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Se recibe a los participantes con un solapín que haga referencia a una de los valores
o virtudes de María, según los grupos que se deseen Formar.
a) El conocimiento de los privilegios con los cuales Dios enriqueció a la Madre del
Redentor y salvador de los hombres.
María de hecho como afirma la exhortación sobre el culto Mariano de Pablo VI- ocupa en
la Iglesia, después de Cristo el lugar más alto y más cerca de nosotros. María está
íntimamente unida al Hijo en la Obra de la Redención y en vista de esta maternidad Divina
de María y de su función en el Misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo Místico, fue
predestinada, desde la eternidad, a ser “la llena de gracia”, la “toda santa e inmaculada”.
De hecho, como dice San Ireno, “Ella obedeciendo se hizo causa de salvación para sí misma
y para todo el género humano”.
b) El Amor.
Si María es Madre de Dios, Madre de la Cabeza, es también Madre de los miembros del
Cuerpo Místico: la Iglesia.
Nosotros hemos sido engendrados por la Virgen Dolorosa en el Calvario, cuando Jesús dio
a Juan, virgen, a María como madre. Fue el último don que Jesús hizo a los hombres antes
de entregarse al Padre.
Como Hijos de María debemos crecer en el amor hacia una Madre tan buena y tierna,
siempre pronta a venir al encuentro, más bien a prevenir las necesidades de los hijos.
c) La Veneración
A la Virgen se le debe un culto especial llamado hiperdulía o sea de especial veneración,
mientras a los santos se les atributa el culto de dulía, o de simple veneración.
Solo a Dios se da el culto de latría o de adoración. Pero todas las varias formas de
veneración o culto a la Virgen se transformarían en un estéril homenaje de hijos hacia la
madre celestial, si este culto no me llevara a la imitación de las virtudes de María.
La imitación.
Cada hijo debe reflejar en sí la imagen de la mamá, copiar sus virtudes. En esto consiste la
verdadera devoción de la Virgen.
“La Virgen María –afirmada la Marialis Cultus – ha sido siempre propuesta por la iglesia a la
imitación de los fieles, no precisamente por el estado de vida que condujera y, mucho menos,
por el ambiente sociocultural en el cual se desarrolló, hoy casi por doquiera superada; más
porque, en su condición concreta de vida, Ella se adhirió totalmente y responsablemente a la
voluntad de Dios; porque acogió la Palabra y la practicó; porque su acción fue animada por la
caridad y el espíritu de servicio; porque fue la primera y la mañas perfecta seguidora
(discípula) de Cristo, que tiene un valor ejemplar, universal y permanente” (No. 35).
Con la Devoción de las “Doce estrellas de María” que nos proponemos celebrar esta Jornada y
tiene como finalidad el desarrollar y hacer crecer en los corazones la verdadera devoción de
María, la imitación de sus principales virtudes y al mismo tiempo, quiere hacer vivir más
intensamente, bajo la guía de María según las indicaciones del Papa Juan Pablo II.
La virgen es el único ejemplar de la “mujer fuerte” que conoció la pobreza y el sufrimiento, la
huida y exilio en Egipto. Pertenecía a una familia “experta en el sufrir”, como canta la Iglesia en
un himno de la fiesta de la Sagrada Familia.
Ella de hecho es la primera “redimida” en vista de los méritos de Cristo, Hijo de Dios y Suyo. La
Iglesia deberá más intensamente mirar a Ella que encarna en sí aquel modelo, que la Iglesia
misma espera de Ser: “toda gloriosa, sin mancha… santa e inmaculada” (Ef. 5, 27).
Ella como estrella de la mañana, precede a Cristo y lo prepara, lo acoge en sí y lo da al mundo.
Como Jesús por naturaleza y por conquista, es el Rey Universal del mundo, también María es
Reina por derecho natural, en fuerza de su divina maternidad; y por derecho adquirido,
habiendo colaborado a la obra de la redención de la humanidad y al rescate del pecado.
María es Reina a pleno título, porque el Hijo ha puesto en sus manos el dominio sobre todos
sus hijos.
Mientras Jesús tiene un poder absoluto sobre todas las criaturas y sobre cada ser creado,
María tiene poder de intercesión universal y muy poderosa.
Es un don, el más grande, el más importante: don fundamental que nos hace “aceptados y
agradables a Dios”. Sin la fe, declara solemnemente San Pablo, es imposible agradar a Dios.
La Sagrada Escritura alaba grandemente la fe de Abraham, el padre de todos los creyentes
“Abraham creyó en Dios y le fue adjudicado a justicia”. Podemos preguntarnos: ¿Qué fue la fe
del Patriarca Abraham en comparación de la fe de María?
En el mes Mariano nosotros somos invitados por la Iglesia, como lo hace con la fiesta de la
epifanía a meditar en la fe de los santos Reyes Magos que, atraídos por las estrellas,
afrontando cualquier género de sacrificio y peligro, se traslada a Belén para adorar al Niño
Jesús.
Ellos creyeron en la divinidad del pequeño niño envuelto en pobres pañales y le adoraron,
ofreciéndoles en don el oro del amor, el incienso de la oración y la mirra de la mortificación del
sacrificio.
Más también la fe de los reyes magos no es sino poca cosa en consideración a la fe de María.
La fe de María fue heroica, prudente y fecunda. La Virgen creyó al arcángel Gabriel que le llevó
el anuncio que había sido pre escogida por Dios a llegar a ser la madre del Mesías, tan
esperado.
