussure llama­
ba en francés parole), gracias a la facultad innata,
natural, del lenguaje. Las lenguas, en su variedad
e idiosincrasia, son un objeto teórico cuyas bases
teóricas eran y son con frecuencia ignoradas por
filólogos, psicólogos, sociólogos y también por al­
gunos docentes de la recién creada, como catego­
ría académica, filosofía del lenguaje. Según Saus-
LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA 57

sure, explorar cómo se forman y funcionan las len­


guas da a la lingüística la posibilidad de ofrecer una
contribución específica al coro de disciplinas que
se ocupan del lenguaje desde otros puntos de vista.
Retomemos el hilo de nuestro discurso. No es
posible ignorar tantas justificadas alusiones a la
complejidad del lenguaje. Quien desee caracteri­
zar al lenguaje en forma global y específica debe
tenerlas en cuenta. El camino que seguiremos bus­
ca satisfacer esta necesidad, pretende reconocer
plenamente la complejidad del lenguaje sin renun­
ciar a la tarea de describirlo en forma global. Si­
guiendo este camino compararemos el uso de las
palabras con otras formas de la actividad que los se­
res humanos son capaces de desempeñar, y gracias
a esta comparación, buscaremos y seleccionaremos
progresivamente las características más específicas
y exclusivas del lenguaje.
5. EL LENGUAJE COMO FORMA DE
INTERACTIVIDAD SEMIÓTICA

En su lengua, antes incluso que en su filosofía, los


antiguos griegos distinguían en la vida cotidiana
entre la praxis, “acción” y la gnósis, “conocimiento”,
entre el hacer y el conocer. Esta distinción siguió vi­
gente para las culturas y épocas posteriores. Tam­
bién sigue vigente, y recientemente se ha rescatado
y vigorizado, una subdivisión en la esfera del ha­
cer: por un lado el acto simple, que se agota en sí
mismo, y por el otro el acto que se concreta en dar
vida a un objeto, a una cosa nueva, según una tekh-
né, una técnica; por un lado el simple prassein, por
otro el productivo y técnico poiein, fabricar, cons­
truir, crear.
La respuesta cambia si nos preguntamos, tal co­
mo lo hemos hecho, a cuál de los dos ámbitos, al
hacer o al conocer, pertenece el uso de las palabras.
Ya recordamos un aspecto que nos resulta evi­
dente, así como les resultaba evidente a los anti­
guos: el aspecto interactivo del uso de las pala­
bras. En su calidad de interactivo, el uso de las
palabras resulta un actuar recíproco entre quien
produce las expresiones y quien las recibe y las
entiende. El uso de las palabras de hecho es un
actuar e interactuar no sólo cuando producimos
palabras para hacernos entender, sino también
cuando apelamos a ellas (y, como dijimos, a las cir­
cunstancias) para entender las expresiones de
[58]
EL LENGUAJE COMO FORREA. DE INTERACTIVIDAD 59

otros, o cuando las traemos a la memoria y las usa­


mos en una conversación interior para razonar
mentalmente.
Si usamos la subdistinción griega es interesante
observar que actuar usando palabras podría consi­
derarse un acto “poiético”. En la opinión común,
en los proverbios, el decir no tiene tan buena repu­
tación como el hacer. Para corregir la devaluación
podríamos recurrir a los altos ejemplos del decir y
del escribir, a las arduas obras que el ingenio huma­
no confía a la palabra hablada o escrita. O, como
hacía Antonio Gramsci, podríamos recordar las fa­
tigas que con frecuencia nos producen la lectura y
comprensión de estas obras. Pero es más útil obser­
var la larga fatiga de todos los pequeños en su ca­
mino hacia el decir. Para observarla, las investiga­
ciones de un gran naturalista y psicólogo suizo,
anticipador de enfoques que se volvieron domi­
nantes hacia finales del siglo XX, Jean Piaget
(1896-1980) son una guía invaluable. Como de­
mostró Piaget, en el ejercicio de la vocalización los
pequeños atraviesan diversas etapas: la primera,
que ya mencionamos, es la atención global a las se­
ñales vocales maternas; de aquí los pequeños pa­
san a una etapa más externa y evidentemente ac­
tiva, de pura repetición imitativa del llanto de
otros recién nacidos; en una tercera etapa la pro­
ducción de sonidos se hace por el puro placer del
ejercicio vocal. Sigue, como cuarta etapa, este lar­
go, precioso silencio del que hablamos antes: aquí
los pequeños escuchan a los adultos, diseccionan­
do lo que oyen y, hacia los ocho meses se aventuran
en la quinta fase, la de los primeros balbuceos que
60 EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACT1V1DAD

repiten deliberadamente algunas de las palabras


que capturaron del discurso de los adultos. Pero
les falta un camino muy largo para trasponer el
umbral de las primeras expresiones en forma de
frase. Los pequeños comienzan a producir frases en
un momento en que no saben hacer ninguna otra
cosa técnicamente disciplinada. Este logro es su pri­
mer poieln, su primer acto destinado a cumplir, se­
gún las reglas, sus fugaces pero preciosos produc­
tos sonoros.
¿El lenguaje es, entonces, un hacer, un poiein?
En la segunda mitad del siglo xx la lingüística se
ha equipado para estudiar esta dimensión tanto
desde el perfil sociológico (dando lugar a la socio-
lingüística) como desde el perfil del estudio de la
conversación, de las interacciones en el campo. La
gran oleada de estudios de lingüística pragmática
de la década de los sesenta a la de los ochenta del
siglo xx, que ha puesto el acento en la dimensión
interactiva del uso de las palabras, podría inducir­
nos a dar una respuesta fácilmente positiva a la
pregunta planteada a principios de este párrafo.
Pero para contrastarla, o al menos para problema-
tizar el asunto, hay que mencionar los aspectos
que parecen conectar el uso de las palabras más
bien con el ámbito del conocimiento.
Esta conexión se ha estudiado desde diferen­
tes perspectivas. En el positivismo lógico o neo-
positivismo, el vasto movimiento inaugurado por
Wittgenstein con su primera obra, el Tractatus lo-
gico-philosophicus [ Tractatus Lógico-Philosoficus, Ma­
drid, Alianza, 1973] que apareció, en alemán, en
1921/1922 y que floreció en Austria, Alemania y
EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACTIVIDAD 61

Estados Unidos durante los años treinta y cuaren­


ta, el lenguaje y las proposiciones tienen reserva­
do el papel de mediadores indispensables para el
conocimiento. En el Tractatus la comprensión de
proposiciones verdaderas o falsas es el acceso al co­
nocimiento de la realidad (Tractatus 4.011, 4.021,
4.06). Esta perspectiva luego fue abandonada y cri­
ticada por el mismo Wittgenstein, en la segunda
etapa de su pensamiento, pero contiene gran par­
te de las reflexiones de los positivistas lógicos.
Para otro teórico que ya citamos, Pagliaro, el
lenguaje es una forma de conocimiento por dos
razones. En primer lugar, porque para hablar y en­
tender a los otros que hablan debe recurrirse a las
palabras de una lengua con sus significados, que
Pagliaro definía como ‘Valores sabidos”, concep­
tos genéricos adquiridos a lo largo del tiempo me­
diante procesos de abstracción y comunes a una
lengua y a la cultura de una comunidad. Y en se­
gundo lugar, porque con el acto lingüístico, gra­
cias a los ‘Valores sabidos”, quien habla se aclara a
sí mismo y hace cognoscible para los otros el conte­
nido particular de su conciencia. Es interesante, y
no sólo desde el punto de vista biográfico, que, mo­
viéndose por el mismo camino que Wittgenstein,
en sus últimos trabajos también Pagliaro destacó el
carácter práctico e “instrumental” de recurrir a la
“técnica” de la lengua para comunicar: el lenguaje
era para él “una semiótica condicionada por una
técnica funcional [...] la lengua”.
La idea de la naturaleza semiótica del lenguaje
sólo aparece en los últimos textos de Pagliaro; era
nueva tanto para él como para Wittgenstein, pero
62 EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACT1V1DAD

hoy consideramos que fue decisiva, y que amerita


abundar en ella. Ya sea que se lo considere más
afín a la praxis o al conocimiento, el lenguaje no
puede dejar de concretarse en palabras y frases, y
en lo que sucede al comprenderlas o evocarlas.
Las palabras y las frases que decimos o escucha­
mos no son signos o señales cualesquiera, sino se­
ñales que hacen manifiestos los signos verbales
que tenemos en la mente, seamos productores de
expresiones, oyentes o lectores, o nos embarque­
mos en una conversación interior. Hablar signifi­
ca siempre proyectar o entender signos, dotados
de una cara externa, a la cual los antiguos estoicos
y luego Saussure y la lingüística moderna han dado
el nombre de “significante” (para los filósofos
griegos semainon), y de una cara interna, que es el
contenido y que llamamos “significado” (para los
filósofos griegos semainómenori).
Reconocer esto tiene una rica serie de implica­
ciones. Una implicación terminológica es empezar
a definir el uso de las palabras como una forma de
actividad semiótica o, más simplemente, una semió­
tica. Los antiguos médicos griegos hablaban de se-
meiotikón: el arte de reconocer los semeia, los signos
o síntomas de la enfermedad. Las modernas cien­
cias médicas siguen hablando de “sem(e)iótica” o
“sem(e)iología” como sintomatología. Le debemos
el uso del término en referencia al lenguaje a un
gran filósofo inglés del siglo xvn, John Locke
(1632-1704). En la conclusión de su Essay Concer-
ning Human Understanding (1689), en el cual el ter­
cero de los cuatro libros está dedicado a las pala­
bras y al lenguaje, Locke propone una división de
EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACTIVIDAD 63

las ciencias en tres grandes dominios: el del cono­


cimiento de la naturaleza, la “natural philosophy”
o, a la griega, physiké, el domino de la praxis, de la
política y de la ética, praktiké, y, finalmente, inde­
pendiente de los otros dos, un tercer dominio: la
“doctrina de los signos” o semeiotiké, que agrega
Locke, puesto que los signos más comunes son
palabras y discursos, podría también llamarse lo-
giké, “doctrina del logos”. La propuesta de Locke
maduró entre el siglo xvm y el xix, y durante el
xx se afirmó el uso de “semiótica” (aunque Saus-
sure prefería el término sémiologie, usado ya en si­
glos anteriores) tanto para la ciencia de los sig­
nos lingüísticos y no lingüísticos como para la
actividad misma de producción y comprensión
de signos.
El uso de las palabras es, por tanto, una forma
de actividad semiótica o, como decimos también,
una forma de “semiosis”. El término semeíosis, usado
ya por el filósofo epicúreo campano Filodemo (cir-
ca 110-35 a.C.) en un tratado dedicado precisamen­
te a los signos y a la semiosis, se recuperó con esta
acepción gracias al filósofo estadunidense Char­
les Sanders Peirce (1839-1914). Pero, al decir esto,
no estamos haciendo simplemente una precisión
terminológica.
Reconocer en el uso de las palabras una forma
de semiosis implica, sobre todo, renunciar a la ne­
cesidad de una respuesta rígida, excluyente, a es­
ta pregunta: ¿el lenguaje es teoría o praxis, cono­
cimiento o acción? La semiosis se instala en su
propio espacio específico. Cada semiosis presupo­
ne y transfiere, pero también elabora conocimien­
64 EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACT1V1DAD

to, y en esto y por esto presupone y determina ac­


ciones e interacciones entre los partícipes de la se-
miosis. Se vincula con el ámbito del conocer y el
del actuar sin disolverse en uno u otro.
En segundo lugar, el reconocimiento de la se-
mioticidad del uso de las palabras tiende o, por lo
menos, prefigura un puente entre el uso de las pa­
labras uniquely human y otras formas de semiosis
tanto humana (gestos, posturas corporales, baile,
música, numeración, cifrado, cálculo) —con los
que el uso de las palabras, como veremos, interac­
túa estrechamente—, como propia de otros seres
vivos, con los cuales hace al menos compatible
una eventual hipótesis evolutiva.
Pero no es suficiente. Una tercera consecuen­
cia es echar luz sobre los primeros pasos infantiles
por el camino del lenguaje: los pequeños comien­
zan a aprehender las palabras que oyen como se­
ñales globales. Esta “señicidad” primordial, como
veremos, sigue desempeñando tareas valiosas in­
cluso en la edad adulta, en forma complementa­
ria a la interacción propiamente lingüística y co­
mo germen del proceso de comprensión (veáse el
capítulo 7). Reconocer un encrespamiento del ai­
re, un trazo en el que se oculta un signo lingüísti­
co y no un accidente natural, es ya el primer esbo­
zo de una relación interactiva con quien produjo
tales realizaciones, es ya adentrarse en la compren­
sión de un sentido y un significado. Parafrasean­
do a un filósofo italiano, Emilio Garroni (n. 1925),
es descubrir un “horizonte de sentido”.
Dos reflexiones. Por la semiótica sabemos que
un signo nunca ocurre solo. Para existir al menos
EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACTIVIDAD 65

debe distinguirse de otro signo, con el que poten­


cialmente coexiste. El conjunto potencial de sig­
nos y el orden de sus diferencias es lo que llama­
mos “código semiótico” o, saussurianamente,
“semiológico”. Si bien la palabra misma nos reve­
la características que trascienden la pura “señici-
dad”, una lengua es más que un código semioló­
gico convencional. Pero podemos decirlo en una
forma no retórica o dogmática sino analítica y re­
futable, crítica y científica, sólo comparando las
propiedades de las lenguas y de los signos lingüís­
ticos con las de otros códigos semiológicos y otros
tipos de signos, aunque dando al análisis de las ca­
racterísticas del lenguaje la perspectiva semiótica
que se nos impone cuando reconocemos la semio-
ticidad fundamental del uso de las palabras.
Algunos sectores importantes de la lingüística
teórica del siglo xx siguen negándose a confron­
tar el lenguaje verbal humano con otros códigos
semiológicos y otros lenguajes. Nosotros no hare­
mos lo mismo. En todos los estudios del lenguaje,
de las lenguas, del explicarse y comprenderse con
palabras, es enormemente productivo en todos los
sentidos saber tender un horizonte semiótico: el
estudio de la conversación y el de la relación entre
lo hablado y lo escrito, la reflexión sobre el papel
de la gramaticalidad, la teoría de los enunciados, la
comprensión teórica de las características particu­
lares del significado de los signos lingüísticos y de
las palabras, la determinación de la continuidad y
la distinción entre palabras y usos comunes, por un
lado, y las palabras y usos crecientemente determi­
nados en el ámbito de la técnica y la ciencia, por
66 EL LENGUAJE COMO FORMA DE INTERACT1V1DAD

otro. Todas éstas son direcciones que la filosofía del


lenguaje y la lingüística teórica y descriptiva sólo
son capaces de recorrer positivamente si saben
darles una instrumentación semiótica para enten­
der mejor las semejanzas y diferencias entre lo que
es generalmente semiótico y lo que, en cambio, es
específico y propio del lenguaje verbal, y sólo
pueden hacerlo si entienden cuánto le deben los
actos verbales a la integración continua con otras
semióticas. En las páginas siguientes nos concen­
traremos en aislar las propiedades que caracterizan
las palabras, frases, lenguas y lenguaje humanos de
los signos y de la organización de otras semióticas.
6. EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA

El lenguaje verbal humano comparte con las otras


semióticas que pueblan el universo de los seres vi­
vos lo que llamamos las propiedades constitutivas
de la semiosis. En la semiosis es central la produc­
ción o el reconocimiento de lo que llamamos “se­
ñales”,1 es decir la producción o el reconocimien­
to de las relaciones entre una variación del estado
físico, que aquí llamamos “expresión” y lo que sea
que se indique con esa variación, que llamamos
“sentido”. Como ya recordamos, muchas especies
de seres vivos, incluso organismos elementales,
son capaces de semiosis. Y los seres humanos, en
su larga historia natural, se han vuelto capaces de
llevar a cabo una extraordinaria cantidad de se­
mióticas diferentes. Uno de los méritos históricos

‘Nótese que las nomenclaturas varían: en la teoría mate­


mática de la comunicación (véase la nota 2 del capítulo 7) la
palabra “señal” se usa para indicar ante todo lo que diremos
“expresión”, y, por otra parte, este término se ha usado hasta
ahora para traducir el francés “parole”, “sentido” y “significado”,
así como los lógicos usan los términos de la dupla alemana
“Sinn” y “Bedeutung” en forma opuesta (los italianos prefie­
ren traducir el Sinn de Frege como sentido y Bedeutung como
significado) por un lado, y por el otro, los lingüistas de tradición
schleiermacheriana y saussureana traducen el sernainómenon de
los estoicos y el í/^m^ésaussuriano como significado. Los lectores
deben perdonar estas oscilaciones, que se deben a la relativa ju­
ventud de la semiótica y al hecho de que nació de la unión de
tradiciones muy heterogéneas.

