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Análisis de las lecturas “Del diván al Círculo” y “Del grupo a la Institución”.

Hoy en día han crecido las maneras de afrontar las diversas problemáticas de
salud mental en la población. Como bien dice Guimón, durante los últimos años se
han impuesto en el campo de la salud mental enfoques eclécticos o “genéricos” y
de duración' frecuentemente limitada. La más conocida ha sido la psicoterapia
individual, en la que se trabaja con la sintomatología particular en el paciente para
reestructurar maneras de afrontar su condición emocional individual y que, a la
vez, se han utilizado diversas corrientes y enfoques para abordarlo.

Una de ellas, de las más utilizadas, es la terapia de grupo. Pero lo que ha


sucedido para que pudiera llegar a establecerse como una de las maneras de
actuación frente al conflicto de la psique del individuo ha sido compleja. El mismo
Freud desde la técnica psicoanalítica recomendó tomar sumo cuidado en
permanecer al margen de los métodos sugestivos y, en principio, de los
tratamientos grupales, aunque tiempo después abrió la posibilidad a tomarlo en
cuenta. Esto se refuerza con los alcances de las Guerras Mundiales, quienes
conllevaron a poner especial atención a ciertas técnicas hasta entonces
consideradas poco adecuadas, que incluían el trabajo psicoterapéutico en grupo e
intervenciones más globales llevadas a cabo en ciertas instituciones. Aquí en
particular, podemos observar cómo es que “las maneras” de abordar
problemáticas que, incluso, tienen que ver con cantidad de población afectada y
con sintomatología generalizada en esta misma población, forja las necesidades
de abordar de otra manera la salud mental.

Dentro de esta construcción de conocimiento acerca de cómo manejar conflictos


individuales, pero en grupo (tras esta necesidad poblacional), se observa la
confusión y vacilación de los mismos pioneros de la psicoterapia al hablar de
ciertos fenómenos precisos que surgían en las masas, por ejemplo, la disminución
de los aspectos conscientes y paso a primer plano de fenómenos inconscientes y
contagio masivo de afectos en los individuos que componen la masa. Es evidente
que llevar a cabo un constructo para trabajar con grupos requeriría que no se
trabajara solamente bajo los principios del psicoanálisis. De hecho, se tiene como
ejemplo a Bostoh, quien en 1905 después de inaugurar su clínica destinada a
tratar enfermos tuberculosos, utilizó formalmente con ellos y por primera vez, un
enfoque de grupo en el tratamiento de ciertos trastornos físicos; lo cual generó que
numerosos médicos no psiquiatras se interesaron más tarde por estas técnicas.
De ahí es que se desprenden los comienzos de la Psicoeducación; con ello
sabemos perfectamente que se requiere uniformizar el “problema” y uniformizar
soluciones que puedan ser de utilidad a varias personas a la vez.

Tenemos otro ejemplo con Maxwell Jones (en 1968) con los trabajos sobre
“comunidades terapéuticas”, quien sentó las bases de la “terapia del medio”
actual, donde en esencia, se realizaba terapia de grupo. O con el psiquiatra Mira y
Lopeí quien formó grupos al principio de la Guerra Civil Española e hizo todo lo
posible para que los 1.300 pacientes del hospital San Baudilio se organizaran
practicando la autogestión, lo que hizo de él un precursor de las comunidades
terapéuticas. Pero Slavson, en 1943, adapta el modelo psicoanalítico a grupos de
niños e implementa todas las técnicas grupales «activas» de hoy en día
conocemos.

Lo anterior genera enorme base para lo que después se constituyó como el


despliegue de terapias familiares como las realizadas por Ackermann, en 1946 o
Paul Schilder en 1936.

Es importante mencionar que el éxito de los grupos terapéuticos se acentúa en


esta capacidad que el paciente desarrolla de atmósfera social, de
acompañamiento, de igualdad y de apoyo mutuo. La necesidad de ser entendido
por los demás desata un componente único: sentirse entendido por alguien al que
le pasa algo parecido, que siente parecido y que buscan ambos una solución u
objetivos parecidos. Encontrarse frente al terapeuta en ocasiones se puede
generar un efecto contrario por el motivo de que no se encuentra en una condición
similar. Por ejemplo, personas que hayan perdido un miembro de su cuerpo, que
estén pasando una condición de salud compleja o por la pérdida de un ser
querido. El aliciente en ocasiones es el sentimiento de igualdad y de no sentirse
único con el sufrimiento internalizado en él, aislado.

Si lo vemos desde la parte técnica, como bien nos dice el autor, los participantes
son sujetos que poseen un Yo fuerte y, a menudo, se conocen ya de antemano.
Se busca, ante todo, incrementar el contacto interpersonal, mejorar la percepción
interpersonal y aumentar el nivel de autoconciencia, así como la autenticidad de la
experiencia vivida. El coordinador siempre va a facilitar la comunicación y la
interacción entre los miembros. Creo que es sumamente complejo llevar a todos a
ritmo, pero lo básico necesario que se debe lograr es hablar a la gente, y, en
medio de este acompañamiento y ejercicio de externalización, precisar los
sentimientos, buscar lo que se siente y no “por qué” se siente. Es importante
expresar los sentimientos en primera persona, interviniendo de forma didáctica,
intentando enriquecer la percepción personal (gracias al modelaje, al role playing,
y otras técnicas muy socorridas) y generando una lluvia de ideas de
comportamientos alternativos.

Dentro de las lecturas correspondientes se menciona el recorrido que tuvo la


terapia grupal hacia la institucionalización de la misma. Los estragos de la guerra,
generó que se agilizaran los servicios de salud mental para atender una
considerable cantidad de afectados, por casos de ansiedad, síntomas histéricos,
trastornos antisociales de la personalidad y psicosis, psicosis maníaco-depresivas,
epilepsias y problemas somáticos, como la enuresis, por ejemplo. En general,
menciona el autor, lo que caracterizó la terapia comunitaria fue: la consideración
de la institución como una totalidad; la capacidad de negociar con la jerarquía la
introducción de cambios; la práctica del trabajo en grupos grandes; y el hecho de
aceptar que los pacientes son a veces capaces de ayudarse más los unos a los
otros que lo que pueden hacer los profesionales de la salud.

Aun en la actualidad, parece la terapia grupal una herramienta subestimada,


suelen verla como una receta para lograr atender "más pacientes en menos
tiempo, con menos profesionales”. Creo que es una herramienta de la que debe
de saberse servir. Conocer si un paciente tiene las características para poder
trabajar en un grupo es indispensable. A muchos pacientes les puede beneficiar
más que a otros, siendo que su participación puede verse demasiado pasiva y no
beneficiarse de ella. Por otro lado, estoy de acuerdo con el autor en que es
importante apuntar que, cuando el programa a trabajar en terapia grupal es bueno,
la participación y el compromiso son mejores. Es por lo tanto indispensable
mejorar los programas terapéuticos y las habilidades de los facilitadores.

Referencia.

Guimón José (2003). Manual de Terapias de Grupo. Tipos, modelos y programas.


Edit. Biblioteca Nueva, Madrid. Pp. 399.

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