Fue un acto de fe en la Santísima Trinidad, en cuanto dio su consentimiento a la persona del
Padre que había enviado el ángel, en la persona del Hijo que hubiera concebido en su seno, en
la persona del Espíritu Santo que haría de ella la madre de Dios.
Creyó todavía en el misterio de la Encarnación, en la Divinidad del hijo por ella concebido y al
fin creyó en su perfecta virginidad. Con su consentimiento al mensajero de Dios, afirma San
Agustín, María por medio de la fe abrió las puertas del paraíso a los hombres, porque como
afirma también San Ireneo, “aquel daño que hizo Eva con su incredulidad, María lo reparo con
su fe”.
En esta luz debemos volver a leer el canto del magníficat, en el cual la Virgen, en su visita a
Santa Isabel, después de haber escuchado las palabras de Santa Isabel quien le dijo:
“Bienaventurada tú que has creído” exclamó estática: “El Omnipotente ha hecho en mi cosas
grandes; por eso todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.
La pregunta dirigida al ángel fue dictada por la prudencia. A la respuesta “nada es imposible a
Dios”, María da su consentimiento: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu
palabra”.
Fue una fe fecunda porque con su consentimiento, salvo la humanidad de la culpa de origen,
fruto de la rebelión de Adán y Eva. Hizo así brotar en María todas las virtudes. San Alfonso
reportando la afirmación de Suárez, testifica: “La fe de María superó la de todos los hombres y
la de todos los ángeles. Veía a su hijo en el portal de Belén y lo creía Creador del mundo.
Lo veía huir de Herodes y no dejaba de creer en él como el rey de los reyes. Lo vio nacer y lo
creyó eterno, lo vio pobre, necesitado de alimento y lo creyó Señor del universo, puesto sobre
la paja y lo creyó omnipotente. Observo que no hablaba y creyó que era la sabiduría infinita, lo
oía llorar y creía ser el gozo del paraíso. Lo vio finalmente en la muerte, vilipendiado,
crucificado; más aunque en los otros vacilara, desfalleciese la fe, María estuvo siempre firme
en el creer que Él era Dios. “Junto a la Cruz María con toda la plenitud de su fe en la divinidad
de Cristo. María es llamada por San Metodio: “antorcha de los fieles”, porque por su fe
mereció ser hecha luz de todos los fieles. Y San Cirilo de Alejandría llama a la Virgen: “REINA DE
LA FE”. A este propósito San Alfonso nos exhorta: “busquemos de imitar la clara fe de María.
¿De qué manera cada hijo debe imitar a su mamá? La fe es al mismo tiempo una virtud y un
don. Es don de Dios en cuanto es una luz y que Dios infunde en el alma; es una virtud por el
ejercicio que el alma debe hacer en sí misma.
Miremos a María, pensemos en María, esforcémonos de imitar a María en esta virtud
fundamental, teniendo presente que su fe fue una virtud combatida y probada. Oremos a la
Virgen para que nos conceda el espíritu de fe. Con las palabras de San Pedro queremos
terminar estas breves consideraciones: “Hijos, resistid fuertes en la fe”.
Así enseña el catecismo de Pío X: “La esperanza es la virtud sobrenatural por la cual confiamos
en Dios y de El esperamos la vida eterna y las gracias necesarias merecerla”. Con la fe la
caridad hace parte integrante del organismo sobrenatural que nos ha hecho renacer a la vida
nueva.
No es concebible un cristiano sin esta virtud que infunde confianza y abandono en Dios. La
esperanza nace de la fe. Más firme y honda es la fe, más firme es la esperanza. Nunca como
hoy el hombre está sediento de esperanza. La falta de fe viva, sobrenatural, fundamento o
cimiento de la vida cristiana, hace desplomar al hombre moderno en la angustia, en el
desánimo en la depresión. Sin la esperanza no hay confianza en la vida, no hay coraje para
enfrentar las incógnitas que la vida presenta. Sin la esperanza todo cae. Todos tendemos,
estamos dirigidos hacia la esperanza, hacia un mundo mejor, el éxito de nuestras empresas.
¡AY! Si faltara esta fuerza que genera la esperanza, el hombre sería condenado a la inercia, al
suicidio, y si hoy debemos lamentar muchos pecados de suicidio lo debemos a la falta de esta
virtud y de esta toma de conciencia del don precioso de la esperanza. Si todo eso es verdad en
el plan natural, en el trabajo, en los esfuerzos que el hombre emprende en los estudios, en las
rebuscas o averiguaciones científicas, en las empresas astronómicas, por asegurar el progreso
de la humanidad, tanto más es necesario en el plan sobrenatural. San Pedro afirma que la
esperanza no desilusiona a quien tiene fe y exhorta a ser siempre listos, en un mundo pagano
para dar razón de nuestra esperanza.
El cristiano y en particular el devoto de María, camina en la tierra con la mirada dirigida hacia
lo alto, en la esperanza de la Patria, de los bienes celestiales, de la corona de gloria que ha
merecido con sacrificios y sus fatigas. Miremos al ejemplo admirable que nos da María. San
Alfonso afirma que María poseyendo la virtud de una excelente fe, tuvo todavía la virtud de
una excelente esperanza que la había exclamar con David: “Para mí es buena cosa estar unido
con Dios, poner en Dios Señor todas mis esperanzas.
Confiado no en las criaturas, ni en los méritos propios, María se apoyaba únicamente en Dios,
en la divina gracia en la cual solo confiaba.