[67]
68 EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA

y teóricos de Saussure fue ver y decir claramente


que el lenguaje humano es, sin dudarlo, la fuente
más importante de organización semiótica, pero
es sólo una de las tantas que, gracias a Saussure, y,
antes que él, a Peirce, hemos aprendido a recono­
cer y catalogar: señales encomendadas a los gestos,
posturas del cuerpo, movimientos rituales y bailes,
señales audiovisuales no lingüísticas, señales musi­
cales, señaléctica icónica y plástica, señaléctica con­
vencional, ideogramas, letras y diferentes sistemas
de escritura para fijar gráficamente los sonidos de
la voz, números y diversos sistemas de numeración
para fijar gráficamente los nombres de los núme­
ros presentes en las lenguas y los diversos tipos de
números elaborados, cálculos aritméticos, álgebra,
lenguajes simbólicos de las ciencias y lenguajes ló­
gicos...2 Producir y reconocer una señal son el alfa
y el omega, el principio y el fin de toda semiosis. El
resto, como dice el Evangelio (en las viejas traduc­
ciones), “viene a continuación”.
Ese resto naturalmente es importante en la his­
toria natural y en la historia cultural de las espe­
cies y de los seres humanos. Para funcionar, una
señal debe ser identificable como esa señal: su sen-

sUmberto Eco hizo una rica y ya clásica presentación de la


semiótica en el Tratatto di semiótica, Bompiani, Milán, 1975. Para
una presentación reciente de la semiótica de varias especies
animales puede consultarse el libro de Felice Cimatti, Mente e
linguaggio negli animali. Introduzione alia zoosemiotica cognitiva,
Carocci, Roma, 1998; para datos precisos y concretos véase
Dánilo Mainardi (ed.), Dizionario di etologia, Einaudi, Turín,
1992. Para una clasificación formal y semántico-sintáctica de la
semiótica véase todo lo que escribí en Minisemantica dei lin-
guaggi non verbali e delle tingue, Laterza, Roma-Bari, 1982, 2001.
EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA 69

tido y su expresión, únicos e irrepetibles como ca­


da vocedal senfuggita, deben construirse de tal mo­
do que puedan identificarse con la aproximación
suficiente con ¿se sentido y aquella expresión. Natu­
ralmente esta necesidad de identificar particulari­
dades concretas pero esquivas no es exclusiva de la
semiótica. Poder identificar un objeto, un alimen­
to, un ser de la misma especie o un extraño, como
esa entidad con la que establecer o no contacto, a
la cual investigar o evitar, forma parte de las nece­
sidades más profundas y ancestrales de todo ser vi­
vo. Desde los inicios mismos de las especies los se­
res vivos se han visto en la necesidad de desarrollar
aparatos cognitivos capaces de responder adecua­
damente a sus necesidades vitales. Es en este nivel
tan profundo donde debe colocarse el desarrollo
de la capacidad de aislar, en el perenne flujo y de­
venir de los seres y del ambiente, las propiedades
más estables, los esquemas de persistencia e identi­
ficación que se encarnan en lo concreto, pero no
se agotan en él y con él: las totalidades concretas,
irrepetibles, regresan a estos caminos para ser iden­
tificadas, recordadas y, si es necesario, imitadas y re­
plicadas. En este nivel profundo nace la necesidad
de la mediación abstracta, es decir la necesidad de
elaborar generalidades abstractas que condensen (¿y
guíen?) las percepciones y permitan conocer, reco­
nocer, obrar y, en resumen, vivir y convivir con lo con­
creto.
Los esquemas abstractos que permiten conocer
y tratar las entidades concretas entre las que un or­
ganismo debe moverse para vivir y sobrevivir de­
ben tener cierto grado de similitud con estas enti­
70 EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA

dades, aunque deben satisfacer las necesidades vi­


tales y las posibilidades cognitivas y operativas del
organismo viviente. Con este esquema, en estos or­
ganismos también se pueden reconocer trazos del
sujeto que percibe, memoriza y elabora percepcio­
nes. Pero el grado de similitud con el objeto debe
ser alto, la forma del esquema no puede sino de­
pender lo más posible de las formas con las que el
objeto se percibe y se presenta.
En este ámbito primordial, fuertemente condi­
cionado por necesidades y capacidades vitales y por
la necesidad de asemejarse a las entidades con las
cuales se establece relación, la semiosis enciende
una chispa de libertad creativa. De las innumerables
entidades percibidas, es decir de los innumera­
bles esquemas, ¿cuáles entran en el horizonte de
las señales y se asumen como “sentidos”? Cualquier
especie viviente, aunque no pueda formularlo, ha
vivido in re este problema y está equipada, incluso
genéticamente, para responderlo. El urogallo tiene
buenas razones, como especie, para señalar la pre­
sencia de predadores aéreos, agrupando a todos en
una única clase de significado, y para distinguirlos
de todos los peligros terrestres. Pero es difícil de­
sentrañar las razones por las que produce y reco­
noce otra categoría de señales, que involucra sólo
las señales de disponibilidad sexual. ¿Por qué ca­
llan sus necesidades de alimentos o de otros mie­
dos y peligros? En su silencio y en el uso de los sig­
nos de su breve código de comunicación el urogallo
ejercita los márgenes de libertad que le concede
la naturaleza.
En la construcción de las categorías de señales
EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA 71

entra enjuego la capacidad de abstracción que ya


mencionamos. Para que cada señal concreta pue­
da identificarse, cada ser vivo debe elaborar un
esquema de identificación y permanencia: este
esquema, que, como recordábamos más arriba,
llamamos “signo”, es el esquema invariable de
producción y reconocimiento de las señales con­
cretas, que cambia constantemente de lugar. El
signo, como las señales, es doble: por un lado sir­
ve para recoger los sentidos concretos vinculados
con las expresiones de señales concretas, para
identificarlas y para controlar su producción, que
es, como también recordamos antes, lo que llama­
mos, igual que los antiguos estoicos y como Saus-
sure, “significado”; por el otro lado sirve para re­
coger, identificar y regular las expresiones, es
decir, lo repetimos, las variaciones del estado físi­
co que un ser vivo produce y reconoce en relación
con un sentido, y es el lado que llamamos “signifi­
cante”, siguiendo también el ejemplo de los anti­
guos estoicos y de Saussure.
Al constituirse, un signo introduce un principio
de orden en el fluir de las cosas y de las experien­
cias de las criaturas que lo adoptan. El signo nun­
ca subsiste por sí mismo, sino que siempre lo acom­
paña al menos su complemento negativo3 y, con
más frecuencia, convive con una multiplicidad de
otros signos distintivos del mismo lenguaje.
En la década de 1930 el filósofo y lingüista aus­
tríaco Karl Búhler (1879-1963) primero, y el filóso­
fo estadunidense Charles Morris después (1901-

’De Mauro, Minisemantica, op. cit., pp. 13-19.


72 EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA

1979) sostuvieron que cada signo puede colocarse


y estudiarse en cuatro dimensiones: la dimensión
“semántica” es la que vincula el signo con sus senti­
dos particulares, concretos, que pueden encontrar­
se en su significado general y abstracto; la dimensión
“sintáctica” es la que vincula su forma, mediante
semejanzas y diferencias, con las formas de otros
signos del mismo lenguaje; la dimensión “pragmá­
tica” es la que vincula el signo con las interacciones
a las que dan lugar las señales que se concretan en­
tre quien las produce y quien las recibe; y la dimen­
sión “expresiva” es la que vincula el signo con los
materiales que dan sustento a su significante. En
cada dimensión un signo y las señales que lo arti­
culan ejercitan una función: la función “represen­
tativa” o “denotativa”, para la cual una señal deno­
ta cualquier cosa, una situación, un estado; la
función “nominativa” es la que se ejercita dando
lugar a las interacciones pragmáticas entre quien
produce y quien recibe las señales; la función “ex­
presiva” es la que funciona como marca de terri­
torio para otra señal, que revela la presencia de
quien la produce y, finalmente, la función “sisté-
mica” es aquella para la cual el signo, con su for­
ma y sus conexiones con otros signos, revela su
pertenencia a cierto lenguaje, a un código semió-
tico particular, a una lengua particular.
Al volver a recorrer estos rasgos esenciales de
cualquier semiótica, el lenguaje verbal se nos
muestra en función de ellos, como Peirce y Saus-
sure intuyeron. Con la forma de nombres a veces
diferentes, el uso de las palabras y frases exhibe los
mismos rasgos constitutivos de todas las semióti­
EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA 73

cas. La voz o la grafía en que reconocemos un sen­


tido y el sentido mismo que expresamos con voces y
grafías son las dos caras del signo lingüístico, es de­
cir de lo que llamarnos “enunciado”. Al acto de pro­
ducir un signo corresponde la enunciación o el
“acte deparóle” en la terminología de Saussure y de
muchos lingüistas, o del “speech act”, en la termino­
logía del filósofo británico John Langshaw Austin
(1911-1960) y de muchos filósofos del lenguaje.
Como las señales de todas las semióticas, los enun­
ciados están gobernados, cuando los producimos
y cuando los recibimos y comprendemos, por su
referencia a un signo, y el signo, a su vez, por la
frase4 o, mejor, por toda secuencia lingüística or­
denada y posible de palabras que usamos al reali­
zar o entender un enunciado. También los signos
lingüísticos tienen dos caras: a un significado, a una
capacidad general de abarcar sentidos concretos
entre los innumerables usos posibles, corresponde
un significante, una red abstracta que se tiende
con los sonidos que producimos y oímos o con las
grafías que trazamos y leemos en sustitución de los
sonidos. También las frases pueden ser caracteri-

4 Buscando apegarme a los usos existente (no del todo cohe­


rentes entre sí) reservo el término “enunciado” para el produc­
to de toda realización lingüística hablada o escrita, el término
“signo” (lingüístico) para toda unión de significante y signi­
ficado que se haga en forma de un enunciado. Interjecciones
aisladas, palabras aisladas para nombrar lugares, institucio­
nes, consignas, expresiones adverbiales aisladas, listas y otros
enunciados no predicativos son, por derecho propio, signos
lingüísticos. Reservo el término “frase” (en inglés sentencé) a
los signos lingüísticos predicativos ya sea sin verbo (frases “no­
minales”) o con verbo (frases verbales, o bien, frases sin otra
especificación).
74 EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA

zadas por estas cuatro dimensiones: semántica, sin­


táctica, expresiva, y pragmática; las frases y los
enunciados desempeñan los papeles de represen­
tación, denominación, instrumentos de interac­
ción entre hablantes de una lengua e indicadores
de su pertenencia al lenguaje verbal y a una de las
seis mil lenguas que existen en el mundo.
Confirmar que el lenguaje verbal cumple los
rasgos esenciales constitutivos de la semiótica es
sólo la primera parte del camino. De aquí en ade­
lante referirnos al universo semiótico restante nos
ayudará a entender por qué la semiótica de cada
lengua es diferente y por qué el lenguaje se pre­
senta como algo único. Veremos que, si las exami­
namos una por una, casi todas las características
reconocibles de la realidad lingüística humana
reaparecen en forma aislada en otras semióticas.
Lo que no tiene comparación es la urdimbre única
de estas características, cada una presente en alto
grado pero, con frecuencia, como pronto veremos,
acompañada también por su opuesto.
7. UNA SEMIÓTICA DE SIGNOS
ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS:
SEMEION ANTILEGÓMENON

En la larga historia de las reflexiones sobre el len­


guaje humano,1 la naturaleza articulada de los
signos lingüísticos aparece, después de la multi­
plicidad de las lenguas, como el primer rasgo es­
pecífico y característico, ya desde la Grecia clási­
ca. Aristóteles observaba bien que los trinos de
los pájaros y los gritos y rugidos de las bestias
eran capaces de semaínein, de “indicar” estados de
ánimo tan bien como los signos lingüísticos. Para
él, sin embargo, éstos eran diferentes de las señales
animales porque podían descomponerse en partes
significantes individuales, nombres, expresiones
predicativas, verbos, partículas, y estas partes po­
dían conectarse en forma de proposiciones predi­
cativas. Las voces de otros animales, por el contra­
rio, le parecían significativas sólo en su conjunto.
Puede observarse, de paso, que concebir el signifi­
cado de las frases como resultado de la suma de los
significados de sus partes constitutivas era para Aris­
tóteles un primer alfil consciente mucho antes de
que Gottlob Frege lo teorizara explícitamente.
Dos estudiosos italianos, Walter Bclardi (n. 1923)
y Franco Lo Piparo (n. 1946) mostraron que ya

1 Para los aspectos más filosóficos de los estudios recientes


sobre el lenguaje y para la larga historia del pensamiento que
los precede, disponemos ahora del perfil histórico de Lia For-
migari, II linguaggio. Sioria delle teorie, Laterza, Roma-Bari, 2001.