En los momentos difíciles, nunca perdió la confianza en la asistencia de Dios: en la alternativa
que el Señor la había puesto, con el prodigioso embarazo que la exponía al repudio por parte
de José y al escándalo, ella no perdió la confianza en la asistencia divina. Confiado sólo en Dios
y en su ayuda, no reveló a José el prodigio que se había cumplido en Ella, por obra y virtud del
Espíritu Santo, Dios proveyó con su divina asistencia a quitarla de la situación delicada en la
que se había encontrado por haber creído y acogido el mensaje del ángel. Se abandonó a la
Divina Providencia, confiado solo en la seguridad que Dios hubiera defendido su inocencia y su
fama. Cuando María no encontró en Belén ni para ella, ni para el niño divino que debía dar a
luz, albergue siquiera pobre, no se perdió de ánimo, mas confiando en el Señor se refugió en
una escuálida gruta donde nació el niño Jesús.
Confió en el Señor cuando avisado por el ángel, José le comunico que tenía que huir a Egipto
para defender a Jesús de la maldad de Herodes. No tenían nada, no conocían a ninguno, se
dejaron guiar sólo por la confianza en Dios quien los protegió contra todas las insidias. Al fin
podríamos afirmar que la esperanza de María tocó el heroísmo cuando en las bodas de Caná,
Ella rogó a Jesús para que obrara el milagro para quitar el apuro de los esposos, porque faltaba
el vino. A pesar del aparente recusación de Jesús de anticipar” su Hora”, Ella tuvo confianza y
Jesús obró el milagro cambiando el agua en vino. La esperanza de María fue heroica en todas
las circunstancias dolorosas de su vida.
Ella esperó contra toda esperanza, en modo inmensamente superior a Abraham. He aquí
porque la Iglesia aplica a la Virgen las palabras del Sirácide; “Yo soy la Madre del Amor, del
Temor, de la Ciencia y de la Santa Esperanza”. E invita a los cristianos, sus devotos a invocarla
con la bella oración:
“¡Oh esperanza nuestra, Sálvanos!”. Mientras San Bernardo se dirige a María con santas
palabras: “Tu eres todo motivo de nuestra esperanza”.
No se conforma en dejar las cosas como están reducidas, encuentra la fuerza de trabajar, de
proyectar. Proyectar, o se encuentra en sí la fuerza de echarse adelante, más allá del lugar que
puede desanimar. Empieza a ver, a acariciar con el corazón, con la fantasía, con la creatividad
un proyecto más grande de lo que le ha parecido desplomar bajo sus ojos asustados. La
esperanza… … y cuando la esperanza es el fruto de una fe madura, entonces no hay nada que
pueda bloquear los tentativos de continuación de reconstrucción, de empezar de nuevo. Se
sabe que el Señor en su ternura y paternidad no nos abandona, se sabe que nos precede con
su gracia, que nos acompaña con su presencia paternal, que no nos deja faltar su ayuda, si nos
ponemos en camino confiadamente, desafiando las dificultades, nunca cruzando los brazos,
más dirigidos, tenazmente, audazmente hacia adelante para indicar el camino, para indicar las
metas y las nuevas posibilidades. Quien tiene el corazón lleno de esperanza es capaz de
descubrir posibilidades en las dificultades. El que espera es uno que cada día por la gracia de la
fe y por la esperanza madura, cada día logra descubrir la posibilidad en la dificultad y sigue
adelante”.
Busquemos también nosotros de imitar a María en esta virtud tan necesaria hoy, en un mundo
que se vive de angustia y depresión. Solo María nos podrá salvar. Roguemos a Ella con filial
abandono repitiendo “Madre mía, confianza mía”.
Dios ha creado todas las criaturas y en particular al hombre por un acto de amor infinito. No
para aumentar su misma gloria más únicamente para acrecentar, como enseña la teología, su
gloria externa. Todos los seres creando deben dar gloria a Dios, reconocerlo como único
Creador, Señor, patrón o dueño absoluto y adorarlo, amarlo, servirlo para gozar de Él
eternamente en el Cielo. Él no puede permitir y no tolera rivales: solo El merece nuestro Amor,
solo a Dios honor y gloria. He aquí porque la Escritura afirma: “No daré a otros mi gloria”. Por
esto fuimos creados y por este fin debemos vivir, todos conocemos el primer mandamiento de
la caridad: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza
y con toda tu mente” (Jn 10,26). Solo Dios es digno de nuestro amor y de nuestro corazón. El
solo puede llenarlo.
Por esto afirma San Agustín: “Señor, tu nos has creado por Ti y nuestro corazón es infeliz hasta
cuando no descanse en Ti”. Él es nuestro pleno gozo y nuestra eterna felicidad, ¿Más cuál
criatura en el mundo ha amado a Dios como María? Si la Virgen fue la predestinada desde la
eternidad en ser la criatura predilecta pre escogida en ser la madre del Hijo de Dios. Del
Salvador y Redentor del mundo, tuvo que ser rebosante de amor de Dios como ninguna otra
criatura del mundo. La gracia es amor, la gracia es el inicio de la eterna felicidad María amó a
Dios con un amor único. Solo Ella, lleva de gracia, se puede aplicar las palabras del cantar de
los cantares: “Mi dilecto o amado se ha dado a Mí y yo a El” (Ct 11-16). Desde el primer
instante de su Inmaculada concepción la Virgen empezó a Amar a Dios con un amor inmenso y
este amor creció continuamente en su corazón.
Por esto la Iglesia la llama “Madre del bello Amor”. Por lo cual San Bernardo, con razón afirma:
“El Divino Amor hirió a tal punto el alma de María, hasta de no dejar parte alguna no herida de
amor: para que Ella amara con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas y
fuera llena de gracia”. Solo María pudo cumplir el precepto del amor de Dios, amando a Dios
por encima de todas las cosas y más que a todas las criaturas, y en todas. Nada anteponer a
Dios, Dios en todo y sobre todo: fue esta la regla que guió a María en su vida terrenal. Hecha
Madre de Dios la Virgen sabia de ser, “Fuego que lleva fuego” de amor.
Y San Jerónimo afirma: “Dios que es amor, vino a la tierra a encender este fuego del divino
amor en todos los corazones, más a ningún corazón inflamó tanto, cuanto el corazón de su
madre que siendo todo puro de los afectos terrenos estaba dispuesto a quemar de este
fuego”. “María dice san Pedro Damián, cual águila real, tenía los ojos siempre fijos en el divino
Sol y en modo tal que ni siquiera las acciones de la vida le impedían el amor, ni el amor le
impedía de tratar con los hombre o de atender su quehacer doméstico”. Su corazón estaba
constantemente unido a Dios, de noche y de día, que como afirma el mismo San Ambrosio que
dejo escrito: “Cuando descansaba el cuerpo, vigilaba el alma”.
Rezamos a María para que el Espíritu Santo hiera nuestro corazón del puro amor de Dios de
manera que no gustemos, no anhelemos sino de amar sobre su ejemplo, solo Dios y su Divino
Hijo Jesús, solo así podremos ser sus dignos hijos.
El primero y más grande precepto del amor total y absoluto hacia Dios viene completado de la
Ley interrogado por Jesús respondió: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Jn 10:26). No se
puede amar a Dios si no se ama al prójimo. San Juan, el discípulo predilecto de Jesús, enseña
con mucho vigor “nosotros amamos, porque Él nos ha amado primero; si uno dijera: “Yo amo a
Dios”, y odiara a su propio hermano que ve no puede amar a Dios a quien no ve. Este es el
mandamiento que tenemos de Él: “Quien ama a Dios, ama también a su hermano” (Jn 4,19).
Los dos preceptos se completan, son inseparables, si Dios es amor, la perfección consiste en
amar a Dios. No podemos separar a Dios del prójimo. Por esto Jesús quiso explicar con la
parábola del Samaritano este precepto de la caridad hacia el prójimo concluyendo: “Ve y haz lo
mismo”. La virgen ha amado más que toda criatura a Dios y por consecuencia ha amado
también al prójimo más que cualquier otra. Es modelo en todo.
Debemos amar al prójimo por amor a Dios. Si el amor hacia Dios en María es inmenso el amor
de la Virgen por el prójimo. Jesús dio a María a Juan como hijo y en Juan consignó todos los
hombres a Ella, como madre de todos los redimidos. ¿Podía María no amarnos con un amor
sin límites?, ¿Si ella es la Madre de la cabeza podía no ser también la madre del cuerpo
místico, al cual todos nosotros miembros pertenecemos?
El Vaticano II ha proclamado a María como madre de la Iglesia, o sea madre de todos nosotros
que somos por el bautismo regenerados a la vida nueva y hemos sido llamados a ser parte de
la Iglesia, o sea madre de todos nosotros que somos por el bautismo regenerados nosotros
que somos por el bautismo regenerados a la vida nueva y hemos sido llamados a ser parte de
la Iglesia, de la cual Ella es la madre tierna y próvida. El Evangelio nos revela episodios
elocuentes de la ternura maternal de María para con el prójimo. María dio su consentimiento
para ser la madre de Jesús en la encarnación, por amor a todos nosotros que hubiéramos
tenido que ser redimidos por su divino Hijo, que tomó en Ella la carne humana, para
reconciliarnos con el Padre y devolvernos la dignidad de Hijos de Dios. En aquel
consentimiento la Virgen aceptó no solo de sacrificarse a sí misma, de ser traspasada por la
espada del dolor como le profetizó el viajo Simeón en la presentación de Jesús al templo “HE
AQUÍ, EL QUE ES PUESTO PARA CAIDA Y RESURRECCION DE MUCHOS EN ISRAEL, y COMO
SIGNO DE CONTRADICCION Y A TI TAMBIEN UNA ESPADA TE TRASPASARA EL ALMA” (Lc 2,34),
más ha sacrificado cuanto tenía de más querido, su Hijo en el altar de la Cruz, ofreciéndolo a la
muerte para que nosotros tuviéramos la vida.
Podemos bien decir María nos ha amado tanto hasta sacrificar a su hijo por nosotros. El
Evangelio nos revela también el amor preveniente y solicito de María por su prima Isabel.
Apenas conoce por el arcángel Gabriel que la prima necesitaba su ayuda porque dentro de tres
meses tenía que dar a luz al bautista, “apresuradamente” sale de Nazaret sin mirar ni
incomodidades, ni a peligros, ni a todas las dificultades del viaje. Va a presentar sus humildes
servicios sin ser interpelada. El verdadero amor intuye la necesidad y es pronto a donarse por
la persona amada. Se somete a la prescripción de Moisés de la purificación, sin ser obligada,
únicamente por no dar lugar a admiración ni escándalo a todos los vecinos que no conocían
cuanto el Espíritu Santo había obrado en Ella.