[75]
76 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

para Aristóteles la articulación se lograba, entre


otras formas, invirtiendo el significante y las par­
tes significativas. Aristóteles y otros observaban
que nombres, verbos y partículas tienen un signi­
ficante que se puede descomponer en grámmata,
“letras” y también en “fonemas”. Esto permitía, a
ojos de Aristóteles, la “escribibilidad” de las partes
constitutivas de la voz humana, con características
diferentes de las de las voces de otros animales. Es­
to prefigura un punto de vista moderno, el de An­
dró Martinet, que ha indicado como rasgo especí­
fico de las lenguas la “doble articulación” de sus
X
signos. Estos se organizan, en un primer nivel, en
partes dotadas de significante y significado, es de­
cir en las palabras o, mejor, en los componentes
de las palabras mismas, que el lingüista suizo Hen-
ri Frei (1899-1980), Martinet y otros han llamado
“monemas” (en otra terminología decimos “mor­
ios”). Los monemas (o morfos) son tanto las ba­
ses lexicales primarias (por ejemplo, mar, pen-) co­
mo los prefijos (por ejemplo, a-, re- o pre-), los
sufijos (por ejemplo, -ino, -do o -to), que, con las ba­
ses, constituyen los temas de las palabras (como,
usando el ejemplo, preven-, vist-, arrepentimient-
etcétera), y las desinencias {-ir, -ía, -to, o, etcétera).
Esta primera articulación es seguida de un segun­
do nivel, una segunda articulación: el significante
de palabras y monemas se organiza, a su vez, en fo­
nemas, unidades mínimas privadas de significado
y que no pueden descomponerse a su vez. Estas
unidades mínimas son (como el resto de las letras
del alfabeto que observaban los antiguos) relativa­
mente pocas: algunas decenas en castellano y unas
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 77

treinta en promedio en otras lenguas. Al reorde­


narse y reagruparse pocos fonemas son suficientes
para identificar y distinguir un número enorme de
significantes de palabras diferentes.
El componente articulador de los signos lin­
güísticos y en particular la doble articulación de­
sempeñan un papel fundamental en la construc­
ción y funcionamiento de las lenguas y de sus
signos, palabras y frases. De esta capacidad de ar­
ticulación depende sobre todo el número infinito
de frases que pueden construirse en una lengua.
La articulación confiere a los signos de una len­
gua el carácter de reagrupamientos de un núme­
ro limitado de unidades base, es decir de pala­
bras. En los términos del cálculo combinatorio,
el reagrupamiento de palabras puede considerar­
se “disposiciones con repeticiones”: un ordena­
miento diferente de las palabras diversifica el rea­
grupamiento, las frases (el niño le da el libro a la
maestra es una frase diferente de \a maestra le da el
libro al niño) y la repetición de una misma palabra
es posible y, nuevamente, distingue reagrupa­
mientos que por lo demás son idénticos (el niño le
da el libro a la maestra que estaba en el escritorio es di­
ferente de el niño le da el libro a la maestra; el libro es­
taba sobre el escritorio). Muchas semióticas, por ejem­
plo el cifrado y el cálculo, comparten estas
propiedades, prevén signos construidos como dis­
posiciones con repeticiones de un número limita­
do de unidades base. Si consideramos la numera­
ción arábiga común (más adelante trataremos sus
aspectos semióticos) y si pensamos en términos de
las diez cifras base, del 0 al 9, veremos que, por
78 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

ejemplo, 31 es diferente de 13, 6/2 es diferente de


2/6, y 331 es diferente de 31. En las semióticas de
signos no articulados no puede hacerse esto. Un sig­
no se opone a otro en su totalidad. Volvamos a las
diez cifras arábigas de base y considerémoslas un mi­
nilenguaje de diez signos, del 0 al 9, cada uno con
un significante y cada uno identifícador de un valor
numérico. El signo 0 o el 2 bien pueden fragmen­
tarse en pedazos, pero estos pedazos no tienen nin­
guna función, no quieren decir nada, son ruinas de
un significante. El signo 0 se opone al signo 7 o 9 y
éste a aquél y a todos los demás en su totalidad. En
las lenguas, por el contrario, como en la numera­
ción arábiga entera o en el cálculo, las cifras (31,13,
331, etcétera), las operaciones (3 + 2 = 5; 5 - 2 = 3,
etcétera) y las frases se descomponen en partes sig­
nificativas, en monemas o morios.
Ya que en las lenguas (como en las numeracio­
nes y en el cálculo) no existe un límite teórico al
número de palabras que se pueden alinear en una
frase (dada una frase cualquiera siempre es posible
prolongarla repitiendo recurrentemente una o más
palabras), el número de reagrupamientos posibles
es potencialmente infinito. La potencial infinitud de
las frases a partir de un repertorio limitado de pala­
bras y reglas, y de sus significantes a partir de pocas
decenas de fonemas, ha atraído la atención de
grandes teóricos, desde Humboldt hasta Saussure
y Chomsky. La potencial infinitud de las frases, co­
mo la de las cifras y las operaciones aritméticas,
proviene de la naturaleza combinatoria que la ar­
ticulación de los signos confiere a estas semióticas
y, en particular, a la lengua.
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 79

Ellos atribuyen en gran medida a la doble arti­


culación la enorme redundancia que caracteriza
a las lenguas, y las reglas de restricción y gramáti­
ca que ésta permite, y que pueden asumir valores
autónomos significativos. Sin la redundancia la
forma y la vida misma de las lenguas y de sus usua­
rios sería radicalmente diferente.2
La redundancia se hace más evidente en la se-
gunda articulación, aunque no sólo en ella. Esta
se manifiesta en todos los niveles de organización
de las lenguas, como volveremos a señalar a lo lar-

2 En los tratados de lingüística no se le dedica mucho espa­


cio a la redundancia, con la excepción de una parte de los es­
tudios sobre fonología y sobre la formación de las palabras. El
concepto es hasta cierto punto antiguo y se refiere al lenguaje
mismo: Quintiliano cita el caso de los verba redundantia, “pala­
bras superabundantes” como ejemplo típico del estilo afecta­
do (Inst. VIII m, 57). El término se usa con valor negativo en
el lenguaje común actual. Luego surgieron, a mediados del si­
glo xx, algunas investigaciones sobre la teoría matemática de
la información y la comunicación, de las cuales la primera for­
mulación, que sigue siendo clásica, se encuentra en el libro de
1949 de Claude Eh. Shannon y Warren Weaver, The Mathema-
tical Theory of Communication. El eje de la teoría es el concepto
de “información”. Como advierte Weaver en el libro citado, “en
esta teoría el término información se usa en una acepción es­
pecial que no debe confundirse con la común. En especial, in­
formación no debe confundirse con significado. [...] La infor­
mación es una medida de la libertad de elección que se tiene
cuando se escoge un mensaje.” La redundancia, bajo esta luz,
se redefine como la sobreabundancia frente a las estrechas ne­
cesidades de identificar una señal capaz de transmitir un dato,
como explicó W. Ross Ashby en An Introduction lo Cybemetics
(Chapman & Hall, Londres, 1956). Puede encontrarse un pa­
norama elemental de la redundancia fonológica en mi librito
Lingüistica elementare, Laterza, Roma-Bari, 2001. Isabella Chia-
ri trata el tema en forma muy rica y amplia en Ridondanza e tin-
guaggio. Una regola costitutiva delle tingue, Carocci, Roma, 2002.
80 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

go del libro. En el nivel de la segunda articula­


ción, que ahora trataremos, la redundancia se
manifiesta en más de una forma. La definición
más simple posible es que en la comunicación
en general, y en la lingüística en particular, es
una redundancia todo lo que no es estrictamen­
te necesario para distinguir e identificar una en­
tidad, en nuestro caso una entidad lingüística,
respecto de otras.
Si observamos la fonología de las lenguas, vis­
lumbraremos redundancia sobre todo en la cons­
titución de las “familias de sonidos” o fonemas que
una lengua distingue y usa para identificar los sig­
nificantes de las palabras de la primera articula­
ción. El número de fonemas varía según la lengua:
van de poco más de diez a poco más de cien. Al
examinar las seis mil lenguas que existen en el
mundo se ha calculado que en promedio una len­
gua distingue y posee poco más de treinta fone­
mas, que es el número de fonemas del castellano
(con las variantes americana/rioplatense y penin­
sular). Si volvemos a esa orquesta que, como decía
Paúl Passy, es nuestro aparato de fonación, pode­
mos estimar que existen cerca de setecientos perfi­
les fónicos de familias producibles y distinguibles
con la claridad con que producimos y distingui­
mos una p de una t, una e de una u, etcétera. De
este enorme abanico de posibilidades una lengua
como el español extrae sólo una parte mínima: el
resto es redundancia pura. Una vez selecciona­
dos, los fonemas se reagrupan entre sí para dis­
tinguir e identificar el significante de los mone-
mas o morfos. El cálculo combinatorio nos dice
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 81

que estos reagrupamientos, que se distinguen por


la repetición de un mismo elemento {caro es dife­
rente de carro) y que, además, se distinguen por el
diferente orden de los mismos elementos {caso es
diferente que saco), se llaman “disposiciones con
repeticiones”. Dado el número de los n elementos
base (los fonemas) y el número de posiciones pre­
vistas para un reagrupamiento (la longitud de los
significantes de las palabras), una fórmula por
suerte muy sencilla, n*, permite calcular cuántas
disposiciones con repeticiones pueden existir. Si
n corresponde a treinta fonemas del castellano,
sabemos que los reagrupamientos de una posición
{k = 1), como las palabras a o e, son treinta, los de
dos posiciones {k = 2), como tu o si, son 900, los
de tres rebasan las 27 000. ¿Existen 27 000 pala­
bras con tres fonemas, como uno, tus, por? La res­
puesta ya es negativa. Muchísimas posiciones per­
manecen vacías {aba, aca, zea, aoa, apa, etcétera).
Pero esto es sólo el principio: las disposiciones en
cuatro posiciones teóricamente posibles son
810 000, que son más que el número de palabras
registradas en la mayor parte de los diccionarios
en papel. Palabras relativamente breves, como ca­
ro o seda se extraen de este gran conjunto, lleno de
secuencias inútiles {crao, sdea, asde, etcétera). Pero
palabras más largas apenas por una sola posición,
como carta o viene, las extraemos de un conjunto
de 24 300 000 posibles disposiciones: la enorme
mayoría de estas disposiciones {crata, traca, tarca,
etcétera, enevi, venie, etcétera) no tienen la ciuda­
danía en castellano. ¿Yla palabra castellano? No es
una palabra particularmente larga, no es castella-
82 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

nización o dimetilbetapirazolona, es una palabra de


longitud media. La calculadora de bolsillo ya no
basta: se la ha extraído de un conjunto de miles de
millones de reagrupamientos. Con castellanización
las disposiciones de quince posiciones llegan a ci­
fras de magnitud literalmente cósmica: calcúlese
SO15 para darse una idea. Una palabra como castella­
nización navega, con otras pocas, en un espacio in­
menso de reagrupamientos de quince posiciones
no utilizadas.
¿Qué significa todo esto? Que para distinguir
los significados de las cien mil palabras de un dic­
cionario doméstico o de los tres o cuatro millones
de una descomunal base de datos (que todavía
no existe) el número de fonemas y la longitud de
las palabras son sobreabundantes o, más exacta­
mente, redundantes. Podremos: 1] reducir drás­
ticamente el número de fonemas; 2] o bien redu­
cir igualmente de forma drástica la longitud
media de las palabras. El castellano, por supues­
to, más o menos como todas las otras lenguas, pa­
rece ofender nuestro sentido de economía con
su enorme redundancia en el número de fone­
mas y la longitud de las palabras. Pero las conse­
cuencias de la eliminación de la redundancia se­
rían muy perjudiciales para la lengua y para sus
usuarios: los perfiles fónicos (y por tanto gráfi­
cos) de las palabras se encimarían unos sobre
otros; todo reagrupamiento sería posible, y un
momento de distracción o de relajamiento, un
ruido, una letra mal impresa o mal leída serían
suficientes para extraviar a quien pronuncia (o
escribe) una frase y a quien la oye o la lee. Ade­
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 83

más, un fenómeno del que ya hablamos, la osci­


lación de la masa lexical, tanto por la llegada de
nuevas palabras provenientes de otras lenguas co­
mo por el nacimiento de las de nuevo cuño, se­
ría difícil, si no imposible: la enorme distancia
entre las secuencias existentes, creadas por la re­
dundancia fonológica, permite, en cambio, rea­
lizar nuevas inserciones sin gran dificultad. La re­
dundancia, entonces, por un lado permite a la
lengua no tener que cambiar el sistema fonológi­
co con cada oleada de palabras nuevas, y por el
otro cambiar y adaptarse a las novedades.
La redundancia hace evidente la importancia
de la doble articulación. Pero insistir en esto no
implica aceptar lo que implican las formulaciones
comunes, las de Aristóteles, Frege o Martinet: que
la articulación es un rasgo específico, exclusivo,
del lenguaje humano y que todos los signos lin­
güísticos son necesariamente articulados.
Contrariamente a lo que pensaba Aristóteles,
muchos lenguajes animales, como, por ejemplo,
el de los simios y el de los cetáceos, constan de
signos que pueden descomponerse en partes do­
tadas de significado, así que también encontramos
lenguajes articulados entre los animales. Además,
incluso entre las semióticas humanas diferentes de
las lenguas y los lenguajes de señas de los sordo­
mudos, son numerosas, si no la mayoría, las que
contienen signos articulados. Pensemos en las se­
ñales callejeras. Un ejemplo típico que ya mencio­
namos lo ofrece el sistema numérico: en China,
India y Europa se presentan como semióticas que
incluyen un inventario de cifras básicas, análogas
84 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

a los monemas de Martinet, que según ciertas re­


glas sintácticas se combinan en signos articulados:
#1#, #11# ... #IV#, #V#, #VI#, ... #IX#, #x#, ...
#XXIV#, ... #XLI#, ..., #XCII#, etcétera, en la nu­
meración romana: #0#, #1#, #2#, ... #9#, #10#,
#11#,... #20#,... #22#, ...#100#, etcétera, en la nu­
meración posicional de base diez que llamamos
arábiga.
Una perspectiva semiótica adecuada muestra
también que la articulación no es una caracterís­
tica exclusiva del lenguaje humano, y análisis más
pacientes nos llevan a reconocer que incluso en
otras semióticas encontramos casos de doble arti­
culación, análogos a la articulación de los signos
en monemas y del significante de los monemas en
unidades distintivas mínimas.5
Ahora bien, la naturaleza articulada, combina­
toria, de los signos lingüísticos no es de carácter
específico y exclusivo. Pero esta conclusión sólo se
refiere a un lado del problema. Del otro lado, que
por lo general permanece en las sombras, está la
extensión y, digamos, la obligatoriedad de la arti­
culación y combinatoriedad en las lenguas mis­
mas. Sin duda las lenguas, como hemos visto, in­
cluyen un poderosísimo mecanismo combinatorio
que abre las puertas para generar una cantidad
potencialmente infinita de frases usando grupos
finitos de fonemas y de monemas o morfos. Pero
la naturaleza de las lenguas es tal que también se
puede renunciar, donde sea necesario, a esta ca­
pacidad. Al contrario de lo que ocurre en otras se-3 *

3 En De Mauro, Minisemanlica, op. di., pp. 66 ss., se exami­


nan los códigos de doble articulación de diversas lenguas.
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 85

mióticas con signos articulados, combinatorios, no


todos los signos lingüísticos lo son. No todos los
signos lingüísticos cumplen los requisitos de la
combinatoriedad y de la doble articulación. Para
darnos cuenta debemos examinar dos aspectos de
los fenómenos lingüísticos.
El primer aspecto es la presencia de las inter­
jecciones y las onomatopeyas. Los antiguos drama­
turgos latinos, entre ellos el que probablemente
fue el primer autor de una Ars grammatica latina,
modelada sobre las tekhnai griegas, Remmio Pale-
mone (5-76 d.C.), nos legaron el uso de la palabra
interiectio, “inserción”, para designar no sólo todo ti­
po de inserciones incidentales, parentéticas en el
discurso, sino también la parte específica del dis­
curso que precisamente llamamos interjección.
Probablemente también a él le debemos la dis­
tinción entre interjecciones primarias, como
eheu, o en latín o castellano, eh, uh, ah, pst, ufy si­
milares, e interjecciones secundarias, representa­
das por palabras que pertenecen a otras partes del
discurso, usadas interjectivamente, como ¡caram­
ba!, ¡diablos!, ¡oye!, ¡cierto!y otras aún más comunes,
populares y pintorescas.
La concepción de la frase como algo análogo a
la representación de una operación aritmética, ló­
gica, matemática, está obstaculizada por el hecho
innegable (aunque a veces se oculte, no se sabe
bien para qué) de que en las frases de todas las
lenguas están presentes toda clase de inserciones
incidentales, parentéticas. Incluso en los niveles
más ordenados y formales de exposición solemos
incluir expresiones más o menos largas llamadas
86 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

“incidentales” que interrumpen, corrigen o co­


mentan lo que estamos diciendo o escribiendo.
Veamos la siguiente frase:

La identificación de la categoría de las interjeccio­


nes elaborada por Remmio Palemona —me refiero a
la excelente edición de los “Fragmenta” de Antonio
Mazzarino— completó el cuadro de las “partes ora-
tionis

Una frase de este tipo no tiene analogías en el


ámbito del cálculo. Es como si, al representar una
operación aritmética, pudiésemos intercalar aña­
didos y comentarios, y aceptar secuencias como
éstas:

# 3 + 7 // 93 : 33 + ^49 // = 10 #

Pero las inserciones parentéticas de este tipo


son inaceptables en una ecuación: sólo son posi­
bles y comunes en las lenguas. Incluso la expre­
sión intercalada responde, en sí, a las formas y re­
glas habituales de una lengua. Las interjecciones
y onomatopeyas, por el contrario, rompen radical­
mente el cuadro de la regularidad. Se intercalan
e insinúan, con efectos certeros en el sentido, en
nuestra habla, especialmente en el habla más co­
mún y habitual, despedazando toda regularidad
sintáctica y fonológica. De hecho no sólo suelen
ser asintácticas, sino que en buena medida sus sig­
nificantes están construidos con materiales foné­
ticos extraños a los usados para dar cuerpo a las
unidades mínimas indivisibles incluidas en el in­
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 87

ventario de fonemas de una lengua. Respecto del


vocabulario restante de una lengua4 las interjeccio­
nes (pero no así las onomatopeyas, como tictac,
quiquiriquí, guau-guau) se usan generalmente en
una forma que evade las categorizaciones sintácti-
co-gramaticales de las otras partes del discurso5 y,
aún más, no pueden analizarse en forma de fone­
mas y dobles articulaciones. La consecuencia es la
dificultad de trasladar las interjecciones a las re­
presentaciones ortográficas corrientes y la torpe­
za de algunas evocaciones ortográficas: hum, ejem
o fiu. La dificultad para escribirlas se agrava por el
hecho de que un componente esencial en las in­
terjecciones es el tránsito prosódico, del grave al
agudo, del agudo al grave, acelerado o frenado,
etcétera, que al cambiar confiere al mismo mate-

* La idea que a veces aparece, y según la cual las interjeccio­


nes y las onomatopeyas son una intrusión naturalística que no
pertenece a las lenguas individuales sino a una suerte de ges-
tualidad fónica natural (sobre lo cultural e histórico de los
gestos véase la nota 1 del capítulo 9) se desmiente ampliamen­
te mediante la observación. Las onomatopeyas transparentes
para los hablantes de una lengua resultan incomprensibles a
los hablantes de otras lenguas y, por otra parte, interjecciones
fonéticamente muy similares tienen valores diferentes en len­
guas diferentes: S. Karcevskij, Introducción á Uétude de rinterjec-
t¿on, “Cahiers F. de Saussure”, i, 1941, pp. 57-75, y Paola Villa-
ni, Note teoricheper lo studio deifonosimboli, “Linguaggi”, iii, 1986,
1-2, pp. 32-44, que resulta fundamental para entender el tema.
5 Sin embargo una propiedad de las lenguas en la que de­
bemos detenernos especialmente, la metalingüística reflexiva
(véase el capítulo 9) hace que incluso las interjecciones pue­
dan citarse, y, en cuanto citadas, puedan integrarse en el sis­
tema gramatical como nombres de las interjecciones mismas,
por ejemplo, en frases como, un oh lleno de sorpresa, tu mmm de
duda, etcétera.
88 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

rial fónico (por ejemplo, en castellano el gemido


con la boca cerrada que representamos más o
menos con mwm) el valor de expresiones de du­
da, amenaza, solicitud de aclaración, afirmación,
satisfacción. Pero los sistemas ortográficos conven­
cionales encuentran dificultades para representar
adecuadamente incluso las variaciones prosódicas
que van más allá de indicaciones genéricas sobre
interrogaciones y exclamaciones. No dice mucho
de las diferencias de entonación a las que se con­
fiere una parte tan grande del valor semántico
global de los enunciados hablados y de su mismo
escandido sintáctico.”
La referencia a la significación de las variacio­
nes prosódicas nos vuelve a llevar a un argumen­
to que ya tocamos (capítulo 1): tanto el planea­
miento como la comprensión de los enunciados
se lleva a cabo por bloques dotados de una unidad
que supera a las palabras y a los grupos de pala-
bras. Estas, en el habla y en la evocación más apro­
ximada que se hace en un texto escrito en la for­
ma adecuada, se aglomeran como piedras que se
sostienen mutuamente en la sucesión de los arcos
prosódicos. La realización y la percepción del al-

6 Miriam Voghera, Sintassi e intonazione nell’italiano paríate,


II Mulino, Boloña, 1992. La renovada atención hacia el habla
efectiva de las diversas lenguas, sobre la cual escribió en gene­
ral Rosanna Sondeóla, Sul paríalo, II Mulino, Bolonia, 1981, nos
está llevando a desarrollar en forma científica un sistema de
notación cada vez más riguroso; para revisar uno, excelente,
véase Brian MacWhitney, II Progetto CHILPES. Strumenti per il
analisi del linguaggio paríalo, Edizioni del Cerro, Tirrenia (PI),
1997, y Umberta Bortolini y Elena Pizzuto, IIprogetto CH1LDES
in Italia. Contributi di ricerea sulla lingua italiana, ibid.
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 89

canee prosódico global son el prius de la transmi­


sión y la comprensión de un sentido central del
enunciado hablado, y las interjecciones primarias,
que comprenden todo el alcance, pueden sustituir
eficazmente la frase entera. Si vemos a los hablan­
tes reales, como no me canso de recomendar,7ve­
remos que tanto en el planeamiento y producción
como en la reconstrucción receptiva y en la com­
prensión de los enunciados se mezclan e integran
globalidades no articuladas y articulaciones. La
formación y la vitalidad de los “lexemas comple­
jos”, frecuentes en el uso lingüístico tanto común
como técnico y especializado, es un buen reflejo
de esto.
Hablamos de “lexemas complejos” o de expre­
siones “polirremáticas” cuando una secuencia de
palabras admite, además de un significado que se
puede extraer de la articulación de sus partes, un
valor global, unitario, muy diferente del de otra
lengua. Lo que llamamos oveja negra en castella­
no o bete noive en francés, a veces, pero sólo a veces,
puede referirse a un animal de color oscuro. Esto
sucede cuando las expresiones tienen un valor com-
posicional, articulado, y corresponden a lo que un
alemán llamaría schwarzes Tiero un inglés black ani­
mal. Pero cuando las expresiones castellana y fran­
cesa tienen valores globales de lexemas complejos,

7 Observamos a los hablantes reales no para sofocarnos en


el empirismo sino para construir o falsificar hipótesis teóricas
adecuadas; para lo último, véase Vincenzo Lo Cascio, De echte
spreker: Overuegingen bij hat lolstandkomen van een tweetalig woor-
denboek Ilaliaans/Nederlands-Nederlands/taliaans, Vossiuspers UvA,
Amsterdam, 2001.
90 SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS

los equivalentes de oveja negra no son y no pueden


ser schwarzes Tiero black animal, sino Schreckgespenst
o pet hate o pet peeve, expresiones que, a su vez, son
imposible de traducir literalmente. Estas y otras en­
crucijadas y obstáculos han sensibilizado a quienes
estudian técnicas de traducción y enseñanza de len­
guas extranjeras hacia el problema de la polirremá-
tica. Pero el aspecto teóricamente más relevante
es el intrínseco a cada lengua: es el hecho de que
la coexistencia de lexemas complejos y de secuen­
cias composicionales hace que, por poner un ejem­
plo chistoso, quien siembra tormentas cosecha tem­
pestades, o un carnicero les dé gato por liebre a sus
clientes. Dentro de la lengua, las mismas secuencias
con la misma composición pueden adquirir un va­
lor composicional o un valor global diferentes.8
En conclusión, una lengua no puede definirse
únicamente, sic et simpliciter, como una semiótica
con signos articulados. Debemos aclarar que se
configura y funciona como una semiótica con sig­

8 Para una lista sistemática de más de sesenta mil expresio­


nes polirremáticas italianas tanto comunes {buttare a mare, ve-
dere rosso [tirar todo por la borda, tener un arrebato de cólera])
como científicas (partícula elemental, planta anual) véase
Tullio De Mauro (director), gradit. Grande dizionario italiano
dell’uso, 6 vols., utet, Turín, 1999, I, pp. xxxi-xxxii para defi­
niciones y criterios, vi, p. 1177 para una consideración lexico­
lógica de conjunto. Existen en inglés, en especial el estaduni­
dense, buenos catálogos de expresiones polirremáticas fáciles
de encontrar, como el de Richard A. Spears, American Idioms.
Dictionary of Everyday Expressions of Contemporary American En-
glish, Zanichelli-National Textbook Company, Bolonia-Lincon-
wood (il.), 1988; para el francés el de Raoul Boch, La bolle á
images. Dizionario fraseológico delle locuzioni francesi, Zanichelli,
Bolonia, 1990.
SIGNOS ARTICULADOS Y NO ARTICULADOS 91

nos tanto globales como articulados o, si se desea,


que pueden ser articulados. No dejaremos de seña­
lar qué importancia tienen en la lengua los signos
articulados y la articulación, incluso en términos
cuantitativos: las capacidades infinitas de los signos
lingüísticos articulados empequeñecen en términos
porcentuales la presencia de los signos lingüísticos
no articulados o capaces de funcionar en forma glo­
bal. Se trata de una presencia siempre latente que
impide reducir el funcionamiento de una lengua
a la aritmética, a algo descifrable y cuantificable
analíticamente y siempre de la misma manera, pa­
labra por palabra, como si sumáramos un núme­
ro cifra por cifra. La articulación impone, por el
contrario, reconocer la naturaleza semióticamen-
te heterogénea de sus signos, ya sean articulados,
composicionales o integrantes de parte o de toda
su globalidad.
Si consideramos el lenguaje a la luz de esta ca­
racterística dirimente del universo de las semióti­
cas, que es la articulación y capacidad combinato­
ria de los signos, la realidad lingüística se
caracteriza por su presencia pero también por su
negación, es decir por la presencia de su opuesto:
la inexistencia de articulaciones, el valor global de
una parte de los signos (las interjecciones prima­
rias) o la neutralización de articulaciones eventua­
les en otros signos (las polirremáticas). En un aná­
lisis no forzado dentro de esquemas teóricos
preexistentes, el signo lingüístico comienza a re­
velar su naturaleza de semeion antilegómenon, signum
contradictionis (Le. II, 34), que, de pronto y sin avi­
so, puede contradecir su propio valor.
8. UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

La aparición en los signos y entre los signos lin­


güísticos generalmente articulados de partes que
no están doblemente articuladas, como las inter­
jecciones (si bien de apariencia articulada pero en
realidad de significado global, como los lexemas
complejos) es sólo una de las manifestaciones de
lo imprevisibles que son los signos lingüísticos.
Otra es la posibilidad siempre presente de la
aparición de palabras nuevas, inéditas. Todos los
hablantes de lenguas vivas conocen esta experien­
cia, que se vincula con una característica intrínseca
de las lenguas humanas (que también existe en las
lenguas de señas de los sordos) y que casi inevita­
blemente tocamos en las primeras páginas: la os­
cilación continua de las masas de vocablos de una
lengua.
En su Ars poética (w. 71-72), Quinto Horacio
Flaco (65 a.C.-8 a.C.) escribió Multa renascentur
quae iam cecidere / cadentque quae nunc sunt in hono-
re vocabula, si volet usus (versos 71-72) [“Renacerán
vocablos muertos y morirán los que ahora están en
boga, si así lo quiere el uso”]. Y Dante, casi al fin
del viaje al otro mundo que narra en la Divina Co­
media, imagina que es el mismo padre Adán quien
nos habla, con toda su autoridad, reflejándose en
Horacio y confirmando la afirmación: porque los
usos entre los mortales son como las hojas de los árboles,
[92]
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 93

que desaparecen para dar lugar a otras. Pero, como ya


señalamos, estos auctores sólo nos ayudan a confir­
mar una experiencia humana común: oír, repetir,
leer palabras nuevas y reflexionar y, años después,
rememorar las palabras nunca vueltas a oír. Expe­
riencia común, pero, además de la vida práctica,
también teóricamente bastante significativa y com­
puesta de más caras.
La oscilación del léxico de una lengua tiene,
ante todo, un aspecto subjetivo. En cuanto al voca­
bulario de la propia lengua “nadie nace sabiendo”,
como dice un sabio proverbio romano. Ya mencio­
namos cómo, a partir de los seis o siete meses, los
pequeños empiezan a aprender palabras que para
ellos son nuevas (capítulo 2) y luego siguen encon­
trándose palabras nuevas para enviar a la mente,
primero con enorme frecuencia y luego más rara­
mente, conforme pasa el tiempo. También recorda­
mos que, según los ambientes familiares, regiona­
les, sociales, laborales y de estudio cada uno
construye su propio vocabulario receptivo y produc­
tivo que sólo en el núcleo de las palabras más fre­
cuentes y más disponibles y comunes tiende a ser el
mismo de otros en la misma comunidad lingüísti­
ca, y se distingue por otros aspectos. Quien se aden­
tre en un ambiente nuevo, en nuevos temas, está
expuesto a encontrar palabras nuevas para él.
Esto ya es interesante teóricamente: mientras
las cifras de un número se reducen a un número
finito y cerrado de cifras básicas, mientras los sig­
nos de las operaciones de cálculo (+, -, x, :, =, en
la aritmética elemental) son una lista cerrada, las
“cifras” de las frases de una lengua, los vocablos,
94 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

son, desde el punto de vista de un hablante, una


lista siempre abierta. Y esta lista está abierta por­
que puede crecer, aunque también puede dismi­
nuir a causa del olvido que borra de la memoria
individual las palabras que ya no se oyen o pro­
nuncian.
Sucede, así, que la extensión del vocabulario
que poseen los hablantes de una lengua varía mu­
cho de una persona a otra, o mejor de un tipo de
persona a otro: de unos pocos millares en los ni­
ños o las personas menos instruidas, a algunas de­
cenas de miles para quien cursa estudios universi­
tarios, a sesenta u ochenta mil para quien se
gradúa (y todavía no entra en una edad en la que
las placas escleróticas de las arterias cerebrales co­
mienzan a afectar la memoria verbal, entre
otras...).
Estas oscilaciones subjetivas se componen, por
decirlo de alguna manera, de oscilaciones objeti­
vas que afectan a toda la masa de las personas que
usan una lengua. Para que sea útil, un buen dic­
cionario, aunque sea de dimensiones modestas
(“volumen único”, como lo llaman en la jerga edi­
torial), debe contener no sólo las palabras in honore,
como decía Horacio, sino una selección de palabras
que ya no se usan, pero que pueden encontrarse en
un texto escrito hace un siglo o más. Si hojeamos el
diccionario de la Real Academia Española, encon­
traremos en la segunda página abajamiento, “bajeza,
abatimiento”, aballar, “mover de un lugar al otro”,
abanillo, abanino, abarrenar... algunos acompaña­
dos por ant., otros por desús.
Un diccionario de uso registra decenas de mi­
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 95

les de palabras obsoletas. Y la proporción crece en


los grandes diccionarios históricos. Incluso en la
Divina Comedia, que ha sido la médula del vocabu­
lario italiano durante siglos, un italiano culto en­
contrará palabras ahora fuera de uso.
Palabras van, palabras vienen, y también hay
palabras que sólo aparentemente permanecen y
resisten. Las oscilaciones de la masa lexical tie­
nen tanto un aspecto numérico y cuantitativo
muy evidente, sobre el que nos hemos detenido,
como un aspecto cualitativo, de significado, se­
mántico.
La variabilidad semántica de las palabras tiene,
nuevamente, aspectos subjetivos y sociales, y aspec­
tos históricos. Cada profesión crea usos especiales
de la lengua para los que una sola palabra asume,
en ciertos contextos, significados muy diferentes
de los comunes. Así, en la legislación civil y penal de
un país como México, entre palabras específicas del
derecho y palabras sólo en apariencia comunes se
leen frases que incluso personas cultas no pueden
descifrar si no tienen una sólida preparación jurí­
dica: “Pidiendo el comprador al vendedor, o el
vendedor al comprador en el caso de evicción, la
exhibición de títulos u otros documentos que se
refieran a la cosa vendida...” O bien: “Si atendido
el interés del negocio hubiere lugar a la apelación,
ésta se admitirá sólo en el efecto devolutivo. Si la
sentencia levanta la providencia precautoria, no se
ejecutará sino previa fianza que dé la parte que
obtuvo. La sentencia de segunda instancia causa­
rá ejecutoria. Cuando la providencia precautoria
hubiere sido dictada en segunda instancia, la sen­
96 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

tencia no admitirá recurso alguno.”