Fue el mismo amor preveniente que movió a María a pedir a Jesús de “romper” la demora y
manifestar su potencia cambiando el agua en vino, con tal de ahorrar a los esposos el disgusto
y la vergüenza de ver faltar el vino en el banquete nupcial. Esta caridad hacia nosotros no ha
disminuido ahora que está en el Cielo. Lo afirma San Buenaventura: “Esta caridad ha aumenta
porque en el Cielo ve más las miseria de los hombres. He aquí sus preciosas palabras: “Fue
grande la misericordia de María mientras estaba todavía en exilio en la tierra, mucho creció
ahora que es Reina en el Cielo”. El mismo Jesús como refiere San Alfonso dijo a Santa Brigada:
“Si no intercedieran las oraciones de la madre mía, no quedaría esperanza ni misericordia”.
El modo mejor y más eficaz para obtener gracias de la Virgen es el de ayudar al que sufre, los
pobres, de sacrificarnos para ayudar nuestro prójimo necesitado, únicamente por amor de
Dios. Dice San Juan Crisóstomo: “Quien tiene misericordia del prójimo da con interés al Señor”,
el cual nos restituye centiplicadamente lo que hemos hecho a nuestros hermanos más pobres.
Concebida sin pecado original en vista de los méritos del Divino Salvador, María no conoció la
concupiscencia. Todos los privilegios de los cuales fue enriquecida tienen su origen de esta
muy singular gracia de ser preservada inmune del pecado original de manera que si siquiera
por un instante la Virgen estuvo bajo el dominio de Satanás. Contra el hereje Elvidio que
negaba la virginidad de María, San Jerónimo afirma: “Tú dices que ¿María no persevero
virgen? Y yo al contrario además pretendo que san José fue virgen por María”, y esto lo
podemos sacar del hecho que Ella se turbó ante el anuncio del ángel. Un autor sagrado afirma:
“¿Por qué se turbó? Porque temía de perder su virginidad, tanta que hubiera sido hasta
dispuesta renunciar a la divina maternidad que perder la virginidad”. Y cuando recibió la
aseguración que el niño que tenía que nacer de Ella, hubiera sido por obra del Espíritu Santo,
dio su consentimiento: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.
La Virgen se turbó al saludo del ángel ¿Por qué? Bien lo podemos comprender. Siendo muy
humilde, convencida de su nada, delante de la alabanza tan alta e inexplicable del ángel, que la
saludó “llena de Gracia” se turba y se pregunta qué sentido tuviese tal saludo. Es la turbación
de un alma cándida que rehúye de la loa. De otra parte habiendo vivido siempre en el
escondimiento de su casa, se turba cuando el ángel la visita y se ve el centro de la atención de
Dios mismo. ¡Cual ejemplo para todos nosotros y en particular para la juventud! Todos
estamos expuestos a perder esta “bella virtud”. El mundo, el demonio y las pasiones: son las
tres arpías que en continuación tratan de asaltar al hombre. San Ambrosio afirma: “Quien
guarda la castidad es un ángel, quien la pierde es un demonio”.
San Agustín, quien venía de tan amarga experiencia en este campo, después de su conversión
dijo que: “Es muy difícil sobre todo en la juventud practicar esta virtud, llamada la virtud difícil.
Y esto ¿Por qué? Porque no se quieren usar los medios que los maestros de espíritu sugieren:
ORACION, HUIR DE LAS OCACIONES Y MORTIFICACION.
El mundo asalta continuamente, con todos los medios: moda escandalosa, diversiones
peligrosas, medios de comunicación social, prensa, novelas, radio y sobre todo la televisión y el
cine: todo esto está organizado con diablura para deleitar y hacer caer al hombre en el vicio
impuro.
He aquí el hombre y sobre todo la juventud del vicio de la impureza vacía, insatisfecha, infeliz y
angustiada. Se abre así la vía, el camino a cualquier delito, al suicidio y a la ruina moral,
material y mortal.
Imitemos a la Virgen, recemos, mortifiquémonos y busquemos de combatir para preservarnos
y librarnos del mal que nos asecha.
Jesús es el modelo perfecto de obediencia. El, entrado en este mundo dice al Padre:
“No te agradaron las ofrendas de holocaustos, he aquí que vengo para hacer, ¡Oh
Dios!, tu voluntad”” (Hb 10. 5-7). Y en el evangelio afirma: “Mi alimento es hacer la
voluntad de mi Padre celestial que me ha enviado”. (Jn 5, 34). Desde el momento de su
encarnación en el seno purísimo de la Virgen María, hasta el “Todo está cumplido” (Jn
19-30), en la cruz, la vida de Jesús se mueve toda en la luz de la obediencia más
perfecta al Padre. Su obediencia es salvífica, es ejemplar para todos nosotros. Lo fue
sobre todo por María, la cual siguió como verdadera y única discípula las huellas de su
divino Hijo. La Virgen María Madre de hecho, fue, lo que por su fe y obediencia generó
en la tierra el mismo hijo del Padre, sin relación con ningún hombre, más a la sombra
del Espíritu Santo, Como afirma la “MARALIS CULTUS”. Como en todas las demás
virtudes, María es modelo especialmente en ésta.
Si el pecado de Eva fue la desobediencia, María, fue nueva Eva con su perfecta
obediencia, reparó este pecado, como lo afirma San Agustín. La obediencia de María
fue la más perfecta de todos los demás santos, en cuanto afirma San Bernardino:
“María siendo inmune del pecado original no tenía impedimentos en obedecer a Dios,
más fue como una rueda que pronta se movía a cada inspiración divina”. Ella se puede
muy bien aplicar cuanto afirma el Cantar de los Cantares: “Mi alma se aniquiló apenas
El habló”. Su vida terrenal ha sido un acto de continua obediencia. Obedece al
mandato del emperador romano, moviéndose de Nazaret a Belén para el censo, aun
siendo próxima a dar a luz a su dilecto Hijo. No duda en alojarse en una gruta, no
habiendo encontrado albergue en un hospedaje.