Quien se adentra en ambientes laborales nue­
vos o en tratados técnicos, especializados, de temas
por lo común desconocidos, encuentra a cada pa­
so casos como éstos, que, la verdad, deberíamos
reducir al mínimo posible en textos que, como los
códigos, regulan o deberían regular la vida de to­
da una comunidad.
Las variaciones de significado de las palabras
más comunes son menos evidentes para la gente.
Los antiguos filósofos griegos ya se habían dado
cuenta de que una misma palabra tiene significa­
dos muy heterogéneos: dentro de su significado
existen familias y subconjuntos de sentidos, que
los filósofos de la Edad Media llamaron “acceptio-
nes”, acepciones, modos particulares de entender
una palabra. Una palabra como ente, para retomar
un ejemplo de Aristóteles a propósito de tó ón, tie­
ne sentidos muy diversos: en la acepción filosófica
quiere decir “aquello que (en cualquier forma)
existe”; en la acepción matemática significa “obje­
to abstracto al que se atribuyen propiedades ex­
presadas por axiomas matemáticos”; en la acep­
ción jurídica significa “estructura organizada a la
que la ley reconoce personalidad jurídica”. En es­
tos casos para una palabra un diccionario registra
en la “entrada” o “voz” más de una definición, una
para cada acepción. Sobre el ejemplo de los anti­
guos filósofos griegos, diríamos que estas palabras
son “polisemánticas” o, más comúnmente, “poli­
semas” o “polisémicas”.
Un diccionario castellano de tamaño mediano
registra decenas de miles de palabras polisémicas.
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 97

Los diccionarios que numeran las acepciones di­


ferentes muestran que más de la mitad de las pa­
labras polisémicas tienen más de tres acepciones
diversas, y muchos miles tienen más de cinco. To­
das las lenguas tienen proporciones similares.
Mientras más comunes y frecuentes sean las pala­
bras, más rica es su polisemia: un diccionario de
buen tamaño distingue 10 acepciones de central,
20 de golpe, 24 de tener , 30 de ir, 37 de tomar, y
47 de dar y de hacer.
En inglés (si consultamos diccionarios como el
Oxford English Dictionary, que tratan los verbos y los
nombres o adjetivos homófonos como palabras
diferentes) las palabras polisémicas son, igual
que en italiano, cerca del 30 por ciento y, como
en italiano y en todas las otras lenguas, la polise­
mia caracteriza especialmente el vocabulario co­
mún, el de más alta frecuencia.
La polisemia registrada en los diccionarios no
es un hecho excepcional o patológico. Es el refle­
jo de las continuas variaciones de significado que
experimenta una palabra con el uso. La necesidad
de expresarse y hacerse entender empuja al signi­
ficado de cada palabra a ampliarse o hacerse más
específico, dibujando nuevos sentidos sobre el te­
jido que forman los usos. Esto ocurre de diversas
maneras. Aquí sólo hablaremos de algunos de los
innumerables ejemplos que existen.
Una palabra como el griego kanthós indicaba
el ángulo extremo del ojo, la parte más externa, el
rayo externo de una rueda. Durante la época impe­
rial la palabra apareció en el latín escrito con el
valor de la parte más externa y extrema, y de aquí
98 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

pasa a su historia neolatina y moderna: en español,


canto como ángulo de un edificio y, además de una
figura geométrica, canto y cantón, “ángulo de un
edificio, de una calle, zona restringida de una re­
gión, departamento administrativo”, y cantina “lu­
gar apartado, desván, lugar para conservar los vi­
nos” (tanto en griego como en castellano
coinciden con canto “canción”, pero lo menciona­
remos más adelante). En francés antiguo, cant “án­
gulo, arista”, en alemán Kant(é) “arista, lado de un
poliedro” (y el apellido de un gran filósofo...), en
francés moderno chant, “orilla”, y en español,
canto, “extremidad o lado de cualquier parte o
sitio”, etcétera
Una palabra latina como orbus (relacionada eti­
mológicamente con el griego orphanós, “huérfa­
no”), de tener el valor general de “privado de al­
go” (y por tanto también “huérfano”) en latín
tardío y luego en algunas lenguas romances sobre­
vive, especializándose en el significado de “priva­
do de un ojo, ciego”.
En otros casos los cambios fonológicos que
afectan una palabra en el uso hablado o popular,
pero no en el uso escrito, se combinan con las va­
riaciones de significado: el latín pensare “pesar” da
lugar, a través de sentidos como “sopesar con aten­
ción”, a pensar, pensamiento, pensado en castellano,
pensery penséeen francés; pero en el uso hablado
cambia ligeramente de forma y conserva el senti­
do antiguo: pesar. Yputare “limpiar” (es el valor que
podemos reconocer hoy en amputar) ya en latín
viaja en dos acepciones: 1. “evaluar con cuidado
(un metal) ”y por tanto, “evaluar, reflexionar, pen­
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 99

sar”, de donde viene reputar, computar, disputare


imputar, etcétera; 2. “limpiar una planta” de
donde, con el cambio fonológico del habla, surge

Como puede verse las acepciones nacen una de


la otra en forma racional, pero no previsible a
priori, mediante extensiones inicialmente metafó­
ricas o restricciones de un valor más general a un
ámbito particular. Quienes apenas se asoman al
mundo de las imprevisibles histoires de mots pueden
sufrir la tentación de concebir las palabras como
etiquetas fónicas unidas a conceptos preconstitui­
dos, a ideas sempiternas instaladas, inmóviles, en
las alturas divinas. Con las palabras y sus grupos de
sentido vemos cómo se constituyen en el tiempo
histórico, en el accidentado discurrir de la cultu­
ra, en algunas lenguas de una forma, en otras de
otra (y en algunas más, de ninguna) los conceptos
expresados hoy en castellano por palabras como
análisis, arte, cálculo, cifra, clase, composición, conciencia,
constitución, creencia, dogma, estructura, ley, libertad,
nación, norma, número, objeto, opinión, pensamiento,
pueblo, razón (y ración), regla, sentido, sentimiento, sín­
tesis, sistema, sujeto...
Considerando las variaciones de los significados
de las palabras a lo largo del tiempo, diacrónica-
mente, entrevemos el reflejo de la pluralidad de
acepciones que existen en un momento dado, sin­
crónicamente. Y ambos tipos de fenómeno refle­
jan la posibilidad de que el uso haga variar profun­
da e inopinadamente las fronteras de significado
de cada palabra. Como el rey del antiguo mito,
condenado a transformar en oro todo lo que toca,
100 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

una palabra que se aproxima a cualquier cosa (ob­


jeto, situación, acto, persona) lo transforma en un
sentido cualquiera y, como el pequeño cuerpo ex­
traño en torno del cual se forma la perla, puede
ser el núcleo de una nueva acepción. Los griegos
antiguos le dieron a este tipo de fenómenos el
nombre de metonimia, palabra que el latín se apro­
pió y que se salvó de los intentos de copiarla a la
forma latina, por ejemplo, transnominatio, palabra
que, por lo demás, no estaría mal, porque lo que
sucede es una auténtica “transnominación”: son
fenómenos que pululan en el lenguaje de cada
día, como en una casa, cuando se entiende si de­
cimos enciende el agua de la pasta, o del café, o cuela
la pasta, y en el automóvil, donde decimos encien­
de el motor, o en la escuela, donde decimos hoy vi­
mos a Manzoni, y muchos otros ejemplos. Un puris­
ta con una fijación racionalista sostendría que
nunca dice nada por el estilo, pero sería absurdo
decir, en cambio, haz que (o, mejor, haz de modo)
que se encienda la llama del quemador que se encuentra
bajo la olla que contiene el agua necesaria para cocer la
pasta o, mejor, de esta masa de harina de grano que
“per excellentiam ” llamamos pasta o bien he llevado a
cabo con éxito la tarea de leer y estudiarlos textos de Ale­
jandro Manzoni: paráfrasis preciosas para entender
cómo la movilidad de los significados ayuda a ex­
presar lo que tenga que decirse.
Esta extensibilidad o restringibilidad y esta es­
pecificidad imprevisible son las raíces teóricas de
dos fenómenos característicos del léxico de las len­
guas. El primero es la enantiosemia, el desarrollo,
en y para una sola palabra, de acepciones notable­
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 101

mente contrastantes: en árabe ba’aes “comprar”y


“vender”; en inglés to confess es “hacer confesión
de los propios pecados, confesarse”, y “escuchar la
confesión de los pecados de otros, confesarlos”; en
italiano avanties “antes de nosotros en el tiempo”
y “después de nosotros en el tiempo”, cacciare es
“echar”, “hacer salir”, “poner dentro”, en latín exs-
pectare es “estar en espera de un evento” y “desear
un evento”; en alemán aufheben es “dejar en el ca­
mino, adelantar algo” y “conservar algo”, etcétera.1
El segundo fenómeno nace, por decirlo de algu­
na manera, de la combinación de la variabilidad y
vastedad de la masa lexical, difícil de controlar a
causa de los fenómenos de variabilidad de los signi­
ficados. Palabras etimológicamente diferentes y con
distintos orígenes confluyen en un solo significan­
te. En las páginas anteriores recordábamos dos pa­
labras, inicialmente de forma significante muy dife­
rente, canto, “esquina, etcétera” (del griego kanthós,
latín canthus) y canto “canción” (del latín cantus, for­
mado por cano, “cantar”). Los diccionarios de cual­
quier lengua de larga tradición ofrecen ejemplos
parecidos de palabras de igual significante y de sig­
nificado y origen radicalmente diferentes. En espa­
ñol hay centenares de duplas e incluso tríos de ho-

1 Grazia Basile, Suirenantiosemia. Teoría e storia di un problema


di polisemia, Centro Editoriale dell’Universitá della Calabria,
Rende, 1996. Es un buen intento, muy instructivo, de introdu­
cir algún orden entre fenómenos tan idiosincráticos como las
imprevisibles metáforas, que aun así se reúnen en grupos rela­
tivamente homogéneos, como muestra Federica Casadei, Afe-
tafore ed espressioni idiomatiche. Uno studio semántico deiritaliano,
Bulzoni, Roma, 1996.
102 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

mónimos; resulta notable, por ejemplo: bolsa, “re­


ceptáculo de piel, papel, tela u otro material flexi­
ble” y bolsa, “lugar donde se reúnen los comerciantes
de ciertas mercancías para realizar sus transaccio­
nes” (acepción procedente del nombre del palacio
de la familia Beursen, unos banqueros de Brujas,
que significa “de la bolsa”), buretta “tubo de vidrio”
(del francés burette) y buretta, “sobrantes de seda”
(del francés bourette, de boure “sobrante de lana o
seda”), hasta zaunata, “golpe de colmillo”y zauna­
ta “acción de zauni, de bufón”.
Provenientes de áreas lingüísticas y lenguajes
de todas clases, con frecuencia muy distantes entre
sí, los homónimos han sido adaptados indepen­
dientemente uno del otro en el conjunto lexical.
Cuando el uso los coloca cerca, en el mismo cam­
po del discurso, el contexto objetivo, la situación y
el co-texto verbal ofrecen un asidero para interpre­
tarlos correctamente. Sin embargo, en la mayor
parte de los casos son percibidos por los hablantes
no como homónimos, sino como variantes de una
misma palabra polisémica: esto es lo que sucede
con actitud, o con irresoluto “indeciso”y “no resuelto”,
y el problema teórico que ofrecen es el mismo que
las palabras polisémicas.
Un problema teórico que apenas hemos suge­
rido, que se revela más extenso y sistemático cuan­
do en vez de concentrarnos en los homónimos ab­
solutos, que tienen entradas en el diccionario
(palabras de diferentes significado pero de igual
significante y que pueden pertenecer a la misma
categoría gramatical), ponemos la atención en los
homónimos textuales: formas homónimas que, es­
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 103

pecialmente en la conjugación y declinación de


las lenguas flexivas, asumen palabras de categorías
diferentes, como, por ejemplo, /anota musical, la
artículo femenino, la pronombre femenino; o
bien casa, sustantivo femenino, y casa, tercera per­
sona del presente del verbo casarse. Hay que adver­
tir que no se trata de una curiosidad patológica: al
observar bajo esta luz los textos de lenguas muy di­
ferentes, las palabras homónimas textuales están
presentes en los textos en porcentajes que van del
35 al 50 por ciento.
Tanto en el capítulo anterior como en éste he­
mos concentrado la atención en el léxico de las
lenguas. Pero todos los fenómenos que hemos
identificado invierten también el aparato grama­
tical, los monemas o “morfos” portadores de la
gramaticalidad de una lengua: prefijos, infijos, su­
fijos, desinencias, partículas sintáctico-gramatica-
les (preposiciones, conjunciones). Según una te­
sis popular, si bien es difícil negar la variabilidad
lexical, aquí, en el aparato gramatical se colocaría
la parte hard de la lengua vista como mecanismo.
Pero, bajo un análisis atento, lo hard también es
soft. Tomemos como ejemplo el castellano, aunque
se han hecho observaciones análogas en lenguas de
todas clases: si no se consideran solamente sus va­
riantes escolástico-normativas, se encuentran todos
los fenómenos que, como hemos visto en estos
dos capítulos, son característicos del léxico. En
italiano, como en el resto del vocabulario, existen
formaciones polirremáticas entre conjunciones y
preposiciones: a causa de, con motivo de, durante, a
través, en lugar de, en cambio, mediante, por medio de;
104 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

desde el momento que, dado que, en la medida en que, de


modo que, en caso de, visto que, etcétera. Una misma
generación de hablantes puede ver oscilar el sig­
nificado y el significante de morfos gramaticales,
como sucedió en Italia entre los siglos xvm y xix
con las formas: io aveva, io era / io aveno, io ero. Vuel­
ven a ser aceptables formas ya presentes en pasa­
do y luego marginadas del uso culto, como el que
que llamamos “polivalente” (me di cuenta de que ha­
bía perdido el tren). La polisemia, como la homoni-
mia (era es primera y tercera persona del singu­
lar) , está muy presente, y lo mismo sucede con la
enantiosemia: por ejemplo, en español, tomando
como ejemplo una frase de Cortázar en Rayuela
(p. 413), la preposición detiene sentidos diferen­
tes en “¿Porqué no va de otra modista?”y en Viene de
casa de la modista (la secuencia Viene de la modista es
enantiosémica). La conjugación no es consisten­
te, como dictaría la norma gramatical, en el uso
efectivo de los hablantes incluso de buen nivel cul­
tural; oscilan, en particular, formas y usos efecti­
vos del pretérito perfecto, de muchos participios
pasados, de modos finitos no indicativos.
En este punto, frente a una presencia tan exten­
dida de formas equívocas (todavía no identificamos
todos los tipos), desde las palabras poli y enan ti osé-
micas hasta los homónimos absolutos y los homó­
nimos textuales, debemos preguntarnos: ¿cómo es
que eso no impide el intercambio lingüístico, la
conversación, la lectura? ¿Cómo es que esta varie­
dad tan amplia escapa a la conciencia común (y
tal vez a la de algunos especialistas)?
La respuesta, como veremos en el capítulo si-
UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA 105