Fue pronta en obedecer a la indicación del ángel que en sueño le hizo saber a través de
José que hubiera tenido que huir a Egipto, e ir en exilio, para substraerse a la
persecución de Herodes que quería suprimir al Niño Jesús, creído su pretendiente al
trono. Había querido obedecer en todo a la prescripción de Moisés, sometiéndose al
rito de la purificación como cualquier mujer que ha dado a luz aun no siendo obligada.
La Virgen obedece siempre a José, como jefe de la familia, aunque en sus más
humildes disposiciones. Ella obedece sobre todo el calvario, inmolando su hijo dilecto,
sometiéndose al designio del Padre Celestial. Estaba erguida junto a la cruz, ofreciendo
al Padre la victima divina para la redención y la salvación del hombre.
Así, con docilidad, con la plena disponibilidad, cumple la misión que Dios le había
confiado, hasta renunciar al Hijo por tomar en cambio a Juan y en Juan todos los
creyentes, para conducirlos a la nueva vida, a la eterna salvación. Ella quiso obedecer a
todos en su vida: a los padres, en todos sus deseos; en el templo, a los sacerdotes en el
humilde servicio de Dios; a su esposo José, en todo lo que ordenaba o le manifestaba
como sencillo deseo.
Si queremos ser verdaderos devotos de María debemos imitar a la Virgen en esta
virtud tan necesaria. La obediencia de hecho es hija de la humildad y brota de la fe. El
espíritu Santo enseña: “El hombre obediente canta victoria” (Pr 21, 28). Con la
obediencia de hecho nosotros conseguiremos la victoria:
Esta fuerte inclinación en el hombre a los placeres sensibles, sea del gusto que del tacto, se
encuentra también en las bestias porque satisface la parte bruta del hombre. En este sentido
Dante cantaba: “Hechos no fuisteis a vivir como brutos, sino a seguir virtudes y
conocimientos”. La templanza hace noble al hombre y el espíritu de mortificación lo eleva y lo
vuelve dueño de sí mismo; al contrario la falta de templanza, la intemperancia y la falta de
mortificación vuelven al hombre esclavo de las más bajas pasiones y le hacen vivir una vida
materialista y parecida a los animales. La intemperancia degrada al nombre y la hace perder la
nobleza de ser libre e inteligente, capaz de dominarse a sí mismo y sus pasiones. Dios ha
otorgado a la naturaleza humana del placer del gusto para proveer su conservación
estimulándolo a comer para vivir.
María Santísima fue ejemplo y modelo de templanza, de mortificación en los placeres del
gusto anexos a la nutrición. Ella no busco nunca el placer en el alimento en sí mismo como un
medio para guardar la vida y gastarla por la gloria de Dios y la Salvación del prójimo. Lo
atestigua San Ambrosio cuando habla de la mortificación de la Virgen en los alimentos, se por
la calidad que por la cantidad. “¿Qué decir, de su parsimonia en los alimentos?... ella concedía
a su cuerpo apenas lo necesario… multiplicaba los ayunos. Cuando se alimentaba, su comida
era la más ordinaria, apenas suficiente para tener lejos la muerte, nunca suficiente para
satisfacer el apetito”. (De Virgibnibus L. 11, 8).
María por inspiración divina fue la primera en apreciarla y abrazarla y por este motivo hizo
voto de castidad consagrándose en perpetuo a Dios, en un arrojo de santo entusiasmo. Fue
esta la mejor preparación a la misión de Madre de Jesús a la cual Dios había predestinado a
María sin que ella se diera cuenta. Por este motivo en Ella ningún pensamiento no bueno o no
santo, ningún afecto desordenado, ningún movimiento en El ningún pensamiento no bueno o
no santo, ningún afecto desordenado, ningún movimiento vino a turbar este perfecto
equilibrio de su espíritu y de su cuerpo. Estaba invadida toda por una luz brillante, tan clara,
que ninguna mancha, aún más pequeña, ha podido ofuscarla.
Estas virtudes tan bellas: templanza y mortificación, se deben cultivar con el espíritu de
sacrificio; aceptar las pruebas y huir todo lo que puede poner en peligro la virtud. Las
libertades que de repente, sobre todo en los meses de verano se conceden no solo los
hombres, sino en particular las mujeres, ponen en peligro estas virtudes de la templanza y de
la castidad que son la consecuencia natural.
También esta virtud brota y encuentra su razón de ser en la fe que es la fuente. Cuando hay
unos valores para salvar y necesita alcanzar un ideal, entonces se necesita ser dispuestos a
santificar todo, también la vida como ha hecho Jesús y con su ejemplo, María y toda la
cantidad de mártires y de santos. Cuando está en juego la honra y la gloria de Dios, la gracia de
cuidar, la salvación del alma y nuestra felicidad eterna y del prójimo, entonces no hay que
tergiversar ni bajar a compromisos. Jesús lo ha proclamado claramente y con firmeza: “Quien
quiere salvar su vida la perderá y quien la pierde por el Reino de Dios la ganará”. Es necesario
estar dispuestos a perderlo todo a sacrificar cualquier cosa, salud, estima, amistad, bienestar
terrenal, hasta la vida. Cuantas veces San Pablo lo afirma con vigor: “¿Quién nos separará del
amor de Cristo? Ni vida ni muerte, ni persecuciones, ni amenazas”… De otro lado Jesús nos ha
dado el ejemplo. Él ha dicho: “Nadie ama más que aquel que sacrifica su vida para la
personada amada”. Y San Juan amonesta: “Así Dios ha amado a los hombres hasta dar su Hijo
por nuestra eterna salvación”. ¿Podía María hacer de otro modo?