guíente, viene de considerar desde esta perspecti­


va las características de la lengua y de su funciona­
miento concreto en la producción de enunciados,
discursos y textos y en su comprensión efectiva. Hay
una cosa que ya sabemos, y que podemos hacer ex­
plícita para formular mejor la pregunta anterior:
entre los años treinta y cincuenta del siglo pasado
los matemáticos y los lógicos elaboraron una rigu­
rosa teoría de la “calculabilidad” y definieron los
requisitos para que un conjunto de símbolos sig­
nificativos pueda considerarse un cálculo. Siem­
pre hay que tener presentes estas reglas en el es­
tudio de las semióticas naturales, y en particular
de las lenguas. Pronto veremos otros requisitos
formales de los cálculos; por el momento analiza­
remos el primero, condición necesaria para todos
los demás: para que un cálculo sea tal, sus símbo­
los (o como también se dice, los “vocablos” de su
“vocabulario”) y las reglas de conexión de los sím­
bolos con sus signos deben tener el requisito de no
cambiar durante las operaciones a que da lugar el
cálculo. Las reglas deben constituir conjuntos ce­
rrados y, por lo que respecta a los símbolos, éstos
deben tener significados distintos y establemente
unívocos. Los teóricos de esta área definen estos
conjuntos como “no-creativos” y llaman “no-crea-
tividad” al requisito de tener símbolos y reglas ce­
rrados. Está claro que una lengua, como hemos
visto, dista mucho de cumplir tal requisito. A dife­
rencia de las cifras y de los cálculos, la lengua es
una semiótica creativa, en el sentido rigurosamen­
te matemático del término. Para subrayar este sen­
tido, y evitar los equívocos y abusos a que el térmi­
106 UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA

no creatividad puede dar lugar, conviene concluir


que una lengua es una semiótica no no-creativa.
Antes de seguir vale la pena que nos detenga­
mos un instante sobre otro punto. Como semióti­
ca no-creativa que combina unidades fijas según
ciertas reglas, en forma sistemática, y también co­
mo semiótica no no-creativa, que abandona viejas
formas e introduce otras nuevas, una lengua impli­
ca la convergencia de diversas formas generales,
prelingüísticas y no-lingüísticas, de la inteligencia
humana: la inteligencia combinatoria, claro está, y
la inteligencia propiamente creativa, capaz de pro­
ducir y entender cosas radicalmente nuevas. Pero
ninguna de estas formas de inteligencia subsistiría
sin otra capacidad e inteligencia: la capacidad de
mimesis, la imitación. Sin capacidad de imitar na­
die puede adentrarse en una lengua ni en otras se­
mióticas, ni dominarlas.
9. LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

Reformulemos la pregunta anterior. En la comu­


nicación basada en el cálculo, por ejemplo en la
representación de las operaciones aritméticas ele­
mentales que casi todos conocemos, la producción
y la comprensión se desarrollan automáticamente.
Antes debemos aprender: 1 ] los valores de los ‘Vo­
cablos” básicos, por lo general los números arábi­
gos, y para esto hay que aprender los valores de las
diez cifras básicas, del 0 al 9, y las reglas mediante
las cuales se combinan en infinitos números que
nos dan, precisamente, el valor de los infinitos nú­
meros; 2] debemos aprender los valores de los cua­
tro signos + - x : (es decir, desde un punto de vis­
ta semiótico, morfosintáctico) que indican las
operaciones que deben hacerse con los números,
y el valor del signo =, que establece la equivalen­
cia entre los números con los que se opera y el re­
sultado de la operación. Una vez aprendido esto,
normalmente en los primeros años de escuela, la
producción y la comprensión se llevan a cabo au­
tomáticamente para un número potencialmente
infinito de sumas, restas, multiplicaciones y divi­
siones. Gracias a la automaticidad ha sido posible
construir y programar artefactos mecánicos que,
una vez que se les suministran los datos de una
operación (en términos semióticos: un signo del
cual se busca el equivalente más breve y simple po-
[107]
108 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

sible), son capaces de realizar cálculos en forma


automática y de ofrecer un resultado sin interven­
ción humana.
La garantía de esta automaticidad es la no-crea-
tividad de la que hablan los matemáticos y teóricos
del cálculo. La forma significante y el significado de
las cifras no pueden cambiar, o, como sucede con
los infinitos números arábigos posibles, todas las
cifras infinitas deben poder reducirse automática­
mente a un número finito de cifras básicas, las diez
cifras, que no pueden cambiar de número, forma,
significante ni significado. Y tampoco deben cam­
biar los números, formas y valores de los símbolos
de las operaciones. Si encontráramos cifras que no
pueden reducirse a las estipuladas o símbolos im­
previstos, el cálculo más simple se bloquearía:
¿cuánto es 3 + )( =? ¿E 7 - @ es o no igual a 2? Y
podemos decir que 7 + 4 = 14 es correcto porque,
en este contexto, 4 es una acepción de 7 o bien
porque + 4 es una expresión polirremática que, en
el conjunto, equivale a 7? ¿O que es correcto por­
que 14 es un homónimo de 11? ¿O que es correc­
to porque 7 + 4 tiene “una entonación irónica” y
en realidad quiere decir 7 + 7? ¿Podemos decir
que @ es una interjección con la cual “queremos
decir”, en este contexto, 3 y que, entonces, está
bien 7 - @ = 4?
En un cálculo todas estas preguntas obviamen­
te tienen una respuesta negativa, e incluso suenan
ridiculas. En los cálculos no hay espacio para las
interjecciones, para las variaciones prosódicas, pa­
ra cifras o símbolos que no pueden reducirse a los
básicos, para homónimos y polisemia, para expre­
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 109

siones polirremáticas, para novedades o cambios


de significado. Cuando surge la necesidad de in­
troducir algo nuevo, y esto ha ocurrido muchas
veces en la historia de las matemáticas, debe
construirse un sistema nuevo, que sea nuevo pe­
ro también no-creativo.
Sin embargo, preguntas análogas tienen una res­
puesta positiva en lo que respecta a las frases y a las
lenguas, por lo que hay que abandonar la idea de
que la lengua es un cálculo y sus frases operaciones
matemáticas. Reformulemos las preguntas que apa­
recen al final del capítulo 8. ¿Por qué la no reducti-
bilidad a un cálculo y la no no-creatividad de las len­
guas no les impiden el intercambio lingüístico, la
conversación, la lectura? Parece que la producción
de enunciados no sólo no se bloquea; la compren­
sión no se interrumpe por los fenómenos que ya
mencionamos, inaceptables en el desarrollo y en la
lectura de un cálculo: el sentido fluctuante de las in­
terjecciones fonológicamente escurridizas, la míni­
ma variación de una entonación, la concreción de
muchas palabras en un significado único, el significa­
do variado y nuevo de una palabra, el significado
apropiado de un homónimo absoluto, el continuo su-
cederse de homónimos textuales. ¿Ycómo la presen­
cia de lo incalculable y lo impredecible escapa todo
el tiempo de la conciencia común (y tal vez de los es­
pecialistas)?
La lengua misma ofrece, en su naturaleza, en
su ser, los medios para afrontar la no no-creativi-
dad, la aparición de oscilaciones y novedades de
todo tipo. Identificar estos medios ayuda a cons­
truir respuestas verosímiles a las preguntas que
110 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

planteamos y nos lleva al corazón de las lenguas.


Un primer medio para afrontar la no no-crea-
tividad, un primer contrapeso para los riesgos de
incomprensión que ésta puede conllevar, es que,
a diferencia del cálculo, las lenguas prevén formal­
mente el anclaje de las frases y los enunciados en
la situación en la que se realizan. Es un anclaje
múltiple y complejo, porque con el término y la
etiqueta única de “situación” nos referimos a rea­
lidades heterogéneas: la persona que realiza un
enunciado; las personas a las que se destina el
enunciado; la condición material, pero sobre todo
lingüística, social y antropológica, tal vez incluso his­
tórica, en que se realiza y se recibe el enunciado. A
su vez el término “condición” unifica realidades
múltiples: el “cotexto”, o sea la vinculación con
enunciados anteriores y siguientes, de la misma o
de otras personas, enunciados lejanos evocados en
forma más o menos explícita (los “discursos
difundidos”, los “infratextos”, los “memes”); y el
“contexto”, es decir el ambiente material, social,
antropológico e histórico, y también el presumible
conocimiento de este ambiente por parte de los
participantes de la comunicación.
Ya regresaremos a algunos de estos elementos
heterogéneos. Por el momento detengámonos en
las modalidades con las que los signos lingüísticos
se anclan en la situación en la que se realizan. En
parte se trata de modalidades del todo intuitivas,
sin confrontación en la forma de los signos, y por
tanto, informales. Los seres humanos de una co­
munidad lingüística dada no tienen la menor di­
ficultad para entender el valor de interjecciones
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 111

como ufo pst, o de un letrero que diga SALCHICHO-


nerla o salida. Tampoco para comprender signos
como #por lo cual#, #allá#, #por otro lado#. En la
forma de los signos no hay nada que nos oriente
para entender que, en un caso, uf significa nega­
ción de ir al cine y en otro percepción de la pom­
posidad de una lección o de lo aburrido de una
película, o para entender que SALCHICHONERÍA
quiere decir unas veces que en un local se venden
y se compran embutidos y otras que éstos se fabri­
can en un edificio. Si entendemos es porque nues­
tro conocimiento lingüístico se ha formado asimi­
lando el conocimiento y la experiencia de los
procesos, de las prácticas sociales y culturales y
también de los vínculos materiales, físicos y bioló­
gicos dentro de los que nos movemos y se mueven
las otras personas de nuestra comunidad.
La capacidad de integrar el habla con los diver­
sos modos gestuales y el texto con modalidades
gráficas e iconográficas es fundamental para la
comprensión y producción de enunciados. La inte­
gración del habla con las posturas corporales, las
expresiones del rostro y los gestos, particularmente
desarrollada en la tradición escénica griega y latina,
era un fenómeno muy conocido entre los antiguos
tratadistas de oratoria, y Quintiliano le dedica mu­
cho espacio y agudas observaciones en las Institu-
tiones oratoria? (i, XI 3, 16; XI, III 63 ss, 88 ss, etcéte­
ra). La falta de atención al “hablante real” (veáse
la nota 7 del capítulo 7), el “grafocentrismo” de
gran parte de los análisis lingüísticos y el tabú ha­
cia los lenguajes de señas de los sordomudos han
pesado negativamente durante mucho tiempo en
112 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

la definición de cómo los distintos modos de én­


fasis formal, como las posturas, los gestos y las ex­
presiones faciales, se integran semánticamente
con la prosodia y los enunciados o, como demos­
tró Adam Kendon, un estadunidense que estudió
la gestualidad “napolitana”, son sustituidos por es­
ta gestualidad no articulada de tipo precisamente
napolitano o amerindio, o por las lenguas de signos
articuladas y estructuradas. Aquí no interesan tanto
estas últimas, que son tan lenguas como las preemi­
nentemente fonoacústicas—y, para un tercio de las
seis mil lenguas del mundo, también gráficas—, pe­
ro interesa el apoyo informal que el cuerpo y los ges­
tos dan a la producción y comprensión de enuncia­
dos.1
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 113

Aunque sea rápidamente, debemos recordar


que la disposición gráfica de los enunciados y tex­
tos escritos y su correlación con las imágenes es, si
está bien hecha, importante para favorecer tanto
la producción y la comprensión de los signos lin­
güísticos escritos como la entonación y la gestua-
lidad al hablar.
En cada proceso de comprensión, de los signos
más simples que hemos mencionado a los más lar­
gos y complejos, debe destacarse el peso de la eva­
luación intuitiva de lo que no se expresa median­
te la forma del signo, pero que es absolutamente
intrínseco a la realización del signo. Considere­
mos algunos de estos signos más largos y comple­
jos.

# Aquí hay una puerta abierta #

# Para correr mejores aguas alza las velas/ ora


la barca de mi ingenio/ que deja tras de sí un mar
tan cruel #

# En el tiempo, por lo tanto, ningún conocimien­


to en nosotros antecede a la experiencia, y todo
conocimiento comienza en ésta #
114 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

Cada uno de ellos, aislado de la situación en la


que tienen su origen, admite reformulaciones
muy diferentes para cada cual, según las acepcio­
nes en las que suponemos que se usan las palabras
puerta, abrir, barca, ingenio, en el tiempo. Los signos
más largos y complejos no son menos equívocos
que los simples y breves citados antes. Al entender­
los de una forma u otra debemos entender la si­
tuación en que se formulan, la relación entre lo
dicho formalmente y lo no dicho que lo rodea. Sin
embargo, hay una diferencia importante entre los
signos breves y éstos: en éstos están presentes ele­
mentos de un aparato gramatical que nos ayuda a
circunscribir y orientar la búsqueda de su anclaje
en la situación. En el primer signo hay y aquí orien­
tan hacia el presente, y el vecino ya, “ah ora”, míy tan
orientan a buscar, en lo que la misma persona dijo
antes, la clave para entender qué serán las mejores
aguas, las velas y la barca de mi ingenio, y el mar tan
cruel. En el tercer signo, el por lo tanto nos lleva a
buscar en lo inmediatamente anterior sus razones
y la acepción adecuada para en el tiempo, para evi­
tar sentidos que fácilmente pueden resultar falsos.
X