Toda la vida de María fue un ejercicio continuo de paciencia. A pesar de las continuas y
terribles pruebas a las cuales fue sometida, María se reveló la mujer fuerte. Santo Tomás
enseña que dos son los actores de la fortaleza cristiana: “Emprender y soportar cosas arduas y
difíciles”.
Los enemigos principales de la fortaleza son dos: el temor y la audacia. Si toda la vida de Jesús,
como afirma la imitación de Cristo, fue cruz y martirio, podemos ser ciertos que María, cual
perfecta discípula del Hijo Redentor, condujo una vida de verdadera mártir. Si Cristo fue
crucificado en el cuerpo, María fue crucificada en la alama. San Buenaventura llego a escribir,
crucificada, concibió al crucificado. Su vida fue toda entretejida por una corona de espinas:
desde la encarnación de Jesús en sus entrañas puras, a su nacimiento en la gruta de Belén;
desde la presentación al templo, a la huida a Egipto; desde el regreso del exilio a la vida de
sacrificios y de trabajo en la casita de Nazaret; desde la vida pública de Jesús hasta el calvario.
Aquí María cumplió la inmolación suprema del Hijo del Padre, por la salvación de la
humanidad. Junto a la cruz estaba su madre, en actitud de sacerdote que ofrece al Padre la
victima de expiación y de reparación, por las culpas de toda la humanidad pecadora. Por el
mérito de esta invicta constante y sublime paciencia, María se hizo nuestra Madre que nos dio
a luz y generó a la vida de la gracia, como afirma San Alberto Magno. Ella es la mujer fuerte, un
vivo prodigio de fortaleza. Si queremos ser verdaderos hijos de María, sus fieles devotos
debemos imitarla en esta virtud, tanto necesaria, por nuestra vida cristiana. San Cipriano
afirma: “¿Qué cosa puede enriquecernos de méritos en esta vida y de gloria en la otra, sino el
sufrir con paciencia las penas que la vida nos ofrece estas son como el cerco de espinas que
defiende la viña como afirma San Gregorio?
La paciencia es la virtud que hace los santos como el fuego modelo y purifica el hierro.
Debemos por lo tanto aceptar las cruces, las pruebas de la vida, las mortificaciones y los
sacrificios, las contrariedades y las persecuciones, con espíritu de fe y de amor, si queremos
caminar sobre las huellas de Jesús, a la escuela de María.
Por lo cual María no es solo la Virgen “en escucha” que acoge la Palabra de Dios con fe, sino
que es también la Virgen “en oración”.
En la casita de Nazaret a la escuela de sus venerables padres Ana y Joaquín aprendió el arte
sublime de la oración, fue la Virgen de la contemplación porque transcurrió su niñez bajo la
acción del Espíritu Santo, en continua comunión con Dios.
Cuando niña fue presentada al templo, profundizó esta actitud de adoración, de
agradecimiento, de reparación y de intercesión que ha caracterizado toda su vida, en la
participación a la misión de su divino Hijo Jesús.
Todavía una vez Pablo VI en la “Marialis Cultus”. Pone de relieve que María aparece como
Virgen en oración, especialmente en la visita a la madre del precursor en la cual manifiesta su
espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe y de esperanza.
Tal es el “Magníficat”, la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos
en el cual confluyen la exultación del antiguo y nuevo Israel, en cuanto como aparece sugerir
San Ireno, en el cantico de María, confluyó el regocijo de Abraham que presentía al Mesías y
resonó, proféticamente anticipa la voz de la Iglesia.
El último rasgo biográfico de María nos presenta la Virgen en actitud orante. De hecho San
Lucas nos dice que los apóstoles era asiduos y concordes en la oración juntos a unas mujeres y
a María, Madre de Jesús y con los hermanos de El (Mt 1, 14). Como se ve es evidente en la
Iglesia naciente la presencia orante de María y tal presencia de la Virgen es continuada en la
historia de la salvación y en la Iglesia de todos los tiempos.
Asunta al cielo, sigue su misión de intercesión para nosotros, sus hijos, todavía peregrinos en
este valle de lágrimas. Como verdaderos devotos de María debemos inspirarnos a sus
ejemplos maternales haciendo de la oración el respiro de nuestra vida, el alma de nuestro
apostolado, la actitud constante delante de Dios.
Vuelva el Rosario entre nuestras manos, en nuestras familias, en la oración pública como
privada. Más sobre todo en aquella familiar. Es este el único recurso a los males de la sociedad
moderna. Es certidumbre de ayuda, medicina para todas las enfermedades que afligen al
mundo.
El cristiano prudente sabe que la gracia de Dios es la perla escondida preciosa, por la cual hay
que vender todo para comprarla y defenderla de los asaltos de los ladrones…” (Mt 13, 45-46).
“Prudente es la virgen que espera al esposo con la lámpara de la fe y de la gracia simpre
encendida” (Mt 25, 1-13). Prudente en fin es aquel que sabe hacer fructificar los talentos
recibidos” (Mt 25, 1-30). Jesús alaba la prudencia de los inicuos solo para empujar los buenos a
hacer tesoro de la gracia y a cuidar de los peligros que asechan la salvación del alma” (Lc 16,8).
Por esto Jesús responde a la Virgen que se quejaba con El por haberla hecho sufrir para
encontrarlo después de hab3erlo perdido: “¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de
mi Padre?” (Lc 2, 47). El da la vida por sus ovejas con tal de salvarlas y defenderlas de los lobos
rapaces.