Esta es una de las tres grandes tareas a las que,


con todo y las extremas diferencias que existen en­
tre una lengua y otra, permiten los aparatos grama­
ticales (desinencias, pronombres personales y de­
mostrativos, adverbios deícticos): llevar a la forma
del signo lingüístico y hacer explícita la relación
entre el enunciado que realiza el signo y la situa­
ción en la que se realizan, y, de este modo, ofrecer
en la forma del signo algunos points de repére, algu­
nas benchmarks que orientan el proceso de com­
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 115

prensión. De este modo las frases de una lengua


pueden expresar cosas que no están en las formu­
laciones de los cálculos, impersonales, atempora­
les, descontextualizados: la referencia formal a las
personas involucradas en la enunciación y respec­
to de las cuales toma posición la enunciación, el yo
y el tú, el él y el ustedes, e incluso, según la lengua,
el aquí y el ahora o el después y el luego con res­
pecto a la realización del enunciado. Es la vida con­
creta de los hablantes la que se abre camino, a tra­
vés de la gramática, en la forma de los signos
lingüísticos.
La segunda tarea de la gramática, por lo gene­
ral más reconocida, es la de reforzar la cohesión
de las partes, es decir de los morfos, que compo­
nen el signo. Una red de reglas sutiles y variables
de una lengua establece cómo debe colocarse el
morfo o los morfos que determinan, por ejemplo,
el plural o el singular u otras valencias sintáctico-
gramaticales de un morfo lexical. Esta colocación
sigue el morfo lexical, como en salchichonería, o lo
precede, como puede suceder en el francés hablado.
En los verbos, sucede en parte en los textos escritos,
se entrecruza con ellos, como en una palabra de una
lengua semítica o bantú; o simplemente está ausen­
te del todo y eventualmente permite la determina­
ción de ciertos valores en un contexto más amplio,
por ejemplo, del masculino, femenino o neutro de
un morfo sustantivador en inglés y también para mu­
chas palabras en español y otras lenguas.
Aquí la gramática puede dar la sensación de ser
limitante: en español no se puede decir (al menos
por el momento) chichalsa, gana, sino salchicha,
116 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

agua. En realidad la gramática es un instrumento


de libertad: a ella podemos confiarle la conexión
entre palabras muy lejanas en la frase mediante su
concordancia. Naturalmente aquí vemos resurgir
la eficacia de la redundancia: por poner sólo un
ejemplo, en una frase como Las muchachas que se
fueron eran muy simpáticas enfatizamos tres veces la
feminidad del sujeto, y cinco veces la pluralidad.
Esta gran redundancia asegura la cohesión de las
palabras que están lejanas entre sí en la secuencia.
Finalmente viene la tercera tarea que por lo ge­
neral encontramos en todas las lenguas: la gramá­
tica divide las palabras de una lengua en clases, las
partes del discurso, y puede distinguir caracterís­
ticas que las hacen pertenecer a una u otra clase.
De nuevo nos encontramos frente a una limita­
ción aparente, pero que en realidad son redun­
dancias que orientan y facilitan la comprensión.
Y todo esto, sin embargo, no basta para disolver
las ambigüedades de las frases. A los lingüistas les
gusta buscar ejemplos de secuencias de morfos
que son perfectamente gramaticales y, sin embar­
go, perfectamente ambiguas desde diferentes
puntos de vista, es decir, que por una u otra razón
dan lugar a paráfrasis completamente diferentes
según el contexto: esto sucede con frases como
Flying planes can be dangerous o Una vieja lee el regla­
mento. Pero éstas no son las únicas frases tramposas:
durante toda nuestra vida lingüística necesitamos
cambiar una forma ya realizada para hacer o para
pedir que sea más explícito el contenido, el signifi­
cado. Esta necesidad, que podemos definir como
primordial en la medida en que sea primordial la
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 117

necesidad de convivir en una comunidad y por lo


tanto entenderse con palabras, tiene sus raíces en
otra propiedad de la lengua que a cada paso equi­
libra el riesgo de la incomprensión, vinculada con
la no-creatividad. Es una propiedad que tocamos de
refilón muchas veces durante esta reflexión sobre
la lengua y las palabras, y que llamamos con los
nombres abstrusos y misteriosos (no sólo para los
profanos) de “autonimia” y de “metalingüistici-
dad reflexiva”. Y sin embargo es, tal vez, la más ba­
nal y al mismo tiempo más específica de las pro­
piedades de la inteligencia lingüística de los seres
humanos.
Ya se habían dado cuenta de su existencia los
agudísimos ojos de los antiguos lógicos, que se
enzarzaron en sutiles disputas en torno de Epi-
ménides. Epiménides, personaje medio históri­
co, según Platón y Aristóteles, y medio mítico, se­
gún autores menores, era per antonomasiam, por
excelencia, un gran mentiroso. Se reía de las fábu­
las que contaba: que podía salir de su propio
cuerpo, que una vez había dormido 57 años segui­
dos, que tenía la venerable edad de 157 años, a ve­
ces, o bien de 299, y gracias a esto había estado
presente en Atenas en el 600 a.C. en calidad de
oráculo (lo asegura Aristóteles) y luego hacia el
500 a.C. para recordar algunas profecías (lo cuen­
ta Platón). Un mentiroso, pues. ¿Qué pasa, se pre­
guntaron los antiguos lógicos, desde Aristóteles a
Teofrasto y Crisipo, si un gran mentiroso dice “Yo
miento”? ¿Asumimos que su afirmación es verda­
dera? ¿Entendemos que el mentiroso finalmente
está despojándose de su máscara y diciendo por
118 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

una vez la verdad? Pero, si está diciendo la verdad


y sin embargo dice “Yo miento” eso quiere decir
que en realidad está mintiendo. Pero, si está min­
tiendo, es verdad que está mintiendo, y por lo
tanto es verdad que está diciendo la verdad, y por
lo tanto no es verdad que miente... ¿Asumimos
que su afirmación es falsa? Pero si su afirmación
es falsa, el mentiroso vuelve a mentir, pero, si está
mintiendo, no es verdad que su afirmación sea
falsa, es decir es verdadera, con las inextricables
consecuencias que ya señalamos. Sea verdadera
o falsa, la afirmación de Epiménides nos atrapa en
una sucesión de contradicciones de la que los anti­
guos no sabían como salir, y uno de ellos, Filita de
Cos (340-285 a.C.) se murió a fuerza de pasar las no­
ches en vela tratando de resolver el problema.
Como Epiménides, también el caso lógico del
Mentidor durmió una larga temporada, hasta que
el cretense mentiroso decidió usar un ratón con
vestiduras latinas, es decir un mus. Pero mus no só­
lo es un ratón, sino también una sílaba de la lengua
latina. Así que, observaron los escolásticos, bien po­
demos decir que mus est syUaba, o bien, ratón es un
bisílabo. Pero es irrefutable: syllaba non rodit ca-
seum, “los bisílabos no comen queso”. Así que es
verdad que mus non rodit caseum, “los ratones no
comen queso”. Los escolásticos, entre los cuales se
encontraban Guillermo de Shyreswood, santo To­
más de Aquino y el gran predicador Vicente
Ferrer, se las arreglaron mucho mejor que el po­
bre Filita de Cos. Ellos se dieron cuenta de la pro­
piedad que estamos explicando. En las frases de
una lengua una palabra puede aparecer en una
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 119

doble función o suppositio, Existe la suppositio ma-


terialis, para la cual una palabra figura como nom­
bre de la palabra misma, como cuando decimos
(es el ejemplo de Santo Tomás) Corro es un verbo o
bien mus est syliaba, y la suppositio formalis, como
cuando usamos correr, mus o ratón para explicar su
significado “andar a la carrera”, “mamífero roedor
(en latín)”, “mamífero roedor (en castellano)”. En
el silogismo las dos suposiciones son bien diferen­
tes, y es erróneo confundir una con otra, como en
el silogismo del ratón.
Así, como observaba un gran lógico del siglo xx,
el dominico polaco Joseph Bochenski (n. 1902) en
su hermosa Fórmale Logik, los lógicos escolásticos
nos abrieron la puerta hacia la distinción propia del
siglo xx entre lenguaje y metalenguaje, referencia
y autorreferencia, madurada entre los lógicos y fi­
lósofos del positivismo lógico y vinculada con la teo­
ría de los cálculos sobre la que ya hablamos. Para
evitar antinomias y falsos silogismos como los que
ya mencionamos, y otros identificados por los ló­
gicos, un lenguaje formal o un cálculo deben ex­
cluir de sus signos toda autorreferencia, cualquier
signo que hable de sí mismo. Todos los símbolos
deben ser, como dirían los escolásticos, siempre y
únicamente en suppositio formalis. Es posible hablar
en modo formalmente correcto de los símbolos,
de las reglas sintácticas, de los usos de una lengua
A, pero debe construirse un nuevo lenguaje formal,
un nuevo cálculo más poderoso que la lengua A, en
el sentido de que tiene como contenido suyo, como
significados suyos los símbolos de esa lengua A y
otros símbolos capaces de nombrarlos y describir­
120 LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD

los. Esta lengua B, más poderosa, es el metalen-


guaje de A. Para ella, naturalmente, vale la misma
regla. La lengua B no permite autorreferencias, y
podemos hablar en modo formalmente correcto
de sus símbolos sólo mediante un nuevo metalen-
guaje C que tenga la lengua B por objeto, y así.
Uno de los motivos, aunque no el único, por el
cual a fines de 1930 los lógicos y matemáticos
abandonaron la idea de tratar una lengua natural
como un lenguaje lógico, un cálculo, fue la com­
probación de la presencia fisiológica de la autoni-
mia y de la autorreferencia en las frases ordinarias
de cualquier lengua, en la que todas las palabras y
partes de palabras pueden aparecer según la sup-
positio materialis, como nombre de sí mismas, y es
posible hablar de una lengua con la misma len­
gua. Contra la regla lógica de la distinción de ni­
veles entre lenguaje y metalenguaje, todas las len­
guas humanas son cada una metalengua de sí
misma, cada lengua humana está dotada de la po­
sibilidad de regresar a sí misma, de reflexionar ella
misma y en sí misma, es decir, de usar en forma
metalingüística reflexiva cada una de sus partes y
sus usos.
Esto, que desde el punto de vista de la cons­
trucción de cálculos y lenguajes formales es un
error, un vicio para ser evitado, es una propiedad
preciosa que no sólo las lenguas poseen. Cada
vez que tememos no ser comprendidos, cada vez
que no comprendemos, citamos las palabras ya
dichas o que nos preparamos a decir, las glosamos
y las comentamos, nos preguntamos o aclaramos el
significado y la forma. Donde la no no-cretividad
LAS BARRERAS DE LA NO NO-CREATIVIDAD 121

crea el riesgo de opacidad y disociación en el uso,


la metalingüística reflexiva nos permite dar y pedir
explicaciones, dar y obtener claridad, aclarar el pro­
ceso de la mutua comprensión y del diálogo. Como
mostró —y adoraba recordar— Guido Calogero
(1904-1986), el gran estudioso italiano de la his­
toria del pensamiento antiguo y de la filosofía,2
desde los tiempos de Sócrates, de su paciente
légesthai “discutir, dialogar” en la plaza del merca­
do de Atenas, es en el diálogo donde se verifica la
efectividad de la mutua comprensión y se pone en
acción, añadimos, la multiplicidad de aportes cog-
nitivos y ético-políticos que, con sus límites y sus li­
bertades, una comunidad se garantiza a sí misma
mediante la lengua.

2 Sobre la obra de Calogero y su significado véase el texto


claro y completo de un alumno suyo frecuentemente ignora­
do, Gabriele Giannantoni, In ricordo di Guido Calogero, “Elen-
chos”, vni, 1987, 1, pp. 5-24.
10. LA CREATIVIDAD LINGÜISTICA,
ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA
INDETERMINACIÓN

Límites y libertades, como dijimos al final del ca­


pítulo anterior: así es como experimentamos una
lengua si nos permitimos observar las regularidades
y las obligaciones que impone a cada hablante y las
innovaciones que permite a cada paso, tanto en las
formas significantes como en los significados. Uno
de los más grandes teóricos del siglo xx, según mu­
chos el más grande, Noam Chomsky, no dejó nunca
de destacar esta coexistencia de creatividad regular,
para él esencialmente sintáctica, y de creatividad
que va más allá de las reglas, si bien después se ha
puesto más atención en la parte de su trabajo de­
dicada a la investigación de lo que puede reducir­
se a reglas y a reglas naturales, universales, en las
lenguas. Esta coexistencia no es una yuxtaposi­
ción. Las lenguas son profundamente diferentes
entre sí en formas significantes combinatorias y en
formas no doblemente articuladas o prosódicas, en
significados que habitan en los morfos, en la grama-
ticalidad y la sintaxis. Y hasta donde podemos obser­
var en el futuro, vemos que todas las lenguas pue­
den conocer las aventuras más imprevistas: pueden
transformarse profundamente, asimilándose a otras,
como sucedió con el árabe en Malta, que se latini­
zó, o, como el persa moderno, que está semitizán-
dose cada vez más; puede fragmentarse en tradi­
ciones lingüísticas muy diferentes entre sí, como
[122]
ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA INDETERMINACIÓN 123

ocurrió con el latín; puede cambiar de un tipo lin­


güístico a otro radicalmente diferente, como ocu­
rrió con el inglés, que pasó del tipo lingüístico
“sintético” del antiguo germánico e indoeuropeo
a un tipo cada vez más claramente analítico; pue­
de fundirse con otra, dando lugar a una tercera
lengua, usada en un ámbito muy restringido, por
ejemplo, uno comercial, como sucede con el pid-
gin, o de uso general, como el suahili o las lenguas
criollas. Se discute mucho sobre si estos cambios
imprevisibles afectan o no principios universales,
constitutivos de todas las lenguas humanas. Indu­
dablemente los cambios son tan importantes que
si los suponemos parte de los principios universa­
les, la distancia entre éstos y la inmensa variabili­
dad de lo que puede ser regular en cada una de
las lenguas es tanta que no permite ver en las len­
guas, comprendida en ellas, repetimos, su parte
más regular y regulada, más que la mera proyec­
ción de estos principios universales. La única cla­
ve del cambio y de la diversidad está en ver en las
lenguas la sedimentación milenaria de esta varia­
bilidad en los usos, de este componente no no-
creativo, que vemos trabajar en todas las lenguas
que conocemos como vivas y que responde, co­
mo la regularidad, a necesidades profundas de la
comunicación con palabras.
Esto es particularmente cierto en el aspecto se­
mántico. Los filósofos, lógicos y teóricos han di­
cho muchas veces, en forma de constatación o
axioma, que no podemos dictar a priori límites pa­
ra lo que puede decirse en una lengua: a diferen­
cia de lo que sucede con cualquier otra semiótica,
124 ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA INDE'LERMINACIÓN

y en particular la de lenguajes formales y lógicos y


la de los cálculos, los sentidos circunscritos por los
significados de cualquier otra semiótica y de cual­
quier lengua pueden traducirse a las frases y los
signos de cualquier otra lengua. El trabajo de la
traducibilidad, de la puesta en práctica de las in­
novaciones que pueden condicionar al principio
traducciones concretas, puede llevar mucho tiem­
po: la patrii sermonis egestas evocada por Lucrecio
puede hacer difícil el trabajo de decir nuevos con­
tenidos: ché non é impresa da pigliare a gabbo / discri-
ver fondo a tutto l'universo / né da lingüa che chiami
mamma o babbo. [Que no es trabajo para tomarse a
risa/ describir a fondo todo el universo/ que na­
ce de la lengua que llamas mamá o papá.] Sin em­
bargo esta tarea ha sido cumplida tantas veces a lo
largo de las generaciones y los años que es posible
que un idioma apartado y que responde a necesi­
dades locales de supervivencia cotidiana pueda
dar forma a los contenidos de los Evangelios o de
las obras de Shakespeare, o de las Críticas de Kant.
Con nuestros ojos, tantas veces distraídos por los
fantasmas de la globalización lingüística, entre
los años setenta del siglo xxy el día de hoy, miles de
lenguas han pasado del estado de lengua sólo
hablada en función de necesidades y tradiciones
locales al de lenguas capaces de hospedar una
traducción del Antiguo Testamentoy los Evangelios.
Y también existen casos en cierto sentido opuestos
pero no menos interesantes: lenguas que, para re­
tomar la imagen de un escritor italiano de finales
del siglo xviii a propósito de su propia lengua, “ya­
cían muertas dentro de los libros”, como el hebreo
ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA INDETERMINACIÓN 125

y, fuera de la Toscana, el italiano, han experimen­


tado una extraordinaria dilatación del campo de
lo decible al darle la bienvenida a cada necesidad
semántica de la vida cotidiana y de los desarrollos
técnico-científicos más avanzados.
La célula primordial de todo esto está en los fe­
nómenos de ensanchamiento del significado de
cada palabra y morfo y de introducción de nuevas
palabras que observamos en el capítulo 8. El núcleo
es la plurideterminabilidad de los significados de
cada morfo, la violabilidad de cada determinación
previa, propiedad que, para fastidio de algunos, se
llama “indeterminación semántica”. Esta indetermi­
nación encuentra en la metalingúística reflexiva la
forma de incorporarse al cauce del uso común. La
indeterminación es la matriz de la ampliabilidad se­
mántica de las palabras. Gracias a ella las lenguas
cumplen el principio de la omniformatividad se­
mántica: a priori no existen límites para la “decibi-
lidad”, el campo de las cosas que pueden decirse
en y con una lengua. Y sobre todo, de la indeter­
minación nace la continua oscilación y diversifica­
ción de las lenguas a lo largo del tiempo y, como
consecuencia, del espacio.
Pero en estos aspectos creativos no regulados a
priori se basan también los usos más rigurosamen­
te racionales, los usosjurídicos, científicos, lógico-
matemáticos de las palabras. Si palabras como
fuerza o cuerpo o plano o círculo, como radio y
estado y conducir y mover no hubieran gozado,
como todas las demás, de una plurideterminabili­
dad plástica, no habría sido posible la construc­
ción más rigurosa del pensamiento científico que
126 ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA INDETERMINACIÓN

ha tomado estas y otras palabras y las ha modifi­


cado de diferentes maneras según los diversos
ámbitos del pensamiento.1
Por esta propiedad de las palabras, su deforma-
bilidad semántica, que nos permite acercar inclu­
so las más nuevas y extravagantes a nuestra propia
experiencia, y por su capacidad para coexistir con
otras, como vimos en los primeros capítulos, las
palabras pueden acompañar cada momento de la
múltiple vida de los individuos y las comunidades.

1 La tensión entre los usos comunes de una lengua y las


construcciones terminológicas formales y, al mismo tiempo, la
idea de que para toda construcción formal y científica es indis­
pensable cambiar los usos comunes (y mostrar que luego se
puede regresar) tiene una primera formulación teórica en
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), en particular en el
Consilium de Encyclopaedia Nova conscribenda methodo inventona,
Opuscules el fragments inédits, editado por Louis Couturat, París,
1903, reimp. Olms, Hildesheim, 1996, pp. 30-41. Stefano Gen-
sini se ha convertido en intérprete de estas páginas y de todo
el pensamiento lingüístico de Leibniz. Véase, por lo menos, G.
W. Leibniz, L'amionia delle tingue, selección, introducción y no­
tas de S. Gensini, Laterza, Roma-Bari, 1995. Las relaciones en­
tre el habla común y los diversos lenguajes especializados y
científicos han sido bastante estudiadas: véanse, por ejemplo,
las contribuciones recogidas en el volumen colectivo Studi sul
trattamento lingüístico dell’infovmazione scientifica, Bulzoni Editore,
Roma, 1992, y para un sector delicado e importante como el ju­
rídico, Le parole delta legge, de Bice Garavelli Mortara (Einaudi,
Turín, 2001). Aunque los estudios aportan nuevos datos, la
célula teórica germinal sigue siendo la idea leibniziana de la
flexibilidad intrínseca de los significados de las palabras, y por
tanto, de su plurideterminabilidad. Esta es la idea que en sus
Investigaciones Wittgenstein precisa como esa indefinida expan-
dibilidad de las lenguas (párrafo 18: “Nuestra lengua es como
una vieja ciudad...”), tan flexible, tan no no-creativa, que, en con­
diciones formales explícitas y en ámbitos bien definidos, también
puede volverse geométrica, y por lo tanto no-creativa.
ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA INDETERMINACIÓN 127

Pero para entender a fondo esta conexión entre


lenguaje y vida debemos observarlos en todos sus
aspectos, en todas sus manifestaciones. No debe­
mos fijarnos sólo en las innovaciones no regulares,
como sostenían los viejos lingüistas que invocaban
a Croce, y menos cerrar los ojos ante todo lo que
aleja una lengua y sus frases de un cálculo estáti­
co, atemporal e impersonal. Naturalidad e histori­
cidad, articulación y globalidad, regularidad e in­
vención coexisten o, mejor, se basan en cada
lengua, frase, enunciado. Los griegos tenían razón
cuando, con una sola palabra, logos, derivada de
legein, “decir”, nombraban la facultad de razonar,
medir y calcular y la de hablar, en todo su amplio
sentido. Para ellos logoi eran a veces las fábulas y
las historias, las canciones y la prosa, los mitos y las
disertaciones, el dicho más trillado y el más nue­
vo, el más frío y el más apasionado, el falso y el ver­
dadero, el más confuso o aproximado y el más ri­
guroso, el más trivial y el sagrado de los oráculos
y del “dio ignoto”. Hacia el final de la edad anti­
gua para el filósofo Melisso de Samos el logos po­
día decirse megiston semeion, “el signo máximo”. Y
así es: por su latitud funcional el logos puede estar
acompañándonos en cualquier ocasión y dirección.
Sólo gracias a eso, a su capacidad de expandirse pa­
ra significar algo que hasta ahora no había encon­
trado expresión en palabras nuevas y específicas y
en los rigurosos términos de cualquier ciencia, po­
demos “luchar contra lo inexpresable” con medios
de los que ya disponemos, y empezar a darnos
cuenta de las muchas cosas que, a lo largo de las
épocas, yourphilosophy, como dice Hamlet a Hora-
128 ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA INDETERMINACIÓN

ció (I, w. 166-167), no supieron y no saben ni si­


quiera soñar in heaven and earth. Y del resto, como
recurso extremo del logos, quien habla puede obs­
taculizar su misma palabra, e interrumpirse y darle
sentido al silencio:2 Muchas veces en un decir confuso/
y en palabras interrumpidas/ es como mejor se expresa el
corazón/ y parece moverse más/ que con voces adornadas
y doctas:/e incluso el silencio suele/ llevar rezos y pala­
bras.

2 Los versos de Torcuato Tasso (Amin/a, II III Coro 29-35)


son coherentes con otros suyos sobre la “muda elocuencia” y
con las reflexiones al respecto de los teóricos barrocos, entre
ellos el mismo Vico (sobre él véase el hermoso libro deJürgen
Trabant, La scienza nuova dei segni antichi. La sematologia di Vico,
traducción del alemán de Donatella Di Cesare, Laterza, Roma-
Bari, 1996). Las bases ya estaban sentadas en los textos antiguos
ejemplares como la Eneida, con sus interrupciones significati­
vas (el proverbial Quos ego... de Neptuno, I 135, pero cfr. tam­
bién V 95, IX 51, XI 289) y en los tratados de oratoria sobre la
reticentiao interruptioy sobre su eficacia comunicativa en el co-
texto y contexto creado por el enunciado verbal (Cicerón, De
oratorelll 53, 205, Quintiliano Inst. IX II, 54). Si bien a fin de
cuentas la palabra siempre es la misma, en el espacio que crea
entre los hablantes confiere significación también al silencio.
Esta es la forma más extrema que permite una lengua para “lu­
char con lo inexpresable”. En una página clave de los Fonda-
menti delta teoria del linguaggio (introduce, y trad. al italiano de
Giulio Lepschy, Einaudi, Turín, 1968, p. 117) Louis Hjelmslev
(1899-1965) atribuía esta fórmula (sin citas más precisas) a otro
gran danés, Soren Kierkegaard (1813-1855). Esta puede en­
contrarse en una página de Stadi nel cammino delta vita [Eta­
pas en el camino de la vida, Santiago Rueda, Buenos Aires,
1952] en el cual Kierkegaard, en forma a la vez apasionada e
irónica, ilustra el poder insustituible de la significación de la
“lengua doméstica”, de la “lengua del mercado”,“que no gime
de impotencia frente a un pensamiento difícil”, que “ante lo
inexpresable no se muestrajadeante y cansada, sino que se mul­
tiplica —un poco en broma y un poco en serio— hasta que lo
inexpresable ha sido dicho.”
ÍNDICE DE NOMBRES

Abercrombie, David, 29 mondo, 44n


Agustín, san, 14, 55 Casadei, Federica, 40n,
Argentieri, Simona, 24n lOln
Aristóteles, 48-49, 54, 75- Castelvecchi, Alberto, 18n
76, 83, 96, 117 Cavazza, Franco, 22n
Ashby, Williain Ross, 79n Chiari, Isabella, 79n
Austin, John Langshaw, 73 Chomsky, Noam, 33, 47,
52, 78, 122
Bagnara, Cate riña, 112n Cicerón, Marco Tulio,
Basile, Grazia, 24n, 101 n 128n
Battaglia, Salvatore, 17n Cimatti, Felice, 68n
Beccaria, Gian Luigi, 17- Cocchiara, Giuseppe,
18n 112n
Belardi, Walter, 75 Couturat, Louis, 126n
Belli, Gioachino Giusep- Crisippo, 117
pe, 23 Croce, Benedetto, 33, 47,
Benedetti, Marina, 22n 52,112n,127
■X
Benveniste, Emile, 39 Culioli, Antoine, 39
Berruto, Gaetano, 40n
Boch, Raoul, 90n Dante Alighieri, 31, 50, 92
Bochenski, Joseph, 119 de Jorio, Andrea, 112n
Bortolini, Umberta, 88n De Mauro, Tullio, 71n,
Broca, Pierre-Paul, 47 84n,90n
Búhler, Karl, 71 Di Cesare, Donatella, 128n
Buttitta, Ignazio, 33 Durand, Willy, 10
Durante, Marcello, 11
Cacciari, Cristina, 24n
Calogero, Guido, 121 Eco, Umberto, 31, 41 n,
Canestri,Jorge, 24n 68 n
Cardona, Giorgio Rai- Einstein, Albert, 28

[129]
130 ÍNDICE DE NOMBRES

Epicuro, 48, 54 Kruszewski, Mikolaj, 23n


Epiménides, 117-118
Laterza, Vito, 9
Ferreri, Silvana, 11, 41 n Lazzeroni, Romano, 22n
Filita di Coo, 118 Leibniz, Gottfried Wil­
Filodermo, 63 helm, 126n
Flesch, Rudolf Franz, 39 Lennberg, Erich, 48
Formigari, Lia, 75n Lepschy, Giulio C., 11,
Frege, Gottlob, 55, 67n, 40n,128n
75, 83 Lieberman, Philip, 34
Frei, Henri, 76 Lo Cascio, Vincenzo, 89n
Locke, John, 62
Garavelli Mortara, Bice, Lo Piparo, Franco, 75
126n Lucisano, Piero, 39n
Garroni, Emilio, 64 Lucrecio Caro, Tito, 49,
Gensini, Stefano, 126n 124
Giannantoni, Gabriele, Lumbelli, Lucia, 41 n
121n
Ginzburg, Natalia, 19 Maquiavelo, Nicolás, 31
Giuliani, Fabrizia, 112n MacWhitney, Brian, 88n
Gramsci, Antonio, 30, 59 Mainardi, Danilo, 35, 68
Grice, H. Paúl, 39, 52 Mancini, Marco, 22n
Manzoni, Alejandro, 100
Hegel, Georg Friedrich Marello, Carla, 18n
Wilhelm, 43 Martinet, André, 52, 76,83
Hipócrates, 45 Massariello Merzagora,
Hjelmslev, Louis, 128 Giovanna, 18n
Horacio, Quinto Flaco, 92, Mazzarino, Antonio, 86
94 Mehler, Jacqueline Amati,
Humboldt, Wilhelm vori, 24n
32, 78 Mehler, Jacques, 41-42
Melisso di Samo, 127
Kant, Immanuel, 124 Migliorini, Bruno, 18n
Karcevskij, Sergei, 87n Móntale, Eugenio, 21
Kendon, Adam, 112 Morris, Charles, 71
Kierkegaard, S0ren, 128n
ÍNDICE DE NOMBRES 131

Pagliaro, Antonino, 10, 38- Saussure, Ferdinand de,


39,61 23n, 33, 54-57, 62-63,
Passy, Paúl, 29, 80 68, 71-73, 78
Peirce, Charles Sanders, Serianni, Lúea, 18n
63, 68, 72 Shakespeare, Williain, 124
Petrucci, Armando, 44n Shannon, Claude E., 79n
Piaget, Jean, 59 Simorie, Raffaele, 10, 40n
Piernón tese, Emanuela, Shyreswood, Guillermo de
39n 118
Pinker, Steven, 49, 53 Sócrates, 10, 121
Pizzuto, Elena, 88n Sornicola, Rosanna, 88n
Platón, 55, 117 Spears, Richard A., 90n
Prieto, Luis, 39, 53
Proust, Marcel, 25 Tasso, Torquato, 128n
Teofrasto, 117
Quintiliano, Marco Fabio, Tomás de Aquino, santo,
111, 128n 118
Trabant, Jürgen, 128n
Ramat, Anna Giacalone, Trier, Jost, 23n
22n Truchot, Claude, 27n
Ramat, Paolo, 22n
Remmio Palemone, Quin­ Vicente Ferrer, san, 118
to, 85-86 Vico, Giovanni Battista,
Rodari, Gianni, 31 128n
Rosiello, Luigi, 11 Villani, Paola, 87n
Voghera, Miriam, 88n
INDICE DE COSAS NOTABLES

ambigüedad, 113-114,116ss imitación, 106


aprendizaje lingüístico, indeterminación semánti­
42ss, 48, 59-60, 93ss ca, 124ss
articulación, 75ss interactividad, 42-48, 58
asociación, 23n interjecciones, 85ss, 87n

cálculo, 104-109 léxico: extensión del, 16ss,


campo semántico, 24-25 94ss; oscilaciones del,
comprensión, 38-41, 109- 92ss
115 léxico familiar, 19
contexto, llOss léxico individual, 20
cotexto, 109ss léxico regional, 19
léxico especializado, 19-20
doble articulación, 77 lexicología, 16-18
lengua e historicidad, 31-33
enantiosemia, lOOss, 101 n lenguaje y conocimiento,
entonación, 42-43 61-62
enunciado, 40-41, 73n, 88ss lenguaje y lo físico, 29-32
escritura, 27n, 44 lenguaje y naturaleza, 47-
expresión, 67, 72 49, 55, 69ss
lenguaje y práctica, 58-60
fonemas, 75ss, 80 lenguaje y proyecto, 28, 35
funciones del lenguaje, 36- lenguaje y semiótica, 61 ss,
38, 71 ss 67ss
lenguaje y silencio, 41-44
gestualidad, 111, 112n lingüística histórica, 21-22

heteroclicidad, 56 me me, 26
Homo sapiens, 21n, 34, 48 memoria a corto plazo, 13-
homonimia, lOlss 15
[133]
134 ÍNDICE DE COSAS NOTABLES

memoria a largo plazo, 15, percepción, 68-70


20-24 polirremáticas, 89-90
memoria e identidad colec­ polisemia, 96ss
tiva, 26 pragmática, 72
metalingüística reflexiva,
87n, 117,119-121,125 relaciones asociativas, 25-26
metonimia, 99ss redundancia, 79ss, 116
monemas, 76, 78
morfo, 76, 78 signo, 71-72, 73n
morfos gramaticales, 103ss, semántica, 72, 123ss
114-116 semiótica, 61 ss
significado, 67n, 96ss, 126n
naturalidad, 47-49 silencio, 127-128
neurolinguística, 23-24 sintáctica27n, 72

onomatopeyas, 85ss, 87n terminología, 126


traducibilidad, 124
paradojas, ll7ss transglótico, 27
palabras de alta frecuencia,
15-16
INDICE

PREFACIO................................................................................... 9

1. LAS PALABRAS, ENTRE LA MEMORIA


Y EL PROYECTO............................................................ 13

2. CÓMO ESTÁN PRESENTES LAS PALABRAS ... 34

3. LA INTERACTIVIDAD NATURAL DEL USO


DE LAS PALABRAS......................................................... 45

4. LA COMPLEJIDAD INTRÍNSECA
EN EL USO DE LAS PALABRAS .............................. 52

5. EL LENGUAJE COMO FORMA


DE INTERACTIVIDAD SEMIÓTICA........................ 58

6. EL LENGUAJE COMO SEMIÓTICA........................ 67

7. UNA SEMIÓTICA DE SIGNOS ARTICULADOS


Y NO articulados: semeíon
ANTILEGÓMENON..................................................... 75

8. UNA SEMIÓTICA NO NO-CREATIVA..................... 92

9. LAS BARRERAS DE LA NO
NO-CREATIVIDAD......................................................... 107

10. LA CREATIVIDAD LINGÜÍSTICA,


ENTRE LA DETERMINACIÓN Y LA
INDETERMINACIÓN ................................................... 122

ÍNDICE DE NOMBRES ......................................................... 129

ÍNDICE DE COSAS NOTABLES.......................................... 133

[155]
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septiembre de 2005

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