La prudencia es la más importante de las virtudes morales porque las dirige a todos. Por esto
es llamada también reina de todas las virtudes morales porque las dirige a todas. Por esto es
llamada también reina de todas las virtudes. Ella orienta, mueve modera, juzga y regula,
endosando y equilibrando las acciones de cada hombre hacia el camino que Dios tiene por
cada cristiano, para alcanzar la vida eterna Ella se distingue:
Además, de la memoria del pasado que la inducía a recordar cuanto Jesús había hecho y
enseñado, la Virgen tenía el don de la penetración del presente como lo demuestra su actitud
delante del ángel Gabriel. Antes de decidir pregunta: “¿Cómo puede ser esto, si no conozco
varón?”. Fue además prudente en el hablar. El evangelio nos trae apenas cuatro veces las
palabras de María. Pronta a escuchar y lenta en el hablar, como dice la Escritura. Aprendamos
también nosotros a ser prudentes y sabios, para orientar palabras y acciones a la gloria de Dios
y a nuestra eterna salvación.
DECIMOSEGUNDA ESTRELLA: LA POBREZA DE MARÍA
“Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los Cielos” (Mt 5, 2).
Esto proclamó solemnemente Jesús en el discurso pragmático de la Montaña. Las ocho
bienaventuranzas son la “Carta magna del cristianismo”. En Ellas Jesús ha reunido la esencia de
su mensaje. Entre estos ocho puntos esenciales la pobreza, el desapego de los bienes de la
tierra, ocupa el primer puesto.
Esta enseñanza ha sido siempre actual, porque el egoísmo, el deseo espasmódico de los bienes
de la tierra, la carrera desenfrenada a las riquezas ha sido siempre la polilla roedor del corazón
del hombre. Haber, gozar, poder: son las tres arpías que esclavizan el corazón del hombre.
Tener para gozar, tener para dominar. A pesar de que Jesús ha enseñado antes con el ejemplo
de su vida humilde y pobre y después ha recomendado esta virtud fundamental, insustituible
de su mensaje de amor.
María misma reveló a Santa Brígida: “Todas las cosas que podía tener, las distribuía a los
necesitados, no guardando más que un poco de alimento y el vestido. San Buenaventura
atestigua que María quiso casarse con un pobre carpintero, cual fue San José, siendo
satisfecha de vivir con las fatigas de sus manos, hilar y coser. Siguiendo a Jesús también la
Virgen podía decir que sí: “Las zorras tienen sus guaridas, los pájaros del aire sus nidos, pero el
Hijo del hombre no tiene donde apoyar su cabeza”.
Así había vivido también a lo largo de los tres años de la vida pública de Jesús. Después de la
resurrección de Jesús y su ascensión a los cielos, María compartió con san Juan al cual Jesús
había confiado su madre, de manera particular la pobreza.
San Francisco de Asís gritaba, lleno de amor: “Mi dios y mi Todo”. Busquemos de amar de todo
corazón a Dios que es la única riqueza que da felicidad del corazón y la paz el alma.
CELEBRACIÓN
En el centro del lugar se pondrá un pequeño altar con una imagen de María. Será el
centro de la celebración.
Entre todos vamos a construir un camino en el que irán apareciendo símbolos
importantes de lo que significa hacer una peregrinación. Cada uno de esos símbolos
nos recordará alguna escena evangélica de María. Al final, los más pequeños le
ofrecerán flores.
Cada grupo presenta un símbolo. Le corresponde una cita bíblica que puede leer y
ofrecer alguna pista o pregunta para la reflexión, o una petición. (breve)
María es el centro de nuestro ambiente. Allí está Ella. Ahora llega el momento
en el que queremos reconocer a María como la Compañera de Camino en
nuestra vida. Vamos a empezar nuestro gesto de cariño saludando a María con
esta oración:
En todo camino necesitamos señales, son los INDICADORES del camino que nos
ayudan a tomar la buena dirección (en el camino ponemos flechas amarillas) hacia la
imagen de María.
Cita: Jn, 2,5. “Haced lo que él os diga” (María nos indica el camino: el
mismo Jesús)
Petición: Hoy queremos pedirte, María, que nos ayudes y enseñes a ser
también nosotros esos indicadores del buen camino para nuestros
compañeros. Que nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras actitudes
sean la mejor señal del camino de Jesús.
Colocarán algunos bancos por el camino. Necesitamos descanso, reparar fuerzas. Los
bancos son lugar de encuentro y diálogo con otros peregrinos…
Cita: Hechos 1, 14. “Todos ellos se dedicaban a la oración en común,
junto con algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús.” María está
en oración con los discípulos, animando y acompañándolos.
Petición: Hoy todos reunidos en el Colegio junto a ti MARÍA, como los
discípulos en el cenáculo, queremos dirigir nuestra oración a la MADRE
BUENA para que nos acompañes en la superación de las dificultades y nos
ayudes a dar un SÍ responsable y sincero como el tuyo, cada vez que
tengamos que tomar decisiones solidarias y pacíficas.
Pondrán algunas piedras por el camino. Son las dificultades, lo que se nos
resiste o nos sale mal.
Oración
Las piedras en el camino. La dificultad
Realizan el camino y ofrecen a María sus flores. Agradecemos con ellas el camino que
María nos invita a hacer y su compañía. (Pasan los algunos a dejar su ofrenda, pues ya
es el final de la Celebración y mientras vamos a ir cantando).
https://www.youtube.com/watch?v=H_ym0KuPPXk&t=